Camino de libertad

Joseph E. Stiglitz

Fragmento

libro-1

PREFACIO

La libertad es un valor humano fundamental. Pero muchos de sus defensores rara vez se preguntan el verdadero significado de esta idea. ¿Libertad para quién? ¿Qué ocurre cuando la libertad de una persona se consigue a costa de la de otra? El filósofo de Oxford Isaiah Berlin[1] lo expresó bien cuando dijo: «Con frecuencia, la libertad de los lobos ha significado la muerte de las ovejas».[2]

¿Cómo pueden equilibrarse las libertades políticas y económicas? ¿Qué significa el derecho a votar para alguien que pasa hambre? ¿Qué hay de la libertad de las personas para desarrollar su potencial, que solo es posible si gravamos con impuestos a los ricos y les privamos de la libertad de gastar como quieran?

En Estados Unidos, hace varias décadas la derecha[3] se apoderó de la retórica de la libertad, reivindicándola como propia, al igual que reivindicó como propios el patriotismo y la bandera del país. La libertad es un valor importante que apreciamos y debemos apreciar, pero es más complejo y tiene más matices que el concepto que invoca la derecha. La lectura actual que hacen los conservadores del significado de la libertad es superficial y errónea, y está motivada por la ideología. La derecha se proclama defensora de la libertad, pero demostraré que la manera en que define y reivindica la palabra ha dado lugar al resultado opuesto y ha reducido considerablemente las libertades de la mayoría de los ciudadanos.

Una cuestión, oportuna y esencial, para empezar a identificar estas deficiencias es la combinación del libre mercado con la libertad económica, y de la libertad económica con la libertad política. Algunas citas de líderes republicanos transmiten bien el espíritu de lo que tengo en mente.

En 2008, cuando, tras décadas de desregulación financiera, la economía estadounidense se encontraba al borde del colapso y el Gobierno iba a efectuar el mayor rescate del sector privado en la historia del planeta, George W. Bush, que era presidente cuando se produjo la crisis financiera, planteó este asunto de la siguiente manera:

Si bien las reformas del sector financiero son esenciales, la solución a largo plazo de los problemas actuales es un crecimiento económico sostenido. Y el camino más seguro para lograr ese crecimiento lo constituyen el libre mercado y las personas libres.[4]

Antes que Bush, Ronald Reagan, cuya presidencia (1981-1989) suele considerarse un punto de inflexión hacia la derecha y la adopción plena del libre mercado, enumeró las libertades recogidas en la Carta de Derechos Económicos de Estados Unidos.[5] Como él mismo explicó:

Inextricablemente ligada a estas libertades políticas está la protección de las libertades económicas […]. Si bien la Constitución establece nuestras libertades políticas con mayor detalle, estas libertades económicas forman parte integral de ella […]. Hay cuatro libertades económicas fundamentales. Son lo que vincula inseparablemente la vida con la capacidad de ser libre, lo que permite al individuo controlar su destino, lo que hace que el autogobierno y la independencia personal formen parte de la experiencia americana.[6]

Las cuatro libertades son: (1) la libertad para trabajar, (2) la libertad para disfrutar del fruto del trabajo realizado, (3) la libertad de poseer y controlar las propiedades personales y (4) la libertad para participar en un mercado libre; para contratar libremente bienes y servicios, y para desarrollar plenamente el propio potencial sin que el Gobierno limite las oportunidades, la independencia económica y el crecimiento (la cursiva es mía).

Los colonos que se rebelaron contra los británicos adoptaron el eslogan «los impuestos sin representación son una tiranía», pero sus descendientes del siglo XXI parecen haber llegado a la conclusión de que los impuestos con representación también son una tiranía. Ron Paul, un veterano republicano de Texas que en 1988 se presentó a las elecciones presidenciales como candidato del Partido Libertario, lo dijo sin rodeos: «Tenemos que entender que cuanto más gasta el Gobierno, más libertad se pierde».[7]

Rick Santorum, un senador republicano (1995-2007) que compitió por la candidatura republicana a la presidencia en 2012 y casi la consigue, lo expresó al revés: «Cuanto menos dinero nos llevemos, más libertad tendréis».[8]

Y Ted Cruz, senador conservador por Texas y aspirante a candidato presidencial en 2016, nombró las partes del Gobierno que, según él, coartaban más la libertad: «He identificado los cinco para la libertad: durante mi primer año de presidencia, lucharé para abolir el Servicio de Impuestos Internos, el Departamento de Educación, el Departamento de Energía, el Departamento de Comercio y el Departamento de Vivienda y Desarrollo Urbano».[9]

Estas concepciones de la libertad contrastan notablemente con los ideales articulados por el presidente Franklin Delano Roosevelt, quien en su discurso sobre el estado de la Unión pronunciado ante el Congreso el 6 de enero de 1941 expuso una visión de la libertad que iba más allá de las libertades civiles tradicionales. Esas libertades las condensó en las dos primeras de su discurso sobre las «cuatro libertades»: La primera es la libertad de expresión, en cualquier lugar del mundo. La segunda es la libertad de cualquier persona para adorar a Dios a su manera, en cualquier lugar del mundo. Reconocía que estas no eran suficientes, y añadió dos más. La gente necesitaba

la libertad de vivir sin necesidades —lo que, traducido a escala mundial, significa unos acuerdos económicos que garanticen a todas las naciones una vida saludable en tiempos de paz para sus habitantes— en cualquier lugar del mundo.

y

la libertad de vivir sin miedo —lo que, traducido a escala mundial, significa una reducción del armamento en el planeta, hasta tal punto y de una manera tan completa que ninguna nación esté en condiciones de cometer un acto de agresión física contra un vecino— en cualquier lugar del mundo.

Una persona que se enfrenta a situaciones extremas de necesidad y miedo no es libre. Tampoco lo es alguien cuya capacidad para tener una vida plena, que aspira a desarrollar su potencial, se ve limitada por el hecho de haber nacido pobre. Yo crecí en Gary, Indiana, que antaño fue una próspera ciudad siderúrgica en la orilla sur del lago Michigan, así que fui testigo directo de esta falta de libertad económica en el caso de los afroamericanos, que durante la Gran Migración habían huido de la opresión en el sur, y en el caso de los hijos de muchos inmigrantes que habían llegado de Europa para trabajar en las fábricas. Varios de mis compañeros de clase me hablaron de sus experiencias vitales en nuestra quincuagésima quinta reunión del instituto, en 2015. Tras graduarse en el instituto, su plan era conseguir trabajo en una fábrica, como habían hecho sus padres. Pero en medio de otra crisis económica, no tuvieron opción —libertad— y acabaron alistándose en el ejército. Y cuando terminó su servicio en la guerra de Vietnam, volvieron a tener pocas opciones, al menos esa fue su percepción. La desindustrialización estaba acabando con el empleo manufacturero y las oportunidades que les quedaban eran las que aprovechaban su formación militar, por ejemplo, en la policía.

Como responsable político en Washington, y como asesor y comentarista de asuntos económicos, he visto la libertad desde una perspectiva diferente a la de Bush, Reagan y otros miembros de la derecha. Desde Reagan hasta Clinton, las diferentes administraciones presidenciales ampliaron la libertad de los bancos. La desregulación y la liberalización financieras supusieron la liberación de los bancos para que actuaran como quisieran, o al menos les permitió hacerlo en mayor grado.[10] La misma palabra «liberalización» connotaba «liberación». Los banqueros utilizaron esa nueva libertad de una manera que aumentó sus beneficios, pero conllevó enormes riesgos para la sociedad. Cuando en 2008 estalló la crisis financiera, nos dimos cuenta del coste. La posibilidad de que millones de trabajadores y jubilados perdieran sus empleos y sus hogares se volvió muy real, y muchos estadounidenses perdieron la libertad de vivir sin miedo y sin necesidades. Todos, como sociedad, perdimos nuestra libertad. No tuvimos más opción que gastar el dinero de los contribuyentes en rescatar a los bancos. Si no lo hubiéramos hecho, todo el sistema financiero —y la economía— se habría hundido.

Durante los años en que trabajé como asesor del presidente Bill Clinton (los dos últimos, entre 1995 y 1997, como presidente del Consejo de Asesores Económicos), me opuse con firmeza a la desregulación de las finanzas, en parte porque entendía que a la larga «liberar» al sector financiero acabaría haciéndonos a todos menos libres. Después de mi salida en 1997, el Congreso aprobó dos proyectos de ley, uno que desregulaba los bancos y otro por el que el Gobierno se comprometía a no regular los derivados, algo que iba más allá de las medidas adoptadas por Reagan. La desregulación y la liberalización prepararon el terreno para la debacle financiera de 2008. Reagan y Clinton habían dado libertad a los lobos (los banqueros) a costa de las ovejas (los trabajadores, los inversores ordinarios y los propietarios de viviendas).

La libertad en el contexto histórico de Estados Unidos

Para los estadounidenses, a quienes se les ha inculcado la idea de que la fundación de su país se basó en los principios de la libertad, este término resulta muy evocador. Por eso es importante reflexionar cuidadosamente sobre lo que significaba la palabra entonces y, dos siglos después, sobre lo que significa ahora. En el momento de la fundación, hubo ambigüedades e incoherencias, y los problemas conceptuales subyacentes han resultado cada vez más evidentes. Entonces, la libertad no significaba libertad para todo el mundo. No significaba libertad para los esclavos. Las mujeres y quienes no tenían propiedades no tenían garantizada la igualdad de derechos y no la obtuvieron. Las mujeres soportaban los impuestos sin representación; el país tardaría ciento cuarenta años en admitir esa incoherencia. Puerto Rico fue conquistado y arrebatado por la fuerza a los españoles, y sus ciudadanos siguen sufriendo los impuestos sin representación.

Desde hace tiempo está claro que existe una conexión entre las libertades económicas y las políticas. El debate sobre qué libertad debía primar fue decisivo durante la Guerra Fría. Occidente sostenía que las libertades políticas (que en el mundo comunista escaseaban visiblemente) eran más importantes; los comunistas sostenían que sin algunos derechos económicos básicos, los derechos políticos no significaban demasiado. Pero ¿podía una nación tener un conjunto de derechos sin el otro? Economistas como John Stuart Mill, Milton Friedman y Friedrich Hayek han intervenido en este debate[11] y abordado la cuestión de qué clase de sistema económico y político satisface mejor estas libertades gemelas y aumenta el bienestar individual y de la sociedad. Este libro considera las mismas cuestiones desde la perspectiva del siglo XXI, y llega a respuestas muy diferentes de las que propusieron Friedman y Hayek a mediados del siglo pasado.

El concepto de trade-off es un elemento esencial de la economía, y esta idea es otra razón por la que los economistas tienen mucho que aportar a los debates sobre la libertad. Como quedará claro, creo que en este campo hay pocas afirmaciones categóricas, si es que hay alguna. La economía facilita herramientas para reflexionar sobre la naturaleza de los trade-offs que deberían protagonizar los debates sobre la libertad y sobre cómo abordarlos.

Además, una vez que se profundiza en la aparente lealtad de la derecha a la libertad, surge una serie de cuestiones complejas, entre ellas una noción decisiva: que la coerción moderada —obligar a alguien a hacer algo que él o su voluntad no harían— puede, en algunos casos, aumentar la libertad de todo el mundo, incluso la de los coaccionados. Como demostraré, la economía puede explicar muchos ejemplos importantes en los que la acción colectiva —hacer conjuntamente lo que los individuos no podrían hacer por sí solos— es deseable. Pero con frecuencia la acción colectiva no es posible sin un mínimo de coerción, debido a la existencia de lo que se llama el problema del gorrón, que veremos más adelante.

La libertad desde la perspectiva del siglo XXI

Al final, demostraré que los verdaderos defensores de una libertad profunda y significativa están alineados con el movimiento progresista, tanto en Estados Unidos como en el extranjero. Ellos y los partidos de centro izquierda que los representan tienen que recuperar la libertad como parte de su programa político. En concreto, en el caso de los estadounidenses eso implica la reconsideración de la historia del país y los mitos fundacionales.

