INTRODUCCIÓN
Imagina un mundo de amor
¡Bienvenida a un mundo de amor! ¡Pasa, siéntate y ponte tus lentes del amor! No importa si son de color rosa, si tienen forma de corazones o si están adornados con diamantes. En la tierra del amor propio hay dos cosas seguras: además de ti, nadie usa otros anteojos iguales (son exclusivamente tuyos) y lo que estás a punto de ver no es un cuento de hadas ni una historia de ciencia ficción. Es lo que se vuelve posible cuando te atreves a escoger el amor propio.
Si quieres, imagínate un mundo en el que toda niña nace enamorada de ella y no deja de amarse; un mundo en el que durante toda su vida, las niñas no se consideran jamás desconectadas del vínculo de amor que las hace sentirse seguras, amadas, queridas y especiales. En lugar de compararse (y, por lo tanto, juzgarse) según las imágenes y normas exteriores que las bombardean a diario con el mensaje subliminal de «No eres suficiente», crecerían sabiendo que, a pesar de sus logros, forma corporal, situación sentimental o posesiones materiales, ellas son más que suficientes, simplemente por ser quien son. Nunca se les ocurriría que su alma única pudiera medirse o compararse con el de otra persona ni con un ideal exterior. Hacerse eso a ellas mismas les parecería descabellado.
Imagina generaciones de niñas y mujeres que nunca sufrieran trastornos de alimentación, que se negaran a tolerar que haya en su vida una relación nociva o de maltrato. Mujeres que se cuidaran por encima de todo, sin culpas ni obligaciones, volverían obsoleto el agotamiento y la sensación de estar abrumadas, dos antiguas enfermedades que sólo se conocerían en los libros. Para ellas, la idea de dar y dar y dar hasta que no les quedara nada les parecería tan absurda como meter las manos a la lumbre de una estufa encendida. En ese mundo, las niñas sabrían y no tendrían dudas de que para dar, también tendrían que recibir, y ver por ellas mismas se les haría tan natural como respirar y tan ordinario como comer.
Ahora imagina una niña o mujer que conozcas a la que quieras mucho. ¿Qué pasaría si pudiera vivir su vida entera sin compararse, juzgarse ni abatirse emocionalmente? ¿Qué pasaría si su primera reacción fuera portarse siempre amable y compasiva consigo misma, decirse que había hecho lo mejor que había podido? Imagina cuánto amor y felicidad más sentiría y, como resultado, lo fortalecida que estaría para llevar la mejor vida posible, una que le diera lo que su corazón y alma realmente quisieran (no lo que creyera que debía querer) una vida que le dejara ser y hacer lo que ella escogiera.
¡Qué mundo sería! Aunque este mundo no es normal para nosotras, no es una realidad fuera de nuestro alcance. La posibilidad de este mundo está dentro de cada una de nosotras. Esta posibilidad está dentro de ti.
Imagina si te atreves. Pon tu mano en tu corazón, cierra los ojos y respira. Ahora imagina que la niña o la mujer de la que acabamos de hablar, la que se ama incondicionalmente, la que da libremente sus dones, la que abre el pecho para recibir amor y apoyo interminables, la que no se preocupa por juzgarse según las normas o la vida de otros, la que, por el contrario, lleva una brújula interna en la que confía implícitamente para que la guíe hacia su felicidad y la mejor existencia; imagina, pues, que eres tú.
Tú eres la niña o la mujer que nunca se permite agotarse por completo, sino que su prioridad es cuidarse sin culparse ni preocuparse de que todo caiga hecho pedazos. Tú eres la que se pregunta qué necesitas. Imagínate que cada año que pasa te enamoras más de tu cuerpo, aunque se le añadan celulitis y arrugas. Para ti, tu cuerpo es un templo personal que adoras y sirves y celebras en todo lo que tiene de único.
Conectada firmemente por el hilo del amor, te respetas a tal grado que todas tus relaciones expresan el mismo respeto inquebrantable y amor incondicional, y cuando no es así, te alejas. Sabes que tu lealtad más importante debe ser contigo. Prefieres quedarte sola antes que estar metida en una relación (sea amorosa, de amistad, de trabajo o familiar) que te impida vivir la mejor vida o ser una mejor persona. No tienes miedo de estar sola porque sabes que siempre estás contigo. Como resultado, tu vida tiene más amor, no menos.
Imagina que eres contigo tan compasiva como con las niñas y las mujeres a las que amas incondicionalmente. Imagina que te amas incondicionalmente. Imagina que este amor propio es tan natural como respirar, porque recuerdas en todo momento y guardas la idea sagrada de que la relación que tienes contigo es la relación más importante de tu vida. No importa en qué punto estés de tu camino hacia el amor propio, el día de hoy marca tu compromiso por mantener vivo el hilo del amor propio todo el año; de establecer una conexión todos los días con tu corazón y tu alma. En las páginas que siguen vas a asumir una postura y a empeñarte, de ahora en adelante, a que la relación que tengas contigo misma sea tan importante como las otras relaciones de tu vida.
Esto significa que, lo mismo que con cualquier relación que quieras que florezca, tienes que brindarte amor y atención con frecuencia. Así como en las relaciones amorosas, si quieres que se consolide, tienes que comunicarte, hacerte presente y mostrar dedicación. Así como harías casi cualquier cosa para que tu mejor amigo o tu hijo tuviera lo que le falte para ser, para amar y para vivir la existencia mágica y fantástica que se merece, así harás por conseguir lo que necesitas. Hoy te prometes recordar que vas a amarte todos los días del resto de tu vida. Pues, si tú no estás dispuesta a asegurarte ser feliz, amada y cuidada, ¿cómo esperas que alguien más lo haga?
La relación que tienes contigo es la más importante de tu vida
Bueno, ¿y cómo se consigue eso? ¡Descuida! Estás en el lugar indicado. Aunque de niña no te hayan dado el manual del amor propio, en el que hubieras aprendido a ser y actuar como tu mejor amiga sin tener que disculparte, ahora lo tienes entre las manos.
¿Por qué no te habían dado el manual del amor propio?
La sabiduría de cómo amarte es un conocimiento femenino antiguo y el permiso para hacerlo es un indiscutible derecho innato. Todo esto puede y debe transmitirse de generación en generación, debe estar disponible desde el momento de nacer y en cada momento a partir de entonces. Imagina lo diferente que habría sido tu vida si te hubieran hablado abiertamente del amor propio mientras crecías. Lo que quiero decir no es simple faramalla del estilo «puedes hacer lo que quieras», sino comunicar el mensaje de amor incondicional de que sin importar lo que hayas logrado, fue suficiente y fuiste amada. Imagina que las mujeres que tomas como modelo hubieran sido ejemplos sobresalientes de cuidado personal, compasión por ella misma, conciencia de sí misma, expresión personal y respeto propio porque su madre les hubiera transmitido el conocimiento del amor propio. ¿Qué tal si junto contigo se convirtieran en una tribu de mujeres unidas por el amor, cada una comprometida, antes que nada, a ser su propia mejor amiga, a sabiendas de que esta promesa personal fue lo que les permitió ser una madre, tía, abuela, madrina y hermana mayor capaz de enseñar a otras cómo amarse. Sin duda, algo así nos hubiera ahorrado abultadas cuentas de psicoterapia, dolor y sufrimiento innecesarios.
El amor propio nunca se me pasó por la cabeza sino hasta el día en que mi vida tocó fondo, cuando mi prometido decidió que no quería casarse conmigo (de camino a nuestra fiesta de compromiso). ¡Ay! Tuvieron que pasar dos semanas de suplicarle a este hombre para que volviera y de llorar tanto que dejé de pintarme los ojos, para poder honrarme y respetarme y, como mujer independiente y comprometida conmigo, dejar el hogar y la vida que había llevado hasta entonces.
Deshecha, con las defensas bajas y los planes de mi vida perfecta despedazados, me enfrenté con una pregunta difícil: ¿cómo es que una mujer inteligente como yo terminó así? No esperaba una respuesta oral, pero en segundos una voz interior resonó como si estuviera en la radio: «Bueno, Christine, ¡es que no te amas! Te gustas y tienes mucha autoestima. Estás convencida de que puedes hacer lo que te propongas, pero no te amas y, la verdad, ni siquiera sabes qué quiere decir amar». ¡Vaya! Me quedé boquiabierta. No me gustó lo que me dijo la voz, pero tenía razón. Y ya que se había apoderado del micrófono, agregó: «Parece como si tuvieras una vida excelente, con amigos, con viajes, con dinero, con cosas y has conseguido éxito en tu trabajo, pero la verdad es que te conformas con menos de lo que mereces. Lo sabes tan bien como yo». ¡Vaya, también esto era cierto!
Era una mujer que, si me hubiera desocupado el tiempo suficiente para sincerarme conmigo misma, me habría dado cuenta de que, aunque «lo tenía todo», la vida que llevaba no me conducía a la felicidad. Era una mujer que, si me hubieran enseñado a percatarme de mis sentimientos, en lugar de sofocarlos, me habría dado cuenta de que mis relaciones nunca iban a darme los vínculos amorosos, sentimentales y respetuosos que tanto me hacían falta. Era una mujer trabajadora que tenía toneladas de confianza en sí misma, pero nunca había pensado que tenerme compasión, cuidarme o aceptarme eran aspectos tan esenciales como el éxito y la seguridad económica. Era una mujer que nunca había pensado en el amor propio. Entonces me di cuenta de que tenía que encontrarlo, pero no sabía por dónde empezar.
Mi primer paso fue preguntarles a mis amigas, mujeres muy inteligentes y exitosas, cómo se amaban, qué era el amor propio y cómo se obtenía. ¿No es verdad que ellas deberían tener la respuesta? Pues no. Se sentían tan estupefactas y eran tan ignorantes como yo. Al igual que yo, nunca se habían hecho esas preguntas. No encontrábamos pistas ni en nuestros estudios o posgrados ni en el adoctrinamiento cultural de los programas de televisión, películas románticas o revistas sensacionalistas.
Entonces le pregunté a las mujeres mayores de mi familia si podían decirme cómo había que hacer para enamorarse de sí misma. Supuse que por su edad deberían saber la respuesta, pero sus respuestas fueron peores, pero al menos me permitieron darme cuenta de la razón por la que había terminado en las circunstancias en que me hallaba. Dijeron cosas como «Para qué quieres saber algo así» y me dijeron que dejara de hacer preguntas tontas. Sólo sé feliz con la vida que tienes.
Así me di cuenta de que yo y casi todas las mujeres que conocía veníamos de una prolongada línea de «sofocadas» y «sacrificadas»: mujeres a las que se había enseñado a menospreciar sus sentimientos e instintos (o a desconfiar de ellos), a poner sus necesidades al último de la lista (si es que llegaban a caber en la lista) y a seguir adelante a toda costa, pero de preferencia poniendo buena cara y con un firme sentimiento de confianza. Nuestras antepasadas no tenían locutoras de televisión para instruirlas; en las escuelas no había programas vespertinos de autoestima ni talleres de empoderamiento para los fines de semana. Todo lo que tenían era el manual del autosacrificio, edición extrema, cuya doctrina principal decía algo así:
Da y da más, y luego vuelve a dar más. Aun si no queda nada para ti o si no tienes nada más para dar, da más. Aguanta y no te quejes (por lo menos en público), porque tu deber no es recibir, sino dar.
En este manual de pesos pesados nunca se hablaba de darte a ti misma antes de darle a los demás. No tenía fragmentos que hablaran de amarte y cuidarte a ti misma ni que siempre fueras tu mejor amiga. No había ejemplos sobre cómo dar a los demás sin traicionarte ni de cómo atender las cosas y a los seres amados sin sacrificar tus sueños ni tus necesidades. Desafortunadamente, este anticuado manual enseñó a las mujeres a equiparar la valoración de sí mismas con cuánto damos y llevamos a cabo en el día, sin ver por nuestros intereses y sin tener cuidado personal ni sentir compasión, respeto o placer hacia nosotras mismas (es decir, amor propio). Si no dábamos todo lo que teníamos, o estábamos siempre ocupadas o sufriendo en silencio o esforzadas en algún trabajo, ¡ah!, surgían entonces la culpa y los sentimientos de inferioridad. ¡Uf!
Por suerte, una oleada de feminismo rechazó el modelo opresor que nos decía qué y cómo debería ser una mujer. Desde entonces, si bien todavía seguimos bajo la influencia de este viejo mensaje de sacrificio personal sádico al que se aferra nuestra sociedad patriarcal, ahora tenemos acceso al nuevo libro de empoderamiento, el manual de autoestima. Este libro trajo nuevas oportunidades, más igualdad y el permiso para expresarnos y perseguir nuestros deseos. ¡Viva!
Sé inteligente, sé confiada y sé lo mejor que puedas ser. Puedes hacer, ser y tener cualquier cosa.
Por fin las mujeres se fortalecieron con el mensaje de la autoestima. Quedábamos libres para llevar la vida que quisiéramos, empoderadas por una nueva creencia, la de ser inteligentes y confiadas, lo mejor que cada quien pudiera ser: hacer, ser y tener cualquier cosa.
Ahora las niñas crecen sabiendo que pueden tomar la decisión de ir a la universidad, casarse o no casarse, recorrer el mundo y materializar sus sueños sin depender de la presencia de un hombre. Tenemos más poder y más independencia económica. Tenemos la libertad de expresarnos como mujeres confiadas y poderosas. El mensaje de que podemos hacer, ser y tener cualquier cosa nos ha llevado lejos, gracias a las que lucharon por hacerlo posible.
Sin embargo, queda camino por recorrer; todavía falta algo. Si miramos el rostro cansado de las mujeres y la vida tensa y abrumada de las niñas (y de nosotras) es innegable que aprendimos a equiparar la fuerza y el éxito, con hacer mucho, estar ocupadas y prosperar en lo económico a toda costa, inclusive al precio de nuestra felicidad. Este hecho se puso de relieve en un estudio1 dirigido por la Fundación Rockefeller y citado en un artículo de la revista Time en el que se comparaba el nivel de felicidad de las mujeres de hoy con las de la década de los setenta. Los resultados son reveladores. Sí, las mujeres tenemos más oportunidades e igualdad, pero no somos más felices. El nivel de nuestra felicidad sigue siendo el mismo. Traducción: más trabajo y menos felicidad. ¡Qué injusto!
Por concentrarnos tanto en nuestra capacidad de hacer, ser y tener cualquier cosa, nos hemos convertido en una generación de mujeres y niñas que se sienten presionadas por hacer, ser y tenerlo todo.
En la actualidad, en cuanto las niñas aprenden a leer, a sintonizar la televisión o a imitar a las mujeres con las que conviven, comienzan a sentir la presión de ser, hacer y tenerlo todo. Crecen batallando por conseguir y mantener el cuerpo perfecto, las mejores calificaciones, la carrera exitosa, la gran cuenta bancaria, la relación feliz, un rostro por el que no pasen los años, la familia perfecta, etcétera, todo ese exterior que se ve como «ideal». Quedamos condicionadas a creer que hay que tenerlo todo al mismo tiempo, que hay que hacerlo todo y serlo todo a la perfección. Entonces, cuando nos damos cuenta de que no queremos o no podemos, en lugar de preguntarnos por qué diablos nos empeñamos tanto en alcanzar expectativas tan irreales, lo más probable es que nos preguntemos qué es lo que hacemos mal.
Puede que en alguna parte haya una supermujer que posea la capacidad de satisfacer todas estas expectativas de una sola vez, pero nosotras, las mortales, no podemos. En lugar de eso, con mucha autoestima, pero sin la capacidad de cuidarnos sin remordimientos, nos empujamos a seguir con más fuerza y luchamos por estar a la altura de las imágenes maquinadas que crean nuestras expectativas irreales, que es de donde provienen nuestros sentimientos de que nunca somos, hacemos ni tenemos lo suficiente. Como nos falta un sentido firme de compasión por nosotras, nunca nos valoramos, sino que somos duras con nosotras mismas y nos apaleamos emocionalmente. Como nos falta respetarnos, ignoramos el estado de nuestras relaciones y dejamos que nuestra confianza personal externa enmascare las inseguridades profundas que ni siquiera nos confesamos a nosotras. Como nos falta un sentido de valoración de nosotras mismas, nunca sentimos que somos suficiente, por mucho que hagamos o que logremos.
Somos una generación de mujeres y niñas sedientas de amor propio, pero no teníamos las herramientas para encontrarlo ni el permiso para conservarlo… hasta ahora.
¿Qué es Ámate a ti misma?
Ámate a ti misma es más que un libro; es un movimiento internacional de cambio social, una exhortación y una invitación a todas las mujeres de hoy (entre las que estás tú) para que asumamos una posición para favorecer a todas las niñas y mujeres del mundo, incluyéndonos, para que digamos basta de autocriticarnos, de odiarnos, de maltratarnos y de descuidarnos. Basta de parámetros fantásticos sobre cómo es una mujer feliz y próspera. Basta de que nos falte al respeto quienquiera y no nos ame incondicionalmente. Es un permiso para que cada una de nosotras se enamore de sí misma. Sí, locamente enamorada, para que exprese el amor que se tiene sin vergüenzas, disculpas ni restricciones.
Este libro, en particular, fue escrito por una mujer para mujeres y niñas, y trata de cuánto el condicionamiento social nos ha alejado de nuestra tendencia natural a amarnos, pero hombres y niños también están invitados a participar. De hecho, todos los habitantes del planeta pueden aprovechar lo que ofrece el amor propio. El amor es una necesidad humana.
Ámate a ti misma es el reto de adoptar la posición de ser y actuar en tu vida como tu mejor amiga, pase lo que pase. De salir en tu defensa, de poner por delante tu cuidado personal, de recordarte que eres fabulosa y de estar siempre de tu lado.
Ámate a ti misma es una promesa enorme que te haces para recordar siempre qué es lo que necesita la niña que llevas dentro: risas, alegría, juegos, abrazos, compasión, aceptación incondicional, y de ofrecérselo sin restricciones. Al mismo tiempo, es la promesa de ir tras los sueños y los deseos de la niña grande, aunque los demás no les encuentren sentido.
Si aceptas Ámate a ti misma, aceptas expresarte con libertad y plenitud, y aceptas también tratarte con amor y respeto y exigir ese mismo respeto y amor incondicional sin excepción en todas las relaciones de tu vida. ¡Di que sí a ser, amar y vivir como tú!
Considera este libro como tu manual personal, fantástico y mágico de amor propio, tal como esos libros de cuentos que abrías con tremendo placer cuando eras pequeña. ¿Recuerdas cómo pasabas la portada y, en un instante, era como si te hubieras transportado a otro mundo en el que el tiempo exterior parecía suspenderse? Te hacías amiga de los personajes, y con ellos recorrías lentamente territorios nuevos y magníficos, se ampliaban tus posibilidades y surgían creaciones de felicidad y esplendor que no habías imaginado. ¡Maravilloso! La única diferencia entre este libro y los cuentos mágicos es que esta historia trata acerca de ti misma. Tú eres la protagonista, tú eres el argumento de Ámate a ti misma.
Al abrir este libro y recorrer sus páginas, vamos juntas a imaginar y a crear nuevas realidades mágicas y fantásticas para ti que garanticen que tu vida esté llena de mucha felicidad, amor y libertad. Es tu vida y te toca decidir de qué está repleta. Todo comienza contigo. Escoge llenarla de amor y producirás más amor en tu vida. Escoge llenarla de interés por ti y te cuidarán mejor. Escoge llenarla de compasión y recibirás más comprensión y amabilidad de los demás. ¿Lo ves? ¡Es mágico! Escoge el amor propio y te llegará más de lo que quieres y necesitas.
Que comience, que venga a ti, la magia del amor…
El manifiesto de Ámate a ti misma
Creemos que toda mujer tiene el derecho a enamorarse locamente de sí misma. De enamorarse de la persona que es, de reverenciar su cuerpo, su mente y su espíritu de modo que todas sus decisiones expresen esa profunda reverencia. Creemos que toda mujer tiene derecho a amarse y que tiene la facultad de amarse simplemente por ser quien es.
En un mundo en el que una mujer sabe cómo enamorarse locamente de ella no hace falta que se adapte a una imagen externa de cómo es una mujer hermosa, inteligente y próspera. Sólo tiene que ser la mujer que se encuentra realmente en su alma. Es libre por completo de ser ella misma.
En este mundo nuevo, en el que se alienta a las mujeres a enamorarse locamente de ellas, ninguna tiene que disculparse por lo que es ni por lo que no es. Se acepta y celebra plenamente a la que es ahora, en este momento. Es libre por completo de amar.
En este mundo, en el que toda mujer lleva un existencia en la que cada día se enamora más de ella, no vive para el mañana ni se sacrifica o se conforma con menos. No hay más creación que la del mundo que su corazón y su espíritu desean en el fondo mismo de su esencia. Es libre por completo de vivir.
Como mujeres locamente enamoradas de nosotras mismas, creemos que:
- Toda mujer desea y merece ser amada profundamente y por ser la persona que es ahora.
- Toda mujer desea y merece ser libre de expresarse plenamente y sin excusas.
- La autoestima no basta: la felicidad duradera requiere amor propio.
- El amor, la libertad, la paz y la felicidad que busca toda mujer comienzan siempre en su interior.
- Descubrimos que el amor, la libertad, la paz y la felicidad son una jornada que se profundiza durante toda una vida, y que enamorarnos de nosotras es para siempre y que este sentimiento se intensifica con el tiempo.
- Todas las mujeres merecen amarse, divertirse al amarse y tener la compañía de otras mujeres al amarse.
Para una excursión guiada por este mundo fantástico del amor y el amor propio, conéctate a <www.MadlyinLovewithMe.com> y activa el video de tres minutos en inglés Imagine a World of Love (Imagina un mundo de amor). Este video te guiará por la aventura de imaginar un mundo en el que te ames incondicionalmente. Cuando termines de ver la película, cierra los ojos, abrázate amorosamente y siente que eres una mujer hermosa, poderosa y libre sólo por ser tú. Y prepárate porque hay mucho más de este sentimiento mágico de amor para ti en los capítulos que vienen a continuación.

CAPÍTULO 1
¿Por qué te cuesta tanto trabajo decirte que te amas?
HACE POCO ME PIDIERON que diera una conferencia para estudiantes universitarias, que con el tiempo serían las líderes de nuestro mundo y las madres de los niños por venir. Desde mi lugar en el estrado, veía los rostros hermosos y llenos de esperanza de las muchachas esperando que compartiera mis secretos sobre cómo ser una mujer exitosa en el mundo actual. No había duda de que las chicas estaban emocionadas por estar en la conferencia para aprender, para seguir sobresaliendo y para luchar por alcanzar sus metas. Por eso, cuando les pedí que giraran hacia su vecina y le dijeran: «¡Cómo me gustaría tener mucha autoestima!», no me sorprendió que todas las jóvenes del salón voltearan y afirmaran emocionadas su compromiso de creer en ellas. Cuando pedí que levantaran la mano si su proclama de autoestima las había hecho sentirse bien, todas la alzaron, como si dijeran: «Desde luego, quiero autoestima; la autoestima es buena». ¡Era una señal excelente! El mensaje de que tenerte en alta consideración es algo que deben cultivar había penetrado en su conciencia de manera que, sin tener que disculparse, podían afirmar públicamente su derecho a tener una autoestima elevada.
Sin embargo, la pregunta siguiente obtuvo una respuesta distinta. Me dirigí a estas futuras líderes y madres y les planteé esta interrogante: «¿Cuántas de ustedes girarían y le dirían a su compañera que les gustaría amarse?». Silencio; luego, se retorcieron en su lugar. Algunas risitas flotaron en el aire, pero ninguna mano se alzó, excepto la mía y la de una amiga que estaba en la primera fila, escritora, conferencista, maestra y mujer embarcada en su jornada del amor propio. Las niñas se movían en su asiento, incómodas y estupefactas por la idea de hacer en público una declaración tan intrépida. Avergonzadas de decir la palabra amor en el sentido de abrigar sentimientos amorosos por ellas mismas, me miraban fijamente. No sabían qué contestar, así que esperaron para ver qué es lo que yo haría y diría después. En un momento de inspiración, me puse de rodillas (figúrate, llevaba vestido y tacones) y exclamé:
Imaginen que soy la hija que tendrán un día. Soy su pequeña de entre cinco y siete años. Entonces, llego y digo: «Mamá, ¿es bueno amarme? ¿Debo amarme? ¿Debo ser mi mejor amiga?». ¿Qué le contestarían? ¿Le dirían: «No, querida, eso es egoísmo. No, hija; hay que tener autoestima pero no amor propio. El amor propio es egoísta, sólo se hace en privado?». ¡Claro que no! Nunca le dirían eso a su hija. ¿Por qué? Porque en el fondo, no tienen dudas de que quieren que su hija se ame.
Por instinto, saben que amarse es crucial para llevar una vida feliz y quieren que su hija (o su hijo) sea feliz. Sus instintos son transparentes: es bueno amarse. A su hija tienen que decirle: «Sí, tienes que ser tu mejor amiga. Tienes que amarte y tratarte bien. Sentirte orgullosa de la que eres y comunicarlo al mundo. Tienes que honrarte y respetarte sin tener que pedir disculpas, porque si no lo haces tú, ¿quién crees que lo hará? Lucha por tus sueños, sin importar lo que opinen los otros. Cuídate, porque si no te cuidas, no podrás cuidar a nadie.»
Por tanto, contesten ustedes, jóvenes fuertes e inteligentes —les dije a esas estudiantes y te lo digo a ti también—: si es tan obvio que estas instrucciones son apropiadas para una hija, ¿por qué no valen también para ustedes?
Desde que dejé de trabajar en una empresa para enseñar, dar conferencias y escribir de tiempo completo acerca del amor, del amor propio y del poder real de lo femenino, he hablado con miles de mujeres y he oído los comentarios más extraños cuando pronuncio las palabras «amor propio». Primero, cuando hablamos de autoestima, afirman con la cabeza, sonríen y todo está bien; pero en cuanto menciono el amor propio tuercen el rostro, levantan muros defensivos y profieren este tipo de comentarios:
—¿Amarme? No tengo tiempo.
—¡Claro que me amo! Fui a los masajes hace un mes.
—Creo que el rollo del amor propio es cosas de hippies.
Y no falta la frase que me quita el aliento y me sorprende cada vez que la oigo.
—¿Amor propio? ¿Te refieres a la masturbación? (y no lo dicen en un buen sentido).
Me siento muy triste con lo rápido que la gente relaciona el amor, algo tan sagrado y tan esencial para nuestra felicidad básica, con comportamientos y características que son considerados malos, que se ocultan y que suelen ser motivo de vergüenza cuando se agrega las palabras «a sí misma», «propio», etcétera. No se ve a nadie diciendo que no tiene tiempo para el amor o que el amor sea cosa de hippies. No, pues aunque no siempre sabemos amar a los demás, todos sabemos y creemos que es bueno amarlos. Entonces, ¿por qué tiene que ser diferente el amor cuando se dirige a sí misma? Consideramos aceptable y hasta admirable expresar amor dándole a los demás nuestra energía, tiempo, recursos, compasión y mucho más sin pensar ni un momento en nosotras, y a nuestros amigos, familiares y amantes les decimos que los amamos, los queremos y los respetamos. Pero si se trata de decir «me amo» en voz alta, lo mejor es hacerlo a escondidas. ¿Qué tal darte algo a ti primero? ¡Nunca, eso es egoísta! No obstante, es la misma energía (amor), sólo que apunta en otra dirección.
Al principio, pensé que el tabú del amor propio afectaba únicamente a quienes no les habían enseñado el concepto de amarse a sí mismo. Al igual que las universitarias de aquel día, cuando yo tenía veinte años, todavía no me habían entregado el manual del amor propio. Pero conforme vi que las mujeres y los hombres que van a los talleres que doy en centros espirituales (los cuales son como un paraíso del amor propio) tienen la misma resistencia a afirmar públicamente que se aman, quedé anodadada. Un domingo, daba una charla a un grupo de espiritualistas y les pregunté quién se atrevería a pararse después del oficio dominical con una pancarta que dijera por un lado: «Estoy locamente enamorada de mí», y del otro: «¡Ámate, mereces amarte!». Creí que, sin falta, habría personas dispuestas a fungir como ejemplos del amor. Pero nadie levantó la mano, excepto la persona que venía conmigo, mi compañero del alma, Noah. Muy bien; modifiqué la apuesta y les pedí una expresión pública de amor propio, ya que estas personas estaban acostumbradas a hablar de amor propio y pertenecían a una comunidad que fomentaba el amor en todas sus formas. De seguro que no tendrían miedo de proclamar en público que se amaban. Sin embargo, se atemorizaron.
¿Qué rayos pasaba? ¿Qué causa este temor que rodea al amor propio? Lo que descubrí me conmocionó.
Busqué la definición de amor propio en un diccionario en línea. Con el tiempo, he aprendido que la definición de una palabra dice mucho acerca de las creencias actuales de nuestra sociedad, nuestras instituciones y nuestros lazos familiares, y las que, por consiguiente, consideramos aceptables, valiosas y correctas o incorrectas. Las definiciones, como reflejan la mentalidad preponderante, influyen e impregnan las ideas y opiniones que llevamos en el subconsciente y, por lo tanto, afectan nuestras acciones y pensamientos. Además, como muchos desconocemos el significado preciso de ciertas palabras, (dicho con franqueza, ¿qué tan seguido consultas las palabras que oyes todos los días?) a veces no nos percatamos de la influencia de fuerzas externas que quizá ni siquiera concuerden con lo que en el fondo del corazón tomamos como verdadero, pero de todos modos tienen consecuencias en nuestros actos. Incluso, la definición que damos hoy de una palabra puede no ser la definición original. Las palabras cambian con el tiempo y sin explicación. Tal es el poder de las palabras, y cuando me di cuenta de esto, comencé a consultar más las definiciones y a fijarme mucho más en la historia de las palabras.
No sé bien qué esperaba cuando anoté las palabras amor propio en el recuadro de búsqueda de Dictionary.com; acaso una frase sencilla acerca de que el amor propio favorece la felicidad y el bienestar. Pero lo que apareció en la pantalla fue muy distinto. Me quedé boquiabierta, sin poder creer lo que había leído. Se definía el amor propio en términos de presunción, vanidad y narcisismo.
¿Qué? Recorrí la página arriba y abajo. Quería cerciorarme de que no me engañaba. Y entonces, como si se me prendiera un foco en la cabeza, todo comenzó a tener sentido. Entendí las respuestas absurdas y la falta de manos alzadas. Por definición y en nuestra sociedad, el amor propio se considera un tabú que provoca miedo y también que es un poco obsceno. Desde luego, por eso las manifestaciones públicas de amor propio nos parecen malas y arriesgadas y creemos que deben evitarse. ¿Quién quiere que le digan narcisista?
El diccionario Merriam-Webster.com no resultó mucho mejor. Aunque se define el amor propio como amor por uno mismo (que, más que definición es otra manera de decir amor propio), la primera definición completa es presunción, que enseguida define como una opinión individual, especialmente de aprecio excesivo por la valoración o la virtud propias, una fantasía o una chuchería. Creo que no es exagerado decir que ni tú ni nadie que conozcas quiere que le digan presuntuosa ni exagerada. ¿Y desde cuándo el amor es una chuchería o una opinión en vez de un acto sagrado, hermoso y fundamental?
A continuación quise saber quién preparó estas definiciones equivocadas. ¿Hay una persona o un consejo en un escritorio de algún lugar que decide a capricho lo que significa amor propio en la actualidad? Si es así, tendrían que despedirlos por degradar estas palabras sagradas y luego volver a despedirlos por envenenar nuestra mente. Cuando la palabra propio se coloca junto a la hermosa palabra amor no debería cambiar su belleza ni su bondad, sino únicamente la dirección en la que actúa.
Es posible que en este momento pienses que, desde luego, sabes que el amor propio no es todas esas cosas horribles. Sí, en algún nivel sabes que amarte es bueno o no estarías leyendo este libro. Pero de todos modos sabes que hay ámbitos de tu vida en los que no das señales de amor propio, donde no te muestras como tu mejor amiga ni te das lo que necesitas para ser feliz, sana y amada. Una sólida explicación de lo anterior es que aún sientes la influencia, lo sepas o no, de las ideas colectivas de una sociedad que dice que amar a los demás es bueno y amarse a sí mismo es egoísta, vano, narcisista y que es algo que debe hacerse en privado.
Piénsalo de esta manera. Si ves a una mujer que muestra en público que ama a su hijo, ¿qué piensas? Que es una buena mujer haciendo algo bueno, ¿no es verdad? Si sabes de una mujer que dedica tiempo y esfuerzo a cuidar a los demás, ¿qué piensas de ella? Que es una buena mujer haciendo algo bueno. Si una mujer te dice cuánto ama a sus padres, sus amigos o su pareja, ¿qué opinas? Una buena mujer haciendo algo bueno; que es una persona amorosa.
Ahora digamos que la misma mujer le da la vuelta a su amor y lo dirige hacia ella, en lugar de los demás. Imagina que dice, por ejemplo: «De verdad me amo». ¿Qué piensas? Sé honesta. ¿Piensas que es presuntuosa? ¿Intrépida? ¿Vana? ¿Qué opinarías si esta mujer te dijera que decidió ver por ella antes de darle a los demás? ¿Te parecería que es egoísta o narcisista? Es probable que no pienses que es una buena mujer haciendo algo bueno ni que es una persona amorosa, porque tu sistema de creencias te condicionó para pensar que no es aceptable amarte plena ni abiertamente, que cuidarte primero es egoísta.
Vives en una sociedad en la que es más fácil leer un libro sobre las diez maneras de conseguir marido que sobre cómo enamorarte de ti misma, o que te obsesionas con tu vida amorosa más que con compartir tu conquista del amor propio con tus amigos y familiares. Te bombardean con imágenes en los medios, como en los programas de chismes con el mensaje subliminal de que es normal buscar fuentes externas que confirmen que eres buena persona, y no con el de una postura libre, llena de respeto por ti misma y de valoración personal.
Dado el entorno cultural, no causa asombro que nos cueste tanto trabajo amarnos. No tengo ninguna duda de que aquel día en el centro espiritual todos pensaron que amarse era una idea fabulosa. El miedo a ser considerados egoístas, presuntuosos o vanos les impidió decir con franqueza qué era lo que habían ido a recibir: amor propio. De no ser por la opinión generalizada de que el amor propio es egoísta, habría prevalecido el reconocimiento de que el amor propio te hace amar más a los otros, no menos. El temor no les habría impedido expresar la fuerza más grande del mundo, el amor, aun dirigiéndola a sí mismos.
No importa en qué dirección vaya el amor, hacia los demás o hacia ti misma, siempre es bueno.
El resto de este libro está dedicado a enseñarte a darte amor y a expresar amor por ti: a elegir amarte en todas las formas, una y otra vez, a diario, todas las semanas, todos los meses y todos los años de tu vida. Elegir el amor propio es como adoptar una vigorosa postura a favor de ti y negarte a aceptar la energía del odio, maltrato, descuido, vergüenza, miedo y culpa, sin importar de dónde venga esa energía. También consiste en aceptar y dar amor en sus numerosas formas; primero, recibir y darte amor a ti misma y, como consecuencia, compartir el caudal de tu amor con los tuyos.
Si completas la jornada por la que puede llevarte este libro, vas a poder decir que te amas en voz alta y, lo más importante, vas a poder tomar las grandes decisiones de la vida y las pequeñas elecciones cotidianas que sean congruentes con tu amor. Es decir, vas a actuar como una mujer que de verdad se ama. Una cosa es decir: «Me amo», pero actuar en consecuencia es la verdadera prueba y ahí es donde radica el poder. Fíjate que elegir es un verbo activo. Elegir requiere que tomes la decisión de amarte a ti misma, de expresar amor o de recibir amor.
Cuanto más te conduzcas según el amor propio, mayor será tu capacidad de sentir amor por ti, independientemente de lo que pase con tus relaciones, el mundo exterior o tus circunstancias. Tendrás el poder de sacar amor de tu interior, en lugar de tener que buscarlo en algo o en alguien. Te volverás experta en llenar tu cabeza de pensamientos amorosos aunque toquen a la puerta dudas personales
