Guía para madres y padres imperfectos que saben que sus hijos también lo son

Fragmento

Nota para ti

NOTA PARA TI

El hogar es la escuela principal de las virtudes humanas.

WILLIAM ELLERY CHANNING

Siempre he sido una persona muy sensible. De hecho, soy extremadamente sensible y empática y, aunque a veces me resulta un poco incómodo emocionarme viendo un anuncio o llorar leyendo un libro, la emoción es un recurso que me ayuda en mi trabajo diario con las familias.

No obstante, si hay algo en lo que coincidimos casi todos es en el aluvión de sentimientos y emociones que nos invaden cuando vemos o escuchamos las noticias.

Guerras, niños que sufren al quedarse huérfanos o al ser atacados por bombas, mujeres asesinadas a manos de sus parejas o exparejas, personas que se quedan en la calle después de años pagando una hipoteca, etcétera.

Es horroroso.

Tanto es así que, después de verlas, se te queda el cuerpo cortado, las ganas de comer se esfuman y te preguntas cómo puedes hacer para ayudar a cambiarlo todo, de qué manera puedes aportar tu granito de arena para mejorar el presente y el futuro de tus hijos y, al fin y al cabo, el de la humanidad.

Sin embargo, muchas de las personas que quieren ayudar a los demás viven con sus hijos un día a día muy alejado de lo que estos necesitan en realidad. Gritos, discusiones constantes, amenazas, castigos, cachetes, insultos, exigencias llenan su vida y la hacen cada vez más triste, más fría y menos alentadora.

Para ayudar a tu hijo a ser una persona íntegra, responsable y feliz, que ayude y se deje ayudar, que ame y se deje amar, que se quiera y se desarrolle personalmente, que respete, que dialogue, que no juzgue, que reflexione, que no compare, que empatice y que viva y deje vivir, debes educarlo según unos principios muy claros, basados en el respeto, la empatía y el amor incondicional, porque, si lo educas en un entorno de respeto propio y mutuo, eso es lo que integrará. En cambio, si lo haces en un entorno estresado, hostil, amenazante y violento, esa será su premisa.

Es importante recordar que nuestros hijos son las futuras generaciones de nuestra especie, las que pueden hacer de este mundo un lugar mejor, o destrozarlo.

Aunque todo esto te suene lejano, ¡eh!, pon los pies bien firmes en la tierra, siéntete vivo y afortunado de leer esto, de estar aquí y ahora y de tener en tus manos la responsabilidad y la gran suerte de educar a tus hijos y de disfrutar de su vida y de la tuya, bonita y feliz, porque de eso se trata: de ser feliz pese a las adversidades. Para eso los traemos al mundo, ¿no?

No obstante, educar a los hijos de manera positiva y empática no es tarea fácil: conlleva un gran trabajo, primero personal y después en equipo, pero lo que sí está claro es que la recompensa es muy grande.

Por este motivo, he decidido ayudarte en tu cometido, mostrándote en este libro algunas herramientas sencillas y prácticas con las que educar a tus hijos como realmente necesitan, como necesitáis, como necesita nuestra sociedad en general.

Hay un refrán que siempre repetía mi madre, heredado de la suya, que decía: «Al arbolito, desde pequeñito», en referencia a que a los hijos hay que marcarlos y corregirlos cuando son pequeños, porque, si no, a medida que crecen, es difícil que mejoren y que cambien.

Esta frase tiene una parte acertada y otra que no lo es. La correcta es que la base afectiva, social y psicológica de nuestros hijos se encuentra en las necesidades emocionales cubiertas que les aportemos durante su más tierna infancia y adolescencia, así que todo lo que no les demos entonces marcará unas carencias de por vida. En cambio, es incorrecto que se consiga exigiéndoles y corrigiéndolos como si fueran nuestros súbditos. Cuanto más amor, apoyo, coherencia, respeto y sentido común les aportemos, mejor preparados estarán para la vida.

Por tanto, para que nuestro árbol llegue a estar bien formado, necesita que todas sus partes estén bien nutridas: si alguna de ellas falla, todo lo demás fallará.

Voy a explicarte brevemente en qué va a consistir esta aventura transformadora con la que conseguirás educar como deseas.

Vamos a plantar nuestro propio árbol y a atenderlo como realmente necesita. Las partes que vamos a encargarnos de cuidar son:

1. Raíces. Reflexiona sobre tu origen y la educación recibida.

2. Tallo. Aprende a comunicarte con tus hijos de manera óptima.

3. Ramas. Incorpora a tu hogar unos límites adecuados.

4. Hojas. Entiende y controla tus emociones para mejorar la relación con tus hijos.

5. Copa. Vive en armonía con tu entorno y con las opiniones de los demás.

Pero antes dejadme explicar lo importante que es analizar en profundidad la relación que tuvimos con nuestros padres, especialmente la relación con la madre. Revisar nuestra infancia y los déficits emocionales que sufrimos, por doloroso que resulte en ocasiones, nos permitirá afrontar con más acierto la educación de nuestros hijos. A ello dedico un capítulo introductorio en esta nueva edición.

El primer capítulo se titula «Raíces». Como sabemos, un árbol sin su raíz no es nada, ya que esta se ocupa de absorber el agua y los minerales necesarios para vivir y después traspasa todo al tallo y al resto del árbol. En la manera en la que nos educaron están nuestras raíces y en cómo nos sentimos durante los primeros años de nuestra vida y durante la adolescencia. Por eso en el capítulo «Raíces» vamos a trabajar sobre el modo en el que nos educaron, ya que es imposible tratar de educar a nuestros hijos de manera coherente y con un día a día sin gritos, sin castigos y sin malestares constantes, si antes no hemos reflexionado sobre nuestra infancia. Regresarás a ella y transformarás tus emociones más internas en herramientas para conectar con tus hijos y contigo mismo. Este capítulo inicial es un viaje apasionante y que nunca termina; cuando lo hayas empezado, la vida tendrá un aire diferente y te sentirás realmente afortunado y pleno.

La segunda parte es «Tallo», también conocido como «tronco», y se ocupa de llevar todos los nutrientes a las ramas y a las hojas y, por consiguiente, se encarga del sostén de la infraestructura. Lo mismo ocurre con la manera en la que nos comunicamos con nuestros hijos: si esta falla, es irrespetuosa, manipuladora y negativa, todo se tambalea y acaba marchitándose. En este capítulo vas a aprender a comunicarte con tus hijos de manera positiva, desechando todos los patrones y mitos a los que la sociedad nos tiene acostumbrados y dando un vuelco total a la relación que tienes con ellos. Las pautas que aprendas en el capítulo «Tallo» te ayudarán también en todas las áreas de tu vida.

Luego vienen las ramas, muy importantes para que broten las hojas y las flores. Si las ramas no están en buen estado, el árbol nunca llega a generar hojas y se irá quedando sin ramas hasta secarse. En este capítulo trataremos sobre los límites, que nos ayudarán a educar a nuestros hijos con coherencia y amabilidad. Es un error pensar que, por el hecho de educar con sentido común, positividad, cariño y respeto, nos debamos convertir en unos pasotas con nuestros hijos, permisivos y desconectados de sus necesidades reales. Nada más lejos de la realidad. En el capítulo «Ramas» aprenderás a poner límites necesarios, consensuados y lógicos, que te acerquen a tus hijos y mantengan el árbol nutrido y oxigenado para que no se seque y siga viviendo con motivación y alegría.

Las hojas son la parte del árbol que más vida tiene: se encargan de la fotosíntesis y de generar oxígeno. Así como sin raíces no hay árbol, sin hojas tampoco. Exactamente lo mismo nos pasa a los seres humanos con las emociones: sin ellas no seríamos humanos. Estarás de acuerdo conmigo en que la mayoría de las veces los adultos no sabemos manejar bien nuestras emociones y muchas situaciones con los hijos se nos van de las manos. Al pasar la avalancha, nos arrepentimos y nos sentimos mal y una gran culpabilidad nos invade. Esto es lo que vas a aprender a controlar correctamente en el capítulo «Hojas». Además, estarás preparado para reconocer las emociones de tus hijos y para ayudarlos a convivir con ellas y a apreciarlas, sabiendo qué hacer cuando ellos necesiten expresar las suyas.

