Charras

Hernán Lara Zavala

Fragmento

I. El cuñado

I. EL CUÑADO

Lunes 4 de febrero, 1974

14:05 Aquel hombre que viene por el pasillo es Juan Nicolín; trabaja aquí, en la Secretaría de Hacienda de la ciudad de Mérida, en el área de auditorías externas. Nicolín es un hombre amistoso y cumplido en su trabajo. Es risueño, conversador y tolerante. Está casado y tiene dos hijos. Ahora no sospecha ni remotamente que dentro de diez años tendrá otro, de su mismo matrimonio. Su esposa se llama Beatriz —Beti— y es la hermana mayor de Charras. Nicolín ha terminado con sus labores matutinas: investiga a una empresa ferretera que, aunque lleva sus libros en orden, parece tener alguna pequeña irregularidad. Él no viste de traje sino con una guayabera blanca muy limpia y almidonada. Su cabello, abundante, está peinado hacia atrás. Un bigotillo cubre su labio superior y le da un efecto amistoso a su sonrisa. Se mantuvo en su escritorio toda la mañana para no perder la concentración ni un instante. Se siente satisfecho de su trabajo. Baja por la escalera, rumbo a la calle.

El sol del mediodía le da en los ojos con toda intensidad y lo hace estornudar una, dos veces. Qué alivio. Camina hacia el estacionamiento donde tiene el coche. Escucha su nombre.

—¡Juan, Juan! Espérame.

Es Julio, uno de sus compañeros de la gerencia de impuestos especiales.

—Qué hay.

—Te estaba esperando. Hasta creí que ya te habías ido. Oye tengo algo muy delicado que comentarte.

Nicolín mira a Julio. Sus ojos se agrandan y reflejan duda: qué querrá. Somos buenos compañeros, hemos trabajado juntos durante varios años sin problema, ¿a qué tanto misterio? Espero que no me pida que le ayude a alguno de sus familiares con el fisco.

—¿Qué pasa?

—Por favor, no me preguntes por quién lo supe porque no te lo voy a decir. Pero sé de buena fuente que le están poniendo precio a la cabeza de tu cuñado.

—¿De Charras?

—De quién más…

—Pero…

—Es todo lo que te puedo decir. Díselo a tu cuñado porque yo simpatizo con él pero te ruego que no menciones mi nombre. Me voy porque me están esperando. Adiós —añade Julio y sale en estampida sin darle más oportunidad a Nicolín de recuperarse de la sorpresa.

Julio se pierde entre la gente. Lo que le acaban de confiar no le resulta a Nicolín tan extraño como impresionante. Siente un vacío en el estómago. Era de esperarse alguna reacción pero nunca se imaginó qué tan radical. Ponerle precio a la cabeza de Charras. Nicolín lleva una buena relación con su cuñado: conversan a menudo, salen juntos, viajan: Acapulco, Progreso, Cancún. A veces hasta sin Beti, de franca pachanga. Cuando Heberto Castillo estuvo en Mérida, Charras pasó por él para que lo conociera personalmente. Es alguien que me interesa mucho presentarte, le había dicho. No, él no comulgaba con todas las ideas de su cuñado Charras pero veía la lógica de su labor y admiraba sus pantalones y su talento. Ya se olía quiénes estarían dispuestos a pagar por verlo muerto.

Llega al estacionamiento. Al verlo, uno de los empleados corre en busca de un automóvil. Se lo entrega, recién lavado. Nicolín le paga y sale rumbo al restaurante donde ha quedado de verse con su amigo Ricardo Bolio.

14:21 Conduce despacio, tiene tiempo. Su cita es a las tres. Seguro que era por lo de CUSESA. La situación estaba que ardía. Los trabajadores ya se le habían acercado antes a Charras, desde el año pasado si mal no recordaba. Pero como cada vez que terminaban una obra despedían a los lidercillos más combativos les había resultado difícil organizarse. Aunque según le comentó el propio Charras, uno de los líderes, a pesar de haber sido despedido, se mantuvo en contacto con sus compañeros. Y fue él quien le volvió a pedir asesoría. Y Charras, claro, le entró encantado. ¿Cómo había estado la cosa? Ah, sí, a los peones les estaban pagando por abajo del salario mínimo, sin horas extras y los tenían durmiendo a la intemperie. Sus jornadas eran de más de doce horas. A través de Charras pidieron aumento de salarios, alojamiento en el lugar y mejores condiciones de trabajo. Nada extraordinario. Todo dentro de la ley. Pero la empresa rechazó sus peticiones y entonces decidieron lanzarse a la huelga. Qué lejos le parecía ahora cuando Charras era todavía el presidente de la Federación Estudiantil Universitaria, tradicionalmente aliada a los gobiernos del estado y a la que él logró sacar de las corruptelas, eso sí que ni qué.

14:35 Nicolín llega hasta el Guacamayo. Se estaciona bajo la sombra de uno de los enormes laureles de la India que bordean toda la calle y baja del automóvil. La verdad es que Charras había afectado muchos intereses. Qué tal aquella vez que Nicolín se encontró con el famoso Manigueta al que le preguntó, por no dejar, cómo iban las cosas en la Unión de Camioneros y el otro respondió exaltado: “de la chingada, un cabrón campechano nos alebrestó a los choferes y hasta la fecha no nos podemos reponer” Nicolín sonríe; claro, el Manigueta no tenía por qué estar enterado de que ese cabrón campechano era su cuñado y él se cuidó de no hacérselo saber.

El Guacamayo tiene varias secciones. Al frente hay varias mesitas que dan al jardín de la entrada. Luego está la cocina y la barra. Arriba está la sección de aire acondicionado. Al fondo se abre un amplio recinto cubierto con un techo de palapa. Rich Bolio no ha llegado aún. Nicolín se sienta y ordena una cerveza. Un trío toca música yucateca sobre un pequeño templete. Reconoce la tonada: Desdeñosa. La tocaban Lupe y Raúl. Cómo le gusta la letra. Sí, fue a propósito del lío de la Unión de Camioneros que la figura de Charras empezó a destacar. Muy al principio cada uno de los choferes de la Unión tripulaba su propio vehículo. Pero eso había sido allá, hace años. Luego eran unos cuantos los que controlaban a cientos de trabajadores que, la verdad sea dicha, los traían muy jodidos. Les pagaban por debajo del mínimo y les cobraban multas por los retrasos en las rondas, multas que tenían que pagar de inmediato y si alguien protestaba lo ponían de patitas en la calle. Pero la bomba estalló cuando uno de los suspendidos se atrevió a ver a Charras para pedirle ayuda legal. Los despedidos empezaron a abordar los camiones para convencer a los choferes de formar un sindicato independiente. Manigueta amenazó con despedir a todos los sindicalistas y hasta entonces se le ocurrió subir los sueldos, siempre y cuando rechazaran al sindicato, claro. Muchos choferes tuvieron miedo. No era para menos, conocían muy bien las reacciones de Manigueta: temían ser despedidos o golpeados. Pero el movimiento prendió. Manigueta reaccionó con una maniobra que le permitió formar él mismo un sindicato patronal. Había ayudado al Gobernador durante su campaña, precisamente con sus camioneros, y por lo mismo obtuvo el registro de su sindicato sin problemas mientras que a los pobres choferes les estuvieron poniendo todo tipo de trabas legaloides. Entonces se le ocurrió a Charras organizar paros escalonados. Juntó a un grupo de estudiantes para que abordaran los camiones y efectuaran pequeños mítines en los que denunciaban a los usuarios. La reacción de Manigueta

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos