Rituales del deseo

Andrés de Luna

Fragmento

Rituales del deseo

Antes de empezar

El erotismo tiene los poderes del caleidoscopio. Resulta imposible observarlo bajo la luz de una sola mirada. La pretensión de las siguientes anotaciones es otorgarle una ojeada a algunos temas lúbricos. Podría decirse que el eros tiene una manera proteica de manifestarse, a veces se esconde bajo las máscaras de lo ingenuo o nos sobresalta con la crudeza de sus expresiones, transita de un lugar a otro, es un olor, un gesto, un destello, un sabor, es todo eso y mucho más. Aprehender al erotismo es un mito. Se le puede bordear, se puede coquetear con él, pero en conjunto es tan huidizo que se escapa con facilidad. Aquí lo único que aparece es el intento por establecer sus huellas, por seguir sus rumbos sin una idea predeterminada, porque lo erótico transcurre por muchas vías de interpretación. Claro está que existen fenómenos que se acentúan en una época como la actual, una de ellas se refiere a la pérdida de “lo íntimo”. Palabra que se evade en el infinito de lo mediático y sus tecnologías. Todo se desgarra en aras del espectáculo, de lo que se convierte en noticia falsa o en cortina de humo. Esa es otra de las vertientes de eros aunque sea un artificio. Una más es el conservadurismo, momia errante que persigue a quienes se proponen ejercer las mínimas libertades de su conciencia y de su cuerpo. Este espíritu restrictivo es el que clausura las compuertas de la imaginación creadora, por fortuna, sin lograrlo.

Aquí también se habla de algunos autores y personajes ligados al fenómeno de eros, entre ellos Casanova, el gran maestro, Severo Sarduy, Salinger o Sabines, cada uno por distintos motivos y razones. La mención a clásicos como I Modi se debe a que fue un libro prohibido por razones moralistas, que vuelve al horizonte de hoy gracias a una reedición, o se destacan los aspectos eróticos del Quijote, siempre moderno y con alguna efeméride reciente. En fin, que el recorrido quiere atisbar un eros que se esconde o reaparece en la jungla de asfalto. Ese es el propósito de Rituales del deseo.

Rituales del deseo

Amo tu olor y tu espíritu

En Vida secreta (Espasa, 2005), uno de los libros más hermosos de Pascal Quignard, el erudito y el narrador se conjugan, y entre sus páginas reflexivas se lee: “No hay desnudez humana. El otro de la fascinación es lo perdido. Cultivados, educados, formados, hablantes; ya no estamos desnudos. Por mucho que quisiéramos, ya no podríamos estar desnudos… El cuerpo humano es el paisaje supremo. El olor es lo que más se acerca al significado del desnudamiento humano. La desnudez es una llamada”.

Uno de los fenómenos civilizatorios que mejor definen al hombre actual es la pérdida de su capacidad olfativa. Olemos lo estrictamente necesario, sólo que nuestros umbrales se han reducido de manera notable. En la mayoría de los casos en beneficio nuestro. ¿Qué haría un individuo actual con una nariz que le permitiera detectar aromas que están a cientos de metros de él? La basura y los desechos reinan por doquier en un planeta devastado por toda clase de poluciones. ¿Qué decir del cuerpo? El siglo xx fue un periodo en que se valoró la higiene, sobre todo en términos de salud. Pasaron los tiempos en que una joven menstruante debía olvidarse del baño hasta que pasara su periodo. Dentro de las enseñanzas del aseo estaba el ocultar aquellos aromas que pudieran delatarnos ante el otro. Lavarse las axilas y los genitales formaba parte del proceso higiénico. El escrito decimonónico Guy de Maupassant presumía que él podía olfatear a una pareja de amantes que acababa de tener una relación sexual; bastaba con que los tuviera a varios metros de distancia para que esos efluvios impregnaran su nariz. En la novela sadiana El inglés descrito en un castillo cerrado (Tusquets, 1979), de André Pieyre de Mandiargues, aparece este detalle odorífero con respecto al semen: “De la negra salchicha de Publicola saltó, sobre la nuca y los hombros de la niña, un chorro blanquecino. Espeso y caliente, el esperma del gigantesco negro despedía un olorcillo a algo salvaje, que era insoportable”. Un detalle curioso, en Diccionario de tópicos (Seix-Barral, 1973), de Gustave Flaubert, surge un comentario que oscila entre la ironía y la historia de las mentalidades: “Olor de pies: señal de salud”.

Por otro lado, resulta interesante que Carlo Borromeo, uno de los religiosos más influyentes del xvi, tío por cierto del músico Carlo Gesualdo, Príncipe de Venosa, en su obra Instrucciones de la fábrica y del ajuar eclesiásticos (1577, del que existe una versión publicada por la unam en 1985) escribió en el apartado que dedicó a las letrinas: “En estos dormitorios, en un sitio oculto, constrúyanse letrinas próximas de tal modo que tengan ciertos bancos: cada uno de los cuales, separados con algo intermedio interpuesto, presenten un exiguo apartamiento, en el cual se encierre la monja, para que no sea observada por las demás. Pero todo este lugar de las letrinas debe estar no solamente cerrado sino bien apretado, para que no esté al alcance de la vista ni salga olor horrible”. Aun en el terreno de las monjas los hedores excremenciales estaban en las antípodas de lo divino.

Esto en los albores del siglo xx. Quignard tiene toda la razón cuando dice que, de algún modo, el olor desnuda. En prisiones europeas les resulta de mayor efectividad el tomar una huella olfativa de los reclusos que la clásica digital. Ya se ha visto que algunos narcos, entre ellos un colombiano atrapado en México, se quemaban con ácido las yemas de los dedos para evitar que se les identificara.

Lo que sobrevive ante todo es una base olfativa, ya que el olor es único e infalsificable. Los libertinos que se complacían en sus conquistas podían elaborar todo un catálogo de olores del sexo femenino. También está claro que unos genitales sin un aseo adecuado tendrán un aroma repugnante. Las bacterias de esta zona corporal actúan con rapidez inaudita, por ello es necesario mantenerlos limpios. En la cinta Carmen (2007), la protagonista (Paz Vega) contesta a las injurias de sus compañeras de trabajo con un reclamo a los hedores de las axilas y del sexo que desprenden éstas. Se burla y continúa su camino. El modisto Julio Chávez, en sus memorias Vestidas y desvestidas (Juárez Carro Editorial, 1992), recuerda sus contactos profesionales con la actriz y cantante Sarita Montiel: “Cómo apestaba la españolita a puro caldo rancio. En las pruebas de los vestidos me recordaba a Hernán Cortés y a Moctezuma que cuando conferenciaban, el emperador azteca hacía rodearse de olorosas flores para poder soportar el olor fétido del conquistador. Por lo menos, pensaba, debería lavarse las partes íntimas para hacer enoja

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