Olympia
Creativa y perfeccionista, a pesar de haber disputado tres Juegos Olímpicos sigue soñando con hacer historia.
Iratxe
Vive por y para la gimnasia. Su experiencia unida a sus conocimientos educativos hacen de ella una gran entrenadora. Siente que su trabajo se ve reflejado a través de la gimnasia de Olympia.
Serena y Laura
Aunque ya no comparten equipo ni residencia, siguen siendo dos de las mejores amigas de Olympia. Cambiar el tenis por la música ayudó a Serena a ser ella misma. Y Laura sigue respaldando a Oly con su humor y sus manías.
Jessica
Fuerza, potencia y carácter definen su gimnasia. A pesar de no conseguir ir a los Juegos de Atenas sueña con ser olímpica, aunque su precio sea muy alto.
Leo
Es actor y el nuevo amigo de Olympia. Muy comprometido con su profesión, espontáneo y divertido, se convertirá en el hombro en el que Olympia pueda apoyarse fuera de la gimnasia.
Thierry
Este patinador francés es elegante, atractivo e irresistible para Olympia.
Aleksei
Es un gran patinador ruso veterano. Será la pareja de patinaje de Olympia, aunque su carácter estricto les traerá algún problema.
Mario
Exnovio de Olympia y retirado de la competición como gimnasta, seguirá vinculado a su deporte y a la Federación deportiva.
—¿Será por aquí? —se preguntó Olympia en voz alta.
Estaba enfrente de los estudios de televisión más importantes del país: un conjunto de edificios altos de piedra blanca y otros de ladrillo de dos pisos, donde varias cadenas privadas del mismo grupo producían series semanales y diarias, informativos, programas de actualidad en directo y también concursos de máxima audiencia.
Le habían dicho que la esperaban a las doce de la mañana, pero aquello era tan grande que no sabía si había acertado con el sitio.
Iba a pasar de todos modos cuando escuchó una voz:
—Sin contraseña no vas a entrar.
Se dio la vuelta y vio a un chico que avanzaba hacia ella con una sonrisa. La cara le sonaba de algo.
—¿Y cuál es la contraseña? —preguntó Oly, siguiéndole el juego.
—«Aquí empieza lo bueno».
Mientras lo decía, dio un paso extra hacia la puerta automática y se quedó debajo del sensor para dejar que ella entrase la primera.
Debía de tener más o menos su edad, y era moreno, con el pelo un poco largo y despeinado, nariz recta, ojos pequeños y una barbita que recordaba a una T al revés debajo del labio. Le sonaba mucho. Tenía que haberle visto antes, pero no sabía dónde. ¿Cómo se llamaba? ¿Debería acordarse?
—Haz lo que te dice el Guardián del Arco —le susurró él mientras pasaba junto a ella, al otro lado del cristal, como si entraran en un videojuego.
El «Guardián» resultó ser un hombre de seguridad bonachón con uniforme negro, que le pidió que dejara el bolso en la cinta del escáner. Y el «Arco», un detector de metales bajo el que Olympia pasó muy estirada después de comprobar que no llevaba nada encima que no debía. Siempre le asustaba que algo empezase a pitar de pronto.
Superado el arco, justo delante, un mostrador alargado y alto dejaba entrever a dos recepcionistas, que levantaban la cabeza cada vez que se abrían las puertas automáticas. Ocho horas oyendo lo mismo. Tsssss-zzzu. Una le pidió el DNI, y la otra, que se acercara a una cámara para hacerle una foto.
No era un videojuego, pero había que hacer un circuito a lo Mario Kart para pasar de pantalla. «Hay más seguridad que en una villa olímpica», pensó Olympia mientras esperaban a que alguien de producción diera el visto bueno y les abrieran unos tornos metálicos de entrada.
Mientras el chico hablaba tan tranquilo con las recepcionistas, ella cada vez estaba más nerviosa porque todo era nuevo. No se había puesto patines con cuchillas en la vida, y ahora iba a participar en un concurso de patinaje sobre hielo. Y, además, trabajarían en parejas y eso también era raro para una gimnasta individual. Mirara donde mirara, estaba muy lejos de su zona de confort.
Una de las recepcionistas colgó el teléfono y se dirigió a Oly:
—Te esperan en la pista —dijo al tiempo que desbloqueaba los tornos. Luego, al chico—: ¿La acompañas tú?
Así que Oly siguió al chico que se movía por los estudios como si estuviera en su casa.
—Trabajas aquí, ¿no? —lo dio por hecho, y él asintió.
—Sí. Grabamos aquí Unidad doce.
De pronto a Olympia le vino una imagen de él con camiseta a rayas, gafas de sol amarillas y riéndose a carcajadas. ¡Actor! Eso era: actor. Y de esa serie, eso seguro. Aunque seguía sin recordar su nombre y ahora le daba vergüenza preguntárselo.
Empezaba por ele. ¿O era por erre?
—Se graba en el plató dos —seguía el chico—. Estoy seguro de que lo hicieron aposta, para que me liara. Unidad doce en plató dos. Soy muy bueno liándome —dijo moviendo las cejas de arriba abajo.
«¿Se está haciendo el gracioso?», pensó Oly. No sabía qué pensar.
—Y tú qué, ¿vives por aquí?
—En Barcelona. Bueno, ahora no —se corrigió ella—: Este mes vivo en Madrid.
—Pues tú y yo hemos coincidido antes. —El chico se frenó en seco y se quedó mirándola, con un dedo apoyado en los labios—. Sí. Te vi hace poco... ¿Dónde fue?
—¿Fuiste a ver el Campeonato de España de Rítmica, en León?
Por la cara que puso, Oly tuvo claro que no.
—Te vi en algo raro.
—¿Cómo que raro?
—No sé, raro. Algo que no era normal... —Se encogió de hombros y empezó a andar otra vez, mientras le daba vueltas. Unos metros más allá se volvió a parar de pronto y la señaló con el dedo—. ¡Ya me acuerdo! ¿Te vi hace unos meses dando saltos encima del techo de un autobús?
Había sido en la presentación de ropa deportiva de su patrocinador, una locura de evento ahí en Madrid, en Príncipe Pío. Hacía ya un año.
—Me lo estaba oliendo. —Se llevó un dedo a la nariz y chasqueó los labios, feliz como si hubiera acertado la pregunta final de la app de Support Olympic Sapiens.
Olympia volvió a pensárselo. Sí, que le caía bien, eso creía: era muy natural, hay gente que va por el mundo sin nada que esconder, sin ninguna barrera por medio, tal cual. Ella también era así. Sobre todo antes de que empezaran todos los problemas con la Federación y las críticas y...
—Te había conocido —seguía el actor sin nombre—, pero estaba ahí dándole vueltas y vueltas y nada, y de pronto, ¡zas!, te he visto ahí bailando encima de ese trasto. Espera, no era un autobús, ¿no? Era un poco más como un tanque.
—Bueno... Era un Hummer.
No le extrañaba que al principio él no la hubiese ubicado. En ese momento parecía otra, vestida con vaqueros, botines negros, una camiseta de manga corta de colores que le había regalado su madre y el pelo suelto. Sentía que era otra persona solo por no llevar el chándal y una coleta.
En su camino por el laberinto de pasillos, se cruzaron con una mujer con el uniforme azul y blanco de una empresa de limpieza. Él la sujetó por el brazo y la hizo girar como si bailara con ella.
—¡Ay, Leo, para! ¡Que me tiras! —le regañó la mujer, fingiendo enfado.
¡Leo! En su interior, Olympia aplaudió a la señora de la limpieza.
Eso era: Leo. Leo Silva.
—Guapa, ¿a eso del hielo se entra por el plató cuatro o por el cinco?
—Por el cuatro. El cinco lo tenemos cerrado para que se conserve el frío —dijo ella, antes de devolverle un pellizco en la tripa—. ¡Y déjate de zalamerías, que todavía tengo mucha tarea!
Oly y Leo se alejaron hacia la puerta del estudio cuatro: una puerta color rojo oscuro de doble hoja, como las otras, al final del pasillo.
—¿Y eso del tanque tenía algo que ver con la gimnasia? —preguntó él, recuperando la charla de antes.
—Todo tiene que ver con la gimnasia —respondió segura. De hecho, ya le había sacado partido en el tapiz a ese evento. Leo la miraba sonriente:
—Lo de tu deporte tiene que ser... —La frase se quedó en el aire, como una cinta enganchada en los focos. Resopló—. Yo no podría llevar ese ritmo. ¿Todos los días? Ni de broma. Con una dieta tan estricta, sin poder salir de fiesta... Todo por los Juegos Olímpicos.
—Bueno, no solo son los Juegos.
—Pues tú ya llevas unos cuantos, que lo sé yo.
Oly levantó tres dedos de la mano derecha y los agitó delante de él.
—Ya lo sabía. Estoy bien informado: hay que conocer a los vecinos —le dijo él mientras la miraba de refilón con una sonrisa.
—Así que somos vecinos.
—No