Vuelo a casa

Ralph Ellison

Fragmento

cap

Una fiesta abajo en la Plaza

No sé qué la inició. Un grupo de hombres pasó delante de casa de mi tío Ed y dijeron que iba a haber una fiesta abajo en la Plaza, y mi tío me gritó que fuera y corrí con ellos entre la oscuridad y la lluvia y estábamos en la Plaza. Cuando llegamos todos estaban furiosos y andaban por allí mirando al asqueroso negro. Algunos de los hombres tenían armas, y uno pinchaba sin parar los pantalones del negro con el cañón de una escopeta, diciendo que debería apretar el gatillo, pero no lo hizo. Aquello pasaba justo enfrente del juzgado, y el viejo reloj de la torre estaba dando las doce. La lluvia caía muy fría y se congelaba al caer. Todo el mundo tenía mucho frío, y el asqueroso negro se envolvía con los brazos para dejar de temblar.

Entonces uno de los chicos se abrió paso a empujones en el círculo y arrancó la camisa del negro, y allí quedó éste, con la negra piel toda temblorosa a la luz de la hoguera, mirándonos con una expresión de pánico en la cara y hundiendo las manos en los bolsillos del pantalón. La gente empezó a chillar que se dieran prisa y mataran al asqueroso negro. Alguien gritó:

—Saca las manos de los bolsillos, negro de mierda; vamos a entrar en calor enseguida.

Pero el negro no le oyó y siguió con las manos donde estaban.

Te digo que la lluvia era muy fría. Yo tenía que hundir las manos en los bolsillos de lo frías que estaban. La hoguera era algo pequeña, y pusieron unos troncos alrededor del tablado donde tenían al negro y echaron gasolina, y se podían ver las llamas iluminar la Plaza entera. Era tarde y las farolas de la calle llevaban apagadas mucho tiempo. Había tanta luz que la estatua de bronce del general que estaba allí en la Plaza era como si estuviese viva. Las sombras que jugaban en su mohosa cara verde hacían que pareciera que estaba sonriendo al negro de debajo.

Echaron más gasolina, y eso hizo que la Plaza brillara como cuando están encendidas las luces o cuando el sol se pone rojo. Todas las carretas y los coches estaban junto a los bordillos. Pero no como los sábados; no había negros. Ni un solo negro a no ser aquel asqueroso negro Bacote y lo trajeron a rastras allí atado a la caja de la camioneta de Jed Wilson. Los sábados hay tantos negros de mierda como gente blanca.

Todos gritaban furiosos porque iban a prender fuego al negro, y yo llegué a la parte de atrás del círculo y paseé la vista por la Plaza tratando de contar los coches. Las sombras de la gente se estremecían en los árboles del centro de la Plaza. Entre los árboles vi unos pájaros a los que había despertado el ruido. Supongo que creían que era por la mañana. El hielo había empezado a hacer brillar los adoquines de la calle donde había caído la lluvia, helándose. Conté cuarenta coches antes de perder la cuenta. Me percaté de que debía de haber gente de Phenix City por todos los coches mezclados con las carretas.

Dios, fue una noche tremenda. Fue una noche de verdad. Cuando se apagó el ruido oí la voz del asqueroso negro desde donde yo estaba, allí atrás, conque me abrí paso hacia delante. El negro sangraba por la nariz y los oídos, y pude verle todo rojo por donde la oscura sangre le caía por la negra piel. No dejaba de levantar primero un pie y luego el otro, como un pollo encima de una chapa de la cocina ardiente. Bajé la vista al tablado donde lo tenían, y acercaron un anillo de fuego a sus pies. Aquello debe de haber sido un horno para él con las llamas casi tocándole los negros dedos de los pies. Uno le gritó al negro que dijera sus oraciones, pero el asqueroso negro ya no decía nada. Se limitaba a quejarse o algo así con los ojos cerrados y seguía moviendo arriba y abajo los pies, primero un pie y luego el otro.

