Acerca de esta edición
Han transcurrido doce años desde la publicación de la primera edición de la obra diarística de Alejandra Pizarnik, de cuya selección me hice cargo. Señalé entonces, en la introducción, que había seleccionado el material guiándome por lo que sabía del deseo de Pizarnik de publicarlo un día como un «diario de escritora»,1 así como por determinadas pautas editoriales y el respeto a la intimidad de terceras personas y a la intimidad de la propia diarista y de su familia. Hoy, agotada aquella edición de los Diarios, la editorial Lumen ha tenido la excelente idea de reeditarlos, abriendo así la posibilidad de revisar ciertas pautas no sólo en cuanto al número de páginas, sino también, entre otras cosas, a su presentación. Esta nueva presentación permitirá al lector comprender y apreciar las intervenciones de la autora en sus diarios en un determinado período de su vida.
El corpus de la obra diarística de Alejandra Pizarnik, conservado en la Universidad de Princeton, consta de un total de treinta documentos: diez libretas, o cuadernillos como ella los llamaba, correspondientes a 1954, 1955, 1956, 1961 y 1972; catorce cuadernos, y seis textos mecanografiados: el «Journal de Châtenay-Malabry», de cuarenta y ocho hojas;2 cuatro hojas sueltas de 1961; doce hojas encarpetadas con correcciones a mano;3 diez hojas grapadas con la mención «antes de 1960»; treinta y dos hojas grapadas con la fecha 1961-1962, y ochenta y cuatro hojitas tamaño libreta, que probablemente estuvieron dentro de una carpeta de anillas, divididas por la autora en dos partes con la mención «París 1962» y «1963». En sus diarios, como en su correspondencia con Ostrov, Pizarnik hace referencia a un diario anterior a 1954 y a un cuaderno desaparecido de 1960. En varias oportunidades, menciona que rompió, o que desea romper, ya sea sus poemas o su cuaderno. Ello podría explicar los períodos de escasa o nula escritura de su diario, notorios a partir de 1960, aunque también podría ser que, ocupada con su poesía, no escribiera en su diario con asiduidad y regularidad, como se observa a partir de 1965.
Entre los cuadernos posteriores a 1960, hay uno que lleva por título «Resúmenes de varios diarios, 1962-1964». Es el cuaderno en el cual, a su regreso de París en marzo de 1964, Pizarnik empezó a copiar, reescribiéndolos, los cuadernos que había escrito durante su estancia en esta ciudad. Este cuaderno y los textos mecanografiados correspondientes a este período son muy importantes, pues dan cuenta de su método de escritura y revelan las intenciones predominantemente literarias de Alejandra como diarista. El cuaderno al que nos referimos es, en efecto, un resumen, con escasísima labor de reescritura, de las entradas referentes a sus relaciones amorosas. Las podó mucho, cambió iniciales de nombres y trastocó muchas veces las fechas y los lugares, como si su intención hubiera sido recomponer varias historias en una, que sería la de su experiencia interior de la pasión erótica, o escribir una suerte de «novela sentimental». Los textos mecanografiados, en cambio, son una auténtica reescritura, una extremada síntesis de su puesta en escena interior y la captación de un instante de esa escena, de lo cual resulta un fragmento o apenas una frase próximos en tono e intensidad a los poemas que dará a conocer a partir de Extracción de la piedra de locura, publicado en 1968.
De su período parisino existen entonces tres textos. El primero (los cuadernos de fecha corrida) sería el texto previo al trabajo de copia y reescritura; el segundo, el cuaderno «Resúmenes de varios diarios 1962-1964» más algunas hojas sueltas, y, el tercero, los textos mecanografiados, decididamente concebido para ser publicado y que podríamos considerar la fase final de la labor de reescritura de sus diarios. En esta nueva selección, corregida y aumentada, de los Diarios, presentamos al lector los tres textos de esta época: el previo, es decir las entradas de cada uno de los cuadernos de fecha corrida, y los otros dos, completos, en los apéndices que figuran al final del libro.
Una constante de los diarios de escritores (con notables excepciones como los de André Gide, Léon Bloy, Rosa Chacel o Julio Ramón Ribeyro) es que otros se encarguen de publicarlos póstumamente. Estas publicaciones podrían dar la impresión de ser una violación de la intimidad del diarista, pero no cabe duda de que, al conservarlos, el escritor está indicándonos que es consciente del valor intrínseco que tienen. Esto es aún más evidente en el caso de Alejandra Pizarnik, ya que conservó sus cuadernos, en los que ella misma intervino hasta el último momento generando «fragmentos» de sus diarios que publicó en vida en importantes revistas de la época, a veces como «fragmentos de un diario» y otras veces como textos del más puro estilo «alejandrino».
Por mi parte, para la presente edición, como en la anterior, he tenido en cuenta el respeto a la intimidad de terceras personas citadas, a la intimidad de la autora y de su familia. La transcripción de las entradas se ajusta al original, salvo las fechas, cuya presentación se ha armonizado escribiendo, cuando procede, primero el día y después el mes. Hemos reproducido ciertas faltas de ortografía muy frecuentes en sus años juveniles, corrigiéndolas solamente en los casos en que se trata de errores evidentes debidos a la prisa con que escribía. A partir de 1957, estas faltas van desapareciendo en la medida en que va adquiriendo dominio del idioma. Se han restablecido los signos de interrogación y admiración (Pizarnik los usaba a menudo a la manera francesa, aunque era muy irregular) y eliminado tildes en ciertas palabras, como los monosílabos, que en el español actual no las llevan. Se advierte entre corchetes sobre palabras o frases ilegibles, tachadas o que faltan en el original, y se restablecen las letras o palabras ausentes de obvia deducción.
Antes me he referido a que esta edición de los Diarios de Alejandra Pizarnik es, con respecto a la anterior, una nueva selección corregida y aumentada. Se han corregido erratas y se han incorporado un gran número de entradas, que antes, por razones de espacio, principalmente, no habían podido incluirse. Del período 1960-1964, se transcriben prácticamente todas las entradas de los cuadernos de fecha corrida, mientras que los fragmentos reescritos se encuentran ahora al final del libro, en los apéndices que reproducen cada uno de los textos mecanografiados. El hallazgo del «Journal de Châtenay-Malabry», así como «Les tiroirs de l’hiver», ha permitido completar la falta de entradas de los primeros meses de su llegada a París en 1960 y 1961. Sigue siendo forzosamente una selección pues, como he dicho antes, acepto y asumo el principio de respeto a la intimidad de la autora y de su familia, y de las personas aludidas que aún viven y podrían reconocerse. Por esta razón, el único documento del que no he seleccionado entradas es la libreta-agenda (muy desordenada en las anotaciones y las fechas) que correspondería a algunos meses de 1971 y 1972, todas ellas de carácter muy personal e íntimo: las personas allí aludidas, así como sus familiares, figuran con sus nombres y apellidos.
Por último, deseo expresar mi agradecimiento a quienes me han ayudado con sus consejos y su solvencia profesional. En primer lugar a la doctora Cecilia Rossi, de la Universidad de East Anglia, Inglaterra, quien obtuvo una beca para viajar a Princeton y analizar cada uno de los documentos. Gracias a su lectura in situ de los cuadernos muchos errores de transcripción han sido subsanados y ha podido asesorarme inteligentemente con respecto a mi selección de las entradas. Doy las gracias también a Raúl Manrique Girón y Claudio Pérez Míguez, directores del Centro de Arte Moderno, con sede en Madrid, y a Luisa Futoransky, Leonardo Valencia y Ana María Moix, quienes siguieron con su atenta lectura las distintas etapas del manuscrito. Asimismo, agradezco el respaldo y el interés de Silvia Querini como editora de Lumen por propiciar y concebir esta nueva edición de los Diarios de Alejandra Pizarnik, así como los consejos y el excelente trabajo de edición y producción de Magda Mirabet y su equipo. Por último, mi reconocimiento a Myriam Pizarnik de Nesis, por su constante empeño en la difusión de la obra de su hermana Alejandra y la confianza que ha depositado en mí para realizar esta nueva edición.
ANA BECCIÚ
Cuaderno de septiembre de 19541
23 de septiembre
un nuevo día llegó
pleno de sol y de sombras
un nuevo día llegó
a enquistarse en mi hondo caudal señero
el nuevo día es torneado
e insulso
día sin soplo ni dicha
es un sábado verde molido
en la nada
es un sábado deshecho en la vertiente del vacío.
Conversación en una mesa del Jockey Club entre un pintor famoso, un pintor principiante, un poeta maduro, un poeta principiante y un estudioso del psicoanálisis. Tema: la bombacha obsesiva.
Poeta maduro: Sé de un sádico que se relamía de placer al sacarle las bombachas a su mujer.
Aficionado al ps[icoanálisis]: Es un caso aparte. Yo sé que a las mujeres les encanta que les rasguen esta prenda, siempre que no se emplee la fuerza bruta, siempre que se proceda suavemente.
Poeta maduro: Sea como fuere, lo cierto es que las bombachas me obsesionan.
Af. al ps.: Seguramente, usted debe guardar las bombachas de sus sucesivas amantes.
Pintor famoso: Sí, pero antes las lava y las plancha, y apila en varios grupos según sea su color: rosa, azul, blanco, etc.
(Risa general, el estudioso del ps[icoanálisis] se levanta presuroso y se va con rostro ceremonioso.)
Poeta maduro: Se debe de haber excitado.
Pintor famoso: Sí, porque para él la palabra «bombacha» es sinónimo de «ir a orinar». Bueno, lo lamento por las baldosas, pues dicen que orina con piedras desde que se las descubrieron en el hígado.
(Risa general.)
Vuelve el estudioso del ps[icoanálisis]: el pintor famoso le pregunta palmeándole la espalda: Y, ¿qué tal?
El e[studioso] del p[sicoanálisis] no contesta.
El tema sigue girando.
Pero nos imaginamos el porvenir como un reflejo del presente proyectado en un espacio vacío, mientras que es el resultado a menudo muy próximo de causas que en su mayor parte se nos escapan.
La prisionera
Comprobación súbita de la imposibilidad de fijar cualquier cosa.
Proust describe las odiosas maquinaciones del matrimonio Verdurin para separar al barón de Charlus de Morel. En ese momento, no era posible asociar el menor atisbo de bondad a esos seres terribles en sus mentiras y complots. Pero de pronto ¡oh vida! Aparece la desgracia de Saniette, su descenso a la completa miseria material. Veo entonces (como si se hubiesen dado vuelta sus almas) a dos personas que meditan desinteresadamente la mejor forma de ayudar a su desgraciado amigo. ¿Puedo pensar entonces que son bondadosos? No, pues recuerdo la maldad e injusticia de su acto anterior (la ofensa al b. de Charlus). ¿Puedo pensar que son completamente perversos por esa maldad? No, pues el discreto auxilio a Saniette revela su generosidad… ¡Y así ocurre con todo y con todos!
¡Oh, ángeles que nos concibieron!
¡Oh, demonios que nos parieron!
que quiso arrancarse los ojos y venderlos por un maloliente trozo de tinta reseca. Soy el candor despabilado que se acuerda de ser triste en medio de la risa, auténticamente extraída con mil cuchillos crueles.
¿Tarde? ¿Es ya muy tarde para recuperar las lágrimas? Y las que recién cayeron ¿no fueron acaso el zumo de mi reivindicación angustiosa? ¡No! ¡Mentiras! ¡Mentiras! Mi roñosa sensibilidad respira rostros repugnantes y calcula las posibilidades de no soledad que obtendrá por ellos. ¡Caer! ¡Estoy cayendo! Mientras me río, no sé por qué, me siento impura. Cuando lloro, no sé por qué, me siento yo y me purifico. ¡Cómo sufro! Mi alma es un trozo amorfo, blanquecino y lloroso…
¡Me rebelo! Contemplo mi habitación y me rebelo y tengo miedo. ¡Miedo de mí! ¡Miedo de mí! Me hablo suavemente. Siento que la vida (¡mi vida, óyelo, mi vida!) se va.
24 de septiembre
Un nuevo día lleno de sol. Despego mi ventana y la luminosidad cae en la habitación. Luz amarilla y vital. Me da miedo por sus ansias fugitivas. No me acompaña en las horas de estudio, no me sonríe en mi encierro benéfico; todo lo contrario; me llama junto a sí, al paseo matinal, lleno de árboles y seres que caminan.
NADA
Recostada sobre tres almohadas rojas y verdes, calculaba la menor cantidad de probabilidades que tendría para poder evitar los arquetipos que acechan a todo ser humano. La radio se inclinaba gentilmente hacia su oreja izquierda enzarzándole en gemidos de Tristán e Isolda. Se preguntó adónde quería llegar. No lo sabía. Con la pluma en la mano se lanzaba en un paracaídas mental hacia las hojas blancas y vacías. Las posibilidades de lograr alguna grafía coherente eran infinitesimales, pero se dijo sonriendo que no le importaba. La soprano clamaba ¡Isoooolda! Desdibujó la palabra en su frente, mientras la voz enfilaba hacia una frase llena de erres que le herían las fibras auditivas. Parecían una rueda basta que aprisionara su sensibilidad. Un troquel platinado vertido en el escafandro inhallable pero necesario para encontrar el centro de su ser, el yo fugitivo.
De lejos, de muy lejos, venían los latidos de un perro. Se le ocurrió ubicar a ese perro en la cima de un planeta, Saturno, rodeado de los anillos de fuego (amarillo). Los aullidos se acercaban, lo que motivaba el alejamiento del planeta fantaseado. A medida que se acerca lo comúnmente llamado real, se aleja (o se expulsa) la fantasía. En verdad no sabía qué preferir: si lo real o lo irreal. En cualquiera de ambos, se hallaba triste. Dejó correr el hilo esperanzado de su imaginación, mientras suspiraba inquisitiva y semirresignada. Se preguntaba el valor de ese instante, de esa fotografía de su estar echada en la cama a las 14 h de un 24 de septiembre de 1955. Oh, apresar, agarrar infaliblemente el momento y encerrarlo, esconderlo, tocarlo, decirle ¡«eres mío»!
La visión de un ave grisácea contoneándose humanamente sobre una frente roja, despabiló su doliente deseo. El ave es mi alma. El ave no se siente fuerte, teme caerse, no puede echarse a volar. ¡Ayúdala! ¿Cómo? Y ¿por qué? Porque es tu ave. Elevó los ojos y sonrió al dibujo que, pegado en la pared, representaba lo que ella quería: el ave inaugurando el vuelo.
La soprano emitía gritos pseudosalvajes. La imaginó perdida en un laberinto asfixiante y sus gritos, llamadas de auxilio. Llegó el tenor. Sonrió. No. La mujer estaba a salvo. El laberinto solo estaba en su mente.
Varias horas más tarde, se encontró sentada en una silla. Encendió un cigarrillo, contemplando inerme el humo que huía de sus labios. El cuarto se hundía lentamente en una gris penumbra equilibrada por la luz breve del velador. Oía voces y sonidos. Niños que gritaban. Hombres que reían y ella, ¿qué hacía?, ¿dónde estaba? ¡Oh, sensación de vacío intrínsecamente amorfo!
¡Oh languidez de domingo primaveral! Recordó que era el primer domingo primaveral. ¿Me afecta este conocimiento? Sí. Un domingo de primavera era un abstracción equivalente a la nada vestida con flores angustiadas, perfumes dolorosos, sol malvado; todo ese conjunto de colores y perfumes que, durante los días de la semana, llegaban danzando románticamente a su percepción, sufrían una cruel metamorfosis. ¿Cómo y desde cuándo odiaba ese día? No lo sabía. Recordaba que Dios lo utilizó para descansar. Este dato arrastraba una arcaica cadena de gritos segmentados que la anulaban: Dios, domingo-descanso, seres adorando a Dios desde los orígenes, cavernas prehistóricas, devenir del tiempo, angustias al leer a Hegel, sensación de no ser más que un corpúsculo rebelde en el cosmos descomunal. ¡Domingo! Su habitación se había introducido en las penumbras mientras ella estuvo elucubrando su fobia dominical. Se irritó. Nunca podía palpar realmente el cambio de luces y sombras de los días. Era como contemplar un reloj para comprobar empíricamente la velocidad del tiempo. Y también como las forzosas vigilias a que se obligaba de noche, para recibir el sueño estando despierta y sentir personalmente qué era eso que llaman dormir. Suspiró impotente, ante la conciencia de no poder descifrar esos misterios cercados por tremendos límites. Viró su rostro hacia el descenso de la noche, sin inquirirse nada, sin averiguar lo que ocurría en su demoníaca alma. La imagen del hombre que imaginaba amar se adhirió a las cortinas de la ventana. La visión era cinematográfica. Los dibujos de la tela recordaban los frisos de Matisse tan frescos, tan fogosos, y en el centro el rostro tenso y vibrante de él, que se le venía encima como una mascarilla oriental antiquísima, plena de poderes mágicos y amenazas terribles; el rostro del hombre que creía amar, pleno de palidez estatuaria, de esa concentración de rectas que lo asemejaban más a un dibujo que a una estructura humana en relieve. Cerró los ojos fuertemente y cuando volvió a abrirlos, la ilusión inventada por ella había desaparecido.
La belleza estival de sus visiones la entretenían mientras fumaba en la soledad de su cuarto semioscuro. Bebió un poco de aire para musitar un poema que la atragantaba. Era «La rueda del hambriento» de César Vallejo. Su ser se revestía de lágrimas mientras recitaba a su amado poeta triste. Lo adoraba. Ni ella misma sabía cuán grande era su pasión por este hombre terrible y sufrido.
y ya no tengo nada
esto es horrendo
Los últimos versos se pegaban a sus labios, temerosos de salir al exterior, al aire indiferente del mundo. Los acarició emocionada. Los queridos versos se apretujaban en su alma y le rogaban amor, cuidado y, ¡sobre todo!, nada de contaminaciones viles. Sonrió largamente enternecida. Veía un camino terso y coloreado lleno de libros, de cuadros, de pentagramas con formas de alas de pájaros. Sintió que su cuerpo no era más que un servicio destinado a vestirla y a encenderle cigarrillos. Se tocó las manos. Pero no le importaban sino en la medida de su utilidad, en este caso, sostener la pluma. Absorbió la rigidez de la noche. ¡Qué solemne estaba! Sintió deseos de incendiar la ciudad, sólo por el placer de recitar a Vallejo en un fuego inmenso y decir entre las casas ardientes y los hombres asfixiados que éste es el fin de los que se creen eternos, de los que constituyen sus intereses esenciales a partir de las uñas pintadas y las plumas del sombrero; gritarles a todos los que ya no podrían oírle que la vida los expulsa por haberla degenerado, corrompido, que… Se detuvo ante la presencia del recuerdo de Nerón. Rió enfurecida. ¡Arquetipos! ¿No habría tomado ella, inconscientemente, la acción de Nerón para fundirse en su mito, para despersonalizarse e introducirse en otro, perdiendo de esta manera su fin primordial, crear? Su rostro esbozó un infantil gesto de malhumor. ¡Nerón! ¡Qué tontería! Sin embargo, algo se removía en ella, algo que moldeaba una llave para abrir algún negro trasfondo telúrico e introducirla en él, presa en las redes del monstruo más incógnito y terrible que haya existido nunca. Se asustó.
Luego un espacio vacío lleno de rostros y pantallas. Se vio transformada por un vaho celeste que acumulaba sus huesos en forma sorprendente. Estaba acostada y era muy tarde. Percibía un sonido flojo y agudo procedente de la bañera. La figura humana recibiendo con cara estúpida el agua bienhechora, el agua que lava, el agua que higieniza, el agua que remedia el sinfín de los daños cometidos por el no-agua, el agua del agua. ¡Qué falta haría un nuevo diluvio! ¡Un torrente que arrebatase las eternas cantinelas domésticas! ¡Y el eterno girar de las palabras muertas! ¡Y los rostros sorprendidos! ¿Y saben quién murió?… ¡Mmmmm! ¡No me digas! No. ¡No puede ser! Si justamente ayer… Estrechó su mirada en un lamentable gesto de olvido. ¡Oh, poseer una palanca mágica que impida escuchar esas voces, esas palabras! En el sueño de su noche, aspiraba con dificultad el aire con gusto a tabaco que la rodeaba. Venció su malestar prometiéndose pensar en un país lejano, en la luna, en el ensueño de los seres que amaba, seres inexistente e irreales como ella misma. Soy un trozo de humo solidificado. Soy un residuo que alguien olvidó en el Olimpo. Se veía tan universal a fuerza de no verse. Un globo color verde la llenó de sueños rosados, pero su cuerpo no quería saber nada con la intangibilidad. Sus párpados caían, lentos y aburguesados.
Algo la despertó. Supo después que se había levantado y alguien (seguramente, su madre) la acarició al pasar diciéndole «buenos días». El espejo refulgía de ojos cansados y pelos revueltos Se rió divertida contando los ojos. Eran dos. ¡Eran sus ojos! Tocó su rostro proveniente de allá, de la región desconocida plena de sueños que ahora no recordaba. Intentó atraer alguna señal que le permitiese el acceso consciente a ese mundillo nocturno del que acababa de surgir tan pálida como un habitante imaginario de la luna, cansada como una guerrillera valerosa; aspiró fuertemente sintiendo que su cuerpo se llenaba de un olor vivificante, olor de las mañanas, olor de café y de sol. Poco a poco sus ojos se abrían hacia el extraño arco iris matinal. Sus ojos eran el verde que faltaba para completar el prisma cotidiano.
Rió al pensar que para eso estaba ella, para dar el tono necesario, para impedir la acumulación de colores inexactos. El sol se vio lanzado en un formidable cohete que realizó la trayectoria de la mañana a la noche en el tiempo que ella empleaba para bostezar. Se extrañó, por supuesto, al no ver el sol ni la luminosidad diurna. Se extrañó al encontrarse sentada frente a su mesa, a la luz artificial, al florero lleno de pinceles humedecidos. ¡Claro! Había estado pintando, dando formas a esos rostros que caminaban por su alma. Sus manos parecían sangrar, magníficas en sus manchas rojas. Sus manos estaban cansadas, muy cansadas. ¿Cuántas horas estuvo pintando? Cinco, seis. El día pronto finalizaría. Un día más. Como un soplo negro, sintió un dolor agudo que apuntaba hacia su corazón. Se sentía angustiada por su paseo. Había caminado erguida e incómoda en su traje demasiado elegante para su gusto, mirando rostros y casas.
La angustia siguió caminando, solitaria y desdeñosa. Se sintió liberada, pero una sensación sombría la despegaba del tiempo, algo nauseabundo y extraño lleno de olor a féretro y flores putrefactas. Abrió los labios recordando que hacía dos días que no pronunciaba una sola palabra. Oyó un chasquido como una queja endeble, que provenía de su boca hermetizada. Con gran esfuerzo y desesperanza dijo: «Es el fin».
Sensación fuertísima y premonitoria. Algo está por venir: un gran dolor o una tremenda alegría.
26 de septiembre
Quebrada en el diván, asisto inquieta y divertida a la ilógica ansiedad que salta dentro de mí. El temor al futuro me previene sigiloso: ¿qué será de mí?
El presente truhán y bohemio no admite amonestaciones verdosas y macilentas. Los anhelos vierten su sed infinita en mi cáustica, desconcertada interioridad.
Entro en una librería desconocida. Me dirijo a los anaqueles coloreados, llena de curiosidad y tensa de emoción. La esperanza de hallar «algo nuevo» es quebrada por la voz del empleado que me pregunta qué títulos busco. No sé qué decirle. Al fin, recuerdo uno. No está. Hubiese querido seguir mirando, pero sentía sobre mí el peso de esa mirada comerciante, tan estrecha y desaprobadora ante alguien que «no sabe» lo que quiere. ¡Siempre lo mismo!
¡Siempre hay que aparentar la posesión de un fin! ¡Siempre el camino rectamente marcado!
ANSIAS
Pienso en ÉL. En todo lo que tocan sus manos plasmadas de esmeraldas, y digo:
Feliz tú, libro, que sientes la calidez de su piel. Tú que no lo deseas. Libro, señor libro, hermano libro, feliz tú, feliz usted, que recibe la inmarcesible tersura de sus dedos. Feliz tú, papel blanco lleno de dibujitos indelebles. Tú que no lo amas.
Tú, que con solo mostrar tu desnudo perfil recibes el abrazo de su mirada. ¡Feliz tú, hoja de papel en blanco! ¿Y usted, señor suelo? ¿Qué decir de usted, usted que tiene el honor de recibir su paso, usted que lo sostiene, usted que es marcado por su maravilloso ritmo? ¡¡Feliz de usted, señor suelo, feliz de usted, usted que no lo desea!! ¡Oh escaleras brillosas, vasos inertes, cubiertos indiferentes, trajes irreflexivos, sillones insulsos, útiles impersonales, felices de ustedes, que lo ven, que lo sienten!, ¡y no lo anhelan!
Estoy exaltada. Coordinemos.
¡Oh brújulas vencidas, venid a mi alma! Es la primavera: los cantos de los pájaros, el aroma del polen, las amapolas sonrientes. Es la primavera que atenta contra mi invernal y dolorosa celda. La estufa se muere de hastío. ¡Serenidad! ¡Serenidad! El yo huye de mí hacia las plazas, a atraer marineros, a comprar flores de maíz quemado y caminar cantando «je t’endrai» [sic]. Mi garganta ríe deshojando el cadáver de una violeta muerta. Mi amplia frente de intelectual venida a menos, mira al cielo y al libro de gramática y dice: Merde!
Lunes
Un calor longitudinal y fatigoso mece mi cuerpo sepulto en los edredones voluminosos. El sueño cae misteriosamente a mi cuerpo y lo toma suavemente. Acá, entre el cansancio y el humo, entre el Miedo y las ansias inmortales, me digo: he de escribir o morir. He de llenar cuadernillos o morir.
8 y 1/2 h. Mi cuerpo no quiere levantarse, sino seguir durmiendo. Entreabro los ojos, aspirando los objetos de la habitación. Los cierro de nuevo, suspirando. ¡Cuántas cosas pierdo! ¡Cuántas sensaciones, vivencias, aprendizajes! ¡Todo por morir un poco más! ¡Todo por vivir menos, en ésta, mi dolorosa e irreal realidad!
Y esa voz que te grita vives y no te veo vivir.
VICENTE HUIDOBRO
Son las cuatro de la tarde. ¡Oh, sol! ¡Oh, árboles humildes
plenos de verde! La primavera se me presenta como una epopeya
popular que extrae todo hacia un exterior horroroso
porque yo no pedí nacer en forma de signo de interrogación
porque yo, mujer crisálida, no tuve la fuerza de nacer cadáver
porque yo, en fin, llevo un alma rociada por diez y nueve primaveras angustiosas
por eso me quejo en diez y nueve arpegios delirantes
mi frente enloquece de amargura
mi garganta cose los hilitos desgarrados
uno más uno
uno más uno
porque ya tengo mi vestido preparado con mi gran corte en el alma para que la golpeen
porque me dicen que es la fiebre del siglo veinte que nos atora
porque yo, alejandra-mujer-angustiada, no fui valiente y no nací sin ese vaho azul que llaman oxígeno
por eso lloro y escribo mi hojita diaria y la embellezco con dibujitos (nada meritorio, ya sé)
por eso gimo y no me digo ¡adelante!
por eso clamo y repito mi canción: ¡dolor! ¡dolor! ¡dolor!
¿alguien te ayudará?
¿alguien alguien?
meticulosa, hermana, y tranquila
respira cantando uno dos
sonríe abriendo los brazos
blancas son las nubes
ya lo sabemos
todo sabemos
menos la putrefacción publicitaria del para qué insidioso
musiquita indiferente
cozita [sic] del cielo
¡calla! escucha de allí, de allí
la voz que viene y se acurruca en tu alma
¡ah! ¿te sientes natural, ente cuadrado?
¡ah! ¿oyes el vibrar de lo maravilloso?
¡no hables! ¡calla! ¡besa el silencio!
¡no! ¡nadie te ayudará!
te hundes en la despejada marcha de los transeúntes
narra la historia de cada sombrero
lee el caos que celebra un festín en
todos los ojos
da vueltas y vueltas ¡ríe!
señala los números y aguanta el estrépito
celebra un acto mórbido y apaga las luces
¡nadie te ayudará!
no pienses en rostros
ya sabemos. ojos, narices, boca
¡sabemos demasiado!
ése es nuestro terror
¡oye! toma un libro y adórnalo con flores de violetas muertas
suspira insuflando el aire amarillo al molino que ayuda a los poetas
¡haz algo y olvídate de todos!
nadie te ayudará
eres mi ornitorrinco
el pájaro más bello que haya existido jamás
eres un abanico
el árbol que brota del alma de otro árbol
eres una queja
el techo más amable de la campaña azul
¡oh! eres todo todo todo
ornitorrinco abanico queja
¿qué importa?
¡eres eso y mucho más!
¡eres todo todo todo!
(¡y caes lo mismo!)
la flor es la voz de la tierra.
el viento es un trozo de oxígeno disfrazado de fantasma, que vaga silbando una canción que nunca pasa de moda.
una cerda es una señora burguesa, muy gorda, que fue raptada por los indios que reducen los cráneos de los blancos pero que con ella se salieron de la norma acostumbrada y le redujeron todo el cuerpo; luego de rasurarla, la encerraron… pero se olvidaron un rizo en el trasero.
el reloj es un viejo que murió de un ataque al corazón y luego resucitó (para vengarse de los que se sentían molestos con el ruido de sus latidos).
1.º Versos de Safo.
2.º Cap. I. ¿Cómo se conocieron Chris y Ann? ¿En la calle, en un café, en una reunión, en una plaza, en un yacht, en un colectivo, buscando un taxi (subieron ambos)?
¿Qué hace Chris? Escribe.
¿Qué hace Ann? Pinta.
Hay un alejamiento intermedio (¿Por qué?) ¿Hastío? ¿Disensión? ¿Infidelidad? ¿Odio? ¿Ofensas?
28 de septiembre
Una joven pregunta malhumorada: ¿Es que no puede llover sin tronar?
Eternidad: humo gris azulado // Sensación de retorno infinito. Nombre grabado en las hojas de los árboles // Escenografía pletórica de niebla // Nave solitaria hundiéndose en la lejanía // Dante, Shakespeare, Goethe, Bach, Goya.
¿Quién me enseñó el nombre de Shakespeare? Nadie. Nací con este nombre grabado a priori en mi nebulosa. ¡«Esto» es eternidad!
La mayor parte de la población israelita rehusaba considerar sus derrotas como actos provenientes de la ira de Yahvé, rehusaba fructificar esos fracasos y soportarlos como necesarios para reconciliarse con Yahvé y para llegar a la salvación final. ¡No!
Era mucho más cómodo para ellos atribuir la desdicha a un accidente o a una negligencia, fácilmente reparable por medio de un sacrificio. Muy pocos aceptaban auténticamente (hecho que ocurrió también en muchos cristianos).
«El hombre quiere trascender definitivamente su condición de existente.»
Elevo los brazos y caigo en el vacío. ¿Qué hacer? ¿Qué vivir? ¿Cuánto? ¿Cómo? ¿Dónde? Y… ¿por qué?
¡Riiing!
Bajo fastidiada. Una humilde mujer ha tocado el timbre. Viene a ofrecerse como sirviente. La miro: morena, mal vestida, grosera, con una horrible voz agudizada por el hambre (quizás). Le hablo. Para mí, su imagen no es más que una experiencia, es un «modelo» de la clase que representa. Nuestra conversación merece de mi parte la consideración de un juego empírico. Y, ¿cómo será para ella? ¡Ah! Es algo muy serio. Acá se debate su trabajar o no; su vivir o no; su subsistir o no… Creo que no fue posible hallar un golpe más brusco para mi angustia trascendental.
De pronto, siento náuseas de mi resignación de ser-para-la-muerte. ¡No! ¡Quiero liberarme! ¡Quiero vivir!
Caen los golpes. Compruebo que no es posible escribir bajo el «dolor puro». Hace unos instantes me sentía tan, pero tan angustiada que, cuando traté de concretar por escrito mis emociones, la pluma resbaló de mis dedos llorosos.
El hecho es que una gran dicha o una gran desgracia nos reducen al balbuceo… excepto si hablamos de ellas a distancia, en el dominio del recuerdo…
V. OCAMPO, «Felix culpa»
¡Háblenme de los hebreos en el desierto!
¡Háblenme de los pobres que mueren de hambre y de frío!
¡Háblenme de los clavos de Cristo!
¡Háblenme de los condenados a la hoguera!
¡Háblenme de las madres con sus hijos muertos!
¡Yo! ¡Sólo yo sufro!
Yo, que estoy tomando un exquisito café y aspirando la dulce fragancia de este cigarrillo.
Yo, que planeo una perfecta apertura social para la próxima semana.
¡Yo! ¡Sólo yo sufro!
Yo, que mientras escribo sonrío a una mosca que mastica azúcar y lloro de soslayo para no humedecerla.
Yo, sentada, ignota y primaveral riendo de mi jactancia extravagante pero mía.
¡Yo, sólo yo sufro!
¡Háblenme de gitanas sucias y despatriadas!
¡Háblenme de estrellas sin cielo!
¡Háblenme de flores sin pétalos!
¡Yo, sólo yo sufro!
¡Sí! Acá, en mi verde umbrío rincón.
¡Sí! Acá, mientras vivo danzando en la cuerda.
¡Sí! Acá, mustia y pegajosa, llorosa y dolorida.
¡Yo! ¡Sólo yo sufro!
umbrío vidrio estridente marea
al filo sin son de la tarde muerta
tres dríades duermen sentadas
en mi ser cansado ya sin llanto
sombría y terrestre adrede
me extraigo
una verde sonrisa sangrante
¿dónde vas, labio muerto sin fondo?
¿dónde vas, impetuoso lanzallamas?
Alejandra: recuerda. Recuerda bien todo lo que has oído. Primeramente, debes aprender a separar el sueño de la vigilia. Recuérdalo, y no pienses que «estás desnuda o llevas un traje de vidrio».
¡Levántate! No puedo… quiero leer, entender, asentir sonriendo y decir: Esto es lo que yo pienso.
Clamo a ÉL, mi único dios, mi único amor humano, mi único sostén. Le ruego que me dé fuerzas para poder levantarme de la cama en la que yazgo hiperexcitada y enferma.
¡Milagro!
Siento una mejoría que viene de muy lejos. Sí. ¡Acción! ¡Ya estoy disponible! (¡Pero cómo quiero llorar!)
Mon plaisir en serait plus dans le monde, mais dans la littérature.
PROUST
Domingo. Lento y opaco domingo lleno de garras oscuras que atraen misteriosamente las horas.
Domingo. Las sombras cubren mi tristeza que desciende simétricamente hacia el vacío.
Siento una profundísima melancolía. Sombras, dolor, vergüenza de no ser, todo, todo, tan feo, tan triste, tan ausente, tan estático. Quiero morir.
Dentro de unos instantes, moriré. Abriré mis venas con un cuchillo.
¿Qué puedo decir? ¿Qué valor pueden tener mis palabra, ahora, que ya es el fin?
¡Morir! ¡Claro que no quiero morir! Pero, debo hacerlo. Siento que ya está todo perdido. Lo siento claramente. Me lo dice la fría noche que nace desde mi ventana enviando mil ojos que claman por mi vida. Ya nada me sostiene. Pienso en usted, y algo, desde muy hondo, rompe a llorar. ¿Debo pensar que por usted es necesario vivir? Mi razón así lo afirma. Pero, la orden imperativa de este momento es un terrible grito que sólo dice ¡sangre!
¡Morir! Ya nada me queda…
Todo se esfumó y yo quedé en la nada. Y así estoy ahora. ¿Puedo pensar que debo vivir? ¡No! ¡No! ¡He de morir! Y ¡ahora! Tiene que ser ahora. De lo contrario, no será nunca. Por última vez, le digo de mi amor.
DOLOR
¡Llorar! Se acarició el rostro. Sentía una profunda tristeza por su tristeza. ¡Llorar! Naufragaba en un mar melancólico; hondamente, llanamente, melancólico.
Tomaba lenta conciencia de su sufrimiento, sufrimiento agudizado por la visión de su espera vacía. Calculó los residuos de esperanzas que yacían en su alma: ¿qué esperar?, ¿cuándo?, ¿hasta dónde?, ¿por qué?, ¿para qué? Su interior se deshacía paulatinamente como un grifo mal construido. Algo goteaba horrorosas partículas de dolor. Algo, algo. Quiso sonreír, pero sus pestañas latieron ante la humedad que afloraba a sus ojos. Pensó que solo le restaba morir. Atisbó su alma para comprobar el efecto que le producía esta palabra fatal: morir. No. Sólo nada. Su alma asentía en silencio. Ya no le importaba no ser. Quiso sonreír y el llanto sobrevino. ¡No ser! Y ahora, ¿acaso ella era? ¿Qué era? ¡Un grito de dolor! Un simulacro fastidioso de agonía humana que ocultaba un prosaico y pequeño fracaso: ¡el de su vida! Quería atribuirse la responsabilidad del vértigo universal, cuando en realidad no era más que una partícula llorosa y humillada por esa vida tan dura y tan mala, ¡¡vida que no comprendía, vida que no intentaba comprender, vida que no aceptaba!! Tornó a sufrir. Pequeño lagrimeo. ¡No! Todo estaba muy bien, muy correcto, muy sensato. Su cuarto vibraba de orden y belleza. Su cuerpo bien vestido y perfumado. Sus uñas luminosas, su rostro bien compuesto, su pelo simétrico y su frente intacta. Contempló sus queridas posesiones. Sí. Todo estaba muy bien, menos ella, la pobrecita ella, tan dolorida, tan pero tan dolorida que se sentía estallar. Era algo que la mordía por dentro, algo fiero y oscuro y grande y tremendo. Algo la castigaba por sus pecados o por sus virtudes o por su vida o por su muerte. ¿Cómo saberlo? Oyó un horrible chirrido, como de una tumba, que se abalanzaba sobre su nuca. Oprimió los pies contra el suelo, fuerte, muy fuertemente. Sentía que su cuerpo se estiraba, cada fibra, cada tendón, se iban y volvían elásticamente, como en los films de dibujos animados. Cerró los dientes hasta empujar todos los dolores de su cuerpo y concentrarlos en sus mandíbulas. Sufría. ¡Cómo sufría! El dolor laceraba su ser hasta convertirla en un impresionante hilo tenso que al menor roce producía sonoridades sorpresivas. No quería pensar en su dolor, pero éste estaba dentro de ella, delirante, acalorado por alguna fiebre misteriosa. Unos ruidos extraños burbujeaban en sus sienes marcando heráldicamente el lugar en que ella tenía que apoyar los dedos y frotar, muy suavemente. Los dedos bajaron al sitio en que estaba el corazón. Se asustó al sentir ese vibrar tan uniforme y tenso. Un segundo más y lo iba a ver estallar, volar en mil pedazos, como un globo terrestre de goma pinchado por una espina, ese mismo globo terrestre que era su abstracción del mundo, de su mundo que desaparecería con su muerte. Estaba decidida a llevarla a cabo, pero había un pero que rompía silenciosamente su resolución. Contempló la pluma y la acarició. Como una flecha venenosa, la contaminó un deseo: escribir, escribir. Deseo que introducía a la muerte en un barco irretornable, deseo que aumentaba el mercurio de su angustia, deseo que cortaba su pobre espíritu y arrancaba los testigos de sus frustraciones, de sus impotencias. La tentación de arrojar la pluma por la ventana, al mundo exterior, odiado y temido, se hizo fuertísima, pero sabía que esta pluma solo era el símbolo de su ardiente apego a las figurillas conmovedoras de su escritura. Nuevamente, se sintió desolada. El sol aciago cegaba sus pupilas. Vibró su dolorida frente. ¡No! ¡No era el sol! Era su llanto, su modesto y silencioso llanto, que cubría su rostro, no para lavarlo, como una lluvia beneficiosa, sino para hacerle llegar a todo su ser el testimonio de su desdicha, de su terror, de su vida perdida. Trató de ocultarse, de sonreír aun cuando la falsedad de su alegría fuese conciente. Quería hundir su mano en el dolor y agarrarlo como a un objeto próximo y estático y oprimirlo y expulsarlo de su cuerpo fatigado. Pero no, su dolor era como un [palabra ilegible] indomable, imposible de aferrar. Pensó en Dios, en algún elemento supremo a quien elevar sus quejas y pesares, alguien contra quien clamar o blasfemar. No. El cielo era una masa presente y azulada. Ni por asomo se le ocurrió que Dios podría estar detrás, o encima o, como le habían dicho cuando era niña, en todas partes. Recordó que se había asustado. Recordó que lo imaginó como un fantasma blanco lleno de ojos negros. Pero, ahora, ¡ahora, pobrecita ella!, no atinaba a encauzar su dolor hacia esas terapéuticas ultraterrenas. Cerró los ojos. Ahora el dolor caminaba por su sangre, a pasos gigantescos, torturadores de su ser, que ella temía como a todo. Inspiró hondamente. Nada. Con sumo ingenio, sus resortes angustiosos se entretenían en escribir sobre la superficie de su alma. Escribían NADA, con grandes caracteres luminosos, NADA imborrable y dolorosa, NADA desde lo más profundo de su alma. ¡NADA! Siguió pensando en la muerte. La tinta de la pluma languidecía, por lo que ella dijo: «¡Maldita lapicera!». Y rompió a llorar.
Cuaderno de junio y julio de 1955
Junio
Aparentemente cada cosa tiene su sustituto. Sustitución que se sucede infinitamente. Yo creo que nada se reemplaza.
En este momento, estoy escribiendo sobre la mesita de un café. A intervalos imprecisos suspendo la pérdida del líquido tinta para compensarla mediante el líquido té. Sé que es una sustitución irrazonable. No cuerda. Pero no es esto lo que yo quiero expresar. Intento fijar este momento in-sus-ti-tu-i-ble. Mañana podré estar acá de nuevo haciendo y pensando Lomismo [sic]. Pero nada se igualará a esta inefable presencia angustiosamente temporal.
Ninguna dificultad se compara a la de explicar pacientemente a una persona mediocre la raíz de nuestro desencasillamiento. De nuestro disconformismo. De nuestra INMORALIDAD.
El hastío es una botella llena de agua mineral con un pequeñísimo agujero en el fondo; cada minuto pierde una gota. Es cuestión de esperar que se vacíe o estrellarla aguantando el infernal estrépito.
Se habla del sol, de la luna, de las estrellas. ¿Y si no serían [sic] más que prejuicios que nos obsequiaron al nacer? Prejuicios contra la posibilidad de su no-existencia. Sea como fuere, ¡que no llegue jamás el momento de abrir los ojos!
