La suerte de los irlandeses (Serie Pat MacMillan 1)

J.L. Rod

Fragmento

irlandeses-6

Prólogo

Un día de mierda.

Un puto día de mierda.

Uno de esos días en los que todo empieza mal. No había pegado ojo en toda la noche, la báscula del baño le había amenazado con ciento doce kilos, no quedaba en casa ni una gota de café, el coche seguía en el taller y La Negra ya llevaba dos semanas sin llamar. Salió de la ducha muy enfadado, se puso con desgana su uniforme de comandante y salió a la calle camino de su aburrido trabajo de todos sus aburridos días. Un puto día de mierda.

Caracas en diciembre era el mismísimo infierno. Un setenta y cinco por ciento de humedad y las famosas nieblas frías del invierno no ayudaban precisamente a levantar el ánimo. La mañana transcurrió como siempre, sin la más mínima incidencia. Cuando salió a comer a eso de la una, dando su paseo habitual hacia el barrio de Chacao para comer en El Mesón de Andrés, observó al detenerse en un semáforo para cruzar la calle que una mujer desconocida le llamaba desde la acera de enfrente. No tenía ganas de nada y decidió ignorarla, pero la insistencia de aquella chica con pinta de turista finalmente le hizo decidirse y se acercó a preguntar.

—¿Te conozco de algo?

—Deberías conocerme —le contestó con una sonrisa—. Llevo siguiéndote dos semanas. ¿Te invito a comer y hablamos?

El porcentaje de hombres mayores de cincuenta años que habría rechazado la propuesta ascendía, según todos los estudios realizados, al cero por ciento. La chica era todo un be­llezón. Le propuso que fueran a Edith, en la popular zona de La Trinidad. Paró decididamente un taxi sin esperar su respuesta y cuando quiso darse cuenta estaba sentado en la mesa con aquella mujer delante de dos botellas heladas de cerveza Polar.

Ya había estado allí en otras ocasiones y de hecho era uno de sus sitios preferidos para comer en la ciudad. Edith es una casa de comidas típica de las zonas industriales de Caracas en la que la mayoría del público se compone de obreros con ropa de faena y algún que otro oficinista infiltrado, conocedor de este local donde se prepara sin ningún género de dudas el mejor mondongo de todo Venezuela. La vajilla y el mobiliario eran de plástico barato en colores chillones y el local se encontraba permanentemente inundado por el olor de cilantro que formaba parte inseparable de la mayoría de los platos, pero la calidad de la comida compensaba sobradamente la ausencia de lujos y comodidades.

La chica inspiraba confianza y parecía una mujer preparada con mucho mundo a sus espaldas. No se anduvo por las ramas y fue directa al grano. El motivo de su invitación no era otro que el de proponerle una sustanciosa comisión si estaba dispuesto a realizar las gestiones oportunas ante las personas oportunas. Se trataba de colocar una partida de dos mil pistolas de la compañía española a la que representaba en el Servicio Bolivariano de Inteligencia, la policía política del Gobierno chavista en la que él venía prestando sus servicios desde hacía cinco años.

Le interesó mucho la propuesta. Los políticos venezolanos siempre eran propicios a operaciones que incluyeran una buena mordida, y a él no le iría nada mal la cantidad que le ofrecían para completar su sueldo de funcionario. Después de tratar los aspectos generales de la operación, la mujer pagó la cuenta y quedaron en verse de nuevo esa noche para concretar detalles. Decidió tomarse la tarde libre para celebrarlo y dormir una buena siesta. Nadie le iba a echar de menos en el Ministerio, nunca había nada que hacer salvo leer el Últimas Noticias y dejar pasar el tiempo hasta las cinco de la tarde.

Según entró en el apartamento puso el aire acondicionado y se tumbó encima de la cama. Se encontraba a parir. La comida le había dejado fuera de combate. Completamente K.O. Definitivamente el mondongo le volvía loco pero no estaba hecho para él. Pierna y panza de res, papas, ñame, ocumo, yuca, zanahoria, albóndigas de harina de maíz y plátano frito. Una puta bomba. Los buñuelos del postre, las dos botellas de Pomar Reserva, el puro Don Quijote y los tres Ron Santa Teresa con hielo hasta arriba le habían acabado de rematar. No tenía límite con la comida y se juró a sí mismo no volver a probar ese plato nunca más. Estaba empezando a encontrarse verdaderamente mal.

Intentó levantarse de la cama para tomar algún calmante, pero no pudo, llegaron los primeros síntomas y empezaron las náuseas, los sudores fríos y los mareos que progresivamente se fueron apoderando de su cuerpo. Empezó a preocuparse seriamente. Después comenzaron los fuertes dolores de estómago y una sensación de sueño terrible, poderosa, demoledora, totalmente incontrolable. Lo intentó con todas sus fuerzas pero ya prácticamente no conseguía hablar. El cerebro estaba fuera de servicio, casi anestesiado. Intentó controlar la angustia, pero no lo consiguió y a los pocos minutos el miedo y el terror pudieron con él. Definitivamente comprobó que ya casi no podía respirar mientras intentaba marcar en el teléfono de la habitación el número de emergencias médicas para pedir una ambulancia.

