Prólogo
4 de Julio
Los fuegos artificiales retumban por toda la plaza, iluminan el cielo nocturno y lo dotan de coloridos círculos que se expanden hasta desaparecer. La gente celebra, grita y aplaude mientras yo me paso las manos sudadas por mis pantalones para intentar secarlas.
«¿Por qué estoy tan nervioso?».
«Por ella...».
Echo un vistazo a mi lado y la observo, pensándolo todo de nuevo, calculando, repasando en mi mente lo que debo decir, cómo debo decirlo si es que puedo decirlo. Estamos sentados en la hierba, ella está sonriendo, su mirada perdida en el espectáculo, los fuegos artificiales se reflejan en su cara, que va adquiriendo tonos rojos, azules y de muchos más colores.
Ella siempre ha estado a mi lado desde que éramos unos críos y a medida que hemos ido creciendo una parte de mí siempre ha sabido que lo que siento por ella no es solo cariño o amistad. Quiero mucho más que eso y después de semanas armándome de valor he decidido dejarle claro eso hoy.
«Vamos, tú puedes».
Vuelvo a mirar el cielo colorido y lentamente desplazo mi mano sobre la hierba y la pongo sobre la suya. Mi corazón se acelera y me siento como un idiota por no poder controlarlo. No me gusta sentirme vulnerable, jamás pensé que llegaría a tener sentimientos por alguien, no era algo que buscaba. Ella no dice nada, pero tampoco quita su mano.
Puedo sentir sus ojos sobre mí, pero no me atrevo a mirarla, no soy bueno con las palabras, nunca lo he sido. Así que cuando finalmente decido hacer frente a la situación, actúo tan rápido que me sorprendo a mí mismo. Con mi mano libre, la tomo del cuello y estampo mis labios contra los suyos. Sin embargo, el roce de nuestros labios es tan fugaz como los fuegos artificiales desapareciendo en el cielo. Ella me empuja con fuerza, alejándome de su cuerpo en cuestión de segundos. Su reacción me deja sin aliento, sin palabras.
La amarga sensación del rechazo se asienta en mi estómago, mi pecho apretándose. Ella abre la boca para decir algo, pero la vuelve a cerrar, no sabe qué decir para no herirme, lo puedo ver claramente en sus ojos, pero ya es muy tarde. Aprieto la mandíbula, me levanto y le doy la espalda, no quiero su lástima.
—Artemis... —la escucho susurrar a mi espalda, pero ya estoy alejándome, dejándola atrás.
Esa noche decido dejarla atrás y cerrarme de nuevo por completo a las emociones. Nadie volverá a herirme de esta forma, no volveré a ser vulnerable de nuevo, no vale la pena.
I
«¿Por qué nunca quieres hablar de él?»
4 de Julio
Cinco años después
CLAUDIA
«¿Qué se siente al vivir con tres chicos atractivos?».
«Eres tan afortunada».
«¡Qué envidia!».
«Vivir con esos dioses, qué privilegio».
«¿Cómo puedes vivir con ellos?».
«¿Te has tirado a alguno?».
«¿Podrías conseguirme su número de teléfono?».
Esos son solo algunos de los comentarios con los que he tenido que lidiar desde que los hermanos Hidalgo crecieron y se convirtieron en el sueño húmedo de las chicas y chicos por igual de este lugar. Artemis, Ares y Apolo Hidalgo, con los que crecí, aunque no seamos familia, son los responsables de muchos suspiros femeninos en las calles. ¿Cómo llegué a vivir con ellos? Bueno, mi madre ha trabajado como empleada de servicio para los Hidalgo desde que yo era una niña. El señor Juan Hidalgo nos abrió las puertas de su casa y nos dejó vivir aquí, por lo que le estaré eternamente agradecida. Él se ha portado siempre muy bien con nosotras; cuando mi madre enfermó hace un año y no pudo seguir trabajando, él dejó que yo ocupara su lugar de trabajo en la casa.
Muchas personas me envidian, creen que mi vida es perfecta solo porque vivo con chicos atractivos, pero están muy alejados de la realidad; la vida no se trata solo de relaciones, sexo, chicos, etc. Es mucho más que eso para mí. Las relaciones solo traen complicaciones, problemas, discusiones y, sí, tal vez traigan felicidad temporal, pero ¿vale la pena arriesgarse por destellos de felicidad? No lo creo, prefiero la estabilidad y la tranquilidad mil veces a lo que pueda ofrecer una relación, por eso me mantengo alejada de eso, ya tengo suficiente con lo que tengo que lidiar ahora.
Y no solamente me refiero al amor. Me resulta muy difícil establecer amistades porque no tengo tiempo para eso. Trabajo en la casa Hidalgo durante el día, cuido y alimento a mi madre cuando tengo descansos, y voy a la universidad a clases nocturnas. Mi día comienza a las cuatro de la mañana y termina casi a medianoche, apenas tengo tiempo para dormir. Con veinte años debería tener muchas amistades, pero tengo una sola amiga y eso es porque vamos a las mismas clases en la universidad. Claro que considero a los chicos mis amigos, sobre todo a Ares y Apolo. Artemis es otra historia.
En realidad, Artemis y yo solíamos tener una relación muy estrecha mientras crecíamos. Pero todo cambió hace cinco años, aquella noche del 4 de Julio en que lo rechacé después de que me besara. A partir de entonces, la relación entre nosotros dejó de ser cómoda y relajada y pasó a ser distante. Él solo me hablaba cuando era necesario. Ares y Apolo lo notaron, pero nunca hicieron preguntas al respecto y lo aprecié porque hubiera sido muy incómodo tener que explicarles lo ocurrido.
Tampoco a él le resultó difícil evitarme, ya que al final de ese verano empezó la universidad. Dejó la casa y se fue a vivir al campus universitario durante los cinco años de carrera. Sin embargo, se graduó hace un mes y va a volver a casa.
Hoy.
La vida puede ser muy irónica cuando se lo propone. Tenía que volver hoy, precisamente cuando se cumplen cinco años de aquella noche. Su familia ha organizado una fiesta sorpresa para él. No puedo negar que estoy nerviosa, la última vez que lo vi fue hace seis meses y solo fue un segundo cuando vino a buscar unas cosas a la casa. Ni siquiera me saludó. Honestamente, espero que esta vez podamos tener una relación más civilizada, ya han pasado cinco años desde aquella noche, no creo que aún la recuerde. No digo que volvamos a ser tan cercanos como antes, pero espero que por lo menos podamos hablar distendidamente sin que resulte incómodo.
—¿La comida está preparada? —Martha, mi madre, pregunta por tercera vez mientras me ayuda a subir el cierre de la parte de atrás de mi vestido negro. Sofía, la señora de la casa, me ha ordenado que lleve este vestido, quiere que todo el personal que ha contratado para atender a sus invitados luzca elegante, y yo no puedo ser la excepción—. Claudia, ¿me estás escuchando?
Me giro hacia ella con una sonrisa.
—Todo está en orden, mamá, no te preocupes, duerme, ¿vale? —La obligo a acostarse y la arropo para darle un beso en la frente—. Volveré pronto.
—No te metas en problemas, ya sabes, quedarte callada es...
—Mejor que ser honesta —termino por ella—. Lo sé.
Ella acaricia mi rostro.
—No lo sabes, la gente que viene hoy puede ser muy grosera.
—No causaré problemas, mamá, ya soy mayor.
Le doy otro beso en la frente y me alejo de ella. Reviso en el espejo que el moño que me hice esté perfectamente recogido, sin un solo mechón rojo fuera de lugar. No puedo llevar el cabello suelto ya que estaré cerca de la comida. Apago la luz y salgo de la habitación, caminando rápidamente. Los tacones negros que llevo puestos suenan con cada paso. A pesar de que no uso tacones con frecuencia, soy muy buena caminando con ellos.
Al llegar a la cocina, me encuentro con cuatro personas, dos chicos con uniforme de camareros y dos chicas vestidas con el mismo vestido que llevo yo; los conozco porque forman parte de la empresa de organización de fiestas que la señora de la casa siempre contrata. A ella le gusta que sean los mismos porque trabajan bien y tienen experiencia con eventos celebrados aquí, sin mencionar que una de las chicas es mi amiga de la universidad. Lo sé, yo la ayudé a conseguir el trabajo.
—¿Cómo va todo?
Gin, mi amiga, suspira.
—Todo bien —dice y señala a la chica de cabello negro—. Anellie ha preparado algunos cócteles, y ha puesto el champán y el vino en el minibar.
—Bien, ¿quién estará en el minibar preparando las copas? —pregunto, y acomodo una bandeja de aperitivos—. ¿Jon?
Jon asiente.
—Sí, lo usual, el mejor bartender del mundo. —Me guiña el ojo.
Gin pone los ojos en blanco.
—¿Disculpa? Yo preparo las mejores margaritas del mundo.
Miguel, que se ha mantenido callado hasta ahora, habla.
—Lo certifico.
Jon les saca el dedo a ambos y yo reviso la hora.
—Hora de salir, los invitados deben de estar a punto de llegar.
Los observo salir y Gin se queda atrás a propósito para caminar a mi lado.
—¿Cómo te sientes?
Me encojo de hombros.
—Normal, ¿cómo debería sentirme?
Ella gruñe.
—No tienes que fingir conmigo, no lo has visto en meses, debes de estar muy nerviosa.
—Estoy bien —repito.
—Te dije que lo vi en una revista de negocios hace días —comienza—. ¿Sabes que es uno de los gerentes más jóvenes del estado?
Lo sé, Gin sigue hablando.
—Ni siquiera había terminado la carrera de la universidad cuando empezó como gerente de la empresa Hidalgo; le hicieron una pequeña reseña en el artículo, es un jodido genio, se graduó con honores.
—Gin. —Me giro hacia ella, tomándola por los hombros—. Te adoro, pero ¿podrías callarte?
Gin bufa.
—¿Por qué nunca quieres hablar de él?
—Porque no hay razón para hacerlo.
—A mí nadie me saca de la cabeza que algo pasó entre ustedes, es el único de los Hidalgo del que nunca quieres hablar.
—No pasó nada —digo mientras nos adelantamos a la sala donde todo está decorado y los muebles han sido reemplazados por adornos y pequeñas mesas muy altas con bebidas y aperitivos. Sofía y Juan están en la puerta, listos para recibir a sus invitados y veo a Apolo, su hijo menor, a un lado con un traje muy bonito. Arrugo las cejas, ¿dónde está Ares?
Me apresuro escaleras arriba porque conozco muy bien a estos chicos. Ares estuvo de fiesta anoche, llegó casi por la mañana, así que lo más probable es que esté durmiendo a pesar de que ya son casi las seis de la tarde. Sin llamar a la puerta, entro en su habitación, que no me sorprende encontrar a oscuras. El olor a alcohol y a cigarro me hace arrugar la nariz. Abro las cortinas de las ventanas, la luz del atardecer ilumina al chico de dieciocho años que conozco tan bien, acostado, sin camisa, con la cara enterrada en la almohada, las sábanas cubriendo más arriba de su cintura. Tampoco me sorprende ver a la chica rubia que está durmiendo a su lado, aunque no la conozco, sé que debe de ser una de sus chicas de una noche.
—¡Ares! —Golpeo su hombro ligeramente y él solo gime molesto—. ¡Ares! —Esta vez aprieto su hombro y logro que abra esos ojos azules que tiene, tan parecidos a los de su madre.
—¡Ah, luz! —Se queja, poniendo la mano sobre sus ojos.
—La luz es el menor de tus problemas. —Enderezo mi cuerpo con las manos en mi cintura.
—¿Qué pasa? —Se sienta y masajea su cara.
Digo la única palabra que sé que le dirá todo lo que tiene que saber.
—Artemis.
Observo cómo todo hace clic en su cerebro y se levanta. Lleva solo unos bóxers y si no lo hubiera visto tantas veces así, me habría deslumbrado.
—¡Mierda! ¡Es hoy!
—Corre, dúchate —le ordeno—. Tu traje está colgado en la puerta del baño.
Ares está a punto de correr al baño cuando ve a la chica durmiendo en su cama.
—Oh, mierda.
Levanto una ceja.
—Pensé que estabas tomando un descanso de las aventuras sexuales de una noche.
—Estaba..., ah, maldito alcohol. —Se rasca la parte de atrás de la cabeza—. No tengo tiempo para lidiar con todo el drama que va a suponer sacarla de aquí. —Se acerca a mí—. Tú me quieres, ¿verdad, Clau?
—No voy a sacarla, tienes que ser responsable de tus actos.
—Pero no tengo tiempo, por favor —suplica—. No podré bajar a tiempo para recibir a mi hermano si me tengo que ocupar de esto.
—Está bien, esta es la última vez, de verdad. —Lo empujo al baño—. Corre.
Suspirando, procedo a despertar a la chica. Ella se viste en silencio y le doy tanta privacidad como puedo. Es incómodo, y es horrible decir que estoy acostumbrada a estas situaciones, pero lo estoy. Vivir con un chico de dieciocho años en pleno apogeo sexual me ha obligado a acostumbrarme. Apolo aún es muy inocente y doy gracias por ello. Debo admitir que la rubia es muy bonita y siento mucha pena por ella.
—Vamos, te pediré un taxi y te acompañaré a la puerta de atrás.
Ella se muestra ofendida.
—¿La puerta de atrás? ¿Quién crees que soy? Y aún no me has dicho quién eres tú...
Entiendo su pregunta, ya que con este vestido elegante no hay nada que indique que solo soy el servicio de la casa.
—Eso no es importante, se celebra una fiesta abajo y a menos que quieras que una docena de personas te vean salir con este aspecto, te sugiero que uses la puerta de atrás.
Ella me lanza una mirada asesina.
—Lo que sea.
Qué poco agradecida.
Sé que estoy haciendo el trabajo sucio y de ninguna forma apoyo esto, pero conozco bien al chico, sé que él es dolorosamente honesto, que siempre les deja claro a las chicas lo que quiere. Y si aun así ellas se lo dan y esperan más de él, pues ya es responsabilidad suya.
Después de despedir a la chica y verla irse en un taxi, vuelvo a la fiesta. Ya han llegado varias personas con sus elegantes vestidos y trajes de marca. Preparo mi mejor sonrisa y comienzo a servir amablemente, riéndome de bromas que no me parecen graciosas y dándole cumplidos a todo el mundo, aunque no sean sinceros.
A medida que pasa el tiempo y que se va llenando la sala, me pongo más nerviosa. Esta es una fiesta sorpresa, Artemis no tiene idea de que cuando vuelva a casa esta noche después de tanto tiempo, lo recibirá toda esta gente y cada vez se acerca más la hora de que llegue. Ni siquiera sé por qué estoy nerviosa. La señora Sofía pide la atención de todo el mundo y nos hace callar. Jon apaga las luces y todos esperan en un silencio absoluto mientras escuchamos abrirse la puerta.
Artemis está aquí.
II
«Las chicas nunca quieren solo sexo»
CLAUDIA
Hay momentos que se viven como si pasaran en cámara lenta, aunque estén pasando en tiempo real, especialmente, si están cargados de emociones. La puerta se abre, se encienden las luces y los aplausos hacen eco por la gran sala de la casa.
Me molesta notar cómo mi corazón se acelera cuando lo veo: Artemis. No puedo evitar notar lo mucho que ha cambiado, ya no es el chico de ojos brillantes de diecisiete años que tomó mi mano aquel 4 de Julio. Es un hombre hecho y derecho, lleva un traje que lo hace lucir mayor de lo que en realidad es. Sus padres lo saludan y le siguen un montón de personas. Ha cambiado demasiado, ya no sonríe tanto y su mirada está apagada y fría.
No puedo negar que se ha vuelto aún más apuesto, sus facciones han madurado, y una ligera barba adorna su rostro. Mis ojos por fin se dignan a dejar de mirarlo y es cuando veo a la pelirroja a su lado. Es una mujer muy hermosa, de curvas pronunciadas y un sorprendente escote. Toma un mechón de su cabello rojo y lo coloca detrás de su oreja mientras sonríe a la madre de Artemis. Por la forma en la que se mantiene pegada a su lado, debe de ser alguien muy cercana a él.
«¿Y a ti qué más te da, Claudia?».
Meneo la cabeza y estoy a punto de girarme cuando nuestras miradas se cruzan. Esos ojos color café que siempre me han parecido bonitos se encuentran con los míos y dejo de respirar, el aire cambia a mi alrededor y se palpa la tensión entre nosotros, como si un hilo de sensaciones nos conectara entre este montón de gente. No soy lo suficientemente valiente para sobrellevar su mirada así que me doy la vuelta. Me encuentro a Gin de frente.
—Es aún más apuesto en persona.
No le digo nada mientras paso por su lado. Jon me recibe en el minibar con una gran sonrisa.
—¿Por qué siempre estás tan seria? Sonreír no es un delito.
Le paso la bandeja vacía de copas de champán para que las llene.
—No tengo motivos para sonreír.
Jon me pasa otras copas llenas.
—No siempre debes tener un motivo. —Se inclina sobre la barra—. Te ves muy bonita cuando sonríes.
Levanto una ceja.
—Ya te he dicho que tus intentos de coqueteo no funcionan conmigo.
Gin aparece a mi lado.
—Por supuesto que no funcionan, a Clau le gustan más los chicos con barba.
Jon hace un puchero.
—Puedo dejarme crecer la barba por ti.
Estoy a punto de hablar cuando un par de brazos fuertes me rodean desde atrás. El olor a una colonia que conozco llega hasta mi nariz mientras Ares me aprieta con fuerza.
—Me salvaste, gracias.
Me libero y me giro hacia él.
—Es la última vez.
Él sonríe ampliamente.
—Lo prometo.
—Eso dijiste la última vez.
—¿Te lo superprometo? —Usa esos ojos de corderillo que seguramente le han conseguido muchas chicas. Ni siquiera le respondo y le golpeo la frente con mi dedo. Ares se ríe y por encima de su hombro puedo ver a Artemis y a la pelirroja acercarse a nosotros, seguramente con la intención de saludar a Ares.
Esa es la señal para huir.
—Iré por más bocadillos —murmuro. Dejo a Gin con la protesta en la boca porque ambas sabemos que aún hay suficientes.
La cocina es mi lugar seguro, es donde crecí, dibujando garabatos sobre la mesa mientras mamá cocinaba y limpiaba. Es el lugar de esta casa menos visitado por los Hidalgo: mi territorio. Y no porque haya querido que así fuera, simplemente crecí en este pequeño espacio, no planeé que se volviera mi lugar seguro, solo pasó. Acomodo lo que ya está listo, actuando como si estuviera haciendo algo en caso de que alguien entre. Solo estoy perdiendo el tiempo y si la señora Hidalgo se da cuenta tal vez me regañe; ni siquiera sé por qué estoy huyendo de Artemis ahora.
En mi mente esta noche se desarrolló de manera diferente, jamás habría pensado que estaría aquí en la cocina escondiéndome de Artemis como una cobarde. ¿Qué me pasa?
«Solo estás impresionada por lo maduro que se ve, es todo».