«¡¡Haber nacido para vivir de nuestra muerte!!», gime César Vallejo.
El rostro de Van Gogh. Humano demasiado humano. Su cabeza rapada para desafiar a los pájaros. Su mentón encerrado en la atmósfera de los amarillos. Y la nariz recaudando borrascas. Y los labios absorbiendo pinceladas. Y la frente mirando el haz que camina tentador luminoso. Y los ojos. ¡Los ojos! Como las negras piedras que se arroja contra los solitarios. Con la más insignificante reducción de Lo Terrible. Dramaticidad insoluble. Vértigos zambullidos. Alambres traspasados por las pupilas de las piedras. Raíces magnéticas que jamás se desarrollan… ¡Humano! ¡Demasiado humano!
Quisiera pensar en algo sublime. En el nacimiento del hombre, en los sacrificios de Oriente, en el asta de la bandera de Etiopía. Quisiera electrizar mis ojos y sacudirles su inercia doméstica. Quisiera levantar mis piernas, manchar el cielorraso, arrodillarme junto a un sapo ahogado, clasificar los tonos de un pétalo, registrar los bolsillos del rey de Suecia, distinguir al tacto los cuatro reinos animal, vegetal, mineral y humano, revivir los éxtasis de Juana de Arco exhalando albores para destruir el fuego, recoger las mieses de una chacra irlandesa, pasear a hurtadillas por la nieve muda de Siberia, regatear bambú en un kiosco chino, sonreír al simio en la negrodorada noche de un ukelele sorbiendo un coco de la isla de Hawai, elevar los párpados, subir a lo más alto, agitar los brazos como campanillas estremecidas y gritar a todo: ¡Soy universal!
Suena el despertador. Estiro mi angustia. Desmenuzo el frío vistiéndome en la auténtica oscuridad que enmarca las 6 horas.
A lo lejos, los flacos pómulos de mi amado César me susurran conmovidos: ¡¡Ya va a venir el día / ponte el cuerpo!!
C’est la vie mort de la Mort! (C. V.)
Matin d’hiver lèvres fermées (P. É.)
Es como si a una le hundieran mil dedos en los huesecillos del cuello. Es como si las ebrias risas se revolearan como flores muertas. Es como un soplo terrible que ahoga el alma hasta la llegada del querido llanto (my dear tears).
le cri de son angoisse
En estos momentos el universo se reduce a cuatro paredes, trescientos libros, ruidos prosaicos, mi fantasma vagando y mi alma ansiosa de esparcir tentáculos en todas partes. Madame Angustias sonríe orgullosa de su nuevo vestido. «¡A donde vaya habrá sed de correr!» ¿Pero es que hay algo más dramático que esta pobre alma mía en las cuatro paredes, llorando y gimiendo por reproducirse en todo? «¡Galeote dramático, galeote dramático!» «¡Es como si me hubiesen puesto aretes! / ¡Es como si me hubiesen orinado! / ¡Es como si te hubieras dado vuelta! / ¡Es como si contaran mis pisadas!»
¡Amado Vallejo! ¡Mi adorado poeta triste! ¡Tú con tus huesos hambrientos y el pelo revuelto y la nuez anhelante y el torso partido y el sentir escabroso y la soledad y el sexo balbuceante y la soledad y el ojo vestido de gris y la soledad y el amado lloro de siempre y la soledad y los golpes de la vida tan fuertes y la soledad y el yo no sé, el porqué de tanto daño, de tanto golpe duro y malo, de tanta suciedad pendiente y la nada y lo horrendo y el mefistofélico bastón en quien no apoyarse y el bendito Dios que camina junto a ti y el terrible exilio de los eternos fugitivos, y las calientes lágrimas una más una hasta la ecuación imposible y los dulces monos de Darwin agitando veinte dedos por cabeza y el tric-trac de los huesos pidiendo un trozo de pan en que sentarse! ¡¡¡¡y y y y la soledad el llanto la angustia la nada y la soledad!!!! ¡¡¡¡Amadísimo queridísimo César!!!! ¡¡Hasta cuándo!! ¿¿Siempre?? Lloro.
¿Sabéis en qué consiste la individualidad?
En la voluntad consciente. En la consciencia de que uno posee una voluntad y que es capaz de actuar.
Sí, esto es, dicho de un modo maravilloso.
Diario de KATHERINE MANSFIELD
Soy un signo de interrogación rodeado de ojos y de fuego. Mi base es un cenizero [sic]. Mi cabeza es humo que asciende en ondas grisazuladas.
La viudez de mi destino enmarcó mis huesos. Tengo lo oscuro que vaga silbando en mis aterrorizadas vísceras. Tengo la jocosa maraña de inimaginables plebiscitos artísticos. Tengo la burda emboscada de mi ardor innato. Y tengo mucho más que no digo, pues ya es tarde. Muy tarde. Tengo dieciocho años.
Pensar en la novela, o en las cartas a Andrea. Convencerse de la importancia secundaria del argumento. Lo esencial son los trozos de caracteres. Tiemblo por mi subjetividad. Desconfío de mi constancia. ¿Cómo podría lograr llegar hasta el fin?
Pienso que actualmente todo argumento sería autobiográfico. No tengo el menor deseo de crear seres felices, ni países que no he visto ni situaciones en que no intervine. Tal es mi egoísmo o lo que sea. Cierro los párpados y recorro mi vida. Sonrío. ¿Se la puede llamar intensa? Creo que sí. Inconscientemente intensa. Cada día lo siento más. Cada minuto tomo más conciencia de mí y mi sonrisa se amarga. Me siento agotada. En estos momentos oigo los furiosos arranques de algún jazz-band cercano. Risas, fiesta, baile, bromas, hermosos vestidos y el corazón saltando. ¡Cuán lejano! Es como si hubiese sucedido hace veinte años. Mis ojos se irritan. Sí. Estoy agotada. Deshecha. Me pesa el disfraz de extravagante originalísima, de niñita adorable, de liberal, de todo. Me siento desdichada… ¿y la novela?
Me gustaría una novela autobiográfica, pero escrita en tercera persona. Por supuesto que comenzaría en mis diecisiete años. Lo anterior no tiene interés. (¿Y todas las escapatorias de tu ambiente? ¿Y tus sollozos en las escaleras? ¿Y el temor a los lazos?)
Pero pienso que hay que escribir cuando se tiene qué decir. ¿Qué diría yo? ¡Mis angustias! ¡Mis anhelos! ¡Mis invisibilidades!
Una descripción del Atelier.
Los patios de la Facultad.
Las charlas del Florida.
27 de junio
Ningún libro puede ya sostenerme. Dostoievski me aburre. Nietzsche me deja insensible. Siento un caos. No sé por dónde empezar.
El vacío. Apollinaire aconsejaba para vencer el vacío escribir una palabra luego otra y otra hasta que se llene.
Me siento como un bicho de laboratorio. Como si estarían [sic] probando los efectos que produce el vacío, la nada. Una dice que no se aburre nunca estando sola. Sí, es cierto. Pero con libros, música y humo. Ahora no tengo fuerzas ni ganas de leer, fumar o escuchar música. Y eso me desespera. Es como si hubiese perdido la facultad de gozar. Nada me conmueve. Mis párpados se cierran. ¡Dormir!
¡Soy Argentina! Argentum: plata. Mis ojos se aburren ante la evidencia. Pampa y caballito criollo. Literatura soporífera. Una se acerca a un libro argentino. ¿Qué ocurre? Viles imitaciones francesas, modismos en bastardilla, fotografías pesadas del campo. De pronto aparece un escrito rrrrealista. ¡Magnífico! Encuentro entonces palabras como «puta» escrita cincuenta veces o diez variaciones más made in Dock Sud: descripción de la viejita, del mate y de doña XX. O si no una bibliografía de los mejores libros clásicos o unos cuentos del tiempo de los valsecitos y las crinolinas, o un affaire in love en las montañas cordobesas llenas de cabritos y ¡de nuevo! mates amargos.
¡Siento que mi lugar no está acá! (ni en ninguna parte quisiera decir). Me encanta elucubrar por escrito. Quizá mi queja contra mi patria sea agresión nacida en base a alguna impotencia literaria. Pero ¿qué ocurre si escribo una pasión como lo ha hecho François Mallet o Célia Bertin o aun Françoise Sagan? ¡«Degenerado» es el rótulo!
¡Bah! Y vuelvo a decir con Rimbaud: Encuentro sagrado el desorden de un espíritu.
El Dr. R. dijo que un cuento es una novela frustrada.
Árboles castrados. Conmueven. Parecen tan humildes, tan inocentes. Su postura es la misma que antes, cuando cada brazo refulgía de verdes dorados. Árboles cortados. Erguidos a pesar de todo. Dulce espera de la primavera. Recuerdan las hojas caídas. Recuerdan las sombras gigantescas. Esperan y esperan. Nada se reemplaza. Ya vendrán grandes ramas que, a lo mejor, serán más bellas que las anteriores. ¿Por qué no podrá sucedernos Lomismo? Florecer. Un golpe de hacha. Desnudez impúdica y digna. Espera. Nuevos brotes. Otro florecimiento. Y luego Lomismo y Lomismo. Es decir que anhelo un golpe de hacha que quiebre mis ramas actuales. Quedarme desnuda y esperar sonriente.
Anhelos de viaje. Sonreía amarga cuando André Gide me decía el otro día: «Cuando veáis las arenas del desierto» o «esa extraña flor que encontré en Biskra». Y yo elevé los ojos al humo que golpea contra mi ventana. A las amarillas paredes y a los cables.
Anhelos de viaje. No a la manera de antes que era huida. ¡No! No a la manera de C. Vallejo (a donde vaya habrá sed de correr). Tengo sed de belleza. Sed de colores. DE cielos limpios.
A la memoria de X. A.
Recuerdo a la prof. de Geografía de 3er año. ¡Mujer maravillosa! Junto al mapa de Europa, cerraba los ojos; con ademanes de ciego guiaba sus dedos balbuceantes a través de los lugares más bellos; St. Moritz, Cannes, San Sebastián, Niza, Mallorca… Y su hermoso rostro sonreía reminiscente. Exhalaba poesía. Mar. Cielos profundamente azules. Y decía con voz incitante: «Cuando ustedes se acerquen a la estación y saquen pasaje para St. Moritz verán perfectamente el cerro XX»… ¡Perfecta enseñanza de la Geografía! Mi corazón se disolvía de anhelos. Luego, al final de la clase, me acercaba a ella y le preguntaba cuál era el lugar en que el sol brilla más o en donde encontrar el cielo de un azul más puro. Y ella me hablaba y su cuerpo parecía sagrado. Cuerpo que roza las paredes del Vaticano y las olas del Mediterráneo. Ahora su cuerpo roza mil partículas terrestres. ¡Querida señora de Arruta! Mujer barco alado.
Ojos de horizontes lejanos.
Disciplina. Orden. Aprendizaje.
Estudio gramática.
¡Pensar que mientras yo fumo tranquilamente mi inconsciente se debate entre una vida árida o productiva! Y todo este escándalo electoral tengo que soportarlo dentro de mi pequeño cuerpo. ¡Pesada cruz!
No sé escribir. Quiero escribir una novela, pero siento que me falta el instrumento necesario: conocimiento del idioma. Creo que editarla sería lo de menos. Me considero predestinada a encontrar siempre un editor. ¡No en vano una vive en pose! Ironías aparte, ¡mi problema esencial es escribir, escribir y escribir!
¡Terribles rincones vacíos del cuarto! Cada uno se llena con la deseada presencia del ser amado. Rincones desnudos. Los dedos se retuercen en el aire tratando amorosamente de hallar Esos brazos, Esos ojos, Esa boca…Y ninguna magia activa su renombre. Todo es en vano. Nuevos deseos. Nuevas frustraciones. El nombre expirado por los labios no resucita en ningún rincón. ¡No! ¡Dios mío! ¡No!
D. nombre de amor.
Diosa de la caza, hija de Júpiter y hermana de Apolo.
Adoro el invierno. Es el depositario de mis culpas. Es la bolsa achacosa de los remordimientos. ¡Creer que esta soledad, este desamparo, esa desesperación, esa angustia se deben al frío!
Tocar a la muerte tan de cerca que una no desee entonces más que vivir.
Busco la clave inaudita situada ¡allí! Sí. Junto a la ceniza, entre los paredones inextinguibles, frente a los cielos, bajo los huertos. ¡Sí! Busco. ¡Busco allí!
Del diario de Baudelaire
Yo no pretendo que la Alegría no pueda asociarse con la Belleza, pero digo que la Alegría es uno de sus adornos más vulgares, mientras que la Melancolía es, por decirlo así, su ilustre compañera, llegando hasta el extremo de no concebir (¿será mi cerebro un espejo embrujado?) un tipo de belleza donde no haya Dolor.
Cuando logre inspirar el asco y el horror universales habré conquistado la soledad.
Nada existe sin un fin. Por lo tanto, mi existencia tiene un fin. ¿Qué fin? Lo ignoro.
Sentimiento de soledad, desde mi infancia. A pesar de la familia, y en medio de mis camaradas, sobre todo, sentimiento de un destino eternamente solitario. CH. B.
Observar esos árboles con ramas que parecen agujas de cera inclinadas promiscuamente por el viento. Uno de ellos sombreaba un alto y angosto edificio. Arriba, la terraza se dejaba acariciar por un cielo azul sucio.
7 y 1/2 h. La Boca.
ese furioso deseo de hacer retroceder el tiempo un minuto siquiera, para deshacer o completar algo cuando es ya demasiado tarde.
FAULKNER
Hojeando las novelas policiales se me ocurre preguntar cómo es posible escribir tanto sin decir «dolor», «vida» o «angustia». Aborrezco esa estúpida deshumanización. Ese actuar sin raíz. Ese horroroso desprendimiento de lo más vital e importante. Debe ser por eso por lo que he dejado de ir al cine. Cierta escena de A Streetcar Named Desire. Aquella en que una mujer (madame Lamort) gime: ¡¡Flores para los muertos!! ¡Nada más sublime! Fue como darme un diploma de Neurótica honoris causa. (Muchos espectadores se rieron.)
