Vivir con serenidad. 365 consejos

Patricia Ramírez

Fragmento

cap-1

Introducción

–¿Tú qué quieres?

–Quiero vivir con serenidad. No busco ser feliz.

La felicidad no es una farmacia abierta las veinticuatro horas. La felicidad es un estado, a ratos una emoción, pero no es algo estable. Yo busco una estabilidad que me permita vivir siendo yo, con momentos de bienestar y momentos más apagados. Yo quiero vivir el abanico de emociones, quiero sentir. Porque sentir es estar vivo. Pero quiero hacerlo desde ese plano culmen en la vida, que para mí es la serenidad.

La serenidad es la dote de boda que todos deberíamos tener al comprometernos y casarnos con la vida. No me gustan los tatuajes, pero si tuviera que elegir una palabra para llevarla en mi piel toda la vida, sería «serenidad». Yo he elevado la serenidad a algo más que una palabra del diccionario RAE, para mí se ha convertido en algo más que el oro olímpico de las emociones. La serenidad es el camino, es una filosofía, es mi forma de ser y estar en el mundo.

Durante muchos años no tuve serenidad en mi vida. Podría echarles la culpa a mis circunstancias, a la mala suerte, a la parte injusta de la vida que me ha tocado vivir en muchas ocasiones. Pero lo cierto es que carecía de recursos para afrontar todo lo que vivía desde ese estado sereno al que creo que solo podemos acceder después de mucho entrenamiento. No tuve una infancia ni una adolescencia serenas, más bien fueron tiempos revueltos, tristes, dolorosos, con momentos gloriosos también, por supuesto. Pero las recuerdo como una balanza inclinada hacia el dolor. En aquel momento no estaban normalizadas la psicología ni el amor por la salud mental y el bienestar emocional. Cada cual hacía lo que podía. En mi juventud y los años universitarios todo comenzó a cambiar. Lo primero que aprendí en la universidad es que yo era capaz, válida, inteligente y poderosa. Y entonces empezó a bullir el cambio. El gusano estaba dentro del capullo y la mariposa quería echar a volar.

Los primeros años de profesión fueron intensos, inciertos, duros. Como los inicios de cualquier autónomo. Me sobraba ilusión y me faltaba estabilidad. Y cuando estaba medio asentada, la vida decidió que era demasiado feliz para ser cierto y necesita un bofetón que me recordara que mi estado natural, desde pequeña, era la angustia y el dolor. Y ahí volví, como quien despierta de un sueño precioso y se encuentra con su triste realidad. Fueron años muy duros, de trabajo, de dolor, de no tener tiempo para llorar la pérdida porque no podía permitirme el lujo de parar. Años en los que tomé conciencia del valor incalculable de la amistad. En esos momentos nos damos cuenta de que la amistad es un tesoro. El mío era un tesoro de los gordos y de por vida. Y yo, tras ocho años ejerciendo mi profesión, seguía sin tener serenidad. Sentía que la vida me negaba aquello que tanto anhelaba. La serenidad, la estabilidad, el amor romántico, ese que dura toda la vida.

Trabajaba mucho, muchísimo. Me volcaba en mi hija. Lo llevaba todo adelante. Buscaba para mi hija la seguridad económica que tanto me preocupaba. Tomé decisiones sentimentales poco acertadas, pero las equivocaciones a veces también nos hacen los mejores regalos de nuestra vida y a la mía llegó mi Pablo del alma. Pero yo continuaba viviendo con muy poca serenidad, continuaba corriendo, enfadada con la vida, resentida con las personas que debían protegerme, ayudarme, y que me habían fallado. Me sentía injustamente tratada porque no tenía a mi lado un amor que compartiera conmigo lo que yo anhelaba. ¿Por qué a mí? No sé la de veces que me he hecho esta pregunta a lo largo de treinta y muchos años.

