Te amaré hasta el amanecer

Johanna Lindsey

Fragmento

Capítulo 1

1

—No creo que deje de llorar ni siquiera para la fiesta —le advirtió Sophie a Violet cuando regresó al dormitorio que las dos jóvenes compartían.

Violet Mitchell suspiró. Sabía que Sophie se refería a su tía Elizabeth, la madre de Sophie. Entonces rodeó los hombros de su prima con el brazo y apretó con suavidad. Era buena consolando, y también haciendo de madre, ya que intentó representar ese papel para sus dos hermanos cuando los tres todavía eran unos niños.

—No quiere que me vaya —observó Violet.

—¡Ninguno de nosotros quiere que te vayas!

—Tu madre no debería haber organizado esta fiesta, porque lo único que hará es recordarle que mañana por la mañana regresaré a América.

—¡Si la carta no hubiera llegado hace cuatro días! —declaró Sophie en tono malhumorado—. Si hubiera llegado la semana que viene, al menos habrías estado aquí para el primer baile de la temporada. ¡No me puedo creer que te los vayas a perder todos!

Violet, como su tía, iba a echarse a llorar en cualquier momento. ¡Había anhelado tanto asistir a las fiestas de aquel verano junto con Sophie! Tanto ella como su prima habían cumplido dieciocho años aquel año; Violet el mes anterior y Sophie a principios de primavera. A lo largo del año, Violet había seguido creciendo y ahora medía un metro setenta centímetros de altura, mientras que Sophie era bastante menuda y solo medía un metro sesenta centímetros. Elizabeth no había reparado en gastos y había encargado unos vestidos preciosos para ambas.

Violet había vivido con su tía, su tío y su extensa prole los últimos nueve años, desde que tía Elizabeth viajó a América y, en concreto, a Filadelfia, que era donde ella y la madre de Violet habían nacido. Entró con paso decidido en la casa de los Mitchell e insistió en que Violet la acompañase a su vuelta a Londres y viviera con ella, lord Edmund Faulkner, su marido, y sus seis hijas. Charles, el padre de Violet, no protestó demasiado.

En realidad, Violet entendía que su padre se sintiera aliviado de que lo liberaran de hacerse cargo de ella. Seguramente, educar a una hija sin su mujer, quien había fallecido de tuberculosis pocos años después de nacer Violet, suponía demasiada responsabilidad para él. Daniel y Evan, los hermanos de Violet, tampoco protestaron. No estaban precisamente contentos de que los mangoneara. Sin embargo, ante la ausencia de una madre que guiara a aquellos niños tan traviesos, y a pesar de que eran dos años mayores que ella, Violet había adoptado un rol maternal hacia ellos. Pero no había nadie que le hiciera de madre a ella y, cuando tuvo alrededor de nueve años, sintió inequívocamente esa carencia. Esta fue la razón de que tampoco ella protestara demasiado cuando le comunicaron que iba a separarse de su familia más próxima y a mudarse a Londres. Hacer de madre no le había resultado fácil. Sin embargo, a aquellas alturas el rol ya estaba arraigado en ella, de modo que también mangoneó a sus primas de Inglaterra. ¡Pero al menos a ellas no les importó y lo atribuyeron al hecho de que era norteamericana!

—Deberías estar contenta por mí —observó Violet—. Será maravilloso volver a ver a papá y a mis hermanos. ¿Acaso crees que no los he echado de menos?

—Nunca lo mencionaste, así que no, no era consciente de ello.

—Si he aprendido algo de vosotros los británicos es a no revelar las emociones desagradables —dijo Violet medio en broma.

—¿Como hace ahora mismo mi madre, que está inundando de lágrimas su dormitorio?

Las dos primas sonrieron y luego Violet continuó:

—Ya sabes a qué me refiero. Y tú, querida, me has mantenido demasiado ocupada y entretenida como para amargarte con los ocasionales ataques de tristeza que experimentaba cuando pensaba en mi padre y mis hermanos. Pero les he estado escribiendo semanalmente y, aunque los chicos no han respondido mis cartas con la regularidad que yo habría deseado, comprendo que tienen otras cosas en las que pensar aparte de escribir cartas. Por otro lado, sé que mi padre odia escribir. Tengo suerte de haber recibido ocho cartas suyas durante los años que llevo aquí, aunque siempre se encargó de incluir unas cuantas líneas en las cartas que me enviaban los chicos. Y al menos me han visitado un par de veces.

—Deberían haber venido más a menudo.

—Teniendo en cuenta los terribles mareos que sufrieron papá y Evan durante el primer viaje, incluso me sorprende que me visitaran una segunda vez hace cinco años.

—¡Oh, me había olvidado de eso! Aun así, deberían haberse esforzado y haber venido a tu presentación en sociedad. Si no les hubieras enviado aquel retrato tuyo el año pasado, seguramente con mareo o sin mareo habrían venido a presenciar tu puesta de largo.

—Deja de sentirte molesta por mí cuando yo no lo estoy. Les dije que no volvieran y que, la próxima vez, iría yo a verlos. Habrían disfrutado visitando Londres, pero ya lo han hecho un par de veces y, aunque nunca lo confesarían, no creo que se sientan cómodos con las formalidades de la sociedad británica. Pero, sobre todo, el hecho de que mi padre y Evan lo pasaran tan mal durante el trayecto, tanto al venir como al volver, hace que me sienta realmente culpable. Además, ya tenía planeado visitarlos este año, solo que no tan pronto. Probablemente no debí mencionarles que pensaba hacerlo acompañada de mi futuro prometido. Esa idea no les alegró mucho.

—¿En serio les dijiste eso? —exclamó Sophie, divertida.

—¿Por qué no habría de decírselo? Tu madre lleva años hablándonos de esta temporada social, así que, efectivamente, creí que este año conocería a mi futuro marido y quise compartir la noticia con mi familia. Al fin y al cabo, tu madre esperaba que las dos nos prometiéramos durante esta temporada.

—¿Y qué dijo exactamente tu padre al respecto?

—De momento, nada. Ni la respuesta de mis hermanos ni la última e imprecisa carta que me han enviado incluyen palabras de mi padre. Pero papá querrá verme feliz, así que, cuando llegue el momento, confío en obtener su consentimiento para casarme con un inglés. En cualquier caso, lo resolveré cuando llegue a casa.

De repente, Sophie soltó un grito ahogado.

—¿Es por esto por lo que quieren que vuelvas enseguida a América? ¿Tienen miedo de perderte para siempre si te casas con un inglés?

Violet frunció el ceño durante un instante mientras consideraba esa posibilidad, pero luego negó con la cabeza.

—No, no utilizarían una artimaña como esa. En la carta, Daniel solo dice que se trata de algo urgente, y parece desesperado.

—Sin embargo, no explica en qué consiste la urgencia —le recordó Sophie con resentimiento.

Violet suspiró.

—Estoy convencida de que tenía la intención de explicármelo, pero en la carta también me comenta que Evan le advirtió que no me escribiera contándome lo que ocurre, sea lo que sea. Así que, probablemente, Daniel envió la carta a toda prisa para que Evan no se enterara. Se le podría haber ocurrido explicarse mejor y no decir, simplemente: «Se trata de algo urgente, Vi. Solo tú puedes arreglarlo.»

—Pero regresarás pronto, ¿no? Eres buena arreglando cosas, así que seguramente no tardarás mucho en arreglar lo que sea que va mal y podrás tomar el siguiente barco de vuelta a Inglaterra. De este modo, no te perderás toda la temporada social. Y podrías traer contigo a tus hermanos, y también a tu padre. ¡Al fin y al cabo ya han pasado cinco años y nosotros también somos familia suya!

—Se lo preguntaré, pero no puedo garantizar que esté de vuelta antes de que termine la temporada, sobre todo porque solo en cruzar el océano se tarda de tres a cuatro semanas. Esta noche debería terminar de empacar mis cosas en lugar de alternar en sociedad. ¿Vamos a ver si tu madre está lista para bajar? ¡Espero que no haya invitado a mucha gente a esta fiesta de despedida!

—No lo creo, prima, porque la temporada no empieza hasta la semana que viene. Por otro lado, buena parte de la alta sociedad vive en Londres, como nosotros, y otros de sus miembros vienen antes para asegurarse de que las anfitrionas sepan que están en la ciudad, así que, al menos, esta noche conocerás a unos cuantos.

Violet se echó a reír.

—¿Los conoceré, simplemente, para decirles adiós?

—No, no, puedes asegurarles que regresarás pronto. O no contarles que te vas. En las invitaciones, mamá no mencionó que se tratara, en concreto, de una fiesta de despedida. Ella quería que disfrutaras de al menos una fiesta antes de embarcar mañana. ¡Además, eres tan guapa, Vi! Estabas destinada a romper unos cuantos corazones este verano. Pero no, no siento celos de ti en absoluto. Al fin y al cabo, solo puedes tener un marido y habrá caballeros jóvenes de sobra. Quizá esta noche conozcas al que tú quieres. ¿No sería maravilloso? Entonces anhelarás regresar enseguida —terminó Sophie con una carcajada.

—Pero empacar mis cosas...

—Ya está casi todo empacado y las sirvientas terminarán de hacerlo mientras estamos en el salón. No puedes evitarlo, prima, esta noche estás destinada a pasártelo bien.

¿Pasárselo bien?, pensó Violet. Quizá podría haberlo hecho si no estuviera preocupada por sus hermanos y su padre desde que, cuatro días antes, recibió la carta de Daniel. Y, quizá, si no estuviera a punto de echarse a llorar como hacía su tía al tener que despedirse de su familia londinense a los que había llegado a querer tanto. Pero buena parte de esos sentimientos los había guardado para sí misma. Si algo había aprendido durante su estancia con los Faulkner, era a poner buena cara en cualquier circunstancia.

Esto es lo que hacía tía Elizabeth en aquel momento. Antes de que Sophie llamara a su puerta, se había enjugado las lágrimas y, mientras daba un vistazo a sus chicas favoritas, esbozó una amplia sonrisa. Sophie era rubia, tenía los ojos azules y vestía un traje de color azul verdoso muy claro. Violet también era rubia, pero prefería el color lila, que era el que había elegido para la mayoría de sus trajes de fiesta nuevos, ya que combinaba muy bien con sus ojos violeta oscuro. El que vestía aquella noche estaba ribeteado de satén blanco y de su cuello colgaba una cinta con un camafeo que había sido de su madre. Hasta entonces no había tenido muchas ocasiones para lucir ninguna alhaja.

