Los maratones del infierno

Jorge Cuevas Dávalos

Fragmento

Maratones del infierno

Un perro está bajo la mesa, me abraza la pierna, me cubre desde la rodilla hasta el tobillo, tiene tres hocicos que quedan adheridos con todo y su baba a mi espinilla, son como ventosas de las que brotan colmillos de fierro oxidado que se encajan en la parte interna de mi tibia. El perro no me está destrozando la pierna, no aún, sólo mantiene presionada mi espinilla, gruñendo, para hacerme saber que en el momento que quiera, me morderá.

—Ya pedí de cenar —me dice el Dany, mi compañero de mil aventuras, y con su interrupción me saca de la pesadilla.

—¿Qué pediste, carnal?

—Unos fideos de arroz, un pollo a la naranja con verduras y unos dumplings.

—Yo quiero lo mismo —le contesto.

Me toco la pierna izquierda, me aprieto con el pulgar, me presiono la tibia para comprobar si ahí sigue el perro, y sí, aún hay dolor, es muy leve, quizá no sea dolor, no lo sé, tal vez ni siquiera sea real, ¿y si sólo es la memoria del dolor?, ¿y si nada más se trata de un fantasma y no de una lesión? Ojalá sólo sea mi imaginación.

Son las 6 p.m. de una tarde de diciembre, fría y con tormenta en la ciudad de Monterrey, Nuevo León, en México. Mañana correré por décima vez una carrera de 42 kilómetros, bueno, eso espero. El plan es cenar algo ligero, aquí, en un restaurante chino, mientras esperamos a que unos periodistas me entrevisten por mi nuevo libro.

Me dan nervios cuando me van a entrevistar, pero son muy poquitos si los comparo con la locura que me ataca, casi siempre, un día antes de hacer un maratón. Correr es una de las cosas que más me apasionan, me gusta sentir que mi cuerpo derriba límites, trascender el cansancio y la asfixia, alcanzar ritmos que creía inalcanzables, tener esa sensación de gloria.

Si correr fuera una guerra, podría decir que en las primeras batallas apenas y sobreviví, terminé mis siete primeros maratones destruido, siendo preso del enemigo. Unas veces me conquistó el cansancio y en las otras fui víctima de una mala estrategia. Pero las dos batallas más recientes las empaté, por así decirlo. En esos maratones no logré la meta que me planteé, pero resistí con dignidad, acabé entero y con mejores tiempos. Eso me ha dado confianza para mañana.

Mañana voy por una hazaña que valga la pena contar.

Mañana quiero hacer historia, no me refiero a la historia de un corredor profesional que participa en una Olimpiada o un semidiós que rompe el récord del mundo, porque sólo soy un corredor mortal. Cuando digo hacer historia hablo de un logro que, dentro de algunos años, si la vida me permite llegar a viejo, podré contar como si fuera una leyenda. Me gustaría contar a mis nietos la historia de un niño que era muy malo para los deportes, pero que después de 10 maratones, encontró una forma de sacarse la espina.

Mañana debo salirme del guacal, romperla, experimentar esa gloria que hasta ahora no he podido probar en un maratón. Ya me toca, porque los fracasos son los mejores cimientos del éxito.

En aquellos primeros siete maratones, además de corredor mortal, fui un ignorante infinito, entrenaba sin apoyo, consultando mis rutinas en una plataforma y aprendiendo sólo de libros y videos de YouTube, ¡como si hacer un maratón fuera cualquier cosa! Pero para mi octavo maratón entendí que necesitaba un maestro, un señor Miyagi para Daniel San, un Dumbledore para Harry Potter, un Gandalf para Frodo. Entendí que, cuando quieres un logro digno de ser contado, es importante tener un guía. ¿Qué habría logrado Alejandro Magno sin Aristóteles o Luke Skyrunner sin Yoda? Llevo ya dos años entrenando con el maestro Margarito Alonso, un corredor que hoy entrena atletas élite y populares; los populares somos mortales y los élite me parecen semidioses. Por supuesto que estoy a millones de kilómetros de su nivel, pero desde que entreno con ellos mi rendimiento ha cambiado, ahora corro con un método, con un equipo y mucha constancia, por eso sé que mañana es momento de capitalizar todos los aprendizajes, me siento más fuerte, más rápido, casi mejor que nunca, casi y digo casi-casi-casi, porque desde hace dos meses este demonio me persigue, es un perro que tiene tres colmillos clavados en mi tibia y no quiero dejar que me venza… Pero cuando uno se quiere salir del guacal, demonios reales e imaginarios siempre te acecharán.

—¿Entonces qué? —me insiste el Dany—. Estás ido, despierta, traes cara de susto, cabrón, ¿te vas a poner la inyección o siempre no?

—No sé, Dany. En la mañana fui a una farmacia y no me la quisieron poner, me dijeron que sin receta no, entonces le llamé al doc.

—¿Al doc?

—No lo conoces. Es un amigo que es médico general, el Charlie, le pedí que me echara la mano con una receta y me dijo que me la mandaría por Whats, pero no me ha llegado y ya es tarde. Mira, cinco minutos me duele la tibia y luego se me quita, viene otra vez ese demonio, me ladra, me aprieta y se vuelve a ir. Ya no sé si hacerle caso.

—Andas muy bien, mi George, te vi ayer que trotamos, estás a punto de entrar a otro nivel. Te he visto romperte, como aquella vez que fui a Guadalajara que ibas como avión y te dio un calambre durísimo subiendo por Fidel Velázquez y llegaste destrozado, ¿te acuerdas?, pero ahorita andas desatado, traes todo, ¿no? Chécate, hiciste trabajo de montaña, entrenaste en la pista de atletismo con los corredores del maestro Margarito, ¿verdad? No la hagas, si lo que necesitas es un antiinflamatorio para que te baje el dolor, dejes de hablar de perros demonio y estés tranquilo, pues a darle, si no te quieren inyectar en la farmacia, no importa, yo te inyecto y te hago el paro sin receta.

—¿Cómo? ¿Sabes inyectar?

—Claro, cabrón, sin problema. Mira, en lo que nos sirven voy a la farmacia a comprar algodón y alcohol, la ampolleta ya trae la jeringa, ¿verdad?

—Sí, pero…

—Ya, ya estuvo, deja de pensar, de veras que piensas mucho, piensas de más, piensas un chingo. Te duele, pero no hay ningún demonio, el perro está en tu mente, sólo son tus historias. Inyectarte te va a calmar la cabeza, a veces esa imaginación tuya te juega en contra, carnal.

—Ándale pues, pinche Dany.

—Sólo es un pequeño pinchazo, ya no habrá más y eso te ayudará a acabar el maratón, ¡venga!

No es la primera vez que Dany me impulsa. Hace siete años me inscribió a mi primer medio maratón sin avisarme; ahora me va a poner mi primera inyección. Por eso le digo que es mi run-dealer. Le agradezco el empujón, porque es momento de arriesgarme y no ser timorato. Para animarme, en mi mente tarareo una de mis rolas favoritas:

I was born to run, I was born for this.

Whatever it takes.

(Nací para correr, nací para esto,

cueste lo que cueste.)

Dany se lanza a la farmacia.

De todos modos, no es que sólo sea mi imaginación. Este demonio sí existe, se llama Perios Cerberus Tibial. La perios

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