La memoria de Guayaquil

René Favaloro

Fragmento

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PRÓLOGO

El doctor René Favaloro —nadie lo ignora— es una autoridad mundial en la ciencia cardiológica. Hablar de su vida como médico y cirujano, con sus operaciones sorprendentes y sus incontables trabajos científicos, no nos corresponde. Nunca nos hemos consagrado a estos estudios. Sólo diremos que el doctor Favaloro, profundo conocedor del hombre en su sentido físico, un día se sintió atraído por el hombre como protagonista de la Historia. Es lo que ocurrió a un Ramos Mejía, en la Argentina, a un Gregorio Marañón y a un Pedro Lain Entralgo, en España, y a otras eminencias médicas en otros países.

El médico que se hace historiador, que estudia al hombre en su vida humana y en su vida histórica. En otros tiempos se estudiaba en su vida espiritual, como un Lombroso o un Freud, o en su vida religiosa, como los teólogos de otros siglos o un Lévi-Strauss que ya comienza a envejecer. El doctor Favaloro se ha convertido en un historiador que entra triunfante en las nuevas corrientes o teorías que cambian radicalmente las visiones que antaño se tenían de la historia americana. Así nos muestra un panorama fuertemente documentado de lo que fue la realidad de nuestra historia, en especial, de la independencia hispanoamericana.

Estamos seguros de haber tenido alguna importancia en la renovación de los estudios independencistas del continente hispano. Antes de nuestra intervención se admitían interpretaciones nacidas de odios políticos que se convertían en raciales y, en particular, en una difusa ignorancia. Cuando no se creía en las teorías racistas de un Gobineau se entraba en el campo de la supuesta influencia económica de un Marx. La doble corriente de las razas y de la economía tuvo una influencia inmensa, dio vida a libros respetables por su erudición y por completo alejados de la verdad y se mantiene entre algunos historiadores actuales como un principio intocable que perdurará, sin duda, muchos años. Muy bien se ha dicho que no hay nada más duradero que un error o una calumnia. La verdad, aunque algún día termine por imponerse, es la que más tarda en lograr su fin.

Hoy en día, un pequeño grupo de historiadores, en la Argentina y en España, ha comprendido que la ruptura del gran imperio hispanoamericano, a comienzos del siglo diecinueve, no se debió a las múltiples e imaginarias que de continuo se repiten, sino a un choque de las nuevas ideas liberales, de Parlamento y Constitución, con las viejas concepciones del derecho divino de los reyes y de las pretensiones, fanáticas y desdeñables, que sostenía, por ejemplo, la Santa Alianza cuando se dio cuenta, aterrorizada, de que el fin de las monarquías había llegado.

En este escenario inmenso, como no hubo otro en la historia humana, sobresalieron héroes oscuros y otros que la historia ha llenado de luces, como San Martín y Bolívar. Sobre estos personajes se ha escrito mucho y, a la vez, muy poco. Sus figuras han sido enfrentadas por nacionalismos fanáticos y, sobre todo, por desconocimientos fundamentales. En lo que respecta a la personalidad de San Martín, su estudio ha pasado por tres etapas que son los tres escalones de su análisis y de su comprensión.

La primera es la que emprendió Mitre con sus obras monumentales sobre San Martín y Belgrano. Fue el primero en construir los fundamentos documentales. Siguió a sus héroes por las tierras americanas. Mostró sus vidas en los más recónditos secretos. Analizó sus ideas en sus más lejanos alcances. San Martín y Belgrano resurgieron de sus cenizas y de su olvido. La culminación de estos estudios puede situarse cercana a 1880, cuando Mitre y Vicente Fidel López polemizaron sobre temas mayores y menores; cada uno creyó tener razón y a veces no la tuvo ni uno ni otro. El hecho es que San Martín —dejamos ahora a Belgrano— tuvo justos monumentos de piedra y de bronce y, junto a ellos, el más glorioso de todos: su historia escrita por Mitre.

Así pasaron cincuenta años en que la obra de Mitre se hizo una biblia intocable y sus páginas ilustraron generaciones. En torno a 1930 apareció la obra, también monumental, de José Pacífico Otero. Con él fundamos el Instituto Sanmartiniano. Otero amplió con muchos nuevos documentos la obra de Mitre. Su base, no la olvidemos, fue la extraordinaria historia de Mitre. Los estudios sanmartinistas parecieron llegar a su colmo. Un hombre múltiple, que iba de la poesía a los estudios cristológicos, rozaba la teosofía, era maestro en la historia de la literatura y le atraía el arte indígena; el doctor Ricardo Rojas, escribió su popular El santo de la espada. Su título conquistó al público joven y Rojas empezó a polemizar con Otero. Eramos amigos de los dos historiadores y quisimos averiguar quién tenía razón. Nos arrojamos al mar sanmartiniano y bolivariano y empezamos por comprender que la polémica no valía el tiempo que se empleaba en leerla. Los dos hombres de rico talento andaban cerca de la verdad y no advertían que estas verdades, que ambos tenían tan próximas, era lo que había que estudiar, analizar, profundizar y mostrar a jóvenes y a viejos que vivían en una esclerosis histórica digna de lástima.

Tanto el tema sanmartiniano como el bolivariano eran más extensos y difíciles de lo que todos los estudiosos imaginaban. Cuando un documento no se ajustaba a una tesis preconcebida, lo más cómodo era decir que era falso. La carta de Lafond, falsa. Los papeles que había dado a conocer Eduardo Colombres Mármol, falsos. Era una época en la que estaban de moda los documentos supuestamente falsos. Muchos documentos referentes a la vida de Colón, bien auténticos, eran considerados falsos. Otros que hablaban de los viajes de Vespucci también eran falsos. Peor que todo esto eran las tesis que se difundían en escuelas y universidades, en círculos periodísticos y en academias solemnes. Emprendimos una lucha abierta contra tanta ignorancia erudita. Cuando sostuvimos que Martín de Álzaga había sido el precursor de la independencia argentina, algunas instituciones sabias se indignaron y escandalizaron. No recordamos los nombres de aquellos pobres hombres cuyas glorias el tiempo ha barrido. El hecho es que los nombres de San Martín y de Bolívar volvieron a encontrarse en el eterno e inexistente enigma de Guayaquil.

La entrevista de Guayaquil era un misterio. Desde el día de su realización empezó a hablarse de secretos que todo el mundo conocía y que cada personaje que había hablado una vez con San Martín difundía a su gusto, con frases que atribuía al héroe, que nacían de sus suposiciones y representaban ataques a Bolívar.

Los dos libertadores fueron presentados como enemigos. Bolívar era un ambicioso que quería terminar él solo la guerra de la independencia y exigió el alejamiento de San Martín. Éste era un hombre débil que lo único que sabía era renunciar e irse. El tema de la renuncia de San Martín sirvió para un mundo de artículos, conferencias y discursos que enseñaban a l

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