Materia prima

Francesc Serés

Fragmento

Baja en ascensor, ay no, que no tiene,
camina deprisa, camina deprisa,
en el rellano de abajo, se encuentra a Roser,
tú te sonrojas, ciudadano de a pie.

QUICO PI DE LA SERRA, «Ciudadano de a pie»

«... los hombres ya nacen con la máscara puesta y las arrugas grabadas cada una en su sitio, en la frente, en la comisura de los ojos, en la comisura de los labios, en las mejillas, son ya muchos años haciendo siempre lo mismo, escupiendo al que pierde y sonriendo al que gana...»

CAMILO JOSÉ CELA, Cristo versus Arizona

—Camarada, el realismo socialista te necesita. ¿No has oído el discurso del comisario?

—Ah, sí, el sermón, la ideología... Es que... es que he llegado tarde... Ya no me acuerdo de lo que he oído al principio, porque casi me he dormido y el final no lo he entendido, ya ves, maldito vodka... ¿Qué dices que hay que hacer ahora?

DIMITRI PETROVKIN, La nariz de Borís Gudouski

Conozco el camino

Conozco el camino

«Siempre me pasa lo mismo, es así como yo hago un psicotécnico, me pongo muy nerviosa y aquí no puedo fumar», me dice mientras se muerde una cutícula del dedo meñique. No deja de morderse las uñas ni un instante, cuando saca el dedo de la boca le sale un hilillo de sangre y entonces vuelve a chupárselo. Al otro lado del cristal, un montón de chicas atienden llamadas, cada una en su celda —la psicóloga las ha llamado puestos—, aisladas en medio del entramado que forman las mamparas. Están haciendo encuestas para saber qué se ha comprado estas navidades.

La psicóloga que nos entrevista —traje chaqueta y pelo recogido, maquillada ni mucho ni poco— utiliza un tono condescendiente, como si buscase implicarnos y demostrarnos la importancia que dice que tiene este trabajo. La corrección del traje chaqueta y el maquillaje adecuado encajarían en el papel de una secretaria de alto standing, aquí se ven forzados. Mueve mucho las manos, pero sus maneras son empalagosas y poco creíbles, se nota que actúa, que sigue las normas de algún guión, un guión que parece gastado, rutinario, que ya ha sido interpretado muchas veces; que es un trabajo de mierda lo sabemos todos, pero debe parecer que no nos damos cuenta.

—Es fundamental que entendáis que para nosotros los psicotécnicos son muy importantes. Atenderéis a cien personas cada día y no quiero que os volváis locas. —Las tres chicas me miran y se ríen, les ha hecho gracia el femenino, sólo hay dos hombres en la planta y uno es el informático de guardia—. Imaginad que os insultan. Sí, imaginad que os gritan por teléfono. A veces la gente está enfadada; imaginad que tenéis que atender la llamada de un señor que afirma que lo han estafado y dice que ya ha llamado diez, quince, veinte veces, y que no ha obtenido respuesta satisfactoria alguna. No digo que no lo hayan estafado ni que no lo hayan atendido, él lo cree y eso es suficiente. ¿Qué tenéis que hacer?

—¿Callar? —apunta con prudencia la chica que se muerde las cutículas.

—Callar, sí, muy bien. Podéis marcar la respuesta, callar. Nunca lo hubieseis dicho, ¿verdad? —La chica de las cutículas me sonríe y arquea las cejas para decirme que ella ya lo sabía—. Silencio. Callar, eso tenéis que hacer. Cree que están en deuda con él, se queja y quiere devolver el golpe. El golpe que él cree que dará a la empresa no llegará a ninguna parte, no podrá hacer nada si calláis, se dará cuenta de que ha perdido los estribos y aún estará más jodido. Ya está. Habéis ganado y él no sabrá qué hacer. Y si vuelve a gritar, volvéis a callar. Los gritos son puñetazos en el aire, a ciegas, nada más. Ya sabéis una respuesta, en la doce marcad la c.

Estamos cuatro en la mesa, hojeamos el test, leemos y rellenamos casillas entre el murmullo confuso de las voces de las operadoras y el ruido de los teclados. De vez en cuando se levanta alguien para ir al baño. Cuando he ido a lavarme las manos, el aire era irrespirable, apestaba a tabaco y humedad. No se puede fumar, el ambiente se reseca y la voz se resiente. Durante la entrevista previa nos han advertido de que sólo las mejores pueden trabajar ocho horas a pleno rendimiento, que la voz ha de parecer siempre descansada y alegre, por eso prefieren chicas jóvenes y que no fumen. Además, las fumadoras, cuando no lo pueden hacer, se ponen nerviosas, nos ha dicho la psicóloga.

La chica que se muerde las cutículas pasa de un dedo al otro y la mesa tiembla porque no deja de mover las piernas, toca con la rodilla una de las patas y ya me ha hecho hacer más de un garabato. Las otras chicas le han dicho que pare, pero los nervios pueden con ella. Nos ha contado que había trabajado en un call center de L’Hospitalet. En todos pagan lo mismo, una vez intentó trabajar a comisión para ver si así ganaba un poco más, pero no lo consiguió, ni ella ni ninguna de las otras chicas que aceptaron ir a tanto por contrato. «Este trabajo es una mierda, ya lo veréis. Pero claro, salgo de una cadena de panaderías y todavía es peor, así que vuelvo al redil, estoy harta de la peste a pan y grasa, del calor y el verano...», nos ha dicho antes de entrar. El test está lleno de preguntas que intentan medir la capacidad de dialogar con la estupidez, que quizá sea otra manera de relacionarse en este trabajo, «¿Es honesto o es rápido?». Veo caras raras mientras la chica, que ahora chupa el tapón del bolígrafo, pasa a la última página. Hasta aquí llegan las cantinelas de las operadoras: presentaciones, nombres y números que se solapan unos con otros.

Acabamos. Nos dicen que salgamos a la terraza, que en la sala de al lado están en obras y no tienen otro lugar habilitado.

Fuera, se oyen los autobuses que entran y salen de la Estación del Norte y los numerosos camiones de la empresa de mensajería de enfrente. En la terraza de abajo hay una cerca con un perro en el interior, un mastín del Pirineo, enorme, pero delgaducho y triste, parece que nadie se ocupe de él, tiene el pelo amarillento en vez de blanco, al menos le cubre las costillas pero su cara es un hueso. La chica le tira un trozo del bocadillo que lleva en el bolso y el perro ladra sin ánimos ni fuerzas, baja la cabeza como si tuviese miedo de mirarnos, los ojos llenos de legañas que le forman costras hasta las mejillas. No se ven excrementos, se los debe de comer.

La chica que se muerde las

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