Somos seres cuya alma solo evolucionará tras el aprendizaje, y a lo largo de la vida, muchas veces sin saberlo, atraemos a otros que nos ayudarán a entender qué es lo que venimos a trabajar. Cuando las cosas no salen como esperamos, vemos la experiencia como un obstáculo; sin embargo, cada vez que suceda y no tengamos un aprendizaje, nuestra energía nos volverá a poner en una situación similar, incluso en una más fuerte. Lo que me queda claro es que tenemos la voluntad de elegir cómo pasar cada reto que se nos presenta. Con frecuencia nos preguntamos por qué nuestros amigos o pareja llegan en momentos específicos, y en otros queremos saber por qué nos alejamos de nuestros seres queridos; en el primer caso es porque tenemos una conexión más allá de lo espiritual, y en el otro es porque estamos vibrando en frecuencias distintas; eso no está mal, porque no hay nada de malo en evolucionar y no ser siempre la misma persona. Evolucionar es parte de la vida, es un aprendizaje que no termina y para ello también hay seres que solo nos acompañan en instantes específicos.
Por eso hoy quiero compartirte mi historia. Todos venimos a este mundo a algo. Quizá mientras nos llenamos de experiencias no tenemos claro cuál es la finalidad de todo aquello que la vida nos pone en el camino, no sabemos cuál es nuestro propósito y muchas veces no entendemos el porqué de las cosas. Con el tiempo me he dado cuenta de que el mío es amar y ser feliz. Durante años busqué el amor, lo di a manos llenas, esperé que me amaran con la misma fuerza y entrega con que yo amaba, a veces funcionó, otras no, pero jamás he dejado de pensar que a eso vine: amar es lo que define quién soy. Estar en la búsqueda constante de mi plenitud más que de mi felicidad, porque la felicidad es efímera y la plenitud es un estado mental donde pasamos más tiempo en equilibrio con nosotros mismos.
En cada situación siempre hay dos perspectivas, dos puntos de vista que nacen desde el origen de cada quien, sus creencias, su educación, sus sueños y la manera en que muestra sus sentimientos y se relaciona. Nadie es perfecto, somos producto de tantas cosas que nos definen que no hay verdades absolutas porque cada quien vive las historias de forma diferente. Cada quien decide cómo amar, cómo hablar de ese amor y también cómo sanar. Si hoy estoy aquí es porque estoy lista para contarte mi historia, para que sepas que, aunque a veces nos da miedo decir en voz alta lo que estamos viviendo, no estamos solas.
Como muchos, idealizaba el amor, pensaba que amar era darlo todo, fui infiel conmigo misma por aferrarme a esta construcción social, por no leer las letras chiquitas. En esas letras tan diminutas te dicen que quizás el amor dolerá, pero no te explican que conforme creces te ilusionas con una fantasía, idealizas un amor que no existe, te llevas decepciones porque normalizas conductas que son todo menos amor, y piensas que esas falsas creencias te llevarán al amor del cuento de hadas o al felices para siempre. He aprendido que el amor es estar en tu centro, en la plenitud de ti misma, en ser genuina contigo, fiel a ti, a tus ideales, tus pensamientos y valores, es amarte como nadie más podría hacerlo. Es aprender, evolucionar, agradecer cada momento bueno o malo, valorar las enseñanzas, perdonar los errores humanos y nunca perder la capacidad de amar.
Esta es una historia de amor y quizá también de desamor y dolor, pero es más una historia de aprendizaje y descubrimiento: el de darme cuenta de que el amor verdadero existe, y es conmigo misma.
CAPÍTULO
1
Nunca nadie te dice que de repente, de un día para el otro, tu vida puede cambiar de forma radical, que ya no serás la misma, que el suelo puede moverse bajo tus pies o el aire producirte la sensación de que vas a volar, o que una burbuja se rompe y es probable que te caigas a una velocidad que no imaginabas, porque es eso lo que pasa cuando estás enamorada. Y el amor no se planea, simplemente sucede, te lleva a situaciones que nunca te pasaron por la mente, sientes todo con mayor intensidad, te cuestionas, aprendes a vivir de otra manera y poco a poco descubres que la vida se trata de eso, de aprender.
Nos hemos acostumbrado a condicionar el amor: si me das, te doy. Y no es así, se trata de ponernos en primer lugar para recibir el amor más puro y compartir desde ahí, sin pedir imposibles o algo que aún no existe porque la otra persona no ha encontrado el suyo en sí misma. Hay reciprocidad, es cierto, pero tenemos que saber distinguir entre eso y la exigencia, únicamente porque queremos de vuelta lo que ya dimos. Querer y amar son actos que vienen desde uno y, si se comparten, qué bien, y si no, no pasa nada. También sucede que cuando damos amor de forma desinteresada y desde lo más profundo de nosotros, el amor regresa, quizá no de la misma manera o como uno desearía, pero vuelve. Y estos regresos se dan cuando menos lo esperas, cuando ya bajaste los brazos después de tanto esfuerzo, el día que te abrazas a ti porque te amas y eres capaz de descubrir la felicidad de forma diferente.
Mi historia se dio más o menos así, perfecta en su imperfección; me hizo quien soy ahora. Me llenó de aprendizajes difíciles y hermosos, porque la vida se trata de eso.
La alarma de mi teléfono sonó, ¿en qué momento se me hizo tan tarde? Intenté empacar lo más rápido que pude, siempre soy la más puntual y organizada de los tres, y por ese rasgo de perfección a veces se me va el tiempo. Quería que todo saliera perfecto, eran nuestras vacaciones, aquellas serían las más especiales porque celebraríamos la vida de una de las personas a quienes más amo, mi hermana, y por fin nos merecíamos un descanso en medio de tanto caos e incertidumbre en el mundo durante los últimos meses. Revisé que todo estuviera en orden, desde mi boleto de avión hasta las playlists para las actividades que habíamos planeado, entonces salí corriendo para subirme al coche, yo era la única que faltaba para irnos.
—¿Qué onda, Less?, si te tardabas un minuto más, íbamos a dejarte —bromeó mi hermana.
Estaba a punto de subir mi maleta, cuando algo llamó mi atención: una libélula volaba muy cerca de mí. Casi nunca se ven libélulas en la ciudad, por eso me asombró y porque, aunque no soy una persona que cree en las supersticiones, la libélula es mi animal de la fuerza, me da paz y me hace sentir que todo estará bien. Si una libélula llegó a mí en ese preciso momento era porque ese viaje tendría algo especial.
—¡Less!, ¡la maleta! —exclamó mi hermano—, hay que irnos superrápido o perderemos el avión, ¿lista?
Salí de mis contemplaciones y me subí al coche, me puse los audífonos y traté de descansar durante el camino. No sabía por qué pero el corazón me latía muy fuerte, estaba emocionada, no solo por el cumpleaños de mi hermana, sino porque también deseaba tener contacto con la naturaleza, darme un respiro de la rutina tan ajetreada. Los tres comenzábamos a planear uno de los proyectos más importantes de nuestras vidas y los últimos viajes habían sido exclusivamente por trabajo. Desconectarme era necesario, además de que me entusiasmaba la idea de ir a Puerto Todos Santos. No entendía por qué no había ido, si todos mis amigos y varios familiares hablaban de lo fantástico que era, con su aire místico, el turismo, las tradiciones, la gastronomía y la naturaleza. Un día, mi hermana nos dijo que quería celebrar su cumpleaños ahí y eso hicimos, planeamos una escapada solo nosotros tres con amigos muy cercanos, deseábamos que esos días fueran inolvidables. Ya en el avión, poco después de despegar, comencé a quedarme dormida y estoy segura de que hubiera caído en un profundo sueño si mi hermano, que estaba sentado a mi lado, no me hubiera dicho:
—¿Qué te pasa, Less?, estabas sonriendo dormida.
—Nada —le respondí—, es que antes de salir vi una libélula, hacía años que no veía una, y creo que ahorita comenzaba a soñar con ella.
—Pues prepárate porque programamos hacer una ruta de exploración por la montaña, y si hay tiempo también iremos a la playa, estas vacaciones verás todo tipo de animales.
Volví a sonreír. Lo primero que les dije cuando planeamos ese viaje era que necesitaba descansar, tener pocas emociones fuertes, mucha meditación, internet limitado y recargar pilas sin que nada ni nadie me desconcentrara. Cada vez que viajamos somos muy cuidadosos, por nuestro trabajo que implica estar expuestos a muchísima gente, los viajes pueden salir de maravilla o todo lo contrario. A veces las personas son muy cariñosas y, aunque eso nos gusta, a quienes están alrededor no, incluso ha habido momentos en que deben cerrar un restaurante o tienda porque incomodamos a los demás. Por eso habíamos planeado esto con mucho cuidado, más naturaleza que lugares públicos, tiempo para nosotros tres y nuestros amigos más cercanos. La finalidad era hacer de esos días algo místico e inolvidable, que no se pareciera a algo que ya hubiéramos experimentado. Y así fue.
Los primeros días nos dedicamos a recorrer la ciudad con discreción, fuimos a algunos pueblitos cercanos a Puerto Todos Santos, visitamos las iglesias, probamos muchísimos platillos, pude meditar, descansar el tiempo que yo quise y también seguirle el ritmo a mi hermano, que es imparable. Me llamó la atención que había personas de todo el mundo, escuchaba muchos idiomas diferentes, pero también había lugares totalmente quietos, que me producían mucha paz por estar en absoluto silencio.
Fue al tercer o cuarto día del viaje que las cosas se precipitaron. Mi amigo Alonso vive en Puerto Todos Santos desde hace varios años, así que él nos ayudó con la planeación de las actividades y, desde que pusimos un pie ahí estuvimos de un lado a otro. Hasta ese momento no habíamos hecho una fiesta como tal para mi hermana.
—Tengo el lugar ideal —dijo Alonso—, es la terraza de un hotel, voy a pedir que reserven para nosotros, así no corremos el riesgo de que se den cuenta de que ustedes están aquí y haya restricciones por la cantidad de personas que podrían entrar a verlos.
La idea nos pareció perfecta, únicamente estaríamos familia y amigos. Alonso se movilizó y hasta consiguió un pastel. Justo acabábamos de llegar, cuando vi que se fue a hablar por teléfono a un rincón de la terraza. Mientras terminaba, yo estaba concentrada en la vista de la ciudad, era hermosa; desde ahí Puerto Todos Santos me parecía uno de los lugares más mágicos que había visitado en toda mi vida.
—¿Qué pasó? —le pregunté—, ¿hay algún problema?
—No, nada. Estaba hablando con uno de los dueños. Preguntaba que por qué tanto alboroto, no suelen prestar esta terraza para eventos privados pero ya le expliqué por qué tenía que ser así.
—¿Entonces?, ¿nos vamos o…?
—No, al contrario, quiere que nos sintamos cómodos. Es más, dice que viene en un momento a saludar y darnos una cata de tequila, por si no hemos probado el de la región.
Menos mal, pensé. Por lo regular nos pasaban estas cosas cuando los lugares se llenaban si alguien decía que estábamos ahí. Decidí relajarme e ir con mis hermanos, no quería perderme cuando mi hermana cortara el pastel. Estaba platicando con unos amigos cuando un muchacho que trabajaba en el hotel puso unos shots en la mesa.
—Son para ustedes, es la cata de tequila —dijo—, ahorita viene el dueño, quiere saludarlos y explicarles más sobre destilados.
Le dimos las gracias y él nos sonrió, mientras servía unas rebanadas de naranja y la sal de gusano. Nunca he sido aficionada al tequila, lo había probado pero no era fan, sin embargo, sería una grosería que no lo tomáramos. Ni le había dado el primer trago, cuando todo lo demás sucedió: la suerte, el azar, el destino, no sé qué parte del universo hizo de las suyas. Lo conocí, ahí estaba, era Él. Lo primero que percibí fue su porte, me llamó la atención su seriedad, que a veces interrumpía con una sonrisa, llevaba el cabello un poco largo, oscuro, que contrastaba con su ropa clara; usaba lentes de sol, pero cuando me dio el trago se los quitó, entonces pude verlo tal y como comenzaría a recordarlo. Era una persona muy amable, nos explicó todo sobre los destilados, la bebida como tradición, con qué alimentos combinarlos, la diferencia entre los tipos de tequila. Tenía una voz suave, una sonrisa cálida que me dirigió un par de veces. Cuando el sol se ocultó por completo y las estrellas comenzaron a salir, nos despedimos.
—Vengan cuando quieran —dijo Él antes de que mis hermanos y yo abandonáramos la terraza—, este espacio reservado y con una hermosa vista es para ustedes.
A veces no nos damos cuenta de lo importantes que son ciertos momentos, pero nos preguntamos por qué las cosas se dan así sin que las busquemos, en los lugares menos esperados. Ese viaje estaba siendo especial porque representaba tiempo de calidad con mis hermanos, ellos y yo pasamos por todo juntos y nos entendemos a la perfección, pero somos extremadamente distintos, no siempre estamos de acuerdo y que algo nos guste al mismo tiempo es una anomalía, pero estaba sucediendo en Puerto Todos Santos, por eso mi atención se concentró en pasármela bien con ellos sin que lo demás importara. El asunto es que lo demás sí estaba importando, y quedó claro la noche siguiente.
Alonso nos llevó a la misma terraza, dijo que nos la habían prestado para soltar globos de Cantolla durante la cena.
—Okey, pero algo tranquilo, sin desvelarnos —dijo mi hermano—. Mañana nos regresamos a la Ciudad de México y no hay que arriesgarnos a perder el vuelo.
A veces me daba risa que uno siempre tomaba el rol del responsable, en esta ocasión parecía ser mi hermano. Mi hermana estaba muy en su rollo de celebrar al máximo y conectar con la naturaleza y yo en el mío de pasármela bien, sin preocupaciones. Luego de un rato, por fin pudimos ponernos de acuerdo para lanzar el globo y se elevó muy bien, por encima de las luces de la ciudad. La escena parecía de película, todos nos reíamos relajados, la estábamos pasando increíble y era la despedida perfecta de esos días mágicos. Entonces llegó Él. Nos saludó, nos preguntó si todo era de nuestro agrado, si necesitábamos algo más o cómo podía atendernos. De nuevo Alonso le dio las gracias y dijo que todo estaba perfecto. Él se sentó del otro lado de la mesa, a unos cuantos lugares de mí, pero sentía el peso de su mirada, a veces volteaba a verlo casi por descuido, tratando de ser discreta y me encontraba con sus ojos. Sentía un enorme magnetismo, no podía evadirlo pero tampoco sonreírle, algo me paralizaba y no sabía qué, porque no era tímida en lugares donde podía estar relajada y en confianza. Estaba segura de que nadie me había mirado de esa forma antes, con tanta intensidad. Quería descifrar si su mirada era seductora, misteriosa, si había una intención ahí o por qué me hacía sentir de esa manera; algo inusual pues antes nunca me había importado cómo me vieran los demás, pero es que con Él todo fue distinto desde el primer momento.
—Less… ¿te pasa algo? —me preguntó mi hermana cuando me notó un poco rara.
—Eh… no… no… todo bien… —balbuceé.
—Ja, ja, ja, ¡estás borrachita! —se rio cuando vio el trago delante de mí—. Ay, Less, si ya sabes que no tomas, para qué andas probando.
Le dije que sí para que no me notara nerviosa y poder librarme de su interrogatorio, porque si se quedaba dos minutos conmigo iba a adivinar a qué se debía que me sonrojara tanto.
—Vente, vamos a bailar y así se te baja —dijo mi hermana y me jaló con ella a un espacio donde poco a poco se nos unieron más amigos.
Así estuvimos un rato hasta que llegó la cena. Me di cuenta de que el único lugar disponible era frente a Él. Ya sentía menos pena, sabía que después de esa noche regresaríamos a casa y no volvería a verlo, así que me senté, le sonreí y empecé a comer. De repente, Él y yo ya estábamos platicando. La conversación se dio de manera natural, fluida, me sentí en confianza como pocas veces mientras su voz me envolvía, y así estuvimos un par de horas, o no sé cuánto tiempo, compenetrados en una plática que parecía no terminarse.
—Como que la música está un poco aburrida, ¿no? —le dije.
—Yo estoy poniéndola —respondió, ahora sí, un poco más serio. Solté una carcajada espontánea, al igual que mi comentario.
—Ay, no puede ser, dame eso —le dije y rápidamente, sin que pudiera evitarlo, tomé su teléfono—. A ver, voy a poner una playlist mejor o nos moriremos de sueño con tus canciones.
Y en un arrebato, me salí de la app de música y comencé a teclear mi número. Yo estaba decidida a que nunca me olvidara, así que lo registré de una forma muy curiosa, como “El amor de tu vida”.
—¿Qué haces?
—Nada, solo estoy poniendo una canción.
Entonces le regresé su celular y me alejé un poco para mandarle un mensaje que decía:
“Me llamo Yadid, que significa ‘el amor de tu vida’. Un gusto”.
De repente me di cuenta de que el magnetismo que él ejercía en mí sin que yo pudiera evitarlo, también lo ejercí en él pero de una forma diferente, con ese arrebato al ser alguien que normalmente no soy, dándole mi número con el significado de mi nombre y totalmente consciente de que se shockearía, arriesgándome a algo que en otras circunstancias jamás hubiera hecho.
Todo sucedió muy rápido, Él sonrió apenas ver el mensaje, no supe si porque pensaba que le estaba coqueteando o estaba asombrado porque antes me había visto como una persona un poco más seria.
—¿Llego a tiempo? —escuché una voz femenina. Una mujer muy guapa, delgada, rubia y con ropa sencilla, se acercó a Él y de repente le dio un beso en la boca—, pensé que no te alcanzaría.
—Eh… no… todavía es temprano —respondió algo nervioso. Seguramente no esperaba que ella llegara porque me di cuenta de que durante un par de segundos volteó a verme sin saber qué hacer.
La mujer se sentó en mi lugar, entonces yo me senté en otra silla y pude verla mejor y hasta escucharla. Tenía un acento distinto, evidentemente era extranjera, se veía mayor que nosotros, incluso que Él, después supe que se llamaba Camille. Se me hizo guapa, tenía poco maquillaje y se desenvolvía con mucha soltura, saludaba a los muchachos que trabajaban ahí y les pidió un par de tequilas para ella y otro par para Él. Quizás por los nervios, Él se tomó uno muy rápido y después otro. Entonces, observándolos, pensé que era obvio que tenían algo, para qué hacerme ideas cuando Él simplemente había sido amable conmigo porque era el dueño del lugar. ¡No, Lesslie, siempre ilusionándote a la primera!, dije en mi mente. Hay cosas que no tienen que explicarse para que todo el mundo las dé por hecho. Como cuando dos personas tienen un romance: el lenguaje corporal es otro, la cercanía, los gestos, la voz; no son las palabras sino la poca distancia, la confianza y el tacto. Camille y Él estaban juntos, de eso no había duda.
—¡Vamos a hacer un juego de verdades o retos! —exclamó mi hermana—, es nuestra última noche aquí y no podemos irnos sin tener el último momento de diversión.
¡Por fiiin!, pensé, así me distraería de lo que acababa de pasar por malinterpretar la amabilidad de Él. Durante un rato así estuvimos, nosotros en lo nuestro, jugando, algunos se tomaban de vez en cuando un trago pero yo no, de por sí casi no me gustaba el alcohol y menos sabiendo que al día siguiente tomaríamos un vuelo temprano, pero Él y Camille, que no participaron en el juego, se quedaron sentados bebiendo; de reojo pude ver que Él casi no hablaba, tomaba en silencio, Camille estaba supercerca, lo tomaba de la mano y quizá le platicaba algunas cosas que no le interesaban mucho porque no le respondía. Mi idea inicial con ese viaje era pasármela
