1.ª edición: mayo, 2017
© 2017 by Begoña Gambín
© Ediciones B, S. A., 2017
Consell de Cent, 425-427 - 08009 Barcelona (España)
ISBN DIGITAL: 978-84-9069-741-2
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A ti, Vicente, por ponérmelo tan fácil, por estar siempre a mi lado y apoyarme en todo
Y a vosotros, Raquel y Oscar, por compartir conmigo mi entusiasmo y mis alegrías ante
las realizaciones de mis sueños
Contenido
Portadilla
Créditos
Dedicatoria
Capítulo uno
Capítulo dos
Capítulo tres
Capítulo cuatro
Capítulo cinco
Capítulo seis
Capítulo siete
Capítulo ocho
Capítulo nueve
Capítulo diez
Capítulo once
Capítulo doce
Capítulo trece
Capítulo catorce
Capítulo quince
Capítulo dieciséis
Promoción
Capítulo uno
Coggeshall, Essex, 1890
Ellen trotaba con pasos apresurados y cortitos por el pasillo en el que se encontraba el aula en la que debía hallarse en un minuto. Como le pasaba muy a menudo, se había entretenido demasiado repasando la lección que iba a impartir a sus alumnas y casi llega tarde. Algo imperdonable en la Academia para Jóvenes Damas, de la señora Wanley.
Aunque era la última clase que iba a dar, quería hacerlo como si fuese la primera, con el mismo entusiasmo con que llevaba haciéndolo los últimos cinco años.
Le encantaba participar en la enseñanza de todas y cada una de las jovencitas que habían llenado las aulas durante esos años, moldeándolas e intentando convertirlas en unas damas cultivadas para enfrentarse a la sociedad con seguridad.
Entró en la clase y se fijó en que las caras de las niñas estaban llenas de tristeza. Ellas sabían que a partir de hoy se iban a separar las amistades fraguadas después de varios años de asistencia a la academia y que quizás no volverían a verse.
La Academia para Jóvenes Damas llevaba varias décadas formando a jovencitas de toda Inglaterra. Ella había estudiado allí porque su casa familiar se encontraba a pocas manzanas de la academia, pero su mejor amiga, Annabel Labey, era de Londres y había permanecido interna durante seis años, salvo, claro estaba, las épocas de vacaciones. Durante esos años, las dos habían forjado una gran amistad que todavía conservaban y que, en estos momentos tan duros para ella, la estaba reconfortando.
—Señoritas, abran el libro de Charles Dickens por la página por la que estábamos leyendo —ordenó mientras se sentaba tras su mesa y hacía lo propio con su libro.
Las jovencitas obedecieron inmediatamente por la fuerza de la costumbre, aunque se las notaba apáticas y lánguidas en sus gestos. Durante la hora siguiente se dedicaron a leer y a analizar lo leído de forma automática y con evidentes muestras de estar deseando terminar la clase cuanto antes. Al final, Ellen se compadeció de sus alumnas y, cerrando el libro, les dij