Tenía la lengua bloqueada, la vista totalmente borrosa y el sueño le invadía de forma inevitable como una apisonadora, a pesar de su lucha titánica por mantenerse consciente y poder hacer esa llamada pidiendo auxilio. Necesitaba respirar. Necesitaba ver. Necesitaba poder mover el brazo. Pero no pudo, tenía el cuerpo completamente agarrotado y no consiguió mover un solo músculo. Quiso gritar pidiendo ayuda, pero su boca no atendía las órdenes de su cerebro y finalmente no tuvo más alternativa que rendirse y abandonarse a su suerte mientras llegaba a la conclusión de que aquella hija de puta de ojos verdes y piernas kilométricas le había puesto algo en el maldito ron.

A la mañana siguiente, cuando la empleada encargada de la limpieza diaria llegó al apartamento, se extrañó mucho de encontrar la puerta de la casa completamente abierta. Al entrar en el salón le pareció que todo estaba en orden, pero después observó en el suelo un gran reguero de sangre que provenía del dormitorio. Entró corriendo en la habitación muy preocupada y se llevó el gran susto de su vida. Encontró al dueño de la casa tumbado en el suelo boca abajo, totalmente desnudo, amordazado, con las manos y las piernas atadas a la espalda, mientras el auricular del teléfono se balanceaba descolgado de un lado a otro con el típico pitido de una llamada sin respuesta.

Joseba Urruticoetxea, Asesor Técnico del Ministerio del Poder Popular para Relaciones Interiores de la República Bolivariana de Venezuela, y antiguo miembro de la organización terrorista ETA, responsable de la muerte de veintitrés personas, había sido brutalmente asesinado. Alguien había entrado por la noche en su casa y le había reventado la cabeza a martillazos.

PRIMERA PARTE

UN VIAJE PELIGROSO

LUNES

24 de diciembre

Nochebuena

1

Las jodidas navidades ya estaban aquí. Nunca me habían gustado en absoluto, pero aquel día, de haber sabido en algún momento todo lo que iba a sucederme esa maldita Nochebuena en la que mi vida cambió para siempre, habría cerrado la puerta de mi casa con siete llaves y me habría quedado en la cama escondido debajo de las sábanas para el resto de mis días, sin atreverme siquiera a asomar la nariz.

Mi nombre es Patrick MacMillan, pero todo el mundo me llama Mac. Mi abuelo era de Cong, un pueblo de Connemara, la región más bella de Irlanda. Vino a España a luchar en la Guerra Civil con las Brigadas Internacionales, dentro de la famosa Columna Connolly. A la semana de llegar se dio cuenta de que era una guerra estúpida de malos contra malos y tomó sobre la marcha dos grandes decisiones: irse de putas y beberse del tirón las tres botellas de Old Bushmills que se había traído en el petate. Nueve meses después nació mi padre, dando así lugar a la rama española de los MacMillan que, salvo fallo inesperado en mi vasectomía, finalizará para siempre en su segunda generación. No, no tengo hermanos, al menos vivos. Según tengo entendido, debido a la tradición familiar de sembrar vástagos por todo el universo a la velocidad del rayo, tengo primos en media Europa, Australia, Nueva Zelanda y Estados Unidos, pero sinceramente nunca me ha asaltado el más mínimo interés en conocerlos. Como escribió Tolstoi en Ana Karenina, «Todas las familias dichosas se parecen, pero las infelices lo son cada una a su manera».

Soy agente de la división de Contrainteligencia del CNI, el servicio secreto español, conocido por todos los que nos ganamos la vida allí como «La Casa». Mi departamento no tiene nombre, pero es conocido como «El Carro de la Basura» o «Asuntos Húmedos». Qué más da, nombres distintos para la misma mierda, no existe en el organigrama. Nos ocupamos de operaciones de las que ningún otro de los tres mil quinientos agentes de La Casa puede ocuparse, salvo que esté dispuesto a ir a la cárcel por violar en una misma mañana cuatro o cinco artículos del Código Penal.

Hemos llegado a trabajar en el departamento hasta quince agentes, pero cuando el país se fue a la mierda con la crisis y llegaron los recortes, nuestro amplio equipo de trabajo había quedado por aquellas fechas reducido a tres personas. Estábamos instalados en las afueras de Madrid, en un discreto chalet adosado de la zona de Aravaca, con un rótulo en la puerta que nos anunciaba como Mercury System Consulting S.L., empresa a la que no tenía el gusto de co­nocer dado que la nómina la recibíamos cada mes de una compañía con sede en las Islas Caimán. No se podían dejar pistas.

El otoño en Madrid había durado exactamente tres semanas y se había precipitado a toda velocidad al más crudo invierno que se recordaba en años. A esas alturas de diciembre arrastraba una gripe monumental y conseguía ir sobreviviendo como buenamente podía a base de paracetamol en vena cada seis horas. Los lunes no me suelo levantar con buen pie por la mañana, pero la verdad es que tampoco se me pasa ni por la tarde ni por la noche. Navidad. Gripe. Lunes. Un coctel explosivo. No tenía ganas de conversación, pero Meg, mi compañera de trabajo y sin embargo amiga, no parecía entender el mensaje subliminal que pudiera deducirse de mi falta de respuesta a sus preguntas.

—¿Me estás escuchando, Mac? ¿Qué crees que me dijo el muy cerdo?

—No, no te estoy escuchando —le dije mientras seguía a lo mío.

—Venga, coño, no seas borde.

—No tengo ni puta idea. «No eres tú, soy yo.» «Podemos seguir siendo amigos.» «Necesito un tiempo.»

El tema me interesaba tanto como la biografía de Eminem y continué recogiendo las cosas de mi mesa. El cubilete de lápices del Metropolitan, mi iPod, una vieja navaja suiza, dos petacas vacías, mi Moleskine roja y las obras completas de Sherlock Holmes que utilizaba para matar el rato cuando no tenía ganas de trabajar. Las postales de Warhol, un ejemplar de la Constitución y el último libro de Saramago fueron al sitio que merecían: la papelera.

—No, no. Peor que eso. Me dijo: «Lo superarás.»

Era mi último día de trabajo. Empezaba un año de excedencia por asuntos propios en el que me iba a dedicar fundamentalmente a mirar el techo dejando pasar las horas sin remordimiento de conciencia alguno. Como complemento a dicha actividad, tenía previsto hacer un largo viaje, leer de nuevo todas las novelas de Marlow, dar largos paseos con Ringo dejándole mear a su mejor criterio por aquellos árboles que se cruzaran a su paso y ver uno detrás de otro los ochenta y seis capítulos de Los Soprano tirado en el sofá debajo de una manta, ciego de marihuana y Glenfiddich dieciocho años.

—Todas preferís un tío divertido que sea un golfo antes que un tipo aburrido sin dos dedos de frente, por mucho que fuera la mejor persona del mundo —dijo Chema, la tercera pata de nuestro Carro de la Basura.

—Cuando una mujer se siente sola se enamora del primer gilipollas que aparece, listillo —le contestó Meg.

—Pues búscate otro gilipollas como ese y asunto solucionado.

—Calla, calla. Estaba loca por ese tío, follaba como los mismísimos ángeles.

—Por favor, pásame su teléfono, estoy a punto de hacerme bisexual.

—¡Deja ya de decir tonterías, Chema. Apestas desde aquí a whisky de garrafón!

—Gracias al alcohol nunca me he acostado con una mujer fea. Pero me he levantado con cada callo....

Lancé dos pastillas efervescentes de Efferalgan a mi vaso de agua celebrando que tan profunda conversación entre mis dos compañeros de trabajo había llegado a su fin. Siempre he sido un ingenuo.

—Ya he asumido mi condición de monógama sucesiva. Novio nuevo cada tres meses.

—Una mujer puede ser feliz con un hombre siempre que no le ame —argumenté.

—Me gusta mucho. Y encima está forrado, tiene tres clínicas veterinarias.

—Por eso no te preocupes, ya no tendrá tanta pasta —le dije—. Mi veterinario dice que antes de la crisis si el perro miraba mal al dueño se lo llevaban a hacerle un chequeo de arriba abajo, pero que ahora se lo llevan cuando al pobre bicho le quedan dos telediarios.

Mientras me juraba a mí mismo que a la vuelta de mi año sabático pediría el traslado a un departamento integrado exclusivamente por empleados sordomudos, encendí un Montecristo Especial N.º 2 con mi Zippo de plata y di un largo sorbo a mi cuarto Nespresso Fortissio Lungo de la mañana.

—En fin, no he cumplido los treinta, soy rubia y mis tetas de momento siguen apuntando para arriba. Todavía puedo permitirme ciertos errores.

Meg estaba buenísima y, como suele suceder en estos casos, ella era plenamente consciente de dicha circunstancia. Realmente se llamaba Eva pero la habíamos bautizado así desde su primer día con nosotros porque era clavada a Meg Ryan en sus mejores tiempos. Éramos buenos amigos y la semana anterior habíamos tomado unas copas un par de veces y nos habíamos besado una.

—«La soledad es el patrimonio de todas las almas extraordinarias», dijo Schopenhauer —le comenté con la clara intención de dar por concluida la charla. Hay que tener muchos cojones para seguir dándole vueltas a un tema después de apelar a un filósofo alemán.

—Déjate de soledades, Mac. Tú sí que necesitas una novia. Y con carácter urgente.

—Siempre que veo a una mujer feliz está casada, pero siempre que veo a un hombre feliz está soltero.

—Tendrás que follar de vez en cuando, digo yo...

—Desde que me afilié al onanismo soy un ser libre. No, gracias, estoy retirado.

Al backup de mi ordenador le quedaban exactamente dieciséis minutos y cuarenta y dos segundos para finalizar, momento a partir del cual sería libre como un pájaro durante un año.

—Jefe, han mandado un e-mail del Ministerio —me dijo Chema—. La embajada de Cuba pide dos visados diplomáticos para un electricista y un fontanero que se incorporan a sus servicios de mantenimiento; quieren que les investiguemos.

—¿Y quién es el espía? ¿El electricista o el fontanero?

—Yo creo que los dos.

—Diles que se lo den y que nos dejen en paz —dije mientras conseguía acabar la frase antes de que me diera el noveno ataque de tos de la mañana.

—Ya veo que estás mejor de la gripe.

—Si a partir de los cuarenta no te duele nada es que estás muerto. Después de los cincuenta ya no me lo quiero ni imaginar.

—La crisis de los treinta es pavorosa, así que la de los cuarenta creo que acabará conmigo definitivamente. Y encima te fumas un puro, eres la hostia.

—Es mejor fumar puros que cigarros, consigues retrasar el cáncer. El día que me muera quiero que me enterréis con una caja de puros y un mechero. Pero que el mechero funcione, hijos de puta, que os conozco.

—Pues a la marcha que vas tendremos que ir preparando el pack. El día menos pensado te va a dar algo.

—Bicho malo nunca muere. ¿Quieres un café? —le pregunté mientras me levantaba a prepararme otro.

—No, gracias, que me espabilo. Ayer me di cuenta de que trabajo demasiado. Fui a calentarme la cena al microondas y me quedé bloqueado porque no recordaba el pin.

Bill Gates parecía ser menos desastre de lo que se rumoreaba por ahí y mi backup seguía avanzando viento en popa. Seis minutos, recogía el disco duro, besos, abrazos y hasta el año que viene.

—Te vamos a echar mucho de menos, jefe —dijo con pena Chema.

—Y yo a vosotros, familia, ya lo sabéis.

—Podrías abrirte un Facebook —dijo Meg—. Por lo menos seguiríamos sabiendo algo de ti...

—Prefiero que un tipo con las manos muy frías me haga un examen de próstata escuchando de fondo a Lady Gaga que tener una página en Facebook —le contesté.

—A veces parece que acabas de llegar en el Delorean —se quejó Chema.

—Quiero ser como el tipo que inventó el correo electrónico. No tiene ni móvil y se dedica a la cría de ovejas en Massachusetts.

—Hay que incorporarse a las nuevas tecnologías, no hay otro camino.

—Quita, quita. El día que descubrí YouTube me tiré tres días sin trabajar. No pienso volver a caer en ese error.

—¡Las redes sociales son muy prácticas para mil cosas, no es lo mismo!

—A pesar de Twitter y Facebook, el Prozac sigue siendo el medicamento más vendido del mundo. El segundo es la Viagra. Eso es lo que te encuentras en las redes sociales, tanto en las reales como en las virtuales. Depresión e impotencia. Conmigo que no cuenten.

«Conmigo que no cuenten.» Esas fueron las últimas palabras que pronuncié antes de que sonara mi móvil avisándome de que acababa de recibir aquel maldito mensaje que cambiaría para siempre el resto de mi vida.

2

Aquellos magníficos jardines habían sido diseñados durante el reinado de Carlos III y el resultado doscientos años después era sencillamente extraordinario. El olor a césped recién cortado, los setos de boj perfectamente perfilados, los esbeltos abetos azules y los inmensos álamos centenarios te transportaban inmediatamente a la campiña inglesa, a pesar de que nos encontrábamos a menos de diez minutos del centro de Madrid.

—Venga, tira el puto cigarro y vamos para dentro, que me acaban de avisar.

Apuré las dos últimas caladas de mi Marlboro, lo apagué en una jardinera que debía de costar mi sueldo de dos años y entramos en el edificio. El mensaje era de mi jefe, el director de Contrainteligencia del CNI, más conocido como El Zorro, y en él me convocaba inmediatamente a una reunión en el Palacio de la Moncloa, la sede de la Presidencia del Gobierno. El mensaje terminaba con las palabras clave «Luz del Día». Estado de máxima prioridad.

—Mi paraíso perdido son las zonas de fumadores. Llevamos aquí hora y media esperando —me quejé.

—Es la vicepresidenta del Gobierno, aparece cuando quiere.

—Coño, como Obi Wan Kenobi. Te hacía en Venezuela, Zorro.

—Me llamaron ayer por la tarde, cogí un vuelo a última hora de la noche y te he mandado el mensaje según hemos aterrizado.

—Pues si me avisas quince minutos más tarde no me pillas...

—Vaya pintas que llevas, Mac, te podías haber puesto una camisa y una corbata, no me jodas.

—Es mi camiseta preferida, te recuerdo que hoy me voy un año de vacaciones.

El Zorro era mi jefe desde hacía veinte años. Me lo había enseñado todo en la profesión y el tiempo nos había acabado convirtiendo en grandes amigos. Mi jefe, mi amigo, mi hermano y mi padre, todo al mismo tiempo. Caminamos a lo largo de varios pasillos hasta llegar a la sala de reuniones en la que estábamos citados. Un tipo bien trajeado con pinta de número uno de su promoción nos extendió la mano para saludarnos mientras mostraba una reluciente sonrisa ensayada con éxito contrastado en ocasiones anteriores.

—Juan Rubio, director del departamento de Seguridad Nacional de Presidencia del Gobierno. Encantado de saludarles. Siéntense, por favor, la vicepresidenta estará aquí en un momento. ¿Quieren tomar algo?

Yo pedí un doble espresso bien cargado sin leche ni azúcar y El Zorro una Perrier con una rodaja de lima. Es lo que tiene ser de buena familia y haber estudiado en los jesuitas. Nos trajeron rápidamente las bebidas y justo en ese momento se incorporó a la reunión la mujer más poderosa del país.

—Buenos días, caballeros, disculpen el retraso.

Nos levantamos para darle la mano pero ella prefirió saludarnos con dos besos, en un intento inútil por parecer una chica moderna. No pude evitar recordar las palabras de Jay Leno: «Cuando beses a un político recuerda que no solo le estás besando a él, sino también a cada culo que ha besado durante los últimos cuatro años.» Estaba más delgada de lo que parecía por la televisión, tenía cara de cansada y en su rostro se adivinaban unas ojeras levemente disimuladas a base de exceso de maquillaje. Llevaba el cabello estratégicamente descolocado y vestía unos pantalones de ante ajustados con unas botas altas. Parecía una ejecutiva de Price Waterhouse cenando sushi un viernes por la noche en el último japonés de moda más que la vicepresidenta del Gobierno en plena jornada de trabajo. Chico Número Uno de Su Promoción tomó la palabra disculpándose por el retraso.

—Los lunes para nosotros son días complicados...

—Aquí todos los días son lunes —se quejó ella—; siempre tenemos muchísimo trabajo. Y a eso le tengo que sumar que tengo un niño de dos años, que son justo los que llevo sin dormir.

—Le recomiendo las novelas negras escandinavas, son infalibles para el insomnio —dije intentando dar a la reunión un clima distendido—. A la tercera página caes irremediablemente en los brazos de Morfeo.

A Chico Número Uno le hizo gracia la broma pero ella puso una sonrisa forzada que duró aproximadamente un nanosegundo y abrió a continuación una carpeta atestada de papeles que acababa de poner encima de la mesa.

—Señor MacMillan, su director nos ha dado magníficas referencias de usted —dijo mientras ojeaba los documentos.

—Bueno, hay opiniones, ya sabe cómo son estas cosas...

—Parece evidente que es usted el agente indicado para el asunto que tenemos entre manos —dijo mirándome fría como el hielo.

—Es amigo mío, no se lo tenga muy en cuenta.

—Por lo que veo en su expediente también hablan bien de usted sus enemigos.

—Vaya, eso ya me preocupa más.

—¿Tiene muchos?

—Solo los necesarios. Quien dice que no tiene enemigos o es un imbécil o miente.

—Veo también que ha participado con éxito en diversas operaciones antiterroristas.

—Ha sido una forma de ganarme la vida, tal vez por mi incapacidad para reventar cajas fuertes o cosas más lucrativas. Por cierto, llámeme Mac.

—Señor MacMillan —dijo ignorando mi invitación mientras ponía cara de sorpresa ante uno de los misteriosos papeles que observaba—. Espero que haya dejado usted de pegarse con otros agentes de La Casa.

Los políticos siempre me han producido urticaria, definitivamente esa mujer no tenía el más mínimo sentido del humor. Mientras buscaba en mi cabeza la respuesta adecuada me miró fijamente a los ojos esperando una expresión de asentimiento por mi parte. Supongo que eso es una de las cosas que te da el poder, que todo el mundo te dice que sí a todo.

—Tuve una mala noche, eso es todo. Sereno no se me hubiese ocurrido nunca hacerlo.

—Veo que fue a raíz de ese incidente cuando estuvo dos años destinado en nuestra embajada en Londres.

—Así es. Me fui cuando España era rica y próspera, y cuando volví había seis millones de parados y estábamos en la ruina. Fue todo un viaje en el espacio-tiempo.

—Sí, estamos atravesando momentos difíciles...

—No me acostumbré a la vida inglesa, la comida es un desastre y llueve permanentemente. Me gusta el sol y comer bien, estoy lleno de prejuicios y ya soy muy mayor para cambiar.

Mientras decidía si aquella señora me caía mal, muy mal o definitivamente mal apuré un largo sorbo a mi taza de café. Los recortes de presupuesto no debían de haber llegado aún al servicio de catering de Presidencia del Gobierno, el café era sencillamente extraordinario y de hecho apostaba diez a uno a que aquella taza contenía una excelente muestra de Malongo Blue Mountain. Doscientos pavos el kilo.

—Veo que después pasó usted un tiempo en un hospital —dijo continuando impasible con su interrogatorio.

—Psiquiátrico. Hospital psiquiátrico. La nube negra.

—¿Perdón?

—La nube negra. Depresión.

—Ya... Está usted mejor, espero.

—Cuando le preguntas a un esquizofrénico cuánto son dos más dos te contesta que cinco. Un neurótico te dice que son cuatro, pero que no le gusta. Yo soy una mezcla de ambas cosas al mismo tiempo.

—No ha contestado a mi pregunta, me refiero a que si ya está usted totalmente recuperado.

—Bueno, voy llevándome bien conmigo mismo, si es a eso a lo que se refiere.

Cerró la voluminosa carpeta y la puso a un lado de la mesa apartándola de su vista. La primera fase del tercer grado pareció que había llegado a su fin.

—Bueno. Entremos en materia, tengo otra reunión en cuarenta minutos —continuó—. Sé que las navidades son fechas complicadas para todos, pero tenemos entre manos un asunto de seguridad nacional extremadamente grave que es necesario gestionar con carácter inmediato.

Dudé si era el momento de poner las cartas encima de la mesa. La duda me duró poco.

—No tengo mujer, ni hijos ni familia, y odio profundamente la Navidad. Tan solo hay un problema. Hoy es mi último día de trabajo, comienzo un año de excedencia por asuntos propios.

—Bueno, siempre puede aplazarlo unas semanas...

—Tengo un viaje planificado para los próximos días, creo que no voy a poder ayudarle, lo siento de veras. Sería conveniente que otro agente se hiciera cargo del asunto, si me permite la sugerencia.

—No estaba al tanto de esa circunstancia. En cualquiera de los casos, estamos ante una situación urgente y en este momento precisamos de sus servicios.

—Entiendo perfectamente lo que dice, señora vicepresidenta, pero en estos momentos no estoy disponible, el día uno de enero tomo un vuelo a Sídney y voy a estar al menos tres meses fuera de España. Creo, y disculpe mi insistencia, que deben buscar a otra persona que se haga cargo del caso.

Aquella mujer no parecía muy habituada a que alguien le llevara la contraria. Blancanieves se transformó en cosa de dos segundos en Cruela de Vil y me clavó firmemente su mirada de sargento de la Legión Extranjera transmitiéndome claramente el mensaje de que estaba dispuesta a cortarme los huevos en ese mismo instante si era absolutamente necesario. Miré al Zorro buscando su apoyo, pero se hizo el loco como si la cosa no fuera con él. Como dijo Nietzsche, donde empieza el Estado, termina el hombre. Se mascaba algo de tirantez en el ambiente. Solo fue hasta que la madrastra de La Cenicienta volvió a tomar la palabra

—Mucho me temo que su año de excedencia va a tener que esperar, señor MacMillan —dijo sin apartar su mirada de mí—. Tienen ustedes infiltrado en el CNI a un miembro de la banda terrorista ETA. Es usted el agente que tiene que hacerse cargo del asunto, supongo que no es necesario que le dé muchas más explicaciones. Por favor, Juan, pon a estos señores al corriente de la situación.

Puedo asegurar que el golpe de efecto le funcionó. El Zorro y yo nos miramos al tiempo observando nuestras respectivas caras, blancas como la nieve. Era la peor noticia que podía recibir un responsable de Contrainteligencia. La peor de todas.

3

—Les haré un breve resumen, todo está explicado pormenorizadamente en este informe.

Número Uno De Su Promoción tomó por primera vez la palabra, estaba claro quién llevaba los pantalones en aquella casa. Acompañó sus palabras con la entrega de una carpeta con el membrete de Presidencia del Gobierno y un sello rojo con dos palabras destacadas en letras de gran tamaño: «Alto Secreto.»

—El Gobierno está manteniendo en Oslo una serie de contactos con la banda terrorista ETA —comenzó a explicarnos—. El objetivo es negociar la disolución definitiva de la banda así como la entrega de las armas por su parte.

Aquella información confirmaba los rumores que nos habían ido llegando desde hacía varios meses y ratificaba nuestras sospechas de que esos hijos de puta se iban a ir de rositas después de haber asesinado a más de ochocientas personas durante sus cincuenta años de existencia.

—Estamos ante una oportunidad histórica de cerrar todo este terrible asunto —prosiguió Chico Listo—. Hemos realizado diversos sondeos de opinión que señalan que solo el veinticinco por ciento de los españoles está en contra de un fin negociado de ETA.

«Joder, somos el país del veinticinco por ciento —pensé—. Veinticinco por ciento de paro, veinticinco por ciento de fracaso escolar, veinticinco por ciento de tasa de pobreza, veinticinco por ciento de comisión, veinticinco por ciento a favor de la negociación.» Me guardé la reflexión para mí por razones obvias mientras seguía escuchando a aquel tipo al que, por cierto, el traje le quedaba como un guante.

—Según nuestros informes la banda está asfixiada económicamente y tan solo quedan en activo unos cincuenta, máximo sesenta terroristas. Creemos que la disolución y entrega de las armas será pronto y rápido —continuó Chico Listo—. No obstante, el proceso de negociación del que les informamos ha sufrido recientemente dos serios contratiempos. La semana pasada apareció asesinado en extrañas circunstancias en su casa de Caracas el etarra Joseba Urruticoetxea. Era uno de los aproximadamente treinta terroristas que están huidos en Venezuela bajo la protección del gobierno chavista.

«Dios le tenga en su gloria al hijo de la gran puta», pensé. Este era el pájaro que puso un coche bomba en el Cuartel de la Guardia Civil de Málaga en el año noventa y seis. Mató a veintitrés personas, seis de ellas niños.

—No ha sido el único asesinato —continuó—. Dos días después apareció muerto en La Habana el etarra Alberto Muguruza. Había salido de la cárcel hace cuatro meses por razones humanitarias, estaba en estado terminal por un cáncer de páncreas y ahora vivía allí bajo la protección del régimen de los Castro. Como recordarán, fue el asesino de Javier Blanco, el concejal de Elorrio. El informe de la autopsia dice que le inyectaron tiopental sódico, bromuro de pancuronio y cloruro de potasio. Es la combinación química que se utiliza en Tejas con los condenados a muerte.

—Vaya, alguien está realmente cabreado —dijo El Zorro.

La vicepresidenta había permanecido en silencio durante la narración de su colaborador. A continuación tomó la palabra. Su gesto era de grave preocupación.

—Los asesinados eran dos de los miembros de la banda más involucrados en el proceso de negociación que estamos llevando a cabo. Ya no se encontraban en activo, pero gozaban de mucho prestigio en la banda y su opinión a favor del proceso de paz ha sido hasta ahora fundamental. Con ambos asesinatos las cosas se ponen muy difíciles, actualmente dentro de ETA hay dos sectores enfrentados. Un sector a favor de disolverse y entregar las armas. Otro partidario de volver a los atentados. Pensamos que la facción dura ha decidido forzar las cosas para dar por concluida la negociación.

—¿Alguna sospecha o indicio sobre el autor de los asesinatos? —pregunté.

—Ahora vamos con eso —contestó Cruela de Vil—. Todavía no les hemos contado lo peor. Continúa, Juan, por favor.

—El pasado miércoles se desarticuló en Francia un comando de ETA. En una operación conjunta de la Guardia Civil con el SDAT, la policía antiterrorista francesa, se detuvo a cinco importantes terroristas. Toda la operación arrancó en una cárcel de Sevilla. La novia de un preso etarra le pasó un teléfono móvil en un vis a vis. Lógicamente le pillamos por las cámaras de seguridad, pero en vez de quitárselo pinchamos el teléfono y le dejamos usarlo durante una temporada. La información obtenida resultó ser de altísimo valor. A través de las escuchas tuvimos conocimiento de un próximo encuentro de varios terroristas en una iglesia cerca de Bayona. Montamos un sistema de seguimiento a todos ellos después de la reunión y dos días más tarde nos llevaron hasta su madriguera, una casa rural a cinco kilómetros de Biarritz. Les detuvimos a todos.

—¿Sacaron algo de valor en los interrogatorios? —preguntó El Zorro.

—Je n’ai rien à dire. Tout ce que j’ai declaré c’était sous pression et c’est faux —repitió Cruela de Vil en un perfecto francés.

—«No tengo nada que decir. Todo lo que he declarado fue hecho bajo presión y es falso» —confirmé—. Lo de siempre. ¿Encontraron algo relevante en la casa?

—Mil trescientos kilos de nitrato amónico. Quinientos kilos de nitrato potásico. Más de doscientos litros de ácido sulfúrico. Cientos de garrafas con pentrita, polvo de aluminio, nitrometano y amonitol. Detonadores. Material electrónico y temporizadores para coches bomba. Más de cien pistolas y treinta ametralladoras. Varias decenas de matrículas falsas.

El Zorro y yo nos miramos con cara de incredulidad y sorpresa. Aquello tenía que ser el puto almacén central de ETA, posiblemente el mayor golpe a la banda en los últimos veinte años.

—Sé lo que están pensando —dijo Chico Listo interrumpiendo nuestros pensamientos—. Efectivamente, es su depósito central de armas. Pero hay un problema. Un grandísimo problema. Lógicamente interrogamos a los vecinos de las casas cercanas. Ninguno había visto nunca nada extraño, la casa solía estar vacía y el escaso movimiento de gente se justificaba con que la vivienda estaba en alquiler para fines de semana y vacaciones. Pero como suele suceder en ocasiones, obtuvimos por casualidad una información de vital importancia. Daniel, el hijo de quince años de uno de los vecinos, se presentó en la gendarmería un día después de que la policía estuviera en casa de sus padres. No quería contar el tema delante de ellos. Parece ser que aprovechando que la casa suele estar vacía, ha instalado en el cobertizo del jardín su nidito de amor. La semana pasada, estando allí con una amiga, escuchó ruidos en el jardín. Miró por la ventana y vio a dos tipos cargando numerosos bidones en una furgoneta, calcula que unos ochenta o noventa. Estimamos que son aproximadamente mil kilos de explosivo. Lógicamente el chaval no se atrevió a salir. Según parece, la operación duró un par de horas y luego los tipos se marcharon precipitadamente de la casa. Antes le cambiaron las matrículas a la furgoneta y cargaron unos aparatos eléctricos. La policía francesa le enseñó varias fotografías al chico e identificó los cacharros como temporizadores. La furgoneta es una Fiat Ducato, el mismo modelo con el que ETA voló la T-4 del Aeropuerto de Barajas.

El Zorro y yo estábamos demudados, esa furgoneta ya debía de haber cruzado la frontera. Era evidente que ETA iba a cometer un gran atentado en los próximos días. Todo aquello era extremadamente preocupante. La vicepresidenta se aclaró la garganta y adoptó una actitud de trascendencia, como si fuera a lanzar un mensaje para la posteridad. Frunció el ceño y se quedó pensativa, como analizando la manera adecuada de contarnos lo que nos quería transmitir. Finalmente arrancó a hablar.

—Me quedan cinco minutos —dijo mirando su reloj—. En la casa de Biarritz, además de todo el material explosivo del que les hemos informado, han aparecido mil doscientas microfichas del CNI que contienen órdenes de operaciones con identidades de los agentes que han intervenido, procedimientos operativos, códigos de comunicación y detalles financieros de cada operación llevada a cabo contra los terroristas.

El Zorro y yo no dábamos crédito a lo que estábamos escuchando.

—En definitiva, información clasificada como altamente confidencial por el CNI y toda ella relativa a la lucha contra ETA —continuó—. Ello solo nos puede llevar a una clara conclusión.

—Tenemos un topo de ETA infiltrado en La Casa —dijo El Zorro.

—Así es. Y sospechamos firmemente que todo lo que les hemos contado está organizado y coordinado por la misma persona. Un topo de ETA en el CNI que pertenece al ala dura de la banda y que quiere acabar con la negociación, para lo que ha puesto en marcha dos planes simultáneos. Por un lado, asesinar a miembros de ETA favorables a la entrega de las armas y la disolución de la banda terrorista. Por otro, cometer un gran atentado que inevitablemente dé por concluido el proceso de negociación y el consiguiente fin de la banda.

Por primera vez en toda la reunión, la vicepresidenta pareció relajarse. Tomó una pequeña botella de agua de la mesa, dio un prolongado sorbo, y la volvió a depositar en su lugar original. Solo estaba recargando el depósito de gasolina. Nos señaló a ambos con el dedo y al más puro estilo del Tío Sam nos dijo:

—Hay muchas vidas en juego. Tienen que localizar a ese cabrón urgentemente. A ser posible vivo.

4

—Te entiendo perfectamente, Zorro, es un tema muy gordo, pero no cuentes conmigo, lo siento de veras. Tengo un billete para Sídney el día uno de enero a las ocho cuarenta y cinco de la mañana y puedo asegurarte que ese avión despegará conmigo dentro.

El camarero nos trajo los bocadillos de tortilla y los cafés. El Zorro y yo habíamos salido muy tocados de la reunión y decidimos reponer fuerzas en La Ardosa, la taberna de la calle Santa Engracia en la que posiblemente sirven la mejor tortilla de patata de todo Madrid.

—Esta tía tiene más cojones que Margaret Thatcher —dijo El Zorro—. Mac, tienes que hacerte cargo de este asunto. Hemos tenido una fuga de seguridad muy grave, tenemos que localizar a ese tipo rápidamente.

—Como diría Berlusconi un domingo a las seis de la mañana: necesito un descanso. Lo sabes igual que yo.

—¿Dónde coño está tu patriotismo?

—Venga, Zorro, me conoces desde hace veinte años, no vayas por ahí. Un patriota es un idiota, detesto profundamente todos los nacionalismos. Solo han traído millones de muertos a lo largo de la historia, me dan grima todos los himnos y banderas, incluida la nuestra.

—No soy partidario de negociar con los terroristas, ya lo sabes, pero estamos ante una oportunidad histórica de acabar con las dos Españas.

—Esta tortilla está de puta madre —dije saliéndome a propósito de la conversación para sacarle de sus casillas—. Es mentira que haya dos Españas, Zorro, si fuera así yo viviría en la otra. Somos un país con metástasis colectiva.

—Joder, no seas raro, Mac, te necesito en esto, ¿no lo puedes entender?

—Mis padres siempre me decían que soy un raro, mi mujer me decía que soy un raro, mis amigos me dicen que soy un raro. Efectivamente, Zorro, grábatelo en la cabeza de una puta vez. Soy un raro.

—Sí, eres un raro. Y un puto pesimista.

—Soy un pesimista vitalista que aún tiene esperanzas en sí mismo y ninguna en los demás.

—¡Te necesito para arreglar este marrón, coño! Además sabes que me tengo que volver a ir en dos días, tengo concertadas reuniones con los servicios secretos de media Iberoa­mérica para toda esta semana.

—Hay más de doscientos etarras en busca y captura sin detener y más de trescientos asesinatos sin condena judicial. Por cierto, la mayoría ha prescrito. Ya no creo en esto, Zorro, eso es todo. Me voy a Australia. Es el país que está más lejos de España, si pudiera irme a Marte no dudes que lo haría.

Le conocía perfectamente, tanto como él a mí. Mi actitud fría hacia el problema era totalmente intencionada, quería que se olvidara de mí para aquel asunto y que se buscara a otro. Yo tenía que jugar mis cartas, aunque tenía claro como el agua que ahora venía otra vuelta de tuerca. Lo noté en el brillo de esos ojos que me habían mirado decenas de veces de forma amenazante.

—Te pido por última vez que lo reconsideres, Mac, no te lo pido solo por mí. Está la Presidencia del Gobierno detrás del asunto, si te niegas, no puedo garantizarte que no anulen hoy mismo tu excedencia. O incluso que te planten en la puta calle. Y no están los tiempos como para perder un trabajo fijo.

Aquello era un golpe bajo. Una cosa era retorcerme el brazo y otra muy distinta darme esa puñalada trapera por la espalda. No me lo esperaba de él, sabía perfectamente que necesitaba parar un tiempo.

—Si Almodóvar ha conseguido vivir del cine y Marilyn Manson de la música, supongo que yo no me moriré de hambre. A lo único que aspiro ahora mismo es a no trabajar en nada, reivindico el sagrado derecho a la pereza por razones de salud mental.

—No me gusta lo que te voy a decir, pero si no te haces cargo del caso estás despedido, Mac. Siento llegar a este punto, pero es lo que hay. Yo que tú me lo pensaría antes de hacer alguna gilipollez que no tenga vuelta atrás.

Di el último mordisco a mi magnífico bocadillo, apuré lo que quedaba en la taza de café y dejé el dinero de la cuenta encima de la mesa en una clara señal de que daba la conversación por terminada.

—Voy a hacer unas averiguaciones —le dije respondiendo a su amenaza—. Mi respuesta sigue siendo no, pero voy a moverme un poco por La Casa a ver qué se cuece. Te llamo esta noche.

—Esta noche es Nochebuena —se quejó.

—Y mañana Navidad.

Me levanté de la mesa, cogí mi cazadora, la mochila y el casco de la moto y me dirigí hacia la puerta. Cuando estaba a punto de salir escuché su voz a mi espalda. Seguía enfadado, pero se debió de dar cuenta de que se le había ido la mano y quería quitarle hierro a la situación.

—¿Qué coño significa el número de tu camiseta? —me preguntó.

—Es el número de preso de Mandela. 46664. Le admiro mucho. Estuvo encerrado veintisiete años en ocho metros cuadrados y cuando salió fue capaz de hacer una revolución sin pegar un solo tiro. Yo no habría sido capaz.

5

Ajos. Un bote de cayena. Un pimiento verde. Un pimiento rojo. Dos puerros. Dos cebollas. Un par de ñoras. Tres tomates. Azafrán. Una bolsa de almendras. Un bogavante. Un paquete de arroz bomba. Aceite de oliva virgen extra. Un pan de payés. Una botella de Enate Chardonnay. Repasé mentalmente la lista y comprobé que lo llevaba todo. Solo faltaba el jamón. Crisis? What crisis?

A pesar del frío y de la gripe había decidido dar un paseo y hacer la compra para la cena de Nochebuena. Necesitaba despejarme y me apetecía estirar las piernas mientras fumaba un par de cigarrillos por el camino. Dejé mi Harley bien encadenada a un árbol en la puerta de La Ardosa y cogí Bravo Mu­rillo arriba hasta llegar al Mercado de Maravillas. L

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