El duelo es una perra

Lisa Keefauver

Fragmento

Título

BREVE NOTA SOBRE EL TÍTULO

Admito que el título de este libro es audaz, pero evidente. El duelo es una perra. Desde el lanzamiento de mi podcast que lleva por nombre Grief is a Sneaky Bitch, hace cuatro años, cientos de miles de oyentes validaron esta verdad, haciendo declaraciones como estas: “¡Sí, sí, sí! ¡En serio que sí! ¡Es muy cierto!”. Quizá tuviste una reacción visceral similar.

También soy consciente de que algunos tal vez tuvieron una respuesta adversa. Después de todo, en nuestra cultura, la palabra “perra” se utilizó con un enfoque de género para oprimir a las personas que se identifican como mujeres, reforzando creencias dañinas y causando un sufrimiento grande e innecesario.

Te aseguro que, como mujer, me reapropié de esta palabra a propósito, con orgullo y sin pedir disculpas, sin género alguno, para ampliar nuestras narrativas de duelo y crear un espacio seguro para que cualquiera pueda navegar por la pérdida de una manera significativa y apoyada. El objetivo del título, del contenido del libro y de todo el trabajo que hago como activista del duelo es garantizar que las personas que lo experimentan —o sea, todas— se sientan vistas, apoyadas y honradas en todas las fases de su viaje.

Más adelante, en este libro, leerás sobre el “sí, y”, la idea de que más de dos cosas pueden ser ciertas al mismo tiempo. No todo es blanco o negro; las situaciones y los sentimientos son muy complejos. Con este espíritu te invito a unirte a mí para reconocer que, sí, el duelo es una perra y podemos navegar por la pérdida juntos.

dedicatorias a las personas que
me apoyaron en el duelo

Fui muy afortunada de haber amado a tantas personas que me acompañaron a través de la oscuridad y la luz de mi vida, y haber sido amada por ellas. Este libro es el resultado de su amor y su inquebrantable fe en mi misión de crear un mundo más alfabetizado en el duelo. Gracias a su dulce, y con frecuencia apasionado, estímulo, comparto mis ideas sin censura:

• Eric Keefauver: mi difunto esposo, por darme la oportunidad de experimentar lo que en verdad significa amar y ser amado.

• Lily Keefauver: mi hija sabia, ingeniosa y cariñosa, por inspirarme todos los días con su enfoque valiente, curioso y creativo para vivir.

• Autumn Campbell: mi hermana del alma, por las incontables horas que con amor y consideración me brindó aliento, por sus comentarios constructivos sobre este libro y por ayudarme a mantener las necesidades de mis lectores en primer plano.

• Krissy Teegerstrom: mi cálida y sabia amiga, artista y asesora creativa, por creer en mí y guiarme desde el primer día que nos conocimos al comienzo de mi viaje para reimaginar el duelo.

• Andy y Joan Nagy, Susan Schreiber y Robert Nagy: mis padres, madrastra y hermano mayor, por su amor y apoyo inquebrantables en mi vida, en mi duelo y en mi búsqueda para darle vida a este libro.

• Susan Martin y todas las mujeres de “Take Care of Lisa Crew”: mi increíble grupo de amigas, por levantarme del suelo, de manera literal y metafórica, después de la muerte de Eric y por hacerme compañía ahí, en el suelo, cuando no podía levantarme.

• Melissa Gould, J'Aime Morrison, Leslie Gray Streeter y muchas otras: mis desafortunadas amigas y compañeras del Widow Club, por hacer que el viaje de navegar por esta pérdida sea mucho menos solitario y por traer alegría a mis días.

• Joe Esquibal: mi amigo exepcional, por ser un ejemplo de apoyo en el duelo y por las lecciones que me regaló cuando tuve el honor de acompañarlo en su último aliento.

agradecimientos a mis guías de duelo

Durante la última década, tuve un apetito increíble, y a veces insaciable, por descubrir y aprender de poetas, líderes espirituales, expertos en trauma, novelistas, pensadores, artistas, investigadores y científicos. Me maravilla la forma en que cada uno usa el lenguaje de maneras tan diferentes y desde perspectivas únicas para enseñarnos lo esencial de lo que significa ser humano, la naturaleza de ser y de llegar a ser.

