Jugada maestra (Trilogía Kaissa 3)

Anny Peterson

Fragmento

jugada_maestra-2

keira

Prólogo

Sábado, 7 de abril

4.12 h.

—Estás rara —opina Ástor, resignado.

—No es verdad.

—Dices que no, Keira, pero lo estás…

—¿En qué lo notas?

Una pregunta estúpida cuando acabo de apartarme de su toque.

—Pensaba que ya lo habíamos superado… ¿Es que no me crees?

—Claro que te creo, Ástor —contesto con firmeza.

—Entonces ¿qué pasa?

Me callo porque no tengo respuesta a esa pregunta. ¡No es por él! ¿O sí…? Lo cierto es que ya no sé en quién confiar después de los últimos quince días.

Es el tiempo que ha pasado desde que descubrí quién mató a Sofía. Lo malo es que sigo sin poder demostrarlo y sin saber por qué, y el insomnio y el estrés que arrastro me están consumiendo. No es fácil ser testigo de hasta qué punto un buen asesino es capaz de engañar incluso a sus más allegados…

Con toda probabilidad su mente enfermiza transforme sus re­mordimien­tos en la convicción de que tiene una misión mucho más grande que cualquier vida humana.

—¿Es por esta casa? —me pregunta Ástor de pronto, sacándome de mis cavilaciones—. ¿Te trae malos recuerdos?

—Puede ser… —admito.

Estamos en la mansión de los Arnau. Aquí es donde descu­brimos que Sofía y Carla andaban compinchadas. Ahora la una está muerta y la otra, encerrada, y encontrarnos aquí de celebración me incomoda un poco.

Es un casoplón enorme, repleto de invitados de etiqueta que no querían perderse el cumpleaños del marqués. Al parecer, Xavier tiene fama de ofrecer un despliegue inigualable de buen gusto, amenizado con un catering de alta calidad y la mejor música en directo.

—Pues a mí me pone mucho estar aquí… —confiesa Ástor con una sonrisa torcida pegándose de nuevo a mí—. Me llena de adrenalina…

Sentir la brisa de sus palabras sobre la piel de mi mejilla me excita, y esta vez no me aparto.

Antes lo he rechazado porque acordamos que no volveríamos a ocultarnos nada y somos expertos en romper esa promesa… A mí me pesa tener que hacerlo, pero no puedo contarle lo que he descubierto. Podría ser muy peligroso para él.

Sus labios se posan en mi cuello y me obliga a cerrar los ojos contra mi voluntad.

Me encantaría perderme en su boca y olvidarme de todo por un instante, pero no es fácil desconectar. No lo ha sido desde que vi esa maldita grabación de Charly entrando en mi despacho en busca de la dichosa carpeta roja de Ulises…

Las increíbles manos de Ástor acarician el exterior de mis muslos y no detienen su andanza al toparse con la tela de mi ves­tido, sino que la arrastran hacia arriba a la vez que entierra su nariz en mi pelo.

—Kei… —jadea suplicante—. Necesito que todo vuelva a ser como antes… Por favor…

Su petición me ablanda y arqueo la espalda dándole acceso a mi intimidad. Al percibirlo, suspira enardecido.

Me aprisiona desde atrás contra la encimera del cuarto de baño hasta el que me ha seguido y gimo bajito cuando me separa las piernas sin delicadeza. Sus manos recorren mis ingles con devoción hasta llegar a mi centro.

Mentiría si dijera que no me gusta sentir su necesidad de poseerme y terminar follando en los lugares más insospechados, como si fuera su amante en vez de su prometida.

—Dios, Keira… —gime impaciente, desabrochándose el pantalón.

La anticipación me tensa al imaginar cada centímetro de su piel abriéndose paso en la mía con estocadas firmes y profundas.

Podría tomarme esta licencia…, este pequeño instante de placer y disfrutarlo un poco, porque en cuanto volvamos a la fiesta el enemigo seguirá acechándonos.

Brindará con nosotros, bromearemos juntos y tendré que dibujar una sonrisa falsa en mi cara para que nadie sospeche nada, Ástor el que menos…

El susodicho toma mi boca con avaricia haciendo que la imagen del innombrable se difumine en mi mente. Hacía muchos días que no nos dábamos un morreo en condiciones, y me regocijo al máximo. Es evidente que el alcohol ha conseguido que nos saltemos el clásico protocolo tras una pelea, porque la semana ha sido bastante fría entre nosotros después de cierto mal trago con la prensa… Ya os contaré, no es momento de pensar en eso, es momento de…

Toc, toc, toc.

Unos golpes en la puerta nos interrumpen.

—Que esperen… —farfulla Ástor, molesto, sin intención de interrumpir lo que se proponía hacer.

Tengo el vestido por la cintura y él, el pantalón deslizado piernas abajo, estábamos a punto de «reconectar».

—¿Hay alguien aquí? —pregunta una voz masculina.

Ástor y yo nos miramos y guardamos silencio.

—Disculpe, pero la casa está siendo evacuada. Le ruego que salga cuanto antes, por favor…

«¿“Evacuada”? ¿Por qué? ¿Qué ha pasado?».

Automáticamente, me preocupo. Hace media hora hemos visto a Saúl y le hemos preguntado dónde estaba su padre, pero no lo sabía.

—Hace rato que no lo veo —nos ha asegurado—. Igual ha hecho una bomba de humo y se ha ido ya a la cama. Por mucho que diga, cumplir sesenta y cuatro le ha sentado fatal… Iré a buscarlo.

El malhumor de Saúl no nos ha pasado desapercibido, y estoy segura de que el motivo ha sido la desaparición de Charly y Yasmín un rato antes.

Que Charly se encaprichara de mi compañera no fue una sorpresa para mí. Ya sabía que le gustaban los policías, especialmente los que investigan casos en los que él es sospechoso.

Me recoloco el vestido en su sitio con garbo y Ástor se viste para salir. Hay un empleado por el pasillo que sigue comprobando las estancias, y al notar su tensión me azota un mal presentimiento.

—Vayan saliendo, por favor… —nos repite nervioso.

—¿Por qué? ¿Qué ha ocurrido? —pregunto interesada.

—Lo siento, señorita, no estoy autorizado para dar explicaciones. Solamente tengo órdenes de que todo el mundo abandone la casa.

—¿Dónde está el anfitrión?

—Eh… Indispuesto. Han llamado a una ambulancia. Y a la Policía.

—Yo soy policía. ¿Dónde está? —le exijo con firmeza.

El hombre me observa de arriba abajo dudando de mi palabra por culpa de mi atuendo y del pintalabios que sin duda llevaré corrido, porque acababa de retocármelo cuando Ástor me ha sorprendido en el cuarto de baño.

Al ver que no contesta, me doy la vuelta y me dispo

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