Condiciones para ganar

Christine Hofbeck

Fragmento

Condiciones para ganar

Introducción

Mi historia de éxito

No nací siendo una ganadora. Hubo una época en la que no tenía éxito en nada de lo que intentaba. En preparatoria hice una prueba de hockey sobre pasto y sólo llegué a la banca. Me esforcé mucho en cada entrenamiento, pero no jugué ni un minuto en ningún juego de toda la temporada. Audicioné para la obra de la escuela y quedé en el coro… donde nadie del público podía verme o escucharme. Me postulé para presidenta de mi generación en el último año y ganó Janice Dewey, una chica bonita y popular que tenía mucho menos interés en el puesto que yo. Pasé todo el verano anterior al último año de preparatoria leyendo Lo que el viento se llevó, un libro de mil páginas, y agonicé durante semanas haciendo el ensayo que pidieron en la clase avanzada de inglés. Mi mejor amiga, Holly, vio la película el último día del verano y escribió su ensayo en dos horas. Sacó 10. Yo saqué 9. Holly era extraordinaria. Yo, ordinaria. Pero pronto entraría a la universidad, donde estaba decidida a ser alguien en la vida.

Y entonces, en la universidad, todo cambió.

Empecé a notar algo que identifiqué como condiciones para ganar: un marco en el que podía controlar las condiciones en las que me esforzaba para mejorar mis resultados. Reconocí que el éxito no sólo se basa en el trabajo o el esfuerzo en sí. En quién es más inteligente, quién labora más tiempo, quién tiene las mejores habilidades, el currículum más adecuado o las ideas más innovadoras. Muchas veces, el éxito está influenciado por la manera en que compartes o presentas tu trabajo o esfuerzo. Pequeñas mejoras en la entrega pueden generar grandes mejoras en el resultado. Empecé a darme cuenta de que, con las condiciones adecuadas, sí que podía ganar.

En aquella época, la reflexión en torno a las condiciones para ganar no era algo consciente. Más bien, empezó como un sentimiento, una semilla, una idea sin forma que se afianzó por primera vez después de una curiosa experiencia que puso a prueba mi persistencia obstinada o mis ganas de sufrir: las elecciones del último año escolar. Uno pensaría que después del incidente de Janice Dewey habría intentado otra cosa, pero habían pasado cuatro años desde la debacle de la preparatoria y, para mi último año de universidad, sentía que por fin me había encontrado. Claro, en la prepa era una nerd torpe de la que se burlaban sin descanso: TODOS LOS DÍAS. Pero la universidad fue diferente. Fue alegría y aceptación. Era un ambiente lleno de retos académicos y un lugar seguro para florecer. Fue la primera vez en la vida que encajé. Tenía amigos (muchos). La gente incluso decía que entre mi amiga Debra y yo conocíamos a toda la escuela.

Prosperé. Había mucho que hacer. Cuando no estaba en clase o haciendo tarea, jugaba cartas con mis compañeros de la residencia estudiantil (¡cuántos juegos!) o trabajaba (sirviendo en caterings o bares) o iba a fiestas (demasiaaadas fiestas) o daba clases particulares (matemáticas y alemán) o era voluntaria (nuestra organización benéfica preferida era la de investigación en cáncer infantil) o exploraba (el centro de Filadelfia, el museo de arte, el Instituto Franklin) o estudiaba (para los exámenes de actuaría, que ya estaba dominando). Siempre había algo. Cuando no había nada, me volvía conejillo de Indias para los experimentos de los estudiantes de psicología o me sentaba al sol en College Green. No quería que terminara.

Pero estaba en el penúltimo año de la Universidad de Pensilvania (Penn); sabía que pronto todo llegaría a su fin. Un día, platiqué con un estudiante de último semestre y me contó que el presidente de la generación llevaba la bandera de Estados Unidos durante el desfile de graduación… y el vicepresidente portaba la de Penn. Fue todo lo que necesitaba escuchar. Quería llevar la bandera de Penn en nombre de mi generación y cerrar mi carrera universitaria honrando a la institución que me hizo una mujer completa. No había razones para postularme para el puesto de vicepresidenta. No tuve experiencia en el consejo estudiantil mientras cursé la universidad y nunca ocupé un puesto de liderazgo en ningún otro grupo del campus. Ni siquiera lo hice en preparatoria (de nuevo, fueron los días de Janice Dewey). Pero, a pesar de todo, decidí presentarme como candidata.

Recuerdo cuando descubrí que competiría contra James. Era estudiante de Derecho y, desde el primer semestre, se involucró en grupos y paneles del consejo estudiantil. Ser vicepresidente de la generación era una progresión natural para él. Hizo una fuerte campaña. Todos dijeron que nunca lo vencería porque James tenía todo a su favor. James iba a ganar, estaba listo para ganar, era la elección obvia para ganar.

Pero no lo hizo. Porque yo le gané.

Resulta que tenía todo a mi favor. Bueno, tal vez no todo, pero parece que los detalles importantes sí. Quizá fue que conocía a las personas adecuadas y tenía el apoyo correcto. Tal vez había creado suficientes experiencias enriquecedoras durante mi tiempo en Penn como para que los estudiantes se sintieran conectados conmigo. Quizá hice un buen trabajo promoviendo mi valía durante el ciclo electoral. Fuera lo que fuera, sin saberlo, estaba en las condiciones adecuadas para ganar esta carrera en particular. Quizá no tenía un currículum tan sólido como el de James, pero di mi discurso electoral y posicioné mi candidatura de manera efectiva. Pude influir en mi resultado exitosamente. Por primera vez desde que tenía memoria, fui tras un sueño. . . y gané.

Mi época en la mesa directiva del último año universitario fue extraordinaria. Creamos innumerables experiencias para la generación, incluyendo el lanzamiento de un evento mensual llamado Feb Club, el cual se volvió una tradición en Penn.

Guiando el desfile de mi graduación universitaria. Foto: cortesía de Kiera Reilly.

El día de la graduación guie a mi generación desde Locust Walk hasta el estadio Franklin Field mientras enarbolaba con orgullo la bandera de Penn. Todavía lo considero una de las mejores cosas que he hecho en la vida. Seguí dando servicio a mi generación como vicepresidenta y copresidenta de reuniones durante veintisiete años. En ese periodo, la generación recibió múltiples premios por excelencia en liderazgo y planificación de eventos.

Pero ganar aquellas elecciones hizo mucho más que enriquecer mi experiencia como estudiante y egresada. También me dio una lección muy importante para toda la vida: las cosas que pensé que quedaban fuera de mi alcance, en realidad, estaban a mi alcance si aprendía a crear las condiciones adecuadas para ganar. Creí que podía dejar atrás los repetidos fracasos. Y tal vez era capaz de mucho más de lo que antes creía posible.

Después de las elecciones reflexioné sin descanso en esa experiencia. No

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