Escenas de cine mudo

Fragmento

50 aniversario Alfaguara

En 2014 Alfaguara cumple cincuenta años. Desde su fundación en octubre de 1964 en el número 54 de la madrileña calle de Ríos Rosas, nuestra labor editorial ha perseguido siempre un objetivo: publicar la mejor narrativa salvando las fronteras; pensar la literatura como una patria común, rica y diversa. El resultado es un catálogo formado por más de 5000 títulos procedentes de países y lenguas muy distintas.

Esta ha sido una apuesta rigurosa, sostenida en el tiempo con perseverancia y entusiasmo, en la que nos hemos mantenido sensibles a las necesidades de los autores y al gusto de lectores.

La industria editorial está sufriendo cambios estructurales y, por tanto, la manera de enfocar nuestra actividad también debe cambiar, pero sin perder de vista que el fin último de nuestro quehacer sigue siendo el mismo: poner un libro en las manos de un lector.

Alfaguara ha sido construida con el trabajo de mucha gente. Va nuestra gratitud a todos ellos: editores, traductores, agentes literarios, periodistas, autores. Pero, sobre todo a los libreros y a los lectores.

Para celebrar con todos ellos nuestro aniversario hemos seleccionado cincuenta grandes títulos de nuestro catálogo que ofreceremos durante este año a un precio muy especial.

Una selección de la mejor literatura al alcance de todos, para festejar nuestro cumpleaños diciendo: ¡Gracias!



Índice

Portadilla

Índice

Novela o memoria, prólogo de Julio Llamazares

Dedicatoria

Mientras pasan los títulos de crédito

1. Horizontes lejanos

2. Retrato de un fantasma

3. La Colina del Diablo

4. La máquina del tiempo

5. Se vive solamente una vez

6. Puente sobre el abismo

7. El frío

8. Extraños en la noche

9. La noche americana

10. Música árabe

11. El mundo en la barbilla

12. Pulmones de piedra

13. La memoria enterrada

14. Viaje a la luna

15. La vida en blanco y negro

16. El color del mundo

17. Carne de ballena

18. Esperando a Franco

19. La Orquesta Compostelana

20. La huelga (película para mayores)

21. Judas en la carretera

22. Tango

23. Las hojas verdes

24. Huérfano en la Catedral

25. El camino de la adolescencia

26. La foto muerta

27. Uvas de perro

28. Las colmenas

Sobre el autor

Créditos

Novela o memoria prologo de Julio Llamazares

Novela o memoria

La imaginación no es más que la memoria fermentada, dice António Lobo Antunes corroborando algo que ya es sabido desde el principio mismo de la novela: que ésta se nutre de la experiencia, ya sea la del autor, ya sea la de otras personas.

Sin embargo, hay críticos literarios que pretenden todavía deslindar ambos conceptos, como si autobiografía y ficción, o biografía y ficción a secas, fueran ideas contradictorias. Así, anulan todo lo que confunda ambas, calificándolo de antinovelesco.

Hace ahora doce años, cuando publiqué esta novela que ahora reedita Alfaguara, comprobé hasta qué extremo lo dicho antes sigue vigente en nuestro país. Más de un crítico y lector en seguida la situaron en el campo de los libros de memorias, negándole la posibilidad de ser novela. Y eso que, en la introducción a ella, yo señalaba ya expresamente que se trataba de una ficción por más que se desarrollara en un espacio existente y aparecieran en ella personas, comenzando por mí mismo, que vivieron realmente en ese sitio, anticipándome a esa impresión. Pero, como decía Einstein, es más fácil desintegrar un átomo que una idea preconcebida, y algunos críticos y lectores (más críticos que lectores, si tengo que ser sincero) en seguida dijeron que esta novela no era novela, sino una autobiografía encubierta. Afirmación que, a decir verdad, yo esperaba ya, pero no con tanta vehemencia. Porque, primero, aunque fuera ciertamente una autobiografía encubierta, eso no la inhabilitaría para pertenecer al género de lo novelesco (¿hace falta que señale aquí y ahora el ingente número de novelas, de todas las épocas y los estilos, que relatan la vida de sus autores?) y, segundo, porque, en el caso concreto de ésta, además, esa afirmación es falsa, ya que el noventa por cien al menos de lo que se cuenta en ella es pura imaginación. De ahí que sus protagonistas la acogieran con recelo, precisamente por su inverosimilitud.

Doce años después de haberla escrito, la novela me parece más novela todavía. Ni yo mismo podría recordar ya qué parte de ella es verdad y qué parte imaginación. De todos modos, tampoco esto me importa ya. Nunca me ha importado mucho, así que menos ahora, en que, después de varias novelas, cada vez sé menos de éstas.

El trabajo de escribir consiste precisamente y entre otras cosas en difuminar los géneros, en tanto en cuanto que éstos no son más que convenciones. Y, en cualquier caso, lo que me interesa a mí es trasmitir sentimientos, que son lo opuesto a las normas. Para normas ya tenemos suficientes en la vida.

JULIO LLAMAZARES

Primavera de 2006

A mi madre, que ya es nieve.

Mientras pasan los titulos de credito

Mientras pasan los títulos de crédito

 

La pregunta no es si hay vida después de la muerte; la pregunta es si hay vida antes de la muerte.

La frase la leí alguna vez en algún sitio (o la soñé, que es lo mismo) y ahora vuelve a mi memoria al contemplar de nuevo estas fotografías que mi madre guardó y conservó hasta su muerte y que resumen en treinta imágenes los primeros doce años de mi vida. Los que pasé en Olleros, el poblado minero perdido entre montañas y olvidado de todos en un confín del mundo donde mi padre ejercía de maestro y donde yo aprendí, entre otras cosas, que la vida y la muerte a veces son lo mismo. Un pueblo duro y violento (por más que lo rodeara un bucólico y bellísimo paisaje) en el que se hacinaban y trabajaban más de ochocientas familias y en el que nada recordaba ya a la pacífica aldea de montaña que Olleros, ciertamente, debía de haber sido en algún tiempo y que ahora, erróneamente, evocan en mi memoria algunas de estas fotografías.

Todo había comenzado, al parecer, al despuntar el siglo XIX, con la llegada a aquellas tierras de El Inglés, un extraño y legendario personaje que apareció un buen día por la zona cargado de herramientas muy extrañas y sin otra compañía que un caballo. Tras unos cuantos meses en el valle explorando los montes y las cuevas del contorno y preguntándoles a los vecinos de los pueblos lo que éstos aún entonces ignoraban, El Inglés regresó a su tierra para volver poco tiempo después acompañado de otras personas y trayendo más herramientas y maquinaria.

Lo que El Inglés buscaba era, según parece, el hierro que los romanos, que también habían pasado por Olleros —aunque de su recuerdo ya nada quedara—, habían dejado olvidado. Los ingleses, por su parte, también dejaron cuando se fueron, después de un tiempo en el valle, algunas pocas cosas olvidadas (una caldera de cobre, un gran baúl de hojalata y una batea oxidada que una familia del pueblo conservaba todavía), las ruinas de la mina Imponderable —como ellos mismos la bautizaron— y el hilo de una leyenda que en seguida retomaron otros aventureros y buscadores de fortuna llegados de todas partes.

Que se sepa, ninguno de ellos encontró nada. Todos se fueron igual que habían llegado (salvo quienes, en el empeño, se quedaron para siempre allí enterrados), sin dejar otro recuerdo de su paso que alguna lejana anécdota y una serie de agujeros dispersos por la montaña. Éstos fueron, precisamente, los que, agrandados, sirvieron con el tiempo a Miguel Botías para iniciar sus trabajos.

Botías era un ingeniero que, al igual que los ingleses, apareció un buen día por Olleros siguiendo las viejas huellas de los romanos. Pero, al contrario que aquéllos, Botías no era un romántico. Al revés que los ingleses y que los muchos aventureros que llegaron tras su estela, Botías representaba a un consorcio de empresarios y venía bien provisto de dinero y de licencias para explotar los yacimientos del valle. A él no le interesaba sólo el hierro de los romanos. A él le interesaba el hierro, pero también el carbón que dormía el sueño del tiempo en las entrañas de la montaña y que, en unión de aquél, podía un día, según él, convertir aquella tierra en El Dorado.

Las minas de Miguel Botías (tres chamizos de apenas metro y medio de diámetro: la Moderna, la Antigua y la recuperada Imponderable, cuyas ruinas aún se veían, cuando yo viví en Olleros, semienterradas bajo las zarzas) comenzaron a funcionar hacia mitad del siglo XIX y en ellas trabajaban a las órdenes de aquél varios vecinos de Olleros que alternaban el oficio de mineros con su trabajo en el campo. Eran hombres arriesgados, sin apenas herramientas, mal vestidos y sin más conocimientos del oficio que los que el propio Botías se preocupase de darles, por lo que muchos murieron en los continuos derrabes y corrimientos de tierra que cada poco se producían en las entrañas de la montaña.

Pero el camino ya había sido iniciado. Tras los pasos de Botías, llegaron más empresarios que empezaron a excavar en otras partes y que ocupaban a más gente a medida que las minas avanzaban. El trabajo, aunque arriesgado, era rentable

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