Chantaje emocional

Susan Forward

Fragmento

Chantaje emocional

Introducción

Le dije a mi marido que una noche por semana asistiría a clase y, tranquilo, como de costumbre, comenzó a disparar:

—Haz lo que quieras; siempre lo haces. Pero no me esperes cuando llegues a casa. Siempre estoy para ti. ¿Por qué no haces lo mismo por mí?

Sabía que su razonamiento carecía de sentido, pero me sentí tan egoísta que pedí la devolución de la matrícula. LIZ

Pensaba dedicar las navidades a viajar con mi esposa. Hacía meses que soñábamos con esas vacaciones. Telefoneé a mi madre para comunicarle que por fin habíamos conseguido los billetes y estuvo a punto de echarse a llorar:

—¿Y la comida de Navidad? Para las fiestas nos reunimos todos. Sabes que si haces ese viaje nos aguarás la Navidad. ¿Por qué me haces esto? ¿Crees que viviré muchas navidades más?

Como es lógico, cedí. Mi esposa me mataría, pero hubiera sido incapaz de disfrutar de las vacaciones bajo el peso de tanta culpa. TOM

Le comuniqué a mi jefe que necesitaba ayuda o una fecha tope más realista para el gran proyecto en el que estoy trabajando. En cuanto le comenté que necesitaba descansar se lanzó sobre mí:

—Sé que quieres estar en casa con los tuyos y, aunque ahora te echan de menos, agradecerán el ascenso que pensamos darte. Necesitamos un miembro del equipo que se dedique en cuerpo y alma a la tarea... y había pensado que eras la persona adecuada. Pero haz lo que quieras, pasa más tiempo con tus hijos y recuerda que, si son tu prioridad, tendremos que reconsiderar lo que planeamos para ti.

Me dejó tan confundida que ya no supe qué hacer. KIM

¿Qué es lo que pasa? ¿Por qué algunas personas nos llevan a pensar que hemos vuelto a perder, que siempre cedemos, que no decimos lo que sentimos, que nuestra opinión no cuenta y que nunca se acepta nuestra posición? Sabemos que nos han timado, que hemos renunciado a lo que queremos para satisfacer a otro y que no sabemos cómo actuar. ¿Por qué algunas personas nos dominan emocionalmente y nos hacen sentir derrotados?

Las personas con las que nos topamos en estas situaciones imposibles son hábiles manipuladores. Cuando se salen con la suya nos rodean de una reconfortante intimidad y, cuando no lo consiguen, apelan a las amenazas o nos hunden bajo el peso de la culpa y los remordimientos. Aunque parece que planean los medios para obtener lo que desean, a menudo ni siquiera son conscientes de lo que hacen. De hecho, muchas parecen encantadoras, sufridas y en modo alguno amenazadoras.

Casi siempre es alguien concreto —la pareja, un progenitor, un hermano o un amigo— quien nos manipula tan consistentemente que da la sensación de que olvidamos todo lo que sabemos sobre la eficacia adulta. Por muy capacitados y exitosos que seamos en otras facetas de nuestra vida, con estas personas nos sentimos desconcertados e ineficaces: nos llevan de la oreja.

Valga como ejemplo Sarah, periodista judicial a la que he tratado. Morena animada, hace casi un año que sale con un constructor llamado Frank. Pareja treintona muy unida, se llevaron bien hasta que se planteó el tema del matrimonio. Según Sarah, en ese momento la actitud de Frank cambió, pues quiso que le diera pruebas de su valía. Quedó de manifiesto cuando Frank la invitó a pasar un romántico fin de semana en su cabaña en las montañas.

—Cuando llegamos, por todas partes había lonas y botes de pintura y me dio un pincel. Como no sabía qué hacer me dediqué a pintar.

Trabajaron todo el día prácticamente en silencio y cuando por fin se sentaron a descansar Frank le entregó la sortija de pedida con un diamante enorme.

—Le pregunté qué pasaba —añadió Sarah— y replicó que quería saber si yo era buena chica, si echaría una mano y no esperaría que él se ocupara de todo en el matrimonio.

Como era de prever, ahí no acabó la historia.

Fijamos fecha y todo lo demás, pero nuestra relación subía y bajaba como un yoyó. Me daba regalos y no dejaba de someterme a pruebas. Si un fin de semana no me apetecía cuidar a sus sobrinos, Frank comentaba que mi sentido de la familia dejaba mucho que desear y que tal vez deberíamos suspender la boda. Si yo hablaba de ampliar mi negocio, quería decir que no estaba realmente comprometida con él. Me fui calmando. La situación continuó y siempre era yo la que cedía. Me repetí hasta el infinito que era un buen hombre, que tal vez el matrimonio lo asustaba y que necesitaba sentirse más seguro a mi lado.

Aunque soterradas, las amenazas de Frank surtieron un poderoso efecto porque las alternó con una intimidad lo bastante tentadora para confundir lo que realmente ocurría. Como la mayoría de los seres humanos, Sarah siguió volviendo en busca de más de lo mismo.

Cedió ante las manipulaciones de Frank porque en aquel momento hacerlo feliz tenía sentido y era mucho lo que estaba en juego. Aunque resentida y frustrada por las amenazas de Frank, Sarah justificó su capitulación en nombre de la paz.

En las relaciones de esta clase nos centramos en las necesidades del otro a costa de las propias y nos relajamos en la transitoria ilusión de seguridad que hemos creado al ceder. Evitamos el conflicto, la confrontación... y la posibilidad de sostener una relación sana.

Aunque interacciones enloquecedoras como las planteadas figuran entre las causas más corrientes de fricción en casi todas las relaciones, casi nunca las identificamos y comprendemos. Estos casos de manipulación suelen etiquetarse como mala «comunicación». Nos convencemos de que funcionamos a partir de los sentimientos mientras que él actúa desde el intelecto o ella tiene una mentalidad distinta. En realidad, la fuente de fricción no corresponde al modo de comunicación, sino a que una persona se salga con la suya a costa de la otra. Se trata de algo más que un simple malentendido: son luchas por el poder.

A lo largo de los años he buscado la forma de describir estas luchas y el perturbador ciclo de comportamiento al que conducen y he comprobado que casi todos los seres humanos se sienten identificados cuando digo que de lo que hablamos es de chantaje puro y duro: de chantaje «emocional».

Sé que la palabra «chantaje» evoca sombrías imágenes de delincuentes, miedo y extorsión. Es difícil pensar en el cónyuge, los padres, el jefe, los hermanos o los hijos en este contexto. Sin embargo, he comprobado que el vocablo «chantaje» es el único que describe con exactitud lo que sucede. La intensidad de la palabra nos permite despejar la negación y confusión que enturbian tant

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