El año de la vaca

Márgara Averbach
Márgara Averbach

Fragmento

Sebastián

Yo la odiaba, la odiaba igual que Rafael. ¿Cómo no la iba a odiar? Era tan... No sé, me daba miedo hasta mirarla. Miedo y rabia. Siempre tenía los ojos brillantes y húmedos, como si estuviera a punto de llorar, pero uno sabía que no estaba triste. Es más, hasta hace dos o tres días, yo creía que jamás la iba a ver llorar. No la entendía; en el fondo, sigo sin entenderla. A pesar de lo mío con Nadia, digo Celeste. Tampoco me acostumbro a ese cambio de nombre.

Pero a la Vaca, la odiaba.

Sí, fui yo el que le puso el sobrenombre. Rafael dice que fue él pero no, se me ocurrió a mí en una excursión que hicimos a Palermo. Estaba aburrido y de pronto la vi caminando adelante, con Laura, como siempre, porque desde el principio Laura era la única que la aguantaba. Bah, pensé, esa nueva es una vaca.

No, no es gorda. Eso no. Es... no sé, no es el cuerpo en realidad, aunque es cuadrada y tiene una cara ancha y esos ojos marrones y como tristes. No es el cuerpo, es la forma de caminar, de moverse. Aunque corra, siempre da la impresión de que va despacio. Todo lo que hace es “despacio”. Como tranquilo. Lo que es yo, nunca entendí cómo podía estar tan tranquila siendo quien era.

Al principio, nadie la quería. Laura sí, pero Laura no cuenta. Y uno no puede estar tranquilo si no lo quiere nadie, así que a mí, esa falta de nervios me ponía los pelos de punta. Hasta cuando movía los brazos para acomodarse el pelo me ponía los pelos de punta. Pero claro, yo entonces no sabía nada.

No entiendo cómo no me di cuenta antes. No sé, por ahí, si pienso para atrás, me parece que sí, que sabía y no quería darme cuenta. Pero eso es una boludez, si a mí me convenía enterarme... Por Nadia. Ahora trato de llamarla Celeste y me digo a mí mismo que ya no estoy enojado con ella por lo de Rafael. Pero no es del todo cierto. Sigo pensando que en ese momento, cuando ella salía con Rafa, yo era el pelotudo del curso y que seguramente todos, hasta la Vaca, se burlaban de mí. Bueno, no, la Vaca no. Porque la verdad es que en esa época la Vaca hasta me ayudó. Me ayudó mucho aunque a mí todavía me ponga muy nervioso estar con ella.

La odié apenas llegó a la escuela. El primer día..., de ese día me acuerdo porque me divertí mucho cuando Rafael se la llevó puesta en el patio. Rafael es increíble. Se la hizo bien hecha el guacho, y después se dio el gusto de ir a decirle a la de Matemáticas que la Vaca lo había lastimado. Rafa, ah, él nunca hace nada a propósito, nunca tiene la culpa él, eso jamás. Y la de Matemáticas le compró la historia y la estuvo retando a ella. A mí eso me pareció divertido. Yo había visto todo y la culpa, como culpa, era de Rafa, pero en ese momento, a principio de año, me parecía gracioso que el reto se lo ligara la Vaca. Después no. Por ejemplo, cuando lo retaron a Leo por lo de la ventana rota, ya no me gustó.

Fue un año raro, un año con vueltas, como el laberinto ese de Córdoba que fuimos a ver el verano pasado. A mí me pasó algo en estos meses. Y yo diría que fue por la Vaca. ¿O por Nadia? No estoy seguro. Lo de Nadia hizo que de pronto me interesaran los noticieros. Y los avisos que salen en los diarios, esos que vienen con una foto y un nombre y cuentan una historia en tres palabras. “Juan Ramírez, desaparecido el 4 de abril de 1976 en...” Hace un año, ni los hubiera mirado. Ahora me siento con ella y estudiamos esas fotos en la plaza. Imaginamos las vidas de los que los conocían. No, no soy el mismo. Acá estoy, paseando en verano con el grupito este. Nunca lo hubiera creído. ¿Yo, con Leo, con la Vaca, con Laura? Nadia es otra cosa... Nadia siempre estuvo en mi futuro. Pero ahora ni siquiera es Nadia... Tal vez es por todo ese cambio que me acuerdo de las curvas de ese año. Lo de Gimnasia, por ejemplo.

A la Vaca le va bien en Gimnasia. Excepto cuando Elena, la profe, quiere que las chicas jueguen al vóley o al básquet o al handball. La Vaca parece lenta pero es tan tranquila que las cosas le salen bien. Hace la vertical mejor que Rafael. Pero ese día de abril, las chicas no tuvieron Gimnasia. No tenían profe o algo. La cuestión es que vinieron a vernos jugar al fútbol a nosotros, atrás, en la canchita de pasto, bah, ¿pasto?, más bien tierra. El pasto lo matamos hace mucho. Para mí, empezó ahí. Cada uno le da un principio distinto. Para mí, fue ese. Hasta ese momento, yo pensaba que la Vaca era como cualquier nueva solo que más fea.

Un partidazo. ¡Cómo ganamos, carajo! Los de B me tenían podrido. Nos habíamos comido miles de goles desde marzo. Tenían a ese Hernán o algo así, un genio, petisito pero rápido como la luz. Por suerte, al profe le gustaba el fútbol. Así que en vez de hacer flexiones y eso, siempre salíamos a jugar. No creo que ese profe cumpliera con el programa, si es que hay programa en Gimnasia. Y ese día, con las chicas que nos miraban alrededor, la pelota estaba... rara. Parecía viva. Era como jugar con un animal malhumorado, y yo me acordé de la película Alicia en el País de las Maravillas.

Ese día tuve suerte. Hasta Nadia me miraba. Nadia era el centro del mundo y a mí no me daba ni la hora. Hice dos goles esa tarde. ¿Hice? Bueno, yo sé cuándo hago las cosas y cuándo no. Y esos goles no los hice yo. Los hizo la pelota. Pero igual me sentí re-bien cuando Leo me dio un abrazo y nos reímos y las chicas aplaudían. No me acuerdo de haber visto a la Vaca. Sé que la miré a Nadia, tan alta, con los rulos rojos al viento y pensé que..., bueno, lo que sigo pensando cada vez que la veo. No hay ninguna como ella. Y me miraba, me aplaudía. Todavía no le pregunté a la Vaca pero ahora sé que fue ella. La Vaca lo planifica todo. Tal vez ya me había visto mirando a Nadia. Entonces no me di cuenta porque no sabía nada de la historia. Ni siquiera que yo era parte de ella.

Y después vino lo de la foto. Estoy seguro de que muchos piensan que el partido no fue tan importante, que todo empezó con la foto. Así que ese es otro principio. Y de este no duda nadie porque todos saben que la foto lo cambió todo. Fue en junio, en una de esas semanas cortas, con feriados, cerca del Día de la Bandera. Un frío loco. En esas semanas no hay mucha clase que digamos y todo el mundo está en otra, contando los días para las vacaciones de invierno, hablando de lo que hicieron en el fin de semana largo anterior o mirando el reloj como hago yo cuando no sé nada y necesito que toque el timbre cuanto antes.

A nosotros nos dicen “los de la ventana”. Es cuestión de Geografía, diría Laura, la traga. Ni siquiera éramos un grupo, entonces, pero veíamos todo desde el mismo lado. Es así: desde el escritorio, primero la Vaca, que se sienta con Vanesa aunque Vanesa no tiene mucho que ver con nada. Después Nadia y Laura, después Leo y Alejandra, la otra colada, y al final, como siempre, Rafael y yo. Rafa y yo siempre nos sentábamos atrás, juntos. Por eso yo lo veo todo: porque me siento en el último banco. Antes, en Historia, que es la materia que más odiaba (eso también cambió, y cambió por la Vaca, mierda, cada vez que pienso en algo que está distinto, se me aparece la Vaca con esa cara grandota y esos ojos marrones), yo agachaba la cabeza

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