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Si es tóxico no es amor

Eva Gutiérrez Campo

Fragmento

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PRESENTACIÓN

¡Hola! Soy Eva y durante ocho años de mi vida he estado atrapada en una relación de pareja tóxica. Vaya presentación, ¿eh? Dura, sí, pero es la verdad. Y este es uno de los motivos por los que he escrito este libro que tienes en tus manos.

Digo que estuve atrapada ocho años porque, aunque la relación duró algo menos de cinco, una vez rota yo seguía aferrada a ella. Ya no estábamos juntos, pero mi cabeza seguía dentro. Enganchada. Te pongo en antecedentes: cuando conocí al que fue mi pareja me pareció la persona perfecta, atento, educado, alguien normal. Al principio nos veíamos un rato después del trabajo. Yo entonces trabajaba en una empresa como contable. Salíamos, íbamos a tomar algo, pasábamos algún fin de semana juntos… Lo habitual de dos personas que se están conociendo. Con el tiempo nos fuimos a vivir juntos. Al principio tuvimos algunos roces, lo normal dentro de una pareja que empieza a convivir y necesita tiempo para acoplarse el uno al otro. Al menos eso pensaba yo.

Pero poco a poco los roces comenzaron a ir subiendo de intensidad. Y llegaron las primeras discusiones. Al principio por cosas muy pequeñas del día a día. Yo las disculpaba pensando que eran tonterías, que éramos dos personas diferentes que a veces chocábamos.

Pero la verdad es que mi malestar iba creciendo. Por suerte tenía un grupo de amigas estupendo con las que salía y me desahogaba con ellas.

Sin embargo, a medida que avanzaba la relación mi pareja comenzó a protestar cuando yo quedaba con ellas: «¿Para qué quedas con ellas? Pero si siempre hablan de tonterías». A mí me fastidiaba no verlas y las echaba de menos, aunque aceptaba que si a él no le gustaban, yo podía hacer un esfuerzo y evitar quedar con ellas.

Y poco a poco y sin apenas darme cuenta, dejé de ser yo misma al intentar no hacer cosas que pudieran disgustarle. Llegó un momento en el que temía llegar a casa del trabajo porque no sabía qué me iba a encontrar. Dejé de lado a mis amistades con tal de que él no protestara. No abría la boca ni daba mi opinión por si se liaba. No usaba la tarjeta de crédito por si lo que compraba no era un gasto que a él le pareciera correcto. Iba de casa al trabajo y del trabajo a casa porque si tardaba demasiado, se inventaba que yo había estado con Fulanito o Menganito y se iniciaría una discusión sin sentido que terminaría como siempre: teniéndome que justificar por algo que ni había pasado.

Y así, sin saber dónde me estaba metiendo, mi vida se convirtió en una auténtica pesadilla. Mi expareja jamás me pegó. No me puso la mano encima. Nunca. Pero sí me maltrató de otras muchas maneras. Porque que durante una discusión te insulte, es maltrato; que deje de hablarte como modo de castigo, es maltrato; que te amenace, es maltrato; que desaparezca durante días y que de repente aparezca como si nada hubiese pasado, es maltrato; que te niegue lo que tú sabes que sí ha sucedido, es maltrato; que controle tu cuenta bancaria y te obligue a justificar tus gastos, es maltrato; que te impida mantener relaciones sociales, quedar con amigos o que te critique y te haga de menos en público, es maltrato; que le dé la vuelta a la realidad haciéndote a ti la culpable de todo lo malo, es maltrato. Y todo eso (y más) lo viví yo en primera persona.

Llegó un momento en el que mi sufrimiento era enorme y no paraba de darle vueltas a la cabeza. Tenía tantísima ansiedad que no podía concentrarme, lloraba desconsoladamente incluso en el trabajo. Recuerdo que me encerraba en el baño a llorar porque ya no podía más.

Mi vida se volvió insoportable, me sentía anulada, triste, vacía, sola… Estaba todo el tiempo alerta, invertía toda mi energía en que la relación «funcionase» y ya no sabía qué hacer para que todo fuera bien, aunque sabía que yo no era feliz y me estaba consumiendo por dentro.