«Nunca has dejado que nadie te intimide, no dejes que él sea el primero».
—¿Todo bien? —La voz de Apolo, el menor de los Hidalgo me hace saltar de la sorpresa.
Me giro hacia él.
—Sí, todo bien.
Apolo es la versión inocente de sus hermanos. Con esos grandes ojos de color café y esa sonrisa infantil, es muy lindo y me atrevo a decir que con el tiempo llegará a ser incluso aún más atractivo que sus hermanos y con mejor personalidad, por supuesto.
—Entonces ¿por qué te estás escondiendo? —Se recuesta contra la mesa de la cocina con los brazos cruzados.
—No me estoy escondiendo.
Apolo arquea una ceja.
—¿Y qué estás haciendo entonces?
Abro la boca y la vuelvo a cerrar, pensando qué inventar, hasta que se me ocurre algo.
—Estoy...
—Perdiendo el tiempo —me interrumpe Sofía Hidalgo al entrar en la cocina—. ¿Se puede saber dónde has estado los últimos veinte minutos?
—Solo me aseguraba de que...
—¡Chist! —me hace callar—. No quiero tus excusas, solo vuelve ahí afuera y atiende a mis invitados.
Me muerdo la lengua solo porque le prometí a mi madre que me comportaría y que sería buena. De mala gana, paso al lado de Apolo y vuelvo a esa farsa que llaman fiesta. Atiendo a la gente, sirvo bebidas y sonrío como una idiota. Mantengo mis ojos y mi mente alejados del centro de atención de esta noche. Para mi desgracia, mi preocupación por no encontrarme a Artemis me lleva a estrellarme contra el pecho de la persona que menos esperaba ver aquí: Daniel. Sus ojos brillan cuando encuentran los míos.
—Mi bella genio.
Mierda.
—Hola —le saludo con la mano y estoy a punto pasar por su lado cuando me detiene agarrándome por el brazo.
—Eh, eh, espera. —Me gira hacia él—. Si crees que voy a dejarte escapar esta vez, estás muy equivocada.
Me suelto de su agarre.
—Estoy un poco ocupada ahora.
—¿Por qué has estado ignorando mis llamadas? —Esta era la conversación que no quería tener—. Entiendo que estés jugando a hacerte la dura, pero ¿dos meses ignorándome no es mucho?
Ay, Daniel.
Para resumir la historia, Daniel fue el resultado de una noche de alcohol y ganas de tener sexo acumuladas. Él juega en el equipo de fútbol de Ares y está jodidamente bueno. A pesar de que es menor que yo, es muy bueno en la cama. Sí, el sexo fue muy bueno, pero solo fue eso: sexo.
Sí, soy muy honesta respecto a mi sexualidad y a lo que quiero. Que se joda la sociedad, las mujeres también tenemos derecho a follar cuando nos dé la gana, como nos dé la gana, con quien nos dé la gana, mientras me proteja y me cuide a mí misma no tiene por qué ser el problema de los demás. Tal vez mucha gente me juzgue, pero no me importa lo más mínimo.
No me interesan las relaciones, pero disfruto de la compañía sexual de un hombre atractivo y que sepa lo que hace. ¿Hay algo malo en eso? Mi vida es solo mía para decidir lo que hago con ella. Esto no quiere decir que no apoye a las personas que mantienen una relación o que consideran el sexo algo sagrado. Respeto sus creencias de la misma manera que pido que respeten las mías. Cada uno cava su propio túnel para llegar a la oscuridad y eventualmente surgir a la luz. Así que, con la frente en alto, le digo a Daniel.
—Daniel, eres un hombre muy atractivo.
Él sonríe.
—Gracias.
—Pero solo fue cosa de una noche, por favor, déjalo estar, olvídate de mí.
Su sonrisa no solo se desvanece, sino que la confusión se esparce por todo su rostro.
—¿Qué?