Ciertos seres son mis camaradas de llanto: Hamlet, Blanche Dubois, Vallejo, Palinuro, Baudelaire. Si no sabría [sic] de sus existencias, moriría tecleando en la Underwood de algún cajón comercial. Con ellos, el humo de mi cigarrillo consume las mejores horas.
Ya lo decía Emerson: El mundo no es nada; el hombre es todo. Pero Emerson no me llega. Es frígido. Cobarde.
Hay cicatrices que se rebelan para volver a su condición primera: heridas. Y su frenesí no se conforma tampoco con retroceder un ciclo: quieren el acto nuevamente.
Ejercicio n.º 1
29 de junio
Sangre de un ser humano de 19 años y 2 meses de edad.2
1 de julio
Comienzo a leer À la recherche du temps perdu. Llego a p. 14. ¡Qué análisis tan sutil! («y me pongo a pensar y a sentir, lo cual es siempre triste»).
Por avenida de Mayo un ciego vende lápices y agita una campanilla. En las escaleras del «subte» una ciega entona un cántico muy antiguo. Pasa un hombre de espeso pelo rojo y mullidos bigotes también rojos. Sus anteojos verdes repelen la estética. Se manifiesta inquieto. Me pregunto cómo puede soportar esa carga de tonos tan horrendos. Después, hay tres o cuatro seres vestidos de negro. Gesticulan temerosos poniendo en evidencia su llegada a la capital. Tienen todos la tez rojiza como manos de sirvienta. Seres de agua de pozo y hogar oprimido. Con bocas endurecidas a fuerza de pan duro y vino. Se respira junto a ellos un aire deprimente. Como esos domingos de los suburbios con las calles cerradas y las voces radiales exhalando grotescamente la situación de las canchas de football. Creo que Julien Green fue el que dijo al llegar y ver América que jamás sintió una tristeza de ese género.
Lo comprendo. No es que niegue mi depresión interna. ¡No!
… pero me parece que se depende de los lugares por el espíritu, el humor, el gusto y el sentimiento.
LA BRUYÈRE
A pesar de La Bruyère, hay lugares que excitan terriblemente la angustia. Lugares y seres. Hoy, por ejemplo, subí al tranvía con L, riendo ambos feliz e infantilmente. El guarda que nos entrega los boletos, nos miró disgustado con esa expresión de animalidad ignorante y seguridad en su moralidad. Hombre trabajador y activo seguramente. Horario exacto, sueldo que asciende paulatinamente, aspiraciones a inspector y a ¡quién lo dice! Inspector jefe. Bigotes necesarios para tapar la boca y manos sucias. ¡Brrr! Hay millones como él. Pero él sólo bastó para amasar nuestra alegría en una grotesca farsa. Y lo peor (o lo mejor) es que no hay culpables. ¿O tal vez lo seas tú, pobre cuadernillo mío? Pero… ¡hay que ver qué obvio se hace todo cuando dos seres que gozan son mirados con reproche por mil ojos de robots! ¡Y esos ojos de agua que sólo ríen con vino! ¡Y nuestro llanto en el cuarto helado, a la sombra de la muerte, bajo el viento de la existencia!
Otro golpe más: Resquebrajo mi alegría y la tiro azqueada [sic]. Retuerzo mi sonrisa y desaparece. Angustia. Llanto. Todo para buscar mi esencia. De pronto alguien me dice: ¿Y cómo sabes que tienes esencia? ¡¡¿Cómo?!!
Hoy es un día de ausencia. No hay cielo. Con todo (mejor dicho: con nada) hay en mi cuarto una luminosidad amarilla que hace recordar los días soleados. Debe ser por la alegría de los colores. ¡Salud silloncito de cuero rojo, absurdo e incómodo! Se habla de la inmovilidad del objeto, de la famosa dualidad, del «vivir» del objeto mediante mi percepción, de mil enunciaciones más todas tan maravillosas por el esfuerzo vital que demuestran. Sí. Pero yo…(¡pobrecito mío!) sólo lo amo por su físico y alegría.
Escribir y escribir. Siento un placer casi morboso al escribir estas sensaciones. Por nada del mundo quisiera estar en otra parte ni en otro ser.
Paseando un rato por las hojas de un tratado de estilística y análisis literario. Hay títulos como «influencias individuales y sociales», «influencias del medio geográfico», «presencia del paisaje». Luego se habla fríamente sobre la fijación de Baudelaire por su madre, la agresión por su padrastro, su dandismo, despilfarro, inmoralidad. Cierro angustiada las hojas. ¡Fríamente! Cierro los ojos e imagino un despertar cualquiera de Baudelaire. Su pluma torturante cuando se impulsa a la acción de su maravilloso «diario». Sus conmovedores esfuerzos por dejar «los vicios». ¡¡Dios mío!! ¡¡Fríamente!! Mis helados huesos oprimen la pluma. Siento la angustia más pura que nunca. Es algo que no tiene causa. Algo que se remonta a… no sé. Es algo tan increíblemente oculto que me extraño de percibirla. Siento la estrechez, la limitación, ¡la limitación!, del hombre. ¡Dios mío! Clamo a ti legítimamente. Lloro por creer. Aferrarse a la pluma. ¡¡Rápido!!
Y el hombre ¡pobre!… ¡pobre!
¡vuelve los ojos locos y todo lo pasado
se empoza con un clareo de culpa en la mirada!
Sí. Un hombre solo. Un ser solo. Siento remotamente. Siento en mi pecho todos los esfuerzos humanos: desde el hambre del Buda hasta el de César Vallejo. Desde la curiosidad de Eva hasta el cántico de la ciega. Desde el ruego de Raquel hasta mi orgasmo oculto. Desde la barba de Aristóteles a los hombres que esperan turno en el Tortoni. Desde las poesías de Safo al emblanquecimiento vertiginoso de los cabellos de María Antonieta. Y las teorías del ser, y el fuego, las piedras, las profundas pieles de los cavernarios y la venta de un cuerpo por un tapado de visón. Y al llanto de Unamuno y el Okey baby mareando pum-pum. Y las aves bíblicas antes de la separación de los mundos. Y mi ave imaginaria muerta o viva según mis relaciones. Y Gandhi mostrando las piernas y conmoviendo. Y una boda del cine de Hollywood haciendo llorar a tres viejas. Y los pastos cultivados que dejan las uñas sucias a los cultivadores. Y un poeta tronando su angustia. Y un ser preocupado por el color de su pelo, por el milímetro de su traje, por las plumas del sombrero. Y la Biblia esparcida en los cafés (¡a 12 $!, ¡a 12 $! ¿En dónde va encontrar [sic] Ud. una Biblia más barata?) ¡Brrr! Somos polvo. Hemos sido polvo. Seremos polvo. Y el Dios mío yo creo en ti. Y una sandalia que Jesús se olvidó en el puerto. Y el Angst. Y la muerte como última, ¡no! Como fin de las posibilidades. Y el angustiarse por temor a que la muerte nos quite las angustias y la bomba X Y Z.
Y los energúmenos que tiran la primera piedra. Y un hombre que tropieza con otro y lo mira y no lo mira. Y una mujer que no soporta la obsesión del espejo. Y una pestaña que se cae. Y el temor al gato negro. Y un título de un cartón sobre hojas abrochadas: Origen del hombre. Y el período ternario, cuaternario. Y mi cuarto en la soledaaaaad. Y el diablo con la cola roja. Y el hallazgo. Y el olvido del nacimiento. Y la vid desarrollada. Y los frigoríficos. Y vuelta la nada entre tantas cosas. Y el dolor de nacer derecho y el dolor de morir derecho. Y la cura de la uña esmaltada. Y el aprender que los 3 lados de [tachones ilegibles] son iguales entre sí y el encerado negro y el tiempo. Y el tren que hace ruidos de zetas oxidadas. Y viene un hombre y libera un trozo de espacio. Y vienen las aves y orinan su efigie. Y el dedo meñique erguido en la corte francesa. Y la moda. Y Dios vio que era bueno. Entonces se sonrió y… ¡brrr! Y el ruido de un avión por las tierras de Dios; y el ateísmo, el agnosticismo, el maquiavelismo, el legismo, el marlonbrandismo, el dadaísmo, el imperialismo, el… y la nada a pesar de todo, y el frío que husmea cada partícula. Y las radiografías tan crueles. Y el infinito miedo de no ser, de sí ser feliz. ¡Y el hambre, la nada, el miedo, la angustia! ¡Y todo! ¡Y el hombre! ¡Y la angustia! ¡Y el mundo! ¡¡¡¡Y el hombre!!!!
Planes. Fines. Modelos. Disciplina. Aprendizaje.
¿Qué será del cuerpo de mi querida amiga Emilia muerta hace tres años? Su abuela lloraba y clavaba las viejas uñas en la dulce madera del ataúd (me pregunto en qué estaría pensando el obrero que le dio lustre):
—¿Por qué no me habrá llevado Dios a mí en tu lugar? ¿A mí que soy tan vieja? ¡Emilia! ¡Y hoy cumplías 15 años! ¡Emilia! ¡Mira tu blanco delantal escolar bordado con tus iniciales! ¡Y la bicicleta que se herrumbra sola en ese rincón! ¡Y tu perrita Loli que busca tus manos! ¡Emilia! ¿Por qué no me habrá llamado Dios a mí en tu lugar?…
¿Por qué?, me pregunté mirando con disgusto ese rostro mojado tan feo y viejo. ¿Qué será de ti, querida Emilia? Recuerdo tus ojos verdes. (Pero también tu negro rostro muerto.)
Cierro mis ojos a todas las negaciones. ¡Yo he venido al mundo para realizarme! Planes. Disciplina. Aprendizaje. No olvidarse de ir a buscar los zapatos. Comprarse un libro. ¡Yo he venido al mundo para realizarme!
(¡Flores para los muertos!)
Yo he venido al… ¡¡LLORO!!
Tinieblas. Incertidumbre. Agonía. Angustia de vivir. Humo. Humo. Sobreponerse. Suponer que la vida es un obsequio, un paseo, un viaje. Cualquier cosa. ¡No puede ser tan malo! Sólo sé que a la vez que me duele la vida no soporto la idea de morir. Seguridad. No quiero plazos. No soporto no sentirme. No soporto no ser más.
Año 2500
Hábleme de la antigüedad. Vamos a ver. ¿Qué hechos importantes ocurrieron en el siglo XX?
«¡¡Yo que tan solo he nacido!!»
«¡¡Yo que tan solo he nacido!!»
2 de julio
Lírica a una jarra de cerveza.
De nuevo diremos reminiscentes que la autenticidad es lo único que permite gozar la vida.
Luego de una reunión de intelectuales angustiados intelectualmente por X cuestiones tan semejantes a las que pululan por los cerebros de los hombres de negocios: exposiciones – libros nuevos – reuniones – ironías – interpretación psicoanalítica – sonreír al saludar – libros en la mano – etc., tremendo placer entre hombres-seres. Entre «verdaderos» artistas.
Magnífico momento ése el de Proust torturado de no poder ser besado por su madre. Conmovedoras las artimañas. Me gusta su abuelo, pero no su abuela a pesar de sus paseos por el jardín y su aire de espartana. No me gusta la salud espiritual inconsciente. No me gusta la sencillez del campesino que no entiende nada y no tiene más que bondad y alegría. No. Quiero un espíritu palpado mil veces por su mano y torturado y feliz y contradictorio.
¡Si una podría [sic] ser su propio espejo una vez siquiera! Yo reflejándome en mí a la inversa (mí reflejado en yo). Es decir que en vez de mirarme en mi espejo quiero que mi espejo se mire en mí.
3 de julio
Poder despegarse de las pasiones para dedicarse al Arte.
¡Al diablo! Después de todo: ¡qué dulce es la vida del hogar y la familia! En estos momentos todo se ha empavesado para resaltar el bienestar de lo cerrado: el frío, la ausencia del cielo, la estufa, el té caliente, el fervor de los relatos de mi tía, el dulce rostro de mi madre, las confituras. Todo huele a humanidad. No se siente el tiempo. El mar y los barcos se han ido. No son «para nosotros». Los caminos y el vagabundeo son utopías desagradables. No hay deseos de avanzar. No hay inquietud ni angustia. Todo se acepta. El espíritu se acurruca junto al fuego y se duerme como un gatito friolento. Y uno dice que Sartre es un buen novelista, que Rimbaud tenía rostro de ángel, que Picasso pintó en 1907 esa bailarina tan extraña y que… dan deseos de tomar otra taza de té tan perfumado y natural. Y luego la música y luego un buen libro. Y el lecho como culminación de dicha. Lecho abrigado de antemano por las activas y pequeñas manos de mamá. Y papá con su gorra de franela gris y las invernales pantuflas y el sillón tan hundible y el periódico. Mon dieu! ¿Qué significará la nada?
Senderos. Caminos. Huidas.
Camino. Pasa la vida. Con una voz grave y mil poemas revoloteando sobre los hombros. Con un rostro no vivido y arrugas invisibles. Con la maleta entreabierta llena de desapariciones. Con la raíz putrefacta de incertidumbre. Buscando un carro para descargarse de tanta desilusión. Con voz grave decir: Pasa la vida.
La sorpresa me incita a creer que hay aún en mi alma infinitas posibilidades de hallazgos. Esta sorpresa que otorga la lenta ocupación de mi interior. El pobrecito no se resiste. Soy yo que por pereza y angustia no profundiza. Soy yo y los malditos letreros que la vida instala en cada trecho: ¿PARA QUÉ?
4 de julio
Extraño. Estaba sentada en el colectivo. Ensimismada en no recuerdo qué ensueño. De pronto algo hizo sombra. Fue como en el cine, cuando un espectador rezagado se acerca y su imagen nos obstruye momentáneamente la visión. Sí. Era Raúl que me saludaba desde la acera. Maquinalmente mi mano le hizo un gesto y mis labios recordaron una sonrisa. Debo decir que reconocí que era Raúl al mismo tiempo que lo saludaba… Repito lo de extraño: ¿cómo es posible haberlo visto si yo no miraba? ¡Si mi mente estaba tan lejos…!
Me asusta. Es como perder las posibilidades de apresar mi yo. ¡Al diablo! Es decir que mientras yo soñaba con XX, ¡una parte de mí husmeaba indiscreta lo que ocurría en la calle!
Es decir, Mr. Dunn, que no están B espectador de A y C de B y D de E, etc., hasta el infinito. ¡No! Hoy sentí tres espectadores. A. que navegaba sonrosada en su ensueño. B que cuidaba de A. y E., ¡maldito sea!, para no aburrirse saludaba a Raúl.