El quinto y último capítulo es la copa de nuestro árbol. Es donde conviven en armonía las diferentes formas de vida de un árbol. En el capítulo «Copa» veremos cómo podemos adaptar nuestra nueva manera de educar, empática, templada y coherente, a nuestro entorno. Estamos rodeados de familiares, amigos, vecinos y profesores y por lo general cada uno tiene su propia experiencia y visión. A veces, tendemos a dejar de lado lo que realmente sentimos y queremos para nuestros hijos, con tal de encajar en las opiniones de los demás. Nuestra «Copa» nos ayudará a seguir siempre a nuestro corazón.

Como ves, cada una de las partes de nuestro árbol tiene mucho que aportarte y te aseguro que, cuando empiezas a mejorar, notas que la vida, tu vida, vuestra vida, cambia. Con el paso de los días, empezamos a vivir intensamente, cohesionados, en equipo y mejor, mucho mejor.

Educar a nuestros hijos es el trabajo que tenemos que encarar con más perseverancia y, además, un trabajo en el que estamos contratados para siempre.

Así que, aunque no somos perfectos ni existe la perfección, debemos trabajar día a día para ser cada vez mejores padres y, por tanto, para guiar a nuestros hijos hacia un futuro mejor, hacia el futuro que ellos realmente desean y merecen.

Espero que disfrutes de la lectura tanto como yo he disfrutado preparando las partes de mi árbol particular, que a partir de ahora deja de ser mío para ser nuestro.

Sin más, ¡empezamos!

Un abrazo y gracias.

TANIA

Las madres marcan nuestra vida

LAS MADRES MARCAN

NUESTRA VIDA

Sin duda, uno de los grandes trabajos que tienen que realizar las familias y los profesionales que deciden formarse conmigo es, precisamente, recuperarse de su propia infancia, trabajarla, comprenderla y sincerarse con ellos mismos para ser conscientes de lo que vivieron y sintieron. Solo así conseguirán conectar con sus hijos, empatizar con sus necesidades y comprender sus emociones en cada etapa. Todo el mundo tendría que hacer este trabajo —te advierto que, cuando lo empiezas, no es una tarea agradable—, aunque no todos estamos preparados para emprenderlo.

Al iniciar el trabajo con relación a la infancia, pasamos por diferentes fases. La primera es la de negación, cuando creemos que nuestra infancia fue casi perfecta, cuando idealizamos a nuestra madre y a nuestro padre y pensamos que todo lo que hicieron fue por nuestro bien, incluso los gritos, los castigos, la insensibilidad ante nuestras emociones, la soledad y la desprotección, la falta de conexión con nuestras necesidades, las comparaciones y las etiquetas, el abandono emocional, etcétera. Creemos que lo hicieron «lo mejor que supieron» y, por ende, ni siquiera nos planteamos que el trabajo que hemos de hacer con nuestra infancia sea algo que nos incumba.

La segunda fase es la de reflexión, cuando poco a poco, meditando, recordando, sincerándonos y enfrentándonos a la infancia, nos vamos dando cuenta de que es necesario trabajarla, que eso no tiene nada de malo, que no se trata de buscar culpables, sino de conocernos más a nosotros mismos, de recapacitar sobre lo que vivimos y de reconocer en el niño o la niña que fuimos al adulto que somos hoy.

La tercera es la de enfado. Cuando se abre la caja de Pandora, van saliendo todas las cuestiones que llevábamos dentro, pero no queríamos reconocer o admitir. Algunas personas entran entonces en una etapa difícil: no les apetece ver a su madre o a su padre y, si los ven, quieren decirles con rencor todo lo que piensan, recriminarles por las injusticias que consideran que vivieron, etcétera. Es una fase pasajera, pero que implica un proceso, porque el rencor no sirve para avanzar, sino que solo nos llena de frustración, rabia e ira y nos distancia de nuestros progenitores.

