Tríptico del cangrejo

Álvaro Uribe

Fragmento

Tríptico del Cangrejo

Contra la luz que se apaga
Prólogo

La muerte asedió a Álvaro Uribe tres veces; en dos ocasiones venció el cerco, el último le quitó la vida. En una de nuestras conversaciones, le pusimos un toque de humor a esos días nublados: lo que no te mata siempre espera una segunda oportunidad. A él lo derrotó la muerte con armas invencibles la tercera vez. Tríptico del Cangrejo es el diario de ese asedio escrito en tres cuadernos, cada uno de ellos dedicado a sus tres encuentros con el Cangrejo, a los caminos oscuros del cáncer en 2008, 2018 y 2021.

No fuimos amigos, pero nos tocó el raro don de la plática. A los dos nos tomó el cáncer en el mismo año y hablamos largo de esos días negros. Habían pasado nuestros peores momentos y teníamos por delante nuestro examen final, un reconocimiento médico después de severos tratamientos. Quiero traer aquí esta entrada en la cual Uribe puso, en el primer diario de este Tríptico, el dolor y el miedo:

Todos a los cuarenta o a más tardar a los cincuenta sabemos de sobra, como una certeza fisiológica y no como una juvenil verdad metafísica, que vamos a morir. Pero sólo unos cuantos hemos muerto ya un poco. Sólo los seriamente enfermos hemos pasado ya por la experiencia de la resignación o del terror o incluso de la curiosidad y hasta de la indiferencia últimos. No por ello somos mejores que los afortunados. Aunque tampoco peores. Somos, ni más ni menos, diferentes. No de los demás, no principalmente de los demás, sino de nosotros mismos. De lo que éramos antes de experimentar la infinita precariedad de cada yo.

Cuando murió Álvaro Uribe recordé de golpe que lo conocí allá en los años noventa, cuando un grupo de amigos hicimos un seminario sobre la vida cultural del porfiriato. Si la memoria no me traiciona, cosa rara, acudíamos Álvaro Uribe, Eduardo Contreras, Ricardo Miranda, Carlos Monsiváis y quien esto escribe a la oficina de Antonio Saborit, entonces director de la Dirección de Estudios Históricos. Monsiváis era odioso pero, al mismo tiempo, un hombre de una simpatía arrasadora; antes de empezar las sesiones nos ponía sobrenombres: Uribe era Federico Gamboa, por sus estudios de esa eminencia porfiriana; Saborit preparaba entonces las obras de Novo, y Monsiváis le decía Salvador; yo mismo trabajaba en una antología de Manuel Gutiérrez Nájera y Carlos decía: ya llegó el Duque Job; a Contreras le llamaba Julián Carrillo, gran músico mexicano, creador del sonido doce, o trece, o el que usted diga y mande. Monsiváis no supo nunca que le decíamos Guillermo, por Prieto, el anciano escritor del siglo XIX y sus musas callejeras.

No deja de ser un azar menor que antes de tocar la orilla de la enfermedad, Álvaro y yo habláramos de los Diarios de Paul Léautaud, acaso el mayor diarista francés de todos los tiempos. El último libro de Álvaro fue un diario, el de su muerte, este tríptico, un libro estremecedor, triste, pero no por eso menos inteligente y profundo en busca de la transparencia que ofrece la nada. «Todo hay que aprenderlo», escribió Flaubert, «hasta morir».

Tríptico del Cangrejo cuenta de los laberintos blancos de los hospitales, de la relación con los médicos, del miedo al futuro, del dolor y de la sombra de la muerte. Pero se trata de un libro de la vida, de la literatura y de la pareja de Uribe, la escritora Tedi López Mills. En este relato, de ellos dos, no puede decirse dónde empieza ella y termina él. Estas páginas tristes conservan la fuerza de la prosa de Uribe, su búsqueda de la transparencia, la calculada trama de su pensamiento y su intolerancia a la prosa mal escrita.

No recuerdo el año, pero sí el lugar. Un grupo de escritores fuimos invitados a la feria del libro de Quebec. Por no sé qué razones y cargos burocráticos, el vuelo de una parte de los participantes hacía una escala en Chicago, un aeropuerto infernal. Álvaro nos guio por monorrieles hablando su buen inglés (su francés era perfecto) y, al final, antes de embarcar a Quebec, el grupo ingirió unas cinco botellas de vino encargadas por el propio Uribe. Llegamos a Quebec sin contratiempo mayor que nuestra sed y dolor de cabeza al despertar.

Uribe y yo caminamos por la Rue Saint-Louis y con rumbo al Château Frontenac. Yo cargaba un frío de menos cinco grados y Uribe, con una chamarra ligera de plumas, bajaba caliente hacia las aguas frías del Saint-Laurent. Álvaro escribía una novela: Morir más de una vez (2011).

Durante el tercer Cangrejo hablé con él de su libro Los que no (2021), un entramado de textos anfibios que combinan con fortuna el relato, la crónica, el ensayo personal. Una extraña ruleta puso su infortunio en el siete negro y quiso que precisamente en esos días yo leyera Nada que temer de Julian Barnes y subrayara estas líneas: «“No entres dócil en esa buena noche”, asesoraba Dylan Thomas a su padre moribundo y añadía: “Rebélate furioso contra la luz que se apaga”».

RAFAEL PÉREZ GAY

Tríptico del Cangrejo

Cuaderno de la paciencia
2008

Tríptico del Cangrejo

Prólogo

El 27 de diciembre de 2007, luego de varios meses de olvidos y postergaciones, me sometí a una tomografía del tórax con el propósito de estudiar mis arterias coronarias. Yo tenía entonces 54 años y medio y en los últimos tres había padecido, o sabido que padecía, una hipertensión crónica ocasionada por el exceso de colesterol en mi sangre. El médico me había recetado cuanto remedio conocía su ciencia: desde los clásicos Lipitor y Crestor, que atacan el problema de raíz, hasta una osada mezcla de vitaminas, pasando por el uso innovador de Avandia, que se destina normalmente a estimular las funciones del páncreas. Todo fue en vano. Ningún tratamiento

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