Y de repente, como quien no quiere la cosa, cae en mis manos, literalmente en mis manos, La trampa de la felicidad y se convierte en mi Biblia, mi libro sagrado. Y con Russ Harris, su autor, se abre ante mí un universo paralelo, no solo a nivel profesional, sobre todo, a nivel personal. Mi mundo cambia, encuentro un segundo tesoro, valiosísimo para siempre: la serenidad.

Una de mis mejores amigas, Beatriz Muñoz –la que me regaló La trampa de la felicidad–, instructora de mindfulness, psicóloga y autora del libro Mindfulness funciona, estaba en aquellos momentos, sería el año 2005, formándose en mindfulness, meditación y terapias de tercera generación. Beatriz es, para mí, una lumbrera: inteligente, visionaria, tremendamente especial. Leí el libro y hubo un antes y un después en mi vida. A partir de aquel momento me inicié en una serie de formaciones autodidactas: leer, leer, leer más y empezar a poner lo aprendido en práctica. No solo con mis pacientes, también conmigo misma. Y todo cambió. Yo era otra persona, otra madre, otra psicóloga. A mi vida llegaron la meditación, la aceptación, el perdón, el dejar estar lo no controlable, y se quedaron. Se quedaron para siempre.

Y siguen conmigo. Fieles compañeros. Cierto es que partía con alguna ventaja, porque en mi mochila personal ya contaba con mi capacidad de organización y planificación. También con mi manera fácil de ser y vivir. Contaba con sentido del humor y una baja vulnerabilidad a la ansiedad que creo que traigo de serie. Contaba con muchos ases que aprendí de mi profesión. Pero el momento Russ Harris cambió mi vida. Apareció una nueva filosofía de vida. Entendí lo importante, encontré un sentido más profundo a todo y me facilité la vida todavía más. Relativicé, prioricé, bajé y regulé mi ritmo interno. Y al séptimo día descansé y, sobre todo, disfruté.

Ahora no importa si la vida golpea. Bueno, sí, sí importa. Pero no me revuelve como antes. Ahora sé qué límites poner, lo que quiero y lo que no. Sé qué ritmo quiero tener, sé lo que de verdad es importante en mi vida. Ahora sé afrontar las dificultades de otra manera. Sé qué batallas quiero librar y a cuáles deseo renunciar. Sé separar el grano de la paja.

Son muchos años de experiencia profesional y de trabajo personal. Y me quedan muchos aún de seguir practicando. Porque en el momento en que nos despistamos, la prisa, la exigencia o el control se vuelven a apoderar de nosotros. Ahora tengo a mis enemigos emocionales muy localizados, los reconozco hasta de reojo. Hay entes a los que es mejor no dejarles la puerta entreabierta, porque a la que quieres darte cuenta se han vuelto a colar en tu casa y te han puesto la vida patas arriba.

En Vivir con serenidad te invito a adentrarte en esta vida de sosiego. Una vida, en la que seguirás teniendo problemas, conflictos, momentos de placer y de dolor, responsabilidades y todo aquello que conlleva una vida, pero quizá, después de leer el libro y poner en práctica lo que te propongo, podrás vivir todos esos momentos desde un estado más contemplativo, menos intenso, más flow, más sereno. Desde un lugar en el que todo se percibe en otra dimensión.

Como suelo aconsejar en todos mis libros, no trates de poner en práctica muchas cosas a la vez. Elige un consejo, trabájalo, date tiempo y, cuando creas que se ha convertido en un hábito, ve por el siguiente paso. No quieras comerte todo el pastel de golpe porque tendrás una indigestión. Haz honor a la palabra «serenidad» y ve pasito a pasito…, d e s p a c i t o.

Lo que he escrito aquí funciona. Está basado en el respaldo científico que proporciona la psicología. Yo solo trato de acercártelo de manera sencilla y cómoda para que el cambio te cueste menos esfuerzo y te motive.

Y sí, yo lo he probado y l

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