Mientras meditaba sobre lo que quería compartir contigo en este libro, volvía una y otra vez a la variada y profunda sabiduría que muchos de esos maestros tuvieron sobre el tema de la transformación, de cruzar umbrales, de emerger. Encontré consuelo en sus experiencias, habilidad y sabiduría conforme sigo luchando con existir mientras vivo el duelo. ¿O es vivir el duelo mientras existo? Espero que su sabiduría también te brinde consuelo. Entre los guías de duelo que se contemplan en este libro están las siguientes personas:

• Todos mis invitados al podcast, cuya profunda vulnerabilidad y sabiduría única me inspiraron a continuar mi misión de cambiar las narrativas del duelo, una conversación a la vez.

• Chimamanda Ngozi Adichie: autora galardonada, cuyo trabajo, en particular su charla ted “The Danger of a Single Story” y sus memorias Sobre el duelo, acrecentó mi pasión por la expanded storytelling.

• Elizabeth Alexander: poeta, académica, viuda y autora best seller según el New York Times, cuyas memorias The Light of the World resonaron de manera profunda con mi experiencia de viudez.

• Pauline Boss: considerada la madrina de la “pérdida ambigua”, cuyo libro del mismo título e investigación —de toda la vida— dieron lenguaje a una visión más amplia y completa del duelo.

• Brené Brown: trabajadora social, cuyo libro Atlas del corazón me recuerda la importancia de usar un lenguaje preciso para la muy humana experiencia del duelo.

• Susan Cain: autora del best seller Agridulce, cuya invitación a encontrar belleza en el “ambos/y” afirmó mi sabiduría interior y mi búsqueda para invitar a otros a aceptar la complejidad.

• Susan David: psicóloga y autora del best seller Agilidad emocional, cuyas ideas sobre la necesidad de agilidad emocional y su incesante desafío a la positividad tóxica me inspiran todos los días.

• Megan Devine: trabajadora social y autora, cuyo libro Está bien que no estés bien fue una poderosa afirmación de mis creencias de que la cultura causó sufrimiento innecesario a quienes viven un duelo.

• Elizabeth Gilbert: autora galardonada, cuyo libro Libera tu magia reavivó mi creatividad, y cuyo precioso recordatorio de inclinarme con absoluta humildad ante la fuerza del duelo me salvó la vida.

• Prentis Hemphill: terapeuta y maestra somática, cuya sabiduría sobre el yo arraigado y la belleza de los límites fue de enorme ayuda para regresar a mi cuerpo en el duelo.

• Doctor Gabor Maté: médico y autor, cuyo libro El mito de la normalidad amplió mi comprensión de la relación entre los traumas grandes, los pequeños, el apego y el duelo.

• Nora McInerny: autora de Hot Young Widows Club y presentadora de podcasts, cuya combinación de humor y corazón me ayudó a recuperar el amor por el humor y el sarcasmo para suavizar la dureza de la vida.

• Resmaa Menakem: sanador, trabajador social y practicante somático, cuyo libro My Grandmothers Hands me inspiró a sentir y arraigar de una forma nueva el lugar de la cultura al momento de afrontar el trauma.

• Emily y Amelia Nagoski: autoras de Hiperagotadas, cuyas instrucciones sobre cómo conectar nuestras cabezas y cuerpos ayudaron a disminuir la rigidez y la trampa del duelo.

• Dario Robleto: artista y poeta materialista, cuya obra fue un recordatorio constante para ver la responsabilidad moral y la belleza de transmitir la memoria de los demás.

• Mary-Frances O'Connor: psicóloga, investigadora e invitada al podcast, cuyo libro El cerebro en duelo me ofreció una comprensión más profunda de por qué experimentamos el “duelo en el cerebro”.

• Mary Oliver: poeta cuyas profundas reflexiones sobre la vida y nuestra conexión con la naturaleza, mejor capturadas en su poema “Un día de verano”, son mi fuente constante de conexión a la tierra, en especial cuando la vida se siente pesada.

• John O'Donohue: poeta y filósofo cuya sabiduría y poesía, en especial en el libro Anam Cara, fueron unas maestras de vida en una amplia gama de temas, incluido el significado de la belleza y el amor, nuestra conexión con la tierra, qué significa ser humano y, por supuesto, el duelo.

• Ruth Ozeki: autora de la novela A Tale for Time Being, donde exploró nuestra humanidad compartida, la búsqueda de un hogar y articuló de manera hermosa lo que representan las lágrimas del duelo.

• Rainer Maria Rilke: poeta cuya obra, en particular el poema “Ve a los límites de tu anhelo”, te ofrece una invitación reflexiva a estar con los “ambos/y” de la vida.

• Krista Tippett: autora del best seller Becoming Wise y presentadora del profundo podcast On Being, cuya meditación sobre la naturaleza de lo que significa ser humano me enseñó mucho sobre este viaje de la vida.

• David Whyte: poeta y autor, cuyas palabras en “Empieza cerca” y cuya serie Three Sunday ofrecieron una invitación invaluable a ajustar mi mirada cuando la vida se sentía desalentadora.

Nuestras vidas se construyen a partir de las historias que contamos acerca de las experiencias. Una muerte, la pérdida devastadora de una relación, una capacidad, una patria, un sueño o un acontecimiento traumático, es similar a que nos destruyan el manuscrito de nuestra vida y nos lo devuelvan sin instrucciones sobre cómo reescribirlo o cómo vivir. El duelo es el viaje que emprendemos mientras reescribimos y vivimos nuestra historia emergente.

Que este libro te sirva de guía mientras reescribes y vives la historia emergente de tu vida tras la pérdida.

índice de temas

El duelo es confuso, desorientador, no lineal y, por supuesto, una perra. El duelo dificulta la concentración, el procesamiento y la recuperación de información, en especial en las semanas o meses posteriores a una pérdida. La verdad puedes sentirte desorientado, incluso si la pérdida ocurrió hace mucho tiempo. Aunque escribí este libro de modo que cada capítulo se base en el anterior, cada uno tiene su dosis de apoyo en el duelo.

Dado que concentrarse puede ser un desafío, en lugar de un índice típico, creé un índice de temas. Esto facilita el saltar a las secciones y temas que más tienes en mente y corazón. Como el duelo de cada persona es único, no existe un orden correcto para leer este libro, al igual que no existe una manera correcta de vivir el duelo. Aun así, sugiero empezar con la introducción y el prefacio para orientarte sobre mí y sobre lo que ofrece este libro.

–––––

prefacio:

lecciones de vida aprendidas en el fondo del océano

te invito a empezar aquí: orientándote hacia el quién,
qué, dónde, cuándo y por qué del duelo

introducción: una guía para leer este libro

el tiempo en el duelo: descubre cómo y por qué
el tiempo se siente tan diferente

el mundo sigue girando

empieza cerca

el desordenado punto medio

espera, ¿todavía estoy viviendo el duelo?

¿qué diablos me está pasando? ayudarte a ver
el impacto de 360 grados que genera el duelo
(no, no todo está en tu cabeza)

todo apesta (y otros pensamientos negativos)

este es tu cerebro en duelo

tu cuerpo lo sabe

demasiado, muy rápido

emociones, sentimientos y estados
de ánimo, ¡ay, Dios!

otro trabajo de tiempo completo

relacionarte contigo y con los demás (o no):
(re)descubrirte y (re)descubrir tu relación
con los demás en el duelo

todo el mundo tiene estilo (a su manera)

conocer y honrar tus necesidades

oh, cuán lejos llegas y con qué personas
te encuentras (y por qué es agotador)

la gente dice estupideces

¿quién te respalda?

por supuesto que es complicado

acceso denegado

trampas y peligros: identifica al ladronzuelo del duelo
y otros obstáculos para navegar por la pérdida

cuidado con el ladronzuelo del duelo

no hay un gps para el duelo

la ambigüedad apesta

debería es una mala palabra (y no del tipo
de las groserías)

días festivos, aniversarios y otros peligros
del duelo

pérdidas secundarias: las más perras de todas

habilidades y herramientas que ayudan a que
el duelo apeste menos: descubre formas de suavizar
los duros bordes del duelo

nota con atención plena

ayuda de las habilidades de improvisación

es tu turno de respirar con un compañero

busca recursos creativos

haz espacio

¿ahora qué? trae curiosidad a la historia
emergente de tu vida

tu versión hermosa, desordenada y emergente

protege tus recuerdos

creación de significado (aunque no pasó
por una razón)

cuando el duelo se vuelve parte de la historia,
no la historia completa

un poco extra

epílogo

apéndice A: un alfabeto de recordatorios
para tu viaje de duelo

apéndice B: una carta para las personas
que apoyan en el duelo

meditación guiada

Sobre este libro

Sobre la autora

Créditos

El duelo es una perra

ptitulo

prefacio

lecciones de vida aprendidas en el fondo del océano

Imagina, por así decirlo, este retrato: yo, cuando tenía doce años, tomando el sol, dándole a mi cabello corto y castaño rojizo un tono particular de naranja gracias a las grandes cantidades de Sun-In que le apliqué los días anteriores. (Un saludo a la década de los ochenta por el look y a Prince por la referencia musical).

