PRESENTACIÓN
para la edición original en NOVA
EL JUEGO DE LOS VOR es una nueva aventura de Miles Vorkosigan, a quien nuestros lectores pudieron conocer en EL APRENDIZ DE GUERRERO y en FRONTERAS DEL INFINITO. Miles se ha convertido ya en el personaje emblemático de una de las mejores y más amenas series de la moderna space opera, un subgénero esencial en la ciencia ficción.
Lois McMaster Bujold, la nueva revelación de la moderna ciencia ficción norteamericana, ha publicado ya ocho libros, todos ellos ambientados en un mismo universo coherente, en el que se dan cita tanto los cuadrúmanos de EN CAÍDA LIBRE (premiada con el Nebula en 1988 y finalista del Hugo de 1989 como los planetas y los sistemas estelares que presencian las aventuras de Miles Vorkosigan, su héroe más característico.
En el Apéndice de este volumen se incluye un esquema argumental del conjunto de los libros de ciencia ficción de Bujold aparecidos hasta hoy, ordenados según la cronología interna de la serie. De hecho, el orden real de su publicación en inglés ha sido el siguiente:
Shards of Honor (junio de 1986).
The Warrior’s Apprentice (agosto de 1986).
EL APRENDIZ DE GUERRERO, NOVA ciencia ficción, número 33.
Ethan of Athos (diciembre de 1986).
Falling Free (abril de 1988).
EN CAÍDA LIBRE, NOVA ciencia ficción, número 24.
Brothers in Arms (enero de 1989).
Borders of Infinity (octubre de 1989).
FRONTERAS DEL INFINITO, NOVA ciencia ficción, número 44.
The Vor Game (septiembre de 1990).
EL JUEGO DE LOS VOR, NOVA ciencia ficción, número 56.
Barrayar (octubre de 1991).
BARRAYAR, prevista en NOVA ciencia ficción, número 60.
Como puede verse, Bujold, con sus tres novelas de 1986, tanteó al principio diversos personajes posibles: los padres de Miles en SHARDS OF HONOR, el mismo Miles en EL APRENDIZ DE GUERRERO y la comandante Elli Quinn en ETHAN OF ATHOS. El impresionante éxito popular de EL APRENDIZ DE GUERRERO junto al gran atractivo de un personaje como Miles Vorkosigan ha llevado a que sea éste quien se haya convertido en el protagonista central de la serie, aunque Bujold ha continuado narrando las aventuras de los padres de Miles en la más reciente de sus novelas: BARRAYAR (1991).
Del éxito de esta serie dan fe los muchos premios obtenidos hasta hoy. Premio Nebula 1988 por EN CAÍDA LIBRE, Premio Nebula 1989 y Premio Hugo 1990 por «Las montañas de la aflicción» (incluida en FRONTERAS DEL INFINITO, premio Analog 1989 por «Laberinto» (incluida también en FRONTERAS DEL INFINITO, Premio Hugo 1991 por EL JUEGO DE LOS VOR y Premio Hugo 1992 por BARRAYAR. Una lista impresionante que justifica con creces la afirmación de que Lois McMaster Bujold es, sin ningún lugar a dudas, uno de los fenómenos de la ciencia ficción de los últimos cinco años.
La aparición de Bujold en la ciencia ficción norteamericana no ha estado exenta de controversia. En la antología anual de los premios Nebula de 1988 aparecía un comentario de Ian Watson que, en cierta forma, lamentaba el Premio Nebula 1988 concedido a EN CAÍDA LIBRE, a la que calificaba de novela «para adolescentes». Con ello, Watson pretendía precisar lo que para él resultaba ser una evidente y dura crítica. Como muchos fundamentalistas de la «Literatura» (con mayúscula), Watson no quería aceptar que una divertida e intencionada novela de aventuras pudiera representar el «punto más alto de la ciencia ficción de 1988», ya que, a fin de cuentas, ése es el significado del premio Nebula. A Watson (y a muchos otros con él) parecía molestarle el hecho de que la novela de Bujold fuera tal vez una «simple colina» mientras, según él, otros autores escalaban «picos gigantes». El desprecio por Bujold y su obra resultaba, en todo, evidente.
La misma Lois McMaster Bujold ha contestado a las críticas de Watson. Una muestra de esa respuesta bastará para entender la situación: «Me gusta que todos esos escritores que Ian menciona, a muchos de los cuales admiro yo también, estén escalando sus picos gigantes. Simplemente ocurre que yo estoy subiendo por otro tipo de montañas.»
