Los padrotes de Tlaxcala

Juan Alberto Vázquez

Fragmento

Los padrotes de Tlaxcala

Prólogo
Trata: el fuego que encandila y abrasa

Una novela de inocultable trama juvenil para adultos es Antichrista, de la prolífica Amélie Nothomb, que nos cuenta las cuitas de una chica belga entrampada entre la primera adolescencia y la disputa de afectos con sus compañeros de clase y sus padres. Desplazada de los apapachos familiares por una intrusa, Christa, a quien rebautiza con el nombre que da título al libro, la protagonista relata un episodio en pleno Día de Reyes:

Nunca una Epifanía llevó tan mal su nombre. Mis progenitores y yo constituíamos la procesión de tres cretinos llegados para designar a la que pretendía ser su redentora. Me pasmaba constatar hasta qué punto los valores se habían invertido. Como el papel de Jesús estaba interpretado por Antichrista, yo tenía que ser a la fuerza Baltasar, el rey negro, ya que me llamaba Blanche.

Este remate de escena ha remitido a otro, de otra novela de otro tiempo, que acaso sea improbable que conociera Nothomb, pero está hermanada con la suya. Lea usted a Jorge Ibargüengoitia en Las muertas:

Se sabe que la única inhibición de Blanca se la producían los dientes manchados, los cuales iban a dar origen a su único lujo. Ahorró durante años y cuando tuvo lo suficiente fue con un dentista famoso de Pedrones que le puso cuatro dientes de oro en vez de los incisivos superiores. Esta innovación ha de haber modificado la apariencia de Blanca, pero no la desfiguró. Según el Libertino, que la conoció con los dientes manchados, sin dientes —en los días entre que le quitaron unos y le pusieron los otros—, y con dientes de oro, no sabe decir cómo le gustaba más. El brillo dorado no hizo más que resaltar su belleza exótica: Blanca era negra.

Blanca, no Blanche, es un personaje de un reportaje novelado sobre la banda de tratantes conocida en la vida real como Las Poquianchis. Una nota roja mexicana ha dado paso a una amplia investigación de este célebre narrador guanajuatense, que devendrá literatura con humor negro, en la que la trama se desgrana sobre un escenario de prostitución, de trata de mujeres y más tarde acabará, por la dificultad de las circunstancias de la propia dinámica de los protagonistas, en uno de esclavitud sexual. Un libro, ojo con el dato, fechado en 1977.

Asaltaron al autor de estas líneas esos pensamientos una vez que llegó al escritorio la primera versión de Los padrotes de Tlaxcala: Esclavitud sexual en Nueva York, título con el que Juan Alberto Vázquez está de vuelta en el orbe editorial con un tema que —veremos— no pierde actualidad, sea por la imparable migración hacia Estados Unidos, sea por la impunidad con la que históricamente han trabajado las bandas dedicadas al tráfico y la explotación de seres humanos, con sus peores rostros reflejados en la trata y la esclavitud sexual.

Juan Alberto ha acometido una empresa con múltiples aristas y forjada a fuerza de sombras típicas de variados cuadros costumbristas mexicanos: padrotes, paisanitas, esclavas, prostitutas, lenones, madamas, cinturitas, chulos, pachucos, putas, escorts y chafiretes. Ellos protagonizan estas historias que pasan de la aventura a la desgracia, de la emoción a la sorpresa, del amor a la esclavitud, de la inocencia a la crueldad.

Pero no se queda con los testimonios impresos en los registros de largas diligencias que asoman como una punta del iceberg sobre el combate a la trata trasnacional en sesiones propias de la serie televisiva La ley y el orden: Unidad de Víctimas Especiales. Porque reportero siempre, el oficio manda, el autor busca a los sentenciados ya presos para que cuenten su versión, conversa con defensores de mujeres y se mete a la profusa documentación en la materia. Desde múltiples ong hasta la misma onu.

Inconforme, Juan Alberto rastrea las obras documentales y periodísticas del caso. Reseñará, entonces, la obra de Peter Landesman, las piezas de la bbc, los reportajes del New York Times, los especiales de El País y el Daily News. Se subirá a una camioneta para platicar largo con Rosi Orozco, polémica activista en favor de las víctimas de trata. Y se meterá a los barrios de prostitución colombiana en Queens, no de trata, donde nos contará que hay hablantes de 138 lenguas. De ahí se derivarán tres categorías con matices que el autor intenta trazar: prostitución voluntaria, trata y esclavitud sexual.

Las víctimas a las que se les da voz en este libro tienen 14, 15 años. Un novio, una promesa de amor, un juramento de mejor vida con la bendición de la futura suegra. Sueños que empiezan en Tenancingo y que acaban para estas pequeñas en un cuartucho de Nueva York, en la parte trasera de autos exclusivos para el abuso de las menores, en habitaciones de hotel donde cubrirán turnos maratónicos, explotadas por sus esposos-dueños, que no pocas veces son unos chicos apenas dos o tres años mayores que ellas, ya convertidos en monstruos por sus propios padres, veteranos de esa “industria”.

Un ojo excepcional para hallar fisuras, fallas, deslices y contradicciones ha desarrollado Juan Alberto a lo largo de su carrera. Es una de las fortalezas que exhibe su trayectoria en los medios o en una simple charla de café. En esta investigación no podía ser de otra manera. Encuentra una inconsistencia en los alegatos de una víctima y los abogados de los acusados no supieron verla. Advierte cómo una de estas bestias ha envuelto al jurado y a la propia fiscalía, que le dispensa el pago de una fianza cuando el relato deja ver un derroche de recursos para armar la defensa. Nada escapa al escrutinio del autor.

¿Quién va a detener esa tragedia humana? Apenas en los primeros días de 2023 se conoce que pobladores de algún municipio de Tlaxcala han detenido a dos “fuereños” y los han querido linchar con el conveniente cargo de que andan robándose niños. Y como ha pasado históricamente en esa zona, basta con recordar el caso de Canoa, en Puebla. Fuenteovejuna es la ley. Nadie entra a esa región so pena de poner en riesgo la integridad. Por este reportaje sabemos que a partir de este siglo comenzó a ponerse atención al fenómeno de la trata como crimen organizado, desde ambos lados de la frontera, con la ruta Tlaxcala-Nueva York.

Ya detectada la cadena de inmundicia, con sentencias en ambos países y un mapa de su engranaje a lo largo de dos décadas, con acuerdos internacionales para su combate, y bilaterales con Estados Unidos, acaso haya lugar a la esperanza para miles de jovencitas que, a falta de educación o abusadas en su propia casa, revolotean inevitablemente alrededor de este fuego que las atrae, las encandila y las abrasa, como a Blanca, aquella protagonista de Ibargüengoitia, que era negra.

Alfredo Campos Villeda

Enero de 2023

Los padrotes de Tlaxcala