Cínicamente confío en llegar a mi esencia.
El temor a la soledad es mayor que el temor a la servidumbre, y de ahí que nos casemos.
C. CONNOLLY, The Unquiet Grave
Después de leer esto deseo saber el estado civil de Connolly; luego se me ocurre sonreír condescendientemente; luego… ¡al diablo! ¡Tiene razón! Pero… (los hombres necesitan ser muchos para existir). Pero… junto al libro de Connolly no me siento sola. Luego me puedo decir que no temo la soledad. ¿La temo?
(Por favor; no contestar aún. No has entrado siquiera en convalecencia.)
5 de julio
Pensando sobre la obra literaria.
Lo mejor que se me ocurre es una especie de diario dirigido a (supongamos, Andrea). Es decir, no serían cartas ni un diario común. Podría estar dividido en dos o tres partes. Una dedicada al amor, la otra a la angustia, la tercera a mon dieu!, acá ya sería cuestión de resolverse, de elegir: o captar al mundo o rechazarlo.
¡No! No podré realizarlo debido a mi heart with two faces (hoy lo acepto, mañana lo rechazo). Sería cuestión de escribirlo todo en una noche. ¡Imposible!
(Seguiremos haciendo poemas.)
¡Cuánto nos admira la seriedad burguesa! Repele calma, seguridad, ¡FE! Sí. Fe más que todo. Una fe a prueba de mil camioncitos de esos que tienen el letrero dorado: SEPELIOS.
Repito que yo no pedí nacer.
Heme acá cansada, triste, deshecha, angustiada, sorbiendo café y fumando en la mesita de un café que ni sé cómo se llama. El «mozo» es tan amable conmigo que me provoca deseos de llorar. Todo, en fin, es tan doloroso, suave y ausente como la espera, como este día tan frío, tan finamente cruel, tan cargado de flores muertas. ¡No! ¿Por qué hablaba de flores? Humo de «bus», cielo sin cielo, risas trágicas. Humo, negocios, sucio dinero. Clima de Angst. Humo. Imagino el campo con dificultades mediante un campo de Van Gogh.
¡Todo está tan lejos! La ciudad. El viaje. La conversación insípida. El estudio. El lecho. ¡Dios mío! Me suicidaría para no sentir más. Pero no. ¡Imposible muerte más profunda que ésta! Me siento como Roquentin, como Connolly, como…, ¿por qué no decir como Alejandra? ¡No! Alejandra es muy peligrosa. Es capaz de ser feliz dentro de un segundo solo con que venga el mozo y le encienda sonriente el cigarrillo. ¡Alejandra! ¡Alejandra! ¡Piedad por tu espíritu! ¡Alejandra! ¿Qué será de ti, sola en esta muerte espasmódica? ¿En esta lugubridad humeante? ¡En este fuego sin alumbrar! ¡Alejandra! Piensa en tu alma.
He aprendido a distinguir esos estados que se suceden en mi ánimo, durante ciertos períodos, y que se reparten cada uno en mis días, llegando uno de ellos a echar al otro con la puntualidad de la fiebre; estados contiguos, pero tan ajenos entre sí, tan faltos de todo medio de intercomunicación, que cuando me domina uno de ellos no puedo comprender, ni siquiera representarme, lo que deseé, temí o hice cuando me poseía el otro.
PROUST, En busca del t[iempo] p[erdido]
Heredé de mis antepasados las ansias de huir. Dicen que mi sangre es europea. Yo siento que cada glóbulo procede de un punto distinto. De cada nación, de cada provincia, de cada isla, golfo, accidente, archipiélago, oasis. De cada trozo de tierra o de mar han usurpado algo y así me formaron, condenándome a la eterna búsqueda de un lugar de origen. Con las manos tendidas y el pájaro herido balbuceante y sangriento. Con los labios expresamente dibujados para exhalar quejas. Con la frente estrujada por todas las dudas. Con el rostro anhelante y el pelo rodante. Con mi acoplado sin freno. Con la malicia instintiva de la prohibición. Con el hálito negro a fuer de tanto llanto. Heredé el paso vacilante con el objeto de no estatizarme nunca con firmeza en lugar alguno. ¡En todo y en nada! ¡En nada y en todo!
El mantel de la mesita. Blanco y verde como una baraja. Con equilibrados dibujitos muertos. Con un vaso de agua. Con un libro cerrado. Una taza de café vacía sobre el platillo lleno de ceniza negra. Con un cuadernillo y mil garabatos. Y el vivir incierto de una mujer incierta.
La miopía exalta la individualidad. Verme a mí perfectamente y a los otros como pobres seres borrosos.
Un hombre protesta furioso por cierta novela radial que ha hecho llorar a su mujer, y casi arranca el llanto de él mismo. A pesar de su enojo, el relato es irónico y condescendiente. Es un hombre maduro y calvo. Con voz segura y dedos fuertes. (Y qué ocurriría de haber llorado? ¡Sí!
Hubiera perdido un trozo de hombría, perdón, de animalidad.)
y quería liberarse; pero tenía que elegir
Mi cuarto es como la isla de Gauguin. Con la diferencia extremada de que en mi isla hay demasiados barcos visitantes que insisten e insisten en festejarme a bordo; y yo no me resisto, pues me atraen los marinos y porque las más de las veces resulta muy difícil entenderse con los naturales de esta solitaria región. Pero cuando vuelvo de cualquiera de estas salidas ¡cómo lloro junto a mis fieles y amados salvajes! Entonces decido quedarme eternamente con ellos. Pero viene un barco y atraviesa mi garganta con el ancla. ¡Qué hermosos marinos! Desprendo el ave que se eleva en mi alma para no dejarme ir y salgo corriendo llorosa y apasionada. Antes de cruzar el puentecillo mi ave desde el suelo me grita «que un día llegará en que no será posible mantener esta doble faz; un día tendré que elegir; un día elegir Uno y no pensaré en lo otro, en lo que no puede ser, pues la elección sólo permite que haya un auténtico Uno». Luego suaviza el canto y agrega que después de la elección y siempre que sea como ella espera me obsequiará la soledad profunda en la que se instalará no para hacerme compañía, sino para disolverse en mi alma en la que inyectará su canto magnético que exhalaré por mis manos. Si no acepto la elección, ¡ah!, si no acepto la elección estrangulará a los marinos de cada barco, pero que no me preocupe pues siempre vendrán nuevos; y ella, ¡sí!, ella se arrojará a un oscuro lago de esos que llaman de tinta y que sirven para escribir y así morirá y no verá mi drama, pues ella me ama. Dice también que una vez que esté muerta el lago quedará petrificado y yo podré patinar sobre él en brazos de mis hermosos marinos. Pero ella morirá; y a veces hará brillar sus ojos desde el fondo del lago para que yo sufra, pues ella me ama y sabe que la angustia me es beneficiosa; y así dejaré al marino y lloraré frenética contra la oscura dureza tratando de tocar sus alas. Pero nada ocurrirá, pues ella está muerta y la que se movía era su fantasma. En fin, mi adorada ave me ama y ruega por mí, por la isla y por el lago.
¿Qué tal, amado César? «¡Hay golpes tan fuertes en la vida!», ¿verdad?
César: mi alma, nuestra alma, está bordada de cardenales multicolores. Forman el arco iris de la angustia. Recorren los espinos alumbrando telarañas y viscosidades. César: nuestra alma es un dechado de dolores. Es un látigo de un verdugo masoquista. Es un ave acribillada. Una flor que esperaba dulces abejas sonoras y recibe a un perro rabioso. Una nubecita que llora aislada. Una estrella que rompió un avión que se manejaba solo de modo que no hay a quién culpar en particular sino al cielo todo. César, ¿qué hacemos, César?
Todos saben que vivo
que mastico… Y no saben
por qué en mi verso chirría
oscuro sinsabor de féretro.
V.
(Hoy me dijo una compañera del curso de francés que en París «hay mucha degeneración», pues le contaron que las parejas que se aman se besan en la calle «¡en público!».)
Pienso que seres así hacen la vida aún más dura. Y ello sin decir lo que ellos mismos hacen cuando no están «en público». Y estos seres son «la sociedad». Los representantes del orden, de la corrección, de la moral. ¡De la moral! Moral que ellos establecen a su criterio y sin derecho. Y nosotros somos los expulsados, los rechazados, ¡los sifilíticos espirituales! Como si de nuestro rostro resbalaran materias putrefactas. Como si no nos mereciéramos ese cielo candoroso que nos cubre, detrás del cual está Dios, manantial de toda estrechez y mezquindad imaginarias.
¡Dios!, que en caso de ser se limita a su empleo de cubretapas del Código Civil y Penal. No me importa verificar algo tan vulgar como la existencia de Dios, pues me basta con sentir mi ser. No me importa el Código Civil sino en la medida en que ensució mi alma cuando realizó ese viaje por ella durante mis primeros años. ¡Quiero borrar sus inmundas manchas! ¡Dejar a mi ave lustrosa! (Como un aviso de propaganda de la belleza infinita.)
Recordar los libros del departamento de la prima de L: Moulin Rouge, Cervantes, El diablo de Papini, uno de J. Poncela, poemas de Neruda y otros best-sellers de EE.UU. Eran unos 30 volúmenes o menos quizá. Luego la suntuosidad de los muebles, la maravillosa mesita que exhalaba música al oprimir un botón. También que viajó por Europa. Discos de jazz y melodías francesas. «Luna Rosa» por G. Rondinello (detalle de escaso gusto). Tiene unos 30 años, mucho dinero y 30 libros. Ni un amor, sino botellas de scotch whisky. Ni una amiga sino sombras con sombrero que la esperan a las 17 h. En Madelén o en Scherezade junto al té. Le pregunté a L. si su prima es feliz. ¡Contestó que vive muy bien! ¡Quisiera saber en qué piensa! ¿Qué espera? ¿Qué vive? ¿Qué muere?
¡Oh mis amados libros! ¡Oh mi amada islita semidespreciada! ¡Oh mis maravillosos bolsillos desnudos! ¡Oh mis anhelados viajes! (Interesante personaje el de la prima de L. No perderlo de vista.)
Una de las preguntas que no puedo contestar: «Pero… ¿de dónde has salido tú que eres así?».
(En ese momento me siento un producto de la cruza entre el Minotauro y una Amargada Marciana.)
Una amiga mía permanece una hora frente a la imagen de Kafka. (La veo absorta, angustiada por llegar a lo más profundo. Creo percibir la emoción, la sensación terrible, patética y maravillosa que debe sentir frente a esos ojos acorralados, a esa frente cortada por la forma del cabello (peinado de presidiario, es decir, de empleado bancario). Por la mirada de uñas clavadas en las palmas para no gritar más que por la pluma. Por las mandíbulas embalsamadas por tanta opresión. En fin, por todo Kafka.) Mi amiga se da vuelta y con voz que me suena a mi pájaro herido me dice entusiasta con expresión de esas girls que contratan para aplaudir a Frank Sinatra: ¡Qué buen mozo es este Kafka! ¿Qué hacía?
Te contestaré, querida amiga, con unas palabras que me dijo César el otro día:
El dolor nos agarra, hermanos hombres,
por detrás, de perfil,
y nos aloca en los cinemas,
nos clava en los gramófonos,
nos desclava en los lechos, cae perpendicularmente
a nuestros boletos, a nuestras cartas;
y es muy grave sufrir, puede uno orar…
Pues de resultas del dolor, hay algunos
que nacen, otros crecen, otros mueren,
y otros que nacen y no mueren, y otros
que sin haber nacido, mueren y otros…
Bueno, Kafka murió, creció, nació y no murió. (Son los menos.)
Recuerdo haber escrito en cierto diario (diarillo como diría Quevedo) una frase de Browning: «El pecado que imputo a toda alma frustrada es no encender jamás su lámpara ni ceñir su cinto».
Hoy la he visto de nuevo. Ante todo me choca esa imputación de «pecado» tan agresiva contra un alma frustrada. Luego si está frustrada no puede encender lámpara alguna y menos ceñirse cintos. Si tiene conciencia de su frustración se desfrustrará de algún modo (psicoanálisis, compensación mediante equivalentes de su falla: alcohol, drogas, excesos amorosos, etc.). Luego si se desprende de la frustración puede encender o ceñirse TODO. Pero si ya no hay frustración, ¿a qué viene la frase de Browning? (Merde!) (Vulgares reflexiones matutinas para ejercitar la voluntad a la acción olvidándose de la causa, la raíz.)
Buenos Aires es como un costurero de una modista que trabaja en su profesión de hace unos treinta años. Cada vez que desea hallar el hilo dorado, se lastima irremediablemente con infinidad de alfileres de cuya existencia no se percató.
Cuando se manifiesta la vocación artística en un hombre, inmediatamente lo tendrían que llevar a una sala de operaciones y extirparle todos los órganos molestos de modo que no tenga que sufrir hambre ni sed ni deseos eróticos. Sería una forma de manifestar su diferencia de los demás hombres. Y así se evitaría el horrendo espectáculo de esos artistas que solo reciben a su Musa una hora determinada y luego pasean su animalidad más vulgar que cualquiera.
Extraño fenómeno: estar fatigada para leer y no para escribir.
Me gustaría que mi pobreza material fuera tal que a falta de medios para adquirir libros, los tendría [sic] que crear.
Temor de estudiar gramática. Temor de apoderarse del concepto y destruir el fondo, que es lo que más quiero pues soy yo misma.
¡Vivir como Jarry! Aquí me hablaría Mme. de Beauvoir de mi situación de mujer. ¡Desear vivir como Jarry cuando no se puede estar una hora en un café sin que surjan dos gusanos por minuto para perturbar la existencia que esta pobre hembra desea desarrollar!
Safo de Lesbos
Sinfronismo. ¿Acaso yo, en 1955, no podría decir exactamente lo mismo? ¡Y ese llover del sol! Safo es uno de los pocos seres de la Antigüedad que no me resultan abstractos, legendarios, posibles de no haber existido. La «veo». La «siento». Es una gran mujer que murió hace mucho.
Una gran mujer que el mar tragó distraído mientras bostezaba.
¡Safo! ¡Qué nombre maravilloso! ¡Safo! Algún día la censura quemará las manos que destruyeron tus pap… (aquí caigo: supongo que habrá inscrito sobre tablillas de cera con un stylus) poemas.
