Prólogo
¿Alguna vez te has preguntado por el motivo de tu existencia? Volátil, sin duda. Yo me lo planteé varias veces debido a la muerte prematura de mis padres. ¿Por qué ellos? ¿Por qué en ese momento? TenÃan prácticamente mi edad cuando ocurrió. Mi mundo se volvió oscuro. Llegaron dÃas grises y sin sentido. Para una niña de ocho años, fue aterrador. Tuve que comprender la muerte incluso antes que las matemáticas.
A la fuerza, entendà que debÃa caminar sola de la mano de mi hermana pequeña y luchar por las dos. En realidad, por los cuatro, pues mis abuelos seguÃan desolados.
En mi opinión, las tragedias tienen solo dos funciones: convertirte en alguien más fuerte o enterrarte bajo tierra sin miramientos.
Elegà la primera, aunque aquellos últimos meses una espiral interior me hundÃa en el suelo sin poder evitarlo. Ninguna de las calamidades que me habÃan golpeado consiguió traspasar mis barreras. O eso creÃa.
Qué ilusa. Qué estúpida.
No solo lo habÃan logrado, sino que habÃan perforado todo mi ser. Volvieron a mà todas las dudas existenciales que me habÃa planteado de niña.
Mis padres no pudieron vernos crecer. No dispusieron del tiempo necesario para disfrutar de su vida y de las nuestras. La de cumpleaños que les arrebataron... Pero me convencà de que asà era el mundo, perverso y aleatorio. HabÃa sido un accidente que podrÃa haberle ocurrido a cualquiera.
Sin embargo, descubrir que los habÃan asesinado transformó mi percepción de la realidad. Todo cambió. La rabia, la ira y la venganza se apoderaron de mi cuerpo de tal modo que el temblor de mis manos era más intenso a cada segundo. Mi planteamiento habÃa dado un giro de ciento ochenta grados. Alguien les habÃa arrebatado la vida de manera intencionada. ¿Cuál habÃa sido entonces el motivo de su existencia? Si apenas les dejaron vivir...
Movà la cabeza atolondrada. Las lágrimas volvÃan a correr por mis mejillas. Esos pensamientos retornaban de noche, cuando me quedaba sola en la oscuridad de mi pequeño apartamento, ubicado en la ciudad de Londres.
En cuanto parecÃa que lo habÃa superado, una estúpida ráfaga de recuerdos me azotaba de nuevo. No obstante, eso no era lo más grave, ni por asomo.
Estos últimos meses venÃan a mi mente los cadáveres de las personas que habÃan asesinado delante de mÃ, las que en parte me habÃan traÃdo a este minúsculo habitáculo en esta enorme capital. Era como la premonición de que se repetirÃa. Porque asà era, y esa vez me di cuenta de que podrÃa haber sido yo. Todo este tiempo, el cuerpo inerte que veÃa y me asustaba por las noches era el mÃo.
En esta ocasión nadie me salvarÃa del dolor que me rodeaba a todas horas, a pesar de haber conseguido evitarlo durante los últimos meses. Ni siquiera él, por mucho que llevara años intentándolo, a mis espaldas y en silencio.
A fin de cuentas, algún dÃa esto tendrÃa que acabar, y para mà ese dÃa quizá fuera hoy.
1
Enero de 2020
El silencio de aquella frÃa noche de invierno era sepulcral; sin embargo, poco le importaba. Quizá la embriaguez que recorrÃa su cuerpo repelÃa las bajas temperaturas que se filtraban en el ambiente. Una densa neblina se cernÃa sobre Londres, lo que reducÃa la visibilidad incluso a unos pocos metros de distancia. HabÃa salido del apartamento de aquel hombre arrogante con una ira descontrolada. SabÃa que no podÃa renunciar y dejar que aquello la desconcertara. Su intención era patente: necesitaba que pagase por el sufrimiento que habÃa causado a su familia. Por desgracia, se le habÃa ido de las manos, y habÃa bebido más de lo previsto en primera instancia.
A medida que andaba a paso ligero por las callejuelas de aquella lúgubre ciudad, empezó a preguntarse si habÃa hecho lo correcto al acercarse a ese cretino. Después de la actitud que habÃa mostrado hacÃa un momento, no le habÃa hecho ninguna gracia tener que volver a verle, y mucho menos con la conducta de niña dócil y buena que habÃa ideado para él. Deseaba que sucumbiera a sus encantos, como casi todos los hombres que habÃa conocido. Para su sorpresa, él habÃa trastocado cada uno de sus planes.
¿Quién se habÃa creÃdo que era?
Las habladurÃas sobre su fama de galán se quedaban cortas. Era un impertinente convencido de que su moral estaba por encima de la de los demás. Negó con la cabeza, rabiosa por lo que acababa de pasar, e hizo un ruido de incredulidad al volver a pensar en ello.
Miró a ambos lados de la calle antes de cruzar y siguió por Crown Street.
—Dios mÃo, van como locos. Un dÃa atropellarán a alguien —musitó más alto de lo que pensaba.
Con las manos enguantadas, se frotó los brazos que llevaba cruzados. El vaho de su respiración la ponÃa aún más de los nervios. Pasó por Bow Street y llegó al mercado de Covent Garden. Intentó recordar cuándo habÃa sido la última vez que habÃa paseado por las calles de la ciudad de madrugada o a horas tan intempestivas como aquellas. No pudo encontrar nada en su memoria, pues nunca las habÃa recorrido de noche. Era la primera vez que caminaba por ese centro desértico donde hacÃa unas horas se habÃan reunido centenares de jóvenes y adultos, la mayorÃa para tomar unas cervezas.
Después de cruzar las galerÃas de Covent Garden, dobló a la izquierda. De pronto, dada la mala visibilidad, no pudo evitar tropezarse con la caja de un vagabundo que estaba allà tirado en mitad de la acera, tapado con mantas. ParecÃa dormir, pues no se inmutó, pero el corazón de ella comenzó a latir deprisa y aligeró el paso. Entre el frÃo que empezaba a calársele en los huesos, la oscuridad y la soledad que reinaban en la calle, supo que debÃa llegar a casa cuanto antes. Él habÃa hecho amago de acompañarla, pero ella se habÃa negado. Le habÃa dicho que iba a coger un taxi, pero mintió. Solo querÃa que la dejara en paz.
En ese instante algo interrumpió sus pensamientos. Comenzó a oÃr pasos a su espalda. Al girarse no vio a nadie, pues la niebla se lo impedÃa.
—Estás paranoica, has bebido demasiado —se susurró para tranquilizarse.
Era consciente del silencio letal que imperaba, asà que se concentró para que sus oÃdos fuesen más allá de sus propios pasos y pensamientos. HabÃa algo detrás de ella, estaba segura. Â