Estaba de vacaciones con mi padre, sentada junto a la piscina, con cualquier angustia que una pueda tener en la preadolescencia, a los doce años. Quizá pensaba: “¿Estoy engordando? ¿Ya necesito usar bra? ¿La gente ve mi acné? ¿Por qué Paul no se fija en mí durante la clase?”.

De la nada, un instructor de buceo interrumpió mi angustia y me preguntó si quería ir a bucear con mi papá ese día. ¿Yo? No era posible que me estuviera hablando. Pero lo era y antes de que mi cerebro pudiera procesar su invitación, me oí decir: “Sí”.

Espera. ¿Qué carajos?

Sí, era una mal hablada cuando tenía doce años.

¿Por qué dije “Sí”? No era del tipo de niña que decía: “Sí, me apunto”. Pero ahí está: el primer recuerdo que tengo de mí como una persona que dice “Sí” (y alguien a quien le encantan las buenas groserías).

La lección de buceo solo duró una hora. ¡Una hora! Recuerdo la incómoda sensación de meterme en un traje de neopreno. La lucha de ponerme la máscara y las aletas por primera vez. Cuando me puse el chaleco de control de flotabilidad y el tanque por primera vez, recuerdo preguntarme si aterrizaría de espaldas por el peso de todo. Por fortuna, no lo hice.

Nadé algunas vueltas en la alberca con el equipo puesto para demostrarles —y demostrarme— que estaba suficientemente en forma para bucear. Luego me sumergí en el fondo de la piscina y respiré por primera vez bajo el agua. Fue aterrador y estimulante a la vez. Algo así como la vida. En ese momento experimenté algo en verdad extraordinario. Respirar bajo el agua me hizo sentir como si pudiera hacer lo imposible. Ese recuerdo arraigado me sería útil muchas veces en las siguientes cuatro décadas.

Al cabo de dos horas, mi padre y yo estábamos en un barco sobre el magnífico azul del océano Pacífico. El instructor de buceo me dijo que me tirara por el costado del barco. Hacia atrás. “No te preocupes”, dijo. “Es fácil. Solo sumérgete y respira profundo”. Para mi sorpresa, eso hice tal cual. Y de algún modo tenía razón… más o menos.

Bucear resultó incómodo, pero fue más fácil de lo que pensaba. En aquella primera inmersión en las profundidades descubrí que la vida no viene con un itinerario, ni un horario, ni siquiera un manual de instrucciones. Pero aquel día aprendí dos lecciones importantes: sumérgete y respira profundo.

Hasta donde puedo decir, esas dos acciones cubren casi todo lo que necesitas saber no solo para sobrevivir en el mundo, también para prosperar.

Bueno. Casi todo.

Tomar la decisión de decir “Sí”, sumergirme y respirar profundo me brindó momentos increíbles de alegría, amor y risa. Me dieron relaciones y amistades invaluables, me enseñaron habilidades que nunca imaginé adquirir y me llevaron a vivir aventuras gratificantes, y a veces locas, alrededor del mundo.

Todavía no me había dado cuenta en mi juventud, sentada en el borde de un barco en medio del Pacífico, de que una cosa es sumergirse y respirar profundo en un evento de tu elección, cuando algo tiene la posibilidad de dicha, aventura y felicidad (como descubrí ese día, es casi fácil)… Pero ¿qué pasa cuando no es tu elección? ¿Qué pasa cuando, en lugar de una aventura prometedora, te empujan a aguas profundas y lo que te espera es dolor, sufrimiento, miedo, incluso trauma? Esos momentos desafían la capacidad de esas reglas de vida para sostenernos. Esos momentos requieren una tercera regla crítica. Es una regla que me enseñó el instructor de buceo en aquella primera inmersión, aunque la había olvidado porque no la necesité ese día. La tercera y más importante regla del buceo, y de la vida, es que cuando te quedas sin aire, es vital respirar con un compañero.

De hecho, los momentos de quedarse sin aire son el tipo de experiencias de vida que mi madre llama omoc (Otra Maldita Oportunidad de Crecimiento). Tuve muchas de esas. Quizá todas las omoc que sucedieron desde aquel primer viaje de buceo me prepararon para sumergirme, respirar profundo y respirar con un compañero en medio de la experiencia más dolorosa que enfrenté hasta ahora: el amor de mi vida muriendo en mis brazos.

