Abolición de la propiedad

JOSE AGUSTIN RAMIREZ GOMEZ

Fragmento

Abolición de la propiedad

Entro en el sótano que se encuentra iluminado tenuemente. Conforme voy habituándome a la oscuridad descubro, no sé cómo, un sillón viejo y polvoso. Camino procurando no tropezar con varios objetos que se hallan en los lugares más inesperados: una vieja máquina de coser, cajas y costales, sillas en todas partes, marcos sin pintura, una mecedora. En las paredes hay, recargados, innumerables espejos que me reflejan en posiciones distintas. Llevo mis manos a los brazos, mientras en mi rostro se dibuja una expresión de perplejidad. Ignoro por qué el sillón me ofrece una cierta fascinación irresistible.

Voy hacia él y sin más me desplomo.

Los monitores del circuito cerrado muestran el panning de las cámaras al seguirme y close shot cuando estoy sentada.

El conjunto de rock se encuentra en la izquierda, en silencio. Es como parte del escenario. No lo veo, nunca lo veo.

A mi lado se halla una grabadora, pero la miro sin advertirla. Sobre de ella hay un metrónomo que ha estado funcionando sin interrupción desde antes de mi llegada.

Tarareo algo indefinido, tamborileando un ritmo imaginario en los brazos del sillón. Me siento bien, a gusto. Trato de fijarme en los objetos que me rodean pero no les encuentro sentido. Entonces reparo en la grabadora.

Es un modelo profesional, ámpex, absurdo en un escenario como en el que me encuentro. El metrónomo continúa funcionando y su ritmo ofrece el único sonido que se escucha. Veo la grabadora con curiosidad y acciono los controles, un poco al azar. Me estiro un poco más para leer las funciones de cada control y sigo moviéndolos. Me sorprendo, y casi salto, al oír los ruidos del retroceso y veo que, en efecto, la cinta se desplaza con rapidez, emitiendo los ruidos clásicos. Dejo ese botón y pruebo otro, el de avance. Se escuchan, lejanos, los acordes de la que intuyo Sexta sinfonía, de Schubert: no sé mucho de música clásica, pero eso sí: ya he oído antes la tonada. Tras unos cuantos compases se empiezan a escuchar varias voces reverberadas, incomprensibles. Aguzo el oído al creer que una se parece a la mía. Localizo el control del volumen y lo muevo.

Es mi voz.

En la grabadora.

Voz de Norma: Fíjate, Everio, ahorita tengo la impresión de que esto ya había sucedido antes.

Se oye un tosido que en realidad disfraza una risita irónica.

Voz Norma: Qué pasa. Te parece muy chistoso.

Voz Everio (muy rápido): No, cómo crees. (Pausa. Procura ser más convincente:) Palabra.

Voz Norma (con una ligera irritación): Entonces de qué te ríes.

Voz Everio: No me reí. Te lo juro. Me dio tos nada más.

Voz Norma: Sí, cómo no. Ya sé. Experimento todos los lugares comunes imaginables. Pero es que sentí que todo esto ya había sucedido antes. Digo, estar aquí en este lugar tan extraño.

Voz Everio (neutro): Qué tiene de extraño.

Voz Norma: Es extraño, ¿no? Sí es extraño. Caray, parece que nada más quisieras llevarme la contraria.

Voz Everio (con mucho eco): No te exaltes, viejita.

Durante los diálogos anteriores me acomodo mejor en el sillón y escucho con verdadero interés e inquietud. No entiendo nada, mas por el momento no me interesa comprender sino escuchar. Por eso casi no me doy cuenta de que atrás de mí, sobre la pared lateral derecha, se ha empezado a proyectar

mi rostro en close shot;

en la proyección hablo con alguien y de hecho matizo lo que se dice a través de la grabadora. Pero no se ve con quién hablo y mi voz no se sincroniza con los movimientos de los labios en la proyección.

En la grabadora ha habido una pausa y se detiene la música de Schubert. Sin interrupción, incluso sobreimpuesta, escucho una pieza monocorde, de ritmo constante. Sin darme cuenta miro hacia el frente como con seguridad habría mirado en la acción registrada en la grabadora: reprobando que alguien me hable de esa manera. El mismo gesto se ve en el back projection.

En la grabadora.

Voz Everio: Te ofendiste.

Voz Norma (fría): No. Por qué.

Voz Everio: Bueno, tenemos poco de conocernos, ¿no?

Voz Norma: No. Digo, está bien.

Las voces vuelven a callar y ya no miro al frente: veo la grabadora, tratando de escuchar más, pero sólo persiste la música monocorde, obsesiva.

Apago la grabadora, impresionada.

El conjunto empieza a tocar una música parecida.

La proyección hace fade out.

Frunzo el entrecejo. Trato de respirar con un ritmo lento: termino aspirando todo el aire que puedo, y reteniéndolo en los pulmones, me levanto del sillón.

