Mundo dron

Naief Yehya

Fragmento

Título

Introducción

GUERRA POR TELEVISIÓN

Durante la primera Guerra del Golfo Pérsico, la cadena informativa CNN logró crear un nuevo tipo de espectáculo televisivo al mostrar el punto de vista de misiles presuntamente inteligentes que llevaban sujeta una cámara y supuestamente llovían quirúrgicamente, despedazándose al filmar cómo eliminaban blancos militares y estratégicos en Bagdad y otras ciudades iraquíes. En aquella guerra todo el enfoque se encontraba en las smart bombs, explosivos de alto poder guiados por láser o satélite que, aseguraban, eran infalibles y producían un mínimo daño colateral. El impacto de la cámara-misil que videogrababa su propia destrucción era el equivalente al money shot del porno (la proverbial e indispensable toma de la eyaculación externa a la que regresaremos más adelante), debido a que resumía en una explosión, presuntamente certera, una narrativa y hacía redundante cualquier retórica del conflicto. Gracias al “efecto CNN”, la guerra fue transformada en una ilusión de confrontación tecnológica, donde las víctimas humanas no eran mostradas, mientras la parafernalia bélica: bombas, portaaviones y aviones militares eran las estrellas y héroes del show, obsesivamente mostrados y celebrados. Esas visiones extáticas y patrioteras falsificaban la crudeza de la guerra al reducirla a entretenimiento y a una especie de “caramelo visual” (imágenes y gráficas que evocaban al cine de acción, los juegos de video y los deportes televisados). El éxito mediático de esta campaña televisiva propagandística, altamente editada y censurada fue determinante para el establecimiento de una nueva ideología político-militar que pregonaba la noción de transformar humanitariamente el mundo con agresivas tecnologías de punta, misiles de largo alcance y nuevas formas de intervencionismo barato.

Los ideólogos, principalmente de la vena neoconservadora pero también de otras cepas, en el Pentágono y la Casa Blanca, tenían la peligrosa fantasía de que esta tecnología permitiría, a bajo costo y sin la necesidad de enviar tropas ni mantener invasiones, “decapitar el liderazgo enemigo”, erradicar guerrillas, matar héroes populares insurgentes, líderes problemáticos, cambiar gobiernos incómodos y aplastar milicias antagónicas al expansionismo e intereses imperiales. A pesar de que al inicio de las “guerras contra el terror” los bombardeos de precisión destruyeron gran parte de la infraestructura bélica y de defensa en Afganistán e Irak, los “aliados” continuaron posteriormente con bombardeos indiscriminados de saturación con los que arrasaron barrios, plantas de luz, de tratamiento de agua, escuelas, fábricas, templos y demás. Por tanto, los presuntos esfuerzos iniciales de proteger vidas inocentes fueron en gran medida absurdos y meramente propagandísticos. En poco tiempo quedó claro que el misil inteligente no era tan brillante como habían prometido los portavoces del ejército y los merolicos de los medios. La precisión obtenida con sus sistemas de orientación era muy cuestionable, además de que resultaban muy costosos. A final de cuentas la inteligencia en tierra, las relaciones con los locales y la ayuda humanitaria eran más efectivas que la guerra desde un kilómetro y medio de altura. Numerosos ataques de “decapitación” lanzados para obligar al enemigo a rendirse sin necesidad de combate fracasaron bochornosamente causando un enorme “daño colateral”.

Y entonces apareció el dron, una aeronave sin tripulantes que se presentaba como arma inteligente y humanitaria, una solución instantánea para los conflictos internacionales que abriría la puerta a una nueva era de paz imperial. Las intervenciones se harían con mínimo o nulo riesgo, en cualquier país vulnerable. Las potencias tendrían ahora sí acceso sin restricciones a los recursos naturales de las naciones pobres, hostiles o “tercermundistas”, ninguna oposición nacionalista tendría la menor oportunidad de defenderse contra esta maquinaria bélica a control remoto. Sin embargo, estos sueños de poder han resultado hasta ahora en gran medida un fiasco, ya que lejos de crear un mundo dócil y manipulable han provocado inestabilidad, nuevos frentes de batalla, cismas inesperados, intensos resentimientos y fracturas indeseables en las viejas alianzas. Lo cual no quiere decir que no haya grandes corporaciones e individuos beneficiándose y enriqueciéndose con estas guerras. El dron militar se ha fetichizado y convertido en un ícono de la supremacía tecnológica occidental, bajo su sombra la fantasía tecnopolítica y necrófila avanza, entretejiéndose con narrativas populares de ciencia ficción, creando las condiciones de las próximas catástrofes mundiales. En las siguientes páginas trataremos de rastrear los orígenes de la mitología de esta particular variante de la ciberguerra, un culto con cimientos en el cine, los juegos de video y la obsesión nerd con la tecnología.

EL CANON FÍLMICO DEL CIBERPUNK

Cuatro propuestas fílmicas de ciencia ficción hechas entre finales de la década de los setenta y principios de los ochenta resultan indispensables para tratar de descifrar los extraños cauces de la cultura popular del fin de siglo. Estos filmes que aparentemente eran simple entretenimiento comercial, encasillados en géneros menores, cargados de acción y efectos especiales, pronto revelaron su naturaleza vanguardista y pasaron a configurar un canon de ominosas visiones de un “Nuevo Orden Global”, al tiempo que dieron lugar a un renacimiento ético y estético. Las cuatro películas mostraban el renovado poder camaleónico y subversivo de una industria cinematográfica que, a pesar de limitaciones, restricciones e imposiciones ideológicas y comerciales hollywoodenses (aunque una de ellas provenía de Australia), ofrecía observaciones agudas e incluso perspectivas filosóficas de la cultura de su tiempo. No es casualidad que las cuatro obras cuestionaran los ideales de progreso en un mundo en pleno caos ideológico que entraba en la última fase de la Guerra Fría, al tiempo que se ponía en evidencia que el abuso de los combustibles fósiles y la explotación inmoderada de los recursos estaba causando los estragos irreversibles que hoy reconocemos como el cambio climático global. Estas obras son en muchos sentidos el testamento del alto Antropoceno.

Asimismo estas obras incorporan numerosas claves políticas, ideológicas y de género que han definido la era de las comunicaciones y la información. Debido a la naturaleza híbrida del cíborg, estas películas parten de una fractura de las fronteras de género, raza y clase impuestas por el patriarcado. Donna Haraway escribió: “Ser un cíborg no depende de la cantidad de pedazos de silicio que uno tenga bajo la piel o cuántas prótesis contenga el cuerpo. Se trata de la percepción del cuerpo como una máquina de alto rendimiento”. Haraway puso en evidencia que en una era de creciente tecnologización era fundamental hacer a un lado el esencialismo de las políticas de identidad tradicionales y en su lugar considerar al cíborg como ejemplo de la fusión entre lo orgánico y lo maquinal, lo evolucionado y lo cultural.

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