Vi que las llamas hacían arder los troncos de más y más cerca de los pies del negro. Ahora ardían bien, y la lluvia había parado y se estaba alzando viento, lo que hacía que las llamas subieran cada vez más. Miré, y debía de haber unas treinta y cinco mujeres en la multitud, y distinguí sus voces claras y chillonas mezcladas con las de los hombres. Luego pasó aquello. Yo oí el ruido más o menos al mismo tiempo que lo oyeron todos los demás. Era como el rugido de un ciclón que soplara desde el golfo, y todos alzaron la vista al aire para ver qué era. Algunas caras parecían sorprendidas y asustadas, todas menos la del asqueroso negro. Él ni siquiera oía el ruido. Ni siquiera alzó la vista. Entonces el ruido se acercó más, hasta justo encima de nuestras cabezas, y el viento soplaba cada vez más alto y el sonido parecía hacer círculos.

Entonces lo vi. Entre las nubes y la niebla distinguí una luz roja y verde en sus alas. Las distinguí sólo un segundo; luego se alzó por encima de las nubes bajas. Por encima de los edificios busqué con la vista la baliza en dirección al campo de aviación, que está a setenta y cinco kilómetros de distancia, y por allí no hacía círculos. Normalmente de noche los distingues dando pasadas por el cielo, pero allí no estaba. Luego, estaba de nuevo, como un gran pájaro perdido en la niebla. Busqué las luces roja y verde y ya no estaban. Volaba incluso más cerca de los tejados de los edificios que antes. El viento soplaba más fuerte, y empezaban a arremolinarse hojas, formando sombras raras en el suelo, y las ramas de los árboles se partían y caían.

Era un auténtico temporal. El piloto debe de haber creído que estaba sobre la pista de aterrizaje. A lo mejor creyó que la hoguera de la Plaza la habían hecho para que aterrizase. Dios, pero aquello sí que asustó a la gente. También yo estaba asustado. Empezaron a gritar:

—Va a aterrizar. Va a aterrizar —y—: Va a caer.

Unos cuantos corrieron a sus coches y carretas. Oí crujir las carretas y ruido de cadenas arrastrando y coches soltando algo como toses cuando arrancaron los motores. A mi derecha, un caballo empezó a dar coces y pegar con los cascos contra un coche.

Yo no sabía qué hacer. Quería correr, y quería quedarme y ver lo que iba a pasar. El avión estaba espantosamente cerca. El piloto debía de estar tratando de ver dónde se encontraba, y los motores ahogaban todos los sonidos. Incluso sentía la vibración, y noté como si el pelo se me levantara debajo del sombrero. Resultó que miré la estatua del general que tenía una pierna delante de la otra y se apoyaba en una espada, y estaba preparándome para correr y trepar entre sus piernas y quedarme allí y ver lo que pasaba, cuando el ruido disminuyó algo, y alcé la vista y el aparato estaba planeando justo por encima de las copas de los árboles del centro de la Plaza.

Sus motores se detuvieron del todo y oí el sonido de ramas rompiéndose y partiéndose debajo de su tren de aterrizaje. Ahora lo podía ver entero, todo plata y resplandor a la luz de la hoguera con T.W.A. en letras negras debajo de las alas. Se elevaba suavemente de la Plaza cuando alcanzó las líneas de alta tensión que siguen la carretera de Birmingham a través del pueblo. Hizo un ruido fuerte. Sonó como cuando el viento cierra de golpe la puerta de un granero metálico. Sólo las alcanzó con el tren de aterrizaje, pero vi saltar chispas, y los cables que se soltaron de los postes despedían chispas azules y coleaban como un grupo de serpientes y hacían círculos de chispas azules en la oscuridad.

El avión con el choque había soltado cinco o seis cables, y éstos colgaban y se balanceaban, y cada vez

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