Y a la vez me hacía mil preguntas: «¿Por qué me está pasando esto a mí?, ¿por qué me trata así?, ¿por qué soporto todo esto?». Yo sabía que mi relación no era sana, que me estaba haciendo daño, que no era feliz y que no me podía permitir seguir así. Pero, por paradójico que parezca, no era capaz de salir de allí.

Necesitaba ayuda. Y finalmente la busqué. Me costó muchísimo encontrar la adecuada, salté de profesional en profesional porque (y no quiero echar por tierra el trabajo de otros compañeros psicólogos) hay mucho desconocimiento aún sobre este tema. Porque sí, se sabe que violencia es que te den un tortazo. Pero… ¿qué pasa con toda esa violencia que es mucho más sibilina, que no es demostrable ante los demás, que no deja huellas físicas, que está oculta entre las cuatro paredes de una casa? ¿Acaso es menos violencia? ¿Acaso hace menos daño?

Salir de todo eso me costó muchísimo. Así que sé perfectamente por lo que estás pasando. Sin embargo, hoy puedo decir que con la ayuda profesional adecuada se puede superar esa situación. Yo soy el ejemplo y quiero que sepas que tú también podrás salir adelante.

Posteriormente me formé. Me matriculé en Psicología por varios motivos: el primero, porque necesitaba cerrar un círculo, entender al cien por cien por qué yo, que me consideraba una persona inteligente, con un buen trabajo, con ingresos estables, con un círculo social sano…, vamos, una persona «normal», había vivido aquel infierno. Y en segundo lugar, porque sabía que yo, con formación y con mi experiencia, podía ayudar a otras personas que han pasado o están pasando por lo mismo que yo.

Mi aprendizaje es que no soy tonta por lo que me pasó. No soy una persona débil por ello. Fui una víctima. Fui víctima, aunque nunca me pusiera la mano encima. Fui víctima cuando me hizo sentir tan pequeña que, a veces, pensaba que era una auténtica mierda insignificante a la que se podía pisar una y otra vez.

El momento en el que por fin tomé conciencia de lo que me estaba pasando y me puse manos a la obra para seguir adelante… tardó mucho en llegar, sí, pero fue liberador. Tanto que poco a poco dejé de sentirme como una víctima. Puedo sentirme vulnerable a veces, sí. Pero dejé de sentirme la víctima.

Tal vez te hayas sentido identificada con algo de mi experiencia. O tal vez en todo. Es precisamente de esta situación tan dura de donde nace mi profesión y es uno de los porqués de este libro. Por mi experiencia profesional, me he dado cuenta de que hay muchísimas personas que viven relaciones de pareja en las que hay maltrato y que no saben por qué les pasa lo que les pasa ni cómo salir de ellas.

Creo que no está de más puntualizar que muchas de las conductas que se describen en este libro deben ser denunciadas ante la ley. Pero más allá de la vía judicial, en estas páginas espero poder darte información y herramientas para que puedas entender qué es lo que está pasando en tu relación de pareja y dotarte de recursos para que puedas romper con el dolor que te está generando.

Quiero dejar claro que este libro no es una varita mágica que viene a solucionar todos tus problemas. Lo que verdaderamente pretendo es aportarte recursos útiles para que contrastes lo que te puede estar pasando, te hagas preguntas y, a partir de ahí, puedas tomar decisiones. Este libro está pensado para hacerte reflexionar y ayudarte, pero recuerda que esto no sustituye el proceso de psicoterapia. Yo te invito a que te replantees cosas, pero el acompañamiento y asesoramiento terapéutico se hace en el lugar adecuado de la mano de un profesional de la psicología especializado.

El libro se compone de cuatro partes. La primera es introductoria y tiene la intención de aclarar conceptos para que todos entendamos de qué estamos hablando cuando nos referimos a una relación tóxica, qué señales de alarma hemos de tener en cuenta y cuáles son los indicadores de maltrato dentro de la pareja. A continuación, en la segunda parte, veremos por qué una persona se mantiene en una relación tóxica a pesar de que sea consciente de que su relación la está destrozando. Esta primera mitad podríamos decir que es más teórica, pero está llena de ejemplos y de vivencias reales para que lo entiendas bien. La tercera parte es totalmente práctica. Te voy a dar las claves para que salgas de esta situación. Explicadas una a una y con ejercicios prácticos para que los vayas realizando y seas capaz de ir dando pasos hacia tu objetivo. Por último, la parte final del libro mezcla la teoría con la práctica. Se trata de un pequeño gran manual, una guía que he hecho con todo el cariño del mundo para que aprendas a construir relaciones sanas.

Lo he estructurado precisamente así, en estas cuatro partes, porque creo que el libro es un viaje desde lo tóxico a lo sano, de la oscuridad a la luz. Y terminar explicando cómo vivir tus relaciones de forma sana y consciente me parece que es como debe ser.

A medida que vayas leyendo, verás que el libro está lleno de ejemplos y ejercicios. Todos son casos reales que o me han pasado a mí o me han relatado pacientes con los que trabajo. Hablo mucho de mi experiencia personal porque es la que mejor conozco, y te mentiría si dijera que no me ha dado pudor contar algunas de las cosas íntimas que te relato, pero creo que abrirme en canal era lo justo. He cambiado los nombres, por supuesto, pero todo es verídico. Lo quiero dejar claro porque tal vez haya ejemplos que te parezcan irreales, de ciencia ficción. Pero no, todos y cada uno son situaciones que han sufrido personas reales, como tú y como yo.

En muchas explicaciones vas a darte cuenta de que voy muy al grano. No es nada nuevo, tanto en mi vida personal como en mi trabajo como psicóloga también me gusta llamar a las cosas por su nombre y ser directa. No sé si es un defecto o una virtud, pero yo soy así, no me gusta dar vueltas y vueltas sobre el mismo tema, creo que un libro debe ser útil y conciso. Espero haberlo logrado.

Para finalizar esta introducción, también quiero aclarar que las relaciones tóxicas no solo se dan en las parejas; pueden aparecer entre miembros de la misma familia, entre amigos, entre colegas de trabajo… En definitiva, en cualquier relación interpersonal. Sin embargo, por el tema que nos ocupa, me limitaré a hablar únicamente de relaciones tóxicas en el entorno de la pareja.

En estas páginas utilizo el femenino. Empecé utilizando el masculino genérico pero cuando lo leía no me sentía identificada. También pensé en poner «todos/as», pero me sonaba raro, como que la lectura perdía fluidez. Me decanté por el femenino porque es donde más cómoda me siento, la verdad. Pero quiero dejar claro que todo, absolutamente todo lo que explico, es aplicable a cualquier persona, independientemente de su identidad y expresión de género.

Es posible que haya partes que te duelan porque estás viviendo o has vivido lo que se explica en ellas. Entiendo tu dolor y te abrazo fuerte. Si en algún momento tienes que hacer un alto en el camino para respirar, para recuperarte, hazlo, escúchate y retómalo cuando puedas.

¿Estás preparada para este viaje de lo tóxico al amor de verdad? Con mucho cariño, nos ponemos manos a la obra. Comenzamos…

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PRIMERA PARTE

Radiografía

de las relaciones

tóxicas

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QUÉ ES UNA RELACIÓN TÓXICA

No te digo nada nuevo cuando afirmo que en los últimos años se ha popularizado el término «tóxico». Es una palabra fácil de entender, ya que la asociamos con algo que es dañino, perjudicial. Yo soy una firme defensora de su uso. Pero cuidado, porque esta popularización del término trae consigo, bajo mi punto de vista, varios problemas.

Por una parte, se tiende a considerar como «tóxica» a la persona en lugar de a su comportamiento. Se habla de parejas tóxicas, del ex o la ex tóxica, de hombre o mujer tóxica… Incluso he llegado a leer el término «persona venenosa». Mucho cuidado con esto, porque hay hombres, mujeres, madres, padres, parejas, exparejas… que tienen comportamientos tóxicos. Pero las personas tóxicas no existen, como tampoco existen las personas venenosas, por supuesto.

Hago hincapié en esto porque definir a alguien como «tóxico» no es ninguna tontería, ya que da a entender que es un rasgo propio de la persona, una característica inherente a ella y que, por tanto, no puede cambiar. Y si algo aprendo día a día en mi trabajo como psicóloga, créeme, es que todos, absolutamente todos, podemos cambiar.

Al atribuir la toxicidad a la persona lo que estamos haciendo es decir que es mala persona. Y, desde el punto de vista de la psicología, no existen las personas malas. Los psicólogos y los psiquiatras manejamos un manual para el diagnóstico de los trastornos de salud mental que se llama DSM, y «mala persona» no aparece. Básicamente porque no existe, así de fácil. A fin de cuentas, la psicología y la psiquiatría son ciencias, y ponerle a alguien esta etiqueta es, a priori, poco científico, ¿no te parece?

Pero dejando esto a un lado, ya que realmente no tiene tanta importancia, lo que sí es cierto es que utilizar el término «persona tóxica» es tentador, claro que sí. Porque los seres humanos estamos acostumbrados a poner etiquetas. De hecho, estas nos sirven para clasificar nuestra propia realidad, ya sean objetos, situaciones o personas. «Yo soy tal», «tú eres cual», «Marcelo es maravilloso», «María es egoísta». Estamos poniendo etiquetas. Y las etiquetas, como las de la ropa, nos marcan. Y pueden hacerlo para bien o para mal.

Este concepto no es nada nuevo. Desde que somos pequeños nos dicen cosas como: «Martita es una niña muy lista», «Jorge es buenísimo», «Leo es muy desobediente». Si Leo crece oyendo que es muy desobediente, acabará asumiendo que lo es. Será su sambenito, porque interiorizará la etiqueta «muy desobediente» como suya y, al final, se comporte como se comporte, ese calificativo le acabará acompañando, le marcará para siempre y le estigmatizará. Pues el mismo razonamiento se aplicaría a decir: «Fulanito es un tóxico».

Así que este es mi primer aviso antes de entrar en materia: cuidado con las etiquetas, porque muchas veces acaban dirigiendo nuestra vida.

Por otro lado, utilizar el término «tóxico» sin definir exactamente de lo que estamos hablando puede llevar a considerar como tales comportamientos o situaciones dentro de la relación de pareja que realmente no lo son. Por ejemplo, ¿discutir es tóxico? La respuesta es un no rotundo. Las discusiones son totalmente normales teniendo en cuenta que una pareja está formada por dos individuos con puntos de vista diferentes y, por tanto, son necesarias para llegar a acuerdos. Por ello, no aclarar exactamente lo que es un comportamiento tóxico puede llegar a poner una exigencia irreal de cómo deseamos que sea nuestra relación de pareja y que consideremos, por ejemplo, que no podemos tener diferentes puntos de vista, ni discusiones, ni debemos enfadarnos cuando en realidad estas situaciones son totalmente normales e incluso deseables. Recordamos que la palabra «tóxico» no es un término científico, por lo que debemos tener cuidado con cómo utilizarla. No hay estudios científicos sobre toxicidad, pero sí sobre comportamientos.

Una cosa es que una persona se comporte de forma dañina y otra muy distinta es que sea una persona tóxica.

Y, en último lugar, cuidado con denominar «tóxico» a cualquier comportamiento de nuestra pareja que no es el que esperamos o deseamos. Todos, en algún momento, hemos tenido, tenemos y tendremos comportamientos tóxicos. O ¿acaso en todas las situaciones de tu vida actúas de forma generosa y altruista?, ¿siempre actúas con empatía cuando discutes? Piénsalo.

A veces me da la sensación de que cada vez toleramos menos que las personas nos equivoquemos, digamos algo poco acertado, discutamos… Así que vaya por delante el tener en cuenta que somos humanos, que no actuamos como robots automatizados que siempre saben qué es lo que van a hacer. Las personas cambiamos de opinión, metemos la pata… y es normal. Decía Goethe que el único hombre que no se equivoca es el que no hace nada. Pues eso.

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LA REALIDAD DE UNA RELACIÓN TÓXICA

Aclarados estos conceptos de base, creo que lo más adecuado es que empecemos por el principio, por definir qué es una relación tóxica. Por una parte, una relación es la unión, el vínculo, que se establece entre personas. Y tóxico es algo que es nocivo, dañino.

Por lo tanto, una relación tóxica es un vínculo entre personas que genera daño. Parece muy claro y fácil de entender, pero verás que no lo es tanto.

Las relaciones tóxicas no empiezan siendo tóxicas. Esa es la verdad. Porque piénsalo: si a la primera de cambio tú notases que estás iniciando una relación que te va a hacer daño, seguro que saldrías corriendo. ¿Quién no lo haría? Es inimaginable formar un vínculo con alguien que solo te hace daño.

La realidad es mucho más compleja. Porque las relaciones tóxicas al principio parecen normales, pero van volviéndose dañinas poco a poco y en ellas se van alternando conductas tóxicas con conductas no tóxicas.

En las relaciones tóxicas existen cuatro etapas que se van repitiendo de forma cíclica:

1. Etapa de enamoramiento o luna de miel

Coincide con el inicio de la relación, en el que ves que tu pareja está interesada en ti, que es atenta y se comporta como todos y todas hemos aprendido que lo hace una persona que está conociendo a alguien especial: implicándose con el otro. De hecho, la mayoría de las personas que hemos sufrido una relación tóxica hemos afirmado que: «Al principio era una persona maravillosa que me trataba bien, no era como ahora». ¿Te suena? Porque es un clásico.

De entrada piensas que la persona con la que estás puede llegar a ser el amor de tu vida, el definitivo, por fin. Por eso si tu pareja tiene algún comportamiento que te descuadra, tú lo interpretarás como una manifestación de amor exagerado o como una conducta «rara» puntual. Esto es porque en esta etapa de enamoramiento estás construyendo una imagen totalmente positiva de tu pareja con la información que te va mostrando.

Es verdad que en los inicios de una relación tóxica se pueden detectar algunos comportamientos dañinos pero muy sutiles, por lo que son difíciles de reconocer y de interpretar como lo que realmente son: potenciales signos de alarma. Esto es lo que yo llamo banderas naranjas, señales de que la persona con la que estamos empezando a construir un vínculo tal vez no nos pueda ofrecer una relación sana cuando la cosa avance, por lo que nos están indicando que pisemos el freno para aminorar la marcha y darnos tiempo para abrir bien los ojos. Solo así podremos comprobar si los comportamientos, las palabras y las actitudes de la persona que estamos conociendo cuadran con la relación que queremos tener.

Muchas veces no es fácil detectar las banderas naranjas porque en esta etapa estáis conociéndoos y, como hacemos todos, mostráis el uno al otro vuestro lado más positivo, por lo que tenderás a justificar las banderas naranjas que detectes («Se le ha ido la pinza, en realidad no quería decir o hacer eso»).

Además, normalmente tu pareja, tras llevar a cabo un comportamiento digno de bandera naranja, se mostrará afectuosa o se justificará para demostrarte que le importas. No olvides que estos signos de alarma los está ejecutando una persona que te gusta y con la que estás empezando a mantener un vínculo afectivo.

2. Etapa de acumulación de tensión

En esta etapa las banderas naranjas comienzan a hacerse más habituales y poco a poco pasan a convertirse en rojas: empiezas a sentir que tenéis discusiones por bobadas, nunca acabáis de solucionar los problemas o comienzas a sentir que no eres su prioridad. Todos estos comportamientos te descuadran, pero no les das mucha importancia porque lo justificas de forma racional, pensando que tiene mucho estrés por el trabajo, por los exámenes o por cualquier otra cosa.

Pero poco a poco los desacuerdos y los conflictos en la pareja van en aumento. Comienzan los reproches y discusiones, que van subiendo de intensidad, las malas caras, voces que aumentan de volumen… El caso de Marta es un ejemplo claro de banderas naranjas que se convierten en rojas:

Habíamos quedado en su casa para cenar y como a mí me pillaba de camino pasar por el supermercado, quedé en que me encargaba yo de comprar unos tomates para la ensalada. Salí tarde de la oficina, estaba cansadísima y deseando llegar a casa… Y olvidé pasar por el súper.

Al llegar, no te imaginas la que me montó porque no había llevado los tomates: que si no se me puede mandar hacer nada porque «eres una inútil», que si «ya es la segunda vez que te olvidas de traer algo que te he pedido, tú de qué vas…».

Terminé pidiendo disculpas por haberme olvidado de hacer la compra y ya la cena se estropeó porque estuvo enfadado conmigo toda la noche. Y ¡por unos tomates, que ni siquiera le gustaban!

Marta tuvo un despiste y su pareja se enfadó de manera desproporcional por algo tan tonto como olvidarse de comprar unos tomates. ¿Se puede hacer una ensalada sin ellos? Pues claro que sí. ¿Tan grave fue que a Marta se le olvidara comprarlos? No, fue un despiste sin importancia. Pero fíjate que ella terminó pidiendo perdón por un olvido que nos puede pasar a cualquiera. Y aun disculpándose, su pareja estuvo enfadado toda la noche. Marta pasó por alto una bandera roja muy evidente.

