UN PREFACIO PERSONAL
IR MÁS ALLÁ
Este libro es una invitación para que descubras quién eres en realidad, comenzando con dos simples preguntas: en los momentos en que te sientes muy feliz, ¿también te ves a ti mismo siendo feliz? Cuando te enojas, ¿alguna parte de ti está totalmente libre de enojo? Si contestaste “sí” a las dos preguntas, puedes dejar de leer. Ya has llegado. Has ido más allá de la conciencia cotidiana, y este ir más allá es lo que se necesita para saber quién eres realmente. El conocimiento de ti mismo se desplegará para ti todos los días. A la larga —o quizás en este preciso momento— te verás a ti mismo viviendo en la luz. Al igual que el gran poeta bengalí Rabindranath Tagore, podrás decir: “El hecho de que yo exista es una sorpresa perpetua”.
Sería fascinante conocerte, porque sin duda tu existencia es bastante inusual; incluso podrías asumir que eres único. Miras a tu alrededor y ves que la gran mayoría de la gente es simplemente feliz cuando está contenta, y enojada cuando está enojada. Pero tú no. Tú ves más allá.
Cuando comencé a escribir libros hace 30 años no había duda de que ser feliz y enojarse era normal, sin el elemento añadido de observarte a ti mismo. El término atención plena ni siquiera existía; la meditación todavía era considerada sospechosa por la persona promedio, y todo el asunto de una conciencia más elevada era visto con la dura mirada del escepticismo. Yo era un médico joven en Boston con una familia que iba en aumento, y pasaba los días trabajando, dando servicio a una larga lista de pacientes y viajando cada día entre dos o más hospitales.
Cuando me alegraba porque mejoraba un paciente enfermo de la tiroides ¿me observaba a mí mismo siendo feliz? No. Al igual que todos los demás a quienes conocía, yo estaba contento o enojado sin tener misterio alguno al respecto. Pero al provenir de la India yo buscaba en mis recuerdos de infancia las pistas para un estado diferente de ser. De acuerdo con un Upanishad antiguo, la mente humana es como dos pájaros posados en una rama. Uno de los pájaros está comiendo una fruta del árbol, mientras que el otro lo mira amorosamente.
Desde que asistí algunos años a una escuela de una orden de hermanos católicos encontré otras claves de una fuente distinta, como Jesús que les decía a sus discípulos que debían “estar en el mundo sin ser del mundo”. Si buscas esa frase en Google encontrarás una gran confusión sobre lo que realmente significa, pero la esencia de esa enseñanza es que existe una diferencia entre creer en la vida mundana y no creer en ella. Cuando no crees en ella, dice Jesús, de alguna manera estás con Dios.
Desearía poder decir que estas pistas sobre una conciencia más elevada me transfiguraron y le dieron forma a mi vida. No fue así. Las guardé en el fondo de mi mente, y nunca las evoqué en mi vida ocupada y llena de estrés. No existía la conciencia incipiente de la Verdad, con V mayúscula, la cual es que yo, y todo el resto del mundo, encarnamos el misterio de la existencia. Finalmente, ésta es la razón por la que Tagore se encontraba perpetuamente sorprendido. Una vez que despiertas a la realidad enfrentas el misterio de la vida de forma íntima y personal: no podría haber misterio sin ti.
En una frase o dos he dado saltos gigantescos, lo sé. Hay un abismo profundo entre las cosas que una persona debe hacer en un día —comenzando por levantarse, vestirse, ir al trabajo y demás— y el misterio de la existencia. Una sociedad basada en la razón y la ciencia ve con escepticismo cualquier noción como estar en el mundo sin ser del mundo, o la Verdad, con V mayúscula. Vivimos juntos en una realidad que obedece a la ley de “lo que ves es lo que hay”. El mundo físico nos confronta: lidiamos con sus múltiples desafíos, y como la mente racional indaga en la oscuridad de lo desconocido, lo que emerge de ello son nuevos hechos y datos, no un sentido de asombro de que existamos en primer lugar.
Lo primero que me persuadió a enfrentar el misterio de la vida —y el misterio de mí mismo como un ser humano— fue la medicina. Practiqué endocrinología, especialidad que me fascinaba porque las hormonas son químicos únicos. Pueden volverte flojo y desanimado si tienes una deficiencia tiroidea; pueden hacer que huyas o luches cuando te enfrentes a una amenaza. Un estallido de adrenalina es el responsable de una reacción común ante un mago callejero que levita frente a tus ojos, mientras los espectadores se sobresaltan o se alejan.
Estamos tan acostumbrados a aceptar que estos comportamientos son inducidos químicamente que casi todos conectan el comportamiento adolescente con “hormonas enfurecidas”. Incluso cuando el deseo sexual es controlado de alguna manera nunca está del todo domesticado, así como enamorarse nunca es algo racional. Si yo hubiera estado satisfecho al aceptar el sentido común de la conexión entre las hormonas y los efectos que provocan, no habría más que contar.
Pero hay un inconveniente, y afecta las cosas mucho más allá de las hormonas: potencialmente revierte la realidad misma. Existe una hormona cerebral llamada oxitocina, que se ha ganado el nombre de la “hormona del amor”, porque la presencia de niveles más altos de esta hormona en el cerebro vuelve a una persona más afectiva y confiada. Pero esta molécula secretada por la glándula pituitaria es mucho más compleja que eso. La madre secreta niveles más altos de esta hormona durante el parto y la lactancia, fomentando un vínculo cercano con el bebé. Si acaricias a tu perro por algún rato, la oxitocina se eleva tanto en ti como en tu perro. La oxitocina hace que las personas amen más la bandera de su país, mientras que les son indiferentes las banderas de otras naciones. Durante la actividad sexual la oxitocina aumenta en las mujeres y hace que se vinculen emocionalmente con sus parejas sexuales, pero el efecto no parece ser igual en los hombres.
Algo extraño debe estar sucediendo, y sin embargo estos complejos descubrimientos no sacuden la fe de la mayoría de los endocrinólogos. Yo era diferente. Lo que me molestaba era que la oxitocina de hecho no hace nada de lo que se le acredita a menos que la mente lo acepte. Una mujer no sentirá mayor afecto por una pareja sexual si es forzada, si está atemorizada, enojada o simplemente distraída por algo más importante. Tu oxitocina no se elevará si acaricias a un perro que te desagrade. No amarás la bandera de tu país si un régimen autoritario te obliga a saludarla.
Llegué a ver el efecto explosivo de la conexión mente-cuerpo. Es como si fuéramos dos criaturas: una de ellas un robot que puede ser programado por químicos, y la otra un agente libre que piensa, considera y decide. Al parecer estas dos criaturas son incompatibles. No tienen derecho a coexistir, y sin embargo lo hacen, como lo refleja la estructura de nuestro sistema nervioso. Una parte opera de forma automática, permitiendo que la vida continúe sin que pienses al respecto. No tienes que pensar para seguir respirando o hacer que lata tu corazón, pero puedes tomar control conscientemente, y el sistema nervioso voluntario te permitirá alterar tu respiración e incluso, con un poco de práctica, disminuir tu ritmo cardiaco.
De pronto estamos al borde de un misterio, porque algo debe decidir actuar o no. Ese algo no puede ser el cerebro, porque al cerebro le es indiferente si usa un lado u otro del sistema nervioso central. En el lado involuntario, el cerebro disminuye tu ritmo cardiaco si corres un maratón, pero fuiste tú quien decidió correr el maratón en primer lugar.
Entonces, ¿quién es este “tú”?
Esa pregunta trivial es lo que afecta la realidad. En cualquier momento tú —esto es, el ser— decides a qué sistema nervioso llamar; por lo tanto tú no puedes ser la creación de ninguno de los dos sistemas. Cuando te das cuenta de este simple hecho estás en el camino de la conciencia de ti mismo. Puedes estar contento y al mismo tiempo observarte estando contento; comienzas a experimentarte completamente sin enojo, incluso si demuestras enojo.
La razón de este movimiento es simple: has ido más allá del lado mecánico de la vida. Has despertado a quien realmente eres, el usuario del cerebro, pero no el cerebro; el viajero en un cuerpo, pero no el cuerpo; el pensador de pensamientos que está lejos, muy lejos de cualquier pensamiento. Como te mostraré en las siguientes páginas, tu verdadero ser está más allá del tiempo y el espacio. Cuando te identificas con tu verdadero ser has logrado el dictado de estar en el mundo sin ser del mundo. La palabra griega meta significa “más allá”, por ello la utilizo para describir la realidad que se encuentra más allá de “lo que ves es lo que hay”. Cuando ocupas la metarrealidad eres un metahumano.
De vez en cuando todos ya estamos ahí. La metarrealidad es la fuente de toda creatividad, porque sin ir más allá de lo viejo y lo convencional no habría nuevos pensamientos, obras de arte, libros o descubrimientos científicos. Sin importar cuántos pensamientos hayas tenido a lo largo de tu vida, hay una infinidad de pensamientos más para pensar; sin importar cuántas oraciones los escritores hayan plasmado en el papel, hay una infinidad de oraciones más para escribir. Las palabras y los pensamientos no están almacenados en el cerebro como información en una computadora para ser malabareados mecánicamente cuando se necesita otro pensamiento. Shakespeare no estaba tan sólo malabareando su vocabulario isabelino: empleaba las palabras de forma creativa. Van Gogh no solamente combinaba los colores estándar en el espectro: usaba el color como una nueva forma de ver el mundo a su alrededor.
Ir más allá es la forma en que una persona decide si su vida es lo bastante significativa. Cuando deseas más de lo que la vida te está dando no es tu cerebro el que busca un mayor significado, ni es la persona de todos los días atrapada en la rutina de la vida. El ser, que ve las cosas desde una perspectiva más elevada, está decidiendo al respecto. El ser también decide a quién amar, lo que es verdad, si confiar o no, y así sucesivamente. Si una madre piensa que un niño de tres años malhumorado necesita una siesta, ha ido más allá de una simple evaluación de lo que el niño hace y dice. Los niños malhumorados dicen todo tipo de cosas, y si las madres les creyeran, no serían mejores que los niños.
Si ir más allá ha demostrado ser tan indispensable, ¿por qué no somos metahumanos todavía? No hay motivo para continuar repitiendo las mismas opiniones triviales y gastadas para seguir las mismas convenciones sociales pasadas de moda y rendirnos ante el pensamiento conformista. Todas esas trampas de pose en las que caemos, y el resultado es más de los mismos conflictos, guerras, violencia doméstica, prejuicio racial e inequidad de géneros de los cuales hemos sido presas a lo largo de la historia. Elegimos ser nuestros propios prisioneros. Esta paradoja, jugar el papel de preso y carcelero al mismo tiempo, ha causado sufrimientos inconmensurables a la humanidad.
Terminar con este terrible desastre implica una cosa: cambiar de ser humanos a metahumanos. Los dos estados existen aquí y ahora. No se debe ir a ningún lugar para alcanzar la metarrealidad. Como los dos pájaros en el árbol, te estás deleitando con la vida mientras que también te observas. Pero la parte de observar ha sido ignorada, suprimida, pasada por alto y sobrevalorada. En las tradiciones espirituales del mundo la transformación que te vuelve metahumano es conocida como “despertar”. Una vez que alguien se eleva al estado de metahumano parece que el antiguo yo cotidiano fuera un sonámbulo, apenas consciente de las posibilidades infinitas de la vida.
Estar despierto es aceptar la conciencia plena de uno mismo. Muchas otras metáforas me vienen a la mente. Ser metahumano es como sintonizar toda la banda de radio en vez de sólo una estación. Es como una cuerda vibrando hacia una nota más alta. Es como ver un mundo entero en un grano de sal. Pero como es una palabra limitante. Lo verdadero es indescriptible y debe ser experimentado de primera mano, justo como la vista no puede ser descrita a alguien que nació ciego, pero sería revelador si esa persona pudiera empezar a ver.
Los editores incentivan a los escritores a persuadir a los lectores usando una gran promesa de algo nuevo, fresco y diferente. Despertar es tan viejo como ser humano. Es imposible prometer algo como despertar, lo cual es indescriptible en primer lugar. Al releer mis obras anteriores siento que estaba inhibido por lo peculiar y misterioso que es despertar. Sin embargo, esta vez he inhalado profundo y me he arriesgado. Confío en que el lector no sea alguien que nació ciego para quien la vista es algo completamente desconocido. Con una pizca de confianza, a todos nos pueden mostrar que ya somos metahumanos y que la realidad está aquí y ahora.
No sé quién será persuadido y quién no. Al final, el misterio de ser humano se obedece solamente a sí mismo. Sin embargo tengo fe en una cosa. Si al leer este libro te conectas con lo que significa despertar te darás cuenta de la verdad en mucho menos tiempo que los 30 años que me tomó a mí. Entre más rápido el metahumano comience en nuestra vida es mejor.
PANORAMA GENERAL
SER METAHUMANO ES UNA
ELECCIÓN DE POR VIDA
La gente hace muchas cosas para mejorar su vida. Podrías decir que las sociedades desarrolladas viven en una edad de oro en lo que se refiere a la calidad de vida. Se ha vuelto realista esperar vivir décadas con buena salud comiendo alimentos orgánicos e integrales disponibles a la vuelta de la esquina, sin mencionar tener cosas que antes estaban fuera del alcance de la persona promedio, como ser dueño de tu propia casa y retirarte con cierto tipo de seguridad.
Entonces, resulta extraño que millones de personas se esfuerzan en mejorar su vida sin mejorar su realidad personal. Las dos cosas están íntimamente relacionadas, y si no mejoras tu realidad, mejorar tu vida es algo inestable y poco viable. La realidad no es solamente lo que “está allá afuera”: es muy personal. Dos personas que viajan todos los días al mismo trabajo pueden ver el mundo de formas completamente distintas, una de ellas sintiéndose ansiosa por su seguridad en el trabajo y la posibilidad de ser despedida, y la otra sintiéndose plácidamente contenta y optimista. Dar a luz podría ser el mismo evento físico, sin ninguna complicación médica, para dos madres primerizas, pero una puede sufrir depresión posparto mientras que la otra está llena de alegría maternal.
La realidad personal nos define. Consiste en todas las cosas en que creemos, las emociones que sentimos, nuestro conjunto único de recuerdos, y toda una vida de experiencias y relaciones. Nada es más decisivo en la manera en que resulta la vida de una persona. Así que es peculiar —podría decirse que es profundamente misterioso— que construyamos nuestra vida sobre una abismal carencia de conocimiento sobre quiénes somos en realidad. Indaga en cualquier asunto básico sobre la existencia humana, y detrás de la fachada de la opinión experta yace un vacío donde debería estar el entendimiento.
No tenemos idea de por qué los humanos estamos diseñados tanto para amar como para odiar, pregonar la paz y practicar la violencia, oscilar entre la felicidad y la desesperanza, y llevar una vida gobernada por la confianza en uno mismo en un momento y dudar de nosotros al siguiente. Ahora mismo, a tu manera, actúas todas estas contradicciones. Eres un misterio para ti, porque todos somos un misterio para nosotros mismos. Lo que hace que la gente siga adelante es la rutina cotidiana y la esperanza de que nada vaya terriblemente mal.
No estoy devaluando las cosas por las que vive la mayoría de la gente —la familia, el trabajo y las relaciones—. No obstante, para ser francos, incluso las cosas más importantes no las manejamos con la confianza de que sabemos lo que estamos haciendo. Por ello no es de sorprender que pasemos tanto tiempo trabajando para mejorar nuestra vida y tan poco tiempo trabajando para mejorar nuestra realidad. La realidad es demasiado confusa. Estamos bien si ignoramos las aguas profundas y permanecemos donde estamos seguros en lo superficial.
Sin embargo, un puñado de personas se ha aventurado a aguas más profundas, y en cada cultura esas personas dan cuenta de experiencias extrañas y al mismo tiempo inspiradoras. Es inspirador amar a tus enemigos, pero ¿quién los ama realmente? El hecho de que te digan que el amor infinito es divino no hace que así sea tu realidad. La paz eterna compite con el prospecto del crimen, la guerra y la violencia en todas las épocas. Un puñado de personas son veneradas como santas, y cabe la posibilidad de que sean etiquetadas como locas, o simplemente que sean desestimadas por ser demasiado buenas para este mundo.
Pero algo está más allá de la duda: la realidad personal es donde se lleva a cabo todo el juego. Contiene todo el potencial que los seres humanos han logrado, pero también las limitaciones que nos frenan. Un psicólogo neoyorquino llamado Abraham Maslow, que murió en 1970, sigue siendo famoso hoy porque nadó contracorriente. Mientras que la típica carrera de psicología consistía en examinar las enfermedades y defectos de la psique, Maslow sintió que la naturaleza humana iba mucho más allá de la experiencia cotidiana. Su idea central, que ahora ha florecido mucho más lejos de lo que él imaginó, es que los seres humanos estamos diseñados para alturas extraordinarias en la experiencia y, más que eso, deberíamos estar creando esas experiencias en la vida diaria. Era como si los únicos autos en el camino fueran trastos oxidados e inútiles, y alguien anunciara que puedes cambiar tu chatarra por un Mercedes o un Jaguar.
Si los únicos autos que ves son chatarra oxidada y los Mercedes y Jaguares existen lejos, del otro lado del océano, tu realidad no cambiará. Sin embargo, Maslow, al basarse en siglos de aspiraciones espirituales, insistía en que las experiencias sublimes en la vida son parte de nuestro diseño, que las necesitamos y las anhelamos. La clave es ir más allá de lo cotidiano.
La noción de ir más allá se convirtió en la motivación para este libro.
Para descubrir quién eres realmente debes ir más allá de lo que crees que eres. Para encontrar paz debes ir más allá del miedo. Para experimentar amor incondicional debes ir más allá del amor condicional, el tipo de amor que va y viene. Incluso por algún tiempo pensé que este libro debía llamarse simplemente Más allá. Pero elegí Metahumano, usando la palabra griega meta, que páginas atrás dije que significa “más allá”. Mi tesis es que volverse metahumano es un cambio mayor de identidad que puede realizar cualquiera. Estar diseñados para tener experiencias sublimes plantea la pregunta de si tenemos elección. A menudo los momentos más reveladores en la vida descienden como si provinieran de otro plano más elevado. ¿Cómo sabemos que no son accidentales?
En una conferencia reciente sobre ciencia y conciencia, una joven mujer se presentó conmigo y me dijo que estaba escribiendo su tesis de licenciatura sobre la comunicación con las aves. Le pregunté cómo era posible hablar con las aves, y ella respondió que era más fácil mostrármelo que decírmelo. Salimos del lugar. Era un día soleado, y nos sentamos en silencio en una banca. Volteó hacia arriba para ver algunos pájaros posados en un árbol cercano, y uno de ellos voló y aterrizó confiado sobre su regazo.
¿Cómo lo hizo? Sin sentir la necesidad de decir algo, ella me miró como diciendo: “¿Lo ves? Es muy simple”. Mis viejos maestros católicos habrían señalado a san Francisco de Asís, quien a menudo es representado beatíficamente con aves aleteando hacia él. De la tradición hindú, pensé en una cualidad en la conciencia conocida como ahimsa, que significa “inocuidad”, la empatía extendida a todos los seres vivos.
En cualquier caso, no era cuestión de hablar con las aves o conocer su lenguaje —todo había sucedido en silencio—. Era un ejemplo perfecto de ir más allá, en este caso, ir más allá de mis propias expectativas. La joven mujer me explicó después que lo que hizo fue tener claridad mental e insertar una intención para que el ave volara hacia ella. En otras palabras, todo sucedió en la conciencia.
Son tan pocas las personas que tienen estas experiencias, que con eso sólo se magnifica la necesidad de mostrar toda la posibilidad de elección que tenemos para ir más allá. Creo con firmeza que tenemos mucho más control sobre la vida de lo que creemos.
Para mí, ser metahumano es una elección de por vida. Las experiencias sublimes son sólo el inicio, un vistazo de lo que es posible.
El término experiencia sublime se ha vuelto tan popular que la mayoría de la gente tiene una idea general de lo que significa. Describe momentos en que las limitaciones desaparecen y el entendimiento que transforma la vida llega a nosotros, o bien logramos un desempeño magnífico sin esfuerzo alguno. En futbol americano, el quarterback que llega a los 40 con múltiples triunfos en el Super Bowl, el prodigio musical que debuta a los ocho años tocando un concierto para piano de Mozart, el genio matemático que puede multiplicar dos números de 18 dígitos cada uno en cuestión de segundos: no tenemos que ir más lejos para encontrar historias de desempeño magnífico como éstas, que nos dan un indicio del potencial humano expandido enormemente. Pero estos logros, aunque sean asombrosos, ocupan un nicho específico. Cuando la fama y la fortuna se prodigan a unos cuantos, perdemos la posibilidad de que se aplique a la mayoría.
La realidad es mucho más maleable de lo que cualquiera cree. De hecho, la mayoría de las limitaciones que sientes que están impuestas sobre ti personalmente son autoimpuestas. No saber quién eres en realidad te mantiene atorado en creencias de segunda mano, alimentando viejas heridas, siguiendo condicionamientos desgastados y padeciendo un sentimiento de culpa y autojuicio. Ninguna vida está libre de estas limitaciones. El mundo ordinario, y nuestra vida ordinaria en él, no es suficiente para revelar quiénes somos en realidad, sino todo lo contrario. El mundo ordinario nos ha engañado, y esta decepción es tan profunda que nos hemos moldeado a nosotros mismos para ajustarnos a él. En las leyes, la evidencia contaminada se conoce como “fruta del árbol venenoso”. No exagero al decir que aunque la vida sea maravillosa, todavía hay una mancha que proviene de las decepciones que confundimos con la realidad. Nada, sin importar lo bello y bueno que sea, ha escapado por completo a esta mancha. Ir más allá es la única manera de librarse de ella.
Un metahumano es alguien cuya personalidad está basada en valores más altos; no sólo en experiencias sublimes, sino en amor y autoestima. Después de que terminé de escribir este libro me maravilló descubrir que Maslow de hecho había usado el término metahumano justo de esta forma. (Él no lo asociaba con un cómic de superhéroes, ni tampoco yo. Dado que el metahumano de la fantasía es perseguido como bicho raro y amenaza para la sociedad, evitaremos por completo esta connotación.)
Está muy bien considerar ciertas experiencias tan exaltadas como algo divino, que es donde Maslow ubicó al metahumano. Fue un importante paso declarar que aspirar a llegar a Dios o alcanzar la paz y el amor eternos es tan real como fijar un clavo en la pared. Sin embargo, yo argumentaré que volverse metahumano es una necesidad urgente. Es la única forma de escapar de las ilusiones que representamos en la vida como sufrimiento, confusión y conflicto internos.
La fantasía de la vida cotidiana
Todos estarían de acuerdo con que es mejor vivir en la realidad que en la fantasía. Entonces te resultará algo perturbador saber que toda tu vida has vivido en la fantasía. Es una ilusión abarcadora que creíste desde la más tierna infancia. Incluso la persona más práctica y obstinada está inmersa en la fantasía todo el tiempo. No me refiero a fantasías eróticas o de lujos o sueños de volverte rico de la noche a la mañana. Nada de lo que percibes es lo que parece. Todo es una ilusión de principio a fin.
Saca tu celular y observa cualquier foto que hayas guardado. La imagen tiene varios centímetros de ancho. Tus ojos están separados entre sí al igual que la pantalla del celular, pero percibes el Gran Cañón, un ratón y un microbio de un tamaño sumamente diferente. ¿Cómo es que automáticamente ajustamos la medida de lo que aparece en un celular? Nadie lo sabe, y esto se vuelve incluso más desconcertante al pensar que la retina del ojo es curva y la imagen se proyecta de cabeza. ¿Por qué el mundo no se ve distorsionado como en una casa de los espejos?
Podrías encogerte de hombros y asignarle todo el misterio al cerebro, que manipula la información en bruto que llega al ojo y nos brinda una imagen realista del mundo. Pero esto solamente intensifica la ilusión. Cuando decimos que nuestros ojos responden a la “luz visible”, convenientemente nos saltamos el hecho de que las partículas elementales de la luz —los fotones— son invisibles. Un fotón no tiene radiación, brillo, color o ninguna otra característica que asociamos con la luz. Como un contador Geiger que cliquea intensamente en la presencia de altos niveles de radiactividad, y cliquea de forma leve ante niveles bajos, la retina “cliquea” intensamente cuando millones de fotones detonan los bastones y conos que la alinean, y apenas cliquea cuando los niveles son bajos (lo que llamamos oscuridad).
De cualquier forma, todo lo que crees que ves ha sido procesado dentro de tu cerebro, en una región específica llamada corteza visual, que es completamente oscura. El foco de un flash directo en el ojo que te ciega es tan negro en el cerebro como el más leve brillo de las estrellas por la noche. Tampoco las señales que llegan a la corteza visual forman imágenes, y mucho menos imágenes en 3D. La imagen que crees que es una instantánea del mundo fue fabricada por tu mente.
De la misma manera, los otros cuatro sentidos son sólo “clics” en la superficie de otro tipo de células. No hay una explicación de por qué las terminaciones nerviosas en tu nariz convierten el bombardeo de moléculas flotando en el aroma de una rosa o en el olor apestoso de un basurero. Todo el mundo tridimensional está basado en un truco mágico que nadie puede explicar, pero ciertamente no es una imagen verdadera de la realidad. Todo está hecho por la mente.
Un neurocientífico me detendría para corregirme, afirmando que el mundo que percibimos está hecho por el cerebro. Pero unos simples ejemplos refutan esta opinión. En lo que respecta a tu cerebro, las letras de esta página son motas pequeñas, que no difieren de las motas que podrías salpicar con la tinta de un pincel. Antes de que aprendieras a leer el alfabeto las letras sólo eran manchas sin significado, y cuando aprendiste a leer tuvieron sentido. Y aun así posees el mismo cerebro que tenías a los tres años, en términos de procesamiento de la información. La mente aprende a leer, no el cerebro. Igualmente, cualquier cosa que ves a tu alrededor —un olmo, una barra de chocolate belga, una iglesia o un cementerio— adquiere significado porque tu mente la dota de significado.
Otro ejemplo: cuando a los niños que nacen ciegos les devuelven la vista por un procedimiento médico, están perplejos por cosas que nosotros damos por hecho. Una vaca a la distancia parece tener el mismo tamaño que un gato visto de cerca. Las escaleras parecen estar pintadas en la pared; su propia sombra es una misteriosa área negra que insiste en seguirlos. Lo que a estos niños les ha hecho falta es la curva de aprendizaje por medio de la cual todos aprendimos a dar forma a la realidad ordinaria. (El mundo visible es tan desconcertante que los niños y adultos que ven por primera vez prefieren sentarse en la oscuridad para recobrar la sensación de comodidad.)
La curva de aprendizaje es necesaria para abrirte paso en el mundo, pero te has adaptado de formas extrañas e inesperadas. Toma perspectiva. Si estás recostado en la cama y alguien te toca el hombro para despertarte, no ves a esa persona con un cuerpo muy ancho y una cabeza pequeña. Pero toma una fotografía desde la posición de estar recostado en la cama y la realidad se revelará. El torso de la persona, al estar al nivel de tus ojos, tiene un ancho no natural, mientras que la cabeza, al estar más lejos, tiene un tamaño pequeño que tampoco se ve natural. Asimismo, cuando hablas con alguien que está junto a ti, su nariz está hinchada de forma desproporcionada, y si la comparas con una fotografía, sus ojos pueden ser más grandes que la mano que descansa sobre su regazo.
En automático bloqueamos cómo se ven las cosas en perspectiva, y por medio de un acto mental ajustamos la información. La información que llega a tu ojo reporta que la habitación en la que estás sentado tiene paredes que convergen en el extremo más lejano, aunque tú sabes que la habitación es cuadrada, por lo tanto ajustas la información. Sabes que una nariz es más pequeña que una mano, y eso requiere un ajuste similar.
Lo que causa la verdadera conmoción es que todo lo que percibes está ajustado. Las moléculas que flotan en el jardín se ajustan y convierten en fragancias. Las ondas de radio vibratorias se ajustan en sonidos que reconoces e identificas. No podemos negar que vivimos en un mundo hecho por la mente. Esto es tanto la gloria como el peligro de ser humanos. Hace 200 años, mientras el visionario poeta William Blake caminaba por las calles de Londres, se lamentaba de lo que veía:
y en cada rostro que me mira advierto
señales de impotencia, de infortunio.
En cada grito humano
en cada llanto infantil de miedo,
en cada voz, en cada prohibición,
escucho las cadenas forjadas por la mente.
Es una imagen triste, que se repite hoy en día. Los humanos hemos atravesado todo tipo de sufrimientos y adversidades debido a la creencia profundamente arraigada de que estamos destinados a vivir así la existencia. No existe ninguna alternativa hasta que aceptes que lo que la mente ha hecho no se puede deshacer.
Bienvenido a la casa de las ilusiones
Cuando participamos en el mundo cotidiano no podemos ver más allá de la ilusión. Es necesario ir más allá, y para ello se requiere el cambio a ser metahumano. La única forma en que una ilusión puede ser universal es si todo en relación con ella es falso y nos engaña acerca de las grandes y las pequeñas cosas por igual. Ése es el caso aquí. La mente humana ha construido todo para ajustarse a ello desde cero. En cierto sentido, este libro fue escrito tan sólo para convencerte de que tu realidad personal está hecha por la mente en su totalidad, y no sólo por tu mente. Al haber pasado toda una vida adaptándote a la realidad artificial que heredaste como niño, debes emprender un viaje para descubrir la diferencia entre la realidad y la ilusión.
Para cualquiera que acepte el mundo físico “allá afuera” como totalmente real, la noción de un mundo hecho por la mente parece algo absurdo. Una cosa es ser afectado por una idea, y otra muy distinta es ser golpeado por un rayo. La diferencia es tan obvia que desconfiarías de cualquiera que te diga que los dos eventos son iguales.
Algunas de las mentes más grandes han dicho justamente eso. Aquí es donde comienza la verdadera fascinación. Max Planck, un físico alemán brillante, fue una gran personalidad en la revolución cuántica; de hecho, él acuñó el término mecánica cuántica. En una entrevista que el periódico londinense Observer le realizó en 1931, Planck dijo: “Considero que la conciencia es fundamental. Considero que la materia es derivada de la conciencia. No podemos actuar a espaldas de la conciencia. Todo aquello de lo que hablamos, todo lo que consideramos como algo que existe, es un postulado de la conciencia”.
En otras palabras, la conciencia es fundamental. Si eso es cierto, entones las rosas floreciendo en un jardín inglés provienen de la misma fuente que la pintura de una rosa. Esa fuente es la conciencia, lo que significa que es tu conciencia. Sin conciencia no se puede probar la existencia de nada. Simplemente al ser consciente participas en el mundo hecho por la mente y ayudas a crearlo todos los días. La belleza de esta comprensión es que, si la creación surge de la conciencia, entonces podemos dar nueva forma a la realidad desde su origen.
Planck no estaba solo en su reinterpretación de la realidad, lejos del plano físico y hacia el plano mental. Todo el movimiento de la revolución cuántica fue para desmantelar la visión con sentido común de que el mundo es primeramente y sobre todo material, sólido y tangible. Otro brillante pionero cuántico, el físico alemán Werner Heisenberg, dijo: “Lo que observamos no es la naturaleza misma, sino la naturaleza expuesta a nuestro método de cuestionamiento”.
Las implicaciones de esta afirmación son extraordinarias. Mira por tu ventana y quizá veas un árbol, una nube, una franja de pasto o el cielo. Inserta cualquiera de esas palabras en la frase de Heisenberg en lugar de la palabra naturaleza. Ves un árbol porque pediste ver un árbol. Ves una montaña, una nube y el cielo por la misma razón. Como observador, todo aquello que se encuentra afuera de tu ventana cobra existencia por medio de las preguntas que formulas. Quizá no estés consciente de formular preguntas, pero eso es sólo porque fueron formuladas tan temprano en la vida. Cuando los niños pequeños divisan su primer árbol, prueban que ven lo que es preguntando básicamente: “¿Esto es duro o suave? ¿Áspero o liso? ¿Alto o bajo? ¿Qué son esas cosas verdes en las ramas? ¿Por qué ondean con el viento?”. De esta forma, al aplicar la conciencia humana a todo en el universo obtenemos respuestas que se ajustan a la conciencia humana. Pero no obtenemos la realidad. La física desmantela todas las cualidades de un árbol —su dureza, altura, forma y color— al revelar que todos los objetos de hecho son ondas invisibles en el campo cuántico.
Si esta discusión te parece demasiado abstracta, puede ser llevada a lo más cercano. Tu cuerpo está siendo creado en conciencia en este preciso instante; de otra manera no existiría. Una vez más, a Heisenberg se le puede dar el crédito de haber llegado antes ahí: “Los átomos o partículas elementales por sí mismas no son reales; forman un mundo de potencialidades o posibilidades”. Sin embargo, en el mundo del sentido común, donde el cuerpo es nuestro refugio, nuestro sistema de vida y vehículo personal para estar en el mundo, es necesario defenderlo. Es demasiado perturbador pensar en el cuerpo como una ilusión mental.
El argumento antirrobot
Cuando abandonamos la falsa suposición de que el mundo es sólido y físico vemos que va en contra de una tendencia que me parece cada vez más perturbadora. La ciencia intenta demostrar de forma persistente que los seres humanos son máquinas, y mientras que ésta antes era tan sólo una metáfora de cómo funciona el cuerpo en todas sus partes complejas, la idea del ser humano como una máquina cada vez se toma más literalmente. Nos han dicho que la complejidad de las emociones humanas puede ser reducida a la elevación y disminución de niveles hormonales en el cerebro. Las áreas del cerebro que se encienden en una resonancia magnética supuestamente indican la causa o mecanismo de que una persona se sienta deprimida o con tendencia a un comportamiento criminal, y muchas cosas más. Además de ser marionetas del cerebro, supuestamente creemos que nuestros genes nos programan de maneras poderosas, al grado de que los genes “malos” condenan a una persona a sufrir toda una variedad de problemas, desde esquizofrenia hasta Alzheimer. Esos ejemplos de predisposición genética son extendidos a comportamientos y rasgos como tener propensión a la ansiedad y la depresión.
El metahumano tiene muchas implicaciones, pero una de las más fuertes es rechazar la noción de que los seres humanos somos mecanismos, primordialmente. Aunque la ciencia tiene una riqueza de descubrimientos tanto de los genes como del cerebro, eso no hace que esa noción sea más válida. El público general no sabe, por ejemplo, que sólo 5% de las mutaciones genéticas vinculadas a enfermedades en definitiva provocará un padecimiento en particular. El otro 95% de los genes eleva o disminuye los factores de riesgo de una persona e interactúa con otros genes de formas complejas.
El público todavía está atorado en la idea equivocada de que un solo gen, como el llamado “gen gay” o el “gen del egoísmo”, existen y crean una predisposición irresistible. Esta idea errónea fue desechada cuando el genoma humano fue mapeado. La imagen actual del ADN es casi la opuesta de la imagen equivocada que tiene el público. El ADN no es inalterable; es fluido y dinámico, interactúa constantemente con el mundo exterior y con tus pensamientos y sentimientos internos.
La noción de que tus genes dirigen tu vida está muy arraigada, incluso entre las personas con educación, así que es revelador un experimento reciente que publicó la revista Nature: Human Behavior en el número del 10 de diciembre de 2018. Los investigadores del Departamento de Psicología de la Universidad de Stanford tomaron dos grupos de participantes y les realizaron pruebas en dos genes, uno asociado con un mayor riesgo de volverse obesos, y el otro con un mayor riesgo de tener un mal desempeño en el ejercicio físico.
Primero abordaré el asunto del gen de la obesidad. Los participantes ingirieron una comida y después les preguntaron qué tan llenos se sentían; además, les hicieron análisis de sangre para medir los niveles de leptina, la hormona asociada con sentirse satisfecho después de una comida. Los resultados fueron casi los mismos en gente predispuesta genéticamente a la obesidad y la gente que no lo era. La siguiente semana el mismo grupo regresó e ingirió la misma comida, con una diferencia. Se dividió el grupo en dos, al azar: a una mitad del grupo se le dijo que tenía el gen que protege del riesgo de padecer obesidad, mientras que a la otra se le dijo que tenía la versión de alto riesgo del mismo gen.
Para sorpresa de los investigadores, se dio un efecto inmediato y dramático. Con tan sólo escuchar que tenían el gen protector, los sujetos mostraron un nivel de leptina en la sangre dos y media veces más alto que antes. Los resultados del grupo al que le dijeron que no tenía el gen protector no cambiaron con respecto a la medición anterior. Esto indica que el solo hecho de escuchar sobre un gen benéfico provocaba que las personas exhibieran la fisiología asociada con ese gen. Lo que los participantes creían que era verdad anulaba su predisposición genética actual, porque en algunos casos las personas que creían estar protegidas genéticamente, de hecho, no lo estaban.
Los mismos resultados dramáticos sucedieron en el experimento del ejercicio. La gente a la que le dijeron que tenía un gen que producía resultados deficientes a partir del ejercicio, mostraba los signos cardiovasculares y respiratorios que ese gen debe producir. Aunque no tenía el gen del riesgo, tan sólo con escuchar que sí lo tenía redujo su capacidad pulmonar y quedó demasiado exhausta como para continuar corriendo en la caminadora.
En resumen, el cuerpo se ajusta a la realidad hecha por la mente. Si tu fisiología produce efectos genéticos con tan sólo escuchar que tienes cierto gen, el mito de que los genes controlan nuestra vida está seriamente desafiado. Esto no significa que la programación genética sea irrelevante (para conocer el panorama completo de este tema consulta el libro Supergenes, que escribí en coautoría con el genetista de Harvard, Rudy Tanzi), pero la realidad es tan compleja como la vida humana misma. Los genes están entre una multitud de causas e influencias que nos afectan. Es imposible predecir qué tanto afectarán a una persona en particular; en cada área del comportamiento y la salud existe una amplia libertad de elección de cada quien.
Cuando debas elegir entre dos opciones, mírate a ti mismo como un agente libre capaz del cambio consciente, en vez de una máquina robótica dirigida por genes y células cerebrales. Pero a pesar de la imagen pública fomentada por artículos científicos populares, no es verdad que el ser humano es una marioneta biológica. La visión de que somos agentes conscientes con