Bajan las luces y el escenario sólo queda iluminado por la luz del proyector que muestra, en la pared lateral izquierda, el cartón:

NORMA HA ENTRADO EN UN SÓTANO DONDE ESCUCHA SU VOZ. POR EL MOMENTO SE HALLA SOLA.

Un reflector ilumina tenuemente, aún más, y siento que mi cuerpo se vuelve rígido. Siento una corriente de energía, pero no puedo moverme con naturalidad. Me pongo de pie mirando al frente y avanzo hasta el arriba centro. Canto:

Norma: Esta casa no es mi casa

y he encontrado a mi conciencia

esquinada en las sombras

con la luz que me transforma

yo no soy una obsesión

yo no soy una ilusión

soy muy real y me encuentro

en un mundo de agonía

de agonía de agonía

y de luz muy dulce y tenue

de agonía en las sombras

que maniatan las paredes

y que ensangran mis deseos

porque ya no sé qué ocurre

qué vendrá de mi conciencia

qué saldrá de mi conciencia

que saldrá de mi conciencia…

Hago fade a la canción y sin permitir pausa, pero sintiéndome adormecida, inicio mi monólogo. El conjunto, también sin interrupción, desarrolla el tema del monólogo. En la izquierda se proyecta el cartón:

CANCIÓN DE LOS ANTECEDENTES.

En la misma pared lateral izquierda se proyectan transparencias de mi rostro y de mi cuerpo pero casi siempre en acercamientos, con colorido y textura de amplificación: contrastan con la penumbra. Las slides ilustran diversos momentos del monólogo, pero sin que exista una sincronización con su desarrollo.

Norma (sin cantar en ningún momento): Es que es difícil plantear todo. Además, da miedo. Porque una puede llegar a decirse está bien, está bueno, éste es el momento en que tienes que repasar lo que has hecho; viejita, tienes que hacerlo. Es decir, una es concierne de eso pero no hay cómo; así, tan sencillo. Más bien sí hay cómo, lo que no hay tan fácilmente es la facilidad de palabra, la facilidad, la honradez de espíritu y la seguridad, seguridad de que se habla bien y sin mentir. Sin mentir, no mentir, eso es lo importante. Lo real y fundamental. En ningún momento este lugar es invención mía, sé que puede parecerlo, pero no. No. Que no. Últimamente todo se vuelve irreal; bueno, no irreal irreal pero sí complicado. Digo, yo podría ser una conciencia activada por otra conciencia más expandida; pero no, no es así. Sé muy bien por qué hago lo que hago, por qué digo lo que digo, aunque no dejan de sorprenderme todas estas cosas de la grabadora. Y mucho. Un chorro. Juro que nunca grabé eso. Norma nunca ha grabado eso, está más ocupada en otras cosas. Norma, antes de preocuparse por grabar lo que acaba de oír, preferiría obnubilarse por no ser virgen. Y no porque se vanaglorie de no ser virgen, eso no tiene importancia. Importancia. No, no, para nada. Es más, cuando tuve mi primera relación sexual mi himen ya se hallaba desgarrado. Uy. Lo que pasa aquí: Carmen me invitó a oír unas cintas sensacionales, pero tuvo que salir. Sepalabola la llamaba, por qué mejor no te vas al sótano, es muy padre, muy raroso, muy intelectualón, muy decadentito, muy buena onda. Okay, Norma baja a este simulacro de sótano. Escucha su voz en una grabadora grabada quién sabe cómo en la grabadora. Qué onda. Muy muy buena onda.

Me interrumpo cuando baja la luz.

Se proyecta otro cartón:

AL FONDO, ALADERECHA.

Cuando aumenta la intensidad de la luz me encuentro en el sillón. Sonriente, un poco fatigada, aunque de nuevo a gusto. Hasta me dan ganas de volver a encender la grabadora. Pero no me atrevo.

Se abre la puerta (abajo, izquierda), la única. Por una razón imprecisa no quiero volverme. Oigo pasos y Everio se acerca, mirándome, examinándome. Mira mis piernas con la seguridad relativa que le permite el saber que no estoy viéndolo. Pero después de un momento no sabe qué hacer. Sigo sin verlo. Se detiene a pocos pasos de mí. Mira el sótano de reojo, sin fijarse en nada. Se está poniendo nervioso porque no lo miro. Apenas puedo reprimir la sonrisa y el brillo en mis ojos. Sé que quiere hablarme pero no sabe cómo. No se está quieto. Bueno, cualquiera se pondría nervioso. Me vuelvo hacia la grabadora y estiro mis dedos para acariciar la superficie fría del aparato, rozo el metrónomo que sigue funcionando al mismo ritmo. Él da un paso más. Apenas aguanto la risa, pero trato de controlarme.

Se escuchan nuestras voces, pero no en la grabadora.

Voz Everio (off): Buenas tardes, señorita.

Voz Norma (off): Buenas sean, señor.

En la pantalla derecha aparecen nuestros rostros, pero en blanco y negro. La cámara panea con lentitud de uno a otro.

Nuestras expresiones son de absoluta formalidad.

Voz Everio (off): Espero no molestarla.

Voz Norma (off): De ninguna

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