Una habitación compartida

Inés Martín Rodrigo

Fragmento

Prólogo: Intruso en la bahía de Vermeer por Enrique Vila-Matas

PRÓLOGO

Intruso en la bahía de Vermeer

Al entrar en este «cuarto compartido» o «habitación propia expandida» ocupada exclusivamente por escritoras, me veo como un imprudente al que —para no ser plenamente identificado con aquel que sospecho que soy— prefiero llamar «el visitante» o, mejor, «el intruso», alguien a quien acabo viendo entrar con cautela en el libro mientras trata de no perder de vista que «un hombre en un Vermeer siempre da la sensación de que es un visitante, un completo intruso, pues las mujeres del pintor holandés no sólo viven en esas habitaciones, las ocupan totalmente» (Witold Rybczynski).

Recuerda el intruso ahora mismo el mediodía en el que descubrió el talento literario de Inés Martín Rodrigo en una entrevista con el escritor británico Tom McCarthy que leyó el 18 de enero de 2016. Y también cómo en la noche de aquella misma jornada, hallándose bien aburrido en el teatro (una ópera de Auber), no logró remontar del todo su estado de tedio hasta que no comenzó a reconstruir de memoria el momento del mediodía en el que le había hipnotizado el ritmo alto de aquella excepcional entrevista.

«Es bastante probable que el nombre de Tom McCarthy no les suene de nada...», comenzaba diciendo Martín Rodrigo al inicio de aquella densa conversación que el intruso fue reconstruyendo de memoria en la ópera y que al volver a su casa decidió que sería una entrevista que no perdería jamás de vista, algo que llevó a cabo, y la prueba es que, pasado el tiempo, la conserva en una vieja fotocopia que muestra señales de haber sido subrayada, literalmente acribillada por un lápiz muy activo que delata los destellos continuados de su asombro ante lo que estuvo leyendo aquel 18 de enero.

Había «algo» allí en el lenguaje empleado por entrevistadora y entrevistado que le trasladó a un mundo distinto del que estaba habituado a encontrar en las páginas culturales de los periódicos que frecuentaba. Por encima de todo, había ciertos signos de que en literatura algo nuevo podría estar renaciendo bajo otras formas, algo así como una nueva estética optimista, quizá porque en la entrevista McCarthy demostraba tener buenas ideas para renovar la literatura y sostenía, por ejemplo, que ficción y arte eran lo mismo, pues, a fin de cuentas, decía, «la palabra ficción» no tenía por qué indicar lo opuesto a «lo real», más bien lo contrario, denotaba todas las formas de narrativa y de alusión insertas en el tejido de la experiencia pública y privada.

Y recuerda también ahora el intruso que la conclusión a la que llegaba McCarthy era tan simple como probablemente esencial: la ficción hecha de viejas convenciones no sólo ha cometido la estupidez de excluir todas estas historias —todos esos innumerables códigos y narrativas superpuestas que tantas infinitas posibilidades ofrecen y que el culto a lo convencional ha rechazado para poder seguir cocinando los platos típicos naturalistas—, sino que también ha olvidado lo que en sus orígenes tuvo de radical y de apasionante el arte de la literatura.

Precisamente esa pasión algo olvidada o extraviada podía detectarse en las preguntas de Martín Rodrigo y debió de ser lo que más influyó en el equívoco en el que el intruso o visitante cayó cuando empezó a dar por sentado que todo lo que a partir de entonces fuera a leer de esta escritora y entrevistadora tendría el mismo registro, el mismo tono alto de vanguardia (sí, eso que suena tan anticuado, pero que es tan necesario: la vanguardia). Se mire por donde se mire, aquel equívoco tenía un punto demencial, porque sólo le conducía a creer que Martín Rodrigo era una periodista cultural nueva, especializada en entrevistar únicamente a McCarthys, una actividad en realidad bien imposible de llevar a la práctica, por falta, sobre todo, de McCarthys.

Lo cierto es que el intruso tardó en desenredar el ovillo del equívoco y si tardó tanto fue porque en los días siguientes le despistó el casual hallazgo de la entrevista que, un mes antes de aquella con McCarthy, Martín Rodrigo le había hecho a Renata Adler, que no era precisamente una escritora de consumo regularizado entre los lectores españoles, sino una vanguardista extraña y bien notable, la autora de una obra maestra, Oscuridad total, un relato de amor, o, lo que venía a ser lo mismo, de desamor y ruptura, sobre la desorientación y el vacío que siguen a todo final de un gran amor, pero siempre alejado de los clichés al uso, y con una concepción de la escritura que aún hoy mismo sorprenden por su radical y absoluta modernidad.

El mundo rompedor de Adler tenía más de una conexión con las avanzadas propuestas de McCarthy, lo que al intruso le hizo reafirmarse aún más en su extraña idea de que Martín Rodrigo estaba especializada exclusivamente en entrevistar a las mentes más avanzadas o progresistas de la literatura contemporánea. Por si fuera poco, aquel excéntrico espejismo se vio reforzado por la inesperada entrevista que la propia periodista le hizo al mismísimo (y sobrecogido) intruso un 19 de febrero de 2017 cuando supo que éste acababa de publicar una novela. Las respuestas del entrevistado rozaron la locura, porque se lanzó en tromba a realizar declaraciones que trataron inútilmente de estar a la altura de las teorías de McCarthy y Adler sobre «literatura expandida»...

Pero el equívoco se estrelló contra los diques de la cordura cuando en abril de aquel mismo año descubrió una entrevista de Martín Rodrigo con Zadie Smith (que le contestaba siempre con vuelos planos cuando no rasantes) y comprendió de golpe que en realidad aquella periodista era una entrevistadora «todo terreno» y estaba abierta a toda clase de literaturas y no sólo a las que podían considerarse mccarthyzadas. Así las cosas, diluido el equívoco, en los días que siguieron, el intruso se fue convirtiendo en un adicto tranquilo de las entrevistas que Martín Rodrigo iba publicando —Siri Hustvedt, Vivian Gornick, Alma Guillermoprieto, Ida Vitale, Gloria Steinem, Nicole Krauss, Cynthia Ozick, Elena Poniatowska, Svetlana Alexiévich, Elvira Navarro, Rosa Montero, Edna O’Brien— y por tanto se fue adentrando en el «cuarto compartido» en el que, con los meses y los años, acabaría convirtiéndose este libro, esta antología de encuentros con grandes escritoras de nuestros días. Dicho de otra forma, fue leyendo antes de tiempo este libro cuando aún no era libro, y entrando en el mundo de la bahía de Vermeer, yendo y viniendo de unas voces a otras para acabar observando que, tal como decía Wallace Stevens, «el día más antiguo y más nuevo sólo es el más nuevo».

Todo, en efecto, es nuevo aquí en este libro tan antiguo, pero sin duda pensado para poder leerlo en el día más nuevo. Mediante un amplio registro de voces que serían capaces de ocupar hasta el último rincón de un complejo y ambiguo puerto de mar, se nos explica aquí de una forma extraordinariamente entretenida qué es una habitación y por qué ésta en realidad es, por méritos propios, una palabra que es

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