Conseguir un tintero antiguo. Con pluma de ave. Me gustó lo del stylus. Aunque suena blando.
Au bonheur des âmes!
Compré una isla cerca de Samoa. 80 millones de cuadra de la estación. (¡Y el humo! ¡La gente! ¡Las casas!)
¿Jamás hubo una legítima ermitaña?
¿Ni aun alguna que al igual que Thoreau se instalara dos años en el bosque?
Vénganme después con «hombres necios que…».
¿No es maravilloso y a la vez trágico que un solo ser (yo, por ejemplo) que ocupa tan poco lugar sienta el universo todo y la angustia total y la nada mundial? Y que hable, camine, gesticule, ría, coma… ¡¡muera!!
6 de julio
Hay estados que nunca hubiésemos soñado siquiera. El de ahora, por ejemplo. Es un estado de espera vacía. De angustia desprendida. De sutil melancolía árida. Un estado que no sirve para producir o gozar Belleza. Ni para bendecir sentido alguno ni para nada. Es algo ineficaz y resignado que no piensa en la muerte pero tampoco en la vida. Que le da lo mismo las apariciones alternadas del sol que los huesos helados. Me imagino que éste es el estado en que los hombres hacen las grandes capitulaciones. Hoy podría romper la imagen de Van Gogh y escuchar una novelita radial. Hoy prestaría el libro de César recomendándolo. Hoy podría hojear una revista sin mirar los colores. Hoy podría casarme. Hoy podría quemar este cuadernillo y decir que el fuego es lindo. Hoy sonreiría a cualquier niño excesivamente abrigado, pues sé que hay que sonreírles y decir ¡qué gracioso! Hoy no miraría el rostro pordiosero, pues no es más que un despojo humano y le daría algo, no mucho, y cerraría la puerta diciendo que soy buena. Hoy miraría mi cuarto y calcularía cuántas personas entran en él y proyectar un cocktail para uno de estos días. Hoy. Hoy. Estados que vuelan. Mi ave duerme la siesta. La pobrecita está fatigada. Me aburro sin ella. Estado de nada.
Hay coincidencias maravillosas: acabo de leer «alumbrar» y simultáneamente el sol iluminó mi mesa. La vie!
Mis relaciones con los demás seres se me ocurre ver en una cínica escena: una mesa llena de hombrecitos de plomo, dotada de un mecanicismo [sic] que les permite avanzar o retroceder. Yo estoy parada frente a la mesa sintiendo todos los movimientos. Sé que algunos me atraen más que otros. Lo extraño es ver que cuando se adelanta uno retrocede simultáneamente el que lo precedía. Y es algo en que yo apenas intervengo. No se me pregunta.
7 de julio
Reunión con el Dr. P.
¡Los eternos conceptos! Un hombre SOLO, frustrado, con medio siglo de antigüedad de su arrojo al mundo.
Hundía sus potentes ojos en mi angustia y la arrullaba: Escucha, Alejandra: lo único que conozco es el amor. ¡Amar a una mujer, a mi abuelo, a un niño, a ese hombre que acaba de pasar! ¡¡Me siento pletórico de amor!!
(Yo lo miraba gesticular, comer, beber, reír y hablar al mismo tiempo. Solo se me ocurría decir: ¡pobre hombre! ¡Tú eres mucho más feliz que él! ¿Por qué? Mientras él desea abrazar al portero del hotel, yo lloro bajo el cielorraso opresor.)
Luego habla de la fe en la vida. ¡No se puede vivir sin fe! Hay que llegar al instrumento de la fe que ha de ser una idea (esencia de la fe). Esa idea tal como las tablas, atraídas por las manos de los náufragos, volarán a nuestra interioridad al menor síntoma de ahogo. Comprendes, Alejandra; ¡hay que tener fe!
Desde mi augusta nada lo miré sonriendo: a él y al manojo de billetes azules que esgrimía familiarmente buscando el mozo. Pensé que eran tantos que le alcanzaban para comprar toda la fe y amor del mundo. Como cuando aquella visita, diré de nuevo: ¡ah mis amados libros!, ¡mi amado César!, ¡mi majestuosa y orgullosa angustia! Hay seres que tienen el Angst y otros que no lo tienen; pero hay también algunos con vocación al Angst que lo truecan apenas aparece, por unas pildoritas (a modo de purgantes) para adquirir felicidad. Recurren al aborto del Angst. Al sangriento y doloroso aborto del Angst.
También quería manifestarle mi estado anímico, pero no podía. Sólo se me ocurría mostrarle este cuadernillo.
Recuerdo que el Dr. R. me dijo que la poca facilidad de expresión oral que sufren la mayoría de los escritores está compensada por la facilidad de expresión por escrito.
biblioteca de la facultad de filos[ofía] y l[etras]
PROHIBIDO FUMAR
14.30 h; finalizé [sic] el primer tomo de Proust. Lástima que la atención comenzó a fallar a lo último. En estos momentos la lectura me recuerda una escena: fue en Necochea. Yo manejaba un pequeño carro rojo tirado por un arisco caballo. Al principio no quería caminar. Comencé a interesarlo en el paseo mediante amenazas con el látigo (¡me avergüenzo!). No sólo se interesó sino que se extasió. Tomó una velocidad increíble. Como teníamos que pasar por las vías del tren y no había barreras quise aminorar la carrera. Mon dieu! Tomó entonces un paso repelente. Era algo que se acercaba al trote y al galope a la vez. Mejor dicho, era el paso travieso del trote con la vulgaridad frenética del galope. ¡Terrible! Producía una sensación semejante a aquellos ruidos que hacía la maestra al rozar sus uñas en el encerado. (Yo permanecía inmutable para no parecer nerviosa.)
La impotencia sentida ese día no la olvido. Aún ahora sólo se me ocurre decir ¡maldito caballo! Y cuando leo esforzándome para gozar y estudiar cada línea y siento que algo se me va (como un objeto de goma lleno de agua con un agujerito invisible), me obligo a aminorar la velocidad de la lectura e infiltro en mí cada palabra. Pero es peor. Aumento entonces, y se produce un entrar de palabras que me causa risa dentro de lo patético y me digo por qué no coloco el libro en un plato y me lo como (dévorez les livres!).
22 h. Escena familiar. Mis padres y mis tíos (cuatro cabezas nada más) pegotean sus pupilas ausentes de intensidad en la gruesa pantalla del televisor. Éste grita toscamente y lanza su sonido hasta mi oído. Oigo también sus plañideras voces. Hablan de la ingratitud de los hijos. Elogios a M o a B (ambos terneras, es decir hijas respectivas de las cuatro cabezas). M es una maravilla: 21 años, casada, 1 niño, 1 marido, 0 cuerno, gran mujer que sólo se interesa por el hogar y nada más. B es otra casualidad del destino tan parco en estos prodigios: 29 años, 1 marido (encontrado en una cazería [sic] (picnic) realizada en Quilmes contando con la ayuda de un amigo de ambos, quien decidió unir estas dos almas convertidas al nacer en culos para mejor aprovechamiento de sillón familiar), 2 niños y 1 millón de perros (orgullo de sus padres que ven recompensado en ello sus luchas, torturas y afanes (no sé qué daría por comprender este orgullo).
La televisión es un estupefaciente inofensivo para burgueses introvertidos.
Los botones de la luz, el aparato de televisión enfrente, muebles brillantes y un gramófono abandonado. Sobre la mesa multitud de alimentos para que la mano ni la boca se aburran mientras los ojos gozan estupefactos. (¿Y esto es el Hombre? ¿Y para esto vivir?) De cuando en cuando una voz osa admirar una imagen, pero no obtiene respuesta. Prohibido hablar; ¡eso es para los humanos! Mirar, comer, sentarse. Luego, un beso al partir: ¡La velada estuvo encantadora!
Repentina sensación de ver en cualquiera, aun en el ser amado, nada más que un animal. En ese momento los rasgos se desfiguran. Un animal. La voz se vuelve extraña. Un animal.
El «subte» es el lugar más gráfico, más sugestivo del rebaño humano. Es terrible cuando se asciende el primer escalón, observar la multitud que me precede ascendiendo. ¡Y yo sigo creyéndome «sujeto» a pesar de todo! Percibiendo «eso»: ¡ya nada importa salvo estar ahí! ¡Estar y que venga o se vaya todo! Después de todo: ¡¡¡¿Qué?…!!!
Estudiar. Libros. Muchas hojas y dos tapas. ¡Y por ellos he de estrujar mi vida! Sí. Por ellos. Los amo y los deseo más que cualquier otra cosa. Pero… ¿y vivir? ¡Vivir! ¡Qué sabes tú de vivir! ¡Enciérrate un día en tu cuarto y permanece mirando el techo únicamente y después me responderás! ¡Vivir! Encuentros relativamente fortuitos, conocimiento íntegro de todos los miembros del Sindicato de Mozos de Cafés de Florida y Viamonte, mirada como una ráfaga sobre las obras maestras, angustias de toda índole (desde la carencia de cigarrillos hasta la pura angustia existencial), y… ¡qué sé yo! ¡Hay cien, millares de instantes! Todo resbala. Siento a mi ave de goma como si tratara de volar dentro de una esfera húmeda y viscosa. No está muerta. ¡No! ¡Nada de eso! ¡Ocurre que no puede fijarse, no sabe por dónde empezar!
Silencio de fuego helado. Las 20 h. Percibo ruidos: autos, motor del refrigerador (me gustaría llorar para oír el hervor de mis lágrimas cayendo en la estufa), una radio que alguien ordenó torturarme pues está escupiendo un tango. (Música porteña, ¡qué azco [sic]!) Intervienen también los estertores de mi respiración que me dicen: ¡Alejandra, existes! Yo les agradezco con amabilidad, pues de otra forma no me hubiese percatado de algo tan importante. (¡Es que soy distraída!) Sí. Luego… ¡ah! Unos vecinos hablan. También contemplo cómo asciende el humo de mi cigarrillo. (No me cansaré jamás de admirarlo.) Después puedo decir que la radio calló, los autos también, los vecinos entraron a sus casas pues tienen frío, mi sonora respiración continúa, el humo sube y… ¿y?… ¿y?… ¿y?
¿Y tú, Alejandra?
Bien, merci.
Me siento Paludes
Luego, ¿por qué no pensar un ar-gu-men-to? (¡Esta Alejandra siempre haciendo maravillas con la pluma!)
Sí. Título: Nihil est.
Personajes: un viejo, un conejo que se roye [sic] las uñas todo el tiempo, un niño extraviado que no busca nada, pues mira la sonrisa abierta de la luna y toma Coca-Cola.
Una vieja. Un florero sin base que mantiene el equilibrio merced a un ventilador que el viejo (buen artesano) le colocó enfrente.
Acción: Todos hacen algo. El niño, ya lo dije. El viejo se afeita y durante la obra se la pasa buscando la navaja con el rostro embadurnado de jabón. La vieja (que es sorda) escucha a todo volumen la «marcha de los perritos irlandeses». El conejo, ya lo dije. El florero en la mitad de la obra pierde el equilibrio, pero como esta obra busca tener éxito, al final lo vuelve a encontrar.
Tiempo: Nihil est.
La acción se va a desarrollar en el último piso de una casa de departamentos que por error fue construida a la inversa. Es decir, que es el último piso a partir de lo que comúnmente llamamos vereda.
Posibles cambios: Si la obra se hace larga, se puede hacer que el viejo sufra un ataque de histeria en medio de su búsqueda. Se podría también intercalar una [palabra ilegible], pero eso transformaría el personaje del niño.
Es inútil estrujar el sentir para que desagote angustias tambaleantes. Mejor es dejarlo entrar, es decir, luchar con todas las fuerzas.
¡Claridad en la expresión!
Desorganizando los entreveros retuécanos que restituyen la desolada transmutación de los veredictos intransformables por réquiems autotransformables, redescubrimos:
1.º que el reo es inocenculpable.
2.º que el otro empezó primero.
3.º que el paté de foie de Cucha-Cucha 100.807 (C. Rivadavia) provoca disentería.
4.º prohibición íncuba (de lo que ellos se quejan, pero mejor no conviene).
5.º que: conjunción (nexo).
6.º admitimos a todo novel autor, quien solo tiene que venir a nuestra puerta y decir la contraseña: «todos somos asesinos».
7.º que enviamos a la cámara de beneficencia al reo, quien recibirá a su llegada la sonrisa negruzca del oftalmólogo Dr. Y. Quien le extraerá hábilmente ambos ojos antes que nuestro héroe (el reo) tenga tiempo de decir: «… ¡hay!» [sic]. Luego que quede sin ojos le romperán los tobillos para contradecir la teoría del profesor Equis, quien sostiene que no son rompibles. También se le cortarán las yemas de los dedos para que firme un pacto de amistad. Ordenamos también que se le queme el cabello (sencillamente: alcohol y un fósforo), se le extraigan varias costillas y… En fin: es muy largo de enumerar.
Imagen bíblica
Una melodía con aroma a un perro jorobado tratando de ornamentar el templo de Hopalong Cassidy.
Una niña estirando el chiclets tan extensamente que los cuatro puntos cardinales quedan unidos promiscuamente y se ven forzados a dar vueltas en torno a ella, que ríe gozosa de ese espectáculo que le valió tan poco esfuerzo. (Sigue mascando. Pero pasa un vigilante y la lleva a la comisaría.) La acusan de mascar sin tener certificado legal. La niña llora. Nadie la mira. Los cuatro puntos cardinales lloran, pues ya no tienen ante quién dar la vuelta. La niña dice mentalmente unas palabras raras. Se oyen ruidos terribles. Aparecen millones de cactus gigantescos blandiendo espinas de todos colores. Matan a todos los vigilantes. Los cuatro puntos cardinales se tiran al mar de sangre y se deslizan; pues el chiclets se disuelve. La niña saluda amablemente y se va. Al llegar a la esquina, se detiene junto a un kiosco y se compra caramelos sonriendo misteriosa al cartel de propaganda de la fábrica de chiclets. Nadie la mira. Guarda los caramelos y se va con paso tranquilo y sonoro.
El sol brilla suavemente.
Un perro estornuda.
M. Proust
«Y lo más doloroso de todo es que el artesano que trabajaba inconsciente, voluntario, implacable y paciente, la pena, esa era yo mismo.»
«… Porque tanto la pena como el deseo, lo que quieren no es analizarse, sino satisfacerse.»
