¿Conoce usted a San Martín?

René Favaloro

Fragmento

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PRÓLOGO DE LA PRIMERA EDICIÓN

Me imagino que la primera pregunta que todos ustedes se harán debe ser de dónde este cirujano cardiovascular quiere venir a hablarnos de historia. Sucede que he sostenido siempre que a la tarea específica, por más intensa que sea, hay que agregarle algún pasatiempo para desconectarse de cuando en cuando y recuperar energías. Aunque parezca un contrasentido, cambiando el trabajo se produce la recuperación.

Mis pasatiempos preferidos son la huerta y la indagación histórica, preferentemente argentina. Desde niño aprendí, ayudando a mi abuela materna, a entremezclarme con la tierra a pura pala, azada y rastrillo, cultivando con esmero toda clase de vegetales. Aún conservo las primeras emociones de ver transformarse semillas pequeñas en la inmensa variedad de frutos que toda la familia consumía durante el año. Con el tiempo, esto llegó a ser parte inseparable de mi existir. Ni las nieves de Cleveland pudieron impedir que durante su corto verano mi huerta, a la vera de un pequeñísimo arroyo, me saludara con su verdor cuando llegaba al atardecer, después de estar enclaustrado varias horas en el quirófano. En estos últimos años, los continuos viajes al exterior por razones docentes han hecho que en la huerta de Arditi, partido de Magdalena, se entremezclen semillas de diversos países con las del nuestro y es común que, en la víspera de mi partida, los pobladores me recuerden aquellas de su preferencia.

Machihembrado con mi patria —como diría don Luis Franco—, he tratado de conocer su historia, quizás inducido por las enseñanzas recibidas en el Colegio Nacional de la Universidad de La Plata a través de los profesores Mateo y Carlos Heras, de inmensa calidad humana, que sabían imbuirnos de conocimientos fuera de lo clásico, en libre discusión académica. Por ese entonces ya valorábamos, por ejemplo, las ideas de Mariano Fragueiro. ¿Las conocen ustedes? A medida que he ido profundizando las lecturas, estoy convencido de que existen falencias significativas en la enseñanza, que se han ido repitiendo con el pasar del tiempo y han servido para que la verdadera historia de nuestro país permanezca casi oculta y distorsionada.

Dentro de mis lecturas, ocupa un lugar preferencial el general don José de San Martín, con quien durante largos años hemos estado dialogando a través de diversos libros, folletos y artículos. El análisis cuidadoso de su vida, a mi entender, demuestra que la gran mayoría de los argentinos —civiles y militares— no la conoce en profundidad y, por el contrario, en infinidad de ocasiones San Martín ha sido y es utilizado para defender intereses bastardos, en especial a través de comparaciones y paralelismos, tratando de justificar desviaciones perniciosas de nuestro pasado lejano y reciente.

A mediados de enero de 1986, viajé a los Estados Unidos para participar del simposio organizado para celebrar los setenta y cinco años del doctor Willlem J. Kolff, padre de los órganos artificiales desarrollados en los últimos años. De regreso estuve recluido durante tres semanas, rodeado de libros y apuntes relacionados con la Gesta Sanmartiniana, varias veces leídos anteriormente. Como resultado de aquella ardua tarea nacieron estas páginas, que sentí obligatorias por los momentos difíciles que hoy le toca vivir a nuestro país.

La armazón de este ensayo lo constituye la conferencia que, en circunstancias especiales, pronuncié en Bahía Blanca en marzo de 1978, a pedido de mi siempre recordado amigo el doctor Marcos Benamo, al hacerse cargo de la presidencia de la Sociedad de Cirugía del Sur. Espero se comprenda que fue escrito por un simple aficionado a la historia y no por un historiador. Si el lector desea a su vez cotejar y ampliar las conclusiones aquí transmitidas, le aconsejo leer de entre los tantos escritos los pocos libros enumerados en la bibliografía. Quizás el valor que tiene es que, frente a un país enfermo, un cirujano utilizó el mismo análisis crítico que diariamente en su profesión le facilita llegar a un diagnóstico, con un mínimo margen de error.

Sólo espero que contribuya a que los argentinos encontremos el camino que nos lleve a ubicarnos correctamente en este difícil momento histórico que nos toca compartir y para que no seamos engañados, una vez más, como tantas veces lo fuimos.

René G. Favaloro

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Capítulo I

EUROPA

Los relatos históricos, en general, presentan pequeños y grandes defectos que son el resultado de variadas circunstancias relacionadas con la investigación. Para ser honesta, debería basarse en hechos concretos y documentos valederos.

No siempre ocurre así. A veces, como consecuencia de que lo que es válido hoy puede variar por nuevos hallazgos, pues el conocimiento histórico ocasionalmente es definitivo (como se verá, por ejemplo, al analizar la Conferencia de Guayaquil). Además, hay que ser muy cuidadoso con las conclusiones, porque aquí interviene el historiador que, como todo ser humano, tiene sus inclinaciones y partidismos que pueden enturbiar el resultado final.

Todavía nos queda por investigar el origen documental, pues si proviene del actor debe aceptarse que es de buena fe y que no está distorsionado para su propio beneficio, en especial si la narración de los hechos es efectuada por el personaje histórico varios años después de los acontecimientos. Generalmente, ocurre que es más un justificativo de su participación adecuada a los nuevos tiempos históricos que la expresión de la verdad con sólido contenido ético.

Serían varios los ejemplos que podría brindar, en particular de estos últimos años, sobre acontecimientos históricos que viví con intensidad desde que tengo uso de razón y que han sido y son actualmente distorsionados por las propias mentiras de sus actores y continuadores.

Siempre se nos ha enseñado que nuestro Héroe nació en Yapeyú el 25 de febrero de 1778. Sin embargo, trabajos de José Pacífico Otero, autor de una de las obras capitales sobre la vida del Libertador, demostrarían que fue en el ’77, pues su hermana María Elena nació en el ’78.

Es bien sabido que, d

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