Aún no es tarde (Trilogía A ojos de nadie 3)

Paola Boutellier

Fragmento

Prólogo

Prólogo

¿Alguna vez te has preguntado por el motivo de tu existencia? Volátil, sin duda. Yo me lo planteé varias veces debido a la muerte prematura de mis padres. ¿Por qué ellos? ¿Por qué en ese momento? Tenían prácticamente mi edad cuando ocurrió. Mi mundo se volvió oscuro. Llegaron días grises y sin sentido. Para una niña de ocho años, fue aterrador. Tuve que comprender la muerte incluso antes que las matemáticas.

A la fuerza, entendí que debía caminar sola de la mano de mi hermana pequeña y luchar por las dos. En realidad, por los cuatro, pues mis abuelos seguían desolados.

En mi opinión, las tragedias tienen solo dos funciones: convertirte en alguien más fuerte o enterrarte bajo tierra sin miramientos.

Elegí la primera, aunque aquellos últimos meses una espiral interior me hundía en el suelo sin poder evitarlo. Ninguna de las calamidades que me habían golpeado consiguió traspasar mis barreras. O eso creía.

Qué ilusa. Qué estúpida.

No solo lo habían logrado, sino que habían perforado todo mi ser. Volvieron a mí todas las dudas existenciales que me había planteado de niña.

Mis padres no pudieron vernos crecer. No dispusieron del tiempo necesario para disfrutar de su vida y de las nuestras. La de cumpleaños que les arrebataron... Pero me convencí de que así era el mundo, perverso y aleatorio. Había sido un accidente que podría haberle ocurrido a cualquiera.

Sin embargo, descubrir que los habían asesinado transformó mi percepción de la realidad. Todo cambió. La rabia, la ira y la venganza se apoderaron de mi cuerpo de tal modo que el temblor de mis manos era más intenso a cada segundo. Mi planteamiento había dado un giro de ciento ochenta grados. Alguien les había arrebatado la vida de manera intencionada. ¿Cuál había sido entonces el motivo de su existencia? Si apenas les dejaron vivir...

Moví la cabeza atolondrada. Las lágrimas volvían a correr por mis mejillas. Esos pensamientos retornaban de noche, cuando me quedaba sola en la oscuridad de mi pequeño apartamento, ubicado en la ciudad de Londres.

En cuanto parecía que lo había superado, una estúpida ráfaga de recuerdos me azotaba de nuevo. No obstante, eso no era lo más grave, ni por asomo.

Estos últimos meses venían a mi mente los cadáveres de las personas que habían asesinado delante de mí, las que en parte me habían traído a este minúsculo habitáculo en esta enorme capital. Era como la premonición de que se repetiría. Porque así era, y esa vez me di cuenta de que podría haber sido yo. Todo este tiempo, el cuerpo inerte que veía y me asustaba por las noches era el mío.

En esta ocasión nadie me salvaría del dolor que me rodeaba a todas horas, a pesar de haber conseguido evitarlo durante los últimos meses. Ni siquiera él, por mucho que llevara años intentándolo, a mis espaldas y en silencio.

A fin de cuentas, algún día esto tendría que acabar, y para mí ese día quizá fuera hoy.

Capítulo 1.

1

Enero de 2020

El silencio de aquella fría noche de invierno era sepulcral; sin embargo, poco le importaba. Quizá la embriaguez que recorría su cuerpo repelía las bajas temperaturas que se filtraban en el ambiente. Una densa neblina se cernía sobre Londres, lo que reducía la visibilidad incluso a unos pocos metros de distancia. Había salido del apartamento de aquel hombre arrogante con una ira descontrolada. Sabía que no podía renunciar y dejar que aquello la desconcertara. Su intención era patente: necesitaba que pagase por el sufrimiento que había causado a su familia. Por desgracia, se le había ido de las manos, y había bebido más de lo previsto en primera instancia.

A medida que andaba a paso ligero por las callejuelas de aquella lúgubre ciudad, empezó a preguntarse si había hecho lo correcto al acercarse a ese cretino. Después de la actitud que había mostrado hacía un momento, no le había hecho ninguna gracia tener que volver a verle, y mucho menos con la conducta de niña dócil y buena que había ideado para él. Deseaba que sucumbiera a sus encantos, como casi todos los hombres que había conocido. Para su sorpresa, él había trastocado cada uno de sus planes.

¿Quién se había creído que era?

Las habladurías sobre su fama de galán se quedaban cortas. Era un impertinente convencido de que su moral estaba por encima de la de los demás. Negó con la cabeza, rabiosa por lo que acababa de pasar, e hizo un ruido de incredulidad al volver a pensar en ello.

Miró a ambos lados de la calle antes de cruzar y siguió por Crown Street.

—Dios mío, van como locos. Un día atropellarán a alguien —musitó más alto de lo que pensaba.

Con las manos enguantadas, se frotó los brazos que llevaba cruzados. El vaho de su respiración la ponía aún más de los nervios. Pasó por Bow Street y llegó al mercado de Covent Garden. Intentó recordar cuándo había sido la última vez que había paseado por las calles de la ciudad de madrugada o a horas tan intempestivas como aquellas. No pudo encontrar nada en su memoria, pues nunca las había recorrido de noche. Era la primera vez que caminaba por ese centro desértico donde hacía unas horas se habían reunido centenares de jóvenes y adultos, la mayoría para tomar unas cervezas.

Después de cruzar las galerías de Covent Garden, dobló a la izquierda. De pronto, dada la mala visibilidad, no pudo evitar tropezarse con la caja de un vagabundo que estaba allí tirado en mitad de la acera, tapado con mantas. Parecía dormir, pues no se inmutó, pero el corazón de ella comenzó a latir deprisa y aligeró el paso. Entre el frío que empezaba a calársele en los huesos, la oscuridad y la soledad que reinaban en la calle, supo que debía llegar a casa cuanto antes. Él había hecho amago de acompañarla, pero ella se había negado. Le había dicho que iba a coger un taxi, pero mintió. Solo quería que la dejara en paz.

En ese instante algo interrumpió sus pensamientos. Comenzó a oír pasos a su espalda. Al girarse no vio a nadie, pues la niebla se lo impedía.

—Estás paranoica, has bebido demasiado —se susurró para tranquilizarse.

Era consciente del silencio letal que imperaba, así que se concentró para que sus oídos fuesen más allá de sus propios pasos y pensamientos. Había algo detrás de ella, estaba segura. Â

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