Retorno 201

Guillermo Arriaga

Fragmento

Retorno 201

Lilly

A Jorge Arriaga

Ellos la mataron, yo lo sé y solo yo lo sé. No fue su culpa, fue un accidente, no sabían lo que hacían. Son casi unos niños. Son inocentes... son mis hijos...

—Su tía Gabriela y Lilly se van a quedar a vivir aquí.

—¿Por?

—Porque sí.

—¿Mucho tiempo?

—El necesario.

—Es que Lilly...

—Es que nada.

—No, papá, aquí no.

—No lo estoy poniendo a discusión.

—¿Y dónde va a dormir?

—Ustedes dos van a dormir juntos... y Lilly en tu cuarto.

—No...

Lo hicieron sin querer, estaban jugando: fue una travesura. Ellos no son malos, no lo son...

—Roberto, dale un beso a tu prima.

—No, pa...

—Ándale.

—No.

—Hazme caso.

—Es que no quiero.

—Déjalo, Rodrigo, ya se acostumbrará.

Le dije a Rodrigo que Gabriela no tenía adónde ir y me dijo que la trajera a la casa. Pobre, estaba desesperada. La muerte de Javier la devastó. Me dio pena.

Nos daba asco, era como un animalito que solo gemía y babeaba. Papá nos dijo que se iba a quedar a vivir con nosotros. No queríamos, Lilly nos daba cosa.

Sí, es que era muy fea y a mí me daba también un poco de miedo, sentía que me iba a morder.

Pero al rato nos acostumbramos a ella.

Yo no mucho, es más, la verdad nunca me acostumbré, pero no me quedaba de otra.

Poco a poco empezamos a jugar con ella.

Ha de haber sido difícil para mi hermana tener una hija como Lilly, pero cuántas veces le advertí que era peligroso embarazarse a su edad. Solo Dios sabe por qué hace las cosas.

—Vamos al cine con su tía.

—¿Y Lilly?

—Ustedes la van a cuidar.

—No...

—No renieguen, niños... besito a mamá... adiós... se portan bien.

No sabíamos qué hacer con Lilly. Nos aburría cuidarla. Mamá, papá y tía Gabriela salían cada vez más y nosotros nos teníamos que quedar con ella.

Al principio no le hacíamos caso, la encerrábamos en su cuarto y no la dejábamos salir. Lilly berreaba y berreaba, pero no le abríamos.

No podíamos salir a jugar con nuestros amigos. Si llegaban mis papás y se daban cuenta de que habíamos dejado sola a Lilly, se enojaban muchísimo.

Sí, una vez nos fuimos a jugar a la glorieta y ellos llegaron. A Roberto y a mí nos agarraron a cuerazos.

Aparte, a cada rato hablaban por teléfono para ver si estábamos.

Nos daba coraje quedarnos con ella, si la que debería cuidarla era mi tía Gabriela.

Gabriela tenía que salir, distraerse. La muerte de Javier le había dolido mucho, no podía quedarse encerrada en su pena. Lilly era una carga para ella.

A mí se me hace que les daba pena sacarla.

Sí, la escondían, nunca la llevaban a ningún lado. Cuando mi mamá y mi tía se iban al supermercado no la llevaban.

Y para nuestra mala pata nos la encargaban justo cuando acabábamos la tarea.

En vacaciones la teníamos que cuidar todo el día.

—¿No será mejor mandarla a una institución?...

—Rodrigo...

—Bueno, es que puede ser mejor para todos.

—No, cuñado, prefiero tenerla a mi lado... cuidar yo de ella.

Una vez trajimos a nuestros amigos a conocerla, para que vieran lo fea que era.

Es que parecía un rinoceronte.

Les dio horror, el mismo horror que a mí.

Papá se enteró por la mamá de Luis que se la habíamos enseñado a todos y se enojó muchísimo.

Nos castigó sin poder salir toda una semana.

—Me da gusto, Gabriela, parece ser un buen hombre.

—¿Tú crees?

—Claro.

—Hoy me invitó a comer.

—Qué bien.

Cada vez la dejaban más tiempo con nosotros.

Nos hartaban sus berridos y ya no la podíamos encerrar. Mi papá se había dado cuenta de lo que le hacíamos y nos había quitado la llave del cuarto.

No nos quedaba otra que jugar con ella. Al menos cuando estaba junto a nosotros se quedaba callada.

—Tienes que rehacer tu vida.

—Yo también estoy de acuerdo, Gabriela.

—Pero es que él nada sabe de Lilly.

—Si te quiere tiene que aceptarla.

—¿Sí?

—Claro.

Un día, jugando con ella Salvador, sin querer, le agarró una chichi.

Sí, caray, me calenté mucho.

Y Lilly no lloró.

Entonces pensamos en desnudarla. Al fin que mis papás y mi tía no iban a llegar hasta bien noche.

Le quitamos toda la ropa y le empezamos a agarrar todo.

Y ella no berreó para nada. Se quedaba quietecita.

Era gorda, gorda. Muy blanca. Pero eso no importaba.

También era muy peluda. Tenía las piernas y las axilas llenas de pelos.

La panocha también la tenía muy peluda. Yo no sabía que a las mujeres ahí les salieran pelos.

Salvador le empezó a meter el dedo. Se lo metía y se lo sacaba. Yo también se lo metí.

Oímos llegar un coche y nos asustamos mucho. Creíamos que ya habían llegado mis papás. Como pudimos, volvimos a vestir a Lilly y nos fuimos corriendo a nuestro cuarto.

—¿Cómo te fue con Ismael?

—Ay, ese hombre es un pan de dios.

—Pues anímate, dale el sí.

—Todavía no, Estela, todavía no.

A los tres días de eso mi papá y mi mamá se fueron a Acapulco y mi tía Gabriela se fue a casa de unas amigas a Cuernavaca.

Bueno, eso fue lo que nos dijeron.

—Regresamos el martes. Su tía Gaby no regresa hasta el miércoles.

—Cuiden mucho a su prima Lilly.

—Sí, papá.

Ahora estábamos contentos de estar con Lilly, podíamos hacer con ella lo que quisiéramos.

Sí, porque a las tres de la tarde Romelia, la sirvienta, se iba para su casa después de darnos de comer y no regresaba sino hasta el día siguiente.

Nos dio por desnudar despacito a Lilly. Para nuestra suerte solo la vestían con camisón y calzones.

A Lilly la sentábamos en el piso y ahí la encuerábamos.

Otra vez le empezamos a meter el dedo en el hoyito. A Roberto le dio por besarle las chichis que también las tenía muy peludas.

Ella ni se movía, se quedaba ahí tirada, dejando que nosotros le hiciéramos lo que quisiéramos.

Al día siguiente, el sábado, yo me quité el pantalón, me saqué la pirinola y se la metí a Lilly. Sentí bien bonito, calientito.

A mí me

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