Índice
Portadilla
Índice
Dedicatoria
Por amor a los mapas. Prólogo de Dava Sobel
Introducción. El mapa que se dibujó a sí mismo
Capítulo 1. Lo que sabían las grandes mentes
Capítulo 2. Los hombres que vendieron el mundo
Mapa de bolsillo. Es 1250. ¿Sabe dónde está?
Capítulo 3. El mundo cobra forma
Mapa de bolsillo. Aquí hay dragones
Capítulo 4. Venecia, China y un viaje a la Luna
Capítulo 5. El misterio de Vinland
Capítulo 6. Bienvenido a Américo
Mapa de bolsillo. California como una isla
Capítulo 7. ¿Para qué sirve Mercator?
Mapa de bolsillo. Seamos discretos: el argentado viaje de Drake
Capítulo 8. El mundo en un libro
Mapa de bolsillo. Leones, águilas y gerrymanders
Capítulo 9. Las legendarias montañas de Kong
Mapa de bolsillo. Las viles mentiras de Benjamin Morrell
Capítulo 10. El cólera y el mapa que lo detuvo
Mapa de bolsillo. A través de Australia con Burke y Wills
Capítulo 11. La «X» señala el lugar: la isla del tesoro
Capítulo 12. El peor viaje del mundo al último lugar en ser cartografiado
Mapa de bolsillo. Charles Booth cree que usted es violento
Capítulo 13. Mapas para todos: breve historia de las guías de viaje
Mapa de bolsillo. J. M. Barrie no es capaz de doblar un mapa de bolsillo
Capítulo 14. Casablanca, Harry Potter y donde vive Jennifer Aniston
Mapa de bolsillo. ¿Dónde está la liebre?
Capítulo 15. Cómo hacer un globo muy grande
Mapa de bolsillo. La Sala de Mapas de Churchill
Capítulo 16. El mayor marchante de mapas, el mayor ladrón de mapas
Mapa de bolsillo. Las mujeres no entienden los mapas. ¿De verdad?
Capítulo 17. Derechos al lago: cómo la navegación por satélite metió el mundo en una caja
Mapa de bolsillo. Los canales de Marte
Capítulo 18. Siga avanzando y continúe directamente hasta Skyrim
Mapa de bolsillo. El mapa más grande de todos: el metro de Londres de Beck
Capítulo 19. Cartografiando el cerebro
Epílogo. Cartografiarlo todo, al instante, desde cualquier sitio
Agradecimientos
Bibliografía
Créditos de las ilustraciones
Índice analítico
Sobre el autor
Notas
Créditos
Grupo Santillana
Para Justine
POR AMOR A LOS MAPAS
Prólogo de Dava Sobel
Simon Garfield ha elegido un título apropiadamente ambiguo para su delicioso homenaje a los mapas: estar en el mapa significa haber llegado. Hablar sobre el mapa es reflexionar sobre el curso de la cartografía a través de la historia y en los distintos contextos culturales. Acepto con placer la invitación que hace a los lectores de su libro: perderse en una exploración de los mapas.
Me encantan los mapas. No los colecciono, a no ser que cuenten los que guardo en una caja debajo de mi mesa de trabajo y que conservo como recuerdo de las ciudades que recorrí con ellos o de las excursiones en el campo por las que me guiaron. En cualquier caso, no podría permitirme los mapas que me gustaría tener: tempranas representaciones del mundo conocido, de antes de que se supiese algo del Nuevo Mundo, o portulanos con rosas de los vientos y monstruos marinos. Están donde deben estar, en museos y bibliotecas, y no confinados entre las paredes (o condenados a la humedad) de mi casa.
Pienso mucho en los mapas. Cuando trabajo en el proyecto de un libro, siempre tengo a mano un mapa del territorio que ayude a los personajes a encontrar sus raíces. Alguna vez —por ejemplo, mientras borro el spam en las carpetas de basura de mis cuentas de correo electrónico—, se me ha ocurrido que «spam» es «maps» (mapas) escrito al revés y que los mapas, que son el verdadero opuesto de spam, no llegan inoportunamente, sino que solo te invitan a acercarte.
Un mapa te puede conducir hasta el final de la Terra Incognita y dejarte allí, o comunicarte la tranquilidad de saber: «Estás aquí».
Los mapas miran hacia abajo, lo mismo que yo, vigilando mis pasos. Su perspectiva hacia abajo nos resulta tan obvia, tan familiar, que olvidamos hasta qué punto ha sido necesario antes mirar hacia arriba. Las reglas de la cartografía de Ptolomeo, formuladas en el siglo II, descienden de su estudio previo de la astronomía. Ptolomeo recurrió a la Luna y las estrellas para situar los ocho mil lugares conocidos del mundo. Así, trazó las líneas de los trópicos y el ecuador por los puntos sobre los que pasaban los planetas y dedujo las distancias este-oeste por la luz de un eclipse lunar. Y fue Ptolomeo quien puso el norte en la parte superior del mapa, donde el polo apuntaba a una estrella solitaria que se mantenía inmóvil durante la noche.
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