¡Sonreír, Alejandra! ¡¡Sonreír!!
Cuaderno del 19 al 31 de julio de 1955
19 de julio
Buscamos siempre el absoluto y no encontramos sino cosas.
NOVALIS
¿Qué es lo que importa en una acción, su fondo o su forma?
Alejandra: tienes cuarenta días de angustia inconfesable. Cuarenta días de soledad ahogada, sin probabilidades de confesarla. Sin un rostro amado a quien quejarse de la desgracia que se prende a tu destino. Alejandra: ese rostro amado es uno solo y se ha ido. Es como si te hubiesen arrancado todo. Es como si te hundiesen en la fría suma de los días para que en ellos te aturdas tratando de olvidar su ausencia. Alejandra: has de luchar terriblemente. Has de luchar tú y este cuadernillo. Han de luchar ambos, pues los ojos del amado rostro dicen que quizás no esté todo perdido. ¡Quizás haya aún algo por salvar! ¿Qué?, preguntas. ¡Tu alma, Alejandra, tu alma!
Planes para cuarenta días:
1) Comenzar la novela.
2) Terminar los libros de Proust.
3) Leer a Heidegger.
4) No beber.
5) Nada de actos violentos.
6) Estudiar gramática y francés.
Tremendos anhelos. Sólo se me ocurre decir ¡te amo!, ¡te deseo!
Ni una imagen poética acierta a pasar por mi mente. Sonrío. ¿Hay más poesía en algún lado que en el rostro del ser amado?
Cierro los ojos y recuerdo el momento de mis labios sobre los suyos. Extraño. Me es difícil recordarlo. En ese instante estaba inconsciente. Ahora pienso que tendría que haber sido distinto. Que fue un beso torpe y excesivamente fugaz. Que al iniciarlo yo, tendría que haberlo dado con las fuerzas que se lo pedí. ¡Bah! ¡Valiente razonamiento! Sí. Ahora que la terrible emoción pasó. (Clavo mis uñas en la palma de mi mano.) Antes, cuando no había sentido aún sus labios, me consolaba pensando en su frialdad. Pero ahora… ¡ahora! Jamás sentí labios más exquisitos, más suaves, más maravillosos que los de… Me desespero pensando y pensando en ese beso de despedida. Es como haber pegado para siempre su rostro en mí. Estoy atada a sus labios.
Escribo para no angustiarme tanto. Sólo me consuela el momento de verlo de nuevo.
17.30 h. Sola en mi habitación. Acostada en la camita-biblioteca, fumando y prometiendo ser cada día mejor para que mi amor se enorgullezca de mí. Supongo que esto debe ser lo «positivo» de esta cruel y exquisita ligazón.
¡Deseo vivir!
20 de julio
El vidrio de la ventana está empapado por millares de gotas de agua que se abrazan camouflageando el paisaje. Simulan una cruel niebla. En este húmedo y espeso tejido descubro tres rayas despejadas por las que miro el cielo (ausente y blanquecino).
No tengo ni idea del argumento de la novela. Sólo se me ocurre decir que «la vida es una miseria». Alguien podría decir que tal vez sólo «mi vida es una miseria», pero da lo mismo…
Ciertamente, hace años que proyecté escribir «algún día» un libro cuyo personaje sea Elena. (Creo que ella misma lo ha sugerido.) Realmente, ofrece ciertos valores literarios interesantísimos. Recuerdo nuestra primera conversación (ambas tendríamos quince años). Su rostro torturado me habló de Freud. Luego alegó que el baile no es más que una excusa para rozarse los cuerpos. (Poco después, cuando su inhibición se atenuó, amaba profundamente el baile.)
En fin, hay mil incidentes y pensamientos notables. El principal podría ser nuestra amistad.
Acerca de la amistad y de mi posición: la sensación de mi soledad es tan enorme que cuando mi relación con un ser se acerca a la amistad, huyo despavorida pues me parece estar quebrantando algún designio supremo. ¿O será que realmente deseo estar sola? ¿Entonces por qué gimo? ¿Creo en el destino? ¿Creo en el amor? ¿Creo en mi espíritu?
Lectura del libro de Proust.
No estoy de acuerdo con Clara Silva en lo referente a las influencias nocivas de un Proust, Gide o Baudelaire. No creo que estrellen la fe innata e inocente de nuestra alma con una violenta y angustiosa voluptuosidad. Si es que leo a Proust, es porque yo elijo a Proust y porque mi estructura se identifica con él y elige su obra y no cualquier otra. Mis angustias no nacen al contacto de las líneas, sino que se limitan a asentir familiarmente y a reconocerlas como cosas ya experimentadas.
Mi habitación llena de objetos queridos. Adoro entrar y suponer que jamás estuve en ella. Entonces miro con asombro todo y hasta me gusta imaginar que no es mía. Así renuevo el placer de la posesión a cada instante. Así me obligo a no amarla rutinariamente. Momentos como éste, en el que escribo rodeada de un benéfico y raro silencio, son todo lo que requiero para gozar, para amar la vida. Momento de paz, en el que la congoja se aplana, en el que la turbación exterior choca contra los cuadritos de las paredes que la obligan a retirarse, que me llena de felicidad serena. Y promisoria tan opuesta a la de los placeres violentos. ¡Quisiera trabajar así días y días!
Diecinueve años. He pasado ya por muchas etapas. Sí. Porque son etapas a pesar de la desconfianza que me inspira este término tan publicitario. Pero, al final, descubro que la última (la actual) no es en modo alguno suma de las anteriores. No. Son todas distintas. Y a medida que pasan van cayendo en un pozo oscuro, del que brotan a veces algunos recuerdos felices o no. Esto es lo que me angustia. El olvido. El tiempo. Que cada esfuerzo actual sea un recuerdo futuro tratado arbitrariamente según la contextura anímica que he de tener y que ahora desconozco.
Tomo consciencia de algunos aspectos de mi ser: no me gustan las diversiones. O quizás no me gusta lo que el común de la gente llama diversión. Soy un ser triste vestido por error de euforia. Soy un ser amargado que goza ante cualquier nimiedad que haga olvidar la amargura. A no ser por mi disfraz (que espero quemar pronto), tengo todo lo estrictamente necesario para desagradar a la mayoría de los hombres y mujeres.
19 h. Clase de periodismo
¡Extraordinaria la diferencia con que tomamos en serio una misma cosa! Llego a la clase. Saludo. Me siento en un banco, que casi nunca es el mismo, y leo un libro ajeno a lo que se trata en la clase (tonterías en tono serio y doctoral) o escribo. A mi lado, una gordita saca de su valija tres cuadernos forrados en azul con papel celofán cubriendo cada forro. De un costado de cada cuaderno surge una cintita rosa con un secatinta pegado. Su frente transparenta los pensamientos domésticos que la deben rondar. Sus ojos orlados de rimmel negruzco sonríen al vacío. ¡Fe! ¡Fe en el rebaño! ¡Fe en la cintita rosa! ¡Fe en no preguntarse nada!
Es lamentable un amor que agoniza. No me resigno a la separación. Me duele el sólo pensar en ella. ¡Pero tampoco es posible continuar así! Dos seres creando y viviendo la farsa del amor. Sólo nos une el natural deseo físico y una tenue simpatía. De mi parte hay también un poco de agresión por no serme posible amarlo; por desearlo en forma incompleta. También hay cierto desprecio, pues cuando no se ama (y se desea amar) se hallan fácilmente mil anomalías que «en frío» resultan naturales.
Muy bien, supongamos que vence mi amor imposible (mi amor «legítimo» hacia el ser ausente, que no me ama). Bueno, me espera entonces la más cruel y refinada angustia imposible de soportar. Además… ¡no creo en el amor! Entonces… ¿qué?
La incapacidad de amar me ha de llevar a un conocimiento más o menos completo de mí, a una individualidad fuerte y productiva; mi temperamento artístico crecerá considerablemente. Quizás haga una gran obra; quizás mi pluma explorará linderos desconocidos, quizás mi ave será gloriosa, quizás mi nombre tendrá su aureola, quizás mi muerte será mi nacimiento. Pero… ¿has de ser feliz algún día? ¿Has de sentir en tu alma el genuino reflejo de un amor pleno? ¿Ha de amarte alguien alguna vez? ¡No! ¡No! ¡Mil veces no! ¿Y tú habrás vivido, Alejandra? ¿Y tú? ¿Y tú?
Aspiro a la lucidez. Temo no hallarla nunca.
Cuando leo a Proust y atiendo su forma y fondo, me creo capaz de escribir un libro tal como él lo ha hecho; en cambio, no podría concebir nunca un relato como Bonjour, tristesse o Gigi. ¿Será mi profundidad de espíritu?, ¿o mi falta de, digamos, objetividad?, ¿o de simpleza?
Creo que mi feminidad consiste en no poder «vivir» sin la seguridad de un hombre a mi lado. En los períodos (¡actualmente tan escasos!) de ausencia de flirts, me siento terriblemente árida. Inútil. Como si estaría [sic] malgastando mi juventud. Y cuando estoy segura, es decir, cuando camino junto a un hombre que guía mi cuerpo, me siento traidora. Traiciono a ese llamado cercano que me planta junto a la mesita y me ordena: ¡estudia y escribe, Alejandra! Entonces ya no grito «¡me muero de inmanencia!». ¡No! Entonces, me siento ser. Me siento vibrar ante algo elevado que me asciende junto a sí.
Esta dualidad me rebela. ¿No han de ser compatibles en forma alguna? Buscar ejemplos. ¡Sí! La foto de Daphne du Maurier junto a su aristocrático marido; lord…, tomados amorosamente de la mano. Simone de Beauvoir sonriendo junto a Sartre (no hay que fiarse del periodismo). Katherine Mansfield junto al buen mozo de J. Middleton Murry (pero sus tareas eran análogas y la mayor parte del tiempo estaban separados). Carmen Laforet con sus dos niñas (su mejor novela la escribió en estado de angustia y soledad). ¡Pero también están las otras! («galeotes dramáticos, galeotes dramáticos»). ¡Qué me dices de las hermanas Brontë, de Clara Silva, de G. Mistral (aridez sublimada), de Colette (en los primeros tiempos), de Mary Webb, de Edna Millay, de Alfonsina Storni, de Safo (¡de Safo!), de C. Espina, de R. Luxemburg y de muchas otras que no conozco! Es irremediable. ¡Es dramático! Una aspira a realizarse. Yo aspiro a realizarme. Cuento para ello con mis dotes literarias. Pero… ¿y si no serían [sic] notables? ¿Si no son más que producto de mi mente confusa y de mi experiencia promiscua? ¿Si no son más que elementos extraídos de mi ser semiarruinado, gastado, que resultan sorprendentes debido a mi edad física? Entonces no sólo erré la elección sino que no me realizaré por el camino más natural y sencillo de toda mujer: ¡los hijos! ¡Entonces sería más que frustrada! ¡Sería un ser arrojado para estorbar los pasos productivos de los demás! ¡Ocuparía un espacio inmerecido! Mi vida habría sido en vano. ¡Toda la voluptuosidad que exhalo y desato en mis sucesivos compañeros y luego enaltezco en los escritos habrá sido sólo farsa! Entonces… ¿qué? Entonces… estar y esperar. ¡Esperar a que todo venga espontáneamente! ¡No! Lo único que ha de venir espontáneamente es la muerte. ¡Al diablo! Cuando oigo (como ahora) el lejano silbato de un tren o los murmullos de un imaginario arroyuelo o el ruido de una piedra chapoteando en el agua; cuando miro las sombras que forman, que crean artísticos dibujos o el humo que juega a la ronda sobre mi cabeza o la ventana que oculta la niebla nocturna; cuando huelo las violetas que embellecen con su tétrica forma el rincón más tonto (¡las violetas, mis flores amadas!) o el aroma del tabaco tan seco, tan excitante, tan sereno o la esencia conservada de un frasquito que me trae imágenes de cuentos orientales; cuando recuerdo ese cuadro de Picasso (sobre el fondo delicadamente coloreado de una especie de caverna magnética, una niñita semejante a un ángel abriga con sus brazos a un avecilla adorable; a sus pies, y para irrumpir con un soplo de sana euforia, hay una pelota de feroces colores, de maravillosos tonos casi puros), o esos espinos acobardados junto a las montañas; o los paseos a caballo por las sierras sintiendo volar mis cabellos a la par de las crines del animal creyéndome un elemento más del paisaje, pensando que mi presencia es tan natural y estimable como el rosado crepúsculo; o cuando lloro recordando esa plantita rosaverde que murió (en mis brazos, podría decir), o el sol afiebrando mi espalda en los rudos días del verano ciudadano, sol que me penetraba en comunión perfecta; cuando siento cada trozo, cada milímetro, cada color, cada baldosa que vuela a mi perfección; sí, cuando siento que mi sentir se amplía infinito y todo lo traspasa, todo ¡ah! ¡Habría mil ejemplos, mil momentos, mil situaciones! Entonces, cuando miro, huelo, oigo, recuerdo, siento: mi ser ya no espera. Mi ser vibra con los sentidos erguidos, atentos en su puesto. Cuando mi alma se espera en las sagradas nimiedades y recuerda su elección en potencia, ya no se angustia buscando rutas seguras. ¡No! No hay angustia que alcance su nivel. Ni desesperación. Ni dolor. No existe vocablo alguno en el cual invertir mi sensación en ese momento. ¡Y si a pesar de todo seguimos gimiendo, y si después de todo, el tiempo nos borra las impresiones y los huesos sobresalen del alma y la carne es venerada ante todo! ¡¡Si después de todo resulta la nada!! Entonces… ¿qué?
«Entonces… ¿qué?» Te preguntas temerosa de hallar respuesta. La respuesta. Por mis frases deduzco que tiendo a elegir el estudio y la creación. Pero también hay algo que se rebela ¡y con causa! Es mi sexo. Acepto encantada las horas del día llenas de libros y de belleza, pero ¡las noches! ¡Las frías noches de invierno! Noches en que oprimo desesperada la almohada suspirando por transformarla en un rostro humano. ¡Y mi cuerpo que ningún brazo oprime! ¡Y mis labios besando el vacío! ¿Cómo otorgar lo que anhela, a mi cuerpo febril? No quiero amantes (pues desordenarían las horas de estudio). ¡Al diablo! ¡Tendrían que crearse burdeles especiales para mujeres-artistas! Pero no los hay… ¡y es tan trágica