Arta Game 4 - ARTA en el tsunami máximo

Arta Game

Fragmento

cap-1

¡Es hora de salvar la Tierra!

Pero antes de la Tierra va otra cosa…

El alien máximo, el jefazo supremo de los asquerosos mocosianos, ha salido volando en su platillo y se escapa hacia su planeta, pero ¡no va solo! Ha secuestrado a Alma, y, lo que es peor, ¡la ha secuestrado antes de que yo pueda pedirle salir! Eso no se hace, alien, tío, un poco de respeto.

¿Pero cómo voy a lograr rescatarla? El jefazo de los aliens tiene una meganave enorme con propulsión a hiperchorro, ¡y yo solo tengo una nave individual cutre! Esto es como perseguir un Ferrari por la autopista montado en un patinete eléctrico. Y, además, ¡estoy completamente solo! Estoy yo solo, Arta, en mi misión espacial, persiguiendo por el espacio a un alienígena con tentáculos pringosos que ha raptado a la chica que me gusta. ¡En menudo lío me he metido!

El metal de la nave empieza a calentarse, ¡me estoy acercando a la atmósfera! Voy siguiendo al jefazo alien todo lo deprisa que puedo, pero se me escapa, ¡va mucho más rápido que yo! Aprieto las palancas del cuadro de mandos tan fuerte como puedo, pero ya están a tope. ¿Habrá algún botón que sirva para meter el turbo? Tienen letreros, sí, pero… ¡ojalá estuvieran en castellano en vez de en mocosiano! De momento no pulso ninguno, no vaya a ser que meta la pata y le dé al botón de aterrizaje de emergencia, ¡que ya estamos muy ARRIBAAAAAAAAAAAAAAA!

La superficie de la Tierra cada vez se aleja más, pero no voy lo bastante rápido. Si esto sigue a este ritmo, ¡perderé de vista la nave del jefazo mocosiano en cualquier momento! ¡Perderé de vista a Alma! No lo puedo permitir. ARTA, CONCÉNTRATE.

¡El alien máximo ya ha cruzado la atmósfera! Una bola de fuego envuelve su nave por un momento, y noto que se me encoge el corazón de preocupación hasta que al fin lo veo aparecer al otro lado sin un rasguño.

—¡Venga, VENGA! —me doy ánimos a mí mismo.

Aprieto la mandíbula cuando toca atravesar la atmósfera. ¡Resiste, navecita! ¡Tú puedes! ¡Resiste, patinete de alquiler en medio de la autopista! Noto cómo el calor y la fuerza hacen temblar las paredes de la nave, y respiro aliviado cuando veo por la ventana la oscuridad del espacio… ¡y el platillo del jefazo alien, que sigue llevándome cada vez más ventaja!

—¡Vamos! ¡No me rendiré! —digo firmemente.

¡Pero es una pasada! El espacio está completamente oscuro. Se ve brillar la Tierra a mis espaldas, y la Luna ahí arriba, ahora mucho más cerca que antes… ¡Y todo lo demás está vacío y negro! Si estuvieran aquí mis amigos, seguro que me dirían alguna cosa para hacerme reír, como que lo que tengo vacío es el cerebro, y nos enfrentaríamos a esta misión juntos. Sin embargo, estoy solo. ¡SOLO ANTE EL PELIGRO! Ante los alienígenas y ante el espacio, ¡quién me lo iba a decir a mí!

Y de repente…

La pantalla interior de la nave se enciende y, por un momento, me deja medio ciego con el brillo. ¡Que necesito ver el espacio para conducir! ¡Es más difícil llevar una nave que un coche! Para empezar, no hacen prácticas con naves espaciales en las autoescuelas, que yo sepa.

—¿Qué…? —empiezo a decir, pero entonces me quedo boquiabierto ante la imagen que aparece en la pantalla—. ¡TÍOS! ¡SOIS VOSOTROS!

—¡Pues claro, Arta, colega! —grita Charlie desde la pantalla—. ¿O es que te pensabas que te íbamos a dejar solo? ¿Eh?

—¡No, ya! —dice Pablo y se parte de la risa—. Este se ha creído que se podía ir al espacio y librarse de nosotros, ¡lo lleva claro!

—¡Que no! Jo, tíos, sois los mejores —digo—. Eso sí, ¿cómo habéis conseguido conectaros a la pantalla de mi nave? ¡Que ahora mismo estoy saliendo de la atmósfera!

—¡Uy, que no! —dice Enzo—. Los aliens tienen una tecnología avanzadísima, ¡y se la hemos robado! Es incluso más fácil que pillar wifi.

—¡Pues menos mal! Porque, chavales, esto se nos está yendo de las manos superrápido: ¡mirad cómo pilla velocidad la nave del jefazo alien! ¡Este tío no tiene una nave cualquiera, tiene un Porsche Cayenne! Con alerones y todo, ¡solo le faltan unas llamitas a los lados!

Giro la pantalla para enseñarles cómo se ve por el parabrisas la meganave cada vez más lejos, y los oigo exclamar de asombro ante el espacio inmenso que tenemos delante, ¡es aterrador y flipante!

—¡GUAUUU! —dice Charlie—. ¡Tío, Arta! ¿Has visto eso?

—¡Claro que lo he visto! Llevo un buen rato aquí arriba en el espacio, por si no os habíais dado cuenta —presumo.

—Pero… ¿lo has visto? ¿Estás seguro? —añade Pablo.

—¿Que si he visto el espacio? ¡A ver, tengo ojos en la cara! Además, hay poca cosa más que ver por aquí, aparte de la Luna y de la Tierra, y esta última la estamos dejando atrás a toda prisa…

—¡Que no, Arta, tío! —insiste Charlie—. ¡Que mires, por favor!

Y entonces miro a donde me indican, aparto la pantalla de en medio y veo, a través de los cristales de mi nave, lo que se acerca por el lateral derecho…

—¡Nooooooooooooooo! —chillo—. ¡A cubiertoooooo!

Pero no hay cubierto que valga, ni cuchillo ni tenedor: aquí, en medio del vacío espacial, no hay dónde esconderse de los meteoritos que se aproximan, ¡y mi nave está en plena trayectoria!

—¡Gira a la derecha! ¡No, a la izquierda! —dice Pablo—. La imagen de la pantalla sale en modo espejo, ¿no? Bueno, ¡gira hacia el lado donde no vienen meteoritos!

—¡Van más rápidos que yo! —les digo—. ¡No puedo adelantar a los meteoritos!

—¿Y si vas hacia ellos? —propone Enzo—. ¡Parece una locura, pero escúchame un momento! Así tal vez puedes esquivarlos mejor cuando los tengas de frente, ¡como en un videojuego!

Respiro hondo e intento tranquilizarme. No puedo perder los nervios: hay mucho en juego. Si fallo ahora, ¿qué será de Alma? ¡No!

—No, ya sé lo que voy a hacer —digo, firme—. Voy a seguir recto. ¡Tengo que seguir el rastro de la nave del alien jefe!

—Pero ¿y los meteoritos? —pregunta Pablo.

—Los esquivaré. ¡Y vosotros vais a ayudarme! ¡Ocho ojos ven más que dos! ¡Venga!

Enciendo todas las pantallas de la nave y las coloco para que puedan ver por todos los lados, ¡ellos serán mis retrovisores y me indicarán hacia dónde ir! Pero debo darme prisa, porque los meteoritos…

—¡A la izquierda, Arta! —dice Charlie.

—¿Pero la izquierda mía

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