Noche de pastel y marionetas

Laini Taylor

Fragmento

Noche de pastel y marionetas

1

LA MARIONETA QUE MUERDE

Sobre el armario, en la parte trasera del taller de mi padre —anteriormente de mi abuelo y si quiero, algún día mío—, hay una marioneta. No es ninguna novedad porque es un taller de marionetas. Pero a diferencia de todas las demás, esta marioneta está encerrada en una vitrina. Y lo que me ha enloquecido toda la vida es que la vitrina no se abre. De niña me tocaba quitarle el polvo y puedo asegurar que no tiene puerta, cerradura ni bisagras. Es un cubo sólido que se construyó en torno a la marioneta.

Para sacar la marioneta, o en palabras de mi abuelo, para “liberarla”, se tendría que romper el vidrio.

Pero eso no es recomendable para nada.

La maldita tiene un aspecto despreciable; es una especie de zorro muerto viviente con atuendo de cosaco: sombrero de pelaje y botas de piel. Su cabeza es el cráneo real de un zorro: hueso amarillento, sin adornos salvo por los ojos en las cuencas, los cuales son de vidrio negro y están insertos en dos párpados de piel, demasiado realistas como para permanecer tranquilo a su lado. Sus dientes tienen el filo de las puntas pequeñitas de una navaja. Tal parece que quienquiera que la haya hecho no creyó que los dientes de zorro tuvieran el filo… suficiente.

—¿El filo suficiente para qué? —Karou, mi mejor amiga, quiso saber la razón la primera vez que la invité a mi casa en Český Krumlov.

—¿Para qué crees? —le respondí con una sonrisa escalofriante. Era la víspera de Navidad. Teníamos quince años, se había ido la luz debido a una tormenta y mi hermano Tomas y yo habíamos llevado a Karou al taller alumbrados sólo con una vela. Lo reconozco: queríamos asustarla.

Nos iba a salir el tiro por la culata.

—¿No la hizo tu abuelo? —preguntó fascinada, tenía la cara pegada al cristal para verla mejor. A la luz de la vela, la marioneta se veía aún más maniaca que de costumbre, los reflejos parpadeantes en sus ojos negros hacían creer que nos estaba contemplando.

—Jura que no, dice que la atrapó —respondió Tomas.

—¿La atrapó? —Karou repitió—. ¿Y en dónde atrapan los abuelos… a zorros muertos vivientes disfrazados de cosacos?

—En Rusia, desde luego.

—Por supuesto.

Es el mejor cuento de Deda para antes de dormir, el más aterrador, el más taquillero, y eso es decir mucho porque Deda tiene muchos cuentos, cada uno totalmente verídico. Siempre dice: “Si miento, ¡que un rayo me parta en dos!”, y ningún rayo le ha dado el gusto. Además, para cada historia presenta “pruebas”. Recortes de periódicos, artefactos, chucherías. De niños, Tomas y yo estábamos convencidos de que en 1586 Deda había escapado de un golem aniquilador (tiene un bulto de barro petrificado que más o menos tiene la forma de un dedo gordo del pie), había cruzado la taiga para cazar a la bruja Baba Yaga a petición de Catalina la Grande (que le otorgó la medalla de la Orden de San Jorge por tomarse la molestia) y, sí, había acorralado al zorro no muerto vestido de cosaco mientras éste saqueaba una bodega en Sebastopol hacia el fin de la Guerra de Crimea. ¿La prueba de esta aventura? Bueno, aparte de la marioneta, tiene una cicatriz en los nudillos de la mano izquierda.

Porque ésa es la historia. La marioneta… muerde.

—¿Cómo que muerde? —preguntó Karou.

—Si le metes la mano a la boca —respondí como si nada—, muerde.

—¿Y por qué le meterías la mano a la boca?

—Porque no sólo muerde —bajé el volumen de mi voz hasta susurrar—. También habla, aunque sólo si dejas que pruebe tu sangre. Le puedes preguntar algo y te responderá.

—Lo que sea —agregó Tomas también murmurando. Mi hermano es dos años mayor que yo y llevaba más de una década sin mostrar interés alguno en pasar tiempo conmigo. Puede ser que mi nueva y despampanante mejor amiga haya tenido algo que ver en este repentino interés. Él la había estado siguiendo como si fuera su sirviente personal—. Sólo puedes hacer una pregunta una vez en la vida, así que más vale que sea buena.

—¿Qué le preguntó tu abuelo? —Karou quiso saber; era exactamente lo que queríamos que preguntara.

—Sólo te digo una cosa: por algo está en la vitrina.

La historia es complicada y macabra. En serio, si me vuelvo asesina o algo, los periódicos podrán decir: “No tuvo oportunidad de ser normal. Su familia la echó a perder desde el día de su nacimiento”. ¡Las historias para dormir que nos contaban de niños! Llenas de cadáveres, demonios, plagas, cosas antinaturales que salen de los huevos del desayuno y el sonido de huesos rotos. Creía que todos eran así, que todas las familias tenían tíos arúspices, ventrílocuos partidarios de la Resistencia y marionetas que muerden. Era normal que a la hora de dormir, Deda concluyera con algo así: “Y Baba Yaga me ha estado persiguiendo desde entonces”, después ladeaba la cabeza para escuchar los sonidos que provenían de la ventana. “Ése no es el sonido de unas garras en el techo, ¿o sí, Podivná? Nah, seguro son cuervos. Buenas noches.” Me daba un beso y apagaba la luz, dejaba que me quedara dormida al ritmo de los rasguños imaginarios de una bruja comeniños sobre el techo.

Y eso no lo cambiaría por nada. ¿Quién sería yo si me hubieran contado cuentos pusilánimes antes de dormir y no me hubieran obligado a sacudir la cárcel de cristal de un zorro no muerto, psicótico y vestido de cosaco? Sólo de pensarlo me da escalofrío.

Quizá usaría cuellos de encaje y, al reírme, me saldrían pétalos y perlas por la boca. Las personas intentarían darme palmaditas. Me doy cuenta de que lo piensan. Mi estatura produce el reflejo “tengo que tocarla” que provocan los gatitos, y he descubierto que como no te puedes electrificar a ti mismo como una valla, lo mejor es tener ojos asesinos.

El punto es que yo no sería “el hada furibunda”, como me dice Karou, ni “Podivná”, como me llama Deda, lo cual se deriva de mucholapka podivná o venus atrapamoscas, en honor a mi “sed discreta de sangre” y “paciente astucia” en mi guerra eterna contra Tomas.

Cualquiera que tenga un hermano mayor lo confirmará: se requiere astucia. Incluso si no eres miniatura como yo —1.26 metros cuando estoy de buenas y hasta 1.24 si estoy desesperada, lo cual últimamente pasa muy a menudo—, la morfología está del lado de los hermanos. Son más grandes. Sus puños son más fuertes. Físicamente los hermanos menores no tenemos posibilidad alguna. De ahí la evolución del “cerebro de la hermana menor”.

Ingeniosa, conspiradora, despiadada. Sin duda alguna, ser la hermana pequeña —énfasis en pequeña— ha resultado formativo, aunque me enorgullece saber que Tomas ha quedado más marcado por los años que lleva molestándome que yo. Pero más que nada ni nadie, Deda es el culpable del paisaje en mi mente, de la atmósfera y los detalles, de los pináculos y las sombras. Cuando pienso en niños (lo cual no sucede con fre

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos