El amor es una de las experiencias más especiales que un ser humano puede vivir. Sentir un vínculo con otra persona y que ese nexo sea correspondido de la misma forma es algo sencillamente maravilloso. Enviarse mensajes hasta las tres de la madrugada de un miércoles, charlar entre cervezas y carcajadas, un primer beso a la salida del cine, sentirse cómplice o dormir junto a la persona que quieres son sensaciones indescriptibles. Estos poemas recogidos a continuación hablan de eso, del amor. De un amor fantasioso, como en un cuento, en ocasiones; en otras en cambio, es un amor tan real como la vida.
Eso sí, lector, no quiero que encuentres entre los siguientes versos una manera de idealizar el amor. No hay en mis palabras la intención de que sientas que el amor de una pareja es algo sin lo que no se puede vivir. No es imprescindible, no necesitas que alguien te quiera para dar sentido a tu vida. El amor no es necesidad. No es un sentimiento de pertenencia a nadie. Cuando eso sucede, el amor se convierte en un pretexto. Y sobra decir, lector, que el amor no es la justificación de ningún tipo de violencia. Eso no es amor.
Espero que lo que encuentres entre las páginas de este libro sea un amor vivido desde la libertad, que es su hábitat natural.
DANI RIVERA,
el día en el que otra mujer ha muerto
por culpa de la violencia machista.
introperspectiva
Ya va siendo hora
de destrozar todos los relojes,
de sincerarme de una vez,
de escribir con mi propia sangre,
de explicar por qué soy como soy y no soy
de otra manera.
Me llamo Daniel por mi abuelo,
nací el año en el que el mundo por primera vez
miró a España y vio algo,
crecí entre las fronteras de un pueblo que nunca pensé
fuera a quedarme pequeño.
Soy zurdo desde que nací y, desde ese mismo día,
vivo.
He habitado tres ciudades,
tuve una infancia feliz de patios de recreo,
cromos de fútbol y Playmobil.
Aprendí a nadar por imperativo de mi apellido
pero nunca se me dio bien lo de ser mejor que nadie.
El día que besé por primera vez
sonaba el eco de un concierto de Mago de Oz
pero la magia estaba sucediendo
lejos de aquel escenario.
Luego vino Valladolid
y lo de crecer a pasos agigantados.
No tengo tatuajes
porque de marcarme la piel
ya se encarga la vida.
A cambio, guardo constelaciones de lunares
que nadie se ha atrevido a bautizar.
Y ahora que topamos con la Iglesia, Sancho,
he de confesar que fui monaguillo sin convicción
y que colgué las botas o el incienso
el domingo en que mi hermana
hizo la primera comunión.
Por ella creería en lo que hiciese falta.
Jamás me he enamorado
pero conservo en las rodillas
el recuerdo de algún traspiés.
Si empecé a escribir fue porque nunca se me ha dado bien hablar
y porque ella entró en mi vida abriendo todas las ventanas
y cerrando cada una de las heridas.
Por ella seguí escribiendo aun cuando ella ya no era
y un tiempo después,
me encontré vacío de metáforas y motivos.
Pese a todo, seguí escribiendo,
como si pudiese encontrarla
al abrir la puerta de cualquier verso.
Ella no volvió
porque era absurdo esperar
que quien nunca estuvo
supiese regresar.
A cambio, llegó la poesía
desordenándome la vida
o desbordándome de ella.
No sé cuál de las dos
sería capaz de definirlo mejor.
Por último, me queda el ahora,
este presente impreciso
en el que podré escribir decenas de poemas tristes
pero seguiré siendo un tipo feliz.
Por lo demás, no ha cambiado tanto,
me sigo llamando Daniel,
sigo siendo zurdo,
por mi hermana seguiría creyendo en lo que hiciese falta
y a día de hoy, aún vivo
y, aunque he crecido, sigo resistiéndome a llamarme hombre.
El final de esta historia no está claro:
parece que queda, todavía,
demasiado lejos el horizonte.
iridiscencia
Mírate.
Gobernando el mundo
a galope de sonrisa
y tú sin saberlo.
Mírate.
Caminando a disparos de dudas,
con los ojos inmóviles en la acera
y una mueca triste en la cara
que no va a juego con este sábado de fiesta.
Cuándo entenderás que eclipsas a las farolas,
que la noche es menos oscura
si tú la atraviesas,
que la ciudad se gira al verte pasar,
que para gustos los colores
pero que tú
eres la dueña de todos
cuando te ríes.
Mírate.
Naufragando tus labios
en una copa rebosante de olvidos,
cerrando los ojos esperando
que al volver a abrirlos
nada duela
y la vida te regale su mejor piropo.
Mírate.
Sabes que se puede ser feliz
porque lo has visto en otros rostros.
Has llorado procurando
que nadie se diera cuenta
y has deseado gritar
en mitad de un paso de cebra,
camino del trabajo.
Llevas la cuenta
de todos los «te quieros»
que no te han dicho
y te salen a deber.
Mírate.
Intentando pasar desapercibida,
como si se pudiese ignorar al verano,
deseando en secreto la figura de los maniquíes
sin saber lo loco que me vuelve
que tus curvas encajen
con la facilidad de un puzle
en mi silueta.
Sé que llego tarde.
Lo sé.
Lo siento,
han pasado demasiadas frustraciones.
Espero que estés preparada.
Vamos a incendiarnos las sonrisas.