La cuarta fase es la de aceptación. Por fin somos conscientes de lo que hemos vivido, de las cosas buenas y las malas que compusieron nuestra infancia y nuestra adolescencia y que, por lo tanto, conforman a la persona que ahora somos. En esta etapa tenemos claras las cuestiones que no queremos reproducir con nuestros hijos y las que no repetiríamos en ningún caso para que no sufran las mismas consecuencias. Es una fase feliz y templada en la que empezamos a ver la vida de otro modo y a conocernos a nosotros mismos en profundidad.

La última fase es la de estabilización, en la cual, con momentos buenos y no tan buenos, somos capaces de llevar una vida equilibrada emocionalmente, sabiendo quiénes fuimos y quiénes somos, sin rencor, sin culpabilidad, sin pena y sin ira, perdonando y perdonándonos, agradecidos por el mero hecho de vivir y de tener hijos, para poder guiarlos en el camino de una manera diferente a como lo hicieron con nosotros.

LA RELACIÓN CON NUESTRA MADRE

Dentro de este camino de interiorización de nuestra infancia, la labor más importante y profunda consiste en trabajar la relación con nuestra madre. En ningún caso insinúo que la relación con el padre sea menos importante, pero sí que es diferente. El vínculo con la madre es esencial en la vida de los seres humanos, puesto que, en el momento principal de nuestra vida (la estancia en el útero materno y el mismo nacimiento), fuimos un solo ser con ella, dos en un mismo cuerpo, dos corazones latiendo en un mismo lugar. Por el mero hecho de obtener la vida gracias a nuestra madre, la conexión con ella se mantiene para siempre.

Ayudo a personas que fueron adoptadas y que, en consecuencia, tuvieron poca relación con su madre biológica. Estas personas tienen que hacer un doble trabajo: por un lado, aceptar este vínculo diferente y de separación con su madre biológica y, por el otro, elaborar el vínculo con su madre adoptiva. Por su parte, la madre adoptiva debe aceptar que su hijo tenga una madre biológica a quien lo une un hilo invisible y debe aprender lo que supone para él e incluso ayudarlo, cuando llegue el momento, en este proceso de aceptación y de conocimiento sobre su vida, para que también haga el trabajo con ella como madre.

Si no has crecido con tu madre y ha sido una abuela o una tía la que te ha criado, es necesario que hagas este trabajo con esa figura, pasando antes por el mismo camino que las personas adoptadas: primero, aceptar la separación de tu madre biológica y, después, continuar con la persona que te ha acompañado y criado durante tu infancia.

En el caso de que ya hayas perdido a tu madre, en primer lugar, te acompaño en el sentimiento y, en segundo lugar, te comento que tienes que hacer este trabajo de todos modos, tratando de no idealizar a tu madre porque no está y procurando indagar todo lo posible en su pasado y en el tuyo, para conectarte más con ella y con su recuerdo. Así te sentirás reconfortado y más capacitado para afrontar tu duelo o para equilibrar tu nuevo mundo emocional con su ausencia.

Para poder analizar cómo fue la relación con tu madre y, en consecuencia, cómo es vuestra relación actual, es necesario que reflexiones sobre una serie de cuestiones. Para hacerlo de manera óptima, te recomiendo seguir este orden:

Averiguar cómo fue la infancia de tu madre. Hacer un estudio completo de cómo fueron la infancia y la adolescencia de nuestra madre es absolutamente revelador. No se trata de buscar una justificación para su forma de comportarse cuando éramos niños ni tampoco de sentir pena por ella y llenarnos de culpa cuando pensamos en lo mal que lo hicieron a veces con nosotros. En realidad, esto nos permite conocerla más y entenderla mejor. Empatizar con su pasado nos ayudará a entenderlo y a comprender su comportamiento para con nosotros durante nuestra infancia, además del presente que compartimos. Ponernos en su lugar nos aliviará y nos acercará emocionalmente a ella y así recuperaremos la confianza y la seguridad en nosotros mismos y en nuestra forma de educar. Para llevar a cabo esta investigación, podemos mantener conversaciones interesantes con nuestra madre, hablar con sus hermanos o sus hermanas, con sus primos o con otros familiares, así como con amigos de su infancia y su adolescencia. También podemos ver fotos, vídeos, ropa (todos los elementos que nos ayuden a documentarnos) y observar. Conviene ir anotando todo en un cuaderno y elaborar, poco a poco, el árbol cronológico de nuestra madre para saber de dónde venimos, quiénes eran sus antepasados y los nuestros, cómo fue la vida de cada uno de ellos y, sobre todo, la suya junto a sus familiares más próximos en su hogar (madre, padre, hermanos, abuelos). Todos tenemos una infancia y una adolescencia que determinan nuestro camino para siempre. Comprender la infancia de nuestra madre nos ayudará a comprendernos a nosotros mismos y también a sanarnos de las necesidades emocionales que no hayan sido cubiertas durante la nuestra. Tal vez no podamos hablar con nuestra madre sobre este trabajo. Entonces, simplemente le diremos que estamos interesados en su vida y en su situación, puesto que quizá ella no esté preparada para saber que todo lo que vivió repercutió en su pasado y en su presente y no pueda hacerle frente emocionalmente, aunque también es posible que, haciendo este trabajo, realices una doble gesta: sanarte tú de tu infancia y a ella de la suya.