La realidad es que cuando estas banderas rojas empiezan a aparecer, tú lo único que quieres es que tu relación vuelva a ser como al principio, así que intentas calmar la situación haciendo lo necesario para complacer a tu pareja, tratando de tranquilizarla o, al menos, de que no se altere más. Eso es precisamente lo que hizo Marta al pedir disculpas por haber olvidado comprar los tomates.

Y poco a poco irás modificando tu comportamiento para que tu pareja se calme, intentarás no responder a sus actos hostiles y pondrás en marcha distintas técnicas para reducir sus cabreos como darle la razón, intentar no cometer ningún fallo, no hablar de cosas en las que podéis estar en desacuerdo para que no se altere… Muchas de estas veces puedes tener éxito, por lo que se va instaurando en ti la idea de que puedes ayudar a que tu pareja controle su ira (la realidad, como veremos más adelante, es que esto no es así).

Esta etapa de acumulación de tensión no tiene una duración determinada. Puede durar días, meses o incluso años. Pero, dure mucho o poco tiempo, termina en la etapa que viene a continuación.

3. Etapa de explosión

La tensión entre vosotros se va acumulando y poco a poco sigue aumentando hasta que la relación se convierte en un auténtico campo de batalla: discusiones interminables que finalizan siempre igual, faltas de respeto, gritos, comentarios hirientes e insultos, humillaciones, actitudes agresivas e incluso golpes. Y tu autoestima, que ya había comenzado a deteriorarse, sigue bajando hasta quedar enterrada en el subsuelo.

Y es que en esta etapa la toxicidad de la relación llega a su punto álgido y aparece la violencia, que puede ser verbal, psicológica e incluso física en los casos más extremos.

Generalmente, al principio de esta fase las conductas violentas suelen ser psicológicas y las agresiones verbales y los insultos son muy habituales. Sin embargo, poco a poco estas se irán recrudeciendo a medida que las agresiones vayan siendo cada vez más graves y frecuentes.

En esta etapa en la que la tensión entre vosotros ya se puede cortar con un cuchillo, vives en un estado de ansiedad constante. Tu sufrimiento va en aumento hasta que llega un momento en el que te preguntas qué carajo haces con esa persona, cómo te has permitido llegar hasta aquí y te dices que tienes que salir ya de esa relación o vas a acabar mal.

«Joder, ya estás otra vez igual que siempre. ¿Me quejo yo acaso de todas las bobadas que haces cuando quedas con tus amigas? Bueno, eso por decir algo, porque ya sabemos lo que son, que te piensas que son muy amigas y ya verás cómo te la clavan por la espalda. Tiempo al tiempo, ya vendrás llorando. ¿Sabes lo que te pasa? Que eres una puta egoísta y prefieres quedar con ellas antes que estar conmigo. Porque no te creas que no sé lo que hacéis cuando os juntáis todas, que lo único que sabéis hacer es zorrear. Sí, sí, no me mires con esa cara de gilipollas, que sabes perfectamente de lo que estoy hablando. O ¿es que crees que no sé que me ponéis verde entre todas? Te piensas que no me entero, que soy idiota, pero aquí la única idiota eres tú. ¡Te crees mejor que nadie y en realidad no tienes ni puta idea de nada! Me piro, me voy de aquí porque si no la voy a liar y luego encima te haces la víctima… Y no llores, joder, ¡que no se te puede decir nada!».

4. Etapa de reconciliación

Tu pareja ha descargado su enfado sobre ti y ahora se sentirá más aliviada. Pero sabe que tú estás hecha polvo y que es probable que su actitud haya despertado en ti la intención de dejar la relación. Así que se mostrará ante ti como una persona arrepentida, te pedirá perdón y prometerá que va a cambiar.

Tú has aguantado lo inaguantable, estás fatal, harta, con la autoestima pisoteada y hasta las narices de una vida que no quieres vivir. Así que te mantienes firme y le dejas claro que no vas a tolerar más faltas de respeto, que no vas a aguantar reproches, insultos, gritos ni más humillaciones. Le pondrás los puntos sobre las íes.

Y tu pareja te dirá que tienes razón, realmente se ha equivocado, se mostrará amable, comprensiva e incluso se responsabilizará de su comportamiento. Te dirá que te entiende, que tienes todo el derecho del mundo a romper la relación porque se ha portado fatal, pero que estaría perdiendo a la persona de su vida. «No volverá a pasar, te lo prometo».

«Jo, es que tienes razón, se me ha ido la cabeza. Si te he dicho cosas fuertes, lo siento. Ni me acuerdo de lo que te he dicho, de verdad. Ya sabes cómo soy, tengo mala leche pero al momento se me pasa. Yo soy así, tía. Si ya lo sabes, tú me conoces mejor que nadie. Me rayo y se me va la pinza, tengo que aprender a no cagarla tanto. Ya sabes que tú para mí eres lo más importante… Está claro que no soy perfecto. Te quiero. Venga, ven aquí… No voy a volver a montarla…».

Y todo este arrepentimiento que muestra tu pareja va a hacer que tú…

Sientas un alivio enorme tras lo mal que lo has pasado en la etapa de agresión.

Pienses que lo sucedido es un hecho puntual que no va a volver a repetirse.

Vuelvas a ver a tu pareja como la persona que te ama. Se ha equivocado, sí, pero… ¿quién no mete la pata?

En resumidas cuentas, crees a tu pareja. ¿Cómo no vas a hacerlo si te pide disculpas y te promete que no sucederá otra vez? ¿Cómo no vas a confiar en la persona a la que quieres? Así que, al menos al principio de la relación, piensas que no volverá a ocurrir. Además, podrá cambiar ese comportamiento porque tú vas a estar ahí a su lado, sois un equipo.

Y aquí estoy yo para decirte que la realidad es otra bien distinta, porque todas las fases que te he explicado se van a ir repitiendo una y otra vez. Precisamente por eso se dice que las relaciones tóxicas son cíclicas.

La cruda realidad es que, con el tiempo, tu pareja pasará antes de la etapa de acumulación de tensión a la de explosión. Y las conductas violentas serán cada vez más graves y frecuentes. Además, empezará a pasar menos tiempo en la primera etapa, la de enamoramiento o luna de miel, cuando vuestra relación marcha viento en popa, y estaréis la mayor parte del tiempo entre las etapas de acumulación de tensión y de explosión.

Antes de seguir, quiero dejarte claro que este ciclo de una relación tóxica es muy adictivo para la persona que emite los comportamientos dañinos, porque cada vez que lleva a cabo una conducta violenta contra ti se siente bien al percibir que tiene el control sobre la relación y sobre ti, por lo que repetirá de nuevo la misma conducta para volver a sentir esa sensación agradable.

Esta sensación positiva se llama refuerzo positivo: al sentirse bien cuando emite ese comportamiento es más probable que vuelva a hacerlo porque interioriza que cada vez que se comporte de esa manera, se sentirá bien. Es como cuando en la escuela aprobabas un examen y tu madre te felicitaba, te daba la enhorabuena y te comía a besos. Ella te reforzaba positivamente, tú te motivabas para volver a aprobar el próximo examen y así conseguir de nuevo la atención y los besos de tu madre. Pues lo mismo pasa con tu pareja. Volverá a emitir una y otra vez esos comportamientos violentos sobre ti para experimentar otra vez ese bienestar que le produce tener el control.

Además, tu pareja va a ir interiorizando que puede manejar sus problemas a través de ti y quedarse tan a gusto. «Si es que me pones de mala leche, estoy de mal humor por tu culpa». Al transmitirte este tipo de mensajes, lo que hace es manejar su propia frustración culpabilizándote. Tras soltarte este comentario, se sentirá aliviada y aprenderá que la próxima vez que esté de mal humor, la manera de sentirse bien es hacerte responsable a ti. Una vez más, esta conducta se convierte en un refuerzo positivo, por lo que cada vez será más probable que vuelva a caer en ella.

Obviamente, su mal humor no se va a transformar en buen humor porque te culpe, por lo que su frustración irá en aumento y seguirá culpabilizándote más y más «por estar siempre de mala leche», buscando su refuerzo positivo en esa sensación de control que siente al tratarte mal.

Ojo, porque además es un ciclo que va a ir empeorando: una vez que tu pareja lleve a cabo conductas violentas «light» (entiéndeme, no existen conductas violentas menos importantes que otras, solo se trata d

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