Dama negra (Trilogía Kaissa 2)

Anny Peterson

Fragmento

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keira

1

Reencuentros fatales

Dos días antes

Supe que algo iba mal nada más oír el teléfono fijo del despacho.

Teníamos ese trasto casi de adorno; nadie lo usaba. Gómez solía escribirme un mensaje si era algo urgente, así que si llamaba era porque no podía esperar ni a que lo leyera.

—¿Sí? —respondí con miedo.

—Ha aparecido un cuerpo en el patio de la Universidad de Lerma. Afirman que es Sofía…

—¡¿Qué dices?! —me alarmé.

Ulises me miró preocupado a pesar de que él ignoraba lo que yo acababa de escuchar. Sin embargo, prefería clavarme un tenedor en la pierna antes que reproducir esa información.

—Id allí echando hostias… Quiero que llevéis la investigación vosotros. Esto huele a ajuste de cuentas del club KUN, y sois los únicos que conocéis todos sus entresijos. Daos prisa, la científica ya está en camino.

—Vamos para allá.

—¿Qué ha pasado? —me preguntó mi compañero nada más colgar, pero fui incapaz de responderle. Simplemente, no pude decirle que la chica con la que quería pasar el resto de su vida estaba muerta. De nuevo.

—Ha aparecido el cuerpo de una joven en la Universidad de Lerma. Tenemos que ir inmediatamente… La científica nos está esperando para el levantamiento del cadáver.

—¿La han identificado?

Era el momento de decir: «Sí… Es Sofía. Lo siento muchísimo, Ulises», pero mi garganta no juntó los fonemas y me fue imposible. Supuse que mi boca, esa en la que se resguardaría para soportar el dolor, no podía ser la misma que le diera la mala noticia. Tendría que enterarse de otra forma.

—No lo sé. ¡Vámonos ya!

Estos meses Ulises y yo nos hemos apoyado mucho mutuamente. Lo mío con Ástor no tenía vuelta de hoja. Se trataba del jodido duque de Lerma, y como tal, debía cumplir con ciertas obligaciones familiares. Lo nuestro no era viable. No podía dejar vacante el título que pertenecía a su padre y a su hermano. Sin embargo, lo de Ulises y Sofía era muy distinto. Ella sí podía renunciar a sus planes de dominación del mundo por una vida con amor, aunque nunca lo haría mientras siguiera obteniendo el cariño de Ulises cada vez que chascaba los dedos.

Por más que se lo señalara, mi compañero era incapaz de resistirse a ella.

Se había dejado convencer por Sofía para volver a tocarla, a probar su piel, sus labios… como una droga que te da un subidón momentáneo sin tener en cuenta que el bajón será tres veces peor cuando te priven de ella.

Y sus bajones me los comía yo, por supuesto.

—Te necesito, Kei… —susurraba enterrándose en mi pelo con lágrimas en los ojos.

Yo sabía lo que eso significaba. Ulises necesitaba que le hiciera olvidar a Sofía. Y también a Charly. Pero sobre todo a la persona en la que lo habían convertido. Una que se sentía extraña en su propia piel. En su ropa y en su vida… Y lo entendía demasiado bien, porque a mí me pasaba lo mismo. El problema es que yo ya no era capaz de acostarme con Ulises para aplacar su dolor, como hacíamos antes. El recuerdo de Ástor me tenía presa, y sentía incorrecto cualquier otro roce.

Yo también sufrí lo mío. El mono por haber renunciado al duque fue terrible, pero estaba convencida de que lo mantenía a raya. Hasta que lo vi de nuevo, claro.

No creáis que llevaba un maldito traje de tres piezas… Fue peor. ¡Iba de sport! Llevaba un pantalón chino azul marino con una camiseta del mismo color y un blazer marrón chocolate. Os juro que al verlo me tragué un chillido. Mi orgullo retuvo a la fuerza mi corazón tapándole la boca mientras se removía histérico, tratando de liberarse.

«Me cago en la leche… ¡Y yo pensando que lo tenía superado…!».

Siempre se me ha dado bien engañarme a mí misma, y por extensión, a los demás. ¿Qué más daba sentirme triste a todas horas, si no se me notaba? Recordaba cómo era estar bien y daba la impresión de estarlo. Al parecer, sin embargo, todavía quedaban vestigios de mi paso por la Universidad de Lerma…

Mantenía el tipo, pero, como Ulises, tampoco había podido volver a mi antiguo yo. Las semanas que pasé infiltrada en la vida del duque habían cambiado mi forma de percibir el mundo. Me costaba entender que todo había sido una manipulación, que muchos de sus amigos estaban al tanto de que era policía y que acepté infiltrarme como Kaissa con todas sus obligaciones; y sobre todo, que cediera a acomodarme en esa vida y en sus brazos dejando atrás mi profesionalidad policial… Me había enamorado. Pero no pude asumir las consecuencias.

Cuando llevaba tres días sin verle, nadando en la más absoluta agonía, escuchando canciones que me recordaban a nosotros, me llegó un paquete a casa con una nota suya.

Querida Keira:

Por favor, al menos quédate con la ropa. Es tuya.

ÁSTOR DE LERMA

¿No podía haberme mandado un mensaje al móvil para preguntar si la quería, antes de enviármela?

Me metí en nuestra conversación de WhatsApp muy cabreada. Apenas había unas líneas escritas que demostraban que todo el tiempo que estuvimos juntos recurrimos en contadas ocasiones a la dichosa tecnología. Nos enamoramos a la antigua, estando muy a mano y sin poder evitarlo… Y acordarme de cómo lo tenía memorizado hizo que me entraran ganas de llorar. Porque Ástor no era ningún ASno, al revés, en todo caso era un purasangre que no debía cruzarse con alguien del montón.

Después de cambiarle el nombre, vi que estaba en línea y mi corazón se saltó un latido. Había deseado encontrar un motivo para recordarle que seguía teniéndome al alcance por esa horrenda vía, pero me había resistido honorablemente.

Iba a escribirle que no quería esa ropa, que se la metiera por su ducal retaguardia, pero sería como escupirle un «no va conmigo, igual que tú», así que le puse:

Keira:

Me ha llegado la ropa. No creo que la use mucho a diario, pero gracias

Unos días después de que me contestara un rancio «de nada» con un desgarrador punto al final de la palabra «nada», me llegó otro paquete.

Cuando lo abrí y vi lo que era me quedé atónita. Estuve a punto de llamar a Ástor para insultarlo. Pero primero me lo probé… Lo siento.

Eran unos vaqueros preciosos de la marca Balmain, su favorita, y no tardé en comprobar en internet que costaban unos mil cuatrocientos euros.

¡La Virgen…! Con todo, el precio no era lo más aterrador. ¡Lo peor es que me parecieron hasta baratos de lo bonitos que eran! De talle bajo, con bolsillos laterales con cremaller

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