Reportero de cancha

John Sutcliffe

Fragmento

Reportero de cancha

Introducción

He tenido la oportunidad de reunirme con estudiantes de comunicación o de periodismo para contarles lo que ha sido mi carrera en el mundo deportivo, para compartirles todos mis recuerdos, anécdotas, retos, logros, errores y emociones.

Cada vez que hago un recuento de mi trayectoria profesional compruebo que he sido una persona muy afortunada. Me dedico a lo que en verdad me apasiona. Distintos medios me pagan por leer todas las mañanas su sección deportiva, por estar cerca de grandes figuras del deporte, por viajar alrededor del mundo y entrar en contacto con diversas culturas. Soy un reportero de corazón, me encanta conseguir la información que se ha de convertir en noticia, me siento muy satisfecho cuando doy a conocer al público ese dato, esa declaración, ese secreto. Disfruto mi trabajo de principio a fin.

La motivación para escribir este libro nace precisamente de saber que perseguí mi propio sueño y lo convertí en realidad. Por eso ahora quiero compartir con cualquier lector —sea o no aficionado— la importancia de fijarse metas e ir tras ellas. Primero les digo que hagan oídos sordos a frases como “Te vas a morir de hambre”, “Eso es una tontería”, “Nunca vas a salir adelante”. Dedíquense a lo que les apasiona. Pero háganlo con trabajo, pasion, entrega y honestidad, las únicas claves del éxito y de una vida plena. La retribución económica viene por añadidura; el dinero es la consecuencia, no un fin en sí mismo.

Éstas son algunas de las muchísimas enseñanzas que le debo a Enrique Sutcliffe Almada, mi padre, mi mayor héroe desde la infancia, un magnífico ser humano y, desde luego, un apasionado de los deportes, quien encontró en John, su hijo más pequeño, la tierra fértil para sembrar ese gran gusto por vivir la intensidad deportiva. Entre mis mejores recuerdos de niño están esos fines de semana en que mi papá y yo vivíamos —más que ver— el futbol soccer, el futbol americano, el beisbol. También conservo en mi corazón cuando, siendo muy pequeño, lo acompañé a jugar golf por primera vez, o las horas en que ambos nos divertíamos buscando la señal adecuada en la antena parabólica o en la radio de onda corta para no perder detalle de ningún partido. Sin saberlo, desde entonces se estaba forjando mi vocación.

Este libro es, sin duda alguna, un tributo a la memoria de “Hanko”, como llamábamos cariñosamente a mi papá. A él y a mi madre, Sarah Guido de Sutcliffe —quien me infundió también la seguridad para buscar y conseguir lo que quería—, toda mi gratitud por su enorme cariño, por hacerme sentir siempre un niño feliz y por su gran ejemplo de vida.

Quiero agradecer a mis hermanos Patie, Roberto y Susie, por su apoyo para que pudiera concretarse mi anhelo de hacer de los deportes mi forma de vida. Asimismo, agradezco a Tony Rihan, Luis Rivas y Juan Beckmann, mis amigos entrañables, así como a todas las demás personas que me han alentado y acompañado en esta fascinante aventura.

Dedico estas páginas a una de las personas que más admiro y quien me impulsa y me da la fuerza y la determinación para tratar de ser cada día una mejor persona: mi esposa Cristina. Estoy en deuda con ella y con mi hijo Enrique, por su amor, su apoyo y su comprensión ante las frecuentes ausencias por mi trabajo.

Y, desde luego, mi agradecimiento a todos los lectores, sean o no aficionados a los deportes, por brindarme la oportunidad de compartir mi vida y mi trayectoria profesional.

A fin de hacer la lectura más dinámica y ágil, decidí agrupar el libro en seis apartados. En el primero hablo sobre mi familia y mis primeros años de vida. A partir del segundo describo mi carrera en los medios, cubriendo distintas disciplinas deportivas, en especial el golf, el futbol americano, el basquetbol y el beisbol. El tercer capítulo se centra en mis grandes satisfacciones como reportero y analista de golf. Mientras que en el cuarto narro mi experiencia al lado de la Selección Mexicana de Futbol en los últimos años. Destino el quinto capítulo a reflexionar sobre el oficio periodístico e invito a los lectores a hacer lo mismo, además de compartir algunos consejos que espero les sean útiles. Finalmente, mi fascinación por las estadísticas y los récords me llevó a incluir un último apartado, a manera de apéndice, con los principales datos de los deportistas que menciono a lo largo del libro.

Vayan, pues, las vivencias de este afortunado reportero de cancha.

Reportero de cancha

Debo reconocer que fui, por mucho, el consentido de mi papá. Para empezar, yo era el “bebé” de la casa. Mis hermanos, Patie, Roberto y Susie, me llevan nueve, ocho y seis años, respectivamente. Pero, además, “Hanko”, como le llamábamos a mi papá, me eligió a mí para compartir su gran afición a los deportes. Por si fuera poco, de toda la familia Sutcliffe —incluidos mis primos—, los únicos que jugábamos golf éramos él, mi abuelo y yo.

Era tal nuestra pasión por los deportes que un día mi papá me pidió que lo acompañara a reunirse con Ted Circuit, socio también del Club Chapultepec y quien tenía antenas parabólicas. Hanko me advirtió que estábamos a punto de ver algo increíble. ¡Y vaya que lo fue! ¡Era un aparato de enormes dimensiones totalmente nuevo para mí! Fue así como nos empeñamos en tener antenas parabólicas para no perdernos de nada. Ver con mi padre el Monday Night Football, entonces en blanco y negro, era algo muy normal para mí. De las primeras parabólicas que hubo en México, nosotros teníamos tres, y las adquirimos esencialmente para seguir los deportes.

Nuestra primera antena, que medía 3.6 metros, estaba en el jardín de la casa. En aquel entonces, a principios de los años ochenta, se decía que las parabólicas eran ilegales, por lo que ocultamos la nuestra con un backdrop, la malla verde que se usaba en las canchas de tenis para detener la pelota. Además, decidimos camuflarla pintándola como si fuera un naranjo, por si alguien la veía desde un helicóptero.

Tiempo después, mi papá compró otra antena de siete metros, a la que teníamos que colocarle peso para evitar que se moviera. Así, llegó el momento en que ya teníamos tres antenas, la de siete, la de 3.6 y una tercera de cinco metros. En vez de utilizar la expresión “his and hers”, para referirse a todo lo que debería compartirse entre marido y mujer, mi papá bromeaba dic

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