Lo que cuentan los inmigrantes

Canela

Fragmento

CRUZANDO FRONTERAS

URUGUAY

—Vivíamos con mis padres, Washington y Teresa, en un caserío modesto, cerca del río —me dice Clemente, mientras conduce el taxi que me lleva por la Avenida Belgrano—. Era costumbre de la familia ir a pescar. Los sábados por la tarde salíamos del pueblo y por un caminito de tierra llegábamos a la sombra del ceibo enorme que metía raíces en el agua. Mi padre encendía el fuego, mi madre llevaba la ollita de hierro para hacer el puchero y ahí había que dormir toda la noche si era necesario.

”Después la caldera al fuego y el lento mate amargo, los cuentos. Mi padre era el memorioso y yo repito esas historias a mis gurises, las mismas que él nos contaba bajo las estrellas.

”Recuerdo muchas. La de la taba y el patrón jugador, que la enterró cuando su peón, de tanto ganarle, le ganó también la hacienda y él se quedó sin nada. Y entonces, de pura rabia, lo mató. La taba que él enterraba cada vez más hondo para que nadie lo descubriera volvía a aparecer una y otra vez en la misma mesa donde habían jugado, hasta que el hombre por fin enloqueció.

”Nos hablaba también de la sirena del río Uruguay, que era más fea que el cuco, bigotuda, verde y asustadiza, y además ni cantaba ni nada, solo se asomaba y se ocultaba a los ojos de quienes navegaban en el río.

”Ah, y la terrible historia de la mujer sin cabeza que, silenciosa, se subía al anca del caballo de un jinete para que juntos atravesaran el río. Si el jinete se daba vuelta y la miraba, se caía muerto al agua del espanto.

”La del tero azul es una leyenda que les gusta a mis hijos porque habla de los charrúas, el pueblo que habitaba en lo que hoy es el Uruguay y ya no están más. Fueron exterminados. Fea palabra, ¿verdad?

Le digo que sí, y le aclaro que tomé nota de todo lo que me contó, que voy a seguir haciéndolo hasta el final del viaje.

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