NOTA DEL AUTOR
Como señalé en la introducción de este libro, por fortuna no todos los psicópatas son despiadados asesinos. Pero ¿qué pasaría si lo fueran?
Libros, películas y series insisten en representarlos como sujetos inteligentes, atractivos y carismáticos o bien como bestias descontroladas que echan espuma por la boca. La realidad es que, por lo general, son individuos que no destacan en lo absoluto, tienen empleos ordinarios y un CI dentro de la media. Eso es, justamente, lo que los hace tan peligrosos y aterradores.
Quizás los caricaturizamos para desarrollar una falsa sensación de control, pensando que podríamos identificarlos con solo verlos caminando por la calle. A lo mejor todas estas etiquetas responden a un esfuerzo inconsciente por mantenerlos lo más alejados posible de la imagen que tenemos de nosotros mismos.
Calificarlos de monstruos o animales a nivel social resulta cómodo y conveniente, pero es el comportamiento puramente humano, en ese punto tan abyecto, el que horroriza a las masas y fascina a los medios de comunicación más amarillistas.
En Chile, se ha dado el apelativo de «chacal» a ciertos asesinos que han causado un gran impacto mediático e indignación a nivel nacional. Los casos de los Chacales de Nahueltoro, Hualañé o Purén son solo algunos ejemplos.
Lo cierto es que el chacal es un cánido carroñero que habita en África, Asia y el sudeste de Europa, y que está bastante lejos de ser tan peligroso y nefasto como los criminales que se acaban de nombrar.
Las siguientes historias son reales, protagonizadas por individuos que eran conscientes de sus actos y del enorme daño que causaban a sus víctimas. Podemos llamarlos monstruos, vampiros, hombres lobo, chacales o psicópatas, pero siguen siendo seres humanos, al fin y al cabo.
Y eso es lo más aterrador.
FRANCISCO VARELA PÉREZ
EL MONSTRUO DE CARRASCAL
Resulta difícil determinar el origen de la leyenda del Hombre de la bolsa, también llamado Viejo del saco, aunque existen representaciones de este personaje que datan de principios del siglo XVI, tanto en Europa como en América Latina.
Utilizado como un discutible incentivo para que los menores de edad obedecieran a sus padres y regresaran a casa a una hora prudente, El Viejo del saco recorrería las calles en busca de niños para meterlos en su bolsa y llevárselos con rumbo desconocido.
Al igual que muchas otras historias relacionadas con brujas, ogros, vampiros y hombres lobo, esta leyenda no se basaba en ningún hecho en particular, pero coincidía con el modus operandi de varios infanticidas y pederastas de la época, por lo que la preocupación y el miedo que infundía en las familias con niños era real.
A mediados de los cincuenta, esta macabra figura se popularizaría en Chile, a raíz de un horrendo crimen que conmocionó a todo el país. La mañana del 16 de abril de 1954, el cadáver semidesnudo de un niño fue encontrado al interior de una habitación abandonada, sin techo y a medio construir, ubicada en el sitio 50 de la Calle Siete, en Quinta Normal.
Las primeras pericias determinaron que el pequeño había fallecido ocho o diez horas antes de ser encontrado. Presentaba heridas superficiales en el cuello, las que habrían sido producidas por una enorme mano izquierda con uñas largas y sucias. También se confirmó que mostraba claros signos de violación, incluyendo fluido seminal y vellos púbicos, algunos de los cuales eran canos y delataban el actuar de un hombre de edad avanzada.
Los detectives notaron que, justo detrás del cuerpo, había huellas de la punta de un par de zapatos. Tras calcular la distancia entre las marcas en el piso y la víctima, se estimó que el agresor debía medir más de un metro ochenta. La autopsia estableció que la muerte se produjo por sofocación, posiblemente cuando el asesino abusaba de él y le presionaba la cabeza contra el piso.