Y ahí está la clave. Según parece, para algunos «fundamentalistas literarios» sólo quien persiga escribir la Divina Comedia de la ciencia ficción moderna tiene hoy derecho a ser aceptado entre los buenos escritores del género. Los mismos que desprecian el trabajo de autores como Asimov y otros clásicos de los años dorados, se ocupan en descalificar a nuevos autores como Bujold, que siguen claramente en esa senda. A los «fundamentalistas literarios», un tanto sectarios tal vez, les cuesta entender que algunos lectores, críticos y especialistas seamos capaces de apreciar al mismo tiempo obras amenas como las de Bujold y otros intentos tal vez más ambiciosos en lo literario pero, ¡ay!, no siempre de tanto éxito. Nadie ha dicho que la actividad de escribir o leer deba tener siempre componentes masoquistas... A mí me satisface enormemente un género en el que se den la mano Asimov con Le Guin y Dick, o si queremos, Bujold con Card y Simmons. Ésa es una riqueza a la que resulta absurdo renunciar. Si Watson y sus afines desean hacerlo, esto va a ser, en definitiva, su problema. Otros sabemos disfrutar por un igual de la obra de Bujold y de novelas brillantes y ambiciosas como EMPOTRADOS, del mismísimo Watson, con la que empezó su carrera.
Que Watson se equivocó en su apreciación ya es del todo evidente hoy. Tres premios Hugo y dos premios Nebula por las publicaciones de cuatro años constituyen un récord incomparable del que, posiblemente, no puede enorgullecerse casi nadie en la ciencia ficción de todos los tiempos. Y tres Hugos seguidos sólo los ha obtenido Orson Scott Card, que también fue, en su momento, despreciado por los afines a Watson. Errare humanorum est, que diría el clásico. O, tal vez, el ser humano es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra...
A veces me gusta recordar un momento del HAMLET de Shakespeare. Tras el suicidio de Ofelia, en la primera escena del quinto acto, Hamlet observa atónito la despreocupación del enterrador que canta al retirar los restos de las tumbas para hacer espacio para nuevos cadáveres. Hamlet, aterrado por la evidente falta de respeto, dirá aquello tan conocido de: «para enterrar a los muertos cualquiera sirve, cualquiera... menos un sepulturero». Con toda seguridad, esa verdad del viejo Will sigue siendo cierta. La especialización y el «fundamentalismo literario» de algunos pueden llegar a ocultarles otros valores de tanta o mayor importancia.
Afortunadamente, la ciencia ficción tiene algunos premios (precisamente los de más renombre y prestigio) elegidos por votación popular. Por ello no es de extrañar que EL JUEGO DE LOS VOR obtuviera el Hugo de 1991 frente a una competencia realmente espectacular: TIERRA de David Brin, LA CAÍDA DE HYPERION de Dan Simmons, REINA DE LOS ÁNGELES de Greg Bear y THE QUIET POOLS de Michael P. Kube-McDowell. Para muchos, Brin y Simmons eran los candidatos más claros para obtener el premio. El hecho de que lo haya ganado Bujold no hace más que confirmar el impresionante éxito popular de una autora de gran calidad cuyas obras, muy amenas, se leen siempre con gran satisfacción. Quede para la pequeña historia que, aunque la diferencia final entre Bujold y Brin no fue excesiva (382 a 372 votos, la diferencia era mucho mayor en la primera ronda, cuando 246 votos situaban la novela de Bujold en primera posición y sólo 192 otorgaban la primera posición a la novela de Brin. Mucho mayores han sido las diferencias en el caso del Hugo de 1992, obtenido por Bujold con BARRAYAR: 370 frente a 288 en el cómputo final, y 216 frente a 134 en los votos para la primera posición. Pero de todo ello ya tendremos ocasión de hablar en la presentación de BARRAYAR, prevista para finales de 1993 en nuestra colección.
Hablando del Hugo de 1991, me apresuraré a señalar que Ediciones B publicará cuatro de estas novelas finalistas. En concreto, las de Bujold, Simmons y Bear aparecerán en esta misma colección y ya tendré oportunidad de comentarlas. TIERRA de David Brin (por cierto con una cuidada y brillante traducción de Rafael Marín Trechera) ha aparecido en la colección Éxito Internacional. Hay varias razones para ello, entre las que destacan el posible carácter de bestseller de ésta, última obra de Brin y, también, el exagerado precio de los derechos de edición que ha solicitado el nuevo agente español de David Brin, que aleja prácticamente a este autor de las colecciones especializadas y de géneros todavía minoritarios como la ciencia ficción. Aprovecho pues esta oportunidad para recomendar a los lectores de esta colección que no se olviden de TIERRA, de David Brin. Aunque en España no se publique en una colección especializada en el género, claramente se trata de una de las mejores obras de ciencia ficción aparecidas en 1990. No quisiera que se repitiese algo parecido a lo que ocurrió con LAS TORRES DEL OLVIDO (1987), Ediciones B, Colección Tiempos Modernos, número 7) del australiano George Turner, una obra comparable a UN MUNDO FELIZ de Huxley y a 1984 de Orwell, y que muchos buenos aficionados a la ciencia ficción todavía desconocen por haberse publicado en una colección no especializada.
Volviendo a EL JUEGO DE LOS VOR, se trata de una nueva, intrigante y divertida aventura de ese entrañable protagonista de la serie. El primer destino militar de Miles Vorkosigan finaliza, como no podía ser menos, con su arresto. Pero el más inteligente protagonista de la moderna space opera logrará, pese a todo, la libertad para trabajar precisamente al servicio de la mismísima Seguridad imperial de Barrayar. Miles deberá reunirse de nuevo con los mercenarios Dendarii para rescatar al joven emperador de Barrayar del peligro que representa Cavilo, una bella e intrigante mujer (también de escasa estatura como Miles...), la única persona que puede hacer sombra al genio estratégico y militar de Miles.
En definitiva, una nueva, inteligente y amena aventura de Miles Vorkosigan. La inteligencia de la autora y de su personaje, las reacciones de éste y la amenidad de la narración justifican el gran éxito de esta novela. La siempre exigente Faren Miller, del conocido e influyente LOCUS, confiesa que «El lector es incapaz de resistir esa combinación de inteligencia, intrigantes y sigilosas maniobras, y ese gran talento de Miles para meterse en problemas... en grandísimos problemas». Y, en su opinión, al añadir los sentimientos a la inteligencia y amenidad ya habituales en la serie, considera que BARRAYAR es la mejor novela de la ya numerosa saga de Vorkosigan. En sus propias palabras, BARRAYAR «es ciencia ficción completamente equipada con cerebro, humor y sentimientos». Pero de todo ello ya tendremos ocasión de hablar en su momento.
Debo reconocer que EL APRENDIZ DE GUERRERO me divirtió y sorprendió enormemente. Pero la continuidad del éxito de la serie de Miles Vorkosigan me ha llevado a preguntarme por las claves de ese éxito sin par. En EL JUEGO DE LOS VOR la estructura es sencilla y la narración simplemente amena. El lector sólo conoce la acción desde el punto de vista de Miles, puede seguir el hilo de sus razonamientos, su percepción de los hechos y, sobre todo, la ironía con que se juzga a sí mismo y los líos en que se mete. Tal vez ésa sea la clave. El lector acaba identificándose con un protagonista inteligentísimo y astuto y ése es un mecanismo siempre agradecido y seguro. Y debe serlo aún más (si se me permite un poco de psicologismo barato) cuando el problema y la minusvalía física de Miles impulsa a nuestro inconsciente a sentirnos incluso superiores a él. Un personaje que es todo un hallazgo y para el que Bujold elabora acciones y aventuras que permiten una doble lectura y, siempre, divierten al lector. ¿Qué más se puede pedir?
Pero eso no es todo, las novelas en que no interviene directamente Miles (EN CAÍDA LIBRE, SHARDS OF HONOR o BARRAYAR) siguen manteniendo su encanto y cosechando premios. Miles Vorkosigan es una baza segura, pero hay algo más en la escritura de Bujold: una maravillosa habilidad para entretener e interesar al lector. No conviene olvidar que dos de los grandes premios obtenidos por esta autora (Nebula de 1988 y Hugo de 1992 proceden de novelas no presididas por el personaje de Miles Vorkosigan. Otro día hablaremos de ello.
Pero ya está bien de rollo. Les dejo con Miles Vorkosigan y su creadora. Es una interesantísima compañía. Les felicito por tener este libro en sus manos. Ustedes lo pasen bien.
MIQUEL BARCELÓ,
Para mamá.
Y le agradezco a
Charles Marshall
sus explicaciones de primera mano
sobre ingeniería polar,
y a William Megaard
sus comentarios sobre la guerra
y las maniobras militares.

1
—¡Embarque! —exclamó el alférez que se hallaba cuatro lugares más adelante de Miles en la fila. Tenía el rostro iluminado de alegría mientras deslizaba la mirada por sus órdenes; el delgado plástico temblaba ligeramente entre sus manos—. Seré oficial subalterno de armamento en el crucero Comodoro Vorhalas. Debo presentarme de inmediato en la Base de Lanzamiento Tanery para la transferencia orbital.
Ante un pinchazo preciso saltó con porte poco marcial, dejando paso al siguiente hombre de la fila mientras continuaba murmurando expresiones de júbilo.
—Alférez Plause.
El viejo sargento que ocupaba el escritorio lograba parecer aburrido y superior al mismo tiempo, sosteniendo el siguiente paquete entre el pulgar y el índice. ¿Cuánto tiempo había estado ocupando este puesto en la Academia Militar Imperial?, se preguntó Miles. ¿Cuántos cientos... miles de jóvenes oficiales habían pasado frente a su mirada imperturbable en este primer momento supremo de sus carreras? ¿Todos acabarían teniendo el mismo aspecto al cabo de algunos años? Los mismos uniformes verdes y nuevos. Los mismos relucientes rectángulos plásticos de grados recién adquiridos engalanando los cuellos. Los mismos ojos ávidos en todos los graduados de la escuela más selecta perteneciente al Servicio Imperial, colmados de imágenes de un brillante destino militar. Nosotros no sólo marchamos hacia el futuro, lo atacamos.
Plause se apartó de la fila, posó el pulgar sobre el cerrojo acolchado y abrió su paquete.
—¿Y bien? —dijo Iván Vorpatril, justo frente a Miles en la fila—. No nos tengas en suspenso.
—Escuela de idiomas —dijo Plause, sin dejar de leer.
Plause ya hablaba perfectamente los cuatro idiomas oficiales de Barrayar.
—¿Como estudiante o como instructor? —preguntó Miles.
—Como estudiante.
—Ajá. Entonces deben ser idiomas galácticos. Después te reclamarán los de Inteligencia. Seguro que te dan un destino extraplanetario —sugirió Miles.
—No necesariamente —dijo Plause—. Podrían sentarme dentro de un cubículo en alguna parte, programando ordenadores de traducción hasta dejarme ciego. —Pero la esperanza brillaba en sus ojos.
Por caridad, Miles no mencionó la principal desventaja de Inteligencia: que uno terminaba trabajando para el jefe de Seguridad Imperial, Simon Illyan, el hombre que lo recordaba todo. Pero tal vez en el nivel de Plause no tropezaría con la dureza de Illyan.
—Alférez Lobachik.
En toda su vida, Miles sólo había conocido a un hombre más serio y formal que Lobachik. Por lo tanto, no se sorprendió cuando éste abrió su sobre y dijo con voz ahogada:
—Seguridad Imperial. El curso avanzado en Seguridad y Homicidios.
—Ah, la escuela de los guardias de palacio —dijo Iván con interés, atisbando sobre el hombro de Lobachik.
—Eso es todo un honor —observó Miles—. Por lo general, Illyan escoge a sus estudiantes entre los hombres con veinte años de servicio y el pecho cubierto de medallas.
—Quizás el Emperador Gregor le ha pedido a Illyan alguien más próximo a su propia edad —sugirió Iván—. Para iluminar el paisaje. Esos fósiles de rostro arrugado con que Illyan suele rodearlo lograrían deprimirme incluso a mí. No te permitas demostrar ningún sentido del humor, Lobachik. Creo que es motivo de descalificación automática.
Lobachik no corría ningún riesgo de perder el puesto, si eso era cierto.
—¿Realmente conoceré al emperador? —preguntó Lobachik volviendo su mirada nerviosa hacia Miles e Iván.
—Probablemente lo observes desayunar todos los días —respondió Iván—. Pobre desgraciado.
¿Se refería a Lobachik o a Gregor? A Gregor, sin duda.
—Vosotros, los Vor, lo conocéis... ¿Cómo es?