El primer objetivo de este libro es explicar la libertad de manera coherente y directa desde la perspectiva de la economía del siglo XXI, el equivalente de lo que hizo John Stuart Mill a mediados del siglo XIX en su libro clásico Sobre la libertad (1859). En el más de siglo y medio transcurrido desde entonces, el mundo ha cambiado, al igual que lo ha hecho nuestra manera de entender la economía y la sociedad. Lo que se debate hoy en los pasillos del poder es diferente de lo que estaba en la agenda política entonces. En aquella época, el recuerdo de la opresión estatal de la religión (en concreto, la del Gobierno británico, cuya opresión motivó en parte la emigración a Estados Unidos) seguía vivo y este legado, entre otras cosas, fue lo que conformó las ideas de la gente. Hoy nos enfrentamos al cambio climático, las armas, la contaminación, el derecho al aborto y la libertad para expresar la identidad de género. Debatimos, en general, sobre el papel de la coerción social y las reacciones coercitivas contra ella. Los retos actuales exigen repensar algunos conceptos básicos, entre ellos la libertad. De hecho, el propio Mill dijo que las libertades deben reconsiderarse cuando la economía y la sociedad cambian.

Aunque creo que los economistas tienen mucho que aportar a la comprensión del significado de la libertad y su relación con el sistema económico y social, el prisma, peculiar y específico, a través del cual suelen ver el mundo también es limitante. La singular perspectiva de los economistas no capta bien muchos aspectos de esta cuestión, y en varios momentos del libro llamo la atención sobre estas limitaciones.[12]

Los sistemas económicos y la libertad

Entender el significado de la libertad es el preludio de mi objetivo último: describir un sistema económico y político que no solo sea eficiente, equitativo y sostenible, sino que ofrezca valores morales. En este debate, el más importante de esos valores morales es la libertad, pero una libertad que tiene vínculos inherentes con las nociones de equidad, justicia y bienestar. Esta noción ampliada de libertad es la que han ignorado ciertas corrientes del pensamiento económico.

Los defensores más relevantes del capitalismo desatado de mediados del siglo XX fueron Hayek y Friedman. Pero «mercados desatados» —mercados sin reglas ni regulaciones— es un oxímoron, porque sin la existencia de reglas y regulaciones impuestas por un Gobierno, el comercio que podría haber, y que habría, sería exiguo. Las trampas se generalizarían, la confianza sería escasa. Un mundo sin ninguna restricción sería una selva en la que solo importaría el poder, que determinaría quién obtiene qué y quién hace qué. No sería en absoluto un mercado. Los contratos en los que se acuerda recibir un bien ahora a cambio de un pago posterior no podrían existir, porque no habría ningún mecanismo de ejecución. Pero hay una gran diferencia entre afirmar que una sociedad que funciona bien necesita que exista algún mecanismo para que se cumplan los contratos y decir que hay que hacer respetar cualquier contrato.

Hayek y Friedman sostenían que el capitalismo, tal como ellos lo interpretaban, era el mejor sistema en términos de eficiencia, y que sin el libre mercado y la libre empresa no se podía tener, ni se tendría, libertad individual. Creían que de alguna manera los mercados, por sí solos, seguirían siendo competitivos. Sorprendentemente, habían olvidado —o ignorado— los casos de monopolización y concentración de poder económico que dieron lugar a las leyes de competencia (en Estados Unidos, la ley Sherman de antimonopolio en 1890 y la ley Clayton de antimonopolio un cuarto de siglo después, en 1914). Cuando la intervención gubernamental empezó a aumentar en respuesta a la Gran Depresión, que en gran parte del mundo dejó al menos a uno de cada cuatro trabajadores sin empleo y en la pobreza, a Hayek lo que le preocupaba era que nos encontráramos en un camino de servidumbre, como dijo en el libro de 1944 del mismo título;[13] es decir, en el camino hacia una sociedad en la que los individuos estuvieran al servicio del Estado.

Yo llego a una conclusión radicalmente distinta. Los Gobiernos democráticos, como el de Estados Unidos, respondieron a la Gran Depresión mediante una acción colectiva debido a exigencias democráticas. En Alemania, la incapacidad del Gobierno para responder de forma adecuada al altísimo desempleo llevó a Hitler al poder. En la actualidad, es el neoliberalismo —la fe en los mercados no regulados y desatados—[14] lo que ha provocado enormes desigualdades y facilitado un terreno fértil a los populistas. Entre los crímenes del neoliberalismo están la liberación de los mercados financieros que precipitó la mayor crisis financiera en tres cuartos de siglo; la liberación del comercio para acelerar la desindustrialización; y la liberación de las empresas para explotar por igual a los consumidores, los trabajadores y el medioambiente. Al contrario de lo que sugería Friedman en el libro Capitalismo y libertad, publicado por primera vez en 1962,[15] esta forma de capitalismo no aumenta la libertad en la sociedad. Más bien ha provocado que unos pocos tengan libertad a costa de la libertad de la mayoría. Libertad para los lobos; muerte para las ovejas.

A escala internacional se plantean cuestiones similares, lo que revela interesantes e importantes relaciones entre la noción de regla y el ideal de libertad. No es que la globalización carezca de reglas, sino que estas conceden libertades e imponen restricciones de una manera que genera el mismo destino desigual para los lobos y las ovejas en todas partes; solo que los lobos y las ovejas se distribuyen por diferentes regiones y naciones del mundo. Las reglas que limitan la libertad de los países en desarrollo y los mercados emergentes, y de las personas que viven en ellos, al tiempo que amplían la libertad de las corporaciones multinacionales para explotar, se incorporan a los llamados tratados de libre comercio.

Este debate nos lleva más allá de una simple investigación sobre el significado de la libertad. Indagaremos en cuestiones que constituyen la base de una economía moderna: la legitimidad moral de los derechos de propiedad y la distribución de los ingresos y la riqueza generados por la economía. La derecha suele hablar de la «santidad de los contratos», pero yo sostendré que hay muchos contratos que son profundamente inmorales y que deberían prohibirse y no ejecutarse mediante los tribunales de justicia. Desde nuestra perspectiva actual, los fundadores de la República estadounidense tenían una visión equivocada del significado de conceptos fundamentales como la propiedad y la libertad. Reconocían los derechos de propiedad de los esclavistas —de hecho, en el sur gran parte de la «propiedad» eran personas esclavizadas—, pero no los derechos de los esclavizados a disfrutar el fruto de su trabajo. Aunque hablaran de la liberación del dominio británico, los esclavistas negaron la libertad a muchas de las personas que vivían en el sur. Sin duda, dentro de cien años, las ideas actuales también parecerán insuficientes.

Muy probablemente, el gran intelectual italiano Antonio Gramsci (1891-1937) estaba en lo cierto cuando describió nuestra ideología social como aquella que sirve de base tanto para el funcionamiento de la sociedad como para el mantenimiento del poder de las élites. La ideología contribuye a legitimar las instituciones y las reglas que conceden más libertad a unos y menos a otros, incluida la libertad para hacer las reglas. Los cambios que se han producido en el sistema de creencias estadounidense desde la redacción de la Constitución deberían hacernos ser muy conscientes de ello. Lo que entonces parecía legítimo, casi incuestionable, ahora parece horrendo. Por eso es crucial entender los procesos por los que se forman y transmiten las ideologías en la sociedad, y en este caso las ideas de Gramsci sobre la hegemonía de las élites también son relevantes. Por supuesto, la manera en que se ejerce esa influencia es diferente en el siglo XXI de como se ejercía en su época. La segunda parte de este libro aborda cómo se conforman las creencias comúnmente aceptadas sobre el significado de la libertad.

Las palabras son importantes

La economía conductual moderna ha explicado que el «marco» es importante, y eso significa que las palabras que utilizamos también lo son. Un bonus por hacer lo correcto y una penalización por hacer lo incorrecto se perciben como cosas distintas, aunque en la economía clásica ambas pueden ser equivalentes e inducir las mismas acciones.

El lenguaje de la libertad, tal como se utiliza ahora, ha limitado la capacidad de razonar adecuadamente sobre qué tipo de sistema económico, político y social aumenta más el bienestar de la sociedad; y qué tipo de sistema es más probable que proporcione bienestar y una libertad significativa al mayor número de personas. En el vocabulario político, el lenguaje de la coerción y la libertad ha adoptado un carácter emotivo. La libertad es buena, la coerción es mala. De hecho, prevalece un razonamiento simplista que considera la libertad y la coerción como meras antítesis la una de la otra. En un caso, un individuo tiene la libertad de llevar una mascarilla o no llevarla, de vacunarse o no vacunarse, de contribuir económicamente a la defensa del país o de no hacerlo, o de dar dinero a los pobres o no darlo. El Estado tiene el poder de eliminar estas libertades. Puede obligar a llevar una mascarilla, a vacunarse, a pagar impuestos para financiar las fuerzas armadas o ayudar a personas con ingresos más bajos, o a coaccionar para que se haga.

La misma dicotomía se produce en la relación de un Estado nación con otros Estados nación. Los Estados pueden sentirse obligados a hacer algo que no quieren, debido a una amenaza de intervención militar o de medidas económicas que afectarían tanto a su economía que creen que no tienen otra opción.

En muchos contextos, sin embargo, la palabra «coerción» no resulta útil. Todos los individuos (y todos los Estados) se enfrentan a limitaciones. Podría decirse que estoy obligado a vivir ajustándome a mi presupuesto, pero también que no tengo derecho a vivir por encima de mi presupuesto, o que no se puede coaccionar a alguien para que me dé más recursos de los que mi presupuesto me permite disfrutar. Poca gente utilizaría el vocabulario de la coerción para describir la limitación que supone vivir con los propios medios. Se puede pensar en una mayor restricción presupuestaria como una de las muchas maneras no coercitivas de reducir la libertad de acción de una persona. Pero la limitación presupuestaria de un individuo está, en cierto sentido, determinada por la sociedad. En una economía de mercado, es el resultado de fuerzas económicas conformadas por reglas establecidas socialmente, como explicaré con más detalle a continuación.

Así, la utilización simplista de la palabra «libertad» por parte de la derecha ha afectado de manera negativa a una libertad fundamental para la sociedad: la libertad de elegir un sistema económico que podría, de hecho, aumentar la libertad de la mayoría de los ciudadanos. En ese sentido, espero que la reflexión que se plantea en este libro genere espacio para un debate más amplio que resulte liberador.

Mi viaje intelectual

Los lectores de mis trabajos anteriores se darán cuenta de que este libro se basa en ideas que me preocupan desde hace tiempo. Mi carrera académica comenzó con la demostración teórica de que la vieja presunción de que los mercados competitivos son eficientes era errónea, sobre todo cuando la información es imperfecta, que siempre lo es. Sin embargo, el tiempo que pasé en la Administración Clinton y en el Banco Mundial me convenció de que las deficiencias de nuestra economía (y de los enfoques económicos actuales) eran más profundas. En mis primeros trabajos describí lo que la globalización, la financiarización y la monopolización estaban haciendo a nuestra economía, y su papel en el aumento de la desigualdad, la ralentización del crecimiento y la disminución de las oportunidades.

También me convencí de que los problemas de la economía y la sociedad no eran inevitables; no eran el resultado de alguna ley de la naturaleza o la economía. Eran, en cierto sentido, una elección, el resultado de las reglas y las regulaciones que habían regido la economía. Era el neoliberalismo el que las había conformado durante las últimas décadas, y él era el culpable.

Pero hay un segundo aspecto de mi trabajo que es relevante para este libro. Es fruto de mi preocupación por los recursos naturales y el medioambiente, algo que ya plasmé en artículos escritos hace muchos años. Era obvio que había importantes fallos del mercado en la protección del medioambiente y la gestión de los recursos naturales, y ya por entonces intenté comprender mejor tanto la naturaleza de esos fallos como lo que podía hacerse al respecto. Fui uno de los principales autores del Informe Intergubernamental sobre el Cambio Climático de 1995, el primer documento de este tipo que tuvo en cuenta análisis económicos.[16]

En ese momento, también encabezaba una iniciativa del Consejo de Asesores Económicos para revisar el sistema de contabilidad nacional de Estados Unidos, con el fin de que reflejara lo que estaba ocurriendo con los recursos naturales y el medioambiente, para crear un «PIB verde». Contamos con la entusiasta cooperación del Departamento de Comercio, que elabora esta contabilidad. Supimos que estábamos haciendo algo importante cuando varios miembros del Congreso amenazaron con recortar nuestro presupuesto si seguíamos adelante con aquello. Mi trabajo se vio obstaculizado temporalmente, pero algunos años después el presidente francés Nicolas Sarkozy me pidió que copresidiera una Comisión Internacional sobre la Medición del Rendimiento Económico y el Progreso Social, junto con los economistas Amartya Sen, que es premio Nobel de Economía, y Jean-Paul Fitoussi. El informe subsiguiente, titulado Mismeasuring Our Lives: Why GDP Doesn't Add Up (Medimos mal nuestra vida: por qué el PIB no tiene sentido), influyó en la creación de un movimiento conocido como Más allá del PIB y una alianza de países llamada Asociación de Gobiernos para una Economía del Bienestar (WEGo, por sus siglas en inglés), que está comprometida con poner el bienestar, en un sentido amplio, en el centro de sus agendas.[17] El principio en el que se basan el movimiento y la alianza es que no solo son importantes los bienes materiales y los servicios, tal como los mide el PIB, sino el bienestar general de los individuos y la sociedad, que incluye muchas cosas que el PIB tradicional deja fuera, entre ellas posiblemente una evaluación del estado de la libertad.

Este libro se enmarca en ese espíritu. Más importantes aún que las ineficiencias e inestabilidades que provoca el neoliberalismo son las corrosivas desigualdades que genera, la manera en que engendra egoísmo y falta de honestidad, y el consiguiente e inevitable estrechamiento de miras y de valores. Como individuos y como sociedad valoramos la libertad, y cualquier análisis sobre qué constituye una buena sociedad debe incorporar la forma en que una sociedad promueve la libertad, incluida la sensibilidad de las personas respecto a cómo sus acciones pueden limitar la libertad de los demás. Uno de los fracasos cruciales del neoliberalismo es, como explicaré más adelante, que recorta la libertad de muchos mientras amplía la libertad de unos pocos.

Este libro reúne, desarrolla y amplía mi trabajo anterior. No basta con reconocer el origen y la naturaleza de los fracasos del neoliberalismo y entender que debemos ir más allá del PIB. Es necesario comprender que existen sistemas económicos alternativos que son mejores y considerar cómo podrían ser. También debemos preguntarnos qué es una buena sociedad y averiguar cómo conseguirla. En las páginas siguientes, más que dar respuestas claras, hago preguntas y planteo un marco para reflexionar sobre estas cuestiones, entre ellas cómo ponderar las distintas libertades.

En todos mis años de vida, los desafíos a los que se han enfrentado la democracia y la libertad —y los ataques que sufren— nunca han sido tan importantes. Espero que este libro contribuya a entender con mayor profundidad el significado de la libertad y refuerce el debate democrático sobre qué tipo de sistema económico, político y social contribuirá a aumentar la libertad de la mayoría de los ciudadanos. Somos una nación surgida de la convicción de que las personas deben ser libres. No podemos permitir que un bando se apropie de la definición de libertad en términos económicos y políticos y la ponga a su servicio.

No ganaremos esta lucha existencial por la libertad y la democracia —y será imposible hacerlo— a menos que tengamos una idea más clara de lo que queremos. ¿Por qué estamos luchando? ¿Cómo es posible que durante tanto tiempo la derecha haya enmarañado las reflexiones sobre estos conceptos? Esa confusión le resulta muy útil, porque la implica en una serie de batallas políticas que, en caso de ganar, darán lugar a la antítesis de una libertad significativa.

1
INTRODUCCIÓN
LA LIBERTAD EN PELIGRO

La libertad está en peligro. Según la mayoría de los datos, el número de personas en el mundo que viven en sociedades libres y democráticas ha disminuido. Freedom House, una organización estadounidense sin ánimo de lucro que elabora una evaluación anual sobre los niveles de libertad, señaló en su informe de 2022 que se había producido una reducción de las libertades durante dieciséis años consecutivos. Hoy, el 80 por ciento de la población mundial vive en países que Freedom House califica de autoritarios o parcialmente libres; es decir, que carecen de un ingrediente fundamental para ser una sociedad libre, por ejemplo, una prensa independiente. Ni siquiera la Unión Europea se salva, comprometida como está con la democracia y los derechos humanos. Desde el 29 de mayo de 2010, Hungría está gobernada por Viktor Orbán, que se ha declarado partidario de la «democracia iliberal» y ha tomado medidas drásticas contra la prensa libre y la independencia en la educación. Al otro lado del Atlántico, Donald Trump, que tiene claras tendencias autoritarias, obstaculizó el traspaso de poderes pacífico tras perder clamorosamente las elecciones de 2020. Aun así, y a pesar de múltiples acusaciones y demandas civiles que van desde el fraude hasta la violación, sigue siendo un firme candidato a la presidencia en el momento en que este libro entra en imprenta y es probable que el Partido Republicano lo proponga como tal.

Estamos librando una guerra global, intelectual y política para proteger y conservar la libertad. ¿Las democracias y las sociedades libres proporcionan a los ciudadanos aquello que les importa y quieren y lo hacen mejor que los regímenes autoritarios? Se trata de una batalla por los corazones y las mentes de personas de todo el mundo. Creo firmemente que las democracias y las sociedades libres pueden servir a sus ciudadanos de manera mucho más eficaz que los sistemas autoritarios. Sin embargo, nuestras sociedades libres están fracasando en varios ámbitos cruciales, sobre todo en la economía. Pero —y esto es importante— estos fracasos no son inevitables y se deben, en parte, a que la errónea concepción de la libertad que tiene la derecha nos ha llevado por el camino equivocado. Hay otros caminos que proporcionan en mayor medida los bienes y servicios que quieren las personas, con la seguridad que desean, y que además dan más libertad a más de ellas.[1]

Este libro aborda las cuestiones sobre la libertad desde la perspectiva —y con el lenguaje— de los economistas, por lo que se centra, al menos al principio, en lo que podría llamarse la libertad económica, en oposición a lo que suelen denominarse libertades políticas (aunque más adelante sostendré que, en realidad, son inseparables).

La libertad en un mundo de interdependencia

Para reconsiderar el significado de la libertad, debemos empezar por admitir nuestra interdependencia. Como dijo el poeta John Donne en 1624: «Ningún hombre es una isla en sí mismo». Lo cual es especialmente cierto en la sociedad moderna, urbana e interconectada, muy diferente de la sociedad agraria de la era preindustrial, en la que muchas personas vivían en casas unifamiliares, a veces separadas por grandes distancias. En las comunidades urbanas y densas, lo que hace una persona afecta a las demás, desde tocar el claxon hasta limpiar la acera después de que una mascota haga sus necesidades. Y en el mundo industrial, con coches, fábricas y agricultura industrial, la contaminación que genera cada persona o empresa contribuye de manera paulatina a una sobrecarga de gases de efecto invernadero en la atmósfera, lo que provoca un calentamiento global que nos afecta a todos.

A lo largo del libro, se repite varias veces que con frecuencia la libertad de una persona equivale a la falta de libertad de otra; o, dicho de otra manera, que el aumento de la libertad de una persona se produce a menudo a costa de la de otra. Como dijo Cicerón hace unos dos mil años: «Somos esclavos de la ley para poder ser libres».[2] Solo mediante la acción colectiva, mediante el Gobierno, podremos lograr un equilibrio de las libertades. Unas medidas gubernamentales bien diseñadas, entre ellas regulaciones que restrinjan la conducta en ciertos aspectos, pueden resultar muy liberadoras, al menos para una gran parte de la población. En una sociedad sana y moderna, el Gobierno y la libertad no tienen por qué divergir.

Por supuesto, los límites a la libertad siempre se han cuestionado y son inevitablemente ambiguos. ¿Deberían eliminarse los límites a la libertad de expresión, incluso para la pornografía infantil? La propiedad privada constituye una restricción: una persona tiene derecho a usar y disponer de un bien, pero otras no. Sin embargo, los derechos de propiedad deben definirse, sobre todo cuando se trata de formas novedosas, como la propiedad intelectual. La Constitución estadounidense reconoce el derecho de expropiación, el derecho del Gobierno a requisar una propiedad a cambio de una compensación justa. Y las circunstancias en las que esto puede hacerse están evolucionando, como consecuencia de una serie de juicios.

Este debate se refiere, en buena medida, al equilibrio entre la libertad de no estar sometido a la coerción del Estado y la libertad de que los demás no te perjudiquen. Sin embargo, la libertad tiene un importante sentido positivo que ya he señalado: la libertad para desarrollar el propio potencial. Las personas que viven al límite carecen, en cierto sentido, de libertad. Hacen lo que deben para sobrevivir. Pero darles los recursos que necesitan para llevar una vida decente, por no hablar de poder desarrollar su potencial, implica gravar con impuestos a toda la comunidad.[3] En la derecha, muchos de sus miembros afirmarían que esos impuestos —incluso con representación— son una tiranía porque ellos han perdido el derecho a gastar ese dinero como les plazca. En la misma línea, consideran que las leyes que obligan a los empresarios a pagar un salario mínimo —o uno digno— quitan a los empleadores la libertad de pagar lo que les parezca oportuno. Esta libertad hasta tiene un nombre elegante: libertad de contratación.

En este libro, mi objetivo último es entender qué tipo de sistema económico, político y social tiene más probabilidades de aumentar las libertades de la mayoría de los ciudadanos, mediante el debido establecimiento de unos límites justos a las libertades, la elaboración de reglas y regulaciones adecuadas y la aceptación de los trade-offs correctos, entre otras medidas. Mi respuesta contradice más de un siglo de escritos conservadores. No se trata del Estado minimalista que defienden los libertarios,[4] ni siquiera del Estado muy restringido concebido por el neoliberalismo. La respuesta es, más bien, algo parecido a una socialdemocracia europea revitalizada o un nuevo capitalismo progresista estadounidense, una versión de la socialdemocracia o el estado de bienestar escandinavo para el siglo XXI.

Por supuesto, detrás de estos distintos sistemas económicos —el capitalismo neoliberal, por un lado, y el capitalismo progresista, por el otro— hay diferentes teorías sobre el comportamiento individual y el funcionamiento de las sociedades, y teóricos que explican por qué el sistema que defienden funciona mejor que los otros. El próximo capítulo aborda esas teorías y a esos teóricos.

LAS COMPLEJIDADES DE LA LIBERTAD EJEMPLIFICADAS
POR ESTADOS UNIDOS

Los debates sobre la libertad en Estados Unidos ilustran bien las complejidades de la noción de libertad.

Los estadounidenses crecen creyendo en el elixir de la libertad. La fundación del país fue un acto de libertad, que arrebató el control político a los señores británicos que se encontraban a miles de kilómetros. Todos los niños aprenden en el colegio el clamor del virginiano Patrick Henry, «¡Dadme la libertad o dadme la muerte!», y en innumerables ocasiones los estadounidenses cantan en público su himno nacional y las palabras «la tierra de los libres y el hogar de los valientes». Las diez primeras enmiendas de la Constitución, la Carta de Derechos, garantizan que el Estado no coartará las libertades fundamentales de los individuos.

Pero los últimos años no han sido benevolentes con este relato de la historia estadounidense. Hubo libertad para algunos, pero la antítesis de la libertad para los pueblos esclavizados. Para otros, los pueblos indígenas del continente, lo que hubo fue un absoluto genocidio. Es evidente que la libertad que defendían los patriotas del país no era la libertad para todos, o cierto sentido de libertad generalizado, sino más bien la libertad para sí mismos. En concreto, se trataba de la libertad política frente al dominio del rey británico y los impuestos al té que había impuesto el monarca.

Resulta difícil, al menos desde la perspectiva actual, entender cómo una sociedad aparentemente tan comprometida con la libertad permitió que la esclavitud continuara. A veces, los apologistas sugieren que debemos mirar el mundo teniendo en cuenta las costumbres de la época; pero incluso entonces, se entendía que la esclavitud era una atrocidad moral.[5]

Desde este punto de vista, la Guerra de Independencia de Estados Unidos no tuvo tanto que ver con la libertad como con quién ejercía el poder político, y con si iba a haber un gobierno autónomo dirigido por las élites locales o un gobierno distante en un parlamento con sede en Londres, muchos de cuyos miembros eran cada vez más escépticos con la esclavitud. Reino Unido acabó aboliendo la esclavitud en 1833, un tercio de siglo antes que Estados Unidos. (El papel clave de la esclavitud fue aún más evidente en Texas, que se «rebeló» contra México y luego se unió a Estados Unidos como estado esclavista el mismo año en que México prohibió la esclavitud).

Y mientras Ronald Reagan se pronunciaba sobre la condición esencial de la libertad, apoyaba iniciativas destinadas a debilitar las libertades democráticas en otros lugares. Durante su presidencia, la CIA estuvo implicada en golpes militares en varios países, por ejemplo Grecia y Chile; en este último, eso conllevó la pérdida de la libertad más fundamental para decenas de miles de personas: la libertad de vivir.

Recientemente, la insurrección del 6 de enero de 2021 fue un ataque dirigido a acabar con el aspecto más importante de una democracia: la transición pacífica del poder. Cuando gran parte del Partido Republicano se convirtió en lo que parecía una secta y afirmó sin ninguna prueba que las elecciones habían sido un fraude, quedó claro que la democracia del país estaba en peligro y que, con ella, lo estaban las libertades que los estadounidenses aprecian desde hace tanto tiempo. Sin embargo, muchos de los participantes en la insurrección afirmaron que estaban defendiendo la libertad.

Si hay alguna esperanza de que esta nación dividida se una, necesitamos entender mejor estos conceptos.

TEMAS Y CUESTIONES CENTRALES

Ya he explicado que el mensaje central de este libro es que el concepto de «libertad» es más complejo de lo que sugiere el uso simplista del término que hace la derecha. Ahora, me gustaría hacer un inciso para aclarar en qué sentido utilizo la expresión «la derecha». La empleo para referirme de manera general a los múltiples grupos —algunos se autodenominan conservadores; otros, libertarios; otros se identifican políticamente como de «centro derecha»— que tienen muchos puntos de vista diferentes pero comparten la creencia de que el papel del Gobierno federal y el de la acción colectiva deben estar limitados. A diferencia de algunos anarquistas, estos grupos sí creen en el Estado. Piensan que se deben hacer respetar los derechos de propiedad. La mayoría defiende (a menudo con fervor) el gasto en defensa. Y algunos apoyarían otras pocas medidas federales, por ejemplo, la ayuda pública en caso de una crisis como un terremoto o un huracán devastadores. Este libro explica por qué es necesario que el Estado desempeñe un papel más amplio y analiza este papel a través del prisma de la libertad.

Reflexionar sobre el significado de la libertad nos hará pensar más a fondo en muchos aspectos clave de la sociedad que solemos dar por sentados, como, por ejemplo, los tipos de contratos que deberían cumplirse. Nos hará meditar sobre el significado de la tolerancia y sus límites. ¿Hasta qué punto se debe ser tolerante con quienes son intolerantes? No seré capaz de responder a todas las preguntas difíciles que surjan, pero al menos espero aclarar qué estamos debatiendo y contribuir a plantear una manera de abordarlas.

Como algunos de los asuntos son muy complejos, me preocupa detenerme en los árboles y perder de vista el bosque. Por eso, en las próximas páginas quiero esbozar el panorama, describir algunas de las ideas y cuestiones fundamentales que resultan cruciales para una comprensión más profunda de la libertad. He organizado la exposición en torno a las tres partes en que se divide el libro.

La primera aborda la libertad y la coerción desde el punto de vista de un economista tradicional, en el que las creencias y los deseos de los individuos se consideran fijos, inmutables en el tiempo e indiferentes a los demás. La segunda parte incorpora ideas de la economía conductual moderna, que reconoce que las creencias y los comportamientos pueden conformarse, una visión muy relevante en la actualidad, dada la utilización de la desinformación y la información errónea para crear y promover opiniones que no suelen basarse en hechos ni en razonamientos.[6] También aborda las consecuencias restrictivas de la coerción social. La tercera parte retoma las ideas desarrolladas en las dos primeras para entender en qué consiste una buena sociedad y qué tipos de arquitectura gubernamental e internacional es más probable que la posibiliten.

LOS PRINCIPIOS FUNDAMENTALES: OTRAS PERSPECTIVAS TRADICIONALES

Una libertad significativa: la libertad de acción

La noción de libertad económica que tiene un economista parte de una idea sencilla: la libertad de una persona consiste en lo que puede hacer y lo que puede elegir. Podría parecer que este punto de vista es similar al de Milton Friedman, reflejado en el título de su exitoso libro Libertad para elegir (publicado en 1980 y escrito con su esposa, Rose). Pero Friedman olvidó un hecho elemental. Alguien con ingresos muy limitados tiene poca libertad de elección. Lo que importa es el conjunto de oportunidades que tiene una persona, es decir, el conjunto de opciones que tiene a su disposición.[7] Desde la perspectiva de un economista, esto es lo único que importa. El conjunto de oportunidades determina, e incluso define, la libertad de acción de la persona.[8] Cualquier reducción del alcance de las acciones que puede emprender supone una pérdida de libertad.[9]

El lenguaje utilizado para describir la expansión o la contracción del conjunto de oportunidades es el mismo.[10] Da igual si se induce a alguien a comportarse de determinada manera incentivándole con recompensas o castigándole con multas, aunque se defienda lo primero como «no coercitivo» (y se alaben los sistemas económicos que diseñan astutos sistemas de incentivos que inducen el comportamiento deseado) y se repruebe lo segundo como «coercitivo».