Uno de esos momentos alegres de inmersión fue cuando me enamoré de Eric Keefauver. Con rapidez se convirtió en mi mejor amigo, compañero de viaje, esposo y padre de nuestra hija. Su sonrisa iluminaba mi corazón y cada habitación en la que entraba. Estaba interesado de manera genuina en aprender, explorar, conectarse y crecer. Era bueno en todo, lo cual, para ser sincera, a veces resultaba en verdad molesto. Por ejemplo, empezó a esquiar cuando tenía treinta y tantos —algo que yo había hecho desde los cinco años— y era mejor que yo al final de la primera temporada.

También tenía una memoria como nadie que yo haya conocido —menos mal, porque ese no es mi fuerte—. Hablaba de la altura de una montaña que aparecía en un documental que habíamos visto seis meses antes como si todos lo recordaran. Yo me sentía orgullosa si recordaba el título de la película.

Eric vivió su vida con curiosidad y entusiasmo… y amaba con todo su corazón.

Todos esos atributos empezaron a desaparecer en el transcurso de un año y ni él ni yo sabíamos por qué. Se convirtió en un extraño para sí, para mí y para nuestra hija. Su personalidad, memoria y cuerpo se volvieron irreconocibles con el paso de los meses. Navegar por el sistema de atención médica fue frustrante, lleno de rechazos y diagnósticos erróneos, sin pruebas en el camino.

Incluso con otro adulto en casa, yo criaba a solas la mayoría de los días y además atendía a mis pacientes y al personal como directora clínica de una organización sin fines de lucro. En casa se vivía una pesadilla. Ambos estábamos en terapia individual. Cuando el comportamiento de Eric se volvió peligroso, hice planes de seguridad. Cada día era un infierno. Me preguntaba qué había pasado con el hombre y padre cálido, generoso y compasivo que amaba. Mi mente estaba a toda marcha 24/7, tratando de encontrar una explicación de cómo terminamos en esta película de terror. Solo quería recuperar a mi esposo.

Entonces, un día a finales del verano de 2011, Eric me llamó a la sala de urgencias de un hospital. Casi ignoré su llamada porque las tensiones entre nosotros eran muy altas. Treinta minutos después, estaba en un frío consultorio, Eric mirándome y luego ambos mirando a un neurólogo. Vimos al médico, boquiabierto, señalar una imagen del cerebro de Eric. Ahí estaba. La respuesta que habíamos buscado, pero que de ninguna manera estábamos preparados para escuchar. Eric tenía un tumor del tamaño de una toronja que había desplazado su tallo cerebral. El médico estaba sorprendido de que Eric caminara o hablara.

El 8 de agosto de 2011, apenas nueve días después de enterarnos del tumor y cuatro días después de nuestro noveno aniversario de bodas, Eric se sometió a una cirugía de catorce horas para extirpar la mayor cantidad posible de tumor. Pasé el día en la sala de espera del hospital, sentada, paseando, llorando y gritando, rodeada de amigos y familiares que se turnaban para respirar conmigo. Esa noche, las enfermeras me dejaron verlo en el postoperatorio. Tenía la cabeza vendada, el área alrededor de sus ojos estaba negra y azul y toda la cara estaba hinchada, era casi irreconocible. Hablé con él y escuché su voz. Nos dijimos “te amo” y me afirmó cuánto amaba a nuestra hija Lily, de siete años.

Siempre estaré agradecida por ese intercambio, porque después de ir a casa unas pocas horas para ver cómo estaba Lily, regresé y encontré una habitación llena de médicos y enfermeras rodeando la cama de Eric. Había entrado en coma. Me desplomé en el suelo. Al final llamé a mi gente. Con ella, y a veces sola, me senté junto a la cama de Eric durante los siguientes seis días, rogándole que despertara. Es difícil respirar cuando tu cerebro es absorbido por información demasiado horrible de procesar. El proceso natural de respirar parecía imposible. Este era un momento en el que necesitaba respirar con mis amigos y familiares.

Durante seis días y noches me senté al lado de Eric. Después de otra cirugía de doce horas, exploraciones y pruebas adicionales, los médicos dijeron que Eric había experimentado una serie de ataques cerebrovasculares catastróficos y nunca recuperaría el conocimiento. Dejé de respirar por un momento, tal vez más. Mi papá y mi suegro estaban ahí, y creo que ellos también dejaron de respirar. Pero al final nos ayudamos a respirar de nuevo.

