Las amistades peligrosas (edición conmemorativa)

Pierre Choderlos de Laclos

Fragmento

Advertencia del editor

Advertencia del editor

Creemos necesario advertir al público que, a pesar del título de esta obra, y de cuanto dice de ella el redactor en su prefacio, no respondemos de la autenticidad de la presente selección, y que tenemos poderosos motivos para juzgar que solo es una novela. Pensamos además que el autor, que se ha propuesto, al parecer, buscar la verosimilitud, la ha destruido él mismo, y con muy poca habilidad, por la época en que ha colocado los acontecimientos que publica. En efecto, muchos de los personajes que hace entrar en la escena tienen tan malas costumbres que es imposible suponer que hayan vivido en nuestro siglo, en este siglo ilustrado, en que las luces proyectadas por todas partes han hecho a los hombres tan moderados y circunspectos, y a las mujeres tan modestas y comedidas.

Somos pues del parecer que, si las aventuras que se refieren en esta obra tienen algún fondo de verdad, solo han podido verificarse en otros lugares y en otros tiempos; y censuramos duramente al autor que, seducido sin duda por la esperanza de interesar más acercándose a su siglo y país, se ha atrevido a presentar, con nuestros trajes y usos, costumbres ajenas a nosotros.

Para preservar al menos, cuanto podamos, a los lectores demasiado crédulos de toda sorpresa sobre este particular, apoyaremos nuestra opinión con un razonamiento que proponemos con confianza, porque lo creemos convincente e irresistible: y es que, por más que las mismas causas produzcan siempre los mismos efectos, no vemos sin embargo hoy a una señorita con sesenta mil libras de renta hacerse religiosa, ni a una presidenta joven y bonita morir de pena.

Prefacio del redactor

Prefacio del redactor

Esta obra, o más bien esta selección, que el público hallará quizá aún demasiado voluminosa, no contiene sino el más pequeño número de las cartas que componían la totalidad de la correspondencia de la que está sacada. Encargado de ponerla en orden por las personas que la habían guardado, y que sabía yo tenían intención de publicarla, no he pedido, por recompensa de mi trabajo, sino el permiso de separar todo lo que me pareciese inútil, y he cuidado de conservar efectivamente solo aquellas cartas que me han parecido precisas para facilitar la comprensión de los acontecimientos y el desarrollo de los caracteres. Si se agrega a este ligero trabajo el de colocar nuevamente por orden las que he conservado, lo que he ejecutado casi siempre siguiendo las fechas, y en fin algunas notas cortas, que por la mayor parte solo tienden a indicar la fuente de algunas citas, o a motivar algunos de los cortes que me he permitido hacer, se verá toda la parte que he tenido en esta obra. Mi encargo no se extendía a más.[1]

Yo había propuesto otras alteraciones más considerables, y casi todas relativas a la pureza de la dicción o del estilo, contra la cual se hallarán muchas faltas. Habría deseado hallarme autorizado también a abreviar algunas cartas demasiado largas, y muchas de las cuales tratan separadamente, y casi sin transición, de objetos que no tienen ninguna relación uno con otro. Ese trabajo que no se me admitió no habría bastado sin duda para dar mérito a la obra, pero la habría purgado, al menos, de una parte de sus defectos.

Se me ha objetado que el fin era hacer conocer las cartas mismas, y no tan solo una obra compuesta según ellas; que sería tan inverosímil como falso que ocho a diez personas, que han concurrido a formar esta correspondencia, hubiesen escrito todas con igual pureza. Habiendo yo entonces hecho ver que, lejos de ser así, no había, al contrario, una sola que no hubiese cometido faltas graves que no dejarían de ser criticadas, se me ha respondido que todo lector razonable esperaría ciertamente hallar faltas en una selección de cartas de algunos particulares, pues que entre cuantas han sido publicadas hasta ahora de diferentes autores estimados, y aun de algunos académicos, no se halla ninguna enteramente al abrigo de esta reconvención. Estas razones no me han convencido, y las he hallado, como aún así las considero, más fáciles de ser dadas que admitidas, pero no dependía de mí, y me he sometido. Solo me he reservado el derecho de protestar y declarar que no era este mi dictamen; así lo hago en este momento. En cuanto al mérito que esta obra pueda tener, acaso no me toca el explicarme, no debiendo influir mi opinión en la de nadie. Sin embargo, los que, antes de empezar una lectura, hallan gusto en saber lo que deben esperar, esos, digo, pueden ver mi dictamen; los otros harán mejor en pasar desde luego a la obra misma; ya saben de ella lo bastante.

Lo que puedo decir por ahora es que, si mi opinión ha sido, como convengo, la de publicar estas cartas, estoy, sin embargo, lejos de esperar que agraden; y no se tome esta confesión sincera, de parte mía, por modestia afectada de un autor, porque con igual franqueza declaro que, si esta selección no me hubiese parecido digna de ser presentada al público, no me habría ocupado de ella. Procuremos conciliar esta aparente contradicción.

El mérito de una obra se compone de su utilidad o del agrado que procura, o de ambas cosas cuando es capaz de reunirlas; pero el gustar (que no prueba siempre el mérito) a menudo depende más de la elección del asunto que de la ejecución, del conjunto de los objetos que presenta que del modo con que son desempeñados. Ahora pues, como esta selección contiene, según lo anuncia su título, las cartas de los individuos de una sociedad, reina en ellas una diversidad de intereses que disminuye el del lector. Además, como todos los sentimientos que en ellas se expresan son fingidos o disimulados, no pueden excitar sino un interés de mera curiosidad (muy inferior siempre al de la realidad), el cual, sobre todo, inclina menos a la indulgencia y deja tanto más percibir las faltas que se hallan en el pormenor, cuando este se opone sin cesar al solo deseo que se quiere satisfacer.

Estas faltas se hallan tal vez compensadas, en parte, con una calidad ínsita a la naturaleza de la obra, quiero decir, la propiedad de los diferentes estilos, mérito que un autor consigue con dificultad, pero que en el caso actual se ofrecía naturalmente, y que al menos libra del fastidio de la uniformidad. Muchas personas podrán también contar un número bastante grande de observaciones, o nuevas, o no muy conocidas, que se hallan esparcidas en estas cartas. Esto es, en verdad, lo que yo creo que pueden ofrecer más gustoso, aun juzgándolas del

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