Comprender cómo te sentías de niño con respecto a tu madre. Una vez que hayamos investigado la infancia de nuestra madre al cien por cien, nos sentiremos mucho más conectados y seremos más empáticos con ella y así podremos iniciar nuestro propio proceso, sin rabia ni rencor, con coherencia y sinceridad. Ya no podemos cambiar lo que fue o no fue, pero sí que podemos aceptarlo y liberarnos de algo que sigue pesando en nuestro interior. Para ayudarte en la autoinvestigación, puedes formularte diferentes preguntas que te ayudarán a saber cómo viviste tu infancia y las emociones y los sentimientos que experimentaste y que, por lo tanto, tienes que rememorar. Haz primero una lectura rápida de las siguientes preguntas:

–¿Se ofendía tu madre con facilidad?

–¿Te criticaba y lo sigue haciendo ahora, en tu vida adulta?

– ¿Era violenta a veces y te faltaba al respeto?

–¿Te cuidaba amorosamente y sin quejarse?

–¿Te gritaba, te castigaba, te insultaba o te rechazaba?

– ¿Te comparaba constantemente con otras personas o incluso con ella misma?

– ¿Era amorosa y comprensiva solo cuando había gente delante o fuera de casa?

–¿Era la opinión de los otros muy importante para tu madre, incluso más que la tuya?

– ¿Solía estar presente físicamente, pero no emocionalmente?

–¿Te hacía desprecios y a veces te ignoraba?

–¿Llegaste a creer que tenías que cuidar de tu madre, física o emocionalmente?

–¿Gozabas de confianza y libertad para hablar de tus emociones más íntimas con tu madre?

–¿Dependías emocionalmente de la opinión o de la aprobación de tu madre para tomar decisiones?

–¿Pensabas que tu madre era una persona falsa o poco sincera?

–¿Sentías empatía por parte de tu madre hacia tus problemas y tus sentimientos?

–¿Eran las emociones de tu madre más importantes para ella que las tuyas?

–¿Le tenías miedo a tu madre?

–¿Sentiste alguna vez que tenías la culpa de las emociones de tu madre (enfado, tristeza, frustración, miedo, etcétera)?

–¿Solo te sentías valorado por tu madre si hacías lo que ella quería o pensaba?

–¿Controlaba tu madre todo lo que rodeaba tu vida?

–¿Solías sentir una rabia o una frustración que no podías exteriorizar?

–¿No podías decirle a tu madre que no, fuera lo que fuese que te dijera?

–¿Te sentías solo, vacío y abandonado emocionalmente?

–¿Te sentías a menudo triste o desamparado?

– ¿Te sentías querido por tu madre? ¿Y en la actualidad?

Cuando tengas tiempo, contesta a cada una de estas preguntas —no hace falta que sea el mismo día— y hazlo por escrito. Trata de recordar situaciones, experiencias, contextos, momentos, etcétera. Tómate tu tiempo: lo necesitarás. Como hiciste con tu madre, utiliza testigos, fotos, vídeos, charlas, ropa, recuerdos, etcétera.

El hecho de sacarlo todo fuera, de ve

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