En su decimosexto cumpleaños, su padre le envió todas las joyas de su madre. Aquel año, Violet esperaba que él la sorprendiera visitándola por tercera vez, pero no fue así. Él, por su parte, esperaba que aquel año Violet regresara a casa definitivamente, ya que había terminado la escolarización y ya no necesitaba los cuidados maternales de Elizabeth. Al menos eso fue lo que le dijo a Violet el día que se marchó, pero no volvió a mencionárselo en las pocas cartas que le escribió personalmente, en las que, simplemente, le decía que la quería y la echaba de menos. Sin lugar a dudas, cuando los viera les daría a los tres una buena reprimenda por no escribirle más a menudo y en particular a Daniel por no explicarle lo que requería que regresara a Filadelfia con tanta celeridad. Ella creía que enseguida le enviaría otra carta con un relato completo de lo que ocurría, pero no había llegado ninguna en los últimos cuatro días y, aunque se le habían ocurrido todo tipo de situaciones, de ningún modo podría haber adivinado lo que le esperaba en la casa en la que había nacido.

Capítulo 2

2

Se llamaba Elliott Palmer..., de hecho, lord Elliott Palmer. Y aquella misma noche, en el elegante salón de los Faulkner, Violet decidió que algún día se casaría con él. Se enamoró locamente de él a primera vista, lo que la llevó a hablar con desenfreno, a reír tontamente y a sonrojarse una y otra vez, lo que no encajaba en absoluto con su forma de ser, pero no lograba controlar sus emociones en su presencia. Él, por su parte, monopolizó la atención de Violet durante la fiesta más de lo correcto, de modo que Violet estaba bastante segura de que él también se había enamorado locamente de ella.

Lord Elliott tenía el pelo rubio, los ojos verdes, era entre siete y diez centímetros más alto que ella y, además, era encantador, cortés y divertido. Le contó anécdotas de sus tres temporadas anteriores, lo que hizo que Violet riera tontamente, aunque normalmente algunas de aquellas anécdotas no le habrían parecido divertidas porque se centraban en los traspiés, errores y contratiempos sufridos por otras personas. Pero él parecía encontrar aquellos percances tan divertidos que Violet se rio con él. ¡Sencillamente, no pudo evitarlo!

—Este verano cumpliré veintiún años —le confesó Elliott en determinado momento. A continuación, se inclinó hacia ella y le susurró—: Supongo que ya es hora de que empiece a buscar una esposa.

¡Ella casi se desmayó de placer al escuchar una insinuación tan incitante!

Sophie intentó mantenerla circulando entre los invitados. Había acudido más gente de la que ninguna de las dos había imaginado. Violet conoció a todos los jóvenes caballeros que habían acudido a la fiesta, pero lord Elliott nunca la dejó sola durante mucho tiempo.

—Estás quebrantando todas las normas, lo sabes, ¿no? —le susurró Sophie mientras volvía a separarla de Elliott una vez más.

—Lo sé, pero cuando regrese, ya nadie lo recordará —replicó Violet.

—Supongo que es guapo —admitió Sophie de mala gana.

—Increíblemente guapo.

—Yo no diría tanto. Por el amor de Dios, Vi, ¡nadie esperaba que te enamoraras en la primera fiesta!

—No me he enamorado... Bueno, creo que no. —Pero enseguida rectificó—. ¿Y qué si lo he hecho?

—Simplemente, es socialmente inapropiado. —Pero al ver la sonrisa de Violet, Sophie levantó las manos en actitud condescendiente—. Bueno, al menos eso hará que regreses a toda prisa, ¿no?

—Absolutamente.

Su tía, al percibir la atención de la que era objeto Violet por parte de Elliott, le confesó:

—Conozco bien a su madre. A menudo afirma que ha perdido la esperanza de que su hijo siente la cabeza. Me alegrará informarle de que, después de todo, quizá no sea así.

Y su tío también le susurró en un aparte:

—Buena elección, querida. Algún día será vizconde.

Elliott le robó un beso, pero se trató de uno casto que le dio en la mejilla cuando se iba. Y, al hacerlo, se sonrojó. Quizá finalmente se había dado cuenta de que, aquella noche, había quebrantado más de una norma de etiqueta. Pero se fue sin saber que ella tomaba un barco para viajar a Norteamérica por la mañana. Después de conocerlo, Violet realmente ansió no tener que irse. Estuvo a punto de confesarle que se iba de Londres durante un tiempo, pero al final decidió no contarle nada que pudiera atenuar el interés que sentía por ella. Tenía la intención de resolver rápidamente lo que tuviera que resolver en Filadelfia y embarcar en otro barco de regreso a Londres antes de una semana.

Elliott Palmer dominó sus pensamientos durante el viaje a casa. Los emocionantes recuerdos que tenía de él evitaron que se preocupara demasiado por lo que podía encontrarse cuando llegara a Filadelfia. Además, Jane Alford, su nueva doncella, también la distrajo.

Cuando se relajó, la corpulenta mujer de mediana edad que Elizabeth había contratado para que la acompañara a Norteamérica se mostró bastante habladora. Violet habría preferido que, en lugar de ella, la hubiera acompañado Joan, la doncella que conocía tan bien, pero había compartido a Joan con Sophie durante todos aquellos años y no podía pedirle a su prima que renunciara a ella ni siquiera durante un par de meses. Claro que Joan tampoco habría accedido a ir. Su tía se había quejado de que la mayoría de las mujeres a las que había entrevistado para aquel puesto habían rehusado viajar a Norteamérica. Jane fue la única que estuvo dispuesta a hacerlo, pero solo cuando Elizabeth, que para entonces ya estaba desesperada, accedió a entregarle el importe del pasaje de vuelta por si, al llegar a Filadelfia, sentía nostalgia. Violet tuvo que asegurarle insistentemente a la doncella que Norteamérica era una nación civilizada y que Filadelfia era una ciudad tan refinada como Londres. Pese a los temores de Jane, a Violet le resultó difícil contener la excitación que experimentaba ante la perspectiva de volver a ver a su familia después de todos aquellos años.

Por fin llegó el día en que, con los baúles apilados a ambos lados, se encontró frente a la casa en la que había nacido. No llamó enseguida a la puerta, sino que se quedó allí, sonriendo debido a los recuerdos que afloraron en su memoria. La enorme casa había sido el campo de juego de sus hermanos. ¡Cuántas veces había tenido que perseguirlos para evitar que rompieran algo! A esas edades los niños podían ser muy revoltosos. Nunca le habló a su padre de sus travesuras menos cuando realmente rompieron algo. Charles no solía estar en casa durante el día y los sirvientes no se atrevían a regañar a los niños de la casa.

Su padre era rico, ya que había recibido una sustanciosa herencia de su padre, incluida la casa. Pudo disfrutar de una vida ociosa y dedicarse a sus aficiones e intereses personales. Violet no estaba segura de cuáles eran estos, solo recordaba que a su padre le gustaba apostar en las carreras y encontrar inversiones prometedoras de las que pudiera alardear delante de sus amigos.

Al final Violet se dio cuenta de que las cortinas de las ventanas de ambos lados de la puerta estaban corridas, lo que era extraño para un agradable domingo de junio como aquel. Aunque la familia no estuviera en casa, los sirvientes habrían descorrido las cortinas. Se acercó a la puerta, pero vio que estaba cerrada. Llamó, pero nadie respondió. ¿Dónde diantres estaba el mayordomo? Llamó más fuerte golpeando la puerta con el puño. Para entonces ya estaba realmente preocupada. Definitivamente, una casa cerrada no era lo que esperaba encontrar al final del viaje.

Se volvió, pero la vista de sus cuatro enormes baúles la intimidó. Había despedido al carruaje que había alquilado y no tenía ni idea de cuánto tardaría en encontrar otro. ¿Tendría que pasarse el día sentada sobre los baúles mientras esperaba a que su familia volviera a casa? ¡Si es que volvían! Una vez más se preguntó por qué ningún sirviente abría la puerta.

—¿Tendremos que entrar en la casa a la fuerza, señorita Violet? —le preguntó Jane.

¡Vaya solución más pragmática!

—Esperemos que no.

Violet desvió la vista a un lado, hacia las ventanas. No le seducía entrar arrastrándose por una de ellas con su elegante vestido de viaje, pero si estaban abiertas, al menos eso indicaría que había alguien en la casa. Pero las ventanas también estaban cerradas y las cortinas que cubrían los cristales por el interior estaban completamente inmóviles.

—¿No será una fiesta nacional y todo el mundo está fuera celebrándola?

Violet no sabía qué pensar salvo que alguien, aunque no fuera el mayordomo, debería estar a cargo de la puerta.

—¿Voy a la esquina a buscar un carruaje? Podemos ir a un hotel y esperar allí a que regrese su familia.

Violet estaba a punto de acceder cuando oyó que la puerta se abría. Se volvió de nuevo hacia ella, pero no se había abierto más que una rendija y lo único que pudo ver fue un ojo que la observaba. Entonces oyó:

—¿Violet?

Soltó un suspiro de alivio.

—¡Pues claro!

La puerta se abrió del todo para permitirle el paso. Al otro lado estaban sus dos hermanos y, aunque no solía costarle distinguir a los gemelos, aquel día no pudo hacerlo. Tenían el pelo castaño oscuro como ella, los ojos azul zafiro, eran fornidos en lugar de delgados como su padre y muy guapos. No se parecían en nada a los niños que había visto por última vez cinco años atrás. ¡Ahora eran unos hombres de veinte años y tenían la misma altura que su padre, que era medio metro más alto que ella! Dio un salto eufórico hacia delante para abrazarlos, pero enseguida el que estaba a la izquierda la abrazó y dijo:

—Soy Daniel.

Entonces la levantó en el aire y se la pasó a Evan, quien la hizo girar a su alrededor en un círculo completo. Cuando sus pies tocaron de nuevo el suelo, Violet estaba riéndose. Por fin consiguió rodear a sus hermanos por la cintura y abrazarlos a ambos al mismo tiempo.

¡Se había perdido tantas cosas durante los últimos cinco años! Cuando encargó su retrato, les pidió que ellos también encargaran los suyos y se los enviaran para que pudiera ver cómo habían cambiado, pero ellos no lo hicieron. ¡Sin duda estaban fantásticos! Mientras los miraba de arriba abajo, sintió algo parecido al orgullo maternal. ¡Resultaba difícil imaginar que alguna vez hubiera dado órdenes y regañado a aquellos dos hombres o que ellos se lo hubieran permitido!

Pero tenían muchas explicaciones que darle y, al recordarlo, Violet retrocedió un paso y declaró:

—Que uno de los dos avise a papá de mi llegada y haced que alguien entre mis baúles. Hablaremos en el salón. Tenéis mucho que contarme, hermanos.

Daniel y Evan pasaron junto a ella para entrar ellos mismos el equipaje.

—Papá no está en casa —declaró escuetamente Daniel.

—¿Hermanos gemelos? —susurró Jane mientras se reunía con Violet en el vestíbulo—. ¿Y no hay mayordomo?

Violet suspiró.

—Voy a hablar en privado con mis hermanos. Espere aquí en el vestíbulo. No creo que tarde.

—Buscaré la cocina y ordenaré que le preparen un té, señorita.

—Gracias.

Violet se dirigió al salón, que era la primera habitación situada a la izquierda del pasillo. Tenía la intención de abrir unas cuantas ventanas. La casa olía realmente a cerrada. Pero nada más cruzar el umbral, se detuvo repentinamente y no dio ningún otro paso. La última vez que estuvo allí, aquella habitación tenía un mobiliario precioso, pero ahora no quedaba nada salvo el sofá. El resto de los muebles había desaparecido. Los cuadros que colgaban de las paredes habían desaparecido. ¿Acaso los chicos la estaban esperando allí para conducirla a su nueva casa?

Violet oyó unos pasos que se aproximaban a su espalda.

—Espero que no me hicierais cruzar el océano solo para decirme que nuestro padre ha vendido la casa y se ha mudado a una más grande —declaró.

—No —respondió uno de sus hermanos—. Quizá quieras sentarte, Vi.

—¡No, sentaos vosotros! —ordenó ella sin volverse—. Evan a mi derecha y Daniel a mi izquierda. Quiero saber a quién le estoy gritando.

Cuando pasaron por su lado, les lanzó una mirada airada, y cuando se volvieron para sentarse en el sofá, vio que sus caras expresaban consternación.

—Es tan malo como parece —declaró Daniel avergonzado.

—¿En serio? —replicó con sarcasmo, pero el tono agudo de su voz no lo fue—. Si no os habéis trasladado, ¿dónde están los condenados muebles?

—Tuvimos que venderlos para pagar los plazos del préstamo que pidió nuestro padre y para guardar las apariencias —explicó Daniel—. Los cuadros se vendieron bien, pero el mobiliario no. Cada mes tenemos que devolver una importante suma de dinero.

Cuando terminó de hablar, Violet tenía los ojos muy abiertos.

—¿Por qué habría él de...? ¿Dónde está nuestro padre?

—No está aquí. Se marchó hace siete meses para hacer fortuna —explicó Evan—. No quería que te contáramos que se había arruinado, así que no lo hicimos, pero si no podemos devolver el préstamo, el señor Perry, el banquero, se quedará con la casa.

—¿Arruinado? ¿Cómo es posible?

—Realizó tres malas inversiones en otros tantos meses —prosiguió Evan—. Padre ni siquiera se había dado cuenta de que sus ahorros habían disminuido tanto hasta que fue al banco a retirar el dinero para los gastos domésticos mensuales. Entonces el empleado del banco le advirtió de que no podría seguir haciéndolo durante mucho tiempo más. Al volver a casa, padre despidió a algunos miembros del personal, pero no a todos porque no quería que nuestros vecinos y amigos supieran que estaba pasando por tiempos difíciles. Luego se emborrachó durante una semana, lo que, ahora que conocemos la causa, es totalmente comprensible, pero no lo supimos hasta que estuvo sobrio.

—Cuando se le pasó la borrachera, fue al banco, solicitó un préstamo y ofreció la casa como garantía —intervino Daniel.

—Quería que pudiéramos seguir viviendo como de costumbre mientras él conseguía más dinero —continuó Evan—. Nos enseñó un folleto que anunciaba que habían encontrado más oro en el Oeste. No sabemos por qué se tragó ese bulo. Hemos visto folletos como ese desde que éramos niños y nunca nadie ha regresado rico. ¡Pero él estaba tan convencido de que la extracción de oro sería la solución a nuestro repentino problema!

—Créeme, Vi, los dos intentamos disuadirlo. Le advertimos que estaba apostando por una posibilidad entre un millón de encontrar oro y que debía elaborar un plan más realista. Pero no logramos convencerlo.

Ella volvió a recorrer la habitación vacía con la mirada y se le hundieron los hombros.

—Supongo que lo que vais a decirme a continuación es que después de siete meses no ha encontrado oro, ¿no?

—Peor —replicó Evan.

—¿Qué podría ser peor? —Entonces empalideció—. No me digáis que está... está...

No consiguió pronunciar la palabra «muerto», pero Daniel intervino.

—No, no se trata de eso. ¡Claro que no! Pero nos escribía con regularidad y, de repente, dejamos de recibir cartas suyas. Y se nos acabó el dinero. Ambas cosas ocurrieron hace dos meses. Por eso te pedimos que vinieras.

—Deberías dejar que te contáramos toda la historia, Vi. Así quizá no tendrías tantas preguntas —sugirió Evan.

Ella dudó que dejara de tener preguntas, por eso dio golpecitos con el pie en el suelo mientras asentía con la cabeza.

—Continuad.

—Padre nos dio la mitad del dinero del préstamo para que hiciéramos frente a los plazos mensuales y para nuestros gastos, y se llevó la otra mitad para financiar su aventura minera. —Daniel realizó una mueca—. Pero al cabo de cuatro meses, el importe de los plazos del préstamo subió vertiginosamente y, además, tenemos que liquidar el préstamo antes de un año. Padre nos aseguró que estaría de vuelta en un plazo de entre tres y cinco meses y que, por lo tanto, no teníamos por qué preocuparnos por el préstamo. Pero debido a la subida de las mensualidades, tuvimos que empezar a vender cosas.

—Y no hemos recibido más cartas de él. Aunque en la última que nos envió parecía optimista.

—Más bien entusiasmado —corrigió Daniel a su hermano gemelo—. Probó suerte en dos poblaciones del Oeste, pero resultaron ser una absoluta pérdida de tiempo. Sin embargo, en su última carta nos contó que acababa de reclamar la propiedad de una mina en Butte, Montana, cerca de una conocida mina de plata.

—Eso suena prometedor —señaló ella—. Sin duda está demasiado ocupado explotando la mina y no tiene tiempo de escribir.

—¿Durante más de dos meses? Ese es el tiempo que ha transcurrido desde que recibimos su última carta —declaró Evan con un tono de voz sombrío.

Los hombros de Violet volvieron a hundirse. O su padre había muerto..., no, se negaba a creerlo cuando había tantas alternativas que explicaran su silencio, incluido el hecho de que odiaba escribir cartas. Ella sabía, por propia experiencia, lo poco amigo que era de mantener una correspondencia.

En aquel momento se dio cuenta de lo terrible que era la situación.

—¿Entonces ya habéis perdido la casa? ¿Es incluso ilegal que estéis aquí? ¿Por qué me dijisteis que viniera? ¿Cómo se supone que voy a resolver esta situación?

Daniel levantó una mano para poner freno a sus preguntas.

—El banquero, el señor Perry, vino y aporreó la puerta hasta que le abrimos. Pareció disfrutar al ver que habíamos vendido la mayor parte de los muebles, como si eso significara que la casa pronto sería propiedad del banco. El único cuadro que no habíamos vendido era tu retrato. No soportábamos separarnos de él. El señor Perry lo vio colgado sobre la repisa de la chimenea y se sintió cautivado por él.

Violet desvió la mirada hacia la chimenea, pero el retrato ya no estaba allí.

—¿Dónde está?

—Se lo llevó como pago de la última mensualidad y... y...

Daniel no pudo terminar. Evan resopló y lo presionó.

—Cuéntaselo.

—¡Cuéntaselo tú!

—Será mejor que uno de los dos me lo cuente y que sea deprisa —soltó Violet.

Evan bajó la vista hacia los pies de su hermana y luego declaró:

—Quiere casarse contigo. Nos dijo que, si accedes a casarte con él, cancelará la liquidación del préstamo. Le explicamos que ni siquiera estabas en el país y que, aunque vinieras, tardarías en llegar, y él contestó que aplazaría la ejecución de la garantía del préstamo hasta que llegaras.

Todo aquello era demasiado para asimilarlo. De hecho, incluso le estaba costando creérselo mínimamente. ¿No tenían dinero? Santo Dios, ¿ahora eran pobres?

—Y supongo que no será razonablemente joven y agradable.

Daniel abrió mucho los ojos.

—¿Considerarías su propuesta?

—No, pero quiero conocer mis opciones.

—Por si te interesa saberlo, no es ni joven ni agradable. Además, es gordo —respondió Evan rápidamente.

Y Daniel añadió:

—Pero muchas mujeres de nuestro círculo social celebran matrimonios concertados. Y, al menos, Perry es rico, vive aquí, en Filadelfia, y desea casarse contigo. Si te casaras con él, volverías a vivir aquí, Violet. ¡Nuestra familia volvería a estar unida y el problema de la casa quedaría resuelto!

—¿Así que esta es la razón de que me pidierais que volviera? ¿Para lanzarme a las fauces de un lobo gordo? ¡Ahora entiendo por qué vuestra carta era tan sumamente imprecisa!

Daniel realizó una mueca.

—Eso no es verdad. ¡Te echábamos de menos! Además, siempre supusimos que celebrarías un matrimonio concertado... aquí en América. No te imaginas lo angustioso que fue para nosotros cuando en primavera nos comunicaste que esperabas casarte en Inglaterra. ¡Eso significaría que no volveríamos a verte! Si padre hubiera estado aquí y hubiera leído esa carta, le habríamos convencido para que te lo prohibiera.

Violet miró a Daniel con los ojos entrecerrados.

—Claro que lo habríais hecho, ¿no es así?

Evan le dio un codazo a su hermano.

—Te dije que no accedería. —Entonces sonrió a Violet—. Pero estoy contento de que hayas regresado, Vi, aunque hayas tenido que encontrarte con una situación tan desesperada.

—Gracias, pero la opción Perry queda borrada de la lista.

—¿Acaso tenemos otras?

—Por supuesto —respondió ella, aunque de una forma algo prematura—. Dame un momento para ordenar mis pensamientos.

Se puso a caminar de un lado a otro delante de ellos. Evidentemente, y aunque no les gustara Inglaterra, podían ir allí con ella. Pero eso significaría perder la casa, la casa en la que todos ellos habían pasado la infancia, la casa en la que los chicos habían vivido durante toda la vida. Quizá su tío estaría dispuesto a liquidar el préstamo por ellos, pero enviar una carta a Londres y esperar la respuesta tomaría tiempo.

Levantó la vista hacia el techo con exasperación.

—¿Os dais cuenta de que, si me hubierais explicado algo de esto en la carta que me enviasteis, podría haber venido con el dinero suficiente para liquidar el préstamo y al menos así no tendríais que preocuparos por la pérdida de la casa?

—Consideramos esa posibilidad —respondió Daniel—, pero llegamos a la conclusión de que nuestro padre se pondría furioso si les pidiéramos dinero a los Faulkner. Por eso te escribí, con la esperanza de que estuvieras interesada en lo que el señor Perry... —Al ver la mirada iracunda de Violet, su voz se fue apagando. Entonces añadió—: Pero ahora que padre ha conseguido una mina, hay un rayo de esperanza. El único problema es que no sabemos dónde está exactamente esa mina... ni él.

Una mina que todavía no les daba rendimiento alguno, pero que podía hacerlo, aunque quizá no sucediera a tiempo. Quizá ella podría realizar el siguiente pago del préstamo con el dinero que su padre le había dado cuando se marchó con la tía Elizabeth. Nunca lo necesitó. Sin embargo, si lo utilizaba para realizar ese pago, no tendría dinero suficiente para resolver el otro problema que tenían: encontrar a su padre.

Capítulo 3

3

Se acercaba la hora de la cena, así que se trasladaron a la cocina para continuar allí la conversación. Ellos, o mejor dicho ella, habían elaborado un plan de acción razonable. Al menos Violet pensó que era la opción más razonable de todas las que se le habían ocurrido. Teniendo en cuenta lo desconcertada que se sintió al saber que ya no era una rica heredera sino una mujer pobre, era increíble que pudiera siquiera pensar. Pero entonces, cuando se detuvo en el vestíbulo y le explicó a la doncella adónde viajarían al día siguiente, Jane se negó rotundamente a acompañarla e hizo que su plan se tambaleara.

—Si no me hubieran dado el dinero necesario para regresar a Londres, no habría venido aquí. Y me alegro de haber insistido en que me lo dieran —declaró Jane con expresión obstinada—. Así que me voy. Tendrá que contratar a otra doncella, señorita.

¡No había tiempo para eso!

—El viaje en tren hasta Montana solo toma unos días, Jane. ¡Será interesante! ¿No quieres ver...?

—He leído un montón de novelas populares sobre el salvaje Oeste americano. Hay indios, osos y duelos en todas las esquinas. No, señorita, puede estar segura de que no voy a ir a ningún lugar salvo de vuelta a mi hogar.

La mujer agarró su bolsa de viaje y salió de la casa con determinación. Violet miró a sus hermanos con exasperación, lo que les advirtió de que no debían reírse. Pero tuvo un breve respiro de su problema cuando al entrar en la cocina sus hermanos se detuvieron y la miraron expectantes. Violet se dio cuenta de que esperaban que cocinara para ellos y se echó a reír.

—¿Realmente creéis que tía Elizabeth me dejaría acercarme a su cocina? No sé cocinar, pero si habéis vivido solos durante todos estos meses, seguro que a estas alturas vosotros sí que habéis aprendido a hacerlo.

—No mucho —contestó Evan—. Pero al menos comer nos quitará el hambre.

—Aunque la comida será muy insulsa —advirtió Daniel—. Y comer de pie no hace que sepa mejor.

Realmente lo habían vendido todo, incluso la mesa de la cocina, por lo que Violet sugirió:

—Podría invitaros a cenar en un restaurante.

—No podemos, no si queremos mantener en secreto tu llegada —señaló Daniel—. ¿Y si nos tropezáramos con el señor Perry?

No era probable, pero si realmente ocurría, entonces su plan habría acabado antes de empezar, así que, simplemente, asintió con la cabeza y dijo:

—La deserción de mi doncella no altera mis planes... Bueno, sí, pero solo implica que uno de vosotros tendrá que acompañarme a buscar a nuestro padre mientas el otro se queda aquí para convencer al señor Perry de que nos conceda otro mes de aplazamiento. ¿Queréis echarlo a suertes?

Ya habían hablado sobre esta cuestión. Le dirían a Perry que ella les había escrito una carta explicándoles que necesitaba tiempo para decidir si quería o no casarse con él. Violet incluso la escribiría aquella misma noche por si él exigía leerla. De todos modos, ella estaba convencida de que regresaría de Montana antes de un mes, ya fuera con el dinero suficiente de su padre para salvar la casa o con su padre en persona, quien convencería al banquero para que modificara el préstamo.

Daniel fue el primero en hablar.

—Evan tiene que quedarse. Está cortejando a una rica heredera y no puede perder el empuje. Si se casara con ella resolvería nuestro problema, pero tiene que acelerar el proceso.

—La cortejan otros tres hombres, de modo que no es una solución segura, aunque tengo esperanzas. Pero estas cosas no pueden apresurarse.

—¿La quieres? —le preguntó Violet a Evan.

—No, todavía no, pero al menos es guapa, así que estoy dispuesto a hacer ese sacrificio, aunque tú no lo estés. Además, yo le gusto —añadió con una sonrisa de vividor.

Violet puso los ojos en blanco. Claro que le gustaba a la joven. Tanto Evan como Daniel eran muy guapos. Se suponía que nunca tendrían que sacrificarse a la hora de elegir una esposa. Claro que tampoco habían previsto que acabarían siendo pobres. Tendría que darle a su padre una buena reprimenda por malgastar su herencia y colocarlos en aquella situación.

Se volvió hacia Daniel, quien por defecto se había convertido en su compañero de viaje, pero él realizó una mueca y le confesó:

—Odio decirlo, pero yo también tengo un compromiso. Si no lo tuviera, habría ido yo mismo a buscar a nuestro padre. Pero estoy convencido de que está bien. Ya sabes lo carismático que es. Vaya donde vaya, hace amigos y seduce a la gente para que lo ayude.

—¿Y en qué consiste tu compromiso? —preguntó Violet, quien se sentía desalentada por tener que viajar a Montana sin la compañía de ninguno de sus hermanos.

—Se trata de una deuda con un amigo —respondió Daniel, y entonces se ruborizó—. Hicimos una apuesta. Realmente creí que podía ganar, pero perdí y no tenía dinero para pagarle. Si no fuéramos amigos, seguramente me habría denunciado y me habrían encerrado en prisión. Estaba dispuesto a esperar para cobrar la apuesta, pero entonces su hermana vino a la ciudad y él me ofreció cancelar la deuda si aceptaba acompañarla durante su visita. Le compensaba hacer ese intercambio para librarse de esa tarea. Y yo me sentí aliviado al no tener que confesarle que no podía pagarle la deuda. Se suponía que la tarea solo iba a durar unas semanas, pero su hermana decidió alargar la visita.

—¿Cuánto le debes? —le preguntó Violet.

Evan, que estaba cortando unas zanahorias, levantó la mirada.

—No te enfades con él, Vi. Si hubiera tenido suerte, las ganancias de la apuesta habrían cubierto la próxima mensualidad del préstamo. Además, padre nos indicó que siguiéramos como si nada hubiera cambiado. No ha sido fácil ocultar nuestro infortunio a nuestros amigos.

—¿Cuánto? —insistió ella con mayor firmeza.

Daniel suspiró.

—Solo cincuenta dólares, pero ahora que no tenemos nada de efectivo eso es mucho dinero.

Violet odiaba ver a sus hermanos pasando apuros de aquella manera, pero la cifra la tranquilizó.

—Yo puedo pagar esa deuda y así podrás acompañarme a Montana. —Al ver que Daniel empezaba a sonreír, añadió—: No estés tan contento, es probable que acabes trabajando en la mina para ayudar a nuestro padre.

Daniel soltó un gemido y Evan se rio mientras introducía un pedazo de carne en el horno para que se asara junto con las zanahorias. Pero Violet siguió dándoles órdenes:

—Evan, mientras estás aquí continuando con tu cortejo y tratando con el señor Perry, puedes intentar averiguar, con discreción, si alguien que conoces estaría interesado en comprar la casa. Por si se diera el caso de que no pudiéramos conservarla. Venderla os permitiría liquidar el préstamo bancario y cualquier otra deuda que tengáis y todavía os quedaría cierta ganancia.

—¿Te das cuenta de que ahora hablas como los británicos? —preguntó Daniel de repente.

Ella arqueó una ceja.

—¿Qué esperabas? He vivido en Londres tantos años como los que he vivido aquí, así que es lógico que haya adquirido el acento británico y utilice algunas expresiones con las que no estáis familiarizados.

—Hablas exactamente igual que la tía Elizabeth cuando vino a buscarte y se puso furiosa porque padre había permitido que te convirtieras en un marimacho —añadió Evan.

Ella se echó a reír.

—No, no era un marimacho. Además, si me quedara por aquí unos cuantos meses, seguramente volvería a hablar con acento americano.

—¿No te quedarás? ¿Ni siquiera si conseguimos traer a padre de vuelta a casa y todo vuelve a ser como debería?

Daniel parecía tan esperanzado que ella casi le respondió lo que él quería oír. Pero si todo volvía a ser como debería ser, su vida no tendría por qué cambiar y entonces podría volver a Londres y disfrutar de la temporada social, así que contestó amablemente:

—No, pero ahora que he terminado la escolarización empezaré a visitaros cada pocos años. No les pediré a padre ni a Evan que vuelvan a realizar ese viaje, pero tú sí que podrías ir a verme, ya lo sabes. En cualquier caso, no permitiré que vuelvan a transcurrir cinco años sin que nos veamos. Eso te lo prometo.

—¿Pero por qué quieres volver allí? —protestó Daniel.

—Justo antes de embarcar conocí al hombre con el que me voy a casar. Se llama Elliott Palmer y es un lord inglés. Y tengo la intención de regresar a Inglaterra lo antes posible para no perderlo a causa de alguna otra debutante. Y ahora centrémonos en nuestro plan. Evan, tú convencerás al señor Perry de que no nos embargue la casa. La carta que escribiré esta noche te ayudará. Daniel y yo regresaremos de Montana con buenas noticias... o traeremos a padre de vuelta.

—Enviadme noticias lo antes posible —pidió Evan—. Quiero asegurarme de que se encuentra bien.

Violet se dio cuenta de que estaba preocupado, y era probable que Daniel también lo estuviera; simplemente no querían que ella lo supiera y se preocupara también.

—Si a padre le hubiera ocurrido algo malo, alguien os habría avisado. Principalmente porque posee una propiedad en Montana; si es que la reclamación de una mina puede considerarse una propiedad. De modo que, el hecho de que no tengáis noticias suyas es algo bueno. Probablemente está demasiado ocupado trabajando en la mina para sacarnos de este aprieto y demasiado lejos de una población para enviar una carta. Y ahora..., ¿queda alguna cama en esta casa para que pueda dormir esta noche?

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos