Elena Sirena 2 - Amistades a prueba

Fragmento

ElenaSirenaAmistades-2.xhtml

CAPÍTULO 1

Hora de volver

pag9.jpg

Elena acababa de guardar en la maleta la medalla de bronce, que había estado colgada en su habitación durante el verano. Recordó el día del campeonato y sonrió.

«¡Qué día más alucinante!», susurró.

«Pero esta temporada tiene que ser aún mejor», pensó.

La ilusión de empezar con los entrenamientos chocaba en el corazón de Elena con la pena que sentía mientras recogía sus cosas. Despedirse del verano en Menorca nunca resultaba fácil y era justo lo que estaba haciendo.

En ese momento, la puerta de la habitación se abrió. Pensó que sería Estela, pero enseguida recordó que hacía pocos días que se había marchado.

pag10.jpg

—¿Qué tal lo llevas? ¿Nos damos el último baño antes de irnos? —Álex llevaba puesto el bañador y la toalla colgada al cuello.

pag11.jpg

Elena miró a su hermano y sonrió. Lo cierto es que se había pasado toda la mañana sola en su habitación, recogiendo sus cosas, pensando en todo lo que había vivido durante los dos meses de vacaciones, recordando los últimos días con Estela, después de confiarle por fin su secreto...

—¡Ey! ¡No me digas que no te vas a bañar el último día!

—¡Tú estás loco! ¡Claro que sí! —Elena por fin reaccionó.

—¿Qué? ¿Te pones el bikini?

—Lo llevo puesto... —Elena chasqueó la lengua y le guiñó un ojo—. Parece que no me conoces. ¡Anda, vamos!

Álex empezó a correr y Elena fue tras él. Al pasar por la cocina, Lucía les advirtió:

—No tardéis mucho. Ya sabéis que para subir el coche al barco tenemos que llegar con tiempo de sobra, y hay que comer antes.

—¡Vamos, Lucía, ven con nosotros! Pasa de la comida. Nos comemos luego un bocata. ¡Es el último bañito de las vacaciones!

Lucía miró a Elena mientras negaba con la cabeza, pero, cuando la vio en la puerta con aquella sonrisa, la piel morena y aquellos ojos tan brillantes, cambió rápido de idea.

—¡Tienes toda la razón! ¡Ya nos comeremos un bocata!

pag13.jpg

—¡Esa es mi tía! ¡Vamos, date prisa, te esperamos!

—¡No tardo nada! —Lucía dejó inmediatamente lo que estaba haciendo para unirse al plan con Álex y Elena.

A ella también le daba mucha pena que se terminaran las vacaciones. Lo habían pasado fenomenal durante el verano. Veía a Elena muy feliz, serena, mayor... Verla así la tranquilizaba, aunque no podía evitar sentir un poquito de inquietud: su pasión por el mar le recordaba mucho a su hermana Silvia, la madre de Elena.

Lucía sabía que en poco tiempo Elena querría saber más sobre su madre.

Los tres se bañaron prácticamente solos en la playa. A finales de agosto casi todo el mundo regresaba a sus casas, y Menorca se quedaba más tranquila, con esa luz típica del final del verano.

Elena miraba al cielo mientras flotaba en la superficie del mar. Cuánto había compartido y disfrutado aquel verano con su familia, con Estela, Álex y otros amigos, algunos nuevos.

Y cuántas cosas había vivido bajo la superficie de aquel mar transparente que tantos secretos guardaba. Entre ellos, el suyo: un inmenso secreto que hacía poco tiempo le había confiado a Estela y que provocó que su relación cambiase. Elena pensó en Estela y sintió una punzada de preocupación.

«¿Qué te pasa, Estela? No te alejes de mí, por favor».

Hasta la última semana no fue capaz de contarle a su amiga ese secreto. A pesar de lo inseparables que eran y de la confianza que había entre ellas, a Elena le costaba encontrar la manera de contar algo tan... extraño, fantástico e increíble.

Y la verdad es que, desde que Elena se lo contó, Estela estaba distinta. En aquella última semana, su amiga no fue a buscarla por la mañana como solía hacer. No habían estado ni un momento a solas. Parecía que lo evitara.

«Y si algo ha cambiado en Estela, ¿qué pasará cuando se lo cuente a Emma y Eva?», pensó preocupada.

Elena dejó que su cuerpo se sumergiera lentamente. Aquel silencio bajo el mar la tranquilizaba tanto...

Y envuelta en ese silencio recordó muchos momentos del verano que había pasado con su amiga.

En cuanto entraban en el agua, nadaban un poco hasta que no hacían pie y, ¡zas!, sin decirse nada, empezaban con la sincro. Cada verano elegían alguna canción nueva que les gustara e inventaban una coreografía con ella.

¡Era tan divertido! ¡Y además se lo pasaban tan bien!

Muy a menudo no se daban cuenta de que alguien las observaba desde alguna barquita o algún velero cercanos y, de repente, oían aplausos y veían a los espectadores espontáneos saludándolas desde sus embarcaciones.

Luego, tumbadas en las toallas, seguían pensando en el baile. Una proponía una cosa

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos