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Tu ciclo vital

Suhas G. Kshirsagar

Fragmento

Título

Prólogo

Mi padre estaba orgulloso de ser un médico formado en el método científico y, naturalmente, yo seguí sus pasos. Tuve que pasar por un proceso de evolución personal para reconocer lo valiosa que es en realidad la medicina ayurvédica y lo compatible que es con otros enfoques del movimiento actual de bienestar. Hoy en día es realista decir que el ayurveda es el pilar de la medicina integrativa.

Cuando escribí Salud perfecta, en 1991, donde expuse los principios del ayurveda para la vida cotidiana, me preguntaba si los lectores acogerían la noción de cambiar su estilo de vida siguiendo un patrón tan distinto al del mundo occidental. Pero me alentó el interés natural de la gente por descubrir su tipo corporal, que es el punto de entrada básico al ayurveda y que deriva en un tipo de dieta y rutinas estacionales personalizadas. Pero, sobre todo, Salud perfecta se enfocaba en la conciencia como la fuerza más potente para cambiar la mente y el cuerpo. Un ayurveda basado en la conciencia va más allá de la noción de ayurveda como “medicina alternativa”. Más bien es expansiva y comprende la evolución personal en todas las dimensiones: física, mental y espiritual. En las leyendas ayurvédicas hay prácticas intensas que, supuestamente, crearon individuos inmortales que vencieron la ilusión del nacimiento y la muerte.

Pero la medicina occidental —y también cada vez más en India, China y Oriente en general— no se ha enfocado en expandir la conciencia. ¡Por el contrario! El ideal ha sido diseñar una especie de red de seguridad basada en la alimentación correcta, el ejercicio correcto, el manejo del estrés y el control de varias influencias negativas, como el tabaquismo y el alcohol, que dañan la salud de la gente y disminuyen la expectativa de vida. La sociedad ha alcanzado una meseta en ese sentido, creo, porque la noción de evitar el riesgo está fundamentada en la ansiedad. El bienestar se convierte entonces en un estado de inseguridad que está determinado por lo temporal, dados los múltiples ataques externos del entorno inmediato.

El ayurveda no contradice esas medidas para alcanzar el bienestar, pero sí se enfoca sobre todo en el equilibrio holístico, el cual deriva en una profunda confianza en la naturaleza que comienza con la conexión del cuerpo con el entorno. La sabia tradición india puede resumirse en evitar la separación y vivir en un estado de conciencia unida. No es que la unidad sea un premio al que aspiramos después de una vida de ardua práctica, sino que es el estado base de la existencia del que nos hemos distanciado. Volver a ese estado base, o ser auténtico, implica una forma de vida natural que mantiene en equilibrio la mente-cuerpo mientras evoluciona; dicho de otro modo, el desarrollo del dominio de la conciencia, del mundo “de aquí”, es importantísimo.

No se puede esperar que ningún sistema de “medicina alternativa” alcance la unidad de la conciencia. Lo más cercano es describirlo con el término sánscrito upaveda, en donde veda significa “la enseñanza de la realidad” y upa significa “cercano o próximo”. Un upaveda no es enseñanza espiritual pura, sino un adjunto o asistente que se acerca a la enseñanza pura. En Occidente, éste parece un papel dudoso para la medicina, pues la medicina científica es el equivalente a llevar el auto al mecánico para que lo arreglen. Esta aproximación mecanicista que inculcan las facultades de medicina se presume como una medalla de honor: un buen médico ignora el mundo cambiante y poco confiable de los sentimientos, pensamientos, hábitos, inclinaciones o cualquier otra cosa subjetiva que provenga del paciente. Incluso la psiquiatría, que es una de las especialidades que cruza la frontera hacia el mundo interior del paciente, se ha convertido, en gran medida, en una cuestión de emparejar los síntomas con el medicamento adecuado, a sabiendas de que los tratamientos farmacológicos rara vez son la cura del trastorno mental subyacente.

Cuando no están en el consultorio médico, las personas pasan muy poco tiempo de su vida cotidiana examinando el estilo de vida con el que las criaron, y ni hablar de aspirar al ideal ayurvédico, el cual es estar consciente a diario de las condiciones cambiantes de la mente y el cuerpo. Dicha conciencia, en el sentido de conexión con el presente, no es igual a sentir ansiedad por lo que comes o cómo te sientes. Tomarse en serio la parte upa del upaveda, la rutina que se sigue a diario y en cada estación del año, ayuda a alcanzar un estado elevado de bienestar en todos los frentes.

En cuanto al eje rector de este libro, la medicina occidental ha ido experimentando su propia revolución silenciosa con el surgimiento de la cronobiología, que es el estudio de cómo el tiempo afecta la fisiología en general y de formas sutiles. Como demuestran cada vez más las evidencias, la cronología influye en todo en el cuerpo. Cada uno de los procesos de los billones de células que lo conforman está regulado por un reloj interno, el cual resulta ser muy similar al descrito en los textos védicos. De hecho, el papel central del ritmo diario (circadiano) puede resultar ser el vínculo entre las antiguas prácticas ayurvédicas y el alivio de la epidemia moderna de enfermedades crónicas.

En 2017, tres fisiólogos ganaron el Premio Nobel de Biología por cuatro décadas de investigación sobre los intrincados misterios del ritmo circadiano. Ellos descubrieron que el ritmo diurno de la naturaleza afecta el funcionamiento de las células de las plantas, y que genes específicos cambian el funcionamiento de las células con base en el horario. Aunque puede parecer un descubrimiento un tanto esotérico, el nuevo campo de la cronobiología tiene aplicaciones prácticas con implicaciones revolucionarias para el futuro de la salud.

En la actualidad, es un hecho consagrado que las decisiones de vida cotidianas pueden cambiar la expresión del ADN, pero lo que apenas estamos aprendiendo es que no basta con comer bien, ejercitarse unas cuantas veces por semana y dormir bien. Como ha enseñado el ayurveda durante siglos, hay que saber qué horarios cotidianos van bien con la fisiología personal, y no contra ella.

Este conocimiento hace que Tu ciclo vital sea una aportación importante a la literatura sobre ayurveda en Occidente. A pesar de la marejada de consejos sobre prevención, los cuales son indiscutibles, millones de personas siguen trabajando demasiadas horas al día y durmiendo mal, con el celular junto a la cama. Comen a las carreras, incluso si lo que consumen no es la típica comida chatarra nacional. La “falta de tiempo” se apodera de su vida, lo que implica vivir con un ojo en el reloj y otro en el calendario, pendiente de las fechas límite y la sobrecarga de deberes y exigencias.

Estas expectativas poco realistas se han vuelto aceptables, aunque las investigaciones médicas recientes subviertan la suposición de que nuestro cuerpo puede adaptarse a la anormalidad. El desequilibrio crónico se ha convertido en una situación común que afecta todas las células, y los principales culpables son el estrés crónico y la inflamación de baja intensidad. Si los presentimientos de tantos destacados investigadores se corroboran, puede resultar cierto que casi cualquier trastorno ligado al estilo de vida, incluyendo las cardiopatías, la obesidad, la hipertensión y la diabetes tipo 2, tiene sus orígenes años y hasta décadas antes de que los síntomas aparezcan. Estos orígenes yacen en el desequilibrio causado de forma sutil por el estrés cotidiano que damos por sentado y la inflamación crónica que permanece tan oculta que difícilmente la notamos.

La receta ayurvédica para un estado de desequilibrio, la cual aplica tanto para el estrés como para la inflamación, es restablecer el equilibrio y luego permitir que la preferencia natural de la mente-cuerpo por mantener el equilibrio haga el resto. En términos prácticos, necesitamos mover y nutrir y descansar el cuerpo en sintonía con el ritmo de la naturaleza. Una vez que lo hacemos, se vuelve más fácil conciliar el sueño por las noches y despertar descansado en las mañanas, mantener un peso saludable y resistir la tentación de los alimentos poco saludables. Se vuelve incluso más fácil desconectarse de las distracciones y hacer más tiempo para las metas personales.

Durante milenios el ayurveda ha inculcado que hay un vínculo entre la mente y el cuerpo, fundamentado en la unidad de todos los procesos naturales. En la actualidad, el doctor Suhas Kshirsagar lleva la batuta de la nueva oleada de ayurveda en Occidente. Su libro y su profundo conocimiento sobre cómo la cronobiología afecta nuestros horarios cotidianos abren las puertas a un futuro en el que el autocuidado se volverá aún más importante que depender de los cuidados de un médico cuando los síntomas del daño se vuelvan evidentes.

Cuando el autocuidado se sustenta en la conciencia propia, nos aproximamos al ideal ayurvédico planteado por los antiguos rishis. Personas como el doctor Kshirsagar mantienen vivo ese ideal y, sobre todo, impulsan la evolución del autocuidado, justo cuando es más necesario. Le doy la bienvenida a su libro, y a él como Upaguru, un maestro que se sienta cerca de sus estudiantes y los guía con amor y compasión.

DEEPAK CHOPRA, médico

Título

1

No eres tú, son tus horarios

Dime cuál es tu rutina diaria y te diré qué tan saludable te sientes. Dime a qué hora comes y te diré si te es fácil o difícil mantener tu peso. Dime a qué hora te ejercitas y te diré si estás fortaleciendo tus sistemas corporales o si los estás agotando. Dime a qué hora apagas la televisión o la computadora por las noches y te diré qué tan sensible eres al estrés. Dime a qué hora te duermes y te diré si necesitas café para mantenerte alerta en las tardes o si terminas desquitándote con tus seres queridos al final de un largo día cuando en realidad querías ser paciente.

¿Crees que es magia? Te aseguro que no. Cada vez más estudios científicos demuestran la cercanía entre el funcionamiento de nuestro cuerpo y el ritmo circadiano de luz y oscuridad, incluso a nivel celular. Estas investigaciones evidencian que la hora a la que comes es igual de importante que lo que comes, que la hora a la que te vas a dormir es tan importante como cuánto duermes y que el horario en el que te ejercitas es igual de importante que cuánto te ejercitas. Tu horario cotidiano determina tu peso, tus niveles de energía, tu salud en general y tu estado de ánimo. ¿No me crees? Durante décadas, científicos especializados en diabetes han reconocido que una forma fácil de provocarles obesidad a ratones de laboratorio es despertarlos y alimentarlos durante su ciclo de sueño. De hecho, los ratones suben de peso al cabo de una semana si los científicos los exponen a luz de baja intensidad cuando deberían estar durmiendo.1

¿Sigues sin creerme? Piensa en la última vez que experimentaste jet lag. ¿Cómo te sentiste? Cualquiera que haya sentido el cambio de horario al viajar sabe que los síntomas van más allá del desajuste del sueño. Con frecuencia se sufre estreñimiento, malestar estomacal, neblina cognitiva, falta de energía y mayor susceptibilidad al estrés. Un estudio reciente incluso vinculó el jet lag con el aumento de peso porque el desajuste horario causado por viajes a latitudes lejanas confunde a los microbios intestinales.2

Esas mismas quejas —aumento de peso, insomnio, agotamiento, estrés, depresión— son las mismas que traen a la gente a mi clínica. Y, si estás leyendo este libro, supongo que también estás familiarizado con ellas. Por culpa de las exigencias de los empleos modernos y la conectividad permanente, muchos vivimos en un estado constante de jet lag autoimpuesto, y dormimos, comemos y nos ejercitamos en horarios que no coinciden con los horarios naturales del cuerpo. Pero hay buenas noticias y en este libro te diré lo que les digo a todos mis pacientes: no eres tú, son tus horarios. Hay una forma más sencilla de bajar de peso, llenarte de energía y dormir bien por las noches. Si trabajas en colaboración con los ritmos naturales de tu cuerpo y no en su contra, puedes armar un horario diario que transformará tu salud y tu vida.

El ritmo circadiano

Los fisiólogos saben que el cuerpo tiene un ritmo natural —llamado ritmo circadiano—, el cual opera según un ritmo de aproximadamente 24 horas y se reinicia cada mañana cuando ves la luz del sol por primera vez en el día. Este ritmo dirige al cuerpo con respecto a cuándo digerir los alimentos, cómo prepararse para ir a la cama y cómo regular todos los procesos, incluyendo la tensión arterial, el metabolismo, la producción de hormonas, la temperatura corporal y la reparación celular. Las células de la piel también se reparan y se regeneran a diario. Incluso la población de microbios en tu tracto intestinal cambia profundamente en el transcurso de un solo día. Ciertas cepas de bacterias intestinales proliferan durante el día, mientras que otras predominan por las noches. El cuerpo cambia de función dependiendo de la hora del día. Las células y los sistemas están diseñados para hacer cosas distintas, dependiendo del horario y de si es de noche o de día. Por eso sabemos que el ciclo más profundo de sueño se alcanza alrededor de las 2 a.m. y que la temperatura corporal alcanza su nivel más bajo por ahí de las 4 a.m. El mayor incremento de tensión arterial ocurre como a las 6:45 a.m. y la primera evacuación tiende a ocurrir alrededor de las 8:30 a.m. Para las 10, la agilidad mental está en su punto máximo y al mediodía la digestión opera de forma más eficiente. La coordinación, los tiempos de reacción y la fortaleza vascular alcanzan su pico en la tarde, mientras la digestión se va apagando. Después de la puesta del sol, la tensión arterial alcanza su nivel máximo del día, al igual que la temperatura corporal. Como a las 9 p.m., el cerebro empieza a liberar melatonina, y la digestión empieza a funcionar a la mitad de su capacidad. Para las 10:30, los movimientos intestinales se suprimen y la digestión se frena. Esto ocurre, o debería ocurrir, a diario. Por eso el cuerpo se confunde tanto cuando no respetamos sus zonas horarias. La luz cambia y el cuerpo no logra orientarse para guiar las funciones corporales.

Esto resulta fascinante porque en general creemos que estamos aislados de la naturaleza. Vivimos en hogares con temperatura controlada y trabajamos en oficinas o cubículos. Aun así, cada uno de los sistemas de nuestro cuerpo no deja de cambiar, siguiendo un patrón diario predecible. El cuerpo siempre está intentando coordinar sus sistemas a partir de un reloj central, con ayuda de la luz natural disponible. Todos los organismos vivos operan de esta forma cíclica, y una nueva rama de la biología, llamada cronobiología, estudia las múltiples maneras en las que los distintos organismos operan en coordinación con el ritmo circadiano.

Lo que ahora estudian los científicos es la forma en la que nuestros hábitos cotidianos interactúan con este ritmo circadiano y han descubierto que nuestra rutina moderna lo altera por completo. Desvelarse viendo televisión o trabajando engaña al cuerpo y le hace pensar que todavía no llega la noche. Cenar pesado tiene el mismo efecto. Retrasa el ciclo y altera el sueño, de ahí que tengas dificultades para salir de la cama a primera hora de la mañana, cuando suena la alarma. La falta de ejercicio y de luz natural también alteran el ritmo circadiano, lo que afecta todo, desde la digestión hasta la secreción de hormonas y el sistema nervioso.

Muchos de mis pacientes tienen la costumbre de desvelarse hasta la medianoche, mientras trabajan y botanean, y luego se preguntan por qué no logran conciliar el sueño antes de la 1 a.m. Luego tienen que obligarse a salir de la cama a las 6 a.m. y se preguntan por qué no pueden comer ni concentrarse en las mañanas. Desviarte apenas un par de horas de tu ritmo corporal natural no parece mucho, pero pongámoslo en perspectiva: si sólo duermes entre la 1 y las 6 a.m. es como si hubieras pasado la tarde volando de California a Nueva York y luego de regreso antes de ir a trabajar. Con razón te sientes hecho pedazos.

Muchos de los malestares físicos más comunes son provocados o exacerbados por la rutina moderna, que choca con las necesidades del cuerpo. Por fortuna, los fisiólogos han producido muchas nuevas investigaciones sobre el reloj corporal y las formas en las que el comportamiento ayuda a fortalecer dichas señales horarias o se contrapone a ellas. Este nuevo campo de estudios se conoce como cronobiología y nos da información útil para armar una rutina diaria que nos mantenga sanos y llenos de energía.

Cómo sabe el cuerpo qué hora es

El cuerpo siempre sabe qué hora es, aunque tú no. Suena absurdo pensar que no sabes qué hora es, porque posiblemente estés hiperatento al horario en todo momento. Tienes un tren que tomar o niños que dejar en la escuela. Tienes una junta en quince minutos y una llamada importante en una hora. Tienes que pasar a la tintorería antes de que cierren. Tienes fechas de entrega de proyectos, reservaciones para cenar, y una alarma (o dos) que te despierta por las mañanas. Mis pacientes suelen decirme que están conscientes del horario en todo momento y que el reloj dictamina casi cada una de sus actividades diarias.

Pero dentro del cuerpo hay un tipo distinto de reloj, el cual rige todas las células y los sistemas. Para entender cómo funciona, debemos internarnos en el cerebro y, sobre todo, en el hipotálamo. El hipotálamo está en el centro del cerebro y es responsable de la regulación de todos los sistemas corporales. Activa la respuesta de lucha o huida cuando sientes estrés o peligro. Te dice cuando tienes hambre o sed. Cuando empiezas una dieta estricta, el hipotálamo es quien te dice que estás muriendo de hambre porque estás comiendo distinto. Quizá sepas racionalmente que no estás muriendo de hambre, pero el cuerpo manda la señal al cerebro de que no estás recibiendo la misma cantidad de comida que antes. Cuando comienzas una nueva rutina de ejercicio, el cuerpo manda señales de fatiga muscular y estrés cardiovascular al cerebro, y el hipotálamo te insta a parar. Y cuando te desvelas para trabajar en un proyecto, el hipotálamo es el que te dice que tienes sueño y estás aburrido. Eso significa que esta parte del cerebro puede leer las señales del cuerpo e intenta influir en tu comportamiento para que todo siga siendo igual que ayer.

El hipotálamo también regula toda clase de cosas que no controlamos de forma consciente, incluyendo la temperatura corporal, el equilibrio hormonal y el metabolismo. Todos estos cambios ocurren en horas predecibles del día. Por ejemplo, la temperatura corporal alcanza su máximo en la tarde y luego disminuye en el transcurso de la noche, para alcanzar su punto mínimo antes del amanecer. La tensión arterial aumenta significativamente cuando te levantas por la mañana, y luego va aumentando poco a poco durante el día, antes de reducirse durante la noche. Este incremento drástico en la mañana ocurre en el momento en el que las plaquetas sanguíneas son más pegajosas, lo que explica por qué muchos infartos ocurren a primera hora del día. Los niveles de cortisol también cambian en horarios predecibles. El cortisol es una hormona producida por el cuerpo a la que se le conoce como “hormona del estrés”. El nivel de cortisol en el cuerpo está en su punto más bajo cuando te vas a dormir y se va acumulando durante la noche. El cortisol es en parte responsable de la reacción inflamatoria del cuerpo, por lo que no es novedad que los dolores corporales sean más intensos cuando te levantas, o que te sientas más hinchado o distendido en las mañanas. Los niveles de cortisol disminuyen de forma estable durante el día y aumentan ligeramente después de cada comida.

La motilidad colónica —un término sofisticado para hablar del movimiento intestinal y las evacuaciones— cambia también durante el día. A primera hora, el colon se despierta y está tres veces más activo de lo normal, lo que tiene resultados predecibles. Por eso mucha gente experimenta estreñimiento cuando está en la agonía del jet lag. Una mala rutina alimenticia también confunde al colon. Por las noches, el colon descansa y las evacuaciones se suprimen. El estado de ánimo y las ondas cerebrales también se modifican a lo largo del día y de la noche.

Para regular los sistemas corporales, el hipotálamo se guía por las señales de los tejidos y órganos del cuerpo, y por el entorno. Cuando hueles comida, sientes hambre; cuando percibes peligro, te sientes ansioso y listo para la acción. Todo eso es cierto. Pero no olvidemos la señal más ubicua que percibe el cerebro todo el día: la presencia de luz.

Hay una pequeña parte del hipotálamo llamada núcleo supraquiasmático (NSQ) cuya tarea es percibir la luz. Es como del tamaño de un grano de arroz y contiene aproximadamente 20 000 neuronas. Los fisiólogos saben desde hace mucho que estas neuronas responden a la luz y regulan los sistemas corporales con base en la luz o la oscuridad. Cuando la luz alcanza la retina del ojo en las mañanas, el NSG le indica al cuerpo que ya es de día. Por la noche, el NSG le indica al cuerpo que produzca melatonina en preparación para ir a la cama. Pero apenas en los últimos 20 años los investigadores han examinado el poder que este diminuto fardo de neuronas ejerce sobre cada célula y sistema del organismo.

Una breve historia de la cronobiología

Para poder apreciar el campo de la cronobiología, debemos viajar casi 300 años al pasado para presenciar un experimento realizado por el científico francés Jean-Jacques Dortous de Mairan. En 1729 De Mairan se interesó en la forma en la que algunas plantas abren sus hojas con la luz del sol y las cierran en las noches. Por lo tanto, expuso las plantas a oscuridad constante y las observó. Éstas siguieron abriendo sus hojas en las mañanas y cerrándolas en las noches, aunque estuviera oscuro todo el tiempo. Las hojas se movían como si esperaran la luz del sol que no llegaba nunca. De Mairan quedó desconcertado, al igual que los muchos investigadores que replicaron su experimento. Otro científico se refirió a la contracción de las hojas como una especie de “sueño vegetal”. Las plantas siguieron abriendo y cerrando las hojas de forma rutinaria durante varios días de oscuridad. De Mairan se preguntó si era posible que tuvieran alguna forma de percibir el sol exterior. No llegó al grado de sugerir que las plantas tuvieran una predisposición celular para abrir las hojas a cierta hora, pues habría sido hereje sugerir-lo en ese momento, como lo habría sido durante los siguientes 200 años. En vez de eso, De Mairan se preguntó si los cambios en la temperatura ambiental o la rotación de la Tierra determinaban el comportamiento de esas plantas.

Un misterio aún más grande era por qué el ritmo natural de la apertura y contracción de las hojas no se apegaba a un periodo de 24 horas. Con el tiempo, cuando los científicos estudiaron el comportamiento de las plantas más a fondo, observaron que esos movimientos se volvían menos pronunciados en la oscuridad absoluta y que las plantas abrían y cerraban sus hojas en un ciclo de veintidós horas. Pero cuando las plantas podían experimentar la luz, volvían a abrirse y cerrarse siguiendo un ciclo de veinticuatro horas. Esto sugería que tenían una especie de predisposición biológica para moverse de forma anticipada a la luz y que la luz misma las ayudaba a sincronizar su reloj interno. Era fácil teorizar que la luz y la oscuridad afectaban a las plantas porque éstas necesitaban luz, pero se requeriría un tipo de científico especial que notara que otros tipos de organismos, incluidos los mamíferos, también usan la luz para alterar sus funciones fisiológicas.

Ese científico fue un joven doctor rumano llamado Franz Halberg, quien, a finales de los años cuarenta, estaba concluyendo una estancia de investigación en Harvard cuando decidió darles seguimiento a los niveles de glóbulos blancos circulantes en la sangre de los ratones. Continuó sus investigaciones en la Universidad de Minnesota, donde observó que el conteo de glóbulos blancos aumentaba a niveles máximos durante el día y descendía durante la noche. Al poco tiempo, Halberg empezó a darle seguimiento a las fluctuaciones horarias de la tensión arterial y el ritmo cardiaco de los ratones, así como su temperatura corporal, y descubrió que estas respuestas fisiológicas variaban siguiendo una rutina diaria de casi 24 horas. Para 1959, acuñó el término “ritmo circadiano” para describir esos cambios. Durante las décadas siguientes teorizó y demostró variaciones similares en humanos.3

Halberg descubrió que varios procesos fisiológicos —incluidos la temperatura corporal, la producción de hormonas, el conteo de células sanguíneas, la tensión sanguínea y el ritmo cardiaco, los niveles de glicógeno en el hígado y hasta la división celular— varían siguiendo patrones predecibles que, según él, parecían depender de la luz. Para entonces, las investigaciones genéticas seguían en pañales y pocos investigadores querían creer que el cuerpo contenía un reloj interno que variaba dependiendo de la hora del día y de las estaciones del año.

Halberg estaba convencido de que las fluctuaciones dentro de esos patrones podían ser indicadores de enfermedades. Creía que monitorear la tensión arterial constantemente podía servir para predecir mejor un infarto o una apoplejía que tomar una sola medición en el consultorio médico. Por eso monitoreó su propia tensión arterial cada media hora a diario durante los últimos 15 años de su vida. Quizá no estaba tan equivocado. Halberg vivió 94 años.

Él también teorizó que los tratamientos para el cáncer serían más efectivos cuando la temperatura nuclear de los tumores estuviera en su punto máximo. Halberg creía que el cuerpo operaba de pies a cabeza siguiendo un ritmo circadiano y que los nutriólogos y especialistas médicos debían tomar en cuenta estos ritmos como parte de cualquier tratamiento. Y aunque surgieron centros de cronobiología en todos los centros de investigación más importantes del mundo, fue difícil demostrar la eficacia de sus teorías hasta finales del siglo XX. Halberg mismo vivió la dificultad de garantizar el financiamiento de sus estudios y de incorporar el tema de la

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