Miles intervino antes de que el brillo en los ojos de Iván se materializara en una broma pesada.
—Es muy franco. Os llevaréis bien.
Lobachik se marchó con un aspecto algo más tranquilo, releyendo su telegrama.
—Alférez Vorpatril —entonó el sargento—. Alférez Vorkosigan.
El corpulento Iván cogió su paquete, y Miles el suyo. Luego se marcharon con sus dos camaradas.
Iván abrió su sobre.
—¡Ja! Cuartel general del imperio Vorbarr Sultana. Sabed que he de ser edecán del comodoro Jollif, Operaciones. —Hizo la venia y dio vuelta al despacho—. A partir de mañana, en realidad.
—¡Ooh...! —exclamó el alférez que había recibido orden de embarcarse, todavía temblando de alegría—. Iván ha de ser secretario. Tendrás que tener cuidado si el general Lamitz te pide que te sientes en su regazo. He escuchado decir que...
Iván le propinó un golpecito amistoso.
—Envidia, pura envidia. Voy a vivir como un civil. Trabajaré de siete a cinco, tendré mi propio apartamento en la ciudad... Debo recordarte que no habrá ninguna chica allá en ese barco tuyo. —La voz de Iván era tranquila y alegre, sólo sus ojos delataban algo de la decepción que sentía. Iván también habría querido embarcarse. Todos lo deseaban.
Miles lo deseaba.
«Embarcarme. Y, con el tiempo, ser comandante como mi padre, como su padre, como el padre de su...»
Un deseo, una plegaria, un sueño... Vaciló por autodisciplina, por miedo, por demorar ese último momento de esperanza. Colocó el pulgar sobre el cerrojo y abrió el sobre con deliberada precisión. Un único telegrama plástico, un puñado de permisos de viaje...
Sólo tardó unos momentos más en absorber ese breve párrafo que tenía frente a los ojos. Permaneció unos instantes petrificado sin poder creerlo, y volvió a leerlo desde el principio.
—¿Y bien, primo? —Iván se asomó por encima de su hombro.
—Iván —dijo Miles con voz ahogada—, ¿estoy sufriendo un ataque de amnesia o nunca tomamos un curso de meteorología en los estudios de ciencias?
—De matemáticas de espacio-cinco, sí. De xenobotánica también. —Iván se rascó la cabeza, intentando hacer memoria—. De geología y de evaluación del terreno... Bueno, en primer año vimos meteorología aeronáutica.
—Sí, pero...
—¿Qué te han hecho esta vez? —preguntó Plause, claramente preparado para ofrecer sus felicitaciones o su compasión, según lo requiriera el caso.
—Me han nombrado oficial en jefe de Meteorología, Base Lazkowski. ¿Dónde diablos queda la Base Lazkowski? ¡Nunca he oído hablar de ella!
El sargento, ante el escritorio, alzó la vista con una sonrisa maliciosa.
—Yo sí, señor —le dijo—. Queda en un sitio llamado Isla Kyril, cerca del círculo ártico. Es una base de entrenamiento invernal para infantería. La suelen llamar Campamento Permafrost.
—¡Infantería! —exclamó Miles.
Iván alzó las cejas y se volvió hacia Miles con el ceño fruncido.
—¿Infantería? ¿Tú? No parece el lugar apropiado.
—No, no lo parece —convino Miles en voz baja. De pronto había tomado plena conciencia de sus impedimentos físicos.
Años de arcanas torturas médicas casi habían logrado corregir las graves deformidades por las cuales Miles había estado a punto de morir cuando naciera. Encogido como una rana en su infancia, ahora se erguía casi derecho. Sus huesos, frágiles como la tiza, ahora eran casi fuertes. Enjuto como un niño homúnculo, ahora medía casi un metro cuarenta y siete. Al final había sacrificado el largo de los huesos a su resistencia, y su médico todavía opinaba que los últimos quince centímetros habían sido un error. Con el tiempo, Miles se había roto las piernas las veces suficientes para coincidir con él, aunque para entonces ya era demasiado tarde. Pero no era un mutante, no era... ahora ya apenas si importaba. Si tan sólo lo dejasen emplear sus virtudes al servicio del emperador, él les haría olvidar sus defectos. El pacto estaba sobreentendido.
En el Servicio debía haber mil puestos en los cuales su extraño aspecto y su fragilidad oculta no importarían lo más mínimo. Como edecán, o traductor de Inteligencia. O incluso oficial de armamentos, manejando sus ordenadores. Estaba sobreentendido, seguro que lo estaba. Pero ¿infantería? Alguien no jugaba limpio. O se había cometido un error. No sería el primero. Miles vaciló unos momentos mientras su puño se cerraba sobre el telegrama, y entonces se dirigió hacia la puerta.
—¿Adónde vas? —le preguntó Iván.
—A ver al mayor Cecil.
Iván exhaló con los labios fruncidos.
—¿Sí? Buena suerte.
¿Sonreía el sargento detrás del escritorio, inclinando la cabeza para revisar la siguiente pila de paquetes?
—Alférez Draut —llamó. La fila avanzó un paso más.
El mayor Cecil estaba apoyado con una cadera sobre el escritorio de su secretario, efectuando alguna consulta, cuando Miles entró en la oficina y saludó.
El mayor Cecil alzó la vista hacia él y luego miró su cronómetro.
—Ah, menos de diez minutos. He ganado la apuesta.
El mayor devolvió el saludo a Miles mientras el secretario, con una sonrisa ácida, extraía un fajo de billetes del bolsillo, separaba uno y se lo entregaba a su superior sin pronunciar palabra. El rostro del mayor parecía risueño, pero sólo aparentemente; movió la cabeza en dirección a la puerta y, después de arrancar el telegrama plástico que su máquina acababa de emitir, el secretario abandonó la habitación.
El mayor Cecil era un hombre de unos cincuenta años, delgado, sereno y despierto. Muy despierto. Aunque no era el jefe titular de Personal, un puesto administrativo perteneciente a un oficial de más alto grado, hacía mucho que Miles había comprendido que Cecil era el hombre que tomaba las decisiones finales. Por sus manos terminaban pasando todas las asignaciones para los graduados de la Academia. Miles había descubierto que era un hombre accesible, ya que el maestro y el erudito predominaban sobre el oficial. Su carácter era seco y extraño, y se volcaba intensamente en su trabajo. Miles había confiado en él. Hasta ahora.
—Señor —comenzó. Le extendió el telegrama con sus órdenes en un gesto de frustración—. ¿Qué es esto?
Sin perder el brillo risueño en la mirada, Cecil guardó el billete en su bolsillo.
—¿Me está pidiendo que se lo lea, Vorkosigan?
—Señor, pregunto... —Miles se detuvo, se mordió la lengua y volvió a comenzar—. Tengo algunas preguntas respecto a mi asignación.
—Oficial de Meteorología, Base Lazkowski —recitó el mayor Cecil.
—Entonces... ¿no es un error? ¿Son las órdenes que me corresponden?
—Si eso es lo que dicen, lo son.
—¿Usted... usted es consciente de que lo único que he estudiado en relación con el clima ha sido meteorología aeronáutica?
—Lo soy. —El mayor no se delataba en nada.
Miles se detuvo. El hecho de que Cecil hubiese enviado fuera a su secretario era una clara señal de que esta conversación iba a ser franca.
—¿Se trata de alguna clase de castigo? —En la pregunta subyacía otra cuestión: «¿Qué le he hecho yo a usted?»
—Escuche, alférez. —La voz de Cecil era suave—. Es una asignación perfectamente normal. ¿Estaba esperando una extraordinaria? Mi tarea es combinar los pedidos de personal con los candidatos disponibles. Cada solicitud debe ser cubierta por alguien.
—Cualquier graduado de la escuela técnica hubiese podido hacerse cargo de ésta. —Con un esfuerzo, Miles evitó el tono amenazante en su voz y abrió los puños—. Mejor que yo. No requiere un cadete de la Academia.
—Eso es cierto —le concedió el mayor.
—¿Entonces, por qué? —estalló Miles. Su voz sonó más fuerte de lo que él había pretendido.
Cecil suspiró y enderezó la espalda.
—Usted bien sabe, Vorkosigan, que ha sido el cadete más atentamente observado en la historia de esta Academia, con excepción del emperador Gregor en persona.
Miles asintió con la cabeza.
—Y al observarlo he notado que, a pesar de su gran talento en ciertas áreas, también ha demostrado ciertas flaquezas crónicas. Y no me estoy refiriendo a sus problemas físicos, por los cuales todos menos yo pensaron que no lograría terminar el primer año... Eso es algo que ha logrado manejar con sorprendente sensatez.
Miles se encogió de hombros.
—El dolor es desagradable, señor. Yo no le rindo homenaje.
—Muy bien. Pero su más grave problema crónico se encuentra en el área de..., ¿cómo expresarlo con claridad...?, de la subordinación. Usted discute demasiado.
—No es verdad —comentó Miles con indignación, pero entonces cerró la boca.
Cecil esbozó una sonrisa.
—Justamente. Junto con su irritante hábito de tratar a sus superiores como a... —Cecil se detuvo, aparentemente para buscar la palabra apropiada otra vez.
—¿Iguales? —aventuró Miles.
—Ganado —le corrigió Cecil juiciosamente—. Para ser conducido a su voluntad. Usted es un manipulador par excellence, Vorkosigan. Lo he estado estudiando durante tres años, y su dinámica de grupo es fascinante. Se encuentre al mando o no, de alguna manera siempre termina siendo su idea la que se lleva a cabo.
—¿He sido tan... tan irrespetuoso, señor? —Miles sintió un escalofrío en el estómago.
—Al contrario. Considerando sus antecedentes, lo que sorprende es que logre ocultar tan bien esa veta algo arrogante. —El tono de Cecil se tornó por fin grave—. Pero, Vorkosigan... la Academia Imperial no lo es todo en el Servicio Imperial. Aquí usted se ha hecho estimar por sus camaradas, porque en este sitio se le otorga gran importancia a la inteligencia. Lo han escogido primero para cualquier grupo estratégico por el mismo motivo que le han elegido último para cualquier competencia puramente física... Esos jóvenes brillantes querían ganar. Siempre. Costara lo que costase.
—¡Yo no puedo ser una persona común y sobrevivir, señor!
Cecil ladeó la cabeza.
—Estoy de acuerdo. Sin embargo, en algún momento debe aprender a comandar hombres comunes. ¡Y a ser comandado por ellos!
»Esto no es un castigo, Vorkosigan, y tampoco lo considero una broma. De mi decisión no sólo dependen las vidas de nuestros oficiales novatos, sino también las de los inocentes que yo pongo a sus órdenes. Si cometo un grave error al destinar a un hombre para determinado puesto, no sólo lo expongo a él, sino a todos los que lo rodean. Ahora bien, dentro de seis meses (siempre que no se produzca ninguna invasión inesperada), el Astillero Orbital Imperial terminará de poner en servicio activo al Prince Serg.
Miles contuvo el aliento.
—Así es. —Cecil asintió con la cabeza—. La nave más nueva, rápida e implacable que su Majestad Imperial jamás ha lanzado al espacio. Y la de más alcance. Permanecerá fuera durante períodos más largos que ninguna otra nave y, por lo tanto, los que se encuentren a bordo tendrán que convivir durante todo ese tiempo. El Alto Mando está prestando cierta atención a los perfiles psíquicos en este caso. Ya era hora.
»Ahora escuche. —Cecil se inclinó hacia delante. Miles lo imitó con expresión reflexiva—. Si logra comportarse debidamente durante sólo seis meses en un puesto aislado y solitario... Para decirlo en forma directa, si logra manejarse con el Campamento Permafrost, admitiré que es capaz de desenvolverse en cualquier otro destino que el Servicio le asigne. Y apoyaré su solicitud para ser transferido al Prince. Pero si no se comporta, no habrá nada que yo ni nadie más pueda hacer por usted. Ahóguese o nade, alférez.
Volar, pensó Miles. Quiero volar.
—Señor... ¿Exactamente cuán malo es ese lugar?
—No quisiera predisponerlo, alférez Vorkosigan —dijo Cecil con piedad.
Yo también le quiero mucho, señor.
—Pero... ¿infantería? Mis limitaciones físicas no me impedirán prestar servicio si son tomadas en cuenta, pero no puedo fingir que no existen. Para eso sería mejor saltar sobre una pared, destruirme inmediatamente y ahorrarle tiempo a todos. —Maldita sea, ¿para qué me dieron una de las educaciones más costosas de Barrayar si de todos modos pensaban matarme?—. Siempre di por sentado que serían tomadas en cuenta.
—Oficial de meteorología es una especialidad técnica, alférez —lo tranquilizó el mayor—. Nadie le arrojará una mochila encima para aplastarlo. Dudo de que en el Servicio exista un oficial dispuesto a e