Me paso una mano por la cara en señal de frustración; la gente a mi alrededor, la presión de que no me descubra otra vez la señora de la casa sin hacer nada despierta mi lado directo y frío.
—Daniel, fue solo una noche de sexo y ya. No estoy jugando a hacerme la dura, solo quería follar contigo, lo hice y ya está.
—No te creo.
—¿Por qué?
—Las chicas nunca quieren solo sexo.
—Qué horrible generalización, lamento romper tus estadísticas, pero estoy cien por cien segura de que no quiero nada más.
—No sé a qué carajos juegas, Claudia, pero para, ya me tienes lo suficientemente interesado, no tienes que esforzarte así.
¿Por qué es tan difícil creer que una chica solo quiere disfrutar su sexualidad sin querer más?
—No estoy jugando a nada y...
—¿Pasa algo?
Ares se nos une y yo le sonrío.
—No, de hecho, ya me iba.
Desaparezco tan rápido como puedo, dejando a Daniel con la palabra en la boca. La fiesta transcurre con normalidad y cuando se acaba, Gin y los demás me ayudan a limpiar antes de irse a descansar. Me aseguro de que mi madre esté durmiendo bien y vuelvo a la cocina para revisar que todo esté en orden. Me paso las manos por la cara, suspirando.
—¿Cansada?
Dejo de respirar al escucharlo. Su voz también ha cambiado, es mucho más varonil, gruesa y demandante de lo que recuerdo. Me giro para quedar frente a él por primera vez en mucho tiempo.
Artemis.
III
«¡Sorpresa!»
ARTEMIS
—Vamos, sonríe un poco —me ruega Cristina y me lanza una de sus miradas de reproche.
No le respondo, mis ojos están fijos en el camino que tengo delante, mientras conduzco a través de esta carretera que conozco tan bien. Volver a casa no me emociona en absoluto, ese lugar está lleno de muchos recuerdos amargos que preferiría olvidar. Cristina, por su parte, está radiante de alegría. Le encantan este tipo de eventos.
—¿Por qué estás tan serio? —Su pregunta se queda en el aire, no tengo ánimos de explicarle nada y ella al parecer lo nota—. Odio cuando te pones en modo silencio extremo, es irritante.
Después de eso me deja en paz y repasa su maquillaje, aunque no lo necesita. Se ve hermosa con su vestido rojo que se ajusta a sus curvas perfectamente; su cabello rojo está suelto, con ondas en las puntas. Estoy seguro de que mi madre la adorará, tiene clase y viene de una familia de prestigio, eso es todo lo que mi madre siempre ha querido para mí. Mi teléfono vibra en mi bolsillo y me pongo el bluetooth en el oído, encendiéndolo para contestar.
—Dime.
—Señor. —La voz de David, mi mano derecha, resuena al otro lado de la línea—. Lamento molestarlo hoy, sé que...
—Al grano, David.
—Sí, señor. —Hay una pausa—. Tenemos un problema, el departamento de maquinarias reportó un accidente con uno de los buldóceres.
La corporación Hidalgo es una de las constructoras más grandes del país, con sedes en diferentes estados, yo manejo la sede principal y tenemos muchos proyectos en proceso. Los buldóceres son una de las máquinas más costosas para el desplazamiento de tierras. Así que suspiro antes de murmurar:
—Esto tiene que ser bueno, ¿qué pasó?
—En la obra del nuevo canal, al parecer, hubo un declive durante el trabajo y el buldócer cayó en el canal. Las grúas ya lo han sacado, pero no funciona.
—Mierda. —Cristina me mira preocupada—. ¿El operador de la máquina está bien?
—Sí, señor. —Eso me alivia—. ¿Adónde quiere que mandemos la máquina? ¿A sus fabricantes o a nuestro taller?
—A nuestro taller, confío en nuestros mecánicos, mantenme informado. —Cuelgo después de escuchar su afirmación. Puedo sentir los ojos de Cristina sobre mí.
—¿Todo bien?
