Andar y ver

Jesús Silva-Herzog Márquez

Fragmento

Andar y ver

EL NEURÓLOGO Y EL POETA

Oliver Sacks, el neurólogo que retrató al hombre que confundió a su mujer con un sombrero, el doctor que ha meditado sobre las alucinaciones, el autismo, la nostalgia y las relaciones entre la música y el cerebro, cumplió 80 años hace unos días.* Lo festejó celebrando las bondades de la vejez en un ar­tículo que publicó The New York Times y que luego tradujo El País.** Sacks no se queja de las décadas que se le acumulan. Despojarse de la juventud es adquirir sentido, perspectiva, es sentir el tiempo en los huesos. En su artículo, Sacks recordaba a su amigo W. H. Auden, quien presumía que cumpliría esos mismos 80 años para largarse después. No lo logró: el poeta murió a los 67 pero sigue apareciéndosele a Sacks por las noches. Auden fue, sin duda, una de las presencias más importantes en la vida del autor de Despertares y, a juzgar por los sueños, lo sigue siendo.

Auden fue una especie de mentor para Sacks. Reseñó con entusiasmo Migraña, su primer libro. Quien se interese por la relación entre el cuerpo y la mente, encontrará tan fascinante este libro como lo he encontrado yo, apuntaba el poeta. Era la primera vez que el neurólogo se sentía reconocido. Pero Auden no fue una presencia meramente encomiástica, fue un acicate intelectual, una guía. Debes salir de lo clínico: arriésgate a la metáfora, al mito, le aconsejó. Poco antes de morir, llegó a ver el manuscrito de Despertares. Es una pieza maestra, le dijo en su último encuentro.

Tras leer aquel libro primero, Auden le dedicó un poema, “Hablando conmigo mismo”:

Siempre me ha sorprendido qué poco Te conozco.

Tus costas y salientes los conozco, pues ahí yo gobierno,

pero lo que sucede tierra adentro, los rituales, los códigos sociales,

tus torrentes, salados y sombríos, siguen siendo un enigma:

lo que creo se basa sólo en rumores médicos.

Nuestro matrimonio es un drama; no un guion donde

lo no expresado no se piensa: en nuestra escena,

aquello que no puedo articular Tú lo pronuncias

en actos cuya raison-d’être no entiendo. ¿A qué evacuar fluidos

cuando me aflijo o dilatar Tus labios cuando me alegro?

Mientras coincidieron en Nueva York, tomaban el té frecuentemente. El tiempo era perfecto: a las cuatro de la tarde, después de un día de trabajo y poco antes de una noche consagrada a la bebida. Habrán conversado de enfermedades, de pacientes, de tratamientos. Hijo de médico, Auden admiraba las artes curativas: no la ciencia médica sino ese “arte de seducir a la naturaleza”. Aborrecía por ello la arrogancia de los ingenieros de la medicina. Sólo puedo confiar, decía, en el médico con el que he chismeado y bebido antes de que sus instrumentos de metal me toquen. Habrán hablado de aquello que más los acercaba: la música. En aquel apunte sobre Migraña y en una carta personal, Auden citaba un aforismo de Novalis: “Toda enfermedad es un problema musical, y cada cura es una solución musical”. Totalmente de acuerdo con Novalis, le respondió Sacks: ése es mi sentido de la medicina. Mis diagnósticos son auditivos: registran una discordancia o la peculiaridad de alguna armonía.

Pero en aquellas tardes en el departamento del East Village, Sacks y Auden también solían permanecer callados. Sacks recuerda a Auden como un hombre dotado de una de las más extrañas y hermosas cualidades: era una persona con la que se podía estar en silencio, durante mucho tiempo. Uno podía estar con él durante horas, tomando una cerveza, una copa de vino, alrededor de la chimenea sin decir nada, sin sentir la necesidad de decir nada. “Comunicarse sin hablar, absorbiendo la presencia del otro silenciosamente y la callada, elocuente presencia del ahora.”


* Su cumpleaños fue el 9 de julio de 2013.

** “The Joy of Old Age. (No Kidding.)”, The New York Times, 6 de julio de 2013, y “Al cumplir los 80”, El País, 10 de julio de 2013.

Andar y ver

CAMUS, ARTICULISTA

En una carta a su esposo de mayo de 1952, Hannah Arendt escribió: Camus “es el mejor hombre ahora en Francia. Le saca una cabeza al resto de los intelectuales”. El primero de los intelectuales. Arendt no celebraba al filósofo, sino al hombre que piensa responsablemente en público; admiraba al escritor lúcido y elocuente; al moralista que sabe confrontar al auditorio, al hombre de ideas que no se fuga del mundo.

“Para ser hombre hay que negarse a ser Dios”, escribió en su ensayo capital. Camus se niega a ser un dios desde su escritura, hecha de asombro, desconcierto e inconformismo: expuesta perplejidad. En su prosa no se advierte el anhelo de convertir al lector a su credo. No pontifica ni regaña: piensa, disiente, explora. Su prosa, como su filosofía, toca sus límites, reconoce su ignorancia, asume el riesgo. Camus no intenta suplantar el absurdo de la vida con la razón inclemente. Ésa es su rebelión. Si es cierto que invita a pensar en Sísifo feliz, su búsqueda es otra. Más que la felicidad, lo suyo es búsqueda de dignidad. En el abrazo del sinsentido hay una esperanza: ser hombres… y serlo con otros. Ya pocos dirán que El hombre rebelde es el libro de­sordenado de un filósofo mediocre, como dijeron sus primeros críticos. Es, sin duda, uno de los picos de la reflexión política del siglo XX, uno de los ensayos más brillantes de la inteligencia moral de —sí, todavía— nuestro tiempo.

Se ha hablado en estos días del filósofo, del dramaturgo, del ensayista. Debería hablarse también del articulista, del pensador que se expresa en los diarios, reaccionando a los eventos del día. “Hay que encontrar cierto tono”, escribe en un ar­tículo publicado en Combat en septiembre de 1944. Si el articulista no encuentra ese tono, su observación se desmorona. El hombre que denunció los crímenes de la razón sabía mejor que nadie que las ideas pueden convertirse en puños: eso son las convicciones. Razón sellada, martillo de palabras satis­fechas. La convicción política es tan hermética, tan peligrosa como cualquier otra fe. Camus no padeció convicciones. A Francis Ponge, hombre de certeza marxista, le dijo: “Yo me encuentro a medio camino, menos feliz que todos ustedes, armado sólo con mi b

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