Tomé la desgarradora decisión de quitarle el soporte vital, una decisión que se hizo un poco menos dolorosa porque habíamos discutido sus deseos antes de la cirugía. A continuación, decidí —la primera decisión de crianza entre muchas que tomaría sola— llevar a nuestra hija al hospital para despedirse de su padre. Después de que sus amigos y familiares se despidieran, después de que las enfermeras retiraran la mayoría de los cables, tubos y monitores me metí en la cama con Eric. Me acurruqué junto a él durante casi nueve horas, empapando sus sábanas con mis lágrimas, reviviendo las historias y aventuras de nuestros doce años juntos y diciéndole lo agradecida que estaba con él por haberme enseñado lo que significa ser amada de verdad. A las 6:06 a. m. del 16 de agosto de 2011, con mis brazos alrededor de él, Eric exhaló su último aliento.

Y de alguna manera, yo di mi primer aliento sin él. Al final, mi amiga Susan vino y me apartó de su lado, me llevó al auto, mientras compartía su oxígeno conmigo, recordándome que debía respirar. Las horas, días, semanas, incluso meses después de su muerte fueron borrosos. Cada minuto, luego cada hora, luego cada día tenía que recordarme que debía respirar profundo (no digamos profundo, que debía respirar en general).

Tuve que aprender a pedir ayuda a los demás. No voy a mentir, eso fue difícil. Pero me di cuenta de que todos necesitamos ayuda. Esta vez fui yo quien se quedó sin oxígeno. Mis amigos seguían recordándome que cuando se estaban quedando sin aire, yo siempre estaba ahí para respirar con ellos. “Está bien”, dijeron. “Ahora es nuestro turno”.

Y aquí estoy, en 2024, a doce años desde la muerte de Eric. Tengo el honor de realizar un trabajo muy significativo con personas, comunidades y organizaciones. Los límites de ese trabajo parecen desaparecer conforme llego a personas de todo el mundo a través del podcast Grief is a Sneaky Bitch, conferencias y discursos, incluida una charla tedx.

Gané algunas amistades nuevas e increíbles y también aprecié algunas antiguas. Soy madre soltera de tiempo completo de Lily, que ahora tiene veinte años y está en la universidad. ¿Cómo ocurrió eso? Ya enfrentó algunos desafíos y tragedias increíbles que yo no tuve que soportar a su edad. Como su madre, esto me rompe el corazón por completo. Pero al igual que yo cuando tenía doce años, Lily se convirtió en buceadora. Para algunos, el buceo puede ser solo un deporte o un pasatiempo. Pero sé que es más que eso. Está aprendiendo las increíbles instrucciones que necesitará para sobrevivir y prosperar en este mundo: sumergirse, respirar profundo y respirar con un compañero cuando sea necesario.

Espero que al final de este libro tú también sepas y practiques esas instrucciones.

te invito a empezar aquí

orientándote hacia el quién, qué, dónde, cuándo y por qué del duelo

introducción

una guía para leer este libro

Hola, amigo y compañero de duelo:

Aunque espero que hayas encontrado consuelo al ser llamado “mi amigo” hace un momento, imagino que lo que no te gustó tanto es la parte de “compañero de duelo”. Nunca deseaste que te nombraran así. Yo tampoco. Pero aquí estamos, juntos.

Por favor, debes saber que te veo y te tengo en mi corazón. Reconozco la cantidad de valor que necesitaste para abrir un libro sobre el duelo. Conozco la fuerza que se necesita para venir a tu propio rescate y estar con tu duelo al pasar estas páginas.

Sí, es verdad: el duelo es una perra. Pero no te preocupes, aquí estoy para ti. Es un honor para mí ser tu guía y compañera en el camino. La trampa del duelo es algo que exploraremos juntos a lo largo de este libro. Espero que ver la naturaleza sigilosa del duelo te ayude a deshacerte de la idea de que hay un camino simple que debes seguir, que debes saber de manera intuitiva cómo hacerlo “bien” o “mejor”, o que no debes tropezar y caer en el camino. Al igual que las pautas sobre cómo leer este libro, no existe una única manera correcta de navegar por la pérdida.

Pero la trampa no es del todo natural. Algunas de las formas tramposas y tortuosas en que el duelo aparece en nuestras vidas no son inherentes a él. Son creadas de manera artificial y muy dañinas. De manera implícita y explícita, consumimos en colectivo una historia de duelo estrecha y problemática, basada en un conjunto dañino de creencias que hacen que este trabajo doloroso y desordenado sea aún más insoportable y desorientador.

Por eso, antes de zarpar y tropezar con los capítulos que llaman a tu corazón y a tu mente, te invito a empezar aquí. Quiero ayudarte a reconocer e identificar nuestras creencias colectivas y las historias que contamos a nosotros y a los demás sobre el duelo. Todos tenemos esas creencias. Espero que comprendas que encontrar el camino a seguir en el duelo significa que primero tenemos mucho que aprender y desaprender sobre esas creencias.

CREENCIAS SOBRE EL DUELO Y LAS HISTORIAS QUE CONTAMOS

“En lo que nos enfocamos se convierte en nuestra realidad”. Sí, ese dicho está tatuado en mi cuerpo y, no, no te estoy diciendo: “Elige ser feliz”. Qué horrible. Yo nunca te haría eso. La expresión proviene de mi formación en terapia narrativa hace más de veinte años. Significa que el lenguaje usado para describir eventos no es neutral. No comunica hechos. Da forma a cómo nos sentimos y refuerza lo que creemos.

La creencia se define como “la aceptación de que algo es verdad o existe”. Ya sea de manera consciente o inconsciente, tenemos creencias sobre todo tipo de cosas, incluido el duelo. Yo las llamo “creencias sobre el duelo” y dictan nuestras suposiciones sobre cómo debemos sentirnos, pensar y comportarnos. Recuerda, esas ideas no son hechos ni son neutrales. En realidad, muchas de las creencias sobre el duelo pueden tener consecuencias desastrosas para todos.

Cuanto más expresamos las creencias sobre el duelo, ya sea ante nosotros o en voz alta ante los demás, más creemos que son ciertas con C mayúscula. Esas historias falsas, pero ahora familiares, dan forma a cómo nos sentimos y experimentamos el duelo. De manera inevitable, construimos una historia que parece tan cierta que terminamos juzgándonos con ella.

El problema con las creencias sobre el duelo no examinadas en nuestras historias es que, sin saberlo, nos estamos cargando de ideas tóxicas y dañinas de manera innecesaria. Como revisaremos con más detalle en “acceso denegado”, las consecuencias de no examinar las creencias sobre el duelo no solo nos afectan a nosotros. Tiene consecuencias reales para las personas a las que se las transmitimos sin saberlo.

LA HISTORIA ES INCOMPLETA E INEXACTA

En occidente, de manera individual y colectiva, consumimos una historia de duelo muy estrecha, equivocada e incompleta. Como resultado, juzgamos a nosotros y a los demás a partir de una historia que dice algo como esto:

El duelo ocurre cuando muere alguien cercano a ti. Te sientes triste y tal vez enojado, pero solo con moderación. Esos sentimientos pueden durar un tiempo, tal vez meses si la persona era muy cercana. En general, te guardas los sentimientos. Si es necesario, consultas a un terapeuta o buscas un grupo de otros dolientes como tú para no transmitir tu duelo a otras personas. Te mantienes ocupado, vuelves al trabajo, ya sabes, porque es “bueno para ti”. Luego, tan pronto como sea posible, avanzas de manera clara y ordenada a través de las cinco etapas del duelo, como si fuera una especie de lista de tareas pendientes. Y voilá. Si eres lo suficientemente bueno, fuerte y te esfuerzas mucho, en un año más o menos, lo habrás superado. Y ahora puedes seguir adelante.

Como estás leyendo este libro, ya sabes que esas son puras tonterías. Tengo el presentimiento de que también sabes que, en el fondo, es la historia con la que tú y otros se miden. El propósito central de mi trabajo es ampliar las narrativas del duelo.

Durante mucho tiempo confié en la sabiduría del brillante trabajo de la autora Chimamanda Ngozi Adichie. En particular, me fascina su charla ted “El peligro de una sola historia”, sobre los peligros de la historia única cuando se trata de estereotipos raciales y culturales. En parte, dijo: “Una sola historia crea estereotipos, y el problema con los estereotipos no es que sean falsos, sino que están incompletos. Hacen que una historia se convierta en la única historia”.

