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Don Quijote de la Mancha

Miguel de Cervantes

Fragmento

Índice

Índice

Portadilla

Nota preliminar de Francisco Rico

El Ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha I

Tasa y Testimonio de las erratas

Privilegio real

Dedicatoria al Duque de Béjar

Prólogo

Al libro de don Quijote de la Mancha, Urganda la desconocida

Amadís de Gaula a don Quijote de la Mancha

Don Belianís de Grecia a don Quijote de la Mancha

La señora Oriana a Dulcinea del Toboso

Gandalín, escudero de Amadís de Gaula, a Sancho Panza, escudero de don Quijote

Del Donoso, poeta entreverado, a Sancho Panza y Rocinante

Orlando furioso a don Quijote de la Mancha

El Caballero del Febo a don Quijote de la Mancha

De Solisdán a don Quijote de la Mancha

Diálogo entre Babieca y Rocinante

Primera parte del Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha

Capítulo I. Que trata de la condición y ejercicio del famoso y valiente hidalgo don Quijote de la Mancha

Capítulo II. Que trata de la primera salida que de su tierra hizo el ingenioso don Quijote

Capítulo III. Donde se cuenta la graciosa manera que tuvo don Quijote en armarse caballero

Capítulo IV. De lo que le sucedió a nuestro caballero cuando salió de la venta

Capítulo V. Donde se prosigue la narración de la desgracia de nuestro caballero

Capítulo VI. Del donoso y grande escrutinio que el cura y el barbero hicieron en la librería de nuestro ingenioso hidalgo

Capítulo VII. De la segunda salida de nuestro buen caballero don Quijote de la Mancha

Capítulo VIII. Del buen suceso que el valeroso don Quijote tuvo en la espantable y jamás imaginada aventura de los molinos de viento, con otros sucesos dignos de felice recordación

Segunda parte del Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha

Capítulo IX. Donde se concluye y da fin a la estupenda batalla que el gallardo vizcaíno y el valiente manchego tuvieron

Capítulo X. De lo que más le avino a don Quijote con el vizcaíno y del peligro en que se vio con una caterva de yangüeses

Capítulo XI. De lo que le sucedió a don Quijote con unos cabreros

Capítulo XII. De lo que contó un cabrero a los que estaban con don Quijote

Capítulo XIII. Donde se da fin al cuento de la pastora Marcela, con otros sucesos

Capítulo XIV. Donde se ponen los versos desesperados del difunto pastor, con otros no esperados sucesos

Tercera parte del Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha

Capítulo XV. Donde se cuenta la desgraciada aventura que se topó don Quijote en topar con unos desalmados yangüeses

Capítulo XVI. De lo que le sucedió al ingenioso hidalgo en la venta que él se imaginaba ser castillo

Capítulo XVII. Donde se prosiguen los innumerables trabajos que el bravo don Quijote y su buen escudero Sancho Panza pasaron en la venta que por su mal pensó que era castillo

Capítulo XVIII. Donde se cuentan las razones que pasó Sancho Panza con su señor don Quijote, con otras aventuras dignas de ser contadas

Capítulo XIX. De las discretas razones que Sancho pasaba con su amo y de la aventura que le sucedió con un cuerpo muerto, con otros acontecimientos famosos

Capítulo XX. De la jamás vista ni oída aventura que con más poco peligro fue acabada de famoso caballero en el mundo como la que acabó el valeroso don Quijote de la Mancha

Capítulo XXI. Que trata de la alta aventura y rica ganancia del yelmo de Mambrino, con otras cosas sucedidas a nuestro invencible caballero

Capítulo XXII. De la libertad que dio don Quijote a muchos desdichados que mal de su grado los llevaban donde no quisieran ir

Capítulo XXIII. De lo que le aconteció al famoso don Quijote en Sierra Morena, que fue una de las más raras aventuras que en esta verdadera historia se cuenta

Capítulo XXIV. Donde se prosigue la aventura de la Sierra Morena

Capítulo XXV. Que trata de las extrañas cosas que en Sierra Morena sucedieron al valiente caballero de la Mancha, y de la imitación que hizo a la penitencia de Beltenebros

Capítulo XXVI. Donde se prosiguen las finezas que de enamorado hizo don Quijote en Sierra Morena

Capítulo XXVII. De cómo salieron con su intención el cura y el barbero, con otras cosas dignas de que se cuenten en esta grande historia

Cuarta parte del Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha

Capítulo XXVIII. Que trata de la nueva y agradable aventura que al cura y barbero sucedió en la misma sierra

Capítulo XXIX. Que trata de la discreción de la hermosa Dorotea, con otras cosas de mucho gusto y pasatiempo

Capítulo XXX. Que trata del gracioso artificio y orden que se tuvo en sacar a nuestro enamorado caballero de la asperísima penitencia en que se había puesto

Capítulo XXXI. De los sabrosos razonamientos que pasaron entre don Quijote y Sancho Panza, su escudero, con otros sucesos

Capítulo XXXII. Que trata de lo que sucedió en la venta a toda la cuadrilla de don Quijote

Capítulo XXXIII. Donde se cuenta la novela del «Curioso impertinente»

Capítulo XXXIV. Donde se prosigue la novela del «Curioso impertinente»

Capítulo XXXV. Donde se da fin a la novela del «Curioso impertinente»

Capítulo XXXVI. Que trata de la brava y descomunal batalla que don Quijote tuvo con unos cueros de vino tinto, con otros raros sucesos que en la venta le sucedieron

Capítulo XXXVII. Donde se prosigue la historia de la famosa infanta Micomicona, con otras graciosas aventuras

Capítulo XXXVIII. Que trata del curioso discurso que hizo don Quijote de las armas y las letras

Capítulo XXXIX. Donde el cautivo cuenta su vida y sucesos

Capítulo XL. Donde se prosigue la historia del cautivo

Capítulo XLI. Donde todavía prosigue el cautivo su suceso

Capítulo XLII. Que trata de lo que más sucedió en la venta y de otras muchas cosas dignas de saberse

Capítulo XLIII. Donde se cuenta la agradable historia del mozo de mulas, con otros extraños acaecimientos en la venta sucedidos

Capítulo XLIV. Donde se prosiguen los inauditos sucesos de la venta

Capítulo XLV. Donde se acaba de averiguar la duda del yelmo de Mambrino y de la albarda, y otras aventuras sucedidas, con toda verdad

Capítulo XLVI. De la notable aventura de los cuadrilleros y la gran ferocidad de nuestro buen caballero don Quijote

Capítulo XLVII. Del extraño modo con que fue encantado don Quijote de la Mancha, con otros famosos sucesos

Capítulo XLVIII. Donde prosigue el canónigo la materia de los libros de caballerías, con otras cosas dignas de su ingenio

Capítulo XLIX. Donde se trata del discreto coloquio que Sancho Panza tuvo con su señor don Quijote

Capítulo L. De las discretas altercaciones que don Quijote y el canónigo tuvieron, con otros sucesos

Capítulo LI. Que trata de lo que contó el cabrero a todos los que llevaban al valiente don Quijote

Capítulo LII. De la pendencia que don Quijote tuvo con el cabrero, con la rara aventura de los disciplinantes, a quien dio felice fin a costa de su sudor

El Ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha II

Tasa, Fe de erratas, Aprobaciones y Privilegio

Prólogo al lector

Dedicatoria al Conde de Lemos

Capítulo I. De lo que el cura y el barbero pasaron con don Quijote cerca de su enfermedad

Capítulo II. Que trata de la notable pendencia que Sancho Panza tuvo con la sobrina y ama de don Quijote, con otros sujetos graciosos

Capítulo III. Del ridículo razonamiento que pasó entre don Quijote, Sancho Panza y el bachiller Sansón Carrasco

Capítulo IV. Donde Sancho Panza satisface al bachiller Sansón Carrasco de sus dudas y preguntas, con otros sucesos dignos de saberse y de contarse

Capítulo V. De la discreta y graciosa plática que pasó entre Sancho Panza y su mujer Teresa Panza, y otros sucesos dignos de felice recordación

Capítulo VI. De lo que le pasó a don Quijote con su sobrina y con su ama, y es uno de los importantes capítulos de toda la historia

Capítulo VII. De lo que pasó don Quijote con su escudero, con otros sucesos famosísimos

Capítulo VIII. Donde se cuenta lo que le sucedió a don Quijote yendo a ver su señora Dulcinea del Toboso

Capítulo IX. Donde se cuenta lo que en él se verá

Capítulo X. Donde se cuenta la industria que Sancho tuvo para encantar a la señora Dulcinea, y de otros sucesos tan ridículos como verdaderos

Capítulo XI. De la extraña aventura que le sucedió al valeroso don Quijote con el carro o carreta de «Las Cortes de la Muerte»

Capítulo XII. De la extraña aventura que le sucedió al valeroso don Quijote con el bravo Caballero de los Espejos

Capítulo XIII. Donde se prosigue la aventura del Caballero del Bosque, con el discreto, nuevo y suave coloquio que pasó entre los dos escuderos

Capítulo XIV. Donde se prosigue la aventura del Caballero del Bosque

Capítulo XV. Donde se cuenta y da noticia de quién era el Caballero de los Espejos y su escudero

Capítulo XVI. De lo que sucedió a don Quijote con un discreto caballero de la Mancha

Capítulo XVII. De donde se declaró el último punto y extremo adonde llegó y pudo llegar el inaudito ánimo de don Quijote con la felicemente acabada aventura de los leones

Capítulo XVIII. De lo que sucedió a don Quijote en el castillo o casa del Caballero del Verde Gabán, con otras cosas extravagantes

Capítulo XIX. Donde se cuenta la aventura del pastor enamorado, con otros en verdad graciosos sucesos

Capítulo XX. Donde se cuentan las bodas de Camacho el rico, con el suceso de Basilio el pobre

Capítulo XXI. Donde se prosiguen las bodas de Camacho, con otros gustosos sucesos

Capítulo XXII. Donde se da cuenta de la grande aventura de la cueva de Montesinos, que está en el corazón de la Mancha, a quien dio felice cima el valeroso don Quijote de la Mancha

Capítulo XXIII. De las admirables cosas que el extremado don Quijote contó que había visto en la profunda cueva de Montesinos, cuya imposibilidad y grandeza hace que se tenga esta aventura por apócrifa

Capítulo XXIV. Donde se cuentan mil zarandajas tan impertinentes como necesarias al verdadero entendimiento de esta grande historia

Capítulo XXV. Donde se apunta la aventura del rebuzno y la graciosa del titerero, con las memorables adivinanzas del mono adivino

Capítulo XXVI. Donde se prosigue la graciosa aventura del titerero, con otras cosas en verdad harto buenas

Capítulo XXVII. Donde se da cuenta de quiénes eran maese Pedro y su mono, con el mal suceso que don Quijote tuvo en la aventura del rebuzno, que no la acabó como él quisiera y como lo tenía pensado

Capítulo XXVIII. De cosas que dice Benengeli que las sabrá quien le leyere, si las lee con atención

Capítulo XXIX. De la famosa aventura del barco encantado

Capítulo XXX. De lo que le avino a don Quijote con una bella cazadora

Capítulo XXXI. Que trata de muchas y grandes cosas

Capítulo XXXII. De la respuesta que dio don Quijote a su reprehensor, con otros graves y graciosos sucesos

Capítulo XXXIII. De la sabrosa plática que la duquesa y sus doncellas pasaron con Sancho Panza, digna de que se lea y de que se note

Capítulo XXXIV. Que cuenta de la noticia que se tuvo de cómo se había de desencantar la sin par Dulcinea del Toboso, que es una de las aventuras más famosas de este libro

Capítulo XXXV. Donde se prosigue la noticia que tuvo don Quijote del desencanto de Dulcinea, con otros admirables sucesos

Capítulo XXXVI. Donde se cuenta la extraña y jamás imaginada aventura de la dueña Dolorida, alias de la condesa Trifaldi, con una carta que Sancho Panza escribió a su mujer Teresa Panza

Capítulo XXXVII. Donde se prosigue la famosa aventura de la dueña Dolorida

Capítulo XXXVIII. Donde se cuenta la que dio de su mala andanza la dueña Dolorida

Capítulo XXXIX. Donde la Trifaldi prosigue su estupenda y memorable historia

Capítulo XL. De cosas que atañen y tocan a esta aventura y a esta memorable historia

Capítulo XLI. De la venida de Clavileño, con el fin de esta dilatada aventura

Capítulo XLII. De los consejos que dio don Quijote a Sancho Panza antes que fuese a gobernar la ínsula, con otras cosas bien consideradas

Capítulo XLIII. De los consejos segundos que dio don Quijote a Sancho Panza

Capítulo XLIV. Cómo Sancho Panza fue llevado al gobierno, y de la extraña aventura que en el castillo sucedió a don Quijote

Capítulo XLV. De cómo el gran Sancho Panza tomó la posesión de su ínsula y del modo que comenzó a gobernar

Capítulo XLVI. Del temeroso espanto cencerril y gatuno que recibió don Quijote en el discurso de los amores de la enamorada Altisidora

Capítulo XLVII. Donde se prosigue cómo se portaba Sancho Panza en su gobierno

Capítulo XLVIII. De lo que le sucedió a don Quijote con doña Rodríguez, la dueña de la duquesa, con otros acontecimientos dignos de escritura y de memoria eterna

Capítulo XLIX. De lo que le sucedió a Sancho Panza rondando su ínsula

Capítulo L. Donde se declara quién fueron los encantadores y verdugos que azotaron a la dueña y pellizcaron y arañaron a don Quijote, con el suceso que tuvo el paje que llevó la carta a Teresa Sancha, mujer de Sancho Panza

Capítulo LI. Del progreso del gobierno de Sancho Panza, con otros sucesos tales como buenos

Capítulo LII. Donde se cuenta la aventura de la segunda dueña Dolorida, o Angustiada, llamada por otro nombre doña Rodríguez

Capítulo LIII. Del fatigado fin y remate que tuvo el gobierno de Sancho Panza

Capítulo LIV. Que trata de cosas tocantes a esta historia, y no a otra alguna

Capítulo LV. De cosas sucedidas a Sancho en el camino, y otras que no hay más que ver

Capítulo LVI. De la descomunal y nunca vista batalla que pasó entre don Quijote de la Mancha y el lacayo Tosilos en la defensa de la hija de la dueña doña Rodríguez

Capítulo LVII. Que trata de cómo don Quijote se despidió del duque y de lo que le sucedió con la discreta y desenvuelta Altisidora, doncella de la duquesa

Capítulo LVIII. Que trata de cómo menudearon sobre don Quijote aventuras tantas, que no se daban vagar unas a otras

Capítulo LIX. Donde se cuenta del extraordinario suceso, que se puede tener por aventura, que le sucedió a don Quijote

Capítulo LX. De lo que sucedió a don Quijote yendo a Barcelona

Capítulo LXI. De lo que le sucedió a don Quijote en la entrada de Barcelona, con otras cosas que tienen más de lo verdadero que de lo discreto

Capítulo LXII. Que trata de la aventura de la cabeza encantada, con otras niñerías que no pueden dejar de contarse

Capítulo LXIII. De lo mal que le avino a Sancho Panza con la visita de las galeras, y la nueva aventura de la hermosa morisca

Capítulo LXIV. Que trata de la aventura que más pesadumbre dio a don Quijote de cuantas hasta entonces le habían sucedido

Capítulo LXV. Donde se da noticia de quién era el de la Blanca Luna, con la libertad de don Gregorio, y de otros sucesos

Capítulo LXVI. Que trata de lo que verá el que lo leyere o lo oirá el que lo escuchare leer

Capítulo LXVII. De la resolución que tomó don Quijote de hacerse pastor y seguir la vida del campo en tanto que se pasaba el año de su promesa, con otros sucesos en verdad gustosos y buenos

Capítulo LXVIII. De la cerdosa aventura que le aconteció a don Quijote

Capítulo LXIX. Del más raro y más nuevo suceso que en todo el discurso de esta grande historia avino a don Quijote

Capítulo LXX. Que sigue al de sesenta y nueve y trata de cosas no excusadas para la claridad de esta historia

Capítulo LXXI. De lo que a don Quijote le sucedió con su escudero Sancho yendo a su aldea

Capítulo LXXII. De cómo don Quijote y Sancho llegaron a su aldea

Capítulo LXXIII. De los agüeros que tuvo don Quijote al entrar de su aldea, con otros sucesos que adornan y acreditan esta grande historia

Capítulo LXXIV. De cómo don Quijote cayó malo y del testamento que hizo y su muerte

Nota complementaria. La pérdida del rucio según la segunda y la tercera edición

Anexos

Un prólogo al «Quijote»

Nota al texto

Esta edición

Vida y obras de Cervantes

Observaciones sobre la lengua del «Quijote»

Guía bibliográfica

Ilustraciones

La España del «Quijote»

La Mancha y entornos

El Mediterráneo e itinerario del Cautivo

Cueva de Montesinos

Barcelona a mediados del siglo XVI

Armadura del siglo XVI

Venta de Alhama y planta de la Posada del Potro

Página del «Amadís de Gaula»

Portada de la «Crónica del Gran Capitán»

Portada de la «Crónica de don Florisel»

Portada de la edición de Manuel Martín (1765)

Grabado de la edición de Ibarra (1780)

Índices

Refranes

Temas y pasajes memorables

Citas, obras y autores

Nombres

Palabras, locuciones y modismos

Sinopsis

Primera parte

Segunda parte

Créditos

NOTA PRELIMINAR de Francisco Rico

EL INGENIOSO HIDALGO don Quijote de la Mancha se publicó en Madrid con fecha de 1605, a expensas del librero Francisco de Robles e impreso por Juan de la Cuesta. El autor, Miguel de Cervantes (Alcalá de Henares, 1547-Madrid, 1616), era hijo de un modesto “cirujano” (es decir, practicante), había servido en los tercios de Italia, luchando y siendo herido en la batalla de Lepanto (1571), y había sufrido cinco años de cautiverio en Argel. De vuelta en España, intentó en vano conseguir un cargo de algún relieve y subsistió como comisario de abastos en Andalucía, escribiendo para el teatro, colaborando en negocios editoriales y tratos financieros, administrando los bienes de su esposa o socorrido por el Conde de Lemos. La conducta de las mujeres de su familia fue a menudo objeto de escándalo, pero del Cervantes íntimo se sabe bien poco: apenas consta sino que en los últimos años extremó su religiosidad.

Tanto en verso como en prosa, Cervantes aspiró siempre a alcanzar un público amplio, con obras «de honesto entretenimiento, que deleiten con el lenguaje y admiren y suspendan con la invención» (Quijote, II, 16), sin merma de la verosimilitud y la coherencia. En el decenio de 1580 había estrenado con buen éxito varias comedias y dado a la luz una ficción pastoril, La Galatea, pero en 1605 se le consideraba un escritor pasado de moda, al margen de la prestigiosa vanguardia literaria de un Lope de Vega o un Luis de Góngora. El Ingenioso hidalgo, que había comenzado a escribir fragmentariamente bastantes años atrás, le ganó una inmensa popularidad, que sin embargo él no se dio prisa en acrecentar ni explotar sacando nuevos libros: las Novelas ejemplares no quiso publicarlas hasta 1613, y la continuación del Ingenioso hidalgo (que los editores titularon Segunda parte del ingenioso caballero don Quijote de la Mancha) tuvo que esperar a 1615. Cervantes no llegó a dar la última mano a Los trabajos de Persiles y Sigismunda, la novela de aventuras que reputaba como su obra maestra y que se publicó póstuma en 1617.

En el presente volumen se ofrece un texto crítico del Quijote establecido a partir del examen de todas las ediciones significativas, antiguas y modernas, y con la aplicación de los métodos filológicos más rigurosos. Las notas son tan abundantes como ha parecido necesario para asegurar una adecuada comprensión, pero se han redactado siempre con la máxima claridad y concisión y se han dispuesto del modo que menos pesara sobre el texto cervantino y menos coartara la libertad del lector.

En los «Anexos», al final del volumen, se incluyen un estudio de conjunto de la novela, la justificación de los criterios textuales y gráficos adoptados, e informaciones sobre la vida y escritos de Cervantes, la lengua del Quijote y la bibliografía de la obra, así como varios mapas, esquemas e ilustraciones que complementan la anotación a pie de página. Para que el lector pueda más fácilmente hacerse una idea de determinados contenidos (refranes, citas, etc.) y apreciar la riqueza del lenguaje cervantino, los copiosos índices se han distribuido bajo diversos epígrafes. La «Sinopsis del argumento» permite localizar rápidamente los principales episodios del relato.

Francisco Rico

EL INGENIOSO HIDALGO DON QUIJOTE DE LA MANCHA

Como era frecuente en la época, todos los elementos de la portada se presentan sintácticamente enlazados entre sí («El ingenioso hidalgo…, compuesto por…, dirigido a…, véndese…»), pero distinguidos por los tipos y tamaños (mayúsculas, cursiva, etc.).

La composición tipográfica se centra en torno a un emblema utilizado por diversos impresores, desde el siglo XV: un halcón en la mano del cazador y con la cabeza cubierta por un capirote que se le quitará cuando llegue el momento de acometer su presa; al fondo, un león dormido con los ojos abiertos; el lema en latín (‘Tras las tinieblas espero la luz’) procede del libro de Job, XVII, 12.

El emblema es una de la varias marcas empleadas en la imprenta de Pedro Madrigal († 1593), que durante unos años (hasta 1607) estuvo regida por Juan de la Cuesta, yerno de la propietaria. El editor de la obra fue el librero y negociante Francisco de Robles, especializado en publicaciones oficiales y obras jurídicas; y fue Robles quien determinó y financió todos los aspectos del volumen, que Cuesta se limitó a confeccionar materialmente.

Tasa

TASA[1]

Yo, Juan Gallo de Andrada, escribano de Cámara del Rey nuestro Señor, de los que residen en el su Consejo, certifico y doy fe que, habiéndose visto por los señores de él un libro intitulado El ingenioso hidalgo de la Mancha,[2] compuesto por Miguel de Cervantes Saavedra, tasaron cada pliego[3] del dicho libro a tres maravedís y medio;[4] el cual tiene ochenta y tres pliegos, que al dicho precio monta el dicho libro doscientos y noventa maravedís y medio, en que se ha de vender en papel;[5] y dieron licencia para que a este precio se pueda vender, y mandaron que esta tasa se ponga al principio del dicho libro, y no se pueda vender sin ella. Y para que de ello conste, di el presente en Valladolid, a veinte días del mes de diciembre de mil y seiscientos y cuatro años.

Juan Gallo de Andrada

TESTIMONIO DE LAS ERRATAS

Este libro no tiene cosa digna de notar que no corresponda a su original.[6] En testimonio de lo haber correcto di esta fe. En el Colegio de la Madre de Dios de los Teólogos de la Universidad de Alcalá, en primero de diciembre de 1604 años.

El Licenciado Francisco Murcia de la Llana[7]

Notas a la Tasa

NOTAS A LA TASA Y AL TESTIMONIO DE LAS ERRATAS

[1] Los libros de la época debían insertar al principio una serie de documentos análogos al copyright, el depósito legal y otros requisitos modernos: la Tasa, con el precio de venta al público, de acuerdo con el número de pliegos; el Testimonio o fe de erratas, para certificar que el texto impreso se adecuaba al manuscrito presentado para su censura, salvo en las erratas expresamente señaladas; el privilegio real, con indicación del plazo durante el cual se autorizaba la publicación; y la licencia o Aprobación, eclesiástica, civil o de ambas procedencias, que en el caso de la Primera parte del Quijote, sin embargo, no llegó a imprimirse (véase la n. 16). Según es obvio, los preliminares administrativos no forman parte del texto del Quijote y en la presente edición se publican a mero título de curiosidad documental, como, por ejemplo, el facsímil de la portada.

[2] Con esa forma del título pidió Cervantes la licencia oficial para publicar el Quijote, presentándolo como «de lectura curiosa, apacible y de grande ingenio».

[3] ‘cuadernillo, hoja de papel que, doblada una o varias veces, se agrupa con otras del mismo tipo para formar un libro’.

[4] El maravedí era la principal unidad monetaria. Un real tenía 34 maravedíes. En 1605, alrededor de un quilo de carnero costaba en Castilla unos 28 maravedíes; un pollo, 55; una docena de huevos, 63.

[5] ‘sin encuadernar’.

[6] Copia en limpio visada por la censura y usada en la imprenta para la composición del libro.

[7] Francisco Murcia de la Llana, médico, escritor y corrector de libros, firmó el testimonio de erratas de la mayoría de las obras de Cervantes.

Privilegio real

EL REY

Por cuanto por parte de vos, Miguel de Cervantes, nos fue fecha relación que habíades compuesto un libro intitulado El ingenioso hidalgo de la Mancha, el cual os había costado mucho trabajo y era muy útil y provechoso, y nos pedistes y suplicastes[8] os mandásemos dar licencia y facultad para le poder imprimir, y privilegio por el tiempo que fuésemos servidos, o como la nuestra merced fuese; lo cual visto por los del nuestro Consejo, por cuanto en el dicho libro se hicieron las diligencias que la premática últimamente por Nos fecha sobre la impresión de los libros dispone,[9] fue acordado que debíamos mandar dar esta nuestra cédula para vos, en la dicha razón, y Nos tuvímoslo por bien. Por la cual, por os hacer bien y merced, os damos licencia y facultad para que vos, o la persona que vuestro poder hubiere, y no otra alguna, podáis imprimir el dicho libro, intitulado El ingenioso hidalgo de la Mancha, que desuso se hace mención,[10] en todos estos nuestros reinos de Castilla,[11] por tiempo y espacio de diez años,[12] que corran y se cuenten desde el dicho día de la data de esta nuestra cédula. So pena que la persona o personas que sin tener vuestro poder lo imprimiere o vendiere, o hiciere imprimir o vender, por el mismo caso pierda la impresión que hiciere, con los moldes y aparejos de ella, y más incurra en pena de cincuenta mil maravedís, cada vez que lo contrario hiciere. La cual dicha pena sea la tercia parte para la persona que lo acusare, y la otra tercia parte para nuestra Cámara, y la otra tercia parte para el juez que lo sentenciare. Con tanto que todas las veces que hubiéredes de hacer imprimir el dicho libro, durante el tiempo de los dichos diez años, le traigáis al nuestro Consejo, juntamente con el original que en él fue visto, que va rubricado cada plana y firmado al fin de él de Juan Gallo de Andrada, nuestro escribano de Cámara, de los que en él residen, para saber si la dicha impresión está conforme el original;[13] o traigáis fe en pública forma de como por corrector nombrado por nuestro mandado se vio y corrigió la dicha impresión por el original, y se imprimió conforme a él, y quedan impresas las erratas por él apuntadas, para cada un libro de los que así fueren impresos, para que se tase el precio que por cada volumen hubiéredes de haber. Y mandamos al impresor que así imprimiere el dicho libro no imprima el principio ni el primer pliego de él,[14] ni entregue más de un solo libro con el original al autor, o persona a cuya costa lo imprimiere, ni otro alguno, para efecto de la dicha corrección y tasa, hasta que antes y primero el dicho libro esté corregido y tasado por los del nuestro Consejo; y estando hecho, y no de otra manera, pueda imprimir el dicho principio y primer pliego, y sucesivamente ponga esta nuestra cédula y la aprobación, tasa y erratas, so pena de caer e incurrir en las penas contenidas en las leyes y premáticas de estos nuestros reinos. Y mandamos a los del nuestro Consejo y a otras cualesquier justicias de ellos guarden y cumplan esta nuestra cédula y lo en ella contenido. Fecha en Valladolid, a veinte y seis días del mes de setiembre de mil y seiscientos y cuatro años.

YO EL REY

Por mandado del Rey nuestro Señor:

Juan de Amézqueta[15]

APROBACIÓN[16]

Por mandado de Vuestra Alteza he visto un libro llamado El ingenioso hidalgo de la Mancha compuesto por Miguel de Cervantes Saavedra y me parece, siendo de ello Vuestra Alteza servido, que se le podrá dar licencia para imprimirle, porque será de gusto y entretenimiento al pueblo, a lo cual en regla de buen gobierno se debe de tener atención,[17] allende de que no hallo en él cosa contra policía y buenas costumbres. Y lo firmé de mi nombre, en Valladolid, a XI de setiembre 1604.

Antonio de Herrera[18]

Notas a Privilegio real

NOTAS AL PRIVILEGIO REAL

[8] En la época no se usaban aún las formas acabadas en -steis.

[9] Pragmática de 7 de septiembre de 1558, que regula la impresión de libros y el proceso de censura previa; en 1590 se completó con otras disposiciones.

[10] ‘mencionado más arriba’.

[11] La segunda edición, de 1605, añade el privilegio para Portugal, y dice tenerlo para Aragón.

[12] Era el lapso de tiempo más frecuente en los privilegios de impresión; Cervantes lo había pedido por veinte años.

[13] ‘conforme al original’.

[14] El primer pliego contenía la portada y los preliminares con la tasa y demás documentos.

[15] Consejero y secretario de Cámara de Felipe III.

[16] La imprenta tenía previsto incluir cuando menos esta aprobación junto a la tasa y la fe de erratas, pero, por alguna razón accidental, no llegó a hacerlo. El texto ha sido descubierto en 2008 por Fernando Bouza en el Archivo Histórico Nacional.

[17] La aprobación despacha el Quijote con las mismas fórmulas condescendientes que en multitud de otros textos análogos y en otros libros del propio Cervantes. Los biempensantes de la época no pasaban de tolerar las obras de ficción como mal menor, para dar «gusto y entretenimiento al pueblo».

[18] Historiador y cronista de amplia producción (1549-1626), bien situado en la sociedad y en la Corte, intervino en la publicación de un opúsculo (sobre unas fiestas vallisoletanas de 1605) en cuya preparación se ha conjeturado que tuvo que ver Cervantes.

Dedicatoria al Duque de Béjar

AL DUQUE DE BÉJAR[1]

MARQUÉS DE GIBRALEÓN, CONDE DE BENALCÁZAR Y BAÑARES, VIZCONDE DE LA PUEBLA DE ALCOCER, SEÑOR DE LAS VILLAS DE CAPILLA, CURIEL Y BURGUILLOS

En fe del buen acogimiento y honra que hace Vuestra Excelencia a toda suerte de libros, como príncipe tan inclinado a favorecer las buenas artes, mayormente las que por su nobleza no se abaten al servicio y granjerías del vulgo,[2] he determinado de sacar a luz al Ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha al abrigo del clarísimo nombre de Vuestra Excelencia, a quien, con el acatamiento que debo a tanta grandeza, suplico le reciba agradablemente en su protección, para que a su sombra, aunque desnudo de aquel precioso ornamento de elegancia y erudición de que suelen andar vestidas las obras que se componen en las casas de los hombres que saben, ose parecer seguramente[3] en el juicio de algunos que, no conteniéndose en los límites de su ignorancia, suelen condenar con más rigor y menos justicia los trabajos ajenos; que, poniendo los ojos la prudencia de Vuestra Excelencia en mi buen deseo, fío que no desdeñará la cortedad de tan humilde servicio.

Miguel de Cervantes Saavedra

Notas a la Dedicatoria al Duque de Béjar

NOTAS A LA DEDICATORIA AL DUQUE DE BÉJAR

[1] Don Alonso López de Zúñiga y Sotomayor, duque de Béjar desde 1601; en 1604 residía en Valladolid con la corte. La dedicatoria que sigue, sustancialmente tomada de otra de Fernando de Herrera, no salió de la pluma de Cervantes, sino que debe atribuirse al editor, Francisco de Robles.

[2] granjerías: ‘intereses’.

[3] ‘con seguridad, sin miedo’.

Prólogo

PRÓLOGO

Desocupado lector: sin juramento me podrás creer que quisiera que este libro, como hijo del entendimiento, fuera el más hermoso, el más gallardo y más discreto que pudiera imaginarse.[1] Pero no he podido yo contravenir al orden de naturaleza, que en ella cada cosa engendra su semejante. Y, así, ¿qué podía engendrar el estéril y mal cultivado ingenio mío, sino la historia de un hijo seco, avellanado,[2] antojadizo y lleno de pensamientos varios[3] y nunca imaginados de otro alguno, bien como quien se engendró en una cárcel,[4] donde toda incomodidad tiene su asiento y donde todo triste ruido hace su habitación? El sosiego, el lugar apacible, la amenidad de los campos, la serenidad de los cielos, el murmurar de las fuentes, la quietud del espíritu son grande parte[5] para que las musas más estériles se muestren fecundas y ofrezcan partos al mundo que le colmen de maravilla y de contento. Acontece tener un padre un hijo feo y sin gracia alguna, y el amor que le tiene le pone una venda en los ojos para que no vea sus faltas, antes las juzga por discreciones y lindezas y las cuenta a sus amigos por agudezas y donaires. Pero yo, que, aunque parezco padre, soy padrastro de don Quijote, no quiero irme con la corriente del uso,[6] ni suplicarte casi con las lágrimas en los ojos, como otros hacen, lector carísimo, que perdones o disimules las faltas que en este mi hijo vieres, que ni eres su pariente ni su amigo, y tienes tu alma en tu cuerpo y tu libre albedrío como el más pintado,[7] y estás en tu casa, donde eres señor de ella, como el rey de sus alcabalas,[8] y sabes lo que comúnmente se dice, que «debajo de mi manto, al rey mato»,[9] todo lo cual te exenta[10] y hace libre de todo respeto y obligación, y, así, puedes decir de la historia todo aquello que te pareciere, sin temor que te calumnien por el mal ni te premien por el bien que dijeres de ella.

Sólo quisiera dártela monda y desnuda, sin el ornato de prólogo, ni de la innumerabilidad y catálogo de los acostumbrados sonetos, epigramas y elogios que al principio de los libros suelen ponerse.[11] Porque te sé decir que, aunque me costó algún trabajo componerla, ninguno tuve por mayor que hacer esta prefación que vas leyendo. Muchas veces tomé la pluma para escribille,[12] y muchas la dejé, por no saber lo que escribiría; y estando una suspenso, con el papel delante, la pluma en la oreja, el codo en el bufete[13] y la mano en la mejilla, pensando lo que diría, entró a deshora[14] un amigo mío, gracioso y bien entendido, el cual, viéndome tan imaginativo,[15] me preguntó la causa, y, no encubriéndosela yo, le dije que pensaba en el prólogo que había de hacer a la historia de don Quijote, y que me tenía de suerte que ni quería hacerle, ni menos sacar a luz así las hazañas de tan noble caballero.[16]

—Porque ¿cómo queréis vos que no me tenga confuso el qué dirá el antiguo legislador que llaman vulgo cuando vea que, al cabo de tantos años como ha que duermo en el silencio del olvido, salgo ahora, con todos mis años a cuestas, con una leyenda seca como un esparto,[17] ajena de invención, menguada de estilo, pobre de conceptos y falta de toda erudición y doctrina, sin acotaciones en las márgenes y sin anotaciones en el fin del libro, como veo que están otros libros, aunque sean fabulosos y profanos, tan llenos de sentencias de Aristóteles, de Platón y de toda la caterva de filósofos, que admiran a los leyentes y tienen a sus autores por hombres leídos, eruditos y elocuentes?[18] Pues ¿qué, cuando citan la Divina Escritura? No dirán sino que son unos santos Tomases y otros doctores de la Iglesia, guardando en esto un decoro tan ingenioso,[19] que en un renglón han pintado un enamorado destraído[20] y en otro hacen un sermoncico cristiano, que es un contento y un regalo oílle o leelle. De todo esto ha de carecer mi libro, porque ni tengo qué acotar en el margen, ni qué anotar en el fin, ni menos sé qué autores sigo en él, para ponerlos al principio, como hacen todos, por las letras del abecé, comenzando en Aristóteles y acabando en Xenofonte y en Zoílo o Zeuxis,[21] aunque fue maldiciente el uno y pintor el otro. También ha de carecer mi libro de sonetos al principio, a lo menos de sonetos cuyos autores sean duques, marqueses, condes, obispos, damas o poetas celebérrimos; aunque si yo los pidiese a dos o tres oficiales amigos,[22] yo sé que me los darían, y tales, que no les igualasen los de aquellos que tienen más nombre en nuestra España. En fin, señor y amigo mío –proseguí–, yo determino que el señor don Quijote se quede sepultado en sus archivos en la Mancha, hasta que el cielo depare quien le adorne de tantas cosas como le faltan, porque yo me hallo incapaz de remediarlas, por mi insuficiencia y pocas letras, y porque naturalmente[23] soy poltrón[24] y perezoso de andarme buscando autores que digan lo que yo me sé decir sin ellos. De aquí nace la suspensión y elevamiento,[25] amigo, en que me hallastes, bastante causa para ponerme en ella la que de mí habéis oído.[26]

Oyendo lo cual mi amigo, dándose una palmada en la frente y disparando en una carga de risa,[27] me dijo:

—Por Dios, hermano, que ahora me acabo de desengañar de un engaño en que he estado todo el mucho tiempo que ha que os conozco, en el cual siempre os he tenido por discreto y prudente en todas vuestras acciones. Pero ahora veo que estáis tan lejos de serlo como lo está el cielo de la tierra. ¿Cómo que es posible que cosas de tan poco momento[28] y tan fáciles de remediar puedan tener fuerzas de suspender y absortar un ingenio tan maduro como el vuestro,[29] y tan hecho a romper y atropellar por otras dificultades mayores? A la fe, esto no nace de falta de habilidad, sino de sobra de pereza y penuria de discurso. ¿Queréis ver si es verdad lo que digo? Pues estadme atento y veréis como en un abrir y cerrar de ojos confundo todas vuestras dificultades y remedio todas las faltas que decís que os suspenden y acobardan para dejar de sacar a la luz del mundo la historia de vuestro famoso don Quijote, luz y espejo de toda la caballería andante.

—Decid –le repliqué yo, oyendo lo que me decía–, ¿de qué modo pensáis llenar el vacío de mi temor y reducir a claridad el caos de mi confusión?

A lo cual él dijo:

—Lo primero en que reparáis de los sonetos, epigramas o elogios que os faltan para el principio, y que sean de personajes graves y de título, se puede remediar en que vos mismo toméis algún trabajo en hacerlos, y después los podéis bautizar y poner el nombre que quisiéredes, ahijándolos[30] al Preste Juan de las Indias o al Emperador de Trapisonda,[31] de quien[32] yo sé que hay noticia que fueron famosos poetas;[33] y cuando no lo hayan sido y hubiere algunos pedantes y bachilleres que por detrás os muerdan y murmuren de esta verdad, no se os dé dos maravedís, porque, ya que[34] os averigüen la mentira, no os han de cortar la mano con que lo escribistes. En lo de citar en las márgenes los libros y autores de donde sacáredes las sentencias y dichos que pusiéredes en vuestra historia, no hay más sino hacer de manera que venga a pelo algunas sentencias o latines que vos sepáis de memoria, o a lo menos que os cuesten poco trabajo el buscalle, como será poner, tratando de libertad y cautiverio:

Non bene pro toto libertas venditur auro.[35]

Y luego, en el margen, citar a Horacio, o a quien lo dijo.[36] Si tratáredes del poder de la muerte, acudir luego con

Pallida mors aequo pulsat pede pauperum tabernas
Regumque turres.[37]

Si de la amistad y amor que Dios manda que se tenga al enemigo, entraros luego al punto por la Escritura Divina, que lo podéis hacer con tantico de curiosidad[38] y decir las palabras, por lo menos, del mismo Dios:[39] «Ego autem dico vobis: diligite inimicos vestros». Si tratáredes de malos pensamientos, acudid con el Evangelio: «De corde exeunt cogitationes malae».[40] Si de la instabilidad de los amigos, ahí está Catón, que os dará su dístico:

Donec eris felix, multos numerabis amicos.
Tempora si fuerint nubila, solus eris.[41]

Y con estos latinicos y otros tales os tendrán siquiera por gramático,[42] que el serlo no es de poca honra y provecho el día de hoy. En lo que toca al poner anotaciones al fin del libro, seguramente[43] lo podéis hacer de esta manera: si nombráis algún gigante en vuestro libro, hacelde[44] que sea el gigante Golías, y con solo esto, que os costará casi nada, tenéis una grande anotación, pues podéis poner: «El gigante Golías, o Goliat, fue un filisteo a quien el pastor David mató de una gran pedrada, en el valle de Terebinto, según se cuenta en el libro de los Reyes…»,[45] en el capítulo que vos halláredes que se escribe. Tras esto, para mostraros hombre erudito en letras humanas y cosmógrafo, haced de modo como en vuestra historia se nombre el río Tajo,[46] y vereisos luego con otra famosa anotación, poniendo: «El río Tajo fue así dicho por un rey de las Españas; tiene su nacimiento en tal lugar y muere en el mar Océano, besando los muros de la famosa ciudad de Lisboa, y es opinión que tiene las arenas de oro», etc. Si tratáredes de ladrones, yo os diré la historia de Caco,[47] que la sé de coro;[48] si de mujeres rameras, ahí está el obispo de Mondoñedo, que os prestará a Lamia, Laida y Flora,[49] cuya anotación os dará gran crédito; si de crueles, Ovidio os entregará a Medea;[50] si de encantadores y hechiceras, Homero tiene a Calipso y Virgilio a Circe;[51] si de capitanes valerosos, el mismo Julio César os prestará a sí mismo en sus Comentarios,[52] y Plutarco os dará mil Alejandros.[53] Si tratáredes de amores, con dos onzas[54] que sepáis de la lengua toscana,[55] toparéis con León Hebreo[56] que os hincha las medidas.[57] Y si no queréis andaros por tierras extrañas, en vuestra casa tenéis a Fonseca, Del amor de Dios,[58] donde se cifra todo lo que vos y el más ingenioso acertare a desear en tal materia. En resolución, no hay más sino que vos procuréis nombrar estos nombres, o tocar estas historias en la vuestra, que aquí he dicho, y dejadme a mí el cargo de poner las anotaciones y acotaciones; que yo os voto a tal[59] de llenaros las márgenes y de gastar cuatro pliegos en el fin del libro. Vengamos ahora a la citación de los autores que los otros libros tienen, que en el vuestro os faltan. El remedio que esto tiene es muy fácil, porque no habéis de hacer otra cosa que buscar un libro que los acote todos, desde la A hasta la Z, como vos decís. Pues ese mismo abecedario pondréis vos en vuestro libro; que puesto que[60] a la clara se vea la mentira, por la poca necesidad que vos teníades de aprovecharos de ellos, no importa nada, y quizá alguno habrá tan simple que crea que de todos os habéis aprovechado en la simple y sencilla historia vuestra; y cuando no sirva de otra cosa, por lo menos servirá aquel largo catálogo de autores a dar de improviso autoridad al libro. Y más, que no habrá quien se ponga a averiguar si los seguistes o no los seguistes, no yéndole nada en ello. Cuanto más que, si bien caigo en la cuenta, este vuestro libro no tiene necesidad de ninguna cosa de aquellas que vos decís que le falta, porque todo él es una invectiva contra los libros de caballerías, de quien nunca se acordó Aristóteles, ni dijo nada San Basilio, ni alcanzó Cicerón,[61] ni caen debajo de la cuenta de sus fabulosos disparates las puntualidades de la verdad, ni las observaciones de la astrología,[62] ni le son de importancia las medidas geométricas, ni la confutación de los argumentos de quien se sirve la retórica, ni tiene para qué predicar a ninguno, mezclando lo humano con lo divino, que es un género de mezcla de quien no se ha de vestir ningún cristiano entendimiento.[63] Sólo tiene que aprovecharse de la imitación en lo que fuere escribiendo, que, cuanto ella fuere más perfecta, tanto mejor será lo que se escribiere. Y pues esta vuestra escritura no mira a más que a deshacer la autoridad y cabida que en el mundo y en el vulgo tienen los libros de caballerías, no hay para qué andéis mendigando sentencias de filósofos, consejos de la Divina Escritura, fábulas de poetas, oraciones de retóricos, milagros de santos, sino procurar que a la llana, con palabras significantes, honestas y bien colocadas, salga vuestra oración y período sonoro y festivo,[64] pintando en todo lo que alcanzáredes y fuere posible vuestra intención, dando a entender vuestros conceptos sin intricarlos y escurecerlos. Procurad también que, leyendo vuestra historia, el melancólico se mueva a risa,[65] el risueño la acreciente, el simple no se enfade,[66] el discreto se admire de la invención, el grave no la desprecie, ni el prudente deje de alabarla. En efecto,[67] llevad la mira puesta a derribar la máquina mal fundada[68] de estos caballerescos libros, aborrecidos de tantos y alabados de muchos más; que, si esto alcanzásedes, no habríades alcanzado poco.

Con silencio grande estuve escuchando lo que mi amigo me decía, y de tal manera se imprimieron en mí sus razones, que, sin ponerlas en disputa, las aprobé por buenas y de ellas mismas quise hacer este prólogo, en el cual verás, lector suave, la discreción de mi amigo, la buena ventura mía en hallar en tiempo tan necesitado tal consejero, y el alivio tuyo en hallar tan sincera y tan sin revueltas la historia del famoso don Quijote de la Mancha, de quien hay opinión, por todos los habitadores del distrito del campo de Montiel,[69] que fue el más casto enamorado y el más valiente caballero que de muchos años a esta parte se vio en aquellos contornos. Yo no quiero encarecerte el servicio que te hago en darte a conocer tan noble y tan honrado caballero; pero quiero que me agradezcas el conocimiento que tendrás del famoso Sancho Panza, su escudero, en quien, a mi parecer, te doy cifradas todas las gracias escuderiles que en la caterva de los libros vanos de caballerías están esparcidas. Y con esto Dios te dé salud y a mí no olvide. Vale.[70]

Notas al Prólogo

NOTAS AL PRÓLOGO

[1] discreto: ‘juicioso y perspicaz’.

[2] ‘mustio’.

[3] ‘dispares, discordes’.

[4] Cervantes, que estuvo preso en 1592 y en 1597, no se refiere a la redacción, sino a la concepción de su libro.

[5] ‘son de gran ayuda’.

[6] ‘hacer como los demás’.

[7] ‘como el que más’.

[8] ‘como el rey de sus impuestos’.

[9] Refrán: ‘cada uno piensa lo que quiere’.

[10] ‘te exime’.

[11] Era costumbre que los libros llevaran al comienzo algunas poesías en elogio del autor y la obra. Lope de Vega refiere que en agosto de 1604 Cervantes anduvo buscando en vano quien escribiera unos versos de alabanza para el Quijote; pero el propio Lope recurrió más de una vez a la artimaña de escribirlos él mismo y publicarlos como si fueran de poetas amigos y nobles señores.

[12] Las formas como escribille ‘escribirle’ (dalle: ‘darle’, etc.) eran de uso corriente.

[13] ‘escritorio’.

[14] ‘inesperadamente’.

[15] ‘tan pensativo’.

[16] Entiéndase: ‘sin prólogo alguno’.

[17] leyenda: ‘una lectura’, ‘un libro’.

[18] Al publicarse el Quijote, la literatura romance de mayor prestigio era la que se presentaba como inspirada por la alta cultura clásica y formulada en un lenguaje accesible sólo a los más doctos, aunque en buena parte de los casos los autores, sin grandes conocimientos de latín, no pasaran de saquear unas pocas enciclopedias y repertorios (Lope de Vega obró así más de una vez, para mostrar que no era sólo un dramaturgo popular, sino también un solvente intelectual). «Turba lega» llamaba Góngora a quienes no exhibían «ático estilo, erudición romana»; y como «ingenio lego» se definía Cervantes a sí mismo en el Viaje del Parnaso.

[19] decoro: ‘adecuación entre el tema y la forma literaria’, de acuerdo con los criterios de estilo y jerarquía social propios de la estética clásica.

[20] ‘extraviado’, en sentido moral.

[21] Jenofonte, historiador griego; Zeuxis, pintor, y Zoilo (Zoílo), filósofo, famoso por una dura diatriba contra Homero.

[22] ‘amigos del oficio’.

[23] ‘por naturaleza’.

[24] ‘comodón’.

[25] ‘la duda y el embelesamiento’.

[26] ‘causa suficiente para ponerme en duda (suspensión) es la causa que os he dicho’.

[27] ‘soltando una risotada’.

[28] ‘de tan poca importancia’.

[29] absortar: ‘dejar absorto’.

[30] ‘atribuyéndolos’.

[31] Personajes legendarios, de mención frecuente en los libros de caballerías.

[32] ‘de quienes’ (quien se usaba también para el plural).

[33] famosos: ‘dignos de fama, de reconocimiento’, como otras veces en el Quijote.

[34] ‘aunque’.

[35] ‘La libertad no se vende bien ni por todo el oro del mundo’.

[36] El verso no es de Horacio, sino que pertenece a una versión medieval de una fábula esópica.

[37] ‘La pálida muerte visita por igual las chozas de los pobres y las torres de los reyes’ (Horacio, Odas, I, IV, 13-14).

[38] ‘con un poquito de cuidado’.

[39] ‘nada menos que del mismo Dios’.

[40] ‘Por el contrario, yo os digo: amad a vuestros enemigos’ (Mateo, V, 44) y ‘Del corazón salen los malos pensamientos’ (Mateo, XV, 19).

[41] ‘Mientras seas dichoso, contarás con muchos amigos, pero si los tiempos se nublan, estarás solo’; los versos no son de Catón, sino de Ovidio (Tristia, I, IX, 5-6).

[42] ‘conocedor de la gramática latina’, hombre de cultura.

[43] ‘con seguridad, sin temor’.

[44] ‘hacedle’. El imperativo de este tipo (daldo, pedilde, etc.) empezaba a estar anticuado.

[45] En la antigua Vulgata, I Reyes, VII, 12-54; en la moderna, I Samuel, VII, 12-54.

[46] haced de modo como: ‘haced de modo que’. Cervantes usa continuamente como con el mero valor de conjunción (que), no con la función de adverbio de modo (que hoy podría escribirse con tilde: cómo).

[47] Hijo de Vulcano que robó los bueyes a Hércules mientras éste dormía (Eneida, VIII, 185 sigs.).

[48] ‘de memoria’.

[49] Fray Antonio de Guevara, obispo de Mondoñedo, trata de estas tres mujeres en sus Epístolas familiares, LXIII (1539); tenía fama de inventarse historias que presentaba como verdaderas.

[50] Medea mató a sus hijos cuando supo que su esposo Jasón iba a casarse con otra mujer (Metamorfosis, VII, 1-452).

[51] Personajes de la Odisea de Homero: la ninfa Calipso se enamoró de Ulises y lo retuvo siete años; Circe convirtió en cerdos a los miembros de la tripulación del héroe; este último relato también aparece en la Eneida, VII.

[52] El De bello Gallico y el De bello civile del propio Julio César.

[53] En las Vidas paralelas, Plutarco relata las biografías de célebres personajes de la Antigüedad, entre ellos Alejandro Magno.

[54] ‘un poco’.

[55] ‘italiana’.

[56] León Hebreo (Judá Abravanel) escribió unos Dialoghi d’amore (1535) muy leídos durante el siglo XVI.

[57] ‘que os contente con creces’.

[58] Tratado del amor de Dios (1592) de fray Cristóbal de Fonseca.

[59] ‘os juro’.

[60] ‘aunque’, como la mayoría de veces en el Quijote.

[61] Se citan en orden alfabético tres autores muy frecuentados en la teoría literaria de la época: Aristóteles por su Poética, Cicerón por sus tratados retóricos y Basilio por la epístola Ad adolescentes, utilizada en las polémicas renacentistas sobre el valor de los escritores clásicos.

[62] ‘astronomía’.

[63] mezcla: ‘tejido de hilos de diferentes clases o colores’.

[64] período: ‘discurso’, en sentido retórico.

[65] melancólico: ‘que sufre una depresión o es proclive a sufrirla’.

[66] ‘no se aburra’.

[67] ‘En fin, en suma’.

[68] ‘la trama, la turbamulta mal organizada’.

[69] Comarca de la Mancha, entre Ciudad Real y Albacete, donde se inicia la acción.

[70] ‘Que estés bien’, fórmula latina de despedida. Como se observará, mientras la mayor parte del Prólogo se centra en la crítica de las prácticas e ideales de la literatura más estimada en los primeros años del siglo XVII (véase la anterior n. 18), sólo al final declara Cervantes que su obra es una diatriba contra los libros de caballerías.

Al libro de don Quijote de la Mancha, Urganda la desconocida

AL LIBRO DE DON QUIJOTE DE LA MANCHA, URGANDA[1] LA DESCONOCIDA[2]

Si de llegarte a los bue-,[3]

libro, fueres con lectu-,[4]

no te dirá el boquirru-[5]

que no pones bien los de-.[6]

Mas si el pan no se te cue-

por ir a manos de idio-,[7]

verás de manos a bo-

aun no dar una en el cla-,[8]

si bien se comen las ma-

por mostrar que son curio-.[9]

Y pues la experiencia ense-[10]

que el que a buen árbol se arri-

buena sombra le cobi-,

en Béjar tu buena estre-

un árbol real te ofre-

que da príncipes por fru-,[11]

en el cual floreció un du-

que es nuevo Alejandro Ma-:[12]

llega a su sombra, que a osa-

favorece la fortu-.[13]

De un noble hidalgo manche-[14]

contarás las aventu-,

a quien ociosas lectu-

trastornaron la cabe-;

damas, armas, caballe-,

le provocaron de mo-

que, cual Orlando furio-,[15]

templado a lo enamora-,[16]

alcanzó a fuerza de bra-[17]

a Dulcinea del Tobo-.

No indiscretos[18] hieroglí-[19]

estampes en el escu-,[20]

que, cuando es todo figu-,

con ruines puntos se envi-.[21]

Si en la dirección te humi-,

no dirá mofante algu-:[22]

«¡Qué don Álvaro de Lu-,

qué Anibal el de Carta-,

qué rey Francisco en Espa-

se queja de la fortu-!».[23]

Pues al cielo no le plu-[24]

que salieses tan ladi-[25]

como el negro Juan Lati-,[26]

hablar latines rehú-.

No me despuntes de agu-,[27]

ni me alegues con filó-,

porque, torciendo la bo-,

dirá el que entiende la le-,[28]

no un palmo de las ore-:[29]

«¿Para qué conmigo flo-?».[30]

No te metas en dibu-,[31]

ni en saber vidas aje-,

que en lo que no va ni vie-[32]

pasar de largo es cordu-,

que suelen en caperu-

darles a los que grace-;[33]

mas tú quémate las ce-

sólo en cobrar buena fa-,

que el que imprime neceda-

dalas a censo perpe-.[34]

Advierte que es desati-,[35]

siendo de vidrio el teja-,

tomar piedras en las ma-

para tirar al veci-.

Deja que el hombre de jui-

en las obras que compo-

se vaya con pies de plo-,

que el que saca a luz pape-

para entretener donce-

escribe a tontas y a lo-.[36]

Notas a Al libro de don Quijote de la Mancha, Urganda la desconocida

NOTAS A AL LIBRO DE DON QUIJOTE DE LA MANCHA, URGANDA LA DESCONOCIDA

[1] Urganda era la maga protectora de Amadís de Gaula.

[2] ‘la que no es reconocida’, porque adopta diferentes apariencias.

[3] Las décimas de cabo roto, es decir, que en cada verso suprimen la sílaba o sílabas siguientes a la última acentuada, eran propias de la poesía cómica. Las palabras truncadas de la primera décima son buenos, lectura, boquirrubio, dedos, cuece, idiota, boca, clavo, manos, curiosos.

[4] ‘con cuidado, con tiento’.

[5] ‘simple y presumido’.

[6] ‘que no sabes lo que haces’.

[7] ‘Pero si te impacientas (el pan no se te cuece) por ser alabado por los indoctos (idiotas)’.

[8] ‘verás inmediatamente o a golpe de vista (de manos a boca) que no dan una en el clavo’.

[9] ‘aunque se mueren de ganas (se comen las manos) por demostrar su sabiduría (por mostrar que son curiosos)’.

[10] Las palabras incompletas en la segunda décima son enseña, arrima, cobija, estrella, ofrece, fruto, duque, Magno, osados, fortuna.

[11] Llama árbol real a los ascendientes del Duque de Béjar por estar emparentados con los reyes de Navarra.

[12] Alejandro Magno era modelo clásico de generosidad.

[13] «Audentes Fortuna iuvat» (Eneida, X, 284).

[14] Las palabras incompletas en la tercera décima son manchego, aventuras, lecturas, cabeza, caballeros, modo, furioso, enamorado, brazos, Toboso.

[15] Protagonista del poema caballeresco Orlando furioso de Ariosto (1516-1532).

[16] ‘afinado como enamorado’.

[17] ‘con su propio esfuerzo’.

[18] ‘impertinentes’.

[19] Las palabras incompletas de la cuarta décima son hieroglíficos, escudo, figura, envida, humillas, alguno, Luna, Cartago, España, fortuna.

[20] ‘en el emblema estampado en la portada del libro’; quizá Cervantes tenía en mente algún caso concreto.

[21] ‘cuando todo es apariencia (figura), uno lleva las de perder’; vocablos del juego de naipes: en las quínolas, las figuras (sota, caballo y rey) tienen poco valor (ruines puntos), y cuando se apuesta con ellas (se envida), es fácil perder la partida.

[22] ‘si en la dedicatoria te muestras humilde (te humillas), ningún tonto (mofante) te podrá decir’ lo que viene a continuación, es decir, ‘no se podrá hacer chanza de tu dedicatoria comparándote con ejemplos ilustres en forma burlesca’.

[23] Se trata de grandes personajes que acabaron trágicamente o sufrieron una situación desgraciada: Álvaro de Luna, privado de Juan II, fue decapitado en 1453; Aníbal (en la época se acentuaba Anibal, como palabra aguda) se suicidó para no caer en manos de los romanos; y Francisco I de Francia estuvo preso en Madrid tras ser capturado en Pavía (1525) por Carlos I.

[24] Las palabras incompletas en la quinta décima son plugo, ladino, Latino, rehúsa, agudo, filósofo, boca, leva, orejas, flores.

[25] ‘buen conocedor del latín’ y también ‘astuto’.

[26] Esclavo de color que llegó a catedrático y obtuvo celebridad como poeta en latín.

[27] ‘No te pases de listo’.

[28] ‘el truco’.

[29] ‘a menos de un palmo de las orejas’, es decir, ‘a la cara’.

[30] ‘trampas, embustes’.

[31] ‘No te compliques la vida’. Las palabras incompletas en la sexta décima son dibujos, ajenas, viene, cordura, caperuza, gracejan, cejas, fama, necedades, perpetuo.

[32] ‘en lo que ni te va ni te viene’.

[33] ‘a los que gastan bromas (gracejan) suelen darles un chasco (darles en caperuza)’.

[34] ‘el que publica tonterías (imprime necedades) las deja fijadas para siempre (dalas a censo perpetuo)’; el censo perpetuo era una suerte de hipoteca muy difícil de amortizar.

[35] Las palabras incompletas en la séptima décima son desatino, tejado, manos, vecino, juicio, compone, plomo, papeles, doncellas, locas.

[36] ‘sin ningún orden’, pero también en sentido literal: ‘para doncellas tontas y locas’.

Amadís de Gaula a don Quijote de la Mancha

AMADÍS DE GAULA[1] A DON QUIJOTE DE LA MANCHA

Soneto

Tú, que imitaste la llorosa vida

que tuve, ausente[2] y desdeñado, sobre

el gran ribazo de la Peña Pobre,

de alegre a penitencia reducida;[3]

tú, a quien los ojos dieron la bebida

de abundante licor,[4] aunque salobre,

y alzándote la plata,[5] estaño y cobre,

te dio la tierra en tierra la comida,[6]

vive seguro de que eternamente,

en tanto, al menos, que en la cuarta esfera[7]

sus caballos aguije el rubio Apolo,[8]

tendrás claro renombre de valiente;

tu patria será en todas la primera;

tu sabio autor, al mundo[9] único y solo.

Notas a Amadís de Gaula a don Quijote de la Mancha

NOTAS A AMADÍS DE GAULA A DON QUIJOTE DE LA MANCHA

[1] Protagonista del más famoso libro de caballerías español, escrito probablemente en el siglo XIV y refundido en el siglo XV por Garci Rodríguez de Montalvo, que lo publicó en 1496.

[2] ‘alejado’ de su dama Oriana.

[3] ‘la vida alegre que tenía se redujo a una vida de penitencia’.

[4] ‘líquido’, aquí ‘lágrimas’.

[5] ‘y habiéndote quitado la vajilla’.

[6] ‘te dio la comida en escudillas de barro’.

[7] ‘la esfera del sol’; en la astronomía ptolemaica, la cuarta de las esferas concéntricas del universo.

[8] Es decir, ‘en tanto que amanezca, salga el sol’. Apolo, dios del sol, inicia el día conduciendo su carro a través de la cuarta esfera.

[9] ‘en este mundo’.

Don Belianís de Grecia a don Quijote de la Mancha

DON BELIANÍS DE GRECIA[1] A DON QUIJOTE DE LA MANCHA

Soneto

Rompí, corté, abollé y dije y hice

más que en el orbe caballero andante;

fui diestro, fui valiente, fui arrogante;

mil agravios vengué, cien mil deshice.

Hazañas di a la Fama que eternice;

fui comedido y regalado amante;[2]

fue enano para mí todo gigante,

y al duelo en cualquier punto satisfice.

Tuve a mis pies postrada la Fortuna,

y trajo del copete mi cordura

a la calva Ocasión al estricote.[3]

Mas, aunque sobre el cuerno de la luna

siempre se vio encumbrada mi ventura,

tus proezas envidio, ¡oh gran Quijote!

Notas a Don Belianís de Grecia a don Quijote de la Mancha

NOTAS A DON BELIANÍS DE GRECIA A DON QUIJOTE DE LA MANCHA

[1] Protagonista de la Historia de Belianís de Grecia (1547-1579), libro de caballerías en cuatro partes, de Jerónimo Fernández.

[2] ‘fui un amante prudente y agradable’.

[3] ‘y mi prudencia llevó a maltraer a la Ocasión cogiéndola por los pelos de la frente (copete)’; al estricote: ‘por la calle de la amargura’. La Ocasión se representaba como una mujer calva con unos pocos pelos en la frente.

La señora Oriana a Dulcinea del Toboso

LA SEÑORA ORIANA[1] A DULCINEA DEL TOBOSO

Soneto

¡Oh, quién tuviera, hermosa Dulcinea,

por más comodidad y más reposo,

a Miraflores puesto en el Toboso,

y trocara sus Londres con tu aldea!

¡Oh, quién de tus deseos y librea[2]

alma y cuerpo adornara, y del famoso

caballero que hiciste venturoso

mirara alguna desigual[3] pelea!

¡Oh, quién tan castamente se escapara

del señor Amadís como tú hiciste

del comedido hidalgo don Quijote![4]

Que así envidiada fuera y no envidiara,

y fuera alegre el tiempo que fue triste,

y gozara los gustos sin escote.[5]

Notas a la señora Oriana a Dulcinea del Toboso

NOTAS A LA SEÑORA ORIANA A DULCINEA DEL TOBOSO

[1] Oriana, hija del rey Lisuarte de Bretaña y desposada con Amadís de Gaula, vivía en el castillo de Miraflores, cerca de Londres.

[2] ‘vestido a juego con los de otros caballeros de una cuadrilla, criados de una casa, etc.’.

[3] ‘peligrosa’.

[4] Oriana se entregó a Amadís, con quien contrajo matrimonio secreto.

[5] ‘sin más problema’, referencia burlesca al embarazo de Oriana.

Gandalín, escudero de Amadís de Gaula, a Sancho Panza, escudero de don Quijote

GANDALÍN, ESCUDERO DE AMADÍS DE GAULA, A SANCHO PANZA, ESCUDERO DE DON QUIJOTE

Soneto

Salve, varón famoso, a quien Fortuna,

cuando en el trato[1] escuderil te puso,

tan blanda y cuerdamente lo dispuso,

que lo pasaste sin desgracia alguna.

Ya la azada o la hoz poco repugna

al andante ejercicio; ya está en uso

la llaneza escudera, con que acuso

al soberbio que intenta hollar la luna.[2]

Envidio a tu jumento y a tu nombre,

y a tus alforjas igualmente envidio,

que mostraron tu cuerda providencia.[3]

Salve otra vez, ¡oh Sancho!, tan buen hombre,

que a solo tú nuestro español Ovidio[4]

con buzcorona[5] te hace reverencia.

Notas a Gandalín, escudero de Amadís de Gaula, a Sancho Panza, escudero de don Quijote

NOTAS A GANDALÍN, ESCUDERO DE AMADÍS DE GAULA, A SANCHO PANZA, ESCUDERO DE DON QUIJOTE

[1] ‘oficio’.

[2] Es decir, ‘que pretende ser más que los demás’.

[3] ‘tu sensata previsión, tu precaución’.

[4] Cervantes se identifica aquí con Ovidio, probablemente pensando en la proverbial inventiva del poeta latino.

[5] ‘burla de quien da a besar falsamente la mano y en realidad propina un golpe con ella’.

Del Donoso, poeta entreverado, a Sancho Panza y Rocinante

DEL DONOSO, POETA ENTREVERADO,[1] A SANCHO PANZA Y ROCINANTE

Soy Sancho Panza, escude-[2]

del manchego don Quijo-;

puse pies en polvoro-,[3]

por vivir a lo discre-,[4]

que el tácito Villadie-

toda su razón de esta-

cifró en una retira-,

según siente Celesti-,[5]

libro, en mi opinión, divi-,

si encubriera más lo huma-.[6]

A Rocinante

Soy Rocinante, el famo-,[7]

bisnieto del gran Babie-:[8]

por pecados de flaque-,

fui a poder de un don Quijo-;

parejas corrí[9] a lo flo-,[10]

mas por uña de caba-[11]

no se me escapó ceba-,[12]

que esto saqué a Lazari-,

cuando, para hurtar el vi-

al ciego, le di la pa-.[13]

Notas a Del Donoso, poeta entreverado, a Sancho Panza y Rocinante

NOTAS A DEL DONOSO, POETA ENTREVERADO, A SANCHO PANZA Y ROCINANTE

[1] ‘que escribe poemas donde mezcla cosas diversas’; se ha supuesto que haya aquí una referencia a Gabriel Lobo Lasso de la Vega, que podría haber colaborado en los poemas preliminares.

[2] Décimas de cabo roto, cuyas palabras incompletas son escudero, Quijote, polvorosa, discreto, Villadiego, estado, retirado, Celestina, divino, humano.

[3] ‘salí corriendo, huí’.

[4] ‘como quería, a mis anchas’.

[5] ‘que el tácito Villadiego resumió (cifró) su norma básica en una retirada a tiempo, tal como dice La Celestina’; tácito es el que sigue la doctrina tacitista, que sitúa la actuación política por encima de las propias leyes (razón de estado) en los primeros años del siglo XVII. Villadiego es personaje folclórico en la expresión «tomar las calzas de Villadiego» (en la actualidad simplemente «tomar las de Villadiego»), es decir, ‘huir’, que se utiliza en el acto XII de La Celestina.

[6] Cervantes critica en La Celestina el placer y la demora en la descripción de los vicios humanos.

[7] Las palabras incompletas en esta segunda décima son famoso, Babieca, flaqueza, Quijote, flojo, caballo, cebada, Lazarillo, vino, paja.

[8] Caballo del Cid Campeador.

[9] correr parejas era ‘correr con dos caballos emparejados o con los jinetes asidos el uno del otro’.

[10] ‘sin fuerzas’.

[11] ‘a galope, rápidamente’, y también ‘muy cerca, a la distancia de una uña’.

[12] ‘en modo alguno se me escapó la cebada’.

[13] ‘que esto (es decir, la diligencia de Rocinante en buscar la cebada) saqué de ventaja a Lazarillo de Tormes, el héroe de la primera novela picaresca, porque fui yo quien se quedó el grano, la cebada, y a él, en cambio, di la paja con que engañó y chupó el vino que el ciego tenía en el jarro’.

Orlando furioso a don Quijote de la Mancha

ORLANDO FURIOSO A DON QUIJOTE DE LA MANCHA

Soneto

Si no eres par, tampoco le has tenido:[1]

que par pudieras ser entre mil pares,

ni puede haberle donde tú te hallares,

invicto vencedor, jamás vencido.

Orlando soy, Quijote, que, perdido

por Angélica,[2] vi remotos mares,

ofreciendo a la Fama en sus altares

aquel valor que respetó el olvido.

No puedo ser tu igual, que este decoro[3]

se debe a tus proezas y a tu fama,

puesto que,[4] como yo, perdiste el seso;

mas serlo has mío,[5] si al soberbio moro

y cita[6] fiero domas,[7] que hoy nos llama

iguales en amor con mal suceso.[8]

Notas a Orlando furioso a don Quijote de la Mancha

NOTAS A ORLANDO FURIOSO A DON QUIJOTE DE LA MANCHA

[1] ‘tampoco ha habido nadie comparable a ti’. Los pares eran los miembros del séquito del emperador Carlomagno.

[2] Orlando enloqueció por el amor de Angélica, que prefirió como amante a Medoro.

[3] ‘que este trato justo’.

[4] ‘aunque’, según es regular en el Quijote.

[5] ‘pero serás mi igual’.

[6] ‘escita’, habitante de Escitia, región próxima al Mar Negro, y ejemplo de fiereza en la tradición literaria.

[7] ‘vences’.

[8] ‘con mal fin’.

El Caballero del Febo a don Quijote de la Mancha

EL CABALLERO DEL FEBO[1] A DON QUIJOTE DE LA MANCHA

Soneto

A vuestra espada no igualó la mía,

Febo[2] español, curioso[3] cortesano,

ni a la alta gloria de valor mi mano,

que rayo fue do nace y muere el día.[4]

Imperios desprecié; la monarquía

que me ofreció el Oriente rojo[5] en vano

dejé, por ver el rostro soberano

de Claridiana, aurora hermosa mía.[6]

Amela por milagro único y raro,

y, ausente en su desgracia, el propio infierno

temió mi brazo, que domó su rabia.

Mas vos, godo Quijote,[7] ilustre y claro,

por Dulcinea sois al mundo eterno,[8]

y ella, por vos, famosa, honesta y sabia.

Notas a El Caballero del Febo a don Quijote de la Mancha

NOTAS A EL CABALLERO DEL FEBO A DON QUIJOTE DE LA MANCHA

[1] Protagonista del Espejo de príncipes y caballeros (1555) de Diego Ortúñez de Calahorra.

[2] ‘Apolo, sol’.

[3] ‘pulcro, esmerado’.

[4] ‘en oriente, donde nace el día, y en occidente, donde muere’, es decir, ‘de una a otra parte del mundo, en todo el mundo’.

[5] rojo por el color rojizo del amanecer.

[6] El amor de Claridiana lleva al Caballero del Febo a renunciar al imperio de Tartaria.

[7] ‘noble Quijote’, puesto que la nobleza española se vanagloriaba de su ascendencia goda.

[8] ‘sois eterno para el mundo’.

De Solisdán a don Quijote de la Mancha

DE SOLISDÁN[1] A DON QUIJOTE DE LA MANCHA

Soneto

Maguer,[2] señor Quijote, que sandeces

vos tengan el cerbelo derrumbado,

nunca seréis de alguno reprochado

por home de obras viles y soeces.

Serán vuesas fazañas los joeces,[3]

pues tuertos desfaciendo habéis andado,[4]

siendo vegadas[5] mil apaleado

por follones cautivos y raheces.[6]

Y si la vuesa linda Dulcinea

desaguisado[7] contra vos comete,

ni a vuesas cuitas muestra buen talante,[8]

en tal desmán vueso conhorte[9] sea

que Sancho Panza fue mal alcagüete,

necio él, dura ella y vos no amante.

Notas a De Solisdán a don Quijote de la Mancha

NOTAS A DE SOLISDÁN A DON QUIJOTE DE LA MANCHA

[1] Personaje desconocido, ya su nombre se deba a una errata o a confusión de Cervantes, ya se trate de un pseudónimo o anagrama.

[2] ‘Aunque’. Todo el poema está escrito en la fabla pretendidamente medieval que don Quijote emplea en ciertas ocasiones, a imitación de algunos libros de caballerías, y que también el narrador y los personajes utilizan ocasionalmente para situarse en la perspectiva del protagonista o darle la réplica adecuada. El rasgo más llamativo de ese castellano arcaizante es la conservación de la efe inicial (fazañas, fechos, etc.); pero en más de un caso se trata de meros pastiches que nunca existieron en la realidad de la lengua. La fabla tuvo particular fortuna en algunas parodias de obras teatrales.

[3] ‘los jueces’.

[4] ‘pues habéis andado corrigiendo injusticias’. La frase propia del Quijote es desfazer o enderezar tuertos (es decir, ‘cosas torcidas’); la palabra entuertos, que se ha hecho popular (por más que en la época significaba ‘retorcijones del embarazo’), no aparece nunca en la obra.

[5] ‘veces’.

[6] ‘por traidores viles y ruines’.

[7] ‘injusticia’.

[8] ‘ni muestra comprensión ante vuestro sufrimiento’.

[9] ‘consuelo’.

Diálogo entre Babieca y Rocinante

DIÁLOGO ENTRE BABIECA Y ROCINANTE

Soneto

B.    ¿Cómo estáis, Rocinante, tan delgado?

R.  Porque nunca se come, y se trabaja.

B.  Pues ¿qué es de la cebada y de la paja?

R.  No me deja mi amo ni un bocado.

B.    Andá,[1] señor, que estáis muy mal criado,

      pues vuestra lengua de asno al amo ultraja.

R.  Asno se es de la cuna a la mortaja.

      ¿Quereislo ver? Miraldo enamorado.[2]

B.  ¿Es necedad amar?

R.                                 No es gran prudencia.

B.  Metafísico estáis.[3]

R.                                 Es que no como.

B.  Quejaos del escudero.

R.                                     No es bastante.

        ¿Cómo me he de quejar en mi dolencia,

      si el amo y escudero o mayordomo

      son tan rocines como Rocinante?

Notas al Diálogo entre Babieca y Rocinante

NOTAS AL DIÁLOGO ENTRE BABIECA Y ROCINANTE

[1] ‘Andad’.

[2] ‘Mirad a don Quijote, que está enamorado, y veréis que es verdad lo que os digo’, es decir, que es un asno.

[3] En el sentido de ‘muy delgado’, por lo sutil de la metafísica, y por comparación implícita con el adjetivo ético: ‘moral’ y también ‘tuberculoso’.

PRIMERA PARTE DEL INGENIOSO HIDALGO DON QUIJOTE DE LA MANCHA

PRIMERA PARTE DEL INGENIOSO HIDALGO DON QUIJOTE DE LA MANCHA[1]

CAPÍTULO I. Que trata de la condición y ejercicio del famoso y valiente hidalgo don Quijote de la Mancha

CAPÍTULO PRIMERO

 Que trata de la condición y ejercicio del famoso y valiente hidalgo don Quijote de la Mancha[2]

En un lugar[3] de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme,[4] no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero,[5] adarga antigua,[6] rocín flaco[7] y galgo corredor.[8] Una olla de algo más vaca que carnero,[9] salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados,[10] lantejas los viernes, algún palomino de añadidura[11] los domingos, consumían las tres partes de su hacienda.[12] El resto de ella concluían sayo de velarte,[13] calzas de velludo para las fiestas,[14] con sus pantuflos de lo mismo,[15] y los días de entresemana se honraba con su vellorí de lo más fino.[16] Tenía en su casa una ama que pasaba de los cuarenta y una sobrina que no llegaba a los veinte, y un mozo de campo y plaza[17] que así ensillaba el rocín como tomaba la podadera. Frisaba la edad de nuestro hidalgo con los cincuenta años.[18] Era de complexión recia, seco de carnes, enjuto de rostro,[19] gran madrugador y amigo de la caza. Quieren decir[20] que tenía el sobrenombre de «Quijada», o «Quesada»,[21] que en esto hay alguna diferencia en los autores que de este caso escriben, aunque por conjeturas verisímiles se deja entender que se llamaba «Quijana». Pero esto importa poco a nuestro cuento: basta que en la narración de él no se salga un punto de la verdad.[22]

Es, pues, de saber que este sobredicho hidalgo, los ratos que estaba ocioso –que eran los más del año–, se daba a leer libros de caballerías, con tanta afición y gusto, que olvidó casi de todo punto el ejercicio de la caza y aun la administración de su hacienda; y llegó a tanto su curiosidad y desatino en esto, que vendió muchas fanegas de tierra de sembradura[23] para comprar libros de caballerías en que leer, y, así, llevó a su casa todos cuantos pudo haber de ellos; y, de todos, ningunos le parecían tan bien como los que compuso el famoso Feliciano de Silva,[24] porque la claridad de su prosa y aquellas intricadas razones suyas le parecían de perlas, y más cuando llegaba a leer aquellos requiebros y cartas de desafíos,[25] donde en muchas partes hallaba escrito: «La razón de la sinrazón que a mi razón se hace, de tal manera mi razón enflaquece, que con razón me quejo de la vuestra fermosura». Y también cuando leía: «Los altos cielos que de vuestra divinidad divinamente con las estrellas os fortifican y os hacen merecedora del merecimiento que merece la vuestra grandeza…».[26]

Con estas razones perdía el pobre caballero el juicio, y desvelábase por entenderlas y desentrañarles el sentido, que no se lo sacara ni las entendiera el mismo Aristóteles, si resucitara para sólo ello. No estaba muy bien[27] con las heridas que don Belianís[28] daba y recibía, porque se imaginaba que, por grandes maestros[29] que le hubiesen curado, no dejaría de tener el rostro y todo el cuerpo lleno de cicatrices y señales. Pero, con todo, alababa en su autor aquel acabar su libro con la promesa de aquella inacabable aventura, y muchas veces le vino deseo de tomar la pluma y dalle fin al pie de la letra como allí se promete; y sin duda alguna lo hiciera, y aun saliera con ello,[30] si otros mayores y continuos pensamientos no se lo estorbaran. Tuvo muchas veces competencia con el cura de su lugar –que era hombre docto, graduado en Cigüenza–[31] sobre cuál había sido mejor caballero: Palmerín de Ingalaterra[32] o Amadís de Gaula; mas maese Nicolás, barbero del mismo pueblo,[33] decía que ninguno llegaba al Caballero del Febo,[34] y que si alguno se le podía comparar era don Galaor, hermano de Amadís de Gaula, porque tenía muy acomodada condición para todo, que no era caballero melindroso ni tan llorón como su hermano, y que en lo de la valentía no le iba en zaga.

En resolución, él se enfrascó tanto en su lectura, que se le pasaban las noches leyendo de claro en claro,[35] y los días de turbio en turbio; y así, del poco dormir y del mucho leer, se le secó el celebro de manera que vino a perder el juicio. Llenósele la fantasía de todo aquello que leía en los libros, así de encantamentos como de pendencias, batallas, desafíos, heridas, requiebros, amores, tormentas y disparates imposibles; y asentósele de tal modo en la imaginación que era verdad toda aquella máquina de aquellas soñadas invenciones que leía,[36] que para él no había otra historia más cierta en el mundo. Decía él que el Cid Ruy Díaz había sido muy buen caballero, pero que no tenía que ver[37] con el Caballero de la Ardiente Espada,[38] que de solo un revés había partido por medio dos fieros y descomunales gigantes. Mejor estaba con Bernardo del Carpio,[39] porque en Roncesvalles había muerto a Roldán, el encantado,[40] valiéndose de la industria de Hércules, cuando ahogó a Anteo, el hijo de la Tierra, entre los brazos.[41] Decía mucho bien del gigante Morgante, porque, con ser de aquella generación gigantea, que todos son soberbios y descomedidos,[42] él solo era afable y bien criado. Pero, sobre todos, estaba bien con Reinaldos de Montalbán,[43] y más cuando le veía salir de su castillo y robar cuantos topaba, y cuando en allende[44] robó aquel ídolo de Mahoma que era todo de oro, según dice su historia. Diera él, por dar una mano de coces al traidor de Galalón,[45] al ama que tenía, y aun a su sobrina de añadidura.

En efecto, rematado ya su juicio, vino a dar en el más extraño pensamiento que jamás dio loco en el mundo, y fue que le pareció convenible y necesario, así para el aumento de su honra como para el servicio de su república,[46] hacerse caballero andante y irse por todo el mundo con sus armas y caballo a buscar las aventuras y a ejercitarse en todo aquello que él había leído que los caballeros andantes se ejercitaban, deshaciendo todo género de agravio y poniéndose en ocasiones[47] y peligros donde, acabándolos,[48] cobrase eterno nombre y fama. Imaginábase el pobre ya coronado por el valor de su brazo, por lo menos del imperio de Trapisonda;[49] y así, con estos tan agradables pensamientos, llevado del extraño gusto que en ellos sentía, se dio priesa a poner en efecto lo que deseaba.[50] Y lo primero que hizo fue limpiar unas armas que habían sido de sus bisabuelos, que, tomadas de orín y llenas de moho, luengos siglos había que estaban puestas y olvidadas en un rincón. Limpiolas y aderezolas lo mejor que pudo; pero vio que tenían una gran falta, y era que no tenían celada de encaje,[51] sino morrión simple;[52] mas a esto suplió su industria,[53] porque de cartones hizo un modo de media celada que, encajada con el morrión, hacían una apariencia de celada entera.[54] Es verdad que, para probar si era fuerte y podía estar al riesgo de una cuchillada, sacó su espada y le dio dos golpes, y con el primero y en un punto deshizo lo que había hecho en una semana; y no dejó de parecerle mal la facilidad con que la había hecho pedazos, y, por asegurarse de este peligro,[55] la tornó a hacer de nuevo, poniéndole unas barras de hierro por de dentro, de tal manera, que él quedó satisfecho de su fortaleza y, sin querer hacer nueva experiencia de ella, la diputó y tuvo por celada finísima de encaje.

Fue luego a ver su rocín, y aunque tenía más cuartos que un real[56] y más tachas que el caballo de Gonela,[57] que «tantum pellis et ossa fuit»,[58] le pareció que ni el Bucéfalo de Alejandro ni Babieca el del Cid con él se igualaban. Cuatro días se le pasaron en imaginar qué nombre le pondría; porque –según se decía él a sí mismo– no era razón que caballo de caballero tan famoso, y tan bueno él por sí, estuviese sin nombre conocido; y así procuraba acomodársele de manera que declarase quién había sido antes que fuese de caballero andante y lo que era entonces; pues estaba muy puesto en razón que, mudando su señor estado, mudase él también el nombre, y le cobrase famoso y de estruendo, como convenía a la nueva orden y al nuevo ejercicio que ya profesaba;[59] y así, después de muchos nombres que formó, borró y quitó, añadió, deshizo y tornó a hacer en su memoria e imaginación, al fin le vino a llamar «Rocinante», nombre, a su parecer, alto, sonoro y significativo de lo que había sido cuando fue rocín, antes de lo que ahora era, que era antes y primero de todos los rocines del mundo.

Puesto nombre, y tan a su gusto, a su caballo, quiso ponérsele a sí mismo, y en este pensamiento duró otros ocho días, y al cabo se vino a llamar «don Quijote»;[60] de donde, como queda dicho, tomaron ocasión los autores de esta tan verdadera historia que sin duda[61] se debía de llamar «Quijada», y no «Quesada», como otros quisieron decir. Pero acordándose que el valeroso Amadís no sólo se había contentado con llamarse «Amadís» a secas, sino que añadió el nombre de su reino y patria, por hacerla famosa, y se llamó «Amadís de Gaula»,[62] así quiso, como buen caballero, añadir al suyo el nombre de la suya y llamarse «don Quijote de la Mancha», con que a su parecer declaraba muy al vivo su linaje y patria, y la honraba con tomar el sobrenombre de ella.

Limpias, pues, sus armas, hecho del morrión celada, puesto nombre a su rocín y confirmádose a sí mismo,[63] se dio a entender[64] que no le faltaba otra cosa sino buscar una dama de quien enamorarse, porque el caballero andante sin amores era árbol sin hojas y sin fruto y cuerpo sin alma. Decíase él:

—Si yo, por malos de mis pecados, o por mi buena suerte, me encuentro por ahí con algún gigante, como de ordinario les acontece a los caballeros andantes, y le derribo de un encuentro,[65] o le parto por mitad del cuerpo, o, finalmente,[66] le venzo y le rindo, ¿no será bien tener a quien enviarle presentado,[67] y que entre y se hinque de rodillas ante mi dulce señora, y diga con voz humilde y rendida: «Yo, señora, soy el gigante Caraculiambro, señor de la ínsula Malindrania,[68] a quien venció en singular batalla[69] el jamás como se debe alabado caballero don Quijote de la Mancha, el cual me mandó que me presentase ante la vuestra merced, para que la vuestra grandeza disponga de mí a su talante»?

¡Oh, cómo se holgó nuestro buen caballero cuando hubo hecho este discurso, y más cuando halló a quien dar nombre de su dama! Y fue, a lo que se cree, que en un lugar cerca del suyo había una moza labradora de muy buen parecer, de quien él un tiempo anduvo enamorado, aunque, según se entiende, ella jamás lo supo ni le dio cata de ello.[70] Llamábase Aldonza Lorenzo, y a ésta le pareció ser bien darle título de señora de sus pensamientos; y, buscándole nombre que no desdijese mucho del suyo y que tirase y se encaminase al de princesa y gran señora, vino a llamarla «Dulcinea del Toboso» porque era natural del Toboso:[71] nombre, a su parecer, músico y peregrino y significativo,[72] como todos los demás que a él y a sus cosas había puesto.

Notas al CAPÍTULO I. Que trata de la condición y ejercicio del famoso y valiente hidalgo don Quijote de la Mancha

NOTAS AL CAPÍTULO PRIMERO

 Que trata de la condición y ejercicio del famoso y valiente hidalgo don Quijote de la Mancha

[1] En el Quijote de 1605, el calificativo de ingenioso (es decir, ‘inventivo, hábil, agudo’) sólo se aplica al protagonista en las menciones del título y en los epígrafes de las cuatro partes y de tres de los capítulos (2, 6 y 16) del volumen; título y epígrafes, por otro lado, que no se introdujeron sino cuando el libro estaba ya sustancialmente redactado. La división de la obra en cuatro partes, tal como hoy se presentan (1-8, 9-14, 15-27, 28-52), fue también cosa de última hora y quedó revocada de hecho al publicarse como Segunda parte… la continuación de 1615.

[2] condición es tanto la posición social como los rasgos personales, y ejercicio, el modo de poner en práctica tal condición.

[3] ‘En una aldea, una pequeña población rural’.

[4] ‘no voy o no llego a acordarme’.

[5] ‘arrinconada u olvidada’; el astillero era la percha en donde se colgaban las armas.

[6] adarga: ‘escudo ligero de piel’.

[7] rocín: ‘caballo de trabajo’.

[8] La primera caracterización de don Quijote es menos individual que social: el personaje se presenta como «un hidalgo de los de…», un exponente típico de los hidalgos rurales con pocos medios de fortuna (por debajo, pues, del estamento de los caballeros, hidalgos ricos y con derecho a usar el don) y sin otra ocupación que mantenerse ociosos, para no decaer al estado de pecheros perdiendo los contados privilegios que aún conservaban (en especial, la exención de ciertos impuestos).

[9] Porque la carne de vaca (para la olla ‘cocido’) era más barata.

[10] salpicón: ‘fiambre preparado con los restos de la olla del mediodía’; duelos y quebrantos: quizá ‘huevos con tocino o chorizo’.

[11] ‘como plato especial’.

[12] ‘las tres cuartas partes de su renta’.

[13] sayo: ‘traje masculino con falda’, pasado de moda ya en 1605; velarte: ‘paño de abrigo de color oscuro’.

[14] calzas: ‘una especie de media abombada y con tiras para el abrigo de los muslos’; velludo: ‘felpa o terciopelo’.

[15] pantuflos: ‘calzado que se ponía sobre otros zapatos’.

[16] vellorí: ‘paño de color pardo’, de calidad mediana.

[17] ‘un mozo para todo’.

[18] En una sociedad cuya esperanza de vida apenas llegaba a los treinta años, don Quijote era un anciano.

[19] En esos rasgos, don Quijote coincide con el temperamento colérico y melancólico según la caracterización de la medicina antigua.

[20] ‘Algunos dicen’.

[21] sobrenombre: ‘apellido’.

[22] Desde el principio, don Quijote se presenta como persona que ha existido realmente, cuya fama es anterior al libro de Cervantes y cuya historia va reconstruyéndose a partir de distintos testimonios que no siempre coinciden entre sí.

[23] Una fanega medía entre media hectárea y una hectárea y media.

[24] Autor de varias continuaciones del Amadís de Gaula, entre 1514 y 1532.

[25] cartas en que los caballeros exponían los motivos y términos de un desafío.

[26] Las citas no son literales, pero sí representativas del estilo de Silva.

[27] ‘No estaba muy de acuerdo’.

[28] Protagonista de la Historia de Belianís de Grecia (1545 y 1579) de Jerónimo Fernández.

[29] ‘médicos, cirujanos’.

[30] ‘lo hubiera conseguido’.

[31] ‘en Sigüenza’, universidad de escaso prestigio.

[32] Protagonista de un libro de caballerías del mismo título, escrito por el portugués Francisco de Moraes hacia 1545.

[33] maese: tratamiento que se daba a los barberos que realizaban pequeñas curas médicas.

[34] Personaje del Espejo de príncipes y caballeros (1555), mencionado ya en los preliminares.

[35] ‘de una vez, sin dormir’, del ocaso al amanecer.

[36] aquella máquina: ‘todo aquel extraño conjunto’.

[37] ‘no podía compararse’.

[38] Amadís de Grecia, que llevaba como emblema una espada dibujada en el pecho.

[39] Personaje fabuloso, a quien la épica medieval hispana enfrentaba con Roldán.

[40] En algunas leyendas medievales, Roldán era el encantado porque sólo se le podía matar como se explica luego, en el capítulo 26.

[41] industria: ‘artimaña’. Hércules venció al gigante Anteo abrazándolo sin dejarle pisar la Tierra, madre del gigante y que le proporcionaba la fuerza.

[42] ‘insolentes’. Los gigantes aparecen frecuentemente en los libros de caballerías, siempre como deformes y diabólicos, encarnación de la fuerza bruta y la maldad (como los ogros en otras culturas). Pero en el Morgante (h. 1465), de Luigi Pulci, el simpático gigante de ese nombre salva la vida ante Roldán gracias a su cortesía.

[43] Héroe de la épica francesa, que aparece en el romancero y en el Orlando innamorato de Matteo Boiardo, adaptado al castellano en el Espejo de caballerías (1586).

[44] ‘en ultramar’.

[45] Galalón o ‘Ganelón’, el traidor de la Canción de Roldán, culpable de la derrota de los franceses en Roncesvalles.

[46] ‘de su país’.

[47] ‘lances’.

[48] ‘llevándolos a cabo’.

[49] Reinaldos de Montalbán llegó a ser emperador del reino fabuloso de Trapisonda o Trebisonda.

[50] en efecto: ‘en práctica’.

[51] celada: ‘casco que cubría la cabeza, la nuca y, si llevaba visera, también la cara’; era de encaje cuando, mediante una especie de falda, podía encajarse directamente sobre la coraza.

[52] morrión simple: ‘casco sencillo’, propio de arcabuceros.

[53] ‘su habilidad’.

[54] Don Quijote utilizó una pasta modelable hecha de cartones y engrudo o cola.

[55] asegurarse: ‘protegerse’.

[56] Juego con el doble sentido de cuartos: ‘enfermedad de las caballerías’ y ‘monedas de poco valor’.

[57] tachas: ‘defectos’. Gonela fue un famoso bufón de la corte de Ferrara.

[58] ‘era sólo piel y huesos’, según un dicho del poeta macarrónico Teófilo Folengo.

[59] La nueva orden es la caballería, en la que se profesaba, es decir, ‘se ingresaba’, mediante unos votos análogos a los religiosos.

[60] Los hidalgos no tenían derecho al tratamiento de don, que estaba reservado a los caballeros. El nombre del protagonista es el de una pieza de la armadura, el quijote (nunca mencionado en la novela), que cubría el muslo; por otro lado, recuerda al Lanzarote de las novelas artúricas y se sirve de una terminación que en español suele limitarse a términos ridículos o jocosos (véase I, 26). Así, «don Quijote» sonaba en la época como una distorsión cómica del ideal caballeresco.

[61] ‘tomaron ocasión para deducir que sin duda’.

[62] Gaula era un reino imaginario de la Bretaña continental.

[63] El ser armado caballero se entendía como análogo al sacramento de la confirmación, momento en que se puede cambiar de nombre.

[64] ‘le pareció’, ‘se convenció’.

[65] ‘golpe’.

[66] ‘en definitiva’.

[67] ‘a modo de presente, de regalo’.

[68] ínsula: ‘isla’, cultismo frecuente en los libros de caballerías (y que Sancho sólo por excepción entenderá en su sentido propio).

[69] ‘combate individual (no en grupo) entre dos caballeros’.

[70] ‘no le dio a catar su buen parecer’.

[71] En la actual provincia de Toledo. Aldonza y Dulce eran nombres de mujer que se relacionaban entre sí; la terminación en ea recordaba a Melibea, la protagonista de La Celestina, y a otras figuras literarias.

[72] peregrino: ‘original’.

CAPÍTULO II. Que trata de la primera salida que de su tierra hizo el ingenioso don Quijote

CAPÍTULO II

 Que trata de la primera salida que de su tierra hizo el ingenioso don Quijote

Hechas, pues, estas prevenciones, no quiso aguardar más tiempo a poner en efecto su pensamiento, apretándole a ello la falta que él pensaba que hacía en el mundo su tardanza,[1] según eran los agravios que pensaba deshacer, tuertos que enderezar, sinrazones que enmendar y abusos que mejorar y deudas que satisfacer. Y así, sin dar parte a persona alguna de su intención y sin que nadie le viese, una mañana, antes del día, que era uno de los calurosos del mes de julio, se armó de todas sus armas, subió sobre Rocinante, puesta su mal compuesta celada, embrazó su adarga,[2] tomó su lanza y por la puerta falsa de un corral[3] salió al campo, con grandísimo contento y alborozo de ver con cuánta facilidad había dado principio a su buen deseo. Mas apenas se vio en el campo, cuando le asaltó un pensamiento terrible, y tal, que por poco le hiciera dejar la comenzada empresa; y fue que le vino a la memoria que no era armado caballero y que, conforme a ley de caballería, ni podía ni debía tomar armas[4] con ningún caballero, y puesto que lo fuera,[5] había de llevar armas blancas,[6] como novel caballero, sin empresa[7] en el escudo, hasta que por su esfuerzo la ganase. Estos pensamientos le hicieron titubear en su propósito; mas, pudiendo más su locura que otra razón alguna, propuso de hacerse armar caballero del primero que topase,[8] a imitación de otros muchos que así lo hicieron, según él había leído en los libros que tal le tenían.[9] En lo de las armas blancas,[10] pensaba limpiarlas de manera, en teniendo lugar, que lo fuesen más que un armiño;[11] y con esto se quietó[12] y prosiguió su camino, sin llevar otro que aquel que su caballo quería, creyendo que en aquello consistía la fuerza de las aventuras.

Yendo, pues, caminando nuestro flamante aventurero, iba hablando consigo mismo y diciendo:

—¿Quién duda sino que en los venideros tiempos, cuando salga a luz la verdadera historia de mis famosos hechos, que el sabio que los escribiere[13] no ponga, cuando llegue a contar esta mi primera salida tan de mañana, de esta manera?: «Apenas había el rubicundo Apolo[14] tendido por la faz de la ancha y espaciosa tierra las doradas hebras de sus hermosos cabellos, y apenas los pequeños y pintados[15] pajarillos con sus harpadas[16] lenguas habían saludado con dulce y meliflua armonía la venida de la rosada aurora, que, dejando la blanda cama del celoso marido,[17] por las puertas y balcones del manchego horizonte a los mortales se mostraba, cuando el famoso caballero don Quijote de la Mancha, dejando las ociosas plumas,[18] subió sobre su famoso caballo Rocinante y comenzó a caminar por el antiguo y conocido campo de Montiel».[19]

Y era la verdad que por él caminaba. Y añadió diciendo:

—Dichosa edad y siglo dichoso aquel adonde saldrán a luz las famosas hazañas mías, dignas de entallarse en bronces, esculpirse en mármoles y pintarse en tablas, para memoria en lo futuro. ¡Oh tú, sabio encantador, quienquiera que seas, a quien ha de tocar el ser coronista de esta peregrina historia! Ruégote que no te olvides de mi buen Rocinante, compañero eterno mío en todos mis caminos y carreras.

Luego volvía diciendo, como si verdaderamente fuera enamorado:

—¡Oh princesa Dulcinea, señora de este cautivo[20] corazón! Mucho agravio me habedes fecho en despedirme y reprocharme con el riguroso afincamiento[21] de mandarme no parecer[22] ante la vuestra fermosura. Plégaos,[23] señora, de membraros[24] de este vuestro sujeto corazón, que tantas cuitas por vuestro amor padece.

Con éstos iba ensartando otros disparates, todos al modo de los que sus libros le habían enseñado, imitando en cuanto podía su lenguaje. Con esto, caminaba tan despacio, y el sol entraba tan apriesa y con tanto ardor, que fuera bastante a derretirle los sesos, si algunos tuviera.

Casi todo aquel día caminó sin acontecerle cosa que de contar fuese, de lo cual se desesperaba, porque quisiera topar luego luego[25] con quien hacer experiencia del valor de su fuerte brazo. Autores hay que dicen que la primera aventura que le avino fue la del Puerto Lápice; otros dicen que la de los molinos de viento; pero lo que yo he podido averiguar en este caso, y lo que he hallado escrito en los anales de la Mancha es que él anduvo todo aquel día, y, al anochecer, su rocín y él se hallaron cansados y muertos de hambre, y que, mirando a todas partes por ver si descubriría algún castillo o alguna majada[26] de pastores donde recogerse y adonde pudiese remediar su mucha hambre y necesidad, vio, no lejos del camino por donde iba, una venta,[27] que fue como si viera una estrella que, no a los portales, sino a los alcázares de su redención le encaminaba.[28] Diose priesa a caminar y llegó a ella a tiempo que anochecía.

Estaban acaso[29] a la puerta dos mujeres mozas, de estas que llaman del partido,[30] las cuales iban a Sevilla con unos arrieros[31] que en la venta aquella noche acertaron a hacer jornada;[32] y como a nuestro aventurero todo cuanto pensaba, veía o imaginaba le parecía ser hecho y pasar al modo de lo que había leído, luego que vio la venta se le representó que era un castillo con sus cuatro torres y chapiteles[33] de luciente plata, sin faltarle su puente levadiza y honda cava,[34] con todos aquellos adherentes[35] que semejantes castillos se pintan. Fuese llegando a la venta que a él le parecía castillo, y a poco trecho de ella detuvo las riendas a Rocinante, esperando que algún enano se pusiese entre las almenas a dar señal con alguna trompeta de que llegaba caballero al castillo. Pero como vio que se tardaban y que Rocinante se daba priesa por llegar a la caballeriza, se llegó a la puerta de la venta y vio a las dos destraídas[36] mozas que allí estaban, que a él le parecieron dos hermosas doncellas o dos graciosas damas que delante de la puerta del castillo se estaban solazando. En esto sucedió acaso que un porquero que andaba recogiendo de unos rastrojos una manada de puercos (que sin perdón así se llaman)[37] tocó un cuerno, a cuya señal ellos se recogen, y al instante se le representó a don Quijote lo que deseaba, que era que algún enano hacía señal de su venida; y, así, con extraño[38] contento llegó a la venta y a las damas, las cuales, como vieron venir un hombre de aquella suerte armado, y con lanza y adarga, llenas de miedo se iban a entrar en la venta; pero don Quijote, coligiendo por su huida su miedo, alzándose la visera de papelón[39] y descubriendo su seco y polvoroso rostro, con gentil talante y voz reposada les dijo:

—Non fuyan las vuestras mercedes, ni teman desaguisado alguno, ca a la orden de caballería que profeso non toca ni atañe facerle a ninguno, cuanto más a tan altas doncellas como vuestras presencias demuestran.[40]

Mirábanle las mozas y andaban con los ojos buscándole el rostro, que la mala visera le encubría; mas como se oyeron llamar doncellas, cosa tan fuera de su profesión, no pudieron tener la risa y fue de manera que don Quijote vino a correrse[41] y a decirles:

—Bien parece la mesura[42] en las fermosas, y es mucha sandez además la risa que de leve causa procede; pero non vos lo digo porque os acuitedes[43] ni mostredes mal talante, que el mío non es de ál que de serviros.[44]

El lenguaje, no entendido de las señoras, y el mal talle[45] de nuestro caballero acrecentaba en ellas la risa, y en él el enojo, y pasara muy adelante si a aquel punto no saliera el ventero, hombre que, por ser muy gordo, era muy pacífico, el cual, viendo aquella figura contrahecha,[46] armada de armas tan desiguales[47] como eran la brida, lanza, adarga y coselete,[48] no estuvo en nada[49] en acompañar a las doncellas en las muestras de su contento. Mas, en efecto, temiendo la máquina de tantos pertrechos,[50] determinó de hablarle comedidamente y, así, le dijo:

—Si vuestra merced, señor caballero, busca posada, amén del lecho,[51] porque en esta venta no hay ninguno, todo lo demás se hallará en ella en mucha abundancia.[52]

Viendo don Quijote la humildad del alcaide[53] de la fortaleza, que tal le pareció a él el ventero y la venta, respondió:

—Para mí, señor castellano,[54] cualquiera cosa basta, porque «mis arreos son las armas, mi descanso el pelear», etc.[55]

Pensó el huésped[56] que el haberle llamado castellano había sido por haberle parecido de los sanos de Castilla,[57] aunque él era andaluz, y de los de la playa de Sanlúcar,[58] no menos ladrón que Caco, ni menos maleante que estudiantado paje[59] y, así, le respondió:

—Según eso, las camas de vuestra merced serán duras peñas, y su dormir, siempre velar; y siendo así bien se puede apear, con seguridad de hallar en esta choza ocasión y ocasiones para no dormir en todo un año, cuanto más en una noche.

Y diciendo esto fue a tener el estribo a don Quijote, el cual se apeó con mucha dificultad y trabajo, como aquel que en todo aquel día no se había desayunado.

Dijo luego al huésped que le tuviese mucho cuidado de su caballo, porque era la mejor pieza que comía pan en el mundo. Mirole el ventero, y no le pareció tan bueno como don Quijote decía, ni aun la mitad; y, acomodándole en la caballeriza, volvió a ver lo que su huésped mandaba, al cual estaban desarmando las doncellas, que ya se habían reconciliado con él; las cuales, aunque le habían quitado el peto y el espaldar, jamás supieron ni pudieron desencajarle la gola,[60] ni quitalle la contrahecha celada, que traía atada con unas cintas verdes, y era menester cortarlas, por no poderse quitar los ñudos; mas él no lo quiso consentir en ninguna manera y, así, se quedó toda aquella noche con la celada puesta, que era la más graciosa y extraña figura que se pudiera pensar; y al desarmarle, como él se imaginaba que aquellas traídas y llevadas[61] que le desarmaban eran algunas principales señoras y damas de aquel castillo, les dijo con mucho donaire:

—Nunca fuera caballero

de damas tan bien servido

como fuera don Quijote

cuando de su aldea vino:

doncellas curaban de él;

princesas, del su rocino,[62]

o Rocinante, que éste es el nombre, señoras mías, de mi caballo, y don Quijote de la Mancha el mío; que, puesto que no quisiera descubrirme[63] fasta que las fazañas fechas en vuestro servicio y pro me descubrieran, la fuerza de acomodar al propósito presente este romance viejo de Lanzarote ha sido causa que sepáis mi nombre antes de toda sazón; pero tiempo vendrá en que las vuestras señorías me manden y yo obedezca, y el valor de mi brazo descubra el deseo que tengo de serviros.

Las mozas, que no estaban hechas a oír semejantes retóricas, no respondían palabra; sólo le preguntaron si quería comer alguna cosa.

—Cualquiera yantaría yo –respondió don Quijote–, porque, a lo que entiendo, me haría mucho al caso.

A dicha,[64] acertó a ser viernes[65] aquel día, y no había en toda la venta sino unas raciones de un pescado que en Castilla llaman abadejo, y en Andalucía bacallao, y en otras partes curadillo, y en otras truchuela.[66] Preguntáronle si por ventura comería su merced truchuela, que no había otro pescado que dalle a comer.

—Como haya muchas truchuelas –respondió don Quijote–, podrán servir de una trucha, porque eso se me da[67] que me den ocho reales en sencillos[68] que en una pieza de a ocho.[69] Cuanto más, que podría ser que fuesen estas truchuelas como la ternera, que es mejor que la vaca, y el cabrito que el cabrón. Pero, sea lo que fuere, venga luego,[70] que el trabajo y peso de las armas no se puede llevar sin el gobierno de las tripas.

La cena de don Quijote
I, II

Pusiéronle la mesa a la puerta de la venta, por el fresco, y trújole el huésped una porción del mal remojado y peor cocido bacallao y un pan tan negro y mugriento como sus armas; pero era materia de grande risa verle comer, porque, como tenía puesta la celada y alzada la visera,[71] no podía poner nada en la boca con sus manos si otro no se lo daba y ponía, y, así, una de aquellas señoras servía de este menester. Mas al darle de beber, no fue posible, ni lo fuera si el ventero no horadara una caña, y, puesto el un cabo en la boca, por el otro le iba echando el vino; y todo esto lo recibía en paciencia, a trueco de no romper las cintas de la celada. Estando en esto, llegó acaso a la venta un castrador de puercos, y así como llegó, sonó su silbato de cañas cuatro o cinco veces, con lo cual acabó de confirmar don Quijote que estaba en algún famoso castillo y que le servían con música y que el abadejo eran truchas, el pan candeal[72] y las rameras damas y el ventero castellano del castillo, y con esto daba por bien empleada su determinación y salida. Mas lo que más le fatigaba[73] era el no verse armado caballero, por parecerle que no se podría poner legítimamente en aventura alguna sin recibir la orden de caballería.

Notas al CAPÍTULO II. Que trata de la primera salida que de su tierra hizo el ingenioso don Quijote

NOTAS AL CAPÍTULO II

 Que trata de la primera salida que de su tierra hizo el ingenioso don Quijote

[1] ‘la falta, el menoscabo que cometía ante el mundo con su tardanza’.

[2] ‘metió el brazo por el asa del escudo’.

[3] falsa: ‘que no da a la calle principal’; corral: ‘jardín trasero con dependencias’.

[4] ‘combatir’.

[5] ‘y aunque lo fuera’.

[6] ‘sin distintivos’.

[7] ‘sin lema ni dibujo heráldico’.

[8] ‘del primer caballero que topase’; sólo un caballero podía armar a otro.

[9] ‘que le tenían así de enloquecido’. Las ceremonias para ser armado caballero eran objeto de especial atención en los libros y revestían gran solemnidad en la vida real, pero el objetivo podía conseguirse también merced a un «procedimiento de urgencia» minuciosamente regulado.

[10] Juego con el doble sentido de ‘armas de caballero inexperto’ y ‘limpias’.

[11] También como símbolo de pureza.

[12] ‘se calmó, se serenó’.

[13] Don Quijote espera que sus aventuras las escriba un sabio (‘mago’), como era común en los libros de caballerías.

[14] ‘el sol’.

[15] ‘de colores’.

[16] Aquí, ‘armoniosas, musicales’.

[17] Titón, anciano esposo de Eos, la Aurora.

[18] ‘el colchón’, según una sugerencia de Petrarca.

[19] Comarca de la Mancha entre Ciudad Real y Albacete. La descripción del amanecer con esa hinchada retórica no es especialmente propia de los libros de caballerías, sino común a toda la literatura de tradición grecolatina: Cervantes mismo la emplea más de una vez en tono perfectamente serio; aquí, lo significativo está sobre todo en el contraste entre la grandilocuencia del lenguaje y la imagen grotesca de don Quijote y Rocinante en el áspero paisaje manchego.

[20] ‘prisionero’ y también ‘desdichado’. Don Quijote usa un lenguaje que quiere sonar a castellano medieval.

[21] ‘obstinación’.

[22] ‘no aparecer’.

[23] ‘Complázcaos’.

[24] ‘acordaros’.

[25] ‘inmediatamente’.

[26] ‘refugio’.

[27] ‘posada cerca de algún camino’.

[28] Alusión a la estrella que guió a los Reyes Magos.

[29] ‘por casualidad’.

[30] ‘prostitutas’.

[31] ‘conductores de animales de carga y viaje’, ‘muleros, acemileros’.

[32] ‘a terminar allí su jornada, a descansar’.

[33] ‘tejadillos cónicos o piramidales de las torres’.

[34] ‘foso’.

[35] ‘con todas las otras características’.

[36] ‘distraídas’ y también ‘descarriadas, prostitutas’.

[37] Es costumbre pedir perdón cuando se utiliza algún término malsonante (puercos).

[38] ‘extraordinario’.

[39] ‘la visera de cartón’.

[40] Tanto en este parlamento como en los siguientes, don Quijote vuelve a servirse de la fabla arcaizante que a él le suena a lengua de la Edad Media, época dorada de la caballería, y al estilo de los libros que lo han trastornado. Non fuyan: ‘No huyan’; desaguisado: ‘agravio’; ca: ‘porque’; altas doncellas: ‘nobles doncellas’; presencias: ‘aspecto’.

[41] ‘irritarse’.

[42] ‘Es conveniente la moderación’.

[43] ‘os apenéis’.

[44] ‘que mi talante (intención) no es otro que el de serviros’ (ál: ‘otra cosa’).

[45] ‘mala presencia’.

[46] ‘extraña, desfigurada’.

[47] ‘dispares, de distinto tipo’.

[48] ‘coraza que protege el pecho y la espalda’.

[49] ‘estuvo a punto’.

[50] ‘el apabullante conjunto de tantas armas’.

[51] ‘exceptuando el lecho’.

[52] Las ventas consistían normalmente en un patio en cuyos extremos se situaban la cuadra y la cocina, y al cual daba una planta con un cierto número de habitaciones. A menudo ofrecían poco más que un techo para hombres y caballerías, de modo que los viajeros con posibles llevaban consigo todos los víveres y pertrechos necesarios para pernoctar (véase I, 42)

[53] ‘gobernador de un castillo’.

[54] alcaide a cargo de un castillo.

[55] Primeros dos versos de un romance viejo famoso en la época, cuya continuación parafrasea el ventero en su respuesta.

[56] ‘el ventero’, pues huésped significa tanto ‘el hospedador’ como ‘el hospedado’.

[57] La expresión sano de Castilla designaba a ‘un hombre honrado’.

[58] Lugar de reunión de pícaros y fugitivos de la justicia.

[59] ‘experimentado paje’; los pajes tenían fama de pícaros.

[60] El peto, el espaldar y la gola eran las piezas del coselete que protegían el pecho, la espalda y el cuello, respectivamente.

[61] ‘aquellas mujeres manoseadas’, ‘aquellas prostitutas’.

[62] Versos iniciales del romance viejo de Lanzarote, adaptado a la ocasión.

[63] ‘aunque no habría querido darme a conocer’.

[64] ‘Casualmente’.

[65] Día de abstinencia en que estaba vedada la carne.

[66] Se trata siempre de pescado en salazón.

[67] ‘tanto me da’.

[68] ‘en monedas de un real’.

[69] ‘en una sola pieza con un valor de ocho reales’.

[70] ‘venga rápido’.

[71] Se entiende que sujetándola con ambas manos.

[72] ‘pan blanco de trigo de primerísima calidad’.

[73] ‘le preocupaba’.

CAPÍTULO III. Donde se cuenta la graciosa manera que tuvo don Quijote en armarse caballero

CAPÍTULO III

 Donde se cuenta la graciosa manera que tuvo don Quijote en armarse caballero

Y, así, fatigado de este pensamiento, abrevió su venteril y limitada cena; la cual acabada, llamó al ventero y, encerrándose con él en la caballeriza, se hincó de rodillas ante él, diciéndole:

—No me levantaré jamás de donde estoy, valeroso caballero, fasta que la vuestra cortesía me otorgue un don que pedirle quiero, el cual redundará en alabanza vuestra y en pro del género humano.

El ventero, que vio a su huésped a sus pies y oyó semejantes razones, estaba confuso mirándole, sin saber qué hacerse ni decirle, y porfiaba con él que se levantase, y jamás quiso, hasta que le hubo de decir que él le otorgaba el don que le pedía.

—No esperaba yo menos de la gran magnificencia vuestra, señor mío –respondió don Quijote–, y así os digo que el don que os he pedido y de vuestra liberalidad me ha sido otorgado es que mañana en aquel día[1] me habéis de armar caballero, y esta noche en la capilla de este vuestro castillo velaré las armas,[2] y mañana, como tengo dicho, se cumplirá lo que tanto deseo, para poder como se debe ir por todas las cuatro partes del mundo[3] buscando las aventuras, en pro de los menesterosos, como está a cargo de la caballería y de los caballeros andantes, como yo soy, cuyo deseo a semejantes fazañas es inclinado.

El ventero, que, como está dicho, era un poco socarrón y ya tenía algunos barruntos de la falta de juicio de su huésped, acabó de creerlo cuando acabó de oírle semejantes razones y, por tener que reír aquella noche, determinó de seguirle el humor; y, así, le dijo que andaba muy acertado en lo que deseaba y pedía y que tal prosupuesto[4] era propio y natural de los caballeros tan principales como él parecía y como su gallarda presencia mostraba; y que él asimismo, en los años de su mocedad, se había dado a aquel honroso ejercicio, andando por diversas partes del mundo, buscando sus aventuras, sin que hubiese dejado los Percheles de Málaga, Islas de Riarán, Compás de Sevilla, Azoguejo de Segovia, la Olivera de Valencia, Rondilla de Granada, Playa de Sanlúcar, Potro de Córdoba y las Ventillas de Toledo y otras diversas partes,[5] donde había ejercitado la ligereza de sus pies, sutileza de sus manos, haciendo muchos tuertos, recuestando[6] muchas viudas, deshaciendo algunas doncellas y engañando a algunos pupilos y, finalmente, dándose a conocer por cuantas audiencias y tribunales hay casi en toda España; y que, a lo último, se había venido a recoger a aquel su castillo, donde vivía con su hacienda y con las ajenas, recogiendo en él a todos los caballeros andantes, de cualquiera calidad y condición que fuesen, sólo por la mucha afición que les tenía y porque partiesen con él de sus haberes,[7] en pago de su buen deseo.

Díjole también que en aquel su castillo no había capilla alguna donde poder velar las armas, porque estaba derribada para hacerla de nuevo, pero que en caso de necesidad él sabía que se podían velar dondequiera y que aquella noche las podría velar en un patio del castillo, que a la mañana, siendo Dios servido, se harían las debidas ceremonias de manera que él quedase armado caballero, y tan caballero, que no pudiese ser más en el mundo.

Preguntole si traía dineros; respondió don Quijote que no traía blanca,[8] porque él nunca había leído en las historias de los caballeros andantes que ninguno los hubiese traído. A esto dijo el ventero que se engañaba, que, puesto caso que[9] en las historias no se escribía, por haberles parecido a los autores de ellas que no era menester escribir una cosa tan clara y tan necesaria de traerse como eran dineros y camisas limpias, no por eso se había de creer que no los trujeron, y, así, tuviese por cierto y averiguado que todos los caballeros andantes, de que tantos libros están llenos y atestados, llevaban bien herradas las bolsas,[10] por lo que pudiese sucederles, y que asimismo llevaban camisas y una arqueta pequeña llena de ungüentos para curar las heridas que recibían, porque no todas veces en los campos y desiertos donde se combatían y salían heridos había quien los curase, si ya no era que tenían algún sabio encantador por amigo, que luego los socorría, trayendo por el aire en alguna nube alguna doncella o enano con alguna redoma de agua de tal virtud, que en gustando alguna gota de ella luego al punto quedaban sanos de sus llagas y heridas, como si mal alguno hubiesen tenido; mas que, en tanto que esto no hubiese, tuvieron los pasados caballeros por cosa acertada que sus escuderos fuesen proveídos de dineros y de otras cosas necesarias, como eran hilas[11] y ungüentos para curarse; y cuando sucedía que los tales caballeros no tenían escuderos –que eran pocas y raras veces–, ellos mismos lo llevaban todo en unas alforjas muy sutiles, que casi no se parecían,[12] a las ancas del caballo, como que era otra cosa de más importancia, porque, no siendo por ocasión semejante, esto de llevar alforjas no fue muy admitido entre los caballeros andantes; y por esto le daba por consejo, pues aún se lo podía mandar como a su ahijado,[13] que tan presto lo había de ser, que no caminase de allí adelante sin dineros y sin las prevenciones referidas, y que vería cuán bien se hallaba con ellas, cuando menos se pensase.

Prometiole don Quijote de hacer lo que se le aconsejaba, con toda puntualidad;[14] y, así, se dio luego orden como velase las armas en un corral grande que a un lado de la venta estaba, y recogiéndolas don Quijote todas, las puso sobre una pila[15] que junto a un pozo estaba y, embrazando su adarga, asió de su lanza y con gentil continente[16] se comenzó a pasear delante de la pila; y cuando comenzó el paseo comenzaba a cerrar la noche.

Contó el ventero a todos cuantos estaban en la venta la locura de su huésped, la vela de las armas y la armazón de caballería que esperaba. Admiráronse de tan extraño género de locura y fuéronselo a mirar desde lejos, y vieron que con sosegado ademán unas veces se paseaba; otras, arrimado a su lanza, ponía los ojos en las armas, sin quitarlos por un buen espacio de ellas.[17] Acabó de cerrar la noche, pero con tanta claridad de la luna, que podía competir con el que se la prestaba,[18] de manera que cuanto el novel caballero hacía era bien visto de todos. Antojósele en esto a uno de los arrieros que estaban en la venta ir a dar agua a su recua,[19] y fue menester quitar las armas de don Quijote, que estaban sobre la pila; el cual, viéndole llegar, en voz alta le dijo:

—¡Oh tú, quienquiera que seas, atrevido caballero, que llegas a tocar las armas del más valeroso andante que jamás se ciñó espada! Mira lo que haces, y no las toques, si no quieres dejar la vida en pago de tu atrevimiento.

No se curó[20] el arriero de estas razones (y fuera mejor que se curara, porque fuera curarse en salud), antes, trabando de las correas,[21] las arrojó gran trecho de sí. Lo cual visto por don Quijote, alzó los ojos al cielo y, puesto el pensamiento –a lo que pareció– en su señora Dulcinea, dijo:

—Acorredme,[22] señora mía, en esta primera afrenta que a este vuestro avasallado pecho[23] se le ofrece; no me desfallezca[24] en este primero trance vuestro favor y amparo.

Y diciendo estas y otras semejantes razones, soltando la adarga, alzó la lanza a dos manos y dio con ella tan gran golpe al arriero en la cabeza, que le derribó en el suelo tan maltrecho, que, si segundara con otro, no tuviera necesidad de maestro[25] que le curara. Hecho esto, recogió sus armas y tornó a pasearse con el mismo reposo que primero.[26] Desde allí a poco, sin saberse lo que había pasado –porque aún estaba aturdido el arriero–, llegó otro con la misma intención de dar agua a sus mulos y, llegando a quitar las armas para desembarazar la pila, sin hablar don Quijote palabra y sin pedir favor a nadie soltó otra vez la adarga y alzó otra vez la lanza y, sin hacerla pedazos,[27] hizo más de tres la cabeza del segundo arriero, porque se la abrió por cuatro. Al ruido acudió toda la gente de la venta, y entre ellos el ventero. Viendo esto don Quijote, embrazó su adarga y, puesta mano a su espada, dijo:

—¡Oh señora de la fermosura, esfuerzo y vigor del debilitado corazón mío! Ahora es tiempo que vuelvas los ojos de tu grandeza a este tu cautivo caballero, que tamaña aventura está atendiendo.[28]

Con esto cobró, a su parecer, tanto ánimo, que si le acometieran todos los arrieros del mundo, no volviera el pie atrás. Los compañeros de los heridos, que tales los vieron, comenzaron desde lejos a llover piedras sobre don Quijote, el cual lo mejor que podía se reparaba con su adarga y no se osaba apartar de la pila, por no desamparar las armas. El ventero daba voces que le dejasen, porque ya les había dicho como era loco, y que por loco se libraría, aunque los matase a todos. También don Quijote las daba, mayores, llamándolos de[29] alevosos y traidores, y que el señor del castillo era un follón[30] y mal nacido caballero, pues de tal manera consentía que se tratasen los andantes caballeros; y que si él hubiera recibido la orden de caballería, que él le diera a entender su alevosía:[31]

—Pero de vosotros, soez y baja canalla, no hago caso alguno: tirad, llegad, venid y ofendedme en cuanto pudiéredes, que vosotros veréis el pago que lleváis de vuestra sandez y demasía.[32]

Decía esto con tanto brío y denuedo, que infundió un terrible temor en los que le acometían; y así por esto como por las persuasiones del ventero, le dejaron de tirar, y él dejó retirar a los heridos y tornó a la vela de sus armas con la misma quietud y sosiego que primero.

No le parecieron bien al ventero las burlas de su huésped, y determinó abreviar y darle la negra[33] orden de caballería luego,[34] antes que otra desgracia sucediese. Y, así, llegándose a él, se disculpó de la insolencia que aquella gente baja con él había usado, sin que él supiese cosa alguna, pero que bien castigados quedaban de su atrevimiento. Díjole como ya le había dicho que en aquel castillo no había capilla, y para lo que restaba de hacer tampoco era necesaria, que todo el toque[35] de quedar armado caballero consistía en la pescozada y en el espaldarazo,[36] según él tenía noticia del ceremonial de la orden, y que aquello en mitad de un campo se podía hacer, y que ya había cumplido con lo que tocaba al velar de las armas, que con solas dos horas de vela se cumplía, cuanto más que él había estado más de cuatro. Todo se lo creyó don Quijote y dijo que él estaba allí pronto[37] para obedecerle y que concluyese con la mayor brevedad que pudiese, porque, si fuese otra vez acometido y se viese armado caballero, no pensaba dejar persona viva en el castillo, excepto aquellas que él le mandase, a quien por su respeto dejaría.

Advertido y medroso de esto el castellano, trujo luego un libro donde asentaba[38] la paja y cebada que daba a los arrieros, y con un cabo de vela que le traía un muchacho, y con las dos ya dichas doncellas, se vino adonde don Quijote estaba, al cual mandó hincar de rodillas; y, leyendo en su manual,[39] como que decía alguna devota oración, en mitad de la leyenda alzó la mano y diole sobre el cuello un buen golpe, y tras él, con su misma espada, un gentil espaldarazo, siempre murmurando entre dientes, como que rezaba. Hecho esto, mandó a una de aquellas damas que le ciñese la espada, la cual lo hizo con mucha desenvoltura y discreción, porque no fue menester poca para no reventar de risa a cada punto de las ceremonias; pero las proezas que ya habían visto del novel caballero les tenía la risa a raya. Al ceñirle la espada dijo la buena señora:

—Dios haga a vuestra merced muy venturoso caballero y le dé ventura en lides.[40]

Don Quijote le preguntó cómo se llamaba, porque él supiese de allí adelante a quién quedaba obligado por la merced recibida, porque pensaba darle alguna parte[41] de la honra que alcanzase por el valor de su brazo. Ella respondió con mucha humildad que se llamaba la Tolosa, y que era hija de un remendón[42] natural de Toledo, que vivía a las tendillas de Sancho Bienaya,[43] y que dondequiera que ella estuviese le serviría y le tendría por señor. Don Quijote le replicó que, por su amor, le hiciese merced que de allí adelante se pusiese don y se llamase «doña Tolosa». Ella se lo prometió, y la otra le calzó la espuela, con la cual le pasó casi el mismo coloquio que con la de la espada. Preguntole su nombre, y dijo que se llamaba la Molinera y que era hija de un honrado molinero de Antequera;[44] a la cual también rogó don Quijote que se pusiese don y se llamase «doña Molinera», ofreciéndole nuevos servicios y mercedes.

Hechas, pues, de galope y aprisa las hasta allí nunca vistas ceremonias, no vio la hora don Quijote de verse a caballo y salir buscando las aventuras, y, ensillando luego a Rocinante, subió en él y, abrazando a su huésped, le dijo cosas tan extrañas, agradeciéndole la merced de haberle armado caballero, que no es posible acertar a referirlas. El ventero, por verle ya fuera de la venta, con no menos retóricas, aunque con más breves palabras, respondió a las suyas y, sin pedirle la costa de la posada, le dejó ir a la buen hora.[45]

Notas al CAPÍTULO III. Donde se cuenta la graciosa manera que tuvo don Quijote en armarse caballero

NOTAS AL CAPÍTULO III

 Donde se cuenta la graciosa manera que tuvo don Quijote en armarse caballero

[1] ‘mañana mismo sin falta’.

[2] La noche antes de ser armado caballero, el aspirante tenía que velar las armas colocadas sobre el altar.

[3] ‘por los cuatro puntos cardinales’.

[4] ‘designio’.

[5] Eran todos barrios de mala fama en la época.

[6] ‘pretendiendo, haciendo la corte’.

[7] ‘compartiesen con él su dinero’.

[8] ‘que no llevaba ni un céntimo’; blanca: ‘moneda de muy poco valor’.

[9] ‘a pesar de que’.

[10] ‘iban bien proveídos de dineros’.

[11] ‘vendas’.

[12] ‘muy delgadas, que casi no se veían’.

[13] El caballero novel era ahijado del que lo armaba.

[14] ‘con exactitud’.

[15] ‘una cuba del abrevadero’.

[16] ‘con gallarda apostura’.

[17] ‘por un buen rato’.

[18] Es decir, el sol.

[19] ‘grupo de mulas’.

[20] ‘No hizo caso’.

[21] ‘cogiendo las armas por las correas’.

[22] ‘Socorredme’.

[23] ‘este pecho que es vasallo vuestro’.

[24] ‘no me falte’.

[25] ‘cirujano’.

[26] ‘que antes’.

[27] ‘sin romperla’; con romper o quebrar lanzas se designaba la lucha entre caballeros, y los arrieros no lo son.

[28] ‘está esperando’.

[29] ‘tildándolos de’.

[30] ‘cobarde’.

[31] ‘le castigaría por su traición’.

[32] ‘osadía’.

[33] ‘la maldita’.

[34] ‘en seguida’.

[35] ‘el elemento esencial’.

[36] El ventero describe los rasgos esenciales de la ceremonia de ser armado caballero en caso de urgencia: el golpe con la mano abierta o con la espada de plano en la nuca (pescozada) y el toque con la espada sobre cada hombro (espaldarazo).

[37] ‘dispuesto’.

[38] ‘anotaba’.

[39] ‘libro de oraciones’.

[40] La ramera utiliza una fórmula típica de los libros de caballerías.

[41] ‘tenerla informada’.

[42] remendón era el que arreglaba vestidos viejos.

[43] En la zona comercial de esa plaza de Toledo.

[44] El adjetivo honrado contradice irónicamente la fama de ladrones que tenían los molineros.

[45] Las Partidas de Alfonso el Sabio establecían que quien hubiera sido armado «por escarnio», es decir, por burla, o por no tener las condiciones adecuadas, quedaba ya inhabilitado para recibir la legítima orden de caballería. Según ello, don Quijote nunca «hubiera podido ser caballero», de modo que «toda la novela se basa en un error, producto de la locura del protagonista» (Martín de Riquer).

CAPÍTULO IV. De lo que le sucedió a nuestro caballero cuando salió de la venta

CAPÍTULO IV

 De lo que le sucedió a nuestro caballero cuando salió de la venta

La del alba sería[1] cuando don Quijote salió de la venta tan contento, tan gallardo, tan alborozado por verse ya armado caballero, que el gozo le reventaba por las cinchas del caballo. Mas viniéndole a la memoria los consejos de su huésped cerca de[2] las prevenciones tan necesarias que había de llevar consigo, especial[3] la de los dineros y camisas, determinó volver a su casa y acomodarse[4] de todo, y de un escudero, haciendo cuenta de recibir[5] a un labrador vecino suyo que era pobre y con hijos, pero muy a propósito para el oficio escuderil de la caballería. Con este pensamiento guió a Rocinante hacia su aldea, el cual, casi conociendo la querencia,[6] con tanta gana comenzó a caminar, que parecía que no ponía los pies en el suelo.

No había andado mucho cuando le pareció que a su diestra mano, de la espesura de un bosque que allí estaba, salían unas voces delicadas, como de persona que se quejaba; y apenas las hubo oído, cuando dijo:

—Gracias doy al cielo por la merced que me hace, pues tan presto me pone ocasiones delante donde yo pueda cumplir con lo que debo a mi profesión y donde pueda coger el fruto de mis buenos deseos. Estas voces, sin duda, son de algún menesteroso o menesterosa que ha menester mi favor y ayuda.

Y, volviendo las riendas, encaminó a Rocinante hacia donde le pareció que las voces salían, y, a pocos pasos que entró por el bosque, vio atada una yegua a una encina, y atado en otra a un muchacho, desnudo de medio cuerpo arriba, hasta de edad de quince años,[7] que era el que las voces daba, y no sin causa, porque le estaba dando con una pretina[8] muchos azotes un labrador de buen talle, y cada azote le acompañaba con una reprehensión y consejo. Porque decía:

—La lengua queda y los ojos listos.[9]

Y el muchacho respondía:

—No lo haré otra vez, señor mío; por la pasión de Dios, que no lo haré otra vez, y yo prometo de tener de aquí adelante más cuidado con el hato.[10]

Y viendo don Quijote lo que pasaba, con voz airada dijo:

—Descortés caballero, mal parece tomaros[11] con quien defender no se puede; subid sobre vuestro caballo y tomad vuestra lanza –que también tenía una lanza arrimada a la encina adonde estaba arrendada[12] la yegua–, que yo os haré conocer ser de cobardes lo que estáis haciendo.

El labrador, que vio sobre sí aquella figura llena de armas blandiendo la lanza sobre su rostro, túvose por muerto, y con buenas palabras respondió:

—Señor caballero, este muchacho que estoy castigando es un mi criado, que me sirve de guardar una manada de ovejas que tengo en estos contornos, el cual es tan descuidado, que cada día me falta una; y porque castigo su descuido, o bellaquería, dice que lo hago de miserable,[13] por no pagalle la soldada que le debo, y en Dios y en mi ánima que miente.

—¿«Miente» delante de mí, ruin villano?[14] –dijo don Quijote–. Por el sol que nos alumbra, que estoy por pasaros de parte a parte con esta lanza. Pagadle luego sin más réplica; si no, por el Dios que nos rige, que os concluya y aniquile en este punto. Desatadlo luego.

El labrador bajó la cabeza y, sin responder palabra, desató a su criado, al cual preguntó don Quijote que cuánto le debía su amo. Él dijo que nueve meses, a siete reales cada mes. Hizo la cuenta don Quijote y halló que montaban setenta y tres reales,[15] y díjole al labrador que al momento los desembolsase, si no quería morir por ello. Respondió el medroso villano que para el paso[16] en que estaba y juramento que había hecho –y aún no había jurado nada–, que no eran tantos, porque se le habían de descontar y recibir en cuenta tres pares de zapatos que le había dado, y un real de dos sangrías que le habían hecho estando enfermo.[17]

—Bien está todo eso –replicó don Quijote–, pero quédense los zapatos y las sangrías por los azotes que sin culpa le habéis dado, que, si él rompió el cuero de los zapatos que vos pagastes, vos le habéis rompido el de su cuerpo, y si le sacó el barbero sangre estando enfermo, vos en sanidad se la habéis sacado; así que por esta parte no os debe nada.

—El daño está, señor caballero, en que no tengo aquí dineros: véngase Andrés conmigo a mi casa, que yo se los pagaré un real sobre otro.

—¿Irme yo con él? –dijo el muchacho–. Mas ¡mal año![18] No, señor, ni por pienso, porque en viéndose solo me desuelle como a un San Bartolomé.[19]

—No hará tal –replicó don Quijote–: basta que yo se lo mande para que me tenga respeto;[20] y con que él me lo jure por la ley de caballería que ha recibido,[21] le dejaré ir libre y aseguraré la paga.

—Mire vuestra merced, señor, lo que dice –dijo el muchacho–, que este mi amo no es caballero, ni ha recibido orden de caballería alguna, que es Juan Haldudo[22] el rico, el vecino del Quintanar.[23]

—Importa poco eso –respondió don Quijote–, que Haldudos puede haber caballeros; cuanto más, que cada uno es hijo de sus obras.

—Así es verdad –dijo Andrés–, pero este mi amo ¿de qué obras es hijo, pues me niega mi soldada y mi sudor y trabajo?

—No niego, hermano Andrés –respondió el labrador–, y hacedme placer de veniros conmigo, que yo juro por todas las órdenes que de caballerías hay en el mundo de pagaros, como tengo dicho, un real sobre otro, y aun sahumados.[24]

—Del sahumerio os hago gracia[25] –dijo don Quijote–: dádselos en reales, que con eso me contento; y mirad que lo cumpláis como lo habéis jurado: si no, por el mismo juramento os juro de volver a buscaros y a castigaros, y que os tengo de hallar, aunque os escondáis más que una lagartija. Y si queréis saber quién os manda esto, para quedar con más veras obligado a cumplirlo, sabed que yo soy el valeroso don Quijote de la Mancha, el desfacedor de agravios y sinrazones, y a Dios quedad, y no se os parta de las mientes lo prometido y jurado, so pena de la pena pronunciada.

Y, en diciendo esto, picó a su Rocinante y en breve espacio se apartó de ellos. Siguiole el labrador con los ojos y, cuando vio que había traspuesto del bosque y que ya no parecía,[26] volviose a su criado Andrés y díjole:

—Venid acá, hijo mío, que os quiero pagar lo que os debo, como aquel desfacedor de agravios me dejó mandado.

—Eso juro yo –dijo Andrés–, y ¡cómo que andará vuestra merced acertado en cumplir el mandamiento de aquel buen caballero, que mil años viva, que, según es de valeroso y de buen juez, vive Roque[27] que si no me paga, que vuelva y ejecute lo que dijo!

—También lo juro yo –dijo el labrador–, pero, por lo mucho que os quiero, quiero acrecentar la deuda, por acrecentar la paga.

Y, asiéndole del brazo, le tornó a atar a la encina, donde le dio tantos azotes, que le dejó por muerto.

—Llamad, señor Andrés, ahora –decía el labrador– al desfacedor de agravios: veréis como no desface aquéste; aunque creo que no está acabado de hacer, porque me viene gana de desollaros vivo, como vos temíades.

Pero al fin le desató y le dio licencia que fuese a buscar su juez, para que ejecutase la pronunciada sentencia. Andrés se partió algo mohíno, jurando de ir a buscar al valeroso don Quijote de la Mancha y contalle punto por punto lo que había pasado, y que se lo había de pagar con las setenas.[28] Pero, con todo esto, él se partió llorando y su amo se quedó riendo.

Y de esta manera deshizo el agravio el valeroso don Quijote; el cual, contentísimo de lo sucedido, pareciéndole que había dado felicísimo y alto principio a sus caballerías, con gran satisfacción de sí mismo iba caminando hacia su aldea, diciendo a media voz:

—Bien te puedes llamar dichosa sobre cuantas hoy viven en la tierra, ¡oh sobre las bellas bella Dulcinea del Toboso!, pues te cupo en suerte tener sujeto y rendido a toda tu voluntad e talante a un tan valiente y tan nombrado caballero como lo es y será don Quijote de la Mancha; el cual, como todo el mundo sabe, ayer recibió la orden de caballería y hoy ha desfecho el mayor tuerto y agravio que formó la sinrazón y cometió la crueldad: hoy quitó el látigo de la mano a aquel despiadado enemigo que tan sin ocasión vapulaba a aquel delicado infante.[29]

En esto, llegó a un camino que en cuatro se dividía, y luego se le vino a la imaginación las encrucijadas donde los caballeros andantes se ponían a pensar cuál camino de aquéllos tomarían; y, por imitarlos, estuvo un rato quedo, y al cabo de haberlo muy bien pensado soltó la rienda a Rocinante, dejando a la voluntad del rocín la suya, el cual siguió su primer intento, que fue el irse camino de su caballeriza. Y, habiendo andado como dos millas,[30] descubrió don Quijote un grande tropel de gente, que, como después se supo, eran unos mercaderes toledanos que iban a comprar seda a Murcia.[31] Eran seis, y venían con sus quitasoles,[32] con otros cuatro criados a caballo y tres mozos de mulas a pie. Apenas los divisó don Quijote, cuando se imaginó ser cosa de nueva aventura; y, por imitar en todo cuanto a él le parecía posible los pasos[33] que había leído en sus libros, le pareció venir allí de molde uno que pensaba hacer. Y, así, con gentil continente y denuedo, se afirmó bien en los estribos, apretó la lanza, llegó la adarga al pecho y, puesto en la mitad del camino, estuvo esperando que aquellos caballeros andantes llegasen, que ya él por tales los tenía y juzgaba; y, cuando llegaron a trecho que se pudieron ver y oír, levantó don Quijote la voz y con ademán arrogante dijo:

—Todo el mundo se tenga, si todo el mundo no confiesa que no hay en el mundo todo doncella más hermosa que la Emperatriz de la Mancha, la sin par Dulcinea del Toboso.[34]

Paráronse los mercaderes al son de estas razones, y a ver la extraña figura del que las decía; y por la figura y por las razones luego echaron de ver la locura de su dueño, mas quisieron ver despacio en qué paraba aquella confesión que se les pedía, y uno de ellos, que era un poco burlón y muy mucho discreto, le dijo:

—Señor caballero, nosotros no conocemos quién sea esa buena señora que decís; mostrádnosla, que, si ella fuere de tanta hermosura como significáis, de buena gana y sin apremio alguno confesaremos la verdad que por parte vuestra nos es pedida.

—Si os la mostrara –replicó don Quijote–, ¿qué hiciérades vosotros en confesar una verdad tan notoria? La importancia está en que sin verla lo habéis de creer, confesar, afirmar, jurar y defender; donde no,[35] conmigo sois en batalla, gente descomunal y soberbia.[36] Que ahora vengáis uno a uno, como pide la orden de caballería, ora todos juntos, como es costumbre y mala usanza de los de vuestra ralea, aquí os aguardo y espero, confiado en la razón que de mi parte tengo.

—Señor caballero –replicó el mercader–, suplico a vuestra merced en nombre de todos estos príncipes que aquí estamos que, porque no encarguemos nuestras conciencias[37] confesando una cosa por nosotros jamás vista ni oída, y más siendo tan en perjuicio de las emperatrices y reinas del Alcarria y Extremadura, que vuestra merced sea servido de mostrarnos algún retrato de esa señora, aunque sea tamaño[38] como un grano de trigo; que por el hilo se sacará el ovillo y quedaremos con esto satisfechos y seguros, y vuestra merced quedará contento y pagado;[39] y aun creo que estamos ya tan de su parte, que, aunque su retrato nos muestre que es tuerta de un ojo y que del otro le mana bermellón y piedra azufre,[40] con todo eso, por complacer a vuestra merced, diremos en su favor todo lo que quisiere.

—No le mana, canalla infame –respondió don Quijote encendido en cólera–, no le mana, digo, eso que decís, sino ámbar y algalia entre algodones;[41] y no es tuerta[42] ni corcovada, sino más derecha que un huso de Guadarrama.[43] Pero vosotros pagaréis la grande blasfemia que habéis dicho contra tamaña beldad como es la de mi señora.

Y, en diciendo esto, arremetió con la lanza baja contra el que lo había dicho, con tanta furia y enojo, que si la buena suerte no hiciera que en la mitad del camino tropezara y cayera Rocinante, lo pasara mal el atrevido mercader. Cayó Rocinante, y fue rodando su amo una buena pieza[44] por el campo; y, queriéndose levantar, jamás pudo: tal embarazo le causaban la lanza, adarga, espuelas y celada, con el peso de las antiguas armas. Y, entre tanto que pugnaba por levantarse y no podía, estaba diciendo:

—Non fuyáis, gente cobarde; gente cautiva, atended que no por culpa mía, sino de mi caballo, estoy aquí tendido.

Un mozo de mulas de los que allí venían, que no debía de ser muy bienintencionado, oyendo decir al pobre caído tantas arrogancias, no lo pudo sufrir sin darle la respuesta en las costillas. Y, llegándose a él, tomó la lanza y, después de haberla hecho pedazos, con uno de ellos comenzó a dar a nuestro don Quijote tantos palos, que, a despecho y pesar de sus armas, le molió como cibera.[45] Dábanle voces sus amos que no le diese tanto y que le dejase; pero estaba ya el mozo picado y no quiso dejar el juego hasta envidar todo el resto de su cólera;[46] y, acudiendo por los demás trozos de la lanza, los acabó de deshacer sobre el miserable caído, que, con toda aquella tempestad de palos que sobre él llovía, no cerraba la boca, amenazando al cielo y a la tierra, y a los malandrines, que tal le parecían.

Cansose el mozo, y los mercaderes siguieron su camino, llevando que contar en todo él del pobre apaleado. El cual, después que se vio solo, tornó a probar si podía levantarse; pero si no lo pudo hacer cuando sano y bueno, ¿cómo lo haría molido y casi deshecho? Y aun se tenía por dichoso, pareciéndole que aquélla era propia desgracia de caballeros andantes, y toda la atribuía a la falta de su caballo; y no era posible levantarse, según tenía brumado[47] todo el cuerpo.

Notas al CAPÍTULO IV. De lo que le sucedió a nuestro caballero cuando salió de la venta

NOTAS AL CAPÍTULO IV

 De lo que le sucedió a nuestro caballero cuando salió de la venta

[1] ‘La hora del alba sería’; el antecedente es hora, la última palabra del capítulo precedente.

[2] ‘acerca de’.

[3] ‘especialmente’.

[4] ‘hacer provisión’.

[5] ‘pensando en contratar’.

[6] ‘el camino de vuelta a la cuadra’.

[7] ‘de alrededor de quince años’.

[8] ‘con una correa’.

[9] ‘Menos hablar y más vigilar’.

[10] ‘con el rebaño’.

[11] ‘tomarla’.

[12] ‘atada por las riendas’.

[13] ‘por tacaño’.

[14] Decirle a alguien que mentía era una ofensa tan grave, que don Quijote se siente ultrajado sólo de oír una acusación en tal sentido.

[15] Como puede comprobarse, son sesenta y tres: ¿error de don Quijote o de Cervantes?, ¿o quizá errata?

[16] ‘por la dificultad’.

[17] sangría: ‘incisión en una vena para extraer lo que se creía exceso de sangre’.

[18] ‘¡de ningún modo!’.

[19] Según la tradición, San Bartolomé murió desollado.

[20] ‘para que cumpla mi orden’.

[21] Don Quijote confunde al labrador con un caballero, quizá por la presencia de la montura y la lanza.

[22] El término haldudo significa también ‘hipócrita, falso’.

[23] Quintanar de la Orden, pueblo en las cercanías del Toboso.

[24] ‘perfumados’; y en sentido figurado ‘mejorados’.

[25] ‘os relevo, os dispenso’.

[26] ‘ya no se le veía’.

[27] Fórmula eufemística por «vive Dios».

[28] ‘con creces’; las setenas implicaban pagar siete veces el valor de la deuda.

[29] La primera empresa de don Quijote, con resultado por el momento feliz, responde puntualmente al propósito de «deshacer agravios» y «enderezar tuertos» (I, 2), y se concreta en un caso con numerosos paralelos novelescos: así cuando el héroe del Clarián de Landanís (1518) tropieza con otro caballero que «tenía ante sí un escudero desnudo en camisa, colgado por los brazos de un árbol, y facíalo azotar a dos villanos con correas muy fuertes».

[30] Algo menos de cuatro kilómetros.

[31] Murcia era en la época la principal región productora de tejidos de seda en la Península.

[32] ‘sombrillas muy grandes que se ataban a la montura’.

[33] Los pasos de armas consistían en interceptar el acceso a un lugar determinado y retar a combate a quien quisiera pasar.

[34] Es también situación con abundantes paralelos en los pasos de armas reales y en los textos literarios: «Caballeros, tornaos por donde venistes, si no otorgáis que la más hermosa dama del mundo es la que yo sirvo» (Lepolemo, Caballero de la Cruz, 1521).

[35] ‘de lo contrario’.

[36] Insultos que en los libros de caballerías se aplican regularmente a los gigantes.

[37] ‘no tengamos cargo de conciencia’.

[38] ‘aunque sea tan pequeño’.

[39] ‘y satisfecho’.

[40] ‘supura pus de minio y azufre’, sustancias venenosas rojas y amarillas.

[41] Sustancias aromáticas que solían guardarse en recipientes de vidrio protegidos con algodones.

[42] Aquí ‘torcida’.

[43] La madera de Guadarrama proveía a la corte de materia prima para los utensilios (cucharas, molinillos, etc.).

[44] ‘un buen trecho’.

[45] ‘lo dejó hecho harina’; la cibera es el grano que se echa entre las muelas del molino para que empiece a funcionar.

[46] Se utilizan expresiones sacadas de los juegos de naipes: estar picado significa ‘estar metido de lleno en la partida’; envidar el resto es ‘apostar todo lo que le queda a uno’.

[47] ‘magullado’.

CAPÍTULO V. Donde se prosigue la narración de la desgracia de nuestro caballero

CAPÍTULO V

 Donde se prosigue la narración de la desgracia de nuestro caballero

Viendo, pues, que, en efecto, no podía menearse, acordó de acogerse a su ordinario remedio, que era pensar en algún paso[1] de sus libros, y trújole su locura a la memoria aquel de Valdovinos y del marqués de Mantua,[2] cuando Carloto le dejó herido en la montiña,[3] historia sabida de los niños, no ignorada de los mozos, celebrada y aun creída de los viejos, y, con todo esto, no más verdadera que los milagros de Mahoma. Ésta, pues, le pareció a él que le venía de molde para el paso en que se hallaba, y así, con muestras de grande sentimiento, se comenzó a volcar por la tierra y a decir con debilitado aliento lo mismo que dicen decía el herido caballero del bosque:

—¿Dónde estás, señora mía,

que no te duele mi mal?

O no lo sabes, señora,

o eres falsa y desleal.

Y de esta manera fue prosiguiendo el romance, hasta aquellos versos que dicen:

—¡Oh noble marqués de Mantua,

mi tío y señor carnal![4]

Y quiso la suerte que, cuando llegó a este verso, acertó a pasar por allí un labrador de su mismo lugar y vecino suyo, que venía de llevar una carga de trigo al molino; el cual, viendo aquel hombre allí tendido, se llegó a él y le preguntó que quién era y qué mal sentía, que tan tristemente se quejaba. Don Quijote creyó sin duda que aquél era el marqués de Mantua, su tío, y, así, no le respondió otra cosa sino fue proseguir en su romance, donde le daba cuenta de su desgracia y de los amores del hijo del Emperante[5] con su esposa, todo de la misma manera que el romance lo canta.[6]

El labrador estaba admirado oyendo aquellos disparates; y quitándole la visera, que ya estaba hecha pedazos, de los palos, le limpió el rostro, que le tenía cubierto de polvo; y apenas le hubo limpiado, cuando le conoció y le dijo:

—Señor Quijana –que así se debía de llamar cuando él tenía juicio y no había pasado de hidalgo sosegado a caballero andante–, ¿quién ha puesto a vuestra merced de esta suerte?

Pero él seguía con su romance a cuanto le preguntaba. Viendo esto el buen hombre, lo mejor que pudo le quitó el peto y espaldar, para ver si tenía alguna herida, pero no vio sangre ni señal alguna. Procuró levantarle del suelo, y no con poco trabajo le subió sobre su jumento, por parecerle caballería más sosegada. Recogió las armas, hasta las astillas de la lanza, y liolas sobre Rocinante, al cual tomó de la rienda, y del cabestro[7] al asno, y se encaminó hacia su pueblo, bien pensativo de oír los disparates que don Quijote decía; y no menos iba don Quijote, que, de puro molido y quebrantado, no se podía tener sobre el borrico y de cuando en cuando daba unos suspiros, que los ponía en el cielo, de modo que de nuevo obligó a que el labrador le preguntase[8] le dijese qué mal sentía; y no parece sino que el diablo le traía a la memoria los cuentos acomodados a sus sucesos, porque en aquel punto, olvidándose de Valdovinos, se acordó del moro Abindarráez, cuando el alcaide de Antequera, Rodrigo de Narváez, le prendió y llevó cautivo a su alcaidía.[9] De suerte que, cuando el labrador le volvió a preguntar que cómo estaba y qué sentía, le respondió las mismas palabras y razones que el cautivo Abencerraje respondía a Rodrigo de Narváez, del mismo modo que él había leído la historia en La Diana de Jorge de Montemayor, donde se escribe;[10] aprovechándose de ella tan a propósito, que el labrador se iba dando al diablo de oír tanta máquina de necedades; por donde conoció que su vecino estaba loco, y dábale priesa a llegar al pueblo por excusar el enfado[11] que don Quijote le causaba con su larga arenga. Al cabo de lo cual dijo:

—Sepa vuestra merced, señor don Rodrigo de Narváez, que esta hermosa Jarifa que he dicho es ahora la linda Dulcinea del Toboso, por quien yo he hecho, hago y haré los más famosos hechos de caballerías que se han visto, vean ni verán en el mundo.

A esto respondió el labrador:

—Mire vuestra merced, señor, pecador de mí, que yo no soy don Rodrigo de Narváez, ni el marqués de Mantua, sino Pedro Alonso, su vecino; ni vuestra merced es Valdovinos, ni Abindarráez, sino el honrado hidalgo del señor Quijana.[12]

—Yo sé quién soy –respondió don Quijote–, y sé que puedo ser, no sólo los que he dicho, sino todos los Doce Pares de Francia,[13] y aun todos los nueve de la Fama,[14] pues a todas las hazañas que ellos todos juntos y cada uno por sí hicieron se aventajarán las mías.

En estas pláticas y en otras semejantes llegaron al lugar, a la hora que anochecía, pero el labrador aguardó a que fuese algo más noche, porque no viesen al molido hidalgo tan mal caballero.[15] Llegada, pues, la hora que le pareció, entró en el pueblo, y en la casa de don Quijote, la cual halló toda alborotada, y estaban en ella el cura y el barbero del lugar, que eran grandes amigos de don Quijote, que estaba diciéndoles su ama a voces:

—¿Qué le parece a vuestra merced, señor licenciado Pero Pérez –que así se llamaba el cura–, de la desgracia de mi señor? Tres días ha que no parecen él, ni el rocín, ni la adarga, ni la lanza, ni las armas.[16] ¡Desventurada de mí!, que me doy a entender, y así es ello la verdad como nací para morir, que estos malditos libros de caballerías que él tiene y suele leer tan de ordinario le han vuelto el juicio; que ahora me acuerdo haberle oído decir muchas veces, hablando entre sí, que quería hacerse caballero andante e irse a buscar las aventuras por esos mundos. Encomendados sean a Satanás y a Barrabás tales libros, que así han echado a perder el más delicado entendimiento que había en toda la Mancha.

La sobrina decía lo mismo, y aun decía más:

—Sepa, señor maese Nicolás –que éste era el nombre del barbero–, que muchas veces le aconteció a mi señor tío estarse leyendo en estos desalmados libros de desventuras dos días con sus noches, al cabo de los cuales arrojaba el libro de las manos, y ponía mano a la espada, y andaba a cuchilladas con las paredes; y cuando estaba muy cansado decía que había muerto a cuatro gigantes como cuatro torres, y el sudor que sudaba del cansancio decía que era sangre de las feridas que había recibido en la batalla, y bebíase luego un gran jarro de agua fría, y quedaba sano y sosegado, diciendo que aquella agua era una preciosísima bebida que le había traído el sabio Esquife,[17] un grande encantador y amigo suyo. Mas yo me tengo la culpa de todo, que no avisé a vuestras mercedes de los disparates de mi señor tío, para que los remediaran antes de llegar a lo que ha llegado, y quemaran todos estos descomulgados libros, que tiene muchos que bien merecen ser abrasados, como si fuesen de herejes.

—Esto digo yo también –dijo el cura–, y a fe que no se pase el día de mañana sin que de ellos no se haga acto público,[18] y sean condenados al fuego, porque no den ocasión a quien los leyere de hacer lo que mi buen amigo debe de haber hecho.

Todo esto estaban oyendo el labrador y don Quijote, con que acabó de entender el labrador la enfermedad de su vecino y, así, comenzó a decir a voces:

—Abran vuestras mercedes al señor Valdovinos y al señor marqués de Mantua, que viene malferido, y al señor moro Abindarráez, que trae cautivo el valeroso Rodrigo de Narváez, alcaide de Antequera.

A estas voces salieron todos, y como conocieron los unos a su amigo, las otras a su amo y tío, que aún no se había apeado del jumento, porque no podía, corrieron a abrazarle. Él dijo:

—Ténganse todos, que vengo malferido, por la culpa de mi caballo. Llévenme a mi lecho, y llámese, si fuere posible, a la sabia Urganda, que cure y cate[19] de mis feridas.

—¡Mirá, en hora maza[20] –dijo a este punto el ama–, si me decía a mí bien mi corazón del pie que cojeaba mi señor! Suba vuestra merced en buen hora, que, sin que venga esa hurgada,[21] le sabremos aquí curar. ¡Malditos, digo, sean otra vez y otras ciento estos libros de caballerías, que tal han parado a vuestra merced!

Lleváronle luego a la cama, y, catándole las feridas, no le hallaron ninguna; y él dijo que todo era molimiento, por haber dado una gran caída con Rocinante, su caballo, combatiéndose con diez jayanes,[22] los más desaforados[23] y atrevidos que se pudieran hallar en gran parte de la tierra.

—¡Ta, ta![24] –dijo el cura–. ¿Jayanes hay en la danza? Para mi santiguada[25] que yo los queme mañana antes que llegue la noche.

Hiciéronle a don Quijote mil preguntas, y a ninguna quiso responder otra cosa sino que le diesen de comer y le dejasen dormir, que era lo que más le importaba. Hízose así, y el cura se informó muy a la larga del labrador del modo que había hallado a don Quijote. Él se lo contó todo, con los disparates que al hallarle y al traerle había dicho, que fue poner más deseo en el licenciado de hacer lo que otro día[26] hizo, que fue llamar a su amigo el barbero maese Nicolás, con el cual se vino a casa de don Quijote.

Notas al CAPÍTULO V. Donde se prosigue la narración de la desgracia de nuestro caballero

NOTAS AL CAPÍTULO V

 Donde se prosigue la narración de la desgracia de nuestro caballero

[1] ‘pasaje’.

[2] Romance del Marqués de Mantua, que cuenta la derrota en combate de Baldovinos, su sobrino, a manos de Carloto, hijo de Carlomagno; se usaba en las escuelas como libro de lectura. Lo recordará de nuevo en I, 10, y II, 23.

[3] ‘espesura’.

[4] La letra del romance dice «mi señor tío carnal».

[5] ‘del Emperador’, es decir, Carlomagno.

[6] En el presente capítulo, don Quijote cree ser un héroe del romancero, antes que personaje de libro de caballerías. La misma alucinación sufre el labrador que protagoniza un anónimo Entremés de los romances, de fecha incierta, pero que si fuera anterior a la composición del Quijote debiera contarse como una de sus principales fuentes de inspiración.

[7] ‘cuerda que se ata al cuello de una caballería’.

[8] ‘rogase’.

[9] ‘fortaleza gobernada por un alcaide’. Se trata de una historia que narra la novela corta El abencerraje y la hermosa Jarifa: el protagonista, Rodrigo de Narváez, alcaide de Antequera entre 1410 y 1424, apresa al moro Abindarráez que acude a casarse en secreto con Jarifa, pero al final lo libera.

[10] La novela de El abencerraje y la hermosa Jarifa se incluyó en La Diana de Jorge de Montemayor a partir de la edición de 1561.

[11] ‘por librarse de la molestia’.

[12] Es una construcción del tipo de «el bueno de Guillermo».

[13] Los doce caballeros más importantes del ejército de Carlomagno, entre los que destacan Roldán, Oliveros, Turpín, Valdovinos, Ganelón, Reinaldos de Montalbán y Gaiferos.

[14] Nueve guerreros históricos o legendarios que constituían un modelo para los caballeros: tres hebreos (Josué, David y Judas Macabeo), tres paganos (Héctor, Alejandro Magno y Julio César) y tres cristianos (Arturo, Carlomagno y Godofredo de Bouillon).

[15] ‘tan mal montado’.

[16] Don Quijote llevaba cuarenta y ocho horas sin ser visto en su casa: estamos, pues, en el tercer día de su ausencia. Dice bien el ama «tres días ha».

[17] Confusión por ‘Alquife’, esposo de Urganda la Desconocida; esquife en germanía significaba ‘granuja’.

[18] ‘juicio público’.

[19] ‘que cuide y examine’.

[20] ‘Mirad, en hora mala’.

[21] Deformación del nombre de Urganda.

[22] ‘gigantes’.

[23] ‘desmedidos’.

[24] Interjección que indica que se ha caído en la cuenta de algún asunto (‘¡eso es!, ¡ahora caigo!’).

[25] ‘Por mi cara santiguada’, y, por tanto, ‘Por la señal de la cruz’.

[26] ‘al día siguiente’.

CAPÍTULO VI. Del donoso y grande escrutinio que el cura y el barbero hicieron en la librería de nuestro ingenioso hidalgo

CAPÍTULO VI

 Del donoso[1] y grande escrutinio que el cura y el barbero hicieron en la librería de nuestro ingenioso hidalgo

El cual aún todavía dormía. Pidió[2] las llaves a la sobrina del aposento donde estaban los libros autores del daño, y ella se las dio de muy buena gana. Entraron dentro todos, y la ama con ellos, y hallaron más de cien cuerpos[3] de libros grandes, muy bien encuadernados, y otros pequeños; y, así como el ama los vio, volviose a salir del aposento con gran priesa, y tornó luego con una escudilla de agua bendita y un hisopo,[4] y dijo:

—Tome vuestra merced, señor licenciado; rocíe este aposento, no esté aquí algún encantador de los muchos que tienen estos libros, y nos encanten, en pena de las que les queremos dar echándolos del mundo.[5]

Causó risa al licenciado la simplicidad del ama y mandó al barbero que le fuese dando de aquellos libros uno a uno, para ver de qué trataban, pues podía ser hallar algunos que no mereciesen castigo de fuego.

—No –dijo la sobrina–, no hay para qué perdonar a ninguno, porque todos han sido los dañadores: mejor será arrojallos por las ventanas al patio y hacer un rimero[6] de ellos y pegarles fuego; y, si no, llevarlos al corral, y allí se hará la hoguera, y no ofenderá[7] el humo.

Lo mismo dijo el ama: tal era la gana que las dos tenían de la muerte de aquellos inocentes; mas el cura no vino en ello[8] sin primero leer siquiera los títulos. Y el primero que maese Nicolás le dio en las manos fue Los cuatro de Amadís de Gaula,[9] y dijo el cura:

—Parece cosa de misterio ésta, porque, según he oído decir, este libro fue el primero de caballerías que se imprimió en España,[10] y todos los demás han tomado principio y origen de éste; y, así, me parece que, como a dogmatizador de una secta tan mala, le debemos sin excusa alguna condenar al fuego.

—No, señor –dijo el barbero–, que también he oído decir que es el mejor de todos los libros que de este género se han compuesto; y así, como a único en su arte, se debe perdonar.

—Así es verdad –dijo el cura–, y por esa razón se le otorga la vida por ahora. Veamos esotro que está junto a él.

—Es –dijo el barbero– Las sergas de Esplandián,[11] hijo legítimo de Amadís de Gaula.

—Pues en verdad –dijo el cura– que no le ha de valer al hijo la bondad del padre. Tomad, señora ama, abrid esa ventana y echadle al corral, y dé principio al montón de la hoguera que se ha de hacer.

Hízolo así el ama con mucho contento, y el bueno de Esplandián fue volando al corral, esperando con toda paciencia el fuego que le amenazaba.

—Adelante –dijo el cura.

—Este que viene –dijo el barbero– es Amadís de Grecia,[12] y aun todos los de este lado, a lo que creo, son del mismo linaje de Amadís.

—Pues vayan todos al corral –dijo el cura–, que a trueco de quemar a la reina Pintiquiniestra, y al pastor Darinel, y a sus églogas, y a las endiabladas y revueltas razones de su autor, quemaré con ellos al padre que me engendró, si anduviera en figura de caballero andante.

—De ese parecer soy yo –dijo el barbero.

—Y aun yo –añadió la sobrina.

—Pues así es –dijo el ama–, vengan, y al corral con ellos.

Diéronselos, que eran muchos, y ella ahorró la escalera y dio con ellos por la ventana abajo.

—¿Quién es ese tonel? –dijo el cura.

—Éste es –respondió el barbero– Don Olivante de Laura.[13]

—El autor de ese libro –dijo el cura– fue el mismo que compuso a Jardín de flores, y en verdad que no sepa determinar cuál de los dos libros es más verdadero o, por decir mejor, menos mentiroso; sólo sé decir que éste irá al corral, por disparatado y arrogante.[14]

—Este que se sigue es Florismarte de Hircania[15] –dijo el barbero.

—¿Ahí está el señor Florismarte? –replicó el cura–. Pues a fe que ha de parar presto en el corral, a pesar de su extraño nacimiento[16] y soñadas aventuras, que no da lugar a otra cosa la dureza y sequedad de su estilo. Al corral con él, y con esotro, señora ama.

—Que me place, señor mío –respondía ella; y con mucha alegría ejecutaba lo que le era mandado.

—Éste es El caballero Platir[17] –dijo el barbero.

—Antiguo libro es ése –dijo el cura–, y no hallo en él cosa que merezca venia. Acompañe a los demás sin réplica.

Y así fue hecho. Abriose otro libro y vieron que tenía por título El caballero de la Cruz.[18]

—Por nombre tan santo como este libro tiene, se podía perdonar su ignorancia; mas también se suele decir «tras la cruz está el diablo». Vaya al fuego.

Tomando el barbero otro libro, dijo:

—Éste es Espejo de caballerías.[19]

—Ya conozco a su merced –dijo el cura–. Ahí anda el señor Reinaldos de Montalbán con sus amigos y compañeros, más ladrones que Caco, y los Doce Pares, con el verdadero historiador Turpín,[20] y en verdad que estoy por condenarlos no más que a destierro perpetuo, siquiera porque tienen parte de la invención del famoso Mateo Boyardo,[21] de donde también tejió su tela el cristiano poeta Ludovico Ariosto;[22] al cual, si aquí le hallo, y que habla en otra lengua que la suya,[23] no le guardaré respeto alguno, pero, si habla en su idioma, le pondré sobre mi cabeza.[24]

—Pues yo le tengo en italiano –dijo el barbero–, mas no le entiendo.

—Ni aun fuera bien que vos le entendiérades –respondió el cura–; y aquí le perdonáramos al señor capitán que no le hubiera traído a España y hecho castellano, que le quitó mucho de su natural valor, y lo mismo harán todos aquellos que los libros de verso quisieren volver en otra lengua, que, por mucho cuidado que pongan y habilidad que muestren, jamás llegarán al punto que ellos tienen en su primer nacimiento. Digo, en efecto, que este libro y todos los que se hallaren que tratan de estas cosas de Francia[25] se echen y depositen en un pozo seco, hasta que con más acuerdo se vea lo que se ha de hacer de ellos, exceptuando a un Bernardo del Carpio que anda por ahí,[26] y a otro llamado Roncesvalles;[27] que éstos, en llegando a mis manos, han de estar en las del ama, y de ellas en las del fuego, sin remisión alguna.

Todo lo confirmó el barbero y lo tuvo por bien y por cosa muy acertada, por entender que era el cura tan buen cristiano y tan amigo de la verdad, que no diría otra cosa por todas las del mundo. Y abriendo otro libro vio que era Palmerín de Oliva,[28] y junto a él estaba otro que se llamaba Palmerín de Ingalaterra;[29] lo cual visto por el licenciado, dijo:

—Esa oliva se haga luego rajas y se queme, que aun no queden de ella las cenizas, y esa palma de Ingalaterra se guarde y se conserve como a cosa única, y se haga para ello otra caja como la que halló Alejandro en los despojos de Dario, que la diputó para guardar en ella las obras del poeta Homero.[30] Este libro, señor compadre, tiene autoridad por dos cosas: la una, porque él por sí es muy bueno; y la otra, porque es fama que le compuso un discreto rey de Portugal.[31] Todas las aventuras del castillo de Miraguarda son bonísimas y de grande artificio; las razones, cortesanas y claras, que guardan y miran el decoro del que habla, con mucha propiedad y entendimiento. Digo, pues, salvo vuestro buen parecer, señor maese Nicolás, que éste y Amadís de Gaula queden libres del fuego, y todos los demás, sin hacer más cala y cata,[32] perezcan.

—No, señor compadre –replicó el barbero–, que este que aquí tengo es el afamado Don Belianís.[33]

—Pues ése –replicó el cura–, con la segunda, tercera y cuarta parte, tienen necesidad de un poco de ruibarbo[34] para purgar la demasiada cólera suya, y es menester quitarles todo aquello del castillo de la Fama y otras impertinencias de más importancia,[35] para lo cual se les da término ultramarino,[36] y como se enmendaren, así se usará con ellos de misericordia o de justicia; y en tanto, tenedlos vos, compadre, en vuestra casa, mas no los dejéis leer a ninguno.

—Que me place –respondió el barbero.

Y, sin querer cansarse más en leer libros de caballerías, mandó al ama que tomase todos los grandes y diese con ellos en el corral. No se dijo a tonta ni a sorda, sino a quien tenía más gana de quemallos que de echar una tela,[37] por grande y delgada que fuera; y asiendo casi ocho de una vez, los arrojó por la ventana. Por tomar muchos juntos, se le cayó uno a los pies del barbero, que le tomó gana de ver de quién era, y vio que decía Historia del famoso caballero Tirante el Blanco.[38]

—¡Válame Dios –dijo el cura, dando una gran voz–, que aquí está Tirante el Blanco! Dádmele acá, compadre, que hago cuenta que he hallado en él un tesoro de contento y una mina de pasatiempos. Aquí está don Quirieleisón de Montalbán, valeroso caballero, y su hermano Tomás de Montalbán, y el caballero Fonseca, con la batalla que el valiente de Tirante hizo con el alano, y las agudezas de la doncella Placerdemivida, con los amores y embustes de la viuda Reposada, y la señora Emperatriz, enamorada de Hipólito, su escudero. Dígoos verdad, señor compadre, que por su estilo es éste el mejor libro del mundo: aquí comen los caballeros, y duermen y mueren en sus camas, y hacen testamento antes de su muerte, con otras cosas de que todos los demás libros de este género carecen.[39] Con todo eso, os digo que merecía el que le compuso, pues no hizo tantas necedades de industria,[40] que le echaran a galeras[41] por todos los días de su vida. Llevadle a casa y leedle, y veréis que es verdad cuanto de él os he dicho.

—Así será –respondió el barbero–, pero ¿qué haremos de estos pequeños libros que quedan?

—Éstos –dijo el cura– no deben de ser de caballerías, sino de poesía.

Y abriendo uno vio que era La Diana de Jorge de Montemayor, y dijo, creyendo que todos los demás eran del mismo género:

—Éstos no merecen ser quemados, como los demás, porque no hacen ni harán el daño que los de caballerías han hecho, que son libros de entretenimiento sin perjuicio de tercero.

—¡Ay, señor! –dijo la sobrina–, bien los puede vuestra merced mandar quemar como a los demás, porque no sería mucho que, habiendo sanado mi señor tío de la enfermedad caballeresca, leyendo éstos se le antojase de hacerse pastor y andarse por los bosques y prados cantando y tañendo, y, lo que sería peor, hacerse poeta, que según dicen es enfermedad incurable y pegadiza.

—Verdad dice esta doncella –dijo el cura–, y será bien quitarle a nuestro amigo este tropiezo y ocasión delante. Y pues comenzamos por La Diana de Montemayor, soy de parecer que no se queme, sino que se le quite todo aquello que trata de la sabia Felicia y de la agua encantada,[42] y casi todos los versos mayores,[43] y quédesele enhorabuena la prosa, y la honra de ser primero en semejantes libros.

—Este que se sigue –dijo el barbero– es La Diana llamada segunda del Salmantino;[44] y éste, otro que tiene el mismo nombre, cuyo autor es Gil Polo.[45]

—Pues la del Salmantino –respondió el cura– acompañe y acreciente el número de los condenados al corral, y la de Gil Polo se guarde como si fuera del mismo Apolo; y pase adelante, señor compadre, y démonos prisa, que se va haciendo tarde.

—Este libro es –dijo el barbero abriendo otro– Los diez libros de Fortuna de amor, compuestos por Antonio de Lofraso, poeta sardo.[46]

—Por las órdenes que recibí –dijo el cura– que desde que Apolo fue Apolo, y las musas musas, y los poetas poetas, tan gracioso ni tan disparatado libro como ése no se ha compuesto, y que, por su camino,[47] es el mejor y el más único de cuantos de este género han salido a la luz del mundo, y el que no le ha leído puede hacer cuenta que no ha leído jamás cosa de gusto. Dádmele acá, compadre, que precio más haberle hallado que si me dieran una sotana de raja[48] de Florencia.

Púsole aparte con grandísimo gusto, y el barbero prosiguió diciendo:

—Estos que se siguen son El Pastor de Iberia, Ninfas de Henares y Desengaños de celos.[49]

—Pues no hay más que hacer –dijo el cura–, sino entregarlos al brazo seglar del ama,[50] y no se me pregunte el porqué, que sería nunca acabar.

—Este que viene es El Pastor de Fílida.[51]

—No es ése pastor –dijo el cura–, sino muy discreto cortesano: guárdese como joya preciosa.

—Este grande que aquí viene se intitula –dijo el barbero– Tesoro de varias poesías.[52]

—Como ellas no fueran tantas –dijo el cura–, fueran más estimadas: menester es que este libro se escarde[53] y limpie de algunas bajezas que entre sus grandezas tiene; guárdese, porque su autor es amigo mío, y por respeto de otras más heroicas y levantadas obras que ha escrito.

—Éste es –siguió el barbero– el Cancionero de López Maldonado.[54]

—También el autor de ese libro –replicó el cura– es grande amigo mío, y sus versos en su boca admiran a quien los oye, y tal es la suavidad de la voz con que los canta, que encanta. Algo largo es en las églogas, pero nunca lo bueno fue mucho; guárdese con los escogidos. Pero ¿qué libro es ese que está junto a él?

—La Galatea de Miguel de Cervantes[55] –dijo el barbero.

—Muchos años ha que es grande amigo mío ese Cervantes, y sé que es más versado en desdichas que en versos. Su libro tiene algo de buena invención: propone algo, y no concluye nada; es menester esperar la segunda parte que promete: quizá con la enmienda alcanzará del todo la misericordia que ahora se le niega; y entre tanto que esto se ve, tenedle recluso en vuestra posada, señor compadre.

—Que me place –respondió el barbero–. Y aquí vienen tres todos juntos: La Araucana de don Alonso de Ercilla,[56] La Austríada de Juan Rufo,[57] jurado de Córdoba, y El Monserrato de Cristóbal de Virués, poeta valenciano.[58]

—Todos esos tres libros –dijo el cura– son los mejores que en verso heroico[59] en lengua castellana están escritos, y pueden competir con los más famosos de Italia; guárdense como las más ricas prendas de poesía que tiene España.

Cansose el cura de ver más libros, y así, a carga cerrada,[60] quiso que todos los demás se quemasen; pero ya tenía abierto uno el barbero, que se llamaba Las lágrimas de Angélica.[61]

—Lloráralas yo –dijo el cura en oyendo el nombre– si tal libro hubiera mandado quemar, porque su autor fue uno de los famosos poetas del mundo, no sólo de España, y fue felicísimo en la traducción de algunas fábulas de Ovidio.

Notas al CAPÍTULO VI. Del donoso y grande escrutinio que el cura y el barbero hicieron en la librería de nuestro ingenioso hidalgo

NOTAS AL CAPÍTULO VI

 Del donoso y grande escrutinio que el cura y el barbero hicieron en la librería de nuestro ingenioso hidalgo

[1] ‘gracioso’.

[2] El sujeto es el cura, el licenciado. La frase enlaza con las últimas del capítulo precedente: es uno de los indicios de que los epígrafes de los capítulos se pusieron cuando el texto estaba ya escrito.

[3] ‘volúmenes’.

[4] ‘un cuenco de agua bendita y un manojo de ramas o utensilio para esparcirla (hisopo)’.

[5] ‘en castigo de las penas que han de sufrir cuando dejen el mundo y vuelvan al infierno’.

[6] ‘un montón’.

[7] ‘no molestará’.

[8] ‘no se avino a ello’.

[9] Los cuatro libros del virtuoso caballero Amadís de Gaula de Garci Rodríguez de Montalvo (la primera edición conservada es de 1508, pero antes hubo cuando menos otra de 1496).

[10] El Tirant lo Blanch se publicó en Valencia en 1490; Oliveros de Castilla es de 1499.

[11] Continuación de Amadís de Gaula escrita por el mismo Garci Rodríguez de Montalvo (1510); sergas tiene aquí el sentido de ‘proezas’.

[12] Noveno libro de la serie de los Amadises, escrito por Feliciano de Silva (1530).

[13] Se trata de la voluminosa Historia del invencible caballero don Olivante de Laura, príncipe de Macedonia, que vino a ser emperador de Constantinopla (1564) de Antonio de Torquemada.

[14] El Jardín de flores curiosas (1579) de Antonio de Torquemada es una amalgama de noticias extraordinarias; Cervantes lo aprovechó en el Persiles.

[15] Se trata de la Primera parte de la grande historia del muy animoso y esforzado príncipe Felixmarte de Hircania y de su estraño nacimiento (1556) de Melchor Ortega.

[16] Su madre fue auxiliada por una mujer salvaje cuando dio a luz al caballero en un monte.

[17] Crónica del muy valiente y esforzado caballero Platir, hijo del emperador Primaleón (1533), obra anónima del ciclo de los Palmerines.

[18] Podría tratarse o bien de La crónica de Lepolemo, llamado el caballero de la Cruz (1521), de Alonso de Salazar, o bien de El libro segundo del esforzado Caballero de la Cruz Lepolemo (1563), de Pedro de Luján.

[19] Adaptación en prosa del Orlando innamorato de Matteo Boiardo realizada por Pero López de Santamaría y Pedro de Reinosa (1586).

[20] Uno de los Doce Pares y consejero de Carlomagno, y a quien se atribuyó una crónica novelesca titulada Historia Caroli magni et Rotholandi; de ahí la ironía de verdadero historiador.

[21] Poeta italiano (1441-1494), autor del ya citado Orlando innamorato (1492).

[22] Autor del Orlando furioso (1516-1532).

[23] Probable alusión a la traducción del Orlando furioso por Jerónimo Jiménez de Urrea (1549), a quien se alude poco después con el tratamiento de señor capitán.

[24] ‘lo tendré por excelente’; como muestra de acatamiento, se colocaban sobre la cabeza las órdenes del rey y las bulas papales.

[25] ‘que tratan de las historias caballerescas del ciclo carolingio’.

[26] Probablemente se refiere al poema de Agustín Alonso Historia de las hazañas y hechos del invencible caballero Bernardo del Carpio (1585).

[27] Podría tratarse de El verdadero suceso de la batalla de Roncesvalles (1555-1583), de Francisco Garrido Villena, o bien de La segunda parte del Orlando, con el verdadero suceso de la famosa batalla de Roncesvalles (1555), de Nicolás de Espinosa.

[28] Atribuido a Francisco Vázquez (1511), es el primero de la serie de los Palmerines.

[29] Obra de Francisco de Moraes (1545) traducida por Luis de Hurtado con el título de Libro del muy esforzado caballero Palmerín de Inglaterra, hijo del rey don Duardos (1547).

[30] Era leyenda de la Antigüedad que Alejandro guardaba en una caja una copia de la Ilíada corregida por el propio Aristóteles y que procedería del botín de guerra (despojos) capturado al rey persa Darío III.

[31] Se creía que el Palmerín era obra de Juan II de Portugal o de su hijo Juan III.

[32] ‘sin hacer más averiguaciones’.

[33] Don Belianís de Grecia (1547-1579), de Jerónimo Fernández, ya ha sido citado en uno de los sonetos preliminares y en el capítulo I.

[34] El ruibarbo se utilizaba en medicina como depurativo.

[35] Se refiere a la extensa descripción que aparece en el Belianís de una maquinaria para recorrer largas distancias.

[36] ‘un plazo de tiempo muy largo’.

[37] ‘tejer una tela’; pero también, en germanía, ‘hacer el amor’.

[38] Obra de Joanot Martorell publicada por primera vez en 1490; Cervantes debía de conocer la traducción anónima al castellano de 1511.

[39] Cervantes alude al realismo de la novela de Martorell.

[40] ‘a propósito’.

[41] ‘lo condenaran a remar en las galeras’ o, menos probablemente, ‘a imprimir un libro’. El dictamen final del cura concilia la alabanza de muchas “cosas” del Tirante con la censura de “tantas (otras) necedades”.

[42] Cervantes critica el final de la novela, el filtro mágico (agua encantada) de la sabia (‘maga’) con el que Felicia resuelve artificiosamente todos los conflictos entre las parejas de enamorados.

[43] Versos de métrica italiana, es decir, heptasílabos y endecasílabos.

[44] La Segunda parte de la Diana (1563), de Alonso Pérez, médico de Salamanca.

[45] La Diana enamorada, de Gil Polo (1564), es sin duda la más valiosa continuación de la obra de Montemayor.

[46] En concreto, de Alghero; su libro se publicó en Barcelona en 1573.

[47] ‘en su estilo, su forma literaria’.

[48] ‘de lana fina’.

[49] Novelas pastoriles de Bernardo de la Vega (1591), Bernardo González de Bobadilla (1587) y Bartolomé López de Enciso (1586), respectivamente.

[50] El brazo seglar o ‘secular’ es la justicia civil, que ejecutaba la sentencia de la Inquisición. En el capítulo anterior se había hecho una mención de los «descomulgados libros … que bien merecen ser abrasados como si fuesen de herejes» (I, 5); ahora se remedan jocosamente los autos de fe y otros usos inquisitoriales, en particular los expurgos de bibliotecas y las quemas de libros en que tantas veces desembocaban.

[51] De Luis Gálvez de Montalvo (1582).

[52] Antología poética de Pedro de Padilla, publicada en 1580 y reeditada en 1587.

[53] ‘se limpie de malas hierbas’.

[54] Publicado en Madrid en 1586, con dos poemas de Cervantes.

[55] Publicada en 1585.

[56] Poema épico en tres partes, aparecidas entre 1569 y 1589, en el que se narran episodios de la conquista de Chile.

[57] Epopeya editada en 1584 que trata de las hazañas de don Juan de Austria, entre ellas la batalla de Lepanto.

[58] Poema en torno a la fundación del monasterio de Montserrat, publicado en 1587.

[59] ‘octavas reales en versos endecasílabos’, estrofa y verso propios del poema épico culto en el siglo XVI.

[60] ‘de una sola vez, sin verlos’.

[61] El verdadero título de este poema es Primera parte de Angélica (1586), de Luis Barahona de Soto; es continuación del episodio de Angélica y Medoro del Orlando furioso.

CAPÍTULO VII. De la segunda salida de nuestro buen caballero don Quijote de la Mancha

CAPÍTULO VII

 De la segunda salida de nuestro buen caballero don Quijote de la Mancha

Estando en esto, comenzó a dar voces don Quijote, diciendo:

—¡Aquí, aquí, valerosos caballeros, aquí es menester mostrar la fuerza de vuestros valerosos brazos, que los cortesanos llevan lo mejor del torneo![1]

Por acudir a este ruido y estruendo, no se pasó adelante con el escrutinio de los demás libros que quedaban, y así se cree que fueron al fuego, sin ser vistos ni oídos, La Carolea[2] y León de España,[3] con los hechos del Emperador, compuestos por don Luis de Ávila,[4] que sin duda debían de estar entre los que quedaban, y quizá si el cura los viera no pasaran por tan rigurosa sentencia.[5]

Cuando llegaron a don Quijote, ya él estaba levantado de la cama y proseguía en sus voces y en sus desatinos, dando cuchilladas y reveses a todas partes, estando tan despierto como si nunca hubiera dormido. Abrazáronse con él y por fuerza le volvieron al lecho; y después que hubo sosegado un poco, volviéndose a hablar con el cura le dijo:

—Por cierto, señor arzobispo Turpín, que es gran mengua de los que nos llamamos Doce Pares dejar tan sin más ni más llevar la victoria de este torneo a los caballeros cortesanos, habiendo nosotros los aventureros ganado el prez en los tres días antecedentes.

—Calle vuestra merced, señor compadre –dijo el cura–, que Dios será servido que la suerte se mude y que lo que hoy se pierde se gane mañana; y atienda vuestra merced a su salud por ahora, que me parece que debe de estar demasiadamente cansado, si ya no es que está malferido.

—Ferido, no –dijo don Quijote–, pero molido y quebrantado, no hay duda en ello, porque aquel bastardo de don Roldán me ha molido a palos con el tronco de una encina, y todo de envidia, porque ve que yo solo soy el opuesto de sus valentías; mas no me llamaría yo Reinaldos de Montalbán, si en levantándome de este lecho no me lo pagare, a pesar de todos sus encantamentos; y por ahora tráiganme de yantar, que sé que es lo que más me hará al caso, y quédese lo del vengarme a mi cargo.

Hiciéronlo así: diéronle de comer, y quedose otra vez dormido, y ellos, admirados de su locura.

Aquella noche quemó y abrasó el ama cuantos libros había en el corral y en toda la casa, y tales debieron de arder que merecían guardarse en perpetuos archivos; mas no lo permitió su suerte y la pereza del escrutiñador,[6] y así se cumplió el refrán en ellos de que pagan a las veces justos por pecadores.

Uno de los remedios que el cura y el barbero dieron por entonces para el mal de su amigo fue que le murasen y tapiasen el aposento de los libros, porque cuando se levantase no los hallase –quizá quitando la causa cesaría el efecto–, y que dijesen que un encantador se los había llevado, y el aposento y todo; y así fue hecho con mucha presteza. De allí a dos días, se levantó don Quijote, y lo primero que hizo fue ir a ver sus libros; y como no hallaba el aposento donde le había dejado, andaba de una en otra parte buscándole. Llegaba adonde solía tener la puerta, y tentábala con las manos, y volvía y revolvía los ojos por todo, sin decir palabra; pero al cabo de una buena pieza preguntó a su ama que hacia qué parte estaba el aposento de sus libros. El ama, que ya estaba bien advertida de lo que había de responder, le dijo:

—¿Qué aposento o qué nada busca vuestra merced? Ya no hay aposento ni libros en esta casa, porque todo se lo llevó el mismo diablo.

—No era diablo –replicó la sobrina–, sino un encantador que vino sobre una nube una noche, después del día que vuestra merced de aquí se partió, y, apeándose de una sierpe en que venía caballero,[7] entró en el aposento, y no sé lo que se hizo dentro, que a cabo de poca pieza salió volando por el tejado y dejó la casa llena de humo; y cuando acordamos a mirar lo que dejaba hecho, no vimos libro ni aposento alguno: sólo se nos acuerda muy bien a mí y al ama que al tiempo del partirse aquel mal viejo dijo en altas voces que por enemistad secreta que tenía al dueño de aquellos libros y aposento dejaba hecho el daño en aquella casa que después se vería. Dijo también que se llamaba «el sabio Muñatón».

—«Frestón» diría –dijo don Quijote.

—No sé –respondió el ama– si se llamaba «Frestón» o «Fritón», sólo sé que acabó en tón su nombre.[8]

—Así es –dijo don Quijote–, que ése es un sabio encantador, grande enemigo mío, que me tiene ojeriza, porque sabe por sus artes y letras que tengo de venir, andando los tiempos, a pelear en singular batalla con un caballero a quien él favorece y le tengo de vencer sin que él lo pueda estorbar, y por esto procura hacerme todos los sinsabores que puede; y mándole yo[9] que mal podrá él contradecir ni evitar lo que por el cielo está ordenado.

—¿Quién duda de eso? –dijo la sobrina–. Pero ¿quién le mete a vuestra merced, señor tío, en esas pendencias? ¿No será mejor estarse pacífico en su casa, y no irse por el mundo a buscar pan de trastrigo,[10] sin considerar que muchos van por lana y vuelven trasquilados?

—¡Oh sobrina mía –respondió don Quijote–, y cuán mal que estás en la cuenta![11] Primero que a mí me trasquilen tendré peladas y quitadas las barbas a cuantos imaginaren tocarme en la punta de un solo cabello.

No quisieron las dos replicarle más, porque vieron que se le encendía la cólera.

Es, pues, el caso que él estuvo quince días en casa muy sosegado, sin dar muestras de querer segundar sus primeros devaneos; en los cuales días pasó graciosísimos cuentos[12] con sus dos compadres el cura y el barbero, sobre que él decía que la cosa de que más necesidad tenía el mundo era de caballeros andantes y de que en él se resucitase la caballería andantesca. El cura algunas veces le contradecía y otras concedía, porque si no guardaba este artificio no había poder averiguarse con él.[13]

En este tiempo solicitó[14] don Quijote a un labrador vecino suyo, hombre de bien –si es que este título se puede dar al que es pobre–, pero de muy poca sal en la mollera. En resolución, tanto le dijo, tanto le persuadió y prometió, que el pobre villano[15] se determinó de salirse con él y servirle de escudero. Decíale entre otras cosas don Quijote que se dispusiese a ir con él de buena gana, porque tal vez[16] le podía suceder aventura que ganase, en quítame allá esas pajas, alguna ínsula, y le dejase a él por gobernador de ella. Con estas promesas y otras tales, Sancho Panza, que así se llamaba el labrador, dejó su mujer y hijos y asentó por escudero de su vecino.[17]

Dio luego don Quijote orden en buscar dineros,[18] y, vendiendo una cosa y empeñando otra y malbaratándolas todas, llegó[19] una razonable cantidad. Acomodose asimismo de una rodela[20] que pidió prestada a un su amigo y, pertrechando[21] su rota celada lo mejor que pudo, avisó a su escudero Sancho del día y la hora que pensaba ponerse en camino, para que él se acomodase de lo que viese que más le era menester. Sobre todo, le encargó que llevase alforjas. Él dijo que sí llevaría y que asimismo pensaba llevar un asno que tenía muy bueno, porque él no estaba duecho[22] a andar mucho a pie.[23] En lo del asno reparó un poco don Quijote, imaginando si se le acordaba si algún caballero andante había traído escudero caballero asnalmente, pero nunca le vino alguno a la memoria; mas, con todo esto, determinó que le llevase, con presupuesto de acomodarle de más honrada caballería[24] en habiendo ocasión para ello, quitándole el caballo al primer descortés caballero que topase. Proveyose de camisas y de las demás cosas que él pudo, conforme al consejo que el ventero le había dado; todo lo cual hecho y cumplido, sin despedirse Panza de sus hijos y mujer, ni don Quijote de su ama y sobrina, una noche se salieron del lugar sin que persona los viese; en la cual caminaron tanto, que al amanecer se tuvieron por seguros de que no los hallarían aunque los buscasen.

Iba Sancho Panza sobre su jumento como un patriarca, con sus alforjas y su bota, y con mucho deseo de verse ya gobernador de la ínsula que su amo le había prometido. Acertó don Quijote a tomar la misma derrota[25] y camino que el que él había tomado en su primer viaje, que fue por el campo de Montiel, por el cual caminaba con menos pesadumbre que la vez pasada, porque por ser la hora de la mañana y herirles a soslayo los rayos del sol no les fatigaban. Dijo en esto Sancho Panza a su amo:

—Mire vuestra merced, señor caballero andante, que no se le olvide lo que de la ínsula me tiene prometido, que yo la sabré gobernar, por grande que sea.

A lo cual le respondió don Quijote:

—Has de saber, amigo Sancho Panza, que fue costumbre muy usada de los caballeros andantes antiguos hacer gobernadores a sus escuderos de las ínsulas o reinos que ganaban, y yo tengo determinado de que por mí no falte tan agradecida usanza, antes pienso aventajarme en ella: porque ellos algunas veces, y quizá las más, esperaban a que sus escuderos fuesen viejos, y, ya después de hartos de servir y de llevar malos días y peores noches, les daban algún título de conde, o por lo mucho de marqués, de algún valle o provincia de poco más a menos;[26] pero si tú vives y yo vivo bien podría ser que antes de seis días ganase yo tal reino, que tuviese otros a él adherentes que viniesen de molde para coronarte por rey de uno de ellos. Y no lo tengas a mucho,[27] que cosas y casos acontecen a los tales caballeros por modos tan nunca vistos ni pensados, que con facilidad te podría dar aún más de lo que te prometo.

—De esa manera –respondió Sancho Panza–, si yo fuese rey por algún milagro de los que vuestra merced dice, por lo menos Juana Gutiérrez, mi oíslo,[28] vendría a ser reina, y mis hijos infantes.

—Pues ¿quién lo duda? –respondió don Quijote.

—Yo lo dudo –replicó

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