Un mensaje desde Ucrania

Volodímir Zelenski

Fragmento

Prefacio. Estamos aquí

Prefacio

Estamos aquí

El discurso más importante de Zelenski fue también el más corto. Duró treinta y dos segundos y se emitió treinta y ocho horas después de que Rusia empezara una guerra total sin que su país hubiera sido provocado. Vestido de color caqui, Zelenski se filmó a sí mismo con el móvil en el exterior de un edificio gubernamental. Al fondo se encontraban varios altos cargos de su equipo de Gobierno. «Buenas noches a todos —dijo—. Estamos todos aquí. Nuestros soldados están aquí. La sociedad civil está aquí. Defendemos la independencia. Y así será siempre, desde este momento».

Cuando el vídeo apareció en las redes sociales, la noche del 25 de febrero, Ucrania llevaba más de un día bajo fuego constante: paracaidistas rusos tomaban un aeropuerto militar de Kíev, había comandos buscando a Zelenski y la gente huía de sus casas. Corrían los rumores, propagados por oficiales rusos, de que Zelenski había abandonado el país y de que el Gobierno se había desmoronado. Aquel vídeo de medio minuto demostraba lo contrario.

Durante las horas, los días y los meses que siguieron, Zelenski se dirigió a su pueblo, a los rusos y al mundo alrededor de un centenar de veces. A lo largo de los primeros doscientos días de guerra, dio ochenta y un discursos a audiencias extranjeras, y aún más a su país. Sus discursos le valdrían comparaciones con Churchill, y su camiseta verde militar se convertiría en un símbolo global de la moda. La bandera ucraniana ondearía en edificios públicos y domicilios particulares por todo el mundo occidental; la Puerta de Brandeburgo y la Torre Eiffel se iluminarían en amarillo y azul.

Aquel breve vídeo fue el que tuvo más impacto en el curso de la guerra. Era la prueba de que estaba fracasando el plan de Putin, el de una victoria relámpago; de hecho, ya había fracasado. Zelenski no huyó, la capital ucraniana no cayó en manos de Putin y la gente del este del país, de lengua rusa, no dio la bienvenida a las tropas con flores. Zelenski estaba «tut», «aquí», en su puesto, cerrando filas. Igual que su país.

El presidente no tenía aspecto de líder militar. No escogió el papel ni se preparó para él. En las semanas previas a la invasión incluso minimizó la probabilidad de que tuviera lugar nada semejante. Pero cuando horas antes de la invasión los oficiales estadounidenses le ofrecieron salir del país en avión, su respuesta fue concisa: «Necesito munición, no un viaje». De inmediato, esas palabras se convirtieron en un meme, junto con las de los defensores ucranianos de la diminuta isla de Zmiini, situada en el mar Negro, cuando un barco de la marina rusa les ordenó que se rindieran: «Buque de guerra ruso, que te den por culo».

La retórica sencilla de Zelenski ponía de manifiesto el extremo contraste entre los regímenes en contienda. La corta y cálida palabra «tut», repetida nueve veces en aquel primer vídeo de medio minuto, sonaba tranquilizadora, como si un padre calmara a un niño asustado cuya casa hubieran invadido. También fue relevante el uso que hizo de la tecnología. Mientras que Putin era un dictador iluso que se dirigía a sus súbditos desde detrás de los altos muros del Kremlin, Zelenski estuvo con los suyos. Al colgar un vídeo de sí mismo en internet demostró que era uno más, una parte integrada del entramado social que era Ucrania.

En febrero de 2022, Zelenski no llevaba ni tres años de presidente. Los votantes lo conocían de antes como Vasil Holoborodko, un profesor de Historia sin pelos en la lengua que por una carambola milagrosa acababa ocupando el puesto de presidente de Ucrania y se hacía cargo de todo el sistema político del país; ese era el papel que interpretaba Zelenski en una sátira televisiva llamada Servidor del pueblo. Una vez que arrancó la campaña presidencial de diciembre de 2018, el pasado de Zelenski como actor y productor resultó crucial para su éxito. Sabía cómo reflejar a su público, y los votantes se reconocieron en aquella semejanza. No solo habló a los ucranianos; les leyó los labios y puso palabras a sus sentimientos.

De repente, aquel don cobró plena importancia. Ucrania había sido durante mucho tiempo un pueblo, un lugar y, tras la caída de la Unión Soviética, en 1991, un Estado. Después empezó a convertirse también en una nación cívica: una nación no definida por la lengua ni la etnia, ni por la historia ni por la fe, sino por sus valores, su modo de vida y la disposición de la gente a morir por ella. Tiempo atrás, Zelenski prestó su voz al osito Paddington en el doblaje de Paddington y Paddington 2. Ahora presta su voz al pueblo ucraniano.

El lugar de nacimiento de esta nación es el maidán Nezalézhnosti, la plaza de la Independencia de Kíev, donde tuvieron lugar varios levantamientos revolucionarios a los que los ucranianos afluyeron para decidir su futuro. En 2014 acudieron allí para manifestar que pertenecían a Europa y para echar a Víktor Yanukóvich, un matón respaldado por Moscú que había intentado negarles ese derecho. La revolución terminó en violencia. Yanukóvich huyó, Rusia se anexionó el territorio ucraniano de Crimea y comenzó una guerra en el este del país.

Zelenski no estaba en el maidán en 2014 ni participó en lo que se conocería como la Revolución de la Dignidad, pero sí pidió a Yanukóvich que dimitiera. No era que no estuviera de acuerdo con las peticiones de la protesta; en realidad, no lo movían ni el nacionalismo ni la ideología, y las revoluciones no eran su «estilo». En cuanto productor televisivo de éxito, conocía bien a su audiencia: un poco cínica, con confianza en sí misma, conformista, pero con los pies en la tierra. Durante la revolución, muchos se quedaban en casa viendo sus comedias.

Si bien Zelenski no participó en la revolución del maidán, su carrera política fue una reacción a la ruptura de aquellas promesas. Como a buena parte del país, le daban escalofríos cuando los políticos se llenaban la boca de palabras grandilocuentes mientras maquinaban cómo obtener beneficios económicos, y se quedó de piedra cuando las viejas élites se reagruparon, alzaron nuevos estandartes y volvieron a sus costumbres de siempre. Sin embargo, mientras la clase dirigente seguía haciendo lo mismo que antes, el país estaba cambiando; la sociedad civil maduraba y ya no estaba dispuesta a tragar con el anterior orden de las cosas. En 2019, los ucranianos castigaron a la élite corrupta postsoviética votando a Holoborodko —es decir, a Zelenski— para presidente.

La idea de que una persona ajena irrumpiera en un sistema oligárquico donde todo lo decidía el dinero —y donde ser el propietario de un canal de televisión, un banco o un pequeño ejército privado solía constituir un requisito para acceder al poder político— parecía una historia casi tan inverosímil como la de Holoborodko. Pero a los ucranianos les gusta lo inverosímil. Zelenski, un rusoparlante proucraniano procedente de una familia judía del este del país, obtuvo el voto de tres

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