El hecho de entender la libertad económica como libertad de acción replantea de inmediato muchas de las cuestiones centrales en torno a la libertad y las políticas económicas. Los libertarios y otros conservadores consideran que la capacidad de gastar los propios ingresos como uno quiera es una característica definitoria de la libertad económica.[11] Consideran que cualquier restricción a eso es una coerción y que los impuestos son la mayor restricción coercitiva. Pero esta perspectiva da primacía a los mercados y a los precios determinados por el mercado. Yo hago una crítica a esta postura. Si bien puede haber debates económicos sobre el nivel y el diseño de los impuestos, demuestro que los ingresos del mercado de las personas —los ingresos que obtienen en la economía de mercado, ya sea de salarios, dividendos, ganancias de capital u otras fuentes— tienen escasa o nula primacía moral y, por lo tanto, la razón moral para no gravar esos ingresos es escasa o nula.

La libertad para vivir sin necesidades ni miedo y la libertad para desarrollar el propio potencial

Las personas que apenas tienen para sobrevivir cuentan con una libertad muy limitada. Todo su tiempo y energía se dedican a ganar el dinero suficiente para pagar la comida, la vivienda y el transporte al trabajo. Al igual que los ingresos de las personas que ocupan la parte más alta de la escala económica no están moralmente justificados, tampoco lo están los de las que ocupan la parte más baja. Eso no significa que hayan hecho algo para merecer la pobreza que sufren. Una buena sociedad haría algo para solucionar las privaciones, o la reducción de libertad, de las personas con ingresos bajos.

No es sorprendente que la gente que vive en los países más pobres haga hincapié en los derechos económicos, el derecho a tener atención médica, a la vivienda, a la educación y a no pasar hambre. No solo les preocupa la pérdida de libertad derivada de un Gobierno opresor, sino la que resulta de unos sistemas económicos, sociales y políticos que han dejado desamparados a grandes sectores de la población. Estas pueden plantearse como libertades negativas: lo que se pierde cuando los individuos no pueden desarrollar su potencial. O como libertades positivas: lo que se gana con un buen sistema económico y social, que es la libertad de desarrollar el propio potencial, una libertad asociada a las oportunidades y el acceso a la educación, la atención sanitaria y alimentos suficientes.

La derecha afirma que los Gobiernos han restringido innecesariamente la libertad a través de los impuestos, que limitan el presupuesto de los ricos y, por lo tanto, (según nuestra formulación) reducen su libertad. Pero al afirmar esto solo tienen parte de razón, porque los beneficios sociales derivados de los gastos financiados con estos impuestos, por ejemplo, las inversiones en infraestructuras y tecnología, pueden ampliar su conjunto de oportunidades (su libertad) de manera más valiosa. Incluso aunque su evaluación del efecto sobre los ricos fuera correcta, ignoran el impacto social más amplio sobre las libertades. La fiscalidad progresiva, cuya recaudación se redistribuye entre los más desfavorecidos mediante programas sociales o la educación, amplía el conjunto de oportunidades de los pobres, su libertad, aunque pueda, al mismo tiempo, limitar el conjunto de oportunidades de los ricos. Como en todo, hay trade-offs.

La libertad de una persona es la falta de libertad de otra

Ya he presentado antes esta cuestión fundamental, y el capítulo 3 se dedica a explicar sus múltiples implicaciones. Por ejemplo, esta proposición innegable conduce directamente a un tema relacionado, el de la regulación. La regulación no es la antítesis de la libertad; en una sociedad libre las restricciones son necesarias. Eran necesarias incluso en las sociedades antiguas, más sencillas. La mayoría de los diez mandamientos pueden considerarse el conjunto mínimo de leyes (regulaciones) necesario para que una sociedad funcione.

Una de las principales implicaciones, que ya he expuesto, es que al hablar de libertad a menudo hay que hacer trade-offs. A veces, el equilibrio de derechos es obvio. En todas las sociedades está prohibido matar a alguien, excepto en circunstancias muy concretas. El «derecho a matar» se somete al «derecho a no ser matado». Hay muchos otros casos en los que el equilibrio de derechos debería ser obvio si fuéramos capaces de quitar las telarañas creadas por la falsa retórica de la libertad y la coerción. Por ejemplo, con la excepción de alguien para quien las vacunas supongan un riesgo para la salud, el peligro que supone una persona no vacunada que propaga una enfermedad peligrosa y tal vez mortal supera con creces el «inconveniente» o la «pérdida de libertad» de obligar a un individuo a vacunarse. También debería ser obvio que la magnitud del desequilibrio aumenta a medida que lo hacen la contagiosidad y la gravedad de la enfermedad.

Sin embargo, hay algunos casos en los que el equilibrio entre los trade-offs no es obvio; los siguientes capítulos facilitan un marco para reflexionar sobre cómo podemos abordar esas situaciones.

Los mercados libres y desatados tienen más que ver con el derecho a explotar que con el derecho a elegir

Un ejemplo concreto de trade-off en el que creo que la respuesta es sencilla se refiere a la explotación. Esta puede adoptar muchas formas: el poder de mercado, por ejemplo, inflar los precios en tiempos de guerra o las farmacéuticas que mantienen los precios altos durante una pandemia; las empresas de cigarrillos, alimentos y medicamentos que se aprovechan de las adicciones; los casinos y las páginas web de apuestas online que explotan la vulnerabilidad de ciertas persona

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