Comprendí que esta verdad también se aplica al daño que nos causa nuestra estrecha historia colectiva de duelo. Las narrativas limitadas que consumimos sobre el duelo nos hacen sentir invisibles e indignos de nuestras muy válidas, confusas y variadas experiencias de duelo. También nos lleva a negar o descartar las diferentes fuentes y experiencias del duelo de los demás. En mi carrera profesional como trabajadora social y en mi duelo personal, observé que esa estrecha historia de duelo es, tal vez, el mayor contribuyente al sufrimiento innecesario.

ORÍGENES DE LA HISTORIA

Tal vez te preguntes cómo llegamos hasta aquí. Quizá te preguntas: “¿Cómo terminamos con esta estrecha, dañina y singular historia de duelo? ¿De dónde vienen las creencias sobre el duelo? ¿Por qué nadie habló nunca de ellas? ¿Por qué nadie me pidió que considerara si quería conservarlas?”.

Tuve todas estas preguntas hace más de una década, tras la muerte de Eric. Poco a poco me di cuenta de que todos tenemos esas creencias dañinas sobre el duelo y comencé a ver el enorme daño que estaban causando.

Como dijo la sabia Maya Angelou: “Si no sabes de dónde vienes, no sabes a dónde vas”. Así que obtengamos algunas respuestas. Aunque cada uno tiene su variedad única de creencias sobre el duelo, estas provienen de algunas fuentes comunes e incluyen algunos temas que muchos compartimos.

Influencias culturales

La cultura es el aire que respiramos. Son los valores que absorbemos de las leyes y políticas de las instituciones formales, del contenido de los sistemas educativos y de los medios que consumimos. En Estados Unidos y en gran parte del mundo occidental hay cinco creencias sobre el duelo particularmente dañinas que a lo largo de nuestras vidas llegaron a nuestra psique.

• Productividad sobre proceso. La cantidad de hashtags en redes sociales y de aplicaciones de software es una prueba de lo obsesionados que estamos con la productividad en nuestra cultura. Idolatramos y celebramos los “ajetreos” y los “trabajos paralelos”. Decimos con orgullo cosas como “dormiré cuando esté muerto” y escribimos “#goals”. Sabes que estás llevando esta creencia en tu duelo si descubres que dices cosas como estas: “Debería hacer todo esto mejor, más rápido y eficiente. ¿Qué me pasa? ¿Por qué me toma tanto tiempo llegar ahí?”. Esta obsesión por la productividad, combinada con el mito de que el duelo es solo una meta que se puede lograr y de la que podemos seguir adelante, lo hace más complicado para nosotros, los dolientes.

• Simplicidad sobre complejidad. Nos encanta la fórmula “X pasos” para casi todo en nuestro mundo moderno. Por supuesto que sí, porque estas fórmulas suelen ser maneras útiles de aprender algunas habilidades prácticas. Pero la proliferación de publicaciones en línea con clickbait y los cinco titulares de noticias más importantes nos llevan a creer y a esperar que nada tiene por qué ser complicado. Solo necesitamos ser lo suficientemente inteligentes para descubrir cómo resumir el plan en instrucciones sencillas paso a paso y luego seguirlas. Sabrás que esta creencia se infiltró en tu duelo si descubres que dices cosas como estas: “Solo necesito descubrir cómo superar esto. Algo anda mal en mí porque me siento aliviado y muy triste al mismo tiempo”.

• Destinos sobre viajes. Aunque decimos cosas como estas: “No se trata del destino, sino del viaje”, eso no es lo que celebra nuestra cultura. En cambio, los medios están llenos de clips cortos o artículos sobre el resultado y, tal vez, en buena medida, algunos momentos destacados de los momentos de minilogros a lo largo del camino. Rara vez podemos vislumbrar todos los tropiezos, pasos en falso y estancamientos que implica cualquier viaje. En conjunto, casi no vemos el valor o la realidad de lo que fue necesario para llegar al final. Nos engañamos aún más porque, a medida que avanza el ciclo de noticias, no escuchamos historias sobre el inevitable retroceso después de haber alcanzado la meta. Una señal de que llevas esta creencia en tu duelo es cuando te dices algo como esto: “¿Por qué me siento así otra vez? Pensé que ya había superado esto. Solo necesito superar esto. ¿Por qué no puedo seguir adelante?”.

• Estoicismo sobre vulnerabilidad. Aunque no es objetiva, la historia dominante que se cuenta en la mayoría de las escuelas sobre cómo Estados Unidos se convirtió en una gran nación tiene sus raíces en personas que “salieron adelante por sí mismas”. Convertimos en héroes a personas que parecen imp

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