Los medios de comunicación de la época se hicieron eco del brutal crimen, difundiendo todos los macabros detalles y un retrato del menor, pues nadie había denunciado su desaparición y su identidad seguía siendo un misterio. El impacto en la ciudadanía fue enorme, pues pocas veces se daban a conocer casos de esta naturaleza. La prensa chilena lo apodaría, en primera instancia, como el Vampiro Negro o el Chacal de Carrascal.
Tres días después de que la noticia apareció en todas las portadas de los periódicos nacionales, la víctima sería identificada como Luis Gastón Vergara Garrido, de seis años.
Según informaron los medios de la época, la noche del 15 de abril el pequeño fue testigo de cómo su padrastro golpeaba a su madre después de llegar borracho a casa. Asustado, el niño salió a la calle a pedir ayuda, pero no volvería a ser visto con vida.
De hecho, quien acudió a identificar su cadáver al Instituto Médico Legal no fue su madre ni su padrastro, sino un hombre llamado Mario Soto Vidal, de veintiocho años, quien recogió al niño mientras este dormía afuera de un cine, desamparado. Vidal lo tuvo en su casa por dos semanas, donde vivía junto a su madre.
El contexto del pequeño Luis no era demasiado distinto al de otros chicos que vivían en la periferia de Santiago durante la década de los cincuenta. Por aquel entonces, era común ver niños y adolescentes deambulando solos por las calles. Muchos de ellos no estaban escolarizados y provenían de familias disfuncionales sumidas en la extrema pobreza.
Los investigadores creían que el asesino de Luis Vergara debía ser un hombre de unos cincuenta años, alto, fuerte, hábil con la mano izquierda y con mala higiene. Las sospechas se centraron en los cientos de vagabundos que frecuentaban la calle Carrascal de Quinta Normal, y más de cuarenta sospechosos fueron detenidos e interrogados.
A los pocos días, un chico de diecisiete años identificado como José Aguilera, realizó una inquietante denuncia en la comisaría de Santiago. La tarde del 19 de abril, mientras caminaba por las calles Meza Bell con Los Sauces, fue sorprendido por un enorme sujeto que, sin previo aviso, le dio un fuerte puñetazo en el estómago, lo arrastró hasta una acequia e intentó ahogarlo metiéndole la cabeza en el agua. El muchacho afirmó que sobrevivió gracias a que un par de vecinos del sector, alertados por sus gritos, acudieron a socorrerlo. El atacante, sin embargo, consiguió darse a la fuga. Durante la declaración, aseguró que el hombre también había intentado quitarle los pantalones para violarlo.
El chico describió al agresor como un sujeto de unos cincuenta años, alto, fuerte y que vestía ropa andrajosa. Pero quizá lo más llamativo de todo era que solo utilizó su mano izquierda durante el ataque.
La policía se movilizó al lugar de los hechos, arrestando en las cercanías a un hombre identificado como Francisco Varela Pérez, de cincuenta y dos años, quien se encontraba borracho. Las características físicas del detenido de inmediato llamaron la atención de los investigadores. Varela no podía mover su brazo derecho, pues sufría de anquilosis ósea, pero era de complexión fuerte. Medía un metro ochenta y seis de estatura y pesaba más de noventa kilos. Pasaba gran parte del tiempo alcoholizado y vagabundeando por Carrascal, tenía mala higiene, las uñas sucias y largas. Todo esto no solo lo transformó en el principal sospechoso de haber atacado al menor José Aguilera, sino también de ser el asesino de Luis Vergara.
Durante los primeros interrogatorios Varela negó cualquier participación en los crímenes, aunque la víctima sobreviviente lo reconoció como su agresor. Tras ser trasladado a la Brigada de Homicidios y acorralado por las pruebas, no tuvo más alternativa que confesar.
Varela reconoció haber asesinado a Luis Vergara y afirmó que a lo largo de toda su vida había violado a docenas de niños en condición de calle y también a unas cuantas mujeres en distintas ciudades del país. De hecho, llegó a asegurar que abusaba de menores de edad una o dos veces al mes, sobre todo cuando se encontraba ebrio.