—Sí, problema de maquinarias.
Estaciono el auto y me quito el cinturón de seguridad.
—No puedo negar que estoy nerviosa —admite ella y suelta una risa nerviosa.
Me bajo del auto y paso por delante para abrirle la puerta a Cristina. Ella sale, toma mi mano y nos dirigimos a la puerta principal.
Mi casa...
Aunque no he vivido aquí en los últimos cinco años, solo he venido de visita, la sensación de familiaridad me invade y a mi mente llegan un par de ojos negros que me molestan cada vez que los recuerdo.
—No se escucha nada, dijiste que habría una fiesta —murmura Cristina, y acerca su oído a la puerta.
—La hay, pero mi madre espera que sea una sorpresa. —Tomo el pomo de la puerta—. Actúa como si estuvieras sorprendida.
—¡Sorpresa! —Todos gritan al unísono cuando abro la puerta. Me esfuerzo por sonreír con amabilidad, solo he visto a estas personas un par de veces en las reuniones o fiestas de mi madre. Al fin, me encuentro con mis padres. Las arrugas en el rosto de papá se han acentuado, las ojeras bajo sus ojos son evidentes. El estrés y la vida han pasado factura. Mi madre me sonríe abiertamente, papá solo estrecha mi mano y Apolo, mi hermano menor, me saluda con un abrazo corto. Yo meto las manos en los bolsillos de mis pantalones y les presento a Cristina.
—Esta es mi novia, Cristina.
—Mucho gusto. —Cristina pone su mejor sonrisa al estrechar la mano de mis padres y de Apolo—. Es una casa preciosa.
—Muchas gracias. —Mamá la ojea y se muestra complacida con lo que ve.
Mamá comienza a hacerle un montón de preguntas a Cristina y mis ojos merodean por la sala hasta encontrarse con esos ojos negros: Claudia. Aprieto las manos dentro de los bolsillos de los pantalones. Me sorprende lo bonita que se ve y me deja sin aire unos segundos. Estos años le han sentado de maravilla, de eso no cabe duda. Me siento victorioso al verla apartar la mirada primero, ¿no puedes mirarme, eh?
El resto de la velada transcurre en un borrón, hablo con los amigos de mi madre, asiento a sus historias aburridas e intervengo de vez en cuando. Inevitablemente, mis ojos buscan de vez en cuando a una pelirroja diferente de la que tengo a mi lado. Claudia está sirviendo y atendiendo a los invitados, pero cada vez que me acerco a un grupo de gente donde ella está, huye como si yo fuera la plaga, ¿tampoco puedes enfrentarte a mí?
Después de despedir a todos los invitados, mis padres, Cristina y yo nos sentamos en la sala.
—Eres una mujer muy interesante, Cristina, estoy complacida... —La voz de mi madre sigue lanzándole cumplidos mientras yo tomo un sorbo de whisky.
Los ojos de mi madre brillan al hablar con ella. Es obvio que cumple las expectativas que tiene para mí. Mi padre comenta que está cansado y se retira.
—Es hora de dormir. —Mamá se gira hacia Cristina—. Le diré a Claudia que te prepare una habitación de huéspedes. —Mi madre se levanta, pero yo tomo su muñeca con delicadeza.
—No es necesario, Cristina dormirá conmigo. —Veo cómo Cristina se sonroja y baja la mirada. Una sonrisa burlona llena mis labios, considerando todas las cosas que ella me ha dejado hacerle, no es nada inocente.
Una expresión de desaprobación cruza el rostro de mi madre.
—Artemis...
—Ya somos adultos, madre, no estás cuidando la castidad de nadie. —Suelto su muñeca y me levanto—. Yo iré a decirle a Claudia que suba toallas extras y algunos bocadillos a mi habitación.
Mi madre quiere protestar, pero con Cristina ahí, sé que no se atreverá. Pongo el vaso de whisky en la mesa al lado del mueble y deslizo las manos en