Bailando con la muerte

Roy Barreras

Fragmento

Bailando con la Muerte

Derrotar a la muerte o bailar con ella

¿Se puede derrotar a la muerte? La primera respuesta es obvia: ¡No! Estamos todos condenados. Nadie escapa a esa inevitable desaparición. Nadie sale vivo de esta vida.

Pero esa es apenas la primera respuesta. Hay otras respuestas y mejores que la elemental, que solo produce pesimismo, frustración y derrota. Hay otras maneras de afrontar la muerte. Afrontarla es también confrontarla. Cuestionarla. ¿Quién eres?, ¿qué eres? ¿Eres más que yo? ¿Existes antes o después de mi desaparición?, ¿o dependes de mí para existir?

Derrotar a la muerte es una pretensión arrogante, pero no imposible. Para empezar, miles de personas que reciben la fatal sentencia de un diagnóstico grave logran superar la enfermedad y por tanto triunfan sobre esa condena mortal. Depende de la actitud. De prepararse para el combate, de amar la vida y luchar por ella. De tener un propósito. Pero no solo me refiero a esa derrota parcial de la muerte, a ese aplazamiento que es deseable y posible. Apenas una batalla ganada porque un día igual llegará el día de la despedida. También me refiero a derrotarla del todo. Absolutamente. Derrotar a un enemigo, a un miedo, a un temor es desaparecerlo, que el miedo desaparezca de tu vida. Que el enemigo no exista más. Es posible no temerle a la muerte. Yo no le temo a la muerte. ¿Es tu muerte tu enemiga? ¿A qué le temes, si no vas a conocerla nunca? Tú y ella jamás coincidirán. Tu muerte la conocerán los que se quedan, los que la “vivirán”, y lo único que vivirán será tu ausencia y no sabrán adónde fuiste. Nadie lo sabe. Nadie puede asegurar que irás a otra parte más allá del crematorio de tus despojos, pero tampoco nadie puede asegurar que no trascenderás, que no te transformarás en otra dimensión.

Por eso prefiero llamar a ese último día “la despedida”. Quiero llamarla así, “la despedida”. Y entonces pregunto: ¿Qué es una despedida? ¿Quién se queda? ¿Quién se va? ¿Quiénes notarán la ausencia? ¡Tú no! Tú no estarás ahí para lamentarte. Tú habrás viajado. Estarás en otra parte o no estarás en ninguna y en cualquier caso no sufrirás. Despojar a la muerte de sufrimiento también es derrotarla.

La muerte es un problema de los que se quedan. Tu muerte es un problema de los demás. En cambio, tu vida es un asunto tuyo, así que ¡vive tu vida! Para quienes hacemos parte de ese ejército de millones de esperanzados que avanzamos con la bendición de la fe como escudo protector, es imposible temer a la muerte porque sabemos que hay vida más allá de esta vida; pero a los agnósticos, a quienes respeto, los invito a escuchar a Epicuro de Samos, que nos enseñó hace 2300 años:

La muerte es algo que no debemos temer, porque mientras somos, la muerte no es, y cuando la muerte es, nosotros no somos1.

Te despides cuando viajas. Los demás se quedan. No hay muerte, hay despedida. Puedes decir adiós o hasta luego, pero tu viaje continúa. La vida misma no es más que un viaje que puede ser maravilloso o puede resultar un desastre según lo administres, según lo planees, según lo decidas, según lo asumas. “Esto es lo que hay”, decía un viejo aviso de neón en un bar, arma tu viaje con eso. Y consigue nuevas cosas, búscalas, constrúyelas, aprópiate de tu vida. En este viaje de la vida conoces personas. Ríes, lloras, sueñas, bebes, muerdes, comes o tragas, penetras, te penetran, el cuerpo y la mente, otros y otras, hablas, dialogas, escuchas; oyes músicas, pájaros, silencios, los amaneceres son gratis, puedes estirarte en las mañanas, caminar, correr, tirarte sobre el prado, sobre la arena, sobre el agua, sobre el cuerpo de otro, puedes ver, sin ver, observar con emoción o interés, puedes desperdiciar tus miradas pero también imaginar lo que no existe, puedes crear incluso mundos fantásticos, personajes, sueños, símbolos, puedes hacer planes futuros, convertir ideas en proyectos y proyectos en realidades, puedes caer y levantarte, puedes siempre volver a empezar, puedes invitar a otros a tu viaje por la vida, o viajar solo, puedes guiar o ser conducido, puedes tomar de la mano. Cada color, cada olor, cada sabor puede ser nuevo o puede ser el último y por tanto puedes disfrutarlo o tragarte la vida sin saborearla.

Este no es un ensayo sobre la vida sino sobre la muerte, así que no voy a detenerme en el debate sobre otros placeres y otros sufrimientos. Los pesimistas y amargados, los lastimados y ofendidos, los golpeados y excluidos, los victimizados y atropellados por otros poderosos indolentes e injustos, por abusadores dentro de su casa o afuera en todas partes, los humillados por esos dominadores abusivos, dirán atrincherados en válidas razones que la vida no es un viaje maravilloso sino una mierda insoportable llena de problemas y angustias, carencias e injusticias. Y pueden quedarse el resto de la vida en esa trinchera, en ese hueco amargo, o salir a buscar la luz, a cambiarlo todo. Todos tenemos problemas. Muchos sufren muchísimo más que la mayoría, sin embargo el sol sale para todos y casi siempre olvidamos que en este día, si eres parte de la inmensa mayoría, de los que somos cualquiera, también tienes privilegios que te dio la vida y que otros no tienen, puedes salir a caminar, ver, oler, oír, beber agua fresca, probablemente saborear algún alimento preferido, abrazar a los hijos, sonreír, rebelarte y revelarte como eres, como puedes llegar a ser. Como te mereces ser. Lo lamento por aquellos que prefieren quejarse y dejan pasar la vida. Que se la tragan sin saborearla. Que dejan pasar cada día sin disfrutarlo, cuando hay que gozarse cada día apasionadamente como si fuera el último, como si disfrutaras de un espectáculo único al que tuviste el privilegio de ser invitado y que quizá nunca vuelvas a ver. Los invito a mi baile. Bailo con la vida y ahora bailo con la muerte. Y al son que me toquen… ¡bailo!

Bailar con ella es derrotarla. Es llevarla a tu ritmo. Es no temerle. Como a la chica de la fiesta adolescente a la que tenías que sacar a bailar, pero no la conocías. Atrévete. Sácala a bailar. Seduce a la pelona, a la flaca, si te tocó bailar con la más fea, la huesuda, la calaca, convéncela de que se vean más tarde… y luego déjala sentada, déjala y sigue de largo, sigue bailando, sigue tu vida. Que no te distraiga. Ella tendrá que esperar. Estás ocupado disfrutando tu vida.

1 Epicuro (341-270 a. C.). “Carta a Meneceo”. Textos de los grandes filósofos. Edad Antigua, Barcelona, Editorial Herder, 1982, pp. 95-96.

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