El chico de al lado

Katie Van Ark

Fragmento

El chico de al lado

1

MADDY

El calor de principios de agosto derrite el maquillaje del rostro de papá, pero detrás del grueso armazón de sus lentes su mirada es suave y su voz tranquila.

—Puedes lograrlo, Maddy. Sólo tienes que sacar el clutch poco a poco.

El hedor del hule quemado me hace lagrimear mientras agarro con fuerza el volante. Parpadeo y lo intento una vez más, pero no nos movemos. Mi coordinación falla una vez más y el viejo Dodge Neón se estremece como un insecto en su último estertor.

Gabe hace que parezca muy sencillo, ¿por qué yo no puedo? El calor inflama mi pecho y quiero aventar algo. Desahogar mi frustración con un primitivo alarido de guerra. Pero no suelo hacer eso en el entrenamiento, y tampoco lo haré aquí, sobre todo con el equipo de filmación sentado en el asiento trasero.

Papá aprieta mi hombro.

—Todo está muy bien.

En el espejo retrovisor, miro el rostro del asesor que ofreció su auto para esta lección de manejo, porque papá opinó que las lecciones de manejo en un automóvil estándar serían más interesantes. Él no se ve muy bien aunque tiene una gran sonrisa, sus párpados se arquean hacia su frente de una manera que no creí posible, y sus ojos están a punto de salirse de sus órbitas. Necesito hacer algo para que ganemos los dos. ¿Qué queremos el asesor y yo? Yo, salir de este auto ahorita. ¿Qué quiere papá? Material para sus anuncios de campaña. Sonrío, media sonrisa hacia papá, media sonrisa a la cámara.

—Gracias por creer siempre en mí, papi.

La mujer bajita a cargo de nuestra pequeña grabación publicitaria tiene lágrimas en los ojos. Quizá se deba a mi frase cursi, pero creo que más bien es por la peste del clutch quemado. De cualquier forma, anuncia con voz cantarina:

—¡Corteeee! ¡Harold estará encantado!

Un poco de edición esconderá el pequeño detalle de que aún no logro conducir el auto. Beso a papá en la mejilla.

—Te amo.

—Y yo a ti. Nos vemos después, señorita Hielo en los Pies.

Voy saliendo del auto pero me detengo y sonrío.

—Encantador, Senna-dor1 —digo y corro del estacionamiento hacia la arena.

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Me miro en el espejo del vestidor durante la mitad de un segundo para cerciorarme de que mi peinado aún es digno de aparecer ante las cámaras y me cambio a la velocidad de una súper heroína. Salgo corriendo del vestidor y por fin purifico mis pulmones con la fragancia de la nieve fresca, con un ligero toque de combustible por el paso de la pulidora de hielo Zamboni. En cuanto inhalo, siento un cosquilleo causado por la expectativa. El hip-hop resuena en los altavoces y yo, al igual que la música, me arranco.

Cuando estoy retirando las protecciones de las cuchillas de mis patines siento un tirón suave de mi coleta.

—Hola, Mad.

De repente siento un cosquilleo muy distinto recorriendo todo mi cuerpo y percibo el único aroma que puede compararse con el del hielo: jabón Irish Spring. Doy la vuelta para ver a Gabe.

Todo lo que tiene que hacer Gabe es mirarme con esos ojos de chocolate para que yo me derrita. Y hay que añadir esos magníficos rizos dorados, aunque, tristemente, todas las chicas de la Preparatoria Riverview se derriten también. Como siempre, vale la pena babear por esos pantalones negros ajustados y esa playera ceñida Under Armour, que resalta su torso bien formado, el cual logró a base de levantarme en el aire. Él también retira las protecciones de sus patines y entra a la pista.

—¿Cómo estuvo la clase de manejo?

Lo sigo.

—Si hubiera sido una prueba de patinaje, habría tenido que repetirla.

—¿Tan mal?

Gabe toma un sorbo de agua y yo me alejo deslizándome por el hielo. Necesito esa sensación en mis pies, la sensación de suavidad y firmeza. Cuando vuelo de regreso hacia Gabe, ya en la segunda vuelta, sonrío y le grito:

—Fue como practicar un triple Axel. Caerse una y otra vez. Bueno, no choqué pero el clutch quedó achicharrado —giro hacia atrás para mirarlo mientras hago un látigo hacia atrás y me toco la naríz al recordar lo sucedido. Gabe ríe.

Me alcanza, pero sólo porque se lo permito. Doy un paso para sincronizar nuestras zancadas, tan sencillo como respirar. Sé que debería obtener mi permiso para conducir. Mi cumpleaños número dieciséis fue hace tanto que cumplí diecisiete el mes pasado.

—Como si necesitara conducir —digo encogiéndome de hombros—. Adonde necesite ir, tú puedes llevarme.

Gabe no contesta, pero para cuando rodeamos el final de la pista, toma mi mano extendida. No necesitamos palabras. Ha sido mi pareja de patinaje desde antes de que cortara casi todo su cabello jugando al salón de belleza cuando cursábamos preescolar. Nuestro último año en la preparatoria acaba de comenzar; pero ya sabemos que acudiremos juntos a la universidad Riverview Community o a la Wichita State. Patinar y la escuela, ésa es mi vida y también la de Gabe. Como es el chico de al lado y desde hace casi dos años tiene licencia y su propio auto, gorrearle aventones me funciona bastante bien.

Y como en realidad él sí vive en la casa de al lado, es difícil no darme cuenta de que sale a muchos lugares sin mí. Saco esos pensamientos de mi cabeza y me concentro de nuevo en el triple Axel. Siento que una sonrisa inunda mi cara. No he progresado en las lecciones de manejo, pero voy a lograr un triple Axel. Nuestro entrenador, Igor, y yo tenemos un plan secreto. Hemos estado haciendo prácticas con la ayuda de un arnés para preparar un cuádruple Salchow y, como sabe que me gustan los desafíos, también me permite practicar el triple Axel en el arnés.

Gabe y yo terminamos nuestro calentamiento y nos dirigimos hacia la pista. Me muevo como flecha justo a tiempo y la escarcha del derrape de Gabe no me alcanza. Lo rodeo y baño sus patines con la escarcha de mi derrape. Él se ríe y me arroja una botella de agua. Doy un sorbo, pero bebo más de su sonrisa que de mi agua.

Hasta que me interrumpe el sonido metálico del pestillo azotándose. Mi sobresalto deja el frente de mi chamarra empapada con el agua que he derramado. Vaya numerito que armo. Giro deprisa antes de que Gabe se dé cuenta y veo a Chris y Kate acercándose al banquillo. Sus semblantes son idénticos, la misma gélida expresión.

—Ni siquiera ibas a decirme, ¿verdad? —el bíceps de Chris sobresale de su enjuto brazo mientras arroja los protectores de las cuchillas al suelo—. Feliz segundo aniversario, a ti también —su cara rosada contrasta con el encendido color naranja de su pelo, pasa de largo y se dirige hacia la pista.

Gabe gira como si fuera a decir algo pero su boca cuelga abierta, en silencio, y después vuelve a cerrarla. Al otro lado de la pista, al hacer su secuencia de pasos, Chris rasga el hielo con las cuchillas de manera intencional, y el